viernes, 17 de mayo de 2013

Juan de Prado, Beato


Sacerdote y Mártir, Mayo 24
 
Juan de Prado, Beato
Juan de Prado, Beato

Sacerdote franciscano español, misionero y mártir en Marruecos.

Nació el Beato Juan de Prado en Morgovejo, en el reino de León, de una familia ilustre en toda España.

A los cinco años quedó huérfano, por lo que un sacerdote, movido a piedad, le envió a Salamanca para su educación; pero desaparecidos sus bienes por culpa de su tutor, bien pronto empezó a sentir gran fastidio por el mundo; y a los veinticuatro años abrazó el estado religioso tomando el hábito franciscano en la Provincia de San Gabriel.

Desde el primer momento se distinguió por su gran amor a la perfección, y, estudiada la teología, fue destinado a predicar y confesar, ministerios para los cuales estaba favorecido del cielo con dotes singulares. Estas ocupaciones no le impedían la presencia continua de Dios y el ejercicio de la santa oración, en la que concibió deseos de pasar a tierra de infieles para ejercer allí su apostolado, aunque todavía no era el momento oportuno. Mientras llegaba éste, se dio a la austera mortificación de su carne, ayunando todo el año, durmiendo en el suelo y macerándose con cilicios y disciplinas. A la mortificación exterior unía la del espíritu, obedeciendo a todos, hasta a los novicios, haciendo los oficios más humildes aun siendo Guardián de Badajoz y de Sevilla.

A pesar de ser angelical, le levantaron una grave calumnia contra la pureza, que soportó en silencio sin defenderse, manifestando que sólo sentía el escándalo y el desdoro de la Orden. Bien pronto resplandeció su inocencia, y dadas todas las satisfacciones imaginables, fue nombrado Provincial en atención a su prudencia, a su severidad consigo mismo y su celo por la observancia.

Pudo conseguir, no sin graves dificultades, el permiso para trasladarse a Marruecos, para lo que obtuvo licencia de Urbano VIII, y en Mazagán se dedicó con gran celo a la evangelización de los soldados y demás fieles, que estaban muy abandonados en sus deberes religiosos.

Quiso salir de Mazagán para la capital, adonde iba destinado, pero se lo impidieron repetidas veces con pretextos de prudencia hasta que acompañado de otro fraile, el P. Matías, logró sus anhelos. Al llegar a las cercanías de Marrakech y ver a los esclavos cristianos, abrazóse a ellos, los consoló y les prometió dedicarse por completo a la atención de sus almas. Bien pronto tuvo noticia el Sultán de la llegada de los dos religiosos, y los hizo comparecer en su presencia. Al conocer el objeto de su venida, los encerró en un calabozo, cargados de cadenas. Venía con ellos un fraile hermano lego, a quien, como al P. Matías, había profetizado el beato Juan la próxima libertad después de morir él.

Los obligaron a moler diariamente muchos kilos de sal para fabricar pólvora, y cuando no terminaban la cantidad de labor señalada, les castigaban con palos. Sus cadenas no les impedían decir misa cotidianamente, enseñar y alentar a los cautivos y trabajar en la conversión de los paganos. Cuantas veces fue llamado a la presencia del rey, otras tantas dio respuestas dignas de los primeros mártires del cristianismo, tan claras y enérgicas, con tales razones, que parecían convencer o al menos confundir al rey.

Un día, por fin irritado del valor intrépido del santo, lo mandó azotar atado a una columna, y como no cesase de predicar la fe cristiana, el mismo rey le dio un fuerte golpe en la cabeza con su cimitarra. Después lo asaetearon y, como aun tuviera vida, después de darle muchas puñaladas, lo echaron en una hoguera para quemarlo vivo. Allí lo remataron a pedradas, rompiéndole el cráneo de un cruel hachazo.

Sus venerandos restos fueron traídos a España por sus compañeros, y recibidos con gran honor en Sanlúcar de Barrameda por el duque de Medina Sidonia, siendo trasladados años después a Santiago de Galicia.

Sufrió el martirio el 24 de mayo del año 1631, a los sesenta y ocho años de edad.

Glorioso por los milagros que obraron sus sagradas reliquias, lo beatificó Su Santidad Benedicto XIII, siendo venerado como patrón y protector de las misiones franciscanas de Marruecos.


Beato Juan de Prado, presbítero y mártir
fecha: 24 de mayo
n.: 1563 - †: 1631 - país: Marruecos
canonización: B: Benedicto XIII 24 may 1728
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Marruecos, beato Juan de Prado, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores y mártir, que fue enviado a África para prestar auxilio espiritual a los cristianos reducidos a esclavitud en los reinos sarracenos, pero, habiendo sido apresado, confesó valientemente la fe de Cristo ante el soberano musulmán Mulay al-Walid, y por mandato de este consumó el martirio por el fuego.

Uno de los más célebres Frailes Menores de la Observancia fue el beato Juan de Prado, quien conquistó la corona del martirio en Marruecos, en el siglo XVII, como lo habían hecho aquellos primeros franciscanos, como el beato Berardo y sus compañeros en el siglo XIII. El beato pertenecía a una noble familia española de Mogrovejo, en León. Después de estudiar en la Universidad de Salamanca, tomó el hábito de San Francisco en 1548. Desde el momento en que recibió las órdenes sagradas, pidió a sus superiores que le enviasen a evangelizar a los paganos. Sin embargo, antes de partir a las misiones, tuvo que predicar en su patria y desempeñar los oficios de maestro de novicios y guardián en varios conventos. Aunque era extraordinariamente devoto y humilde, el beato fue calumniado y el provincial le relevó del cargo de superior. Juan aceptó esto con entera resignación, diciendo: «Dios quiere que sufra. Hágase su voluntad. Lo único que me apena es el escándalo que esto puede causar en los débiles y el descrédito que pueda acarrear a nuestra orden». Al cabo de algún tiempo, quedó probada la inocencia del beato, quien, en 1610, fue nombrado provincial de la nueva Provincia de San Diego.

Tres años más tarde, una intensa epidemia de peste acabó con todos los franciscanos que trabajaban en las misiones de Marruecos. Como el período de su provincialato tocaba a su fin, el beato Juan pidió que le enviasen a socorrer a los cristianos de aquella región. El papa Urbano VIII le nombró misionero apostólico y le confirió poderes especiales. Acompañado por el P. Matías y el hermano Cenesio, Juan de Prado se embarcó con rumbo a Marruecos, donde empezó inmediatamente a trabajar entre los esclavos cristianos. Aunque recibieron la orden de salir del país, los misioneros prosiguieron administrando los sacramentos a los fieles y reconciliando a los apóstatas. Por ello fueron arrestados en Marrakesh y se les condenó a moler salitre para la fabricación de la pólvora. Poco después, comparecieron ante el sultán; como defendiesen valientemente la fe, éste mandó que fuesen azotados y arrojados de nuevo en la prisión. La segunda vez que el beato Juan compareció ante el sultán, hizo caso omiso de él y predicó a algunos apóstatas que se hallaban en la sala. Entonces, Muley-al-Walid derribó de un golpe al misionero y le atravesó con dos flechas; en seguida dio la orden de que le echasen a la hoguera antes de que muriera. En medio de las llamas el siervo de Dios seguía predicando a los verdugos, hasta que uno de ellos le rompió el cráneo con una piedra. Juan de Prado fue beatificado en 1728.

Ver P. P. Ausserer, Seraphisches Martyrologium (1880); Léon, Aureole Séraphique (trad. ingl.), vol. n, pp. 292-296; F. Fernández y Romeral, Los Franciscanos en Marruecos (1921); y H. Koehler, L'Eglise chrétienne du Maroc... (1934), pp. 65-83.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 

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