Saint Pierre du Pont
16 de Diciembre 1997
Muy estimado Padre Antonio: Ha pasado un año desde que ingresé en este monasterio, ahora rompo mi silencio con esta carta. Son las ocho de la noche, pronto deberé de ir a la cama, ya que la campana y el hermano despertador nos levantarán a las tres de la mañana. Durante este domingo he estado pensando como mi vida ha ido caminando, sólo Dios sabe el porqué de tantos interrogantes, pero lo cierto es que el tiempo aquí es diferente, en el mundo nunca se detiene y sin embargo, en el monasterio se suspende en una especie de no tiempo, donde todo es presente.
Padre Antonio sólo se me permite tres cartas anuales. Escribí a mis padres y también tengo ilusión de hacerlo estas navidades, ahora el maestro de novicios me ha dado permiso para escribirle y lo hago antes de que llegue el adviento.
La vida monástica es más suave desde dentro que desde fuera, pero sobre todo es austera. Paso casi todo el día en soledad, en una celda en la ladera de una montaña, que esta formada por tres habitáculos: El Ave María, que es donde se come, se trabaja y se realiza la Lectio Divina. El dormitorio donde se encuentra una dura tabla que hace de cama, con dos mantas, y una gran cruz sobre la pared de madera. Y por último el oratorio, donde sólo hay dos iconos de la Madre de Dios y de Jesucristo. También la celda posee un pequeño jardín.
Aquí, entre esas paredes he pasado casi todo este año. El silencio, que a veces es aterrador se convierte en murmullo suave que me conduce a la fuente escondida que mana y corre, como diría San Juan de la Cruz. No puedo leer por obediencia más que el evangelio, y me paso días enteros rumiando sus palabras. A veces una sola frase me sirve de alimento para una semana. La repito con el corazón, en silencio, y como lluvia fina me va humedeciendo mi alma. Otras veces suelo escribirla y la pongo el oratorio en la pared, para mi mis ojos también participen cuando el corazón y los labios se silencian.
Don Antonio, en la vida contemplativa no se atisba el fruto de nuestra entrega y oración, pero creo que es ahí donde reside su fecundidad escondida. Sólo salimos de la celda dos veces: por la madrugada para el rezo de maitines, laudes y la Santa Misa y por la tarde para la oración de vísperas. El otro día cuando me dirigía a la Capilla para participar de la oración vespertina, por el camino oí un ruido extraño, paré mis pasos, y no vi nada, permanecí sin moverme unos segundos, y de pronto de tras de unas hojas secas apareció un hermoso pajarillo de colores que se escondía al oír mis pasos, entonces pensé que al igual que el pajarillo que se esconde, ahí está el misterio de esta vida.
Esconderse a los ojos del mundo, para vivir solo para Dios. En el misterio de no ser nada, de abrazar la cruz, con la esperanza de que nuestra pobre existencia será transformada. Muchas veces pienso que aunque a oscuras participamos ya de la vida del cielo.
Don Antonio, siempre tengo presente sus enseñanzas, pasar desapercibido, escoger siempre lo más humilde y lo que nadie quiere, estar siempre en el último lugar. No quejarme nunca de nada y todo por amor a Cristo. A veces me cuesta mucho, por mis propias fuerzas es imposible y le pido a Dios ayuda. Desde mi niñez padezco de muchos dolores de cabeza. Cuando me llega el dolor sonrío incluso cuando estoy en la Iglesia delante de Jesús Eucaristía. No quiero que ni Él se dé cuenta.
Hay muchas cosas que no entiendo de la vida del monasterio, todos los monjes son franceses excepto un americano de Nueva York, Intento guardarlo todo en mi corazón ofrecérselo a la Virgen. Estoy descubriendo la oración de Jesús, que la uno la lectio del evangelio. A veces, me parece que cuando duermo mi corazón invoca el Santo Nombre de Jesús como sacramento. Me siento sumergido como en un baluarte, todo se convierte en oración la vigilia y el sueño, no tengo palabras para explicarme. Tengo que luchar contra los pensamientos, que a veces me perturban, si me dejo guiar por ellos me hieren… Tres veces al día realizo el examen de conciencia, por la mañana; le expongo a Jesús mis faltas y mis pecados y le pido que me ayude a luchar contra ellos. Al medio día le pido perdón si lo he herido con mis pecados o mis faltas contra la disciplina monástica, intento hacer alguna penitencia y por la tarde como un niño en los brazos de su padre le doy gracias por toda su ternura hacia mí y le vuelvo a pedir misericordia por mis pecados.
Mis pensamientos debo comunicarlos al maestro de novicios, es una manera de despropiarme de mi vida y ser más pequeño.
El otro día, al final de la jornada, cuando la oscuridad se hace presente y sólo se ilumina la imagen de la Virgen. El canto de la salve de los monjes se elevaba y convertía en plegaria. Había tanta paz, tanto silencio… Mi corazón miraba a María… estaba dichoso y feliz como nunca había sentido la felicidad en esta tierra. Todo es gracia.
Bueno Don Antonio: Usted siempre quiso que fuera sacerdote pero dentro de mí corazón una voz me llama a seguir esta vida oculta y orante. Encomiéndeme cada vez que celebre la eucaristía para que nunca anteponga nada al Amor de Cristo.
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