Bendice a mis enemigos, Señor. Yo también los bendigo y no los maldigo.
Mis enemigos me han llevado a tus brazos más que mis amigos.
Mis amigos me han atado a la tierra, mis enemigos han hecho que me desprenda de ella y han destruido mis aspiraciones en este mundo.
Mis enemigos han hecho que sea un extranjero en los reinos de la tierra y que habite como forastero en este mundo.
Del mismo modo que un animal perseguido por los cazadores encuentra un refugio más seguro que un animal despreocupado, yo, perseguido por mis enemigos, encontré el santuario más seguro oculto bajo tu tabernáculo, donde ni amigos ni enemigos pueden matar mi alma.
Bendice a mis enemigos, Señor. Yo también los bendigo y no los maldigo.
Ellos han confesado mis pecados ante el mundo en mi lugar.
Me han castigado cuando yo he dudado en castigarme.
Me han atormentado, cuando he intentado huir de los sufrimientos.
Me han reprendido, cuando yo me envanecía.
Me han escupido, cuando estaba lleno de arrogancia.
Bendice a mis enemigos, Señor. Yo también los bendigo y no los maldigo.
Cuando me he creído sabio, me han llamado necio.
Cuando me he colocado por encima de los hombres, se han burlado de mí como si fuera un enano.
Cuando he querido ser el primero, me han postergado.
Cuando he corrido a enriquecerme, me lo han impedido con puño de hierro.
Cuando he pensado que podía dormir tranquilo, me han despertado de mi sueño
Cuando he intentado construirme una casa para pasar una vida larga y tranquila, la han derruido y me han echado de ella.
En verdad, mis enemigos me han liberado de las ataduras del mundo y han hecho que alargue la mano para tocar la orla de tu túnica.
Bendice a mis enemigos, Señor. Yo también los bendigo y no los maldigo.
Bendícelos y multiplícalos; multiplícalos y vuélvelos aún más contra mí, para que mi huida hacia ti sea sin retorno, mi esperanza en los hombres se desvanezca como una telaraña, una serenidad total empiece a reinar en mi alma, mi corazón se convierta en la tumba de esas dos malvadas hermanas, la arrogancia y la ira, pueda atesorar mi tesoro en el cielo y por fin me vea libre del autoengaño que me ha enredado en la terrible maraña de esta vida ilusoria.
Mis enemigos me han enseñado lo que casi nadie sabe: que el único enemigo que tiene un hombre en este mundo es él mismo.
Uno sólo odia a sus enemigos cuando no se da cuenta de que no son enemigos, sino amigos crueles.
Me resulta muy difícil decir quién me ha hecho más bien y quien me ha hecho más mal en este mundo: mis amigos o mis enemigos.
Por lo tanto, bendice, Señor, tanto a mis amigos como a mis enemigos.
Un siervo maldice a sus enemigos, porque no entiende, pero un hijo los bendice, porque sí que entiende y sabe que sus enemigos no pueden quitarle la vida. Por eso, anda sin miedo entre ellos y ruega por ellos a Dios.
Bendice a mis enemigos, Señor. Yo también los bendigo y no los maldigo.
Amén.
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