sábado, 5 de enero de 2013

LA LITURGIA ES CELEBRACIÓN DE LA FE



LA LITURGIA:

CELEBRACIÓN

DEL MISTERIO PASCUAL DE JESÚS

¿QUÉ ES LA LITURGIA?   
En palabras sencillas, podemos decir que la Liturgia es la celebración comunitaria de la fe, en la que los creyentes unidos a toda la Iglesia, nos encontramos con Dios, que se hace presente entre nosotros, y actualiza, renueva, y prolonga, los maravillosos acontecimientos de nuestra salvación.
La Liturgia no es un mero recuerdo de acontecimientos o acciones pasados. Todo lo contrario, la Liturgia actualiza dichos acontecimientos y acciones, los hace de nuevo presentes, y reaviva las gracias que ellos consiguieron para nosotros en el momento en que tuvieron lugar. 
En su desarrollo, la Liturgia emplea gestos y acciones simbólicas, signos y palabras especiales, que evocan los acontecimientos centrales de la vida de Jesús entre nosotros y sus acciones y palabras, los reviven y actualizan, por el poder del Espíritu Santo. Las celebraciones litúrgicas son verdaderos encuentros con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos comunica en ellos sus dones y gracias de salvación. 
LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS 
Las celebraciones litúrgicas de la Iglesia son esencialmente los Sacramentos. 
El origen de los Sacramentos está en los acontecimientos de la vida de Jesús y en sus milagros. Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público, eran ya salvíficas, es decir, daban la salvación, anticipaban la fuerza de su Misterio Pascual, su Pasión, Muerte y Resurrección y Ascensión al cielo, y anunciaban y preparaban aquello que Jesús daría a la Iglesia cuando todo se cumpliera. 
Después de su Resurrección, Jesús envió a los apóstoles para predicar el Evangelio y para que realizaran la obra de la Salvación que anunciaban, mediante los Sacramentos. “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que Yo les he mandado. Y he aquí que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 18-20). 
Después de Pentecostés, animados y fortalecidos por el Espíritu Santo, los apóstoles se convirtieron en signos sacramentales de Jesús, salieron a predicar por todas partes el Mensaje de su Maestro, tal y como El les había mandado, y comunicaron su poder a otros para que hicieran lo mismo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos lo cuenta: “Había enla Iglesia fundada en Antioquía profetas y maestros. Bernabé, Simeón llamado Niger, Lucio el cirenense, Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. Mientras estaban celebrando el culto al Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: ‘Sepárenme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado’. Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los enviaron” (Hechos de los Apóstoles 13, 1-3). 
Así, poco a poco, fue creciendo la Iglesia, y “los creyentes cada vez en mayor número, se adherían al Señor…” (Hechos de los Apóstoles 5, 14), recibían el Bautismo (cf. Hechos de los Apóstoles 2, 41) y luego la Imposición de las manos (Confirmación) que les comunicaba el Espíritu Santo (cf. Hechos de los Apóstoles 8, 17), y participaban en la Fracción del pan (Eucaristía) que todos los días realizaban en las casas (cf. Hechos de los Apóstoles 2, 42), siguiendo el ejemplo de Jesús. 
Actualmente los católicos continuamos esta tradición que nos viene de los apóstoles, nos reunimos en la iglesia, y orientados y dirigidos por los Ministros consagrados por el Sacramento del Orden, que presiden nuestra comunidad, celebramos nuestra fe en los Sacramentos, unidos íntimamente a la Iglesia Universal, extendida por todo el mundo.  
Santo Tomás afirma: “El sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la Pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud de la Pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera” (Santo Tomás citado por el Catecismo de la Iglesia Católica N. 1130).  
Los Sacramentos son signos sensibles, palabras y acciones, accesibles a nuestra capacidad humana de conocer, instituidos por Cristo y confiados a su Iglesia, que realizan eficazmente la gracia que significan, en virtud de la acción de Jesús y por el poder del Espíritu Santo. 
En los Sacramentos, Jesús Resucitado y glorificado a la derecha de Dios Padre, se hace presente entre nosotros, y nos comunica las gracias propias de cada Sacramento, haciendo así activa y operante la salvación que nos consiguió en su sacrificio de la cruz. 
En los Sacramentos Jesús Resucitado acontece en nosotros, obra en nosotros con todo supoder de Dios, es Dios en nosotros, y nos transforma desde dentro con su amor y su gracia, para que nosotros seamos cada vez más imagen suya, transparencia suya. 
La Iglesia nos enseña que los Sacramentos son siete: Bautismo, Confirmación, Penitencia o Confesión, Eucaristía o Comunión, Unción de los enfermos, Orden Sacerdotal y Matrimonio. 


“Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hechos de los Apóstoles 2, 42)
Las celebraciones litúrgicas que hacen de nuevo presentes los acontecimientos centrales de nuestra salvación y nos comunican las gracias que Jesús consiguió para nosotros con su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al cielo, involucran cuatro elementos o aspectos básicos que es preciso tener en cuenta. Esos elementos son:
1. ¿Quién celebra?
2. ¿Cómo se celebra?
3. ¿Cuándo se celebra?
4. ¿Dónde se celebra?
¿QUIÉN CELEBRA?
Lo primero que debemos afirmar es que las celebraciones litúrgicas no son celebraciones particulares, individuales. Todo lo contrario. Las celebraciones litúrgicas son “acción” del “Cristo total”, es decir, celebraciones de toda la comunidad cristiana, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, unida a su Cabeza, Jesús Resucitado.
Las celebraciones litúrgicas son celebraciones de todo el pueblo santo de Dios, de la Iglesia entera, convocada y ordenada bajo la dirección de los Obispos, sucesores de los Apóstoles y representantes de Cristo.
Pero no todos los que participan en una celebración litúrgica tienen la misma función. Existen diversas funciones o tareas, y cada uno de los participantes debe actuar conforme a la función que le es propia.
En primer lugar está quien PRESIDE la celebración. Su misión es convocar a la comunidad y dirigir la acción litúrgica, haciendo las veces de Cristo, Cabeza de la Iglesia. Para desempeñar esta función de presidir las celebraciones litúrgicas es necesario haber sido consagrado por el Sacramento del Orden Sacerdotal, en uno de sus grados: Episcopado, Presbiterado o Diaconado, según el caso particular.
En segundo lugar están quienes por el Bautismo participan del sacerdocio común de los fieles, pero que también han recibido del Obispo una función especial, un ministerio particular para el servicio de la comunidad. Son quienes colaboran en la celebración como “AYUDANTES” de quien preside, es decir del Obispo, el Sacerdote o el Diácono, y desempeñan el cargo de lectores, acólitos, comentadores o animadores de la asamblea, y los que forman el coro.
Y en tercer lugar estamos quienes constituimos la ASAMBLEA litúrgica, la asamblea que celebra. También nosotros participamos del sacerdocio común de los fieles, por el Sacramento del Bautismo, pero no tenemos ninguna función especial. Nuestra única tarea es ser el pueblo de Dios que alaba y bendice a su Señor, bajo la orientación de sus Pastores.
Los Ministros consagrados que presiden la celebración, los fieles que desempeñan un ministerio particular, y quienes constituimos la asamblea litúrgica, formamos un todo único que representa una porción de la Iglesia universal, pero que celebra en íntima comunión con Ella.
¿CÓMO SE CELEBRA?
Todas las celebraciones litúrgicas emplean signos y símbolos, gestos y acciones simbólicas, y palabras, como elementos fundamentales e imprescindibles.
LOS SIGNOS Y SÍMBOLOS EN LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
Los signos y los símbolos son absolutamente necesarios para los hombres como seres corporales y espirituales a la vez. Los hombres necesitamos de ellos para comunicarnos, para percibir y expresar las realidades espirituales, y para establecer y desarrollar nuestras relaciones con Dios.
Una celebración litúrgica sacramental, como su mismo nombre lo dice, está tejida de signos y símbolos, los cuales tienen su origen en la creación, en la Antigua Alianza de Dios con Israel, en las acciones de Jesús y en la misma cultura humana.
Dios nos habla a los seres humanos a través de la creación visible, y la creación a su vez nos habla de Dios y simboliza su grandeza y su proximidad. Las realidades sensibles de la creación, son lugar de expresión de la acción de Dios en favor nuestro, y también, expresión de nuestras acciones de culto a Dios. El agua, la luz, el fuego, el viento, son elementos de la creación que, dadas ciertas circunstancias, llegan a significar la obra de Dios en nosotros.
Igual cosa sucede con los signos y símbolos de nuestra vida social. Lavar, ungir, partir el pan, compartir la copa, pueden expresar la presencia santificante de Dios y nuestra gratitud hacia El.
Cuando Dios selló la Alianza con el Pueblo de Israel, su pueblo, lo hizo por medio de signos, que recordaran siempre a Israel su pertenencia exclusiva a El. Algunos de estos signos de la Antigua Alianza son: la circuncisión, la unción y consagración de los reyes y sacerdotes, los sacrificios, la imposición de las manos, y sobre todo, la celebración de la Pascua.
En su predicación, Jesús se sirvió con frecuencia de los signos de la creación, para dar a conocer a sus oyentes los misterios del Reino de Dios, habló de la semilla, de la mostaza, de la levadura, del agua viva, de la luz, de la sal. En sus curaciones empleó signos materiales o gestos simbólicos como la imposición de las manos, la saliva, el barro, entre otros. Y con su misma vida dio un nuevo sentido a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Éxodo y a la Pascua.
A partir de  Pentecostés,  el Espíritu Santo  realiza la santificación  de los hombres a través de los signos sacramentales de su Iglesia.
En las celebraciones litúrgicas sacramentales, la Iglesia integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana, dándoles la dignidad de signos de la gracia que Dios nos comunica en Jesucristo. Es el caso, por ejemplo del agua y la luz en el Bautismo, la unción con el aceite perfumado en la Confirmación y el Orden Sacerdotal, la comida del pan y el vino en la Eucaristía, y la imposición de las manos también en la Confirmación y el Orden Sacerdotal.  
LAS PALABRAS Y ACCIONES EN LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
Íntimamente unidas a los signos y símbolos en las celebraciones litúrgicas, están las palabras y los gestos y acciones simbólicas. Toda celebración sacramental es un encuentro con Dios nuestro Padre, en Cristo-Jesús, y por el Espíritu Santo, y este encuentro se hace diálogo, mediante las acciones y las palabras.  
Las celebraciones sacramentales integran y vivifican los signos y símbolos y las acciones simbólicas con expresiones o fórmulas especiales, que hacen presente y actuantes los acontecimientos de nuestra salvación. Cada celebración litúrgica sacramental tiene su “fórmula” particular, que, pronunciada por el Ministro celebrante, produce en quien recibe el Sacramento, la gracia que le es propia. Así ocurre, por ejemplo, en la celebración de la Eucaristía, en la que el Sacerdote que preside y celebra en nombre de Jesús, repite las palabras de la Ultima Cena: “Tomen y Coman, esto es mi cuerpo… Tomen y beban, esta es mi Sangre… Hagan esto en recuerdo mío…” (cf. Mateo 26, 26-28; Marcos 14, 22-24; Lucas 22, 19-20).
La Palabra de Dios es un elemento integrante e imprescindible en las celebraciones sacramentales, por eso Ella misma y todos los signos que hacen relación a Ella deben ser resaltadas adecuadamente. El Espíritu Santo permite que la Palabra de Dios sea comprendida, suscita la fe de quienes participan en la celebración, y realiza las maravillas de Dios que son anunciadas por Ella.

¿CUÁNDO SE CELEBRA?
La acción salvadora de Jesús tuvo lugar en el tiempo; es por eso que las celebraciones litúrgicas involucran también el tiempo como elemento fundamental del que es imposible prescindir.
EL TIEMPO LITÚRGICO
Desde que se constituyó como pueblo, bajo la guía de Moisés, Israel tuvo fiestas fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las acciones maravillosas de Dios en su favor, para darle gracias por ellas, y para perpetuar su recuerdo y enseñar a las nuevas generaciones a conformar con ellas su conducta.
Actualmente, la Iglesia, heredera del pueblo de Dios, también celebra fiestas especiales que hacen presente nuevamente entre nosotros, el Misterio de Jesús, Misterio de Salvación. El eje de estas fiestas de la Iglesia es la Pascua del Señor, que es el centro de toda la historia humana. El Concilio Vaticano II nos dice respecto a esto: “La Santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de la salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana, en el día que llamó “del Señor”, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo… Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia y la salvación” (Sacrosanctum Concilium N. 102).
EL DÍA DEL SEÑOR
Desde la época de los apóstoles, la Iglesia celebra el domingo, el primer día de la semana, día de la resurrección de Jesús, como el “día del Señor”. El centro de la celebración del domingo, es la Eucaristía, porque en ella es donde la comunidad de los creyentes se encuentra con el Señor resucitado.
El Concilio Vaticano II nos dice: El domingo es el día por excelencia de la asamblea litúrgica, en el que los fieles “deben reunirse para, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias a Dios, que los hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (Sacrosanctum Concilium N. 106).El domingo es también el día del descanso del trabajo y del compartir con la familia, para comenzar la semana con nuevas fuerzas espirituales y físicas.
EL AÑO LITÚRGICO
El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único Misterio Pascual de Jesús. Comienza con el Tiempo de Adviento que prepara las fiestas de Navidad en las que celebramos el Misterio de la Encarnación de Jesús y el comienzo de nuestra salvación; continúa con la Cuaresma que prepara la celebración del Misterio Pascual; tiene su centro en el Triduo Pascual que rememora la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión gloriosas de Jesús; y se desarrolla en el Tiempo Pascual, que termina el día de Pentecostés, e ilumina con su luz al llamado Tiempo Ordinario durante el año, en el cual se reviven los distintos momentos de la vida y la predicación del Señor.
La Fiesta de la Pascua es llamada “fiesta de las fiestas”, “solemnidad de las solemnidades”, y es considerada como “un gran domingo”.
EL SANTORAL EN EL AÑO LITÚRGICO
Dentro del año litúrgico existen algunos días especiales, en los cuales la Iglesia venera con particular amor a María, uniéndola al Misterio Salvador de Jesús, y reconociéndola como luz y modelo para sí misma.
Igualmente, otros días la Iglesia hace memoria especial de algunos mártires y santos, quienes con su vida proclamaron el Misterio Pascual de Jesús, y los propone a los fieles como ejemplos para seguir e intercesores ante Dios.
¿DÓNDE SE CELEBRA?
En la Nueva Alianza, el culto que la Iglesia rinde a su Señor, no está ligado a un lugar exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada por Dios a los hombres.
Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no es impedido, los cristianos construimos edificios destinados a realizar este culto, los cuales reciben el nombre de iglesias. Las iglesias son llamadas también “casa de oración” y “casa de Dios”. El Concilio Vaticano II nos dice sobre ellas: “En la casa de oración se celebra y se reserva la Sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera para ayuda y consuelo de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Esta casa de oración debe ser hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones sagradas” (Presbyterorum Ordinis N.5).
En la iglesia se destacan como sitios de especial importancia: el Altar, el Tabernáculo o Sagrario, la Sede, el Ambón y la Pila Bautismal.
El Altar es el centro de la iglesia. En él se hace presente el Sacrificio de Jesús en la cruz, bajo las especies eucarísticas. El Tabernáculo o Sagrario es el lugar en el que se guarda el Santísimo. Debe estar en un sitio preferencial y tener gran seguridad. La Sede o Cátedra es el lugar desde el cual el Obispo o el Sacerdote, preside la primera parte de la Celebración Eucarística. El Ambón es el lugar desde donde se proclama la Palabra de Dios. La Pila Bautismal es el sitio especial para la celebración del Bautismo.
Toda la iglesia debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración silenciosa.


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