viernes, 19 de julio de 2013

Aurelio, Santo




 
Obispo, 20 de julio
 

Obispo
Julio 20


Etimológicamente significa “ brillante”. Viene de la lengua latina.

Nuestra mente retrocede hoy a la ciudad de Hipona, en el norte de África. Era el año 392.
San Agustín, después de su conversión, fue ordenado obispo. Necesitaba de alguien que le ayudase en su ingente labor apostólica. Ordenó de diácono a Aurelio, que más tarde llegaría a ser el sucesor de san Agustín.

Para tu conocimiento te recordaré que la Iglesia de África era de las más brillantes de su época. Había la no despreciable cifra de más de 500 obispos.

Esto da a entender el esplendor con que vivía la fe el pueblo africano de aquel tiempo.

Durante el episcopado de san Aurelio hubo más de treinta concilios. La razón de su convocación se debía a que algunos obispos no eran lo dignos que deberían ser, ni su ejemplo era un modelo a seguir.

¿Qué ocurría?

Dos cosas fundamentales: la herejía de los donatistas y la de los pelagianos. Y lo malo es que algunos monjes e incluso miembros del episcopado seguían estas herejías. En el tratado o libro que escribió a los monjes se relata que algunos de ellos traficaban con reliquias de mártires para ganarse pingües ganancias económicas. Es más, a los fieles que iban a venerar las santas reliquias, les exigían una limosna a cambio.

Su libro “El trabajo de los monjes” refleja la relajación a que llegaron algunos que, en lugar de vivir la vida contemplativa, se convertían en verdaderos vagos que no hacían nada.

Aurelio, ante estas situaciones de la Iglesia que regía con santidad de vida y con un ejemplo admirable para todos, confiaba siempre en la bondad de Dios para los que no actúan según los principios de la fe.

Así lo atestiguan san Fulgencio de Ruspe, otro obispo africano, y el escritor español Pablo Osorio.

Como ves, en la Iglesia, compuesta de hombres y de mujeres, siempre ha habido y habrá problemas. Pero sigue adelante porque la guía el Espíritu de Dios, su aliento, su “ruhah”.

San Aurelio de Cartago, obispo
fecha: 20 de julio
†: c. 430 - país: África Septentrional
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Cartago, san Aurelio, obispo, firmísimo pilar de la Iglesia, que protegió a sus fieles para que no se dejasen arrastrar por las costumbres paganas y colocó su sede episcopal en el mismo lugar donde primero se encontraba una estatua de la diosa del cielo.

Hacia el año 392, poco después de que san Agustín recibiera la ordenación sacerdotal y el obispado de Hipona, Aurelio, un diácono, fue elegido obispo de Cartago. En aquella época, esa gran Iglesia de África estaba en la cumbre de su esplendor y de su influencia; el obispo de Cartago era a la vez primado o patriarca de Africa, es decir, uno de los prelados más importantes de la Iglesia universal. San Aurelio tuvo que hacer frente a dos herejías: la de los donatistas, que tocaba ya a su fin, y la de los pelagianos, que apenas comenzaba. Durante los treinta y siete años que gobernó la sede, san Aurelio convocó numerosos sínodos provinciales y concilios plenarios de los obispos africanos para resolver ésos y otros problemas. Los sínodos y los viajes absorbían de tal modo al santo, que se vio obligado a delegar el ministerio de la predicación a los presbíteros de mayores cualidades, lo cual era entonces desacostumbrado en la Iglesia.

San Aurelio era íntimo amigo de san Agustín y, cuando aquél se quejó de que muchos monjes, so pretexto de vida contemplativa, eran simples holgazanes, Agustín escribió un tratado, «Sobre el trabajo de los monjes», para tratar de mejorar la situación. San Fulgencio de Ruspe, obispo africano de la siguiente generación, escribió en términos muy encomiásticos acerca de san Aurelio, como lo hizo también por la misma época el erudito español Pablo Orosio. La fecha de celebración proviene de un calendario cartaginés del siglo VI que dice lo siguiente: «El 20 de julio, la sepultura de San Aurelio, Obispo».

Ver Acta Sanctorum, octubre, vol. IX, pp. 852-860. No existe ninguna biografía propiamente dicha del santo, escrita por sus contemporáneos; pero se encuentran numerosas alusiones a él en las cartas de san Agustín y en los documentos conciliares, etc.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



¡Felicidades a quienes lleven este nombre!

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