lunes, 8 de julio de 2013

16 El Pentecostés de los paganos (Hch 10)

       

 


CAVALLINO, Bernardo2


Texto a estudiar:

1 Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio… 3 Tuvo una visión. El ángel de Dios le dijo: s «Manda unos hombres a Joppe y haz venir a Simón apodado Pedro… ».
25 Cuando entró Pedro, Cornelio fue a su encuentro y, cayendo a sus pies, se postró ante él. 26 Pero Pedro le dijo: «Levántate; tampoco yo soy más que un hombre… 28 Sabéis que le está absolutamente prohibido a un judío tratar con un extranjero o entrar en su casa. Pero Dios acaba de mostrarme que no hay que llamar a nadie sucio o impuro… ».
(Cuando Cornelio contó la visión que había tenido), 34 Pedro tomó la palabra y dijo: «Compruebo realmente que Dios no tiene acepción de personas, 35 sino que en toda nación le resulta agradable todo el que le teme y practica la justicia. 36 Él envió su palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la buena nueva de la paz por medio de Jesucristo; él es el Señor de todos. 37 Ya sabéis lo  que ocurrió en toda Judea: Jesús de Nazaret, sus comienzos en Galilea…39 Y nosotros todos somos testigos de lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. A quien llegaron a matar colgándolo del patíbulo 40 Dios lo resucitó el tercer día y le concedió manifestarse 41, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que, hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos».
44 Seguía Pedro hablando todavía, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban su palabra. 45 Y todos los creyentes circuncisos que habían venido con Pedro quedaron estupefactos al ver que se había derramado también sobre los paganos el don del Espíritu Santo. 46 En efecto, les oían hablar en lenguas y magnificar a Dios. Entonces Pedro declaró: 47 «¿Es posible negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?». 48 Y ordenó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Entonces le pidieron que se quedara unos cuantos días con ellos.
 
 La escena de pentecostés inaugura un mundo nuevo, engendrado en la muerte y la resurrección de Jesús. La difusión del Espíritu sobre los apóstoles, y luego sobre todos los testigos que representaban a las doce naciones del mundo universal, hace nacer a la comunidad de los últimos tiempos. Esta comunidad es en principio universal, sin fronteras étnicas, religiosas, raciales. Pero a menudo hay una gran distancia del principio a los hechos, como lo demuestran las dificultades de las primeras comunidades en ampliarse más allá del círculo judeo-cristiano. El relato del encuentro de Pedro con Cornelio desempeña aquí una función esencial, ya que prolonga la obra comenzada el día de pentecostés. Este episodio ocupa un gran lugar en los Hechos, ya que es el relato más largo del libro, lo cual indica su importancia a los ojos del narrador.
 
UN RELATO AGITADO

A diferencia de pentecostés, más estático, este relato está construido alrededor de numerosos desplazamientos: unos verticales (del cielo hacia la tierra) y otros horizontales (el encuentro de los hombres entre sí). La comunicación del cielo con la tierra precede y provoca las comunicaciones entre los hombres: es el ángel de Dios el que le pide a Cornelio que vaya a buscar a Pedro (10,5); el Espíritu le indica a Pedro que siga a los dos enviados de Cornelio, pues «yo soy el que los envía» (10,20). De Cesarea a Joppe, de Joppe a Cesarea, de Cesarea a Jerusalén: por la intervención de Dios (de su ángel o de su Espíritu), los hombres entran en relación entre sí y se ponen a hablar unos con otros.
 
UN RELATO REPETITIVO
 
Este relato tan largo tiene otra característica: está hecho de numerosas repeticiones. Lucas, el autor de los Hechos, nos tiene acostumbrados a este procedimiento, ya que cuenta por tres veces la conversión de Pablo. Aquí no cesa de contar los mismos hechos, casi siempre con las mismas palabras. El narrador cuenta la visión de Cornelio (10,3-6), Cornelio se la cuenta (en resumen) a sus criados (10,8), los criados se la cuentan a Pedro (10, 22) y Cornelio una vez más se la repite a Pedro (10, 30-33), que a su vez se la vuelve a contar a los apóstoles y a los hermanos de Judea (11, 13-14). También cuenta por dos veces la visión de Pedro. ¿Por qué este fenómeno de repetición y esta redundancia si nosotros, los lectores del relato, estamos ya bien informados de todo?
Se puede pensar ante todo en una especie de balbuceo ante la acción maravillosa de Dios: nunca se acaba de celebrar las maravillas de Dios. Pero también es posible otra explicación. Si se comparan las diversas versiones del relato, se observan pocas transformaciones: lo que cambia en cada ocasión son los interlocutores. En cada ocasión, las revelaciones de Dios provocan una relación nueva de los hombres entre sí. Esta es sin duda la originalidad y la función de estas repeticiones: lo que tiene lugar en este relato es la celebración de una comunicación cada vez más amplia.
 
UN RELATO DE CREACION
 
Estos dos capítulos nos hacen asistir al nacimiento de algo nuevo. Es sin duda la irrupción de Dios en el mundo de los hombres lo que está en el origen de todas las peripecias del relato: el ángel de Dios envía a buscar a Pedro a Joppe, Dios le concede a Pedro una visión que hace pensar en la lista de animales de Gn 1 y luego en el momento del diluvio (Gn 6, 20). Por la palabra de Dios se establece un nuevo orden de cosas: «Deja de declarar impuro lo que Dios ha hecho puro».
Lo que sigue del relato nos permite decir que este acto de Dios se realiza en el acto histórico de la muerte-resurrección de Jesús, por quien comienza entre los hombres una comunidad nueva.
 
AQUEL POR QUIEN SE REALIZA LA NUEVA CREACION
 
En la primera parte del relato no se menciona nunca a Jesús, como tampoco se le había mencionado en el acontecimiento de pentecostés. Es Dios (su ángel, o su espíritu) el que está en el origen de la creación nueva.
Jesús aparece en el discurso de Pedro en casa de Cornelio (10, 34-43). Los acontecimientos relatados con tantos detalles encuentran aquí su explicación. La universalidad descrita anteriormente se explica por la persona de Jesús: «Dios ha enviado su palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la buena noticia de la paz por Jesucristo; él es el Señor de todos» (10, 36). Los judíos y los paganos no se sitúan ya en términos de exclusión, sino en términos de intermediario. Jesús de Nazaret, arraigado en la geografía y en la historia (Jesús de Nazaret, sus comienzos en Galilea, después del bautismo predicado por Juan), se convierte por su muerte y su resurrección en el signo de lo universal: «Nos ha ordenado proclamar al pueblo y atestiguar que él es el juez establecido por Dios para los vivos y los muertos» (10, 43).
De este modo, la predicación de Pedro hace aparecer algo esencial: Jesús es el enviado por el que Dios hace surgir una comunidad con las dimensiones de la humanidad entera. En el hecho de su resurrección se explicita un nuevo criterio de pertenencia a Dios: en adelante, las leyes que determinan la convivencia no son ya de orden ritual (puro e impuro, circuncisión). La comunidad de los creyentes se reconoce por el doble criterio del «temor» y de la «justicia»: «En cualquier nación le resulta agradable todo el que lo teme y practica la justicia» (10, 35).
 
EL VERDADERO PENTECOSTES (10, 44-48)
 
La iniciativa de Dios sigue estando presente hasta el final del relato: «Seguía Pedro hablando todavía, cuando el Espíritu descendió sobre los que escuchaban la palabra». Este signo reproduce (ampliándolo a los paganos) el primer pentecostés, reservado a los judíos: encontramos en él el mismo don de lenguas, la misma acción de gracias y el bautismo. El acontecimiento de la habitación de arriba había roto ya las fronteras, puesto que «cada uno les oía proclamar en sus lenguas las maravillas de Dios», pero se trataba tan sólo de judíos. Aquí son también los paganos los que gozan de este beneficio.
El Espíritu está en el origen de una doble comunicación: horizontal («les oían hablar en lenguas») y vertical («les oían glorificar a Dios»).
El bautismo, con que termina el relato, es una especie de reconocimiento: la integración oficial en la comunidad de aquellos que acaban de recibir el Espíritu: «¿Es posible negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?» (10,47).
El bautismo sustituye al rito de la circuncisión. Dado en nombre de Jesús, hace entrar en una comunidad sin fronteras, abierta a todos aquellos que confiesan que Jesús es Señor.

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