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Luis (Alojzije Viktor) Stepinac,
Beato |
Cardenal, Arzobispo y Mártir
Martirologio Romano: En
la aldea de Krasic, cerca de Zagreb, en Croacia, beato Luis Stepinac, obispo de
Zagreb, que rechazó con firmeza las doctrinas que se oponían a la fe y a la
dignidad humana y, por su fidelidad a la Iglesia, después de prolongada prisión,
víctima de la enfermedad y la miseria, terminó egregiamente su episcopado
(1960).
Alois Stepinac nació en Krasic, en el noroeste de Croacia, el
8 de mayo de 1898. Era el quinto de los hijos de una familia de agricultores
acomodados, y creció en un ambiente profundamente cristiano, donde reinaban el
amor y el respeto mutuo, así como la caridad hacia los más desfavorecidos. Su
madre, una mujer sencilla y piadosa, era especialmente devota de la Santísima
Virgen María, un rasgo que distinguirá también a su hijo.
Durante su
etapa de estudios en un colegio de Zagreb, Alois demuestra una férrea voluntad,
a pesar de poseer un temperamento discreto y reservado. En 1917, es movilizado
en el ejército austro-húngaro. De regreso a su país en junio de 1919, tras un
breve cautiverio en Italia, aquel joven padece una crisis interna. Hastiado por
la inmoralidad que había frecuentado en su etapa militar, emprende estudios de
agricultura, pero los abandona enseguida. Tampoco tiene éxito un proyecto de
matrimonio. En marzo de 1924, un sacerdote que le conoce bien publica en una
revista un artículo sobre San Clemente María Hofbauer, enviándoselo junto a una
extensa carta. Afectado por el ejemplo de aquel santo, el joven decide consagrar
su vida a Dios, ingresando en el seminario «Germanicum» de Roma. Uno de sus
condiscípulos dirá de él lo siguiente: «Ardía en amor por la Iglesia y estaba
imbuido de fidelidad hacia el Santo Padre».
Alois Stepinac se doctora en
filosofía, y luego en teología, en la Universidad Gregoriana de Roma, y recibe
la ordenación sacerdotal el 26 de octubre de 1930. De regreso a Croacia, su país
se le presenta destruido y explotado por Serbia. Aunque su deseo es convertirse
en párroco rural, el arzobispo de Zagreb prefiere conservarlo como encargado de
la liturgia, y luego como notario de la curia del arzobispado. Él acepta el
cargo diciendo: «No sé si permaneceré aquí o no. No importa, pues todos los
caminos que están al servicio de Dios llevan al Cielo». Le son confiadas
importantes misiones, como apaciguar algunos conflictos acontecidos en algunas
parroquias. También impulsa obras de caridad en los barrios pobres de Zagreb y
organiza comidas para el pueblo.
En 1934, el arzobispo, Monseñor Bauer,
cae gravemente enfermo y solicita de la Santa Sede un coadjutor, proponiendo a
Alois Stepinac, quien intenta en vano eludir el cargo, tanto por su edad (36
años) como por su corta experiencia sacerdotal. Pero el 29 de mayo es nombrado
coadjutor, desplazándose a continuación a pie al santuario mariano de Marija
Bistrica, a 36 km de Zagreb, para confiar a María ese difícil ministerio. De
hecho, los obispos croatas se ven en la necesidad de defender continuamente que
se reconozcan los derechos de la Iglesia Católica (libertad de enseñanza,
libertad de asociación, autoridad de la Iglesia sobre los matrimonios católicos,
etc.).
El 7 de diciembre de 1937 fallece Monseñor Bauer, sucediéndole
Mons. Stepinac como arzobispo de Zagreb. El nuevo prelado recomienda a sus
sacerdotes que consagren lo mejor de sí mismos a su vida interior. Entre sus
decisiones de gobierno de antes de la guerra, publica una carta abierta a todos
los médicos para denunciar la «peste blanca»: el desarrollo de la anticoncepción
y del aborto. Por otra parte, llega a fundar un periódico católico con el fin de
luchar contra la prensa antirreligiosa.
El arzobispo estima profundamente
la vida religiosa y considera que su desarrollo resulta indispensable. Los
monasterios deben convertirse en «fortalezas de Cristo», y deben proteger a la
diócesis con las armas espirituales de la oración, de la renuncia y del
sacrificio.
«El fruto de un inmenso egoísmo»
Monseñor
Stepinac había anunciado la Segunda guerra mundial en estos términos: «Las
parejas casadas ya no respetan los valores del matrimonio; se practica el
adulterio y se abandona a los hijos; en una palabra: se hace todo lo posible
para borrar el nombre de Dios de la faz de la tierra. Se están destruyendo todos
los valores morales, por lo que no es extraño que Dios se dirija ahora a las
multitudes a través del único lenguaje que son capaces de entender... y es el
caos sobre la tierra, el horror de la guerra, la destrucción de todas las cosas.
Es el fruto de un inmenso egoísmo... Si queremos vislumbrar días mejores, la
primera regla consiste en devolverle a Dios el respeto debido, con humildad; es
la única vía para la paz». ¡Es una enseñanza que sigue estando de
actualidad!
El 10 de abril de 1941, después de la invasión de Yugoslavia
por parte del ejército alemán, los nacionalistas croatas (también llamados
ustachis) proclaman un Estado independiente en Zagreb. Junto a hechos positivos
(plena libertad para la Iglesia Católica, protección de las buenas costumbres,
etc.), el nuevo régimen queda deshonrado a causa de discriminaciones contra los
ciudadanos de religión ortodoxa, los judíos y los gitanos. Sin condenar por
completo al Estado croata, reconocido «de facto» por la Santa Sede, Monseñor
Stepinac mantiene sus reservas. Se convierte en el portavoz de todos los
oprimidos y perseguidos, denuncia los abusos de los ustachis y condena los
postulados racistas, así como las persecuciones contra las minorías judía y
serbia.
Además, el gobierno croata incita a los ortodoxos a pasarse a la
religión católica. Monseñor Stepinac dirige una nota confidencial a sus
clérigos: «Cuando acudan a vosotros personas de confesión judía u ortodoxa que
se hallen en peligro de muerte, y por esa causa quieran convertirse al
catolicismo, recibidlos (Esa «recepción» no era más que una simple acogida por
parte de la Iglesia, sin ningún compromiso religioso) para que salven la vida.
No les pidáis ningún conocimiento religioso especial, pues los ortodoxos son
cristianos como nosotros, y la fe judía es la raíz del cristianismo. El papel y
el deber de los cristianos debe consistir ante todo en salvar a la gente. Y
cuando esta época de demencia y de salvajismo llegue a su término, los que se
hayan convertido por convicción podrán permanecer en nuestra Iglesia, y los
demás, una vez pasado el peligro, podrán regresar a la suya». La Iglesia enseña,
en efecto, la libertad del acto de fe: «Es uno de los puntos principales de la
doctrina católica que el hombre al creer tiene que dar una respuesta voluntaria
a Dios, y que por tanto a nadie se puede forzar a abrazar la fe contra su
voluntad» (Vaticano II, Dignitatis humanæ, 10).
A lo largo de toda la
guerra, el arzobispo de Zagreb prodiga los favores de su caridad a los
desdichados, cualesquiera que sean, distribuyendo vagones enteros de alimentos a
los refugiados, cuidando personalmente de los huérfanos cuyos padres están
encarcelados o han huido a las montañas, y salva del hambre y de la muerte a
6.700 niños, la mayor parte de padres ortodoxos.
El presidente de la
comunidad judía de los Estados Unidos, Louis Breier, dirá de él lo siguiente el
13 de octubre de 1946: «Esa gran autoridad de la Iglesia ha sido acusada de
colaborar con los nazis. Nosotros los judíos lo negamos. Sabemos, por la
conducta que siguió desde 1934, que ha sido siempre un verdadero amigo de los
judíos, que, en aquellos años, sufrían las persecuciones de Hitler y de sus
adeptos. Alois Stepinac es uno de esos pocos hombres en Europa que se levantaron
contra la tiranía nazi, justamente en los momentos en que resultaba más
peligroso hacerlo... La ley sobre el «brazalete amarillo» se anuló gracias a
él... Después de Su Santidad el Papa Pío XII, el arzobispo Stepinac fue el mayor
de los defensores de los judíos perseguidos en Europa».
Cuando callan
las campanas
Con ocasión de la retirada de las tropas alemanas
durante el fin de la guerra, el arzobispo consigue evitar la destrucción total
de Zagreb, pero ve con dolor cómo los partisanos de Josip Tito toman el poder,
emprenden una sangrienta depuración e instauran leyes antirreligiosas. Nada
impresionado por los rumores que le tachan de criminal de guerra, Monseñor
Stepinac está firmemente decidido a permanecer en medio de su pueblo.
El
17 de mayo de 1945, el arzobispo es encarcelado por sorpresa. El 3 de junio, los
obispos croatas exigen su liberación como medida previa a toda negociación.
Todas las campanas de Zagreb se callan y la procesión del Corpus Christi queda
anulada. Ante aquel inesperado movimiento de resistencia, Tito da su brazo a
torcer y manda liberar a Monseñor Stepinac. El 24 de junio, en una circular
dirigida a todos los sacerdotes, el prelado recuerda a los padres su deber
sagrado de reclamar la educación religiosa en las escuelas. Sus exhortaciones a
todos los fieles van dirigidas a que hagan uso de la oración, en especial en
esos tiempos difíciles, y muy concretamente a que recen el Rosario.
Sin
embargo, la dictadura se instaura sin tomar en consideración la solemne
declaración del gobierno federal de Yugoslavia según la cual se respetarían la
libertad de conciencia y de confesión religiosa, así como la propiedad privada.
En una carta pastoral fechada el 20 de septiembre de 1945, los obispos católicos
de Yugoslavia advierten que 243 sacerdotes han sido asesinados desde el final de
la guerra y que 258 han sido encarcelados o han desaparecido. A continuación,
constatando la parálisis de los seminarios, los estragos ejercidos en la
juventud por parte de la propaganda atea y la inmoralidad amparada por el
Estado, condenan solemnemente «el espíritu materialista e impío que se extiende
por nuestro país».
En octubre de 1945, con motivo de una visita pastoral,
el automóvil de Monseñor Stepinac es asaltado por los comunistas y los cristales
son rotos a pedradas. La víspera del atentado, la milicia había amenazado al
prelado con represalias si llevaba a cabo aquella visita. «De todas formas,
señala el arzobispo, solamente se muere una vez; pueden hacer lo que quieran,
pero nunca dejaré de predicar la verdad; no temo a nadie más que a Dios, y mi
deber sigue siendo el mismo: salvar almas».
«Tengo la conciencia
limpia y en paz»
Desde noviembre de 1945, Monseñor Stepinac deja
instrucciones para administrar la Iglesia en el caso de que sea encarcelado. El
17 de diciembre, en un mensaje al clero, se defiende de todas las acusaciones
que se le atribuyen mediante las siguientes frases, que son un resumen de su
vida y que explican la fortaleza de su alma: «Tengo la conciencia limpia y en
paz ante Dios, que es el más fidedigno de los testigos y el único juez de
nuestros actos, ante la Santa Sede, ante los católicos de este Estado y ante el
pueblo croata». Más tarde añadirá: «Estoy dispuesto a morir en cualquier
momento».
El 18 de septiembre de 1946, a las 5 de la madrugada, la
milicia irrumpe en el arzobispado y se precipita hacia la capilla donde está
rezando el prelado. Conminado a seguir a los policías, responde: «Si estáis
sedientos de mi sangre, aquí me tenéis». El 30 de septiembre, comienza un
proceso que el Papa Pío XII calificará de «tristissimo» (lamentable). Gracias a
la fortaleza propia de una conciencia recta y pura, Monseñor Stepinac no
desfallece ante los jueces. En medio de una gran tranquilidad, y seguro de la
protección de «la abogada de Croacia, la más fiel de las madres», la Santísima
Virgen María, el 11 de octubre escucha la injusta sentencia que se pronuncia
contra él, que le condena a prisión y a trabajos forzados durante dieciséis años
«por crímenes contra el pueblo y el Estado». «Las razones de la persecución que
padeció y del simulacro de juicio que se organizó contra él, dirá el Papa Juan
Pablo II el 7 de octubre de 1998, fueron su rechazo a las insistencias del
régimen para que se separara del Papa y de la Sede Apostólica, y para que
encabezara una «Iglesia nacional croata». Él prefirió seguir siendo fiel al
sucesor de Pedro, y por eso fue calumniado y luego condenado».
Durante su
encarcelamiento en Lepoglava, Monseñor Stepinac comparte la miserable suerte de
cientos de miles de prisioneros políticos. Son numerosos los guardianes que lo
humillan, entrando en cualquier momento en su celda e insultándole
continuamente. Los paquetes de alimentos que recibe son expuestos durante varios
días al calor o estropeados para que resulten incomestibles. El arzobispo guarda
silencio, transformando la celda de la prisión en una celda monacal de oración,
de trabajo y de santa penitencia. Se lo han quitado todo, «excepto una cosa: la
posibilidad de alzar las manos al cielo, como Moisés» (cf. Ex 17, 11). Pero
tiene la suerte de poder celebrar la Misa en un altar improvisado. En la última
página de su agenda de 1946 escribe lo que sigue: «Todo sea para la mayor gloria
de Dios; también la cárcel».
«Sufrir y trabajar por la
Iglesia»
El 5 de diciembre de 1951, cediendo a las presiones
internacionales, el gobierno yugoslavo consiente en trasladar al arzobispo a
Krasic, su ciudad natal, bajo libertad vigilada. Allí ejerce funciones de
vicario, pasando buena parte del tiempo en la iglesia parroquial, donde confiesa
durante horas enteras y, cuando le instan a que economice sus ya débiles
fuerzas, responde que confesar es uno de sus mayores descansos. En el transcurso
de sus primeros días en Krasic, un periodista extranjero le hace la siguiente
pregunta: «¿Cómo se encuentra? – Tanto aquí como en Lepoglava, no hago más que
cumplir con mi deber. – ¿Y cuál es su deber? – Sufrir y trabajar por la
Iglesia».
A unos visitantes desanimados por los perjuicios del comunismo,
Monseñor Stepinac les responde: «No hay que desesperar, pues aunque el comunismo
deje huellas en nuestro pueblo, y aunque nos encontremos con las manos atadas
por esa pérfida ideología y aunque algunos flaqueen, estamos mejor que los
pueblos del oeste, saturados de bienes materiales pero asfixiados en la
inmoralidad y en el ateísmo práctico. Gracias a Dios mi pueblo ha permanecido
fiel al Señor y al respeto hacia la Virgen».
Mientras tanto, el gobierno
yugoslavo intenta a cualquier precio provocar una ruptura de los católicos
croatas con Roma y fundar una iglesia nacional cismática, con objeto de
incorporar a los croatas a la Iglesia ortodoxa serbia. A tal efecto, se llega a
crear una «asociación de los santos Cirilo y Metodio» que agrupa a «sacerdotes
patriotas» y devotos del régimen. El año 1953 destaca por las agresiones
procedentes del gobierno. El recluido arzobispo da ánimos a los sacerdotes y a
los fieles mediante una copiosa correspondencia, exhortando a los indecisos y
recuperando a las ovejas descarriadas. Más de un sacerdote llega a confesar que
«Si no hubiera estado allí, quién sabe lo que nos habría pasado». Uno de los
principales peleles de Tito, Milovan Djilas, confesará más tarde: «Si Stepinac
hubiera querido ceder y proclamar una Iglesia croata independiente de Roma, como
nosotros queríamos, lo habríamos colmado de honores».
«Vencerá el
espíritu, y no la materia...»
El 12 de enero de 1953, el Papa Pío XII
eleva a Monseñor Stepinac a la dignidad cardenalicia. Pero el arzobispo no ha
podido desplazarse a Roma, por miedo a que el gobierno de Tito le impida
regresar a su país. En una entrevista con un periodista extranjero, el nuevo
cardenal anuncia proféticamente: «En la lucha que se desarrolla (en Yugoslavia)
entre la Iglesia y el Estado, vencerá el espíritu, y no la materia. Durante la
historia de la humanidad nunca ha podido mantenerse definitivamente el
materialismo».
La generosidad del cardenal con respecto a los que son más
pobres que él no tiene límites: «No posee más que lo estrictamente necesario
para vestirse, explica el párroco de Krasic; todo lo da. Incluso acaba de dar a
los pobres dos pares de zapatos». En su humildad, Monseñor Stepinac lamenta la
publicidad que se ha montado alrededor de su persona. Al enterarse un día que
una revista extranjera acaba de publicar una declaración del Papa en la que dice
que «El cardenal de Croacia es el mayor prelado de la Iglesia Católica», él baja
la vista murmurando: «¡Solamente Dios es grande!».
A finales de 1952 debe
ser operado de una pierna y, al año siguiente, se le declara una grave
enfermedad de la sangre, cuya causa se debe, según los médicos, a los malos
tratos padecidos. Se le dispensan muchos cuidados médicos, pero él se niega a
ser tratado en el extranjero, como habría sido necesario; como buen pastor,
decide quedarse junto a su rebaño. Pero los métodos del régimen comunista no se
flexibilizan. En noviembre de 1952, Tito decide romper las relaciones
diplomáticas con el Vaticano, dando simultáneamente la orden a su policía de
impedir cualquier visita a Krasic. Los guardianes del prelado (que eran más de
treinta en 1954) le insultan y se burlan de él de todas las maneras posibles. El
largo proceso seguido para su beatificación llegará a la conclusión, en 1994, de
que su muerte fue la consecuencia de los catorce años de aislamiento injusto, de
presiones físicas y morales constantes y de sufrimientos de todo tipo. Por eso
«queda confiado en adelante a la memoria de sus compatriotas con las notorias
divisas del martirio» (Juan Pablo II, 3 de octubre de 1998).
Vencer el
mal con el bien
Durante todos aquellos años de reclusión forzosa, el
cardenal Stepinac adopta la actitud espiritual que ordenó Nuestro Señor
Jesucristo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan (Mt 5, 44).
Persevera hasta el final en su resolución de perdonar, y se le oye rezar por sus
perseguidores y repetir en voz baja: «No debemos odiar; también ellos son
criaturas de Dios». En su «testamento espiritual» escribe lo siguiente: «Pido
sinceramente a cualquier persona a la que hubiera podido hacer daño que me
perdone, y perdono de todo corazón a todos los que me han hecho daño...
Queridísimos hijos, amad también a vuestros enemigos, pues así nos lo ha mandado
Dios. Seréis entonces hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace
que el sol salga para los buenos y para los malos, y que hace que llueva tanto
para los que hacen el bien como para los que hacen el mal. Que la conducta de
vuestros enemigos no os aleje del amor hacia ellos, pues el hombre es una cosa
pero la maldad es otra bien distinta».
«Perdonar y reconciliarse, dirá el
Papa Juan Pablo II con motivo de la beatificación del cardenal Stepinac,
significa purificar la memoria del odio, de los rencores, del deseo de venganza;
significa reconocer que quien nos ha hecho daño es también hermano nuestro;
significa no dejarse vencer por el mal, antes bien vencer al mal con el bien
(cf. Rm 12, 21)».
En 1958, los sufrimientos del cardenal se hacen casi
intolerables, pero lo más penoso para él es carecer de fuerzas para poder
celebrar la Misa. El 10 de febrero de 1960, expira en Krasic, pronunciando estas
palabras: «Fiat voluntas tua» (¡Hágase tu voluntad!).
In te Domine
speravi (En ti he esperado, Señor). Tal era su divisa. En uno de sus sermones
nos confiaba el secreto de su esperanza: «Alguien podría preguntarse: «Y nuestra
esperanza, ¿en qué se basa?». Y yo le respondo que en la fidelidad a Dios, pues
Dios no miente; en la omnisciencia divina, para quien nada pasa desapercibido;
en la omnipotencia de Dios, que es siempre dueño de todo».
El 3 de
octubre de 1998, el Papa Juan Pablo II dejaba constancia del triunfo de esa
invencible esperanza: «En la beatificación del cardenal Stepinac reconocemos la
victoria del Evangelio de Jesucristo sobre las ideologías totalitarias; la
victoria de los derechos de Dios y de la conciencia sobre la violencia y las
vejaciones; la victoria del perdón y de la reconciliación sobre el odio y la
venganza». A la vez que nos sentimos colmados de un profundo agradecimiento
hacia el Santo Padre por esa beatificación, le damos gracias sobre todo al Señor
por haber hecho brillar ante nuestros ojos semejante luz y por habernos dado
como ejemplo al beato Alois Stepinac.
Beato Luis Stepinac, obispo y mártir
fecha: 10 de febrero n.: 1898 - †: 1960 - país: Croacia otras formas del nombre: Alojzije Viktor Stepinac canonización: B: Juan Pablo II 3 oct 1998 hagiografía: Instituto Cardenal Stepinac
En la aldea de Krasic, cerca de Zagreb, en Croacia, beato Luis Stepinac, obispo de Zagreb, que rechazó con firmeza las doctrinas que se oponían a la fe y a la dignidad humana, y por su fidelidad a la Iglesia, después de prolongada prisión, víctima de la enfermedad y la miseria, terminó egregiamente su episcopado.
El Cardenal Stepinac, fue la Cabeza de la Iglesia Croata durante el periodo 1934 hasta su muerte (1960), a partir de 1945 imperó el regimen comunista bajo las órdenes del Mariscal Tito, quien lo enjució y torturó para lograr poner a sus pies la voluntad del Cardenal, objetivo que nunca logró. El 8 de mayo de 1898 nace en un pequeño pueblo de croacia llamado Krasic, Alojzije Stepinac. Sus padres, campesinos humildes, lo educan en la verdad y en el amor a la vida. Cuando era aún joven, Alojzije, decide consagrar su vida al servicio de Dios. Los tiempos no eran fáciles. Europa habia pasado la primera Guerra Mundial y todos conocian el hambre, la desolación y la perdida de los valores fundamentales.
El 26 de octubre de 1930, a los 32 años de edad, Stepinac es ordenado sacerdote en Roma. tan solo 4 años después, es consagrado Arzobispo, con derecho a la sucesion para la ciudad de Zagreb. Asi se convirtió en el Arzobispo mas joven de toda la Iglesia en el mundo. Ese cargo lo asumió por mérito propio. Tenia 36 años pero se destacaba por defender los derechos de todos los que sufrian, sin importarle su religión, su bandera, o color de piel. También se destacó como defensor de su patria, atacada por todos los frentes y todos los sectores. Durante la cruenta Segunda Guerra Mundial, protegió a los perseguidos y necesitados, levantando la voz cuando había una injusticia, sin preocuparle las concecuencias.
Dar de comer a las familias de su tierra castigada por el hambre, por defender su territorio, fue una preocupación de este hombre de Dios, pero que también conocía las necesidades de los hombres. En 1945, ya terminada la Guerra Mundial, su nación fue incorporada por la fuerza a Yugoslavia, aboliendo todos los derechos humanos y obligándolos a renunciar a sus creencias
Comenzó así una nueva batalla para el jóven Arzobispo, que veía torturar a sus sacerdotes, maltratar a sus hermanos y destruir las escuelas católicas.
Para dominar a este pueblo Croata, fiel a su religión, el Mariscal Tito le propone a Stepinac, que gozaba de gran prestigio, que se separe de Roma y forme una nueva iglesia, le pide que forme la «Iglesia Nacional», dependiente de la autoridad comunista, dándole poderes y riquezas. Pero no pudo tentar a un hombre íntegro desde la cuna y que había jurado fidelidad al Papa. No pudieron doblegarlo y tampoco pudieron callarlo ya que seguía denunciándolos públicamente. Entonces lo acusaron de colaborador nazi, formaron un absurdo tribunal e iniciaron un juicio que reprochó el mundo entero. A los defensores, nombrados por el gobierno se les otorgó seis días para examinar el caso. Los fiscales se tomaron mas de un año. A la defensa se le autorizó presentar 20 testigos de los cuales a 14 no se les permitió presentarse. Los fiscales tenían un numero ilimitado de testigos. La defensa no podía interrogarlos, pero sí los acusadores. A los abogados defensores se les permitió exponer sólo en 20 minutos, los acusadores tenían 2 días . A pesar de todas estas trabas se demostró su inocencia, pero leyes creadas especialmente para el juicio lo condenaron a 16 años de trabajo forzado.
La respuesta de Stepinac fué: «Yo se cual es mi deber. Con la Gracia Divina lo cumpliré hasta el final, sin odio contra nadie, pero también sin miedo a nadie». Toda la prensa mundial condenó a los jueces y al gobierno. ¿Cómo demostrar que es culpable aquel que merece el elogio universal? Después se supo de varios testigos que fueron encontrados torturados y otros muertos. Entonces presionaron a su madre para hacerlo callar. Esta se dirigió al jefe de policia exclamando «¿Por qué presiona a mi hijo para que mienta?» Cuando terminaron torturándola dijo entre llantos: «precisamente yo, tu madre te prohibo decir lo que te pidan. Piensa en tu alma y cállate, no digas una sola palabra».
El 29 de noviembre de 1951, el Papa Pio XII lo ordenó Cardenal estando preso en la carcel. Como seguía defendiendo a su patria y a los derechos de los pobres, y como no se lo podía matar porque toda la iglesia seguía su martirio, decidieron torturarlo silenciosamente. En la celda contigua instalaron unos aparatos de rayos x para radiarlo todas las noches y de esta forma debilitarlo poco a poco hasta provocarle una muerte dolorosa. Siguiendo el modelo de Cristo, soportó sin odio todo su martirio, ofreciendo su dolor por su pueblo.
Pudieron matarlo un 10 de febrero de 1960, pero no pudieron doblegarlo ni callarlo. Antes de morir declaró: «Al pueblo Croata en cuyo seno nací, he tratado de serle útil hasta donde me fué posible y ahora, en la hora de mi muerte, cuando las cosas se ven de un modo diferente que en otros momentos, le encomiendo encarecidamente que permanezca siempre fiel a su santa fe católica y a la Sede Apostólica de Pedro». Sus restos descansan, ahora en su patria, Croacia, en la Catedral de Zagreb a la que nunca pudo ingresar como cardenal, con un epitafio que reproduce sus propias palabras: «odiar la injusticia y amar la justica, esto ha sido mi regla». Fue beatificado por SS Juan Pablo II el 3 de octubre de 1998.
fuente: Instituto Cardenal Stepinac
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