miércoles 01 Mayo 2013
San José Obrero
Leer el comentario del Evangelio por
Isaac de la Estrella : La parábola de la viña
Lecturas
Hechos 15,1-6.
Llegaron algunos de Judea que aleccionaban a los hermanos con estas palabras: «Ustedes no pueden salvarse, a no ser que se circunciden como lo manda Moisés.»
Esto ocasionó bastante perturbación, así como discusiones muy violentas de Pablo y Bernabé con ellos. Al fin se decidió que Pablo y Bernabé junto con algunos de ellos subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y los presbíteros.
La Iglesia los encaminó, y atravesaron Fenicia y Samaría. Al pasar contaban con todo lujo de detalles la conversión de los paganos, lo que produjo gran alegría en todos los hermanos.
Al llegar a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia, por los apóstoles y los presbíteros, y les expusieron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos.
Pero se levantaron algunos del grupo de los fariseos que habían abrazado la fe, y dijeron: «Es necesario circuncidar a los no judíos y pedirles que observen la ley de Moisés.»
Entonces los apóstoles y los presbíteros se reunieron para tratar este asunto.
Salmo 122(121),1-2.3-4.5.
Me puse alegre cuando me dijeron:
«¡Vamos a la casa del Señor!»
Ahora nuestros pasos se detienen
delante de tus puertas, Jerusalén.
Jerusalén, edificada cual ciudad
en que todo se funde en la unidad.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor, la asamblea de Israel, para alabar el Nombre del Señor.
Pues allí están las cortes de justicia,
los ministerios de la casa de David.
Juan 15,1-8.
«Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador.
Toda rama que no da fruto en mí la corta. Y todo sarmiento que da fru to lo limpia para que dé más fruto.
Ustedes ya están limpios gracias a la palabra que les he anunciado,
pero permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. Un sarmiento no puede producir fruto por sí mismo si no permanece unido a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí.
Yo soy la vid y ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran y se seca; como a los sarmientos, que los amontonan, se echan al fuego y se queman.
Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.
Mi Padre es glorificado cuando ustedes producen abundantes frutos: entonces pasan a ser discípulos míos.
Extraído de la Biblia Latinoamericana.
Leer el comentario del Evangelio por
Isaac de la Estrella (¿- c.1171), monje cisterciense
Sermón 16, primero para el 7º domingo de Pascua, § 5-8; SC 130
La parábola de la viña
Confieso que tengo todo el respeto por la explicación que ve en la
parábola de la viña (Mateo 20,15) a la Iglesia universal, la viña de
Cristo. Los sarmientos de los cristianos, el agricultor y padre de familia,
el Padre celestial, el día sin ocaso o la vida del hombre, las horas, las
edades del mundo o la persona humana, el lugar de la actividad humana
misma.
Sin embargo, personalmente, me gusta considerar mi alma y también mi
cuerpo, es decir, toda mi persona como una viña. No debo de abandonarla
sino trabajarla, cultivarla para que no la ahoguen los brotes o raíces
extraños, ni se vea agobiada por los propios brotes naturales. Tengo que
podarla para que no se forme demasiada madera, cortarla para que dé más
fruto. Sin falta tengo que rodearla de una valla para que no la pisoteen
los viandantes y para que el jabalí no la devore. (cf Sal 79,14) Tengo que
cultivarla con mucho cuidado para que el vino no degenere en algo extraño,
incapaz de alegrar a Dios y a los hombres o incluso entristecerlos. Tengo
que protegerla con mucha atención, para que el fruto que con tanto trabajo
se cultiva no sea robado furtivamente por los que en secreto devoran a los
pobres (Hab 3,14). De la misma manera que el primer hombre recibió en el
paraíso, su viña, la orden de trabajarla y de guardarla, yo tengo que
cultivar mi viña (Gn 2,15).
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