El poder de la humildad
Afirma santo Tomás que Cristo nos recomendó por encima de todo la humildad, porque con ella se anula el principal impedimento para nuestra santificación. Todas las demás virtudes derivan de ella su valor. Sólo a ella le concede Dios sus dones, y los retira cuando ella desaparece. La dignidad y grandeza del hombre es don de Dios; su miseria, fruto de su corazón extraviado.
El abad san Macario, marchaba un día, desde la represa hacia su celda llevando hojas de palmera, cuando se encontró de pronto con el diablo. El espíritu tenebroso quiso impresionarlo con una hoz que llevaba en su mano, pero le fue imposible. Entonces le dijo: —¿Qué fuerza emana de ti, Macario, que soy impotente contra ti? Todo lo que tú haces, yo lo hago también: tú ayunas y yo no como nada; tú velas y yo no duermo. Pero, me aventajas en un punto. Macario le preguntó cuál era. Él le dijo: —Tu humildad. Por su causa yo no puedo nada contra ti.
Escribió santa Faustina Kowalska: “A un alma humilde Dios no niega nada; ella influye en el destino del mundo entero; Dios la eleva hasta su trono y cuanto más ella se humilla tanto más Dios se inclina hacia ella, la persigue con sus gracias y la acompaña en cada momento con su poder. Tal alma está unida a Dios de modo más profundo”. Aprecia los actos de humildad.
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