jueves, 5 de enero de 2012

Bautismo del Señor.




Padre nuestro.
Domingo, 08/01/2011, fiesta del Bautismo del Señor.
Alcancemos la grandeza de Dios siendo humildes. El Sacramento del Bautismo.
Estimados hermanos y amigos:
Al celebrar la fiesta del Bautismo del Señor, la Iglesia concluye el tiempo de Navidad, y empieza a vivir la primera parte del tiempo ordinario, que será interrumpido al iniciar el tiempo de Cuaresma.
En la celebración de Año Nuevo, recordamos lo importante que es para nosotros, el hecho de acercarnos a Dios, para que El se acerque a nosotros.
Imitemos a Jesús quien, en vez de nacer en la capital de Palestina, entre los miembros de la alta sociedad, quiso manifestarse a quienes por su pobreza tenían fama de ladrones, y estaban privados del conocimiento de la Palabra de Yahveh.
Imitemos a Jesús quien, en vez de nacer en el seno de una familia que destacara por su instrucción en el conocimiento de las antiguas Escrituras, quiso nacer en el seno de una familia caracterizada por una gran fe que se manifestaba por medio de obras de caridad.
Imitemos a Jesús, quien, desde su más tierna infancia, se enfrentó a la experiencia de la persecución y la inmigración, para enseñarnos que, en medio de nuestras inseguridades humanas, debemos acogernos a la certeza más grande que tenemos, que es el amor con que el Dios Uno y Trino nos acogerá en su presencia.
Tal como recordamos al iniciar el tiempo de Adviento, nuestra vida es un tiempo de preparación, para quienes queremos vivir en la presencia de Nuestro Padre común.
Si queremos habitar en el Reino de Dios, lo mejor que podemos hacer, es obedecer a Nuestro Santo Padre tal como hizo San José, confiando plenamente en Nuestro Creador siempre, obedeciéndole especialmente, cuando sea más difícil creer en El, por causa de la visión que tengamos de nuestras circunstancias vitales.
María Santísima sabía muy bien que, el hecho de estar embarazada podía ser causa de su muerte, pero ella arriesgó su vida por causa de la fe que tenía en Dios, porque, si El le había dicho que deseaba que fuera la Madre de su Hijo, ¿cómo no iba a cumplir su Palabra?
Aunque los tiempos litúrgicos fuertes nos ayudan a creer en Dios, durante el tiempo Ordinario, al volver a realizar nuestras actividades cotidianas, y descuidar nuestro crecimiento espiritual, nos enfrentamos al riesgo de perder la fe.
Imitemos a Jesús, quien, siendo un hombre, en vez de vivir al margen de Dios, quiso ser bautizado por San Juan Bautista, para simbolizar el compromiso que adquirió, de servir a Nuestro Padre común.
Jesús no necesitó ser ofrendado a Dios en el Templo de Jerusalén ni ser bautizado, porque, siendo Dios, no podía ofrecerse en sacrificio ni consagrarse a Sí mismo, pero El llevó a cabo los citados actos por humildad. José y María presentaron a su Primogénito ante Dios en el Templo cuando el pequeño Jesús tenía cuarenta días. El hecho de que Nuestro Salvador fuera Primogénito no significa que era el primer Hijo de dichos Santos tal como enseñan los desconocedores de la Biblia, pues, en las Sagradas Escrituras, la primogenitura indica el merecimiento del mayor honor. Esta es la razón por la que, en la antigüedad, entre los hebreos, mientras que los primeros hijos heredaban los bienes de sus padres, estos tenían que tener a sus hermanos menores como si fueran sus siervos.
Aunque el Bautismo de San Juan el Bautista era una imagen del Bautismo sacramental instituido por Nuestro Salvador, es importante para nosotros, el hecho de meditar el siguiente texto bíblico:
"Juan el Bautista se presentó en el desierto bautizando a la gente. Proclamaba que la conversión es necesaria para recibir el perdón de los pecados" (MC. 1, 4).
Los Sacramentos no son meros símbolos, sino signos sensibles. Si no tenemos la intención de vivir cumpliendo la voluntad de Nuestro Padre común, de nada nos aprovecha la recepción de los Sacramentos, pues ello se traduce en desprecio a Dios y a su Iglesia.
Todos los años que vivimos, son el tiempo propicio de que disponemos para convertirnos al Señor. Que nuestra fe crezca hasta que se equipare a la fe de San Juan el Bautista, para quien era importante el hecho de que Jesús fuera cada día más conocido, aunque ello le costara perder a sus discípulos, y morir como si hubiera sido un asesino.
Los Sacramentos tienen frutos que nos enriquecen espiritualmente, siempre que tengamos el deseo de cumplir la voluntad de Dios, y no actuemos como si no creyéramos en Nuestro Padre común.
El Bautismo es un cambio de mentalidad que se lleva a cabo en nuestra existencia, según le abrimos la mente y el corazón a Dios.
El Bautismo no es un invento de hombres, pues fue Jesús mismo, -el Dios hecho Hombre-, quien lo instituyó, cuando, antes de ascender al cielo, les dijo a sus Apóstoles:
"Id, pues, y haced discípulos entre los habitantes de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir lo que yo os he encomendado. Y sabed esto: que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (MT. 28, 19-20).
Jesús sabía que no todos los que escucharan la predicación de sus siervos iban a hacerse cristianos. Esa es la causa por la que no les insistió a sus amigos que cristianizaran a toda la humanidad, porque Dios respeta la libertad que nos ha concedido, aunque la utilicemos para renegar de El.
La predicación ha de llevarse a cabo en todas las naciones. Este hecho me sugiere la idea de que aprovechemos los medios de comunicación que estén a nuestro alcance para difundir el Evangelio.
No es necesario que quienes deseen bautizarse tengan un perfecto conocimiento de la Palabra de Dios, pues, como hemos recordado, Jesús les dijo a sus Apóstoles que, después de que bautizaran a sus nuevos discípulos, los enseñaran a guardar los mandamientos divinos, es decir, Jesús quiere que nuestra formación espiritual nunca termine, porque, por nuestra imperfección, en esta vida, no podemos concluir nuestra formación cristiana.
Aunque en los relatos bíblicos se les administraba el Bautismo a quienes deseaban creer en Dios y por consiguiente escuchaban a los predicadores, el Bautismo de los niños recién nacidos no se debe invalidar, pues los padres y padrinos, conforme los pequeños crecen, aceptan la responsabilidad de convertirlos al Señor, de la misma manera que les enseñan su idioma y sus hábitos vitales. Una vez que los niños sean adultos, deberán tomar la decisión de aceptar o rechazar a Dios.
Ya que hemos empezado a vivir un nuevo año en que nos hemos hecho muchos propósitos, no dejemos de adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios, pues, Nuestro Santo Padre, desea purificarnos, para que alcancemos la plenitud de la felicidad.
No permitamos que nuestras múltiples ocupaciones y preocupaciones nos impidan crecer espiritualmente, pues Dios quiere iluminar nuestra vida.


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