“Te alabaré entre las naciones y cantaré, Señor,
en honor de tu Nombre” (Salmo 18, 50)
Un comentario en torno a uno de los pilares de nuestra espiritualidad y la iniciación a su práctica.
“Además del sentido de toda oración -elevar el alma hacia Dios- la repetición de la oración de Jesús, facilita la unificación de la mente, nos va concentrando en torno a lo único necesario y nos entrena en la atención a nosotros mismos”.
Si uno está realizando la oración con alguna persistencia, lo primero que notará es una mayor conciencia de las propias divagaciones. Esto muestra que se está avanzando por el sendero correcto.
También es habitual que la mente se aburra, que se sienta “encerrada” en los estrechos confines de la repetición de una frase, que a veces no se ve acompañada de fervor o devoción.
En las etapas iniciales, nada de esto ha de preocuparnos. Uno ha de disciplinar la propia mente en esta práctica, porque la costumbre luego se transforma en facilidad. Después vendrá el despuntar del brote, el crecimiento, el riego sistemático y el desarrollo del nuevo ser alimentado por el sol de la Gracia y el aire del Espíritu.
El rosario de la oración de Jesús, es nuestro modo de ir acostumbrando la mente a la oración y predisponiendo el corazón. La frase de uso personal, puede ser armada según la necesidad del corazón, llevando el Nombre de Jesús en ella y no ser modificada demasiado a menudo, para que pueda echar raíces en el alma.
Uno ha de confiar en que esto dará fruto en el momento oportuno. Al principio, mientras no se encuentra el gozo que resulta de la unificación del monje interior, deberá confiarse en la experiencia de los que ya han atravesado los primeros pasos del camino.
La oración es un acto de pura fe, es una osadía del alma humana, es un acto de suprema esperanza en el destino trascendente del ser humano. La oración empieza a convertirse en gozo cuando han despertado los sentidos espirituales, que perciben el contacto con lo divino. Mientras tanto es un acto de valor, un lanzarse a caminar sobre el agua con la zozobra que ello implica. (Mateo 14, 29-31)
Un saludo fraterno invocando a Jesucristo.
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