Dos privilegiados.
Pocas veces pensamos que somos privilegiados cuando el Señor nos da una parte de su cruz. También Simón de Cirene, el Cireneo que ayudó a llevar la cruz de Jesús, fue un gran privilegiado. ¿Quién fue uno de los que mejor entendió el padecimiento de Cristo, sino Simón de Cirene, que tuvo que soportar el peso de la Cruz de Jesús, los gritos de la gente, los insultos, que también habrán sido dirigidos a él? Y cuando el Señor fue desvestido, Simón habrá caído en la cuenta de lo tremendo que era el sufrimiento de Jesús, porque si a él, que estando fuerte y sano, le costó tanto subir con la cruz el camino escarpado del Calvario, ¡qué no habrá sufrido el Señor al tener que llevar esa pesadísima cruz a cuestas, a pesar de todo lo lastimado y llagado que se encontraba!
Y después, Simón, quedando en el corazón de la escena de la Salvación del género humano, habrá contemplado con qué grandeza el Señor moría en la cruz. Y fue por “casualidad” que Simón de Cirene pasaba por allí. Y sin embargo quedó en el centro y corazón del misterio de la Redención, y tuvo el privilegio –y fue el único hombre- de cargar la cruz de Jesús y entrar en contacto con la Sangre divina de que estaría bañada la cruz, pues Jesús tenía una llaga muy dolorosa en su hombro, donde apoyaba la cruz.
Los caminos de Dios son misteriosos, y si tenemos confianza en Dios, veremos cosas grandes en nuestras vidas, y cuando menos lo esperemos, seremos llevados muy adelante en el camino de la santificación, y muy adentro del Corazón de Jesús.
Otro privilegiado por la Providencia de Dios, fue el Buen Ladrón. Porque ninguno como él supo entender al Señor, ya que sufría el mismo martirio que Jesús. Pero, además, fue quien con su conversión a última hora, consoló el Corazón de Cristo. También defendió al Señor ante el otro ladrón que moría impenitente, blasfemando de Dios.
Y si prestamos atención a la frase que le dirige Jesús al Buen Ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, caemos en la cuenta de que ni siquiera tuvo que pasar por el Purgatorio, sino que fue directamente al Cielo, es un santo de Dios. ¡Y todo a último momento!
Por eso nunca hay que desesperar de la salvación del alma, porque hasta el último instante uno se puede volver a Dios, y más cuando quizás hemos rezado durante la vida, u otros han rezado por nosotros. No hay que desesperar de la salvación eterna de quienes amamos, por más que los veamos en el pecado, pues Dios tiene sus tiempos y no dejará caer nuestras oraciones, sacrificios y lágrimas en el vacío, sino que a su debido tiempo atraerá a esas almas a su Corazón. Y no nos extrañemos si vemos a esas mismas almas, en el Cielo, tal vez más cerca del Señor que nosotros mismos, lo cual deberá ser motivo de alegría, más que de envidia, puesto que si las amamos querremos lo mejor para ellas.
Los caminos de Dios son admirables, y siendo Dios tan bueno, no podemos menos que caminar con confianza en la vida, rezando mucho por nosotros y por todos, sabiendo que el Señor atraerá hacia Sí a quienes amamos.
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