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Basilio Magno,
Santo |
Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de
los santos Basilio Magno y Gregorio Nazianceno, obispos y doctores de la
Iglesia. Basilio, obispo de Cesarea de Capadocia (hoy en Turquía), apellidado
“Magno” por su doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes la meditación de la
Escritura, el trabajo en la obediencia y la caridad fraterna, ordenando su vida
según las reglas que él mismo redactó. Con sus egregios escritos educó a los
fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor de los pobres y de los
enfermos. Falleció el día uno de enero de 379. Gregorio, amigo suyo, fue obispo
de Sancina, en Constantinopla y, finalmente, de Nacianzo. Defendió con
vehemencia la divinidad del Verbo, mereciendo por ello ser llamado “Teólogo”. La
Iglesia se alegra de celebrar conjuntamente la memoria de tan grandes doctores.
(379)
Etimológicamente: Basilio = Aquel que es un rey, es
de origen griego.
BASILIO nació en Cesarea, la capital de
Capadocia, en el Asia Menor, a mediados del año 329. Por parte de padre y de
madre, descendía de familias cristianas que habían sufrido persecuciones y,
entre sus nueve hermanos, figuraron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la
Joven y
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Basilio Magno,
Santo |
San Pedro de Sebaste. Su padre, San
Basilio el Viejo, y su madre, Santa Emelia, poseían vastos terrenos y Basilio
pasó su infancia en la casa de campo de su abuela, Santa Macrina, cuyo ejemplo y
cuyas enseñanzas nunca olvidó. Inició su educación en Constantinopla y la
completó en Atenas. Allá tuvo como compañeros de estudio a San Gregorio
Nacianceno, que se convirtió en su amigo inseparable y a Juliano, que más tarde
sería el emperador apóstata.
Basilio y Gregorio Nacianceno, los dos
jóvenes capadocios, se asociaron con los más selectos talentos contemporáneos y,
como lo dice éste último en sus escritos, “sólo conocíamos dos calles en la
ciudad: la que conducía a la iglesia y la que nos llevaba a las escuelas”. Tan
pronto como Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle, regresó
a Cesárea. Ahí pasó algunos años en la enseñanza de la retórica y, cuando se
hallaba en los umbrales de una brillantísima carrera, se sintió impulsado a
abandonar el mundo, por consejos de su hermana mayor, Macrina. Esta, luego de
haber colaborado activamente en la educación y establecimiento de sus hermanas y
hermanos más pequeños, se había retirado con su madre, ya viuda, y otras
mujeres, a una de las casas de la familia, en Annesi, sobre el río Iris, para
llevar una vida comunitaria.
Fue entonces, al parecer, que Basilio
recibió el bautismo y, desde aquel momento, tomó la determinación de servir a
Dios dentro de la pobreza evangélica. Comenzó por visitar los principales
monasterios de Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, con el propósito de
observar y estudiar la vida religiosa. Al regreso de su extensa gira, se
estableció en un paraje agreste y muy hermoso en la región del Ponto, separado
de Annesi por el río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la plegaria
y al estudio. Con los discípulos, que no tardaron en agruparse en torno suyo,
entre los cuales figuraba su hermano Pedro, formó el primer monasterio que hubo
en el Asia Menor, organizó la existencia de los religiosos y enunció los
principios que se conservaron a través de los siglos y hasta el presente
gobiernan la vida de los monjes en la Iglesia de oriente. San Basilio practicó
la vida monástica propiamente dicha durante cinco años solamente, pero en la
historia del monaquismo cristiano tiene tanta importancia como el propio San
Benito.
Lucha contra la herejía arriana
Por aquella época,
la herejía arriana estaba en su apogeo y los emperadores herejes perseguían a
los ortodoxos. En el año 363, se convenció a Basilio para que se ordenase
diácono y sacerdote en Cesárea; pero inmediatamente, el arzobispo Eusebio tuvo
celos de la influencia del santo y éste, para no crear discordias, volvió a
retirarse calladamente al Ponto para ayudar en la fundación y dirección de
nuevos monasterios. Sin embargo Cesárea lo necesitaba y lo reclamó. Dos años más
tarde, San Gregorio Nacianceno, en nombre de la ortodoxia, sacó a Basilio de su
retiro para que le ayudase en la defensa de la fe del clero y de las Iglesias.
Se llevó a cabo una reconciliación entre Eusebio y Basilio; éste se quedó en
Cesárea como el primer auxiliar del arzobispo; en realidad, era él quien
gobernaba la Iglesia, pero empleaba su gran tacto para que se diera crédito a
Eusebio por todo lo que él realizaba. Durante una época de sequía a la que
siguió otra de hambre, Basilio echó mano de todos los bienes de todos los bienes
que le había heredado su madre, los vendió y distribuyó el producto entre los
más necesitados; mas no se detuvo ahí su caridad, puesto que también organizó un
vasto sistema de ayuda, que comprendía a las cocinas ambulantes que él mismo,
resguardado con un delantal de manta y cucharón en ristre, conducía por las
calles de los barrios más apartados para distribuir alimentos a los pobres.
Obispo de Cesárea
El año de 370 murió Eusebio y, a pesar
de la oposición que se puso de manifiesto en algunos poderosos círculos, Basilio
fue elegido para ocupar la sede arzobispal vacante. El 14 de junio tomó
posesión, para gran contento de San Atanasio y una contrariedad igualmente
grande para Valente, el emperador arriano. El puesto era muy importante y, en el
caso de Basilio, muy difícil y erizado de peligros, porque al mismo tiempo que
obispo de Cesárea, era exarca del Ponto y metropolitano de cincuenta
sufragáneos, muchos de los cuales se habían opuesto a su elección y mantuvieron
su hostilidad, hasta que Basilio, a fuerza de paciencia y caridad, se conquistó
su confianza y su apoyo.
Antes de cumplirse doce meses del nombramiento
de Basilio, el emperador Valente llegó a Cesárea, tras de haber desarrollado en
Bitrina y Galacia una implacable campaña de persecuciones. Por delante suyo
envió al prefecto Modesto, con la misión de convencer a Basilio para que se
sometiera o, por lo menos, accediera a tratar algún compromiso. Varios habían
renegado por miedo, pero nuestro santo le respondió:
¿Qué me vas a
poder quitar si no tengo ni casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los
pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré un
día de tormentos sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Qué me vas a
desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde
esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento . . .
El
gobernador respondió admirado: “Jamás nadie me había contestado así”. Y Basilio
añadió: “Es que jamás te habías encontrado con un obispo”.
El emperador
Valente se decidió en favor de exilarlo y se dispuso a firmar el edicto; pero en
tres ocasiones sucesivas, la pluma de caña con que iba a hacerlo, se partió en
el momento de comenzar a escribir. El emperador quedó sobrecogido de temor ante
aquella extraordinaria manifestación, confesó que, muy a su pesar, admiraba la
firme determinación de Basilio y, a fin de cuentas, resolvió que, en lo
sucesivo, no volvería a intervenir en los asuntos eclesiásticos de Cesárea.
Pero apenas terminada esta desavenencia, el santo quedó envuelto en una
nueva lucha, provocada por la división de Capadocia en dos provincias civiles y
la consecuente reclamación de Antino, obispo de Tiana, para ocupar la sede
metropolitana de la Nueva Capadocia. La disputa resultó desafortunada para San
Basilio, no tanto por haberse visto obligado a ceder en la división de su
arquidiócesis, como por haberse malquistado con su amigo San Gregorio
Nacianceno, a quien Basilio insistía en consagrar obispo de Sasima, un miserable
caserío que se hallaba situado sobre terrenos en disputa entre las dos
Capadocias. Mientras el santo defendía así a la iglesia de Cesárea de los
ataques contra su fe y su jurisdicción, no dejaba de mostrar su celo
acostumbrado en el cumplimiento de sus deberes pastorales. Hasta en los días
ordinarios predicaba, por la mañana y por la tarde, a asambleas tan numerosas,
que él mismo las comparaba con el mar. Sus fieles adquirieron la costumbre de
comulgar todos los domingos, miércoles, viernes y sábados. Entre las prácticas
que Basilio había observado en sus viajes y que más tarde implantó en su sede,
figuraban las reuniones en la iglesia antes del amanecer, para cantar los
salmos. Para beneficio de los enfermos pobres, estableció un hospital fuera de
los muros de Cesárea, tan grande y bien acondicionado, que San Gregorio
Nacianceno lo describe como una ciudad nueva y con grandeza suficiente para ser
reconocido como una de las maravillas del mundo. A ese centro de beneficencia
llegó a conocérsela con el nombre de Basiliada, y sostuvo su fama durante mucho
tiempo después de la muerte de su fundador. A pesar de sus enfermedades
crónicas, con frecuencia realizaba visitas a lugares apartados de su residencia
episcopal, hasta en remotos sectores de las montañas y, gracias a la constante
vigilancia que ejercía sobre su clero y su insistencia en rechazar la ordenación
de los candidatos que no fuesen enteramente dignos, hizo de su arquidiócesis un
modelo del orden y la disciplina eclesiásticos.
No tuvo tanto éxito en
los esfuerzos que realizó en favor de las iglesias que se encontraban fuera de
su provincia. La muerte de San Atanasio dejó a Basilio como único paladín de la
ortodoxia en el oriente, y éste luchó con ejemplar tenacidad para merecer ese
título por medio de constantes esfuerzos para fortalecer y unificar a todos los
católicos que, sofocados por la tiranía arriana y descompuestos por los cismas y
la disensiones entre sí, parecían estar a punto de extinguirse. Pero las
propuestas del santo fueron mal recibidas, y a sus desinteresados esfuerzos se
respondió con malos entendimientos, malas interpretaciones y hasta acusaciones
de ambición y de herejía. Incluso los llamados que hicieron él y sus amigos al
Papa San Dámaso y a los obispos occidentales para que interviniesen en los
asuntos del oriente y allanasen las dificultades, tropezaron con una casi
absoluta indiferencia, debido, según parece, a que ya corrían en Roma las
calumnias respecto a su buena fe. “¡Sin duda a causa de mis pecados, escribía
San Basilio con un profundo desaliento, parece que estoy condenado al fracaso en
todo cuanto emprendo!"”
Sin embargo, el alivio no había de tardar, desde
un sector absolutamente inesperado. El 9 de agosto de 378, el emperador Valente
recibió heridas mortales en la batalla de Adrianópolis y, con el ascenso al
trono de su sobrino Graciano, se puso fin al ascendiente del arrianismo en el
oriente. Cuando las noticias de estos cambios llegaron a oídos de San Basilio,
éste se encontraba en su lecho de muerte, pero de todas maneras le
proporcionaron un gran consuelo en sus últimos momentos. Murió el 1º de enero
del año 379, a la edad de cuarenta y nueve años, agotado por la austeridad en
que había vivido, el trabajo incansable y una penosa enfermedad. Toda Cesárea
quedó enlutada y sus habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector;
los paganos, judíos y cristianos se unieron en el duelo.
San Gregorio
Nacianceno, Arzobispo de Constantinopla, en el día del entierro: “Basilio santo,
nació entre santos. Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio hijo de
mártires, sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con
sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos
admirables”.
Setenta y dos años después de su muerte, el Concilio de
Calcedonia le rindió homenaje con estas palabras: “El gran Basilio, el ministro
de la gracia quien expuso la verdad al mundo entero indudablemente que fue uno
de los más elocuentes oradores entre los mejores que la Iglesia haya tenido; sus
escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus doctores.
San Basilio de Cesarea (ca. 330 - 1 de enero, 379), llamado Basilio el Magno (griego: Μέγας Βασίλειος), fue obispo de Cesarea, y preeminente clérigo del siglo IV. Es santo de la Iglesia Ortodoxa y uno de los cuatro Padres de la Iglesia Griega, junto con San Atanasio, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo. Basilio, Gregorio Nacianceno, y Gregorio de Nisa (hermano de Basilio) son denominados Padres Capadocios. Es santo y doctor de la Iglesia Católica.
San Basilio es el nombre que en la tradición griega lleva Papá Noel. Es él quien se cree que visita a los niños el primero de enero (cuando tiene Basilio su festividad). Se corresponde con San Nicolás que aparece el día de Navidad, o con los Reyes Magos, que llegan el 6 de enero.
Biografía
Basilio nació alrededor del año 330 en Cesarea, Capadocia. Provenía de una familia acomodada y piadosa en la que hubo varios santos, entre ellos están su padre, también llamado Basilio, su madre Emelia, abuela Macrina la Mayor, hermana Macrina la Joven y hermanos Gregorio de Nisa y Pedro de Cesarea, que llegó a ser obispo de Sebaste. Algunos historiadores de la Iglesia han sugerido que Teosebia –que también es santa para la Iglesia Ortodoxa Oriental– fue su hermana menor.
Cuando aún era un niño su familia se trasladó a Ponto, pero pronto volvieron a Capadocia, a vivir con familiares de su madre, y según parece estuvieron al cuidado de su abuela Macrina. Ávido de saber, se trasladó a Constantinopla. Vivió allí y en Atenas unos cuatro o cinco años. En este último lugar tuvo como compañero de estudios a Gregorio Nacianceno, y entabló amistad con el que llegaría a ser emperador Juliano el Apóstata. Ambos estuvieron profundamente influenciados por Orígenes. Entre ambos escribieron una Antología llamada Philokalia.
Fue en Atenas donde comenzó a pensar seriamente en la religión y se decidió a buscar a los más famosos santos eremitas de Siria y Arabia para aprender de ellos el modo de alcanzar un estado de ferviente piedad y de mantener su cuerpo sometido mediante el ascetismo, lo que solía denominar “una vida filosófica”.
Después de esto lo encontramos al frente de un convento cerca de Arnesi en Ponto, donde su madre Emelia, ya viuda, su hermana Macrina y otras mujeres se dedican a una piadosa vida de oración y obras de caridad. Eustacio de Sebaste ya había trabajado en Ponto a favor de una vida anacoreta, y Basilio le reverenciaba por ello, a pesar de que diferían sobre algunos aspectos dogmáticos, lo que poco a poco fue distanciándoles. Tomando partido desde el principio y en el Concilio de Constantinopla con los homoousianos, Basilio coincidió especialmente con los que superaron la aversión al homoousios oponiéndose al arrianismo, y de este modo aproximándose a Atanasio de Alejandría. Al igual que Atanasio, se opuso también a la herejía macedoniana.
Asimismo se distanció de su obispo, Dionisio de Cesarea, que únicamente había suscrito la forma de acuerdo de Nicea, y con el que se reconcilió sólo cuando éste estaba a punto de morir. Fue ordenado presbítero de la Iglesia de Cesarea en 365; su ordenación fue probablemente consecuencia de los ruegos de sus superiores eclesiásticos, que deseaban utilizar su talento contra los arrianos, ya que, en esa parte del país, eran numerosos y gozaban del favor del emperador arriano, Valente, que reinaba en esa época en Constantinopla.
En 370 muere Eusebio, obispo de Cesarea, y Basilio fue elegido para sustituirle. Fue entonces cuando se pudieron apreciar sus grandes dotes. Cesarea era una importante diócesis, y su obispo era, ex officio, exarca de la gran diócesis de Ponto. Apasionado y un tanto imperioso, Basilio también era generoso y accesible. Su celo por la ortodoxia no le impedía advertir las virtudes de sus adversarios; y por mor de la paz y la caridad renunciaba sin dificultad a utilizar la terminología ortodoxa cuando ello era posible sin sacrificar la verdad. Resistió con todo su poder al emperador Valente, que se esforzó en introducir el arrianismo en su diócesis, e impresionó tanto al emperador, que aunque estuvo tentado a eliminar al intratable obispo, terminó por dejarle tranquilo.
Para salvar a la Iglesia del arrianismo, Basilio inició contactos con Occidente, y mediante la ayuda de Atanasio, intentó superar sus recelos hacia los homoiousianos. Las dificultades habían aumentado al plantear la cuestión de la esencia del Espíritu Santo. A pesar de que Basilio había defendido con objetividad la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo, se sumaba aquellos que, fieles a la tradición oriental, no admitían el predicado homoousios al tercero; esto se le había reprochado ya en 371 por los zelotes ortodoxos, que había entre los monjes, y Atanasio lo defendió. Mantuvo su relación con Eustacio a pesar de las diferencias dogmáticas, lo que provocó ciertos recelos. Por otra parte, Basilio fue gravemente ofendido por los defensores del homoousioanismo, que a él le parecían estar reviviendo la herejía sabeliana.
No vivió para ver el final de las desafortunadas controversias entre facciones, y el éxito absoluto de sus esfuerzos para mediar entre Roma y Oriente. Sufrió una enfermedad del hígado; lo que le produjo una muerte prematura. Un perdurable monumento a su dedicación episcopal hacia los pobres fue el gran instituto ante las puertas de Cesarea que fue utilizado como casa para los pobres, hospital y hospicio.
Escritos
Los principales escritos teológicos de Basilio son su De Spiritu Sancto, una lúcida y edificante reflexión sobre la Escritura y la tradición cristiana primitiva (para probar la dignidad del Espíritu Santo) y su Refutación de la apología del impío Eunomio, escrito en 363 ó 364, tres libros contra Eunomio de Cícico, el máximo exponente del arrianismo anomeo. Los tres primeros libros de la Refutación son obra suya, los libros cuarto y quinto, que suelen también incluirse, no pertenecen a Basilio o a Apolinaris de Laodicea, sino probablemente a Dídimo de Alejandría.
Fue célebre predicador; se han conservado muchas de sus homilías, incluyendo una serie de sermones cuaresmales sobre el Hexameron. Algunos como el dedicado contra la usura y el referido al hambre, de 368, resultan de valor para la historia de la moral; otros muestran los honores que hay que rendir a mártires y reliquias. Sus incitaciones para que los jóvenes estudiaran literatura clásica, muestran que su propia educación tuvo una perdurable influencia sobre él, y que le enseñó a apreciar la importancia propedéutica de los clásicos.
Su inclinación hacia el ascetismo puede verse en las Moralia y Regulae, manuales de ética para utilizar respectivamente en el mundo y en el claustro. De las reglas monásticas atribuidas a Basilio, la más breve de todas es la que más probablemente es obra suya.
Es en los manuales de ética y en los sermones morales donde se ilustran los aspectos prácticos de su teología teorética. Así, por ejemplo, es en su Sermón a los lazicanos donde encontramos que es nuestra naturaleza común la que nos obliga a tratar las necesidades de nuestros vecinos (v.gr.: hambre, sed) como si fueran nuestras, a pesar de que se trate de un individuo diferenciado. Posteriormente los teólogos explican explícitamente que esto es un ejemplo de cómo los santos se convierten en imagen de la naturaleza común de las personas de la Trinidad.
Sus trescientas cartas muestran un carácter rico y observador, que a pesar de los problemas derivados de su endeble salud y de sus vicisitudes eclesiásticas, permaneció optimista, tierno e incluso juguetón. Sus principales esfuerzos como reformador se dirigieron al mejoramiento de la liturgia, y a la reforma de las órdenes monásticas orientales.
La mayor parte de las liturgias que llevan el nombre de Basilio, en la forma presente, no son obra suya, sin embargo, mantienen reminiscencias de su actividad en este campo, al establecer fórmulas para las oraciones de la liturgia y al promover el canto en la misa. Hay una liturgia que puede serle atribuida, se trata de La divina liturgia de Basilio el Grande, una liturgia que es algo más larga que la más celebrada Divina liturgia de Juan Crisóstomo; todavía es utilizada en determinadas festividades en la Iglesia Católica Ucraniana y en la Iglesia Ortodoxa Oriental, tales como el domingo de cuaresma.
Todas sus obras, así como unas pocas falsamente atribuidas, están disponibles en Patrologia Graeca, que incluye traducciones latinas de calidad variable. Aún no hay ninguna edición crítica disponible.
Enlaces externos
Perteneció a una familia
de santos. Su abuelo murió mártir en la persecución. La abuela fue Santa
Macrina. La mamá: Santa Amelia. La hermana también fue santa. Sus hermanos San
Pedro obispo de Sebaste y San Gregorio Niceno. Su mejor amigo San Gregorio
Nacianceno (el otro santo que se celebra este día).
Basilio significa: "Rey". Nació en Cesarea de Turquía el año
329. Estudió en Atenas y Constantinopla.
Al ver que su hermana Santa Macrina había fundado un monasterio
de monjas y que éstas progresaban mucho en santidad, Basilio se fue a Egipto a
aprender de los monjes del desierto el modo de vivir como monje, en soledad; y
al volver de allá se hizo monje y redactó sus famosas "Constituciones" que son
la primera Regla de vida que se escribió para los religiosos. En ellas enseña
cómo vivir en oración, estudio, buenas lecturas y trabajos manuales en un
monasterio y cómo hacerse santo en la vida religiosa. En esas "Constituciones"
se han basado los más famosos fundadores de Comunidades para redactar los
Reglamentos de sus Congregaciones.
Basilio fue elegido Arzobispo de Cesarea, y el delegado del
gobierno quiso hacerle renegar de la fe. Varios habían renegado por miedo. Pero
nuestro santo le respondió: ¿Qué me vas a poder quitar si no tengo casas ni
bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es
tan débil mi salud que no resistiré ni un día de tormentos sin morir y no podrás
seguir atormentándome. ¿Que me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me
destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me
sentiré contento… El gobernador le respondió admirado: "Jamás nadie me había
contestado así". Y Basilio añadió: "Es que jamás te habías encontrado con un
obispo". El gobernante no se atrevió a castigarlo porque le pareció que era un
gran santo, y porque todo el pueblo lo veneraba inmensamente.
Por su oratoria maravillosa, por sus admirables escritos y por
las muchísimas obras que hizo en favor del pueblo, fue llamado "Basilio el
Grande". Era amado por cristianos, judíos y paganos. San Gregorio decía: "Cada
vez que leo un escrito de Basilio, siento que el Espíritu Santo transforma mi
alma". Sus escritos tienen lo que se llama "Unción", o sea la cualidad especial
de que conmueven al que los lee.
Además de su arrebatadora elocuencia, Basilio tenía una
asombrosa actividad en favor de los necesitados. Fue al primero que se le
ocurrió fundar por allí un Hospital para pobres y un ancianato. Todo, todo lo
que llegaba lo regalaba a los necesitados.
Estudió mucho la Biblia y sus sermones están llenos de frases
de la Sagrada Escritura. Y era especializado en filosofía y en literatura y así
sus escritos están redactados de una manera muy sabia y agradable.
Se conservan unas 365 cartas suyas, muy hermosas y de
provechosa lectura para el alma.
Su pensamiento dominante después del amor a Dios, era ayudar y
hacer que otros ayudaran a los pobres. De San Basilio son aquellas famosas
palabras: "Óyeme cristiano que no ayudas al pobre: tú eres un verdadero ladrón.
El pan que no necesitas le pertenece al hambriento. Los vestidos que ya no usas
le pertenecen al necesitado. El calzado que ya no empleas le pertenece al
descalzo. El dinero que gastas en lo que no es necesario es un robo que le estás
haciendo al que no tiene con que comprar lo que necesita. Si pudiendo ayudar no
ayudas, eres un verdadero ladrón".
Trabajaba y escribía sin cesar. La gente decía: "El obispo
Basilio predica a todas horas: en las misas, en las reuniones, en las
catequesis, y cuando no está hablando con sus labios, está predicando con las
buenas obras que hace en favor de los demás".
Y eso a pesar de la salud tan débil que tenía. Sufría de
hepatitis, la cual no le permitía casi alimentarse, hasta tal punto que su piel
llegó a tocar sus huesos.
Murió el 1o. De Enero del año 379 cuando sólo tenía 49 años y
fue sepultado el 2 de enero, en medio de un gentío tan grande y unos lloros tan
impresionantes como nunca se habían presenciado en aquella ciudad capital.
Todos sus escritos y sus sermones tiene por fin hacer que la
gente ame más a Dios y se vuelva más santa. Por eso es considerado como el
primer escritor ascético del oriente (ascética es la ciencia que enseña a
dominarse a sí mismo y a ser santo).
San Gregorio Niacianceno, Arzobispo de Constantinopla, dijo en
su discurso el día del entierro: "Basilio santo, nació entre los santos. Basilio
pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio, hijo de mártires sufrió como un
mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y
seguirá predicando siempre con sus escritos admirables".
San Basilio el Grande: ¡Ruega por nosotros!
San
Gregorio de Nacianzo (329 – 390).
Nace el año 329 de padres piadosos, en Capadocia. Su padre
fue elegido obispo de la ciudad de Nacianzo y tuvo cuidado de que su hijo fuese
educado en las mejores escuelas y academias de la antigüedad.
Casi diez años pasó Gregorio en Atenas como estudiante y allí cultivó una
fiel amistad con Basilio y desarrolló, a la vez, su capacidad para la poesía,
literatura y retórica. No cedió a la tentación de vivir entre la vanidad de
oradores y filósofos, sino que promovió una profunda vida religiosa, junto con
su amigo Basilio.
Al regresar a Nacianzo recibió el Bautismo de manos de su propio padre y,
algo más tarde, el Orden sacerdotal para poder ayudarle en la pastoral de la
diócesis. Como estaba vacante una diócesis en Asia Menor, su amigo Basilio, ya
obispo lo promovió a la dignidad episcopal de esta sede. Gregorio no cumplió con
este compromiso y huyó a la soledad de la vida de ermitaño.
Por su gran erudición teológica y sus claros conocimientos en la discutida
cristología de los primeros siglos, fue escogido por el Concilio de
Constantinopla del año 381 como obispo de esa metrópoli.
Su carácter, demasiado sensible, no soportó las dificultades de la
administración de una diócesis. Por segunda vez, renunció a su cargo episcopal y
se retiró a Arianz, donde se dedicó a la meditación de los misterios de
Dios.
Cuando murió, en el año 390, nos dejó 44 sermones y 244 cartas, que tratan,
en especial, sobre la verdadera divinidad del Espíritu Santo y la dignidad de la
Virgen como Madre de Dios.
Su inspiración poética nos regaló unos cuatrocientos poemas. Sus sermones y
escritos dejaron un tesoro de testimonio ortodoxo, en un tiempo de mucha
confusión y lucha.
Con Basilio y el hermano menor de Basilio, que se llama Gregorio de Nisa, los
tres recibieron el título de los "Tres capadocios".
Uno de los tres Padres Capadocios; Padre del
monasticismo oriental; Arzobispo de Cesárea; Patrón de administradores
de hospitales .
Nació en Cesárea de
Capadocia, de familia cristiana; hombre de gran cultura y virtud, comenzó a
llevar vida eremítica, pero el año 370 fue elevado a la sede episcopal de su
ciudad natal.
Es considerado como el
primer escritor ascético del oriente.
Combatió a los arrianos;
escribió excelentes obras y sobretodo reglas monásticas, que rigen aún hoy en
muchos monasterios del Oriente.
Murió el día 1 de enero
del año 379.
Tema favorito: la
caridad hacia los pobres.
De sus cartas:
“¿A quién he perjudicado, dices tú,
conservando lo que es mío? Dime, sinceramente, ¿qué te pertenece? ¿De quién
recibiste lo que tienes? Si todos se contentaran con lo necesario y dieran el
resto a los pobres, no habría ni ricos ni pobres”
Óyeme cristiano que no ayudas al
pobre: Tú eres un verdadero ladrón. El pan que no necesitas le pertenece al
hambriento. Los vestidos que ya no usas
le pertenecen al necesitado. El calzado
que ya no empleas le pertenece al descalzo.
El dinero que gastas en lo que no es necesario es un robo que le estás
haciendo al que no tiene con qué comprar lo que necesita. “Si
pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero ladrón”.
"Lo que nosotros enseñamos no es el
resultado de nuestras reflexiones personales, sino lo que hemos aprendido de los
Padres"
San Gregorio: “Cada vez que leo un escrito de Basilio,
siento que el Espíritu Santo transforma mi alma”. |
San Basilio
Benedicto XVI, Audiencia,
4-VII-07
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy
queremos recordar a uno de los grandes padres de la Iglesia, san Basilio,
definido por los textos litúrgicos bizantinos como una «lumbrera de la Iglesia»
Fue un gran obispo del siglo IV, por el que siente admiración tanto la Iglesia
de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la excelencia de su
doctrina y por la síntesis armoniosa de capacidades especulativas y prácticas.
Nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera
Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los
mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho por los éxitos
mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él
mismo confiesa: «Un día, como despertando de un sueño profundo, me dirigí a
la admirable luz de la verdad del Evangelio…, y lloré sobre mi miserable
vida» (Cf. Carta 223: PG 32,824a).
Atraído por Cristo, comenzó a
tener ojos sólo para él y a escucharle solo a él (Cf. «Moralia» 80,1: PG
31,860bc). Con determinación se dedicó a la vida monástica en la oración,
en la meditación de las Sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de
la Iglesia y en el ejercicio de la caridad (Cf. Cartas. 2 y 22), siguiendo
también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, quien ya vivía el ascetismo
monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado
obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía.
Con la predicación
y los escritos desarrolló una intensa actividad pastoral, teológica y literaria.
Con sabio equilibrio supo unir al mismo tiempo el servicio a las almas y la
entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Sirviéndose de su
experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o
comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con frecuencia
(Cf. Gregorio Nacianceno, «Oratio 43,29 in laudem Basilii»: PG 36,536b). Con la
palabra y los escritos, muchos de los cuales todavía hoy se conservan (Cf.
«Regulae brevius tractatae», Proemio: PG 31,1080ab), les exhortaba a vivir y a
avanzar en la perfección. De esos escritos se valieron después no pocos
legisladores de la vida monástica, entre ellos, muy especialmente, San Benito,
que considera a Basilio como su maestro (Cf «Regula» 73, 5).
En
realidad, san Basilio creó un monaquismo muy particular: no estaba cerrado a la
comunidad de la Iglesia local, sino abierto a ella. Sus monjes formaban parte
de la Iglesia local, eran su núcleo animador que, precediendo a los demás fieles
en el seguimiento de Cristo y no sólo de la fe, mostraba su firme adhesión a él,
el amor por él, sobre todo en las obras de caridad.
Estos monjes,
que tenían escuelas y hospitales, estaban al servicio de los pobres y de este
modo mostraron la vida cristiana de una manera completa. El siervo de Dios Juan
Pablo II, hablando del monaquismo, escribió: «muchos opinan que esa institución
tan importante en toda la Iglesia como es la vida monástica quedó establecida,
para todos los siglos, principalmente por san Basilio o que, al menos, la
naturaleza de la misma no habría quedado tan propiamente definida sin su
decisiva aportación» (carta apostólica «Patres Ecclesiae» 2).
Como obispo
y pastor de su extendida diócesis, Basilio se preocupó constantemente por las
difíciles condiciones materiales en las que vivían los fieles; denunció con
firmeza el mal; se comprometió con los pobres y los marginados; intervino ante
los gobernantes para aliviar los sufrimientos de la población, sobre todo en
momentos de calamidad; veló por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los
potentes para defender el derecho de profesar la verdadera fe (Cf. Gregorio
Nacianceno, «Oratio 43,48-51 in laudem Basilii»: PG 36,557c-561c). Dio
testimonio de Dios, que es amor y caridad, con la construcción de varios
hospicios para necesitados (Cf. Basilio, Carta 94: PG 32,488bc), una especie de
ciudad de la misericordia, que tomó su nombre «Basiliade» (Cf. Sozomeno,
«Historia Eclesiástica». 6,34: PG 67,1397a). En ella hunden sus raíces las los
modernos hospitales para la atención de los enfermos.
Consciente de que
«la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo
tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» («Sacrosanctum Concilium» 10),
Basilio, si bien se preocupaba por vivir la caridad, que es la característica de
la fe, fue también un sabio «reformador litúrgico» (Cf. Gregorio
Nacianceno, «Oratio 43,34 in laudem Basilii»: PG 36,541c). Nos dejó una gran
oración eucarística [o anáfora] que toma su nombre y que ha dado un orden
fundamental a la oración y a la salmodia: gracias a él, el pueblo amó y conoció
los Salmos e iba a rezarlos incluso de noche (Cf. Basilio, «In Psalmum» 1,1-2:
PG 29,212a-213c). De este modo, podemos ver cómo liturgia, adoración, oración
están unidas a la caridad, se condicionan recíprocamente.
Con celo y
valentía, Basilio supo oponerse a los herejes, quienes negaban que Jesucristo
fuera Dios como el Padre (Cf. Basilio, Carta 9,3: PG 32,272a; Carta 52,1-3:
PG 32,392b-396a; «Adversus Eunomium» 1,20: PG 29,556c). Del mismo modo,
contra quienes no aceptaban la divinidad del Espíritu Santo, afirmó que también
el Espíritu Santo es Dios y «tiene que ser colocado y glorificado junto al Padre
y el Hijo» (Cf. «De Spiritu Sancto»: SC 17bis, 348). Por este motivo,
Basilio es uno de los grandes padres que formularon la doctrina sobre la
Trinidad: el único Dios, dado que es Amor, es un Dios en tres Personas,
que forman la unidad más profunda que existe, la unidad divina.
En su
amor por Cristo y su Evangelio, el gran capadocio se comprometió también por
sanar las divisiones dentro de la Iglesia (Cf. Carta 70 y 243), tratando siempre
de que todos se convirtieran a Cristo y a su Palabra (Cf. «De iudicio» 4: PG
31,660b-661a), fuerza unificadora, a la que todos los creyentes tienen que
obedecer (Cf. ibídem 1-3: PG 31,653a-656c).
Concluyendo, Basilio se
entregó totalmente al fiel servicio a la Iglesia en el multiforme servicio del
ministerio episcopal. Según el programa que él mismo trazó, se convirtió en
«apóstol y ministro de Cristo, dispensador de los misterios de Dios, heraldo del
reino, modelo y regla de piedad, ojo del cuerpo de la Iglesia, pastor de las
ovejas de Cristo, médico piadoso, padre y nodriza, cooperador de Dios,
agricultor d Dios, constructor del templo de Dios» (Cf. «Moralia» 80,11-20: PG
31,864b-868b).
Este es el programa que el santo obispo entrega a los
heraldos de la Palabra, tanto ayer como hoy, un programa que él mismo se
comprometió generosamente por vivir.
En el año 379, Basilio, sin haber
cumplido los cincuenta años, agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a
Dios, «con la esperanza de la vida eterna, a través de Jesucristo, nuestro
Señor» («De Bautismo» 1, 2, 9). Fue un hombre que vivió verdaderamente con la
mirada puesta en Cristo, un hombre del amor por el prójimo. Lleno de la
esperanza y de la alegría de la fe, Basilio nos muestra cómo ser realmente
cristianos.
[Traducción del original italiano realizada por
Zenit.
Vida De San
Basilio
BASILIO nació en Cesarea, la
capital de Capadocia, en el Asia Menor,
a mediados del año 329. Por parte de
padre y de madre, descendía de familias cristianas que habían sufrido
persecuciones y, entre sus nueve hermanos, figuraron San Gregorio de Nicea, Santa Macrina la Joven y San Pedro de
Sebaste. Su padre, San Basilio el Viejo,
y su madre, Santa Emelia, poseían vastos terrenos y Basilio pasó su infancia en
la casa de campo de su abuela, Santa Macrina, cuyo
ejemplo y cuyas enseñanzas nunca olvidó.
Inició su educación en Constantinopla y la completó en Atenas. Allá tuvo como compañeros de estudio a San
Gregorio Nacianceno, que se convirtió en su amigo inseparable y a Juliano, que
más tarde sería el emperador apóstata.
Basilio y Gregorio
Nacianceno, los dos jóvenes capadocios, se asociaron con los más selectos
talentos contemporáneos y, como lo dice éste último en sus escritos, “sólo
conocíamos dos calles en la ciudad: la que conducía a la iglesia y la que nos
llevaba a las escuelas”. Tan pronto como
Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle, regresó a
Cesárea. Ahí pasó algunos años en la
enseñanza de la retórica y, cuando se hallaba en los umbrales de una
brillantísima carrera, se sintió impulsado a abandonar el mundo, por consejos de
su hermana mayor, Macrina. Esta, luego
de haber colaborado activamente en la educación y establecimiento de sus
hermanas y hermanos más pequeños, se había retirado con su madre, ya viuda, y
otras mujeres, a una de las casas de la familia, en Annesi, sobre el río Iris,
para llevar una vida comunitaria.
Fue entonces, al parecer, que
Basilio recibió el bautismo y, desde aquel momento, tomó la determinación de
servir a Dios dentro de la pobreza evangélica.
Comenzó por visitar los principales monasterios de Egipto, Palestina,
Siria y Mesopotamia, con el propósito de observar y estudiar la vida
religiosa. Al regreso de su extensa
gira, se estableció en un paraje agreste y muy hermoso en la región del Ponto,
separado de Annesi por el río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la
plegaria y al estudio. Con los
discípulos, que no tardaron en agruparse en torno suyo, entre los cuales
figuraba su hermano Pedro, formó el primer monasterio que hubo en el Asia Menor,
organizó la existencia de los religiosos y enunció los principios que se
conservaron a través de los siglos y hasta el presente gobiernan la vida de los
monjes en la Iglesia de oriente. San
Basilio practicó la vida monástica propiamente dicha durante cinco años
solamente, pero en la historia del monaquismo cristiano tiene tanta importancia
como el propio San Benito.
Lucha contra la herejía
arriana
Por aquella época, la herejía
arriana estaba en su apogeo y los emperadores herejes perseguían a los
ortodoxos. En el año 363, se convenció a
Basilio para que se ordenase diácono y sacerdote en Cesárea; pero
inmediatamente, el arzobispo Eusebio tuvo celos de la influencia del santo y
éste, para no crear discordias, volvió a retirarse calladamente al Ponto para
ayudar en la fundación y dirección de nuevos monasterios. Sin embargo Cesárea lo necesitaba y lo
reclamó. Dos años más tarde, San
Gregorio Nacianceno, en nombre de la ortodoxia, sacó a Basilio de su retiro para
que le ayudase en la defensa de la fe del clero y de las Iglesias. Se llevó a cabo una reconciliación entre
Eusebio y Basilio; éste se quedó en Cesárea como el primer auxiliar del
arzobispo; en realidad, era él quien gobernaba la Iglesia, pero empleaba su gran
tacto para que se diera crédito a Eusebio por todo lo que él realizaba. Durante una época de sequía a la que siguió
otra de hambre, Basilio echó mano de todos los bienes de todos los bienes que le
había heredado su madre, los vendió y distribuyó el producto entre los más
necesitados; mas no se detuvo ahí su caridad, puesto que también organizó un
vasto sistema de ayuda, que comprendía a las cocinas ambulantes que él mismo,
resguardado con un delantal de manta y cucharón en ristre, conducía por las
calles de los barrios más apartados para distribuir alimentos a los pobres.
Obispo de Cesárea
El año de 370 murió Eusebio y, a
pesar de la oposición que se puso de manifiesto en algunos poderosos círculos,
Basilio fue elegido para ocupar la sede arzobispal vacante. El 14 de junio tomó posesión, para gran
contento de San Atanasio y una contrariedad igualmente grande para Valente, el
emperador arriano. El puesto era muy
importante y, en el caso de Basilio, muy difícil y erizado de peligros, porque
al mismo tiempo que obispo de Cesárea, era exarca del Ponto y metropolitano de
cincuenta sufragáneos, muchos de los cuales se habían opuesto a su elección y
mantuvieron su hostilidad, hasta que Basilio, a fuerza de paciencia y caridad,
se conquistó su confianza y su apoyo.
Antes de cumplirse doce meses del
nombramiento de Basilio, el emperador Valente llegó a Cesárea, tras de haber
desarrollado en Bitrina y Galacia una implacable campaña de persecuciones. Por delante suyo envió al prefecto Modesto,
con la misión de convencer a Basilio para que se sometiera o, por lo menos,
accediera a tratar algún compromiso. Varios habían renegado por miedo, pero
nuestro santo le respondió:
¿Qué me vas a poder quitar si
no tengo ni casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me
vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré un día de tormentos sin
morir y no podrás seguir atormentándome.
¿Qué me vas a desterrar? A
cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí
es mi patria, y allí me sentiré contento . . .
El gobernador respondió
admirado: “Jamás nadie me había contestado así”. Y Basilio añadió: “Es
que jamás te habías encontrado con un obispo”.
El emperador Valente se decidió
en favor de exilarlo y se dispuso a firmar el edicto; pero en tres ocasiones
sucesivas, la pluma de caña con que iba a hacerlo, se partió en el momento de
comenzar a escribir. El emperador quedó
sobrecogido de temor ante aquella extraordinaria manifestación, confesó que, muy
a su pesar, admiraba la firme determinación de Basilio y, a fin de cuentas,
resolvió que, en lo sucesivo, no volvería a intervenir en los asuntos
eclesiásticos de Cesárea.
Pero apenas terminada esta
desavenencia, el santo quedó envuelto en una nueva lucha, provocada por la
división de Capadocia en dos provincias civiles y la consecuente reclamación de
Antino, obispo de Tiana, para ocupar la sede metropolitana de la Nueva
Capadocia. La disputa resultó
desafortunada para San Basilio, no tanto por haberse visto obligado a ceder en
la división de su arquidiócesis, como por haberse malquistado con su amigo San
Gregorio Nacianceno, a quien Basilio insistía en consagrar obispo de Sasima, un
miserable caserío que se hallaba situado sobre terrenos en disputa entre las dos
Capadocias. Mientras el santo defendía
así a la iglesia de Cesárea de los ataques contra su fe y su jurisdicción, no
dejaba de mostrar su celo acostumbrado en el cumplimiento de sus deberes
pastorales. Hasta en los días ordinarios
predicaba, por la mañana y por la tarde, a asambleas tan numerosas, que él mismo
las comparaba con el mar. Sus fieles
adquirieron la costumbre de comulgar todos los domingos, miércoles, viernes y
sábados. Entre las prácticas que Basilio
había observado en sus viajes y que más tarde implantó en su sede, figuraban las
reuniones en la iglesia antes del amanecer, para cantar los salmos. Para beneficio de los enfermos pobres,
estableció un hospital fuera de los muros de Cesárea, tan grande y bien
acondicionado, que San Gregorio Nacianceno lo describe como una ciudad nueva y
con grandeza suficiente para ser reconocido como una de las maravillas del
mundo. A ese centro de beneficencia
llegó a conocérsela con el nombre de Basiliada, y sostuvo su fama durante mucho
tiempo después de la muerte de su fundador.
A pesar de sus enfermedades crónicas, con frecuencia realizaba visitas a
lugares apartados de su residencia episcopal, hasta en remotos sectores de las
montañas y, gracias a la constante vigilancia que ejercía sobre su clero y su
insistencia en rechazar la ordenación de los candidatos que no fuesen
enteramente dignos, hizo de su arquidiócesis un modelo del orden y la disciplina
eclesiásticos.
No tuvo tanto éxito en los
esfuerzos que realizó en favor de las iglesias que se encontraban fuera de su
provincia. La muerte de San Atanasio
dejó a Basilio como único paladín de la ortodoxia en el oriente, y éste luchó
con ejemplar tenacidad para merecer ese título por medio de constantes esfuerzos
para fortalecer y unificar a todos los católicos que, sofocados por la tiranía
arriana y descompuestos por los cismas y la disensiones entre sí, parecían estar
a punto de extinguirse. Pero las
propuestas del santo fueron mal recibidas, y a sus desinteresados esfuerzos se
respondió con malos entendimientos, malas interpretaciones y hasta acusaciones
de ambición y de herejía. Incluso los
llamados que hicieron él y sus amigos al Papa San Dámaso y a los obispos
occidentales para que interviniesen en los asuntos del oriente y allanasen las
dificultades, tropezaron con una casi absoluta indiferencia, debido, según
parece, a que ya corrían en Roma las calumnias respecto a su buena fe. “¡Sin duda a causa de mis pecados, escribía
San Basilio con un profundo desaliento, parece que estoy condenado al fracaso en
todo cuanto emprendo!"”
Sin embargo, el alivio no había
de tardar, desde un sector absolutamente inesperado. El 9 de agosto de 378, el emperador Valente
recibió heridas mortales en la batalla de Adrianópolis y, con el ascenso al
trono de su sobrino Graciano, se puso fin al ascendiente del arrianismo en el
oriente. Cuando las noticias de estos
cambios llegaron a oídos de San Basilio, éste se encontraba en su lecho de
muerte, pero de todas maneras le proporcionaron un gran consuelo en sus últimos
momentos. Murió el 1º de enero del año
379, a la edad de cuarenta y nueve años, agotado por la austeridad en que había
vivido, el trabajo incansable y una penosa enfermedad. Toda Cesárea quedó enlutada y sus habitantes
lo lloraron como a un padre y a un protector; los paganos, judíos y cristianos
se unieron en el duelo.
San Gregorio Nacianceno,
Arzobispo de Constantinopla, en el día del entierro: “Basilio santo, nació entre santos. Basilio pobre vivió pobre entre los
pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió
como un mártir. Basilio predicó siempre
con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus
escritos admirables”.
Setenta y dos años después de su
muerte, el Concilio de Calcedonia le rindió homenaje con estas palabras: “El
gran Basilio, el ministro de la gracia quien expuso la verdad al mundo entero
indudablemente que fue uno de los más elocuentes oradores entre los mejores que
la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en lugar de privilegio
entre sus doctores.
Se conserva una extensa
colección de sus cartas:
En una de ellas nos cuenta que él
pedía un cumplimiento estricto de la disciplina, lo mismo entre clérigos que
entre laicos, y que cierto diácono, que no era malo, pero sí rebelde y un poco
alocado y que solía presentarse en medio de un grupo de muchachas que cantaban
himnos y bailaban, tuvo que vérselas con él; con igual determinación combatió la
simonía en los puestos eclesiásticos y la admisión de personas indignas entre el
clero; luchó contra la rapacidad y la opresión de los funcionarios y llegó a
excomulgar a todos los complicados en la “trata de blancas”, una actividad muy
difundida en Capadocia. Podía reconvenir
con temible severidad, pero prefería las maneras suaves y gentiles; como un
ejemplo, están sus cartas a una muchacha descarriada y a un clérigo colocado en
un puesto de gran responsabilidad, que se estaba mezclando en política; muchos
ladrones que solo aguardaban ser entregados a los jueces para sufrir un castigo
terrible, fueron amparados por el santo y devueltos a sus casas en completa
libertad, pero con una imborrable amonestación sobre sus conciencias. Pero tampoco se quedaba callado Basilio
cuando eran los acaudalados y poderosos quienes quebrantaban sus deberes. “¡Os negáis a dar con el pretexto de que no
tenéis lo suficiente para vuestras necesidades!”, exclamó en uno de sus
sermones. “Pero en tanto que vuestra
lengua os excusa, vuestra mano os acusa:
¡Cuántos deudores podrían ser rescatados de la prisión con uno de esos
anillos! ¡Cuántas pobres gentes ateridas por el frío se cubrirían con uno solo
de vuestros guardarropas! ¡Y sin embargo, vosotros dejáis ir a los pobres de
vuestras puertas, con las manos vacías!”
No era únicamente a los ricos a quienes imponía la obligación de
dar. “¿Dices que tú eres pobre? Bien;
pero siempre habrá otros más pobres que tú.
Si tienes lo bastante para mantenerte vivo diez días, aquel hombre no
tiene suficiente para vivir uno . . . No tengáis temor de dar lo poco que
tengáis. No coloquéis nunca vuestros
propios intereses antes que la necesidad común.
Dad vuestro último mendrugo de pan al mendigo que os lo pide y confiad en
la misericordia de Dios”.
San Basilio el
Grande: ¡rogad por nosotros!
Bibliografía
Butler; Vida de los
Santos. Sálesman, P. Eliécer; Vidas de Santo #1 Sgarbosa, Mario y Luigi
Giovannini; Un Santo Para Cada Día
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