lunes, 4 de noviembre de 2013

Juan Duns Escoto, Beato


Doctor Sutil, 8 Noviembre
 
Juan Duns Escoto, Beato
Juan Duns Escoto, Beato
Sacerdote, doctor sutil y mariano (1265‑1308). Juan Pablo II aprobó su culto el 20 de marzo de 1993.

Juan Escoto nació en Duns, en Escocia, hacia 1265, entró en la Orden de los Hermanos Menores hacia 1280 y fue ordenado sacerdote el 17 de abril de 1291. Completó los estudios entre 1291 y 1296 en París.

Luego enseñó en Cambridge, Oxford y París, como bachiller, comentaba las “Sentencias” de Pedro Lombardo.

Tuvo que abandonar la universidad, por no haber querido firmar una apelación al Concilio contra Bonifacio VIII, promovida por Felipe el Hermoso, rey de Francia.

Regresó allí el año siguiente para obtener el doctorado, con una carta de presentación del Ministro general de la Orden, Padre Gonzalo Hispánico, que había sido su maestro, en la cual lo recomendaba como plenamente docto “sea por la larga experiencia, sea por la fama que se había extendido por todas partes, de su vida laudable, de su ciencia excelente y del ingenio sutilísimo” del candidato.

A fines de 1307 Juan Duns Escoto estaba en Colonia, donde enseñó. Quizás no hay doctor medieval más sobresaliente que este franciscano escocés, que estudió en Oxford, enseñó en París, fue expulsado por Felipe el Hermoso porque no quiso firmar la apelación antipapal y murió en Colonia, a la edad en que los otros filósofos comienzan a producir, como si la llama del pensamiento le hubiese quemado la juventud.

El título de “Doctor Sutil” que le dieron, dice toda su sublimidad. Sus teorías sobre la Virgen y sobre la encarnación obtienen después de siglos la confirmación en el dogma de la Inmaculada Concepción y en el culto a la realeza de Cristo.

Elabora el misticismo pensante de San Buenaventura. Escoto es un metafísico y un teólogo.

Empleó su agudeza de ingenio en la sistematización de los grandes amores de San Francisco: Jesucristo y la Virgen Santísima. La posteridad también lo ha llamado “Doctor del Verbo Encarnado” y “Doctor Mariano”.

Tuvo numerosos discípulos y muy pronto llegó a ser y siguió siendo el jefe de la escuela franciscana, que se inició con el Beato Alejandro de Hales, se desarrolló con San Buenaventura, doctor Seráfico de la Iglesia, y llegó a su culminación en el Beato Juan Duns Escoto.

Su doctrina está en perfecta armonía con su espiritualidad.

Después de Jesús, la Virgen Santísima ocupó el primer puesto en su vida. Duns Escoto es el teólogo por excelencia de la Inmaculada Concepción.

El estudio de los privilegios de María ocupó un puesto importantísimo en su vida. En una disputa pública, permaneció silencioso hasta que unos 200 teólogos expusieron y probaron sus sentencias de que Dios no había querido libre de pecado original a la Madre de su Hijo.

Por último, después de todos, se levantó Juan Duns Escoto, tomó la palabra, y refutó uno por uno todos los argumentos aducidos contra el privilegio mariano; y demostró con la Sagrada Escritura, con los escritos de los Santos Padres y con agudísima dialéctica, que un tal privilegio era conforme con la fe y que por lo mismo se debía atribuir a la gran Madre de Dios. Fue el triunfo más clamoroso en la célebre Sorbona, sintetizado en el célebre axioma: “Potuit, decuit, ergo fecit (Podía, convenía, luego lo hizo)”.

En Colonia, donde enseñaba, murió el 8 de noviembre de 1308.
 
 

Juan Duns Scoto

   
Beato Juan Duns Escoto O.F.M.Conv.
John Duns Scotus.jpg
Juan Duns Scoto
Nacimiento1266
Duns (Escocia)
Fallecimiento8 de noviembre de 1308
Colonia (Alemania)
Venerado enIglesia Católica
Beatificación20 de marzo de 1993 por Juan Pablo II
Festividad8 de noviembre
AtributosImagen o visión de la Virgen María, libro
Juan Duns Scoto (en inglés:John Duns Scotus) (Duns, Escocia, 1266 - Colonia, Alemania, 8 de noviembre de 1308) fue un teólogo escocés perteneciente a la escolástica. Ingresó en la orden franciscana y estudió en Cambridge, Oxford y París; fue profesor en estas dos últimas universidades. La sutileza de sus análisis le valió el sobrenombre de "Doctor Sutil". Se le consideró santo y se le veneró sin mediar canonización. El 20 de marzo de 1993 el Papa Juan Pablo II confirmó su culto como beato.

 

Biografía

Juan Escoto, como indica su nombre, nació en Escocia en 1266. Entró en los frailes franciscanos de Dumfries en el año 1279. Fue ordenado sacerdote el 17 de marzo de 1291. Completó su filosofía y letras en 1288 y estudió teología en Oxford.
Como maestro utilizó como texto Sententiae de Pedro Lombardo, obra que fue el manual de dogmática más importante de la época. Escribió apuntes sobre dicho libro.
Como teólogo, defendió la humanidad de Cristo y preparó la base teológica para la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción.
En junio de 1301 le mandaron a París como maestro. En 1303 debió salir de Francia por un conflicto entre el papa Bonifacio VIII y el rey Felipe IV de Francia. En 1305 vuelve a París. Es catedrático en 1306 y con un equipo de colaboradores produce Ordinatio, una edición oficial de su comentario a las Sentencias. De nuevo es exilado de París en el año 1307 y viaja a Colonia para ser catedrático de la casa de estudios franciscana. Fallece el 8 de noviembre de 1308, dejando un Ordinatio inacabado.

Su obra filosófica

Entre sus obras destacan Ordinatio (Opus oxoniense) y Reportata parisiensa (Opus parisiense). Respecto a sus obras menores, la de mayor trascendencia es Tratado del Primer Principio. En ella, utilizando la aplicación de la lógica deductiva en el terreno metafísico, intenta demostrar la existencia de Dios y la de sus atributos fundamentales. Sus argumentos giran alrededor de las esencias, los inteligibles y el orden ontológico que se puede establecer entre ellos. Uno de los aspectos más interesantes es la agudeza con que demuestra que el Primer Principio (Primer Eficiente o Causa Incausada), por ser infinito, por su propia naturaleza, está dotado no sólo de inteligencia, sino también de voluntad. Con lo cual la Creación no es un acto de necesidad metafísica, sino de plena libertad divina. La obra avanza "more geométrico", a partir de premisas y conclusiones iniciales que se van encadenando hasta el final para construir todo el edificio. [Recordemos que más adelante, Spinoza utilizará este modo de filosofar en su Ética]
Empeñado en construir un sistema filosófico sólido y coherente, radicado en la tradición agustinista del franciscanismo, abandonó sin embargo la doctrina agustinista de la iluminación por influjo del aristotelismo, que explicaba el conocimiento de las verdades y esencias universales por medio de la abstracción. Pero se aleja de Santo Tomás de Aquino en lo concerniente al conocimiento de las realidades singulares: el entendimiento, para él, conoce directamente las realidades individuales por medio de una intuición inmediata confusa. Así pues, el entendimiento capta abstractivamente lo universal y directa e intuitivamente lo individual.
Del agustinismo mantiene el pluralismo de las formas y la primacía de la voluntad sobre el entendimiento (voluntarismo). Según él, la voluntad no tiende necesariamente al bien como postulaba Tomás de Aquino, sino que la esencia de la voluntad es la libertad, y precisamente por ello la voluntad es más perfecta que el entendimiento y superior a él, ya que el entendimiento no es libre para asentir o disentir de las verdades que capta. El entendimiento es una potencia natural, pero la voluntad no lo es. Su posicionamiento sobre la preminencia de la voluntad le acerca a las posiciones teológicas mantenidas por Ockham; de ahí que ambos sean los filósofos claves para comprender el final de la escolástica, y el paso a una nueva etapa.
En el discurso pronunciado por Benedicto XVI ante los representantes de la ciencia en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona (12 de septiembre de 2006), se menciona brevemente el papel de Duns Scoto frente al problema de la relación entre fe y razón; allí el Papa expresó: "es necesario anotar, que en el tardío Medioevo, se han desarrollado en la teología tendencias que rompen [la] síntesis entre espíritu griego y espíritu cristiano. En contraposición al así llamado intelectualismo agustiniano y tomista, con Juan Duns Scoto comenzó un planteamiento voluntarista, que al final llevó a la afirmación de que sólo conoceremos de Dios la «voluntas ordinata». Más allá de ésta existiría la libertad de Dios, en virtud de la cual Él habría podido crear y hacer también lo contrario de todo lo que efectivamente ha hecho."[1]

Obras


 
"Quaestiones" Ioannis Scoti.
  • Parva logicalia:
    • Quaestiones super Porphyrii Isagogem
    • Quaestiones in librum Praedicamentorum
    • Quaestiones in I et II librum Perihermeneias
    • Octo quaestiones in duos libros Perihermeneias
    • Quaestiones in libros Elenchorum
  • Lectura
  • Quaestiones super libros De anima
  • Quaestiones super libros Metaphysicorum Aristotelis
  • Expositio super libros Metaphysicorum Aristotelis
  • Ordinatio
  • Collationes oxonienses et parisienses
  • Reportatio parisiensis
  • Quaestiones Quodlibetales
  • De primo principio
  • Theoremata

Duns Scoto en el cine

La vida de Duns Scoto fue llevada al cine en el film «Duns Scoto», del cineasta Fernando Muraca.[2] [3]

Véase también

Referencias

Enlaces externos


BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Sala Pablo VI
Miércoles 7 de julio de 2010

Juan Duns Scoto
Queridos hermanos y hermanas:
Esta mañana, después de algunas catequesis sobre varios grandes teólogos, deseo presentaros otra figura importante en la historia de la teología: se trata del beato Juan Duns Scoto, que vivió a finales del siglo XIII. Una antigua inscripción en su sepultura resume las coordenadas geográficas de su biografía: «Inglaterra lo acogió; Francia lo educó; Colonia, en Alemania, conserva sus restos mortales; en Escocia nació». No podemos olvidar estas informaciones, entre otras cosas porque poseemos muy pocas noticias sobre la vida de Duns Scoto. Nació probablemente en 1266 en un pueblo, que se llamaba precisamente Duns, cerca de Edimburgo. Atraído por el carisma de san Francisco de Asís, ingresó en la familia de los Frailes Menores y en 1291 fue ordenado sacerdote. Dotado de una inteligencia brillante e inclinada a la especulación —la inteligencia que le mereció de la tradición el título de Doctor subtilis, «doctor sutil»— Duns Scoto fue orientado hacia los estudios de filosofía y de teología en las célebres universidades de Oxford y de París. Una vez concluida con éxito su formación, emprendió la enseñanza de la teología en las universidades de Oxford y de Cambridge, y más tarde en París, iniciando a comentar, como todos los maestros del tiempo, las Sentencias de Pedro Lombardo. Las obras principales de Duns Scoto representan el fruto maduro de estas lecciones, y toman el título de los lugares en los que enseñó: Ordinatio (llamada en el pasado Opus Oxoniense - Oxford, Reportatio Cantabrigensis (Cambridge), Reportata Parisiensia (París). A éstas se han de añadir, al menos, las Quodlibeta (o Quaestiones quodlibetales), una obra muy importante constituida por 21 cuestiones sobre diversos temas teológicos. De París se alejó cuando, al estallar un grave conflicto entre el rey Felipe IV el Hermoso y el Papa Bonifacio VIII, Duns Scoto prefirió el exilio voluntario a tener que firmar un documento hostil al Sumo Pontífice, como el rey había impuesto a todos los religiosos. Así —por amor a la Sede de Pedro—, junto a los frailes franciscanos, abandonó el país.
Queridos hermanos y hermanas, este hecho nos invita a recordar cuántas veces en la historia de la Iglesia los creyentes han encontrado hostilidades y sufrido incluso persecuciones a causa de su fidelidad y de su devoción a Cristo, a la Iglesia y al Papa. Todos nosotros miramos con admiración a estos cristianos, que nos enseñan a custodiar como un bien precioso la fe en Cristo y la comunión con el Sucesor de Pedro y, así, con la Iglesia universal.
Sin embargo, las relaciones entre el rey de Francia y el sucesor de Bonifacio VIII pronto volvieron a ser cordiales, y en 1305 Duns Scoto pudo regresar a París para enseñar allí teología con el título de Magister regens, que hoy equivaldría a catedrático. Sucesivamente, sus superiores lo enviaron a Colonia como profesor del Estudio teológico franciscano, pero murió el 8 de noviembre de 1308, con sólo 43 años, dejando, de todas formas, un número relevante de obras.
Con motivo de la fama de santidad de la que gozaba, en la Orden franciscana muy pronto se difundió su culto y el venerable Papa Juan Pablo II quiso confirmarlo solemnemente beato el 20 de marzo de 1993, definiéndolo «cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción». En esta expresión se sintetiza la gran contribución que Duns Scoto dio a la historia de la teología.
Ante todo, meditó sobre el misterio de la encarnación y, a diferencia de muchos pensadores cristianos del tiempo, sostuvo que el Hijo de Dios se habría hecho hombre aunque la humanidad no hubiese pecado. Afirma en la «Reportata Parisiensia»:  «¡Pensar que Dios habría renunciado a esa obra si Adán no hubiera pecado sería completamente irrazonable! Por tanto, digo que la caída no fue la causa de la predestinación de Cristo, y que —aunque nadie hubiese caído, ni el ángel ni el hombre— en esta hipótesis Cristo habría estado de todos modos predestinado de la misma manera» (en III Sent., d. 7, 4). Este pensamiento, quizá algo sorprendente, nace porque para Duns Scoto la encarnación del Hijo de Dios, proyectada desde la eternidad por Dios Padre en su designio de amor, es el cumplimiento de la creación, y hace posible a toda criatura, en Cristo y por medio de él, ser colmada de gracia, y alabar y dar gloria a Dios en la eternidad. Duns Scoto, aun consciente de que, en realidad, a causa del pecado original, Cristo nos redimió con su pasión, muerte y resurrección, confirma que la encarnación es la obra mayor y más bella de toda la historia de la salvación, y que no está condicionada por ningún hecho contingente, sino que es la idea original de Dios de unir finalmente toda la creación consigo mismo en la persona y en la carne del Hijo.
Fiel discípulo de san Francisco, a Duns Scoto le gustaba contemplar y predicar el misterio de la pasión salvífica de Cristo, expresión de la voluntad de amor, del amor inmenso de Dios, el cual comunica con grandísima generosidad fuera de sí los rayos  de su bondad y de su amor (cf. Tractatus de primo principio, c. 4). Y este amor no se revela sólo en el Calvario, sino también en la santísima Eucaristía, de la que Duns Scoto era devotísimo y contemplaba como el sacramento de la presencia real de Jesús y de la unidad y la comunión que impulsa a amarnos los unos a los otros y a amar a Dios como el Sumo Bien común (cf. Reportata Parisiensia, en IV Sent., d. 8, q. 1, n. 3). «Y del mismo modo que este amor, esta caridad – escribí en la Carta con ocasión del Congreso Internacional en Colonia por al VII Centenario de la muerte del beato Duns Scoto, citando el pensamiento de nuestro autor – fue el inicio de todo, así también sólo en el amor y en la caridad estará nuestra felicidad:  “El querer, o la voluntad amorosa, es simplemente la vida eterna, feliz y perfecta”». (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de enero de 2010, p. 5).
Queridos hermanos y hermanas, esta visión teológica, fuertemente «cristocéntrica», nos abre a la contemplación, al estupor y a la gratitud: Cristo es el centro de la historia y del cosmos, es quien que da sentido, dignidad y valor a nuestra vida. Como el Papa Pablo VI en Manila, también hoy quiero gritar al mundo: «[Cristo] es el que manifiesta al Dios invisible, es el primogénito de toda criatura, es el fundamento de todas las cosas; él es el Maestro de la humanidad, es el Redentor; él nació, murió y resucitó por nosotros; él es el centro de la historia y del mundo; él es aquel que nos conoce y nos ama; él es el compañero y el amigo de nuestra vida... Yo no acabaría nunca de hablar de él» (Homilía, 29 de noviembre de 1970: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de diciembre de 1970, p. 2).
No sólo el papel de Cristo en la historia de la salvación, sino también el de María es objeto de la reflexión del Doctor subtilis. En los tiempos de Duns Scoto la mayoría de los teólogos oponía una objeción, que parecía insuperable, a la doctrina según la cual María santísima estuvo exenta del pecado original desde el primer instante de su concepción: de hecho la universalidad de la redención que realiza Cristo, a primera vista, podía parecer comprometida por una afirmación semejante, como si María no hubiera necesitado a Cristo y su redención. Por esto, los teólogos se oponían a esta tesis. Duns Scoto, para que se comprendiera esta preservación del pecado original, desarrolló un argumento que más tarde adoptará también el beato Papa Pío IX en 1854, cuando definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Y este argumento es el de la «redención preventiva», según el cual la Inmaculada Concepción representa la obra maestra de la redención realizada por Cristo, porque precisamente el poder de su amor y de su mediación obtuvo que la Madre fuera preservada del pecado original. Por tanto, María es totalmente redimida por Cristo, pero ya antes de la concepción. Los franciscanos, sus hermanos, acogieron y difundieron con entusiasmo esta doctrina, y otros teólogos —a menudo con juramento solemne— se comprometieron a defenderla y a perfeccionarla.
Al respecto, quiero poner de relieve un dato que me parece importante. Teólogos de valía, como Duns Scoto acerca de la doctrina sobre la Inmaculada Concepción, han enriquecido con su específica contribución de pensamiento lo que el pueblo de Dios ya creía espontáneamente sobre la Virgen santísima, y manifestaba en los actos de piedad, en las expresiones del arte y, en general, en la vida cristiana. Así, la fe, tanto en la Inmaculada Concepción como en la Asunción corporal de la Virgen, ya estaba presente en el pueblo de Dios, mientras que la teología todavía no había encontrado la clave para interpretarla en la totalidad de la doctrina de la fe. Por tanto, el pueblo de Dios precede a los teólogos y todo esto gracias a ese sobrenatural sensus fidei, es decir, a la capacidad infusa del Espíritu Santo, que habilita para abrazar la realidad de la fe, con la humildad del corazón y de la mente. En este sentido, el pueblo de Dios es «magisterio que precede», y que después la teología debe profundizar y acoger intelectualmente. ¡Ojalá los teólogos escuchen siempre esta fuente de la fe y conserven la humildad y la sencillez de los pequeños! Lo recordé hace algunos meses diciendo: «Hay grandes doctos, grandes especialistas, grandes teólogos, maestros de la fe, que nos han enseñado muchas cosas. Han penetrado en los detalles de la Sagrada Escritura... pero no han podido ver el misterio mismo, el núcleo verdadero... Lo esencial ha quedado oculto... En cambio, también en nuestro tiempo están los pequeños que han conocido ese misterio. Pensemos en santa Bernardita Soubirous; en santa Teresa de Lisieux, con su nueva lectura de la Biblia “no científica”», pero que entra en el corazón de la Sagrada Escritura» (Homilía en la santa misa con los miembros de la Comisión teológica internacional, 1 de diciembre de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de diciembre de 2009, p. 10).
Por último, Duns Scoto desarrolló un punto sobre el cual la modernidad es muy sensible. Se trata del tema de la libertad y de su relación con la voluntad y con el intelecto. Nuestro autor subraya la libertad como cualidad fundamental de la voluntad, comenzando un planteamiento che valora mayormente la voluntad. En autores posteriores, por desgracia, esta línea de pensamiento se desarrolló en un voluntarismo, en contraste con el llamado intelectualismo agustiniano y tomista. Para santo Tomás de Aquino, que sigue a san Agustín, la libertad no puede considerarse una cualidad innata de la voluntad, sino el fruto de la colaboración de la voluntad y del intelecto. En efecto, una idea de la libertad innata y absoluta - tal como se desarrolló precisamente después de Duns Scoto -  situada en la voluntad que precede al intelecto, tanto en Dios como en el hombre, corre el riesgo de llevar a la idea de un Dios que tampoco estaría vinculado a la verdad y al bien. El deseo de salvar la absoluta trascendencia y diversidad de Dios con una acentuación tan radical e impenetrable de su voluntad no tiene en cuenta que el Dios que se ha revelado en Cristo es el Dios «logos», que ha actuado y actúa lleno de amor por nosotros. Ciertamente, el amor rebasa el conocimiento y es capaz de percibir más que el simple pensamiento, pero es siempre el amor del Dios «logos» (cf. Benedicto XVI, Discurso en la universidad de Ratisbona: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de septiembre de 2006, p. 12). También en el hombre la idea de libertad absoluta, situada en la voluntad, olvidando el nexo con la verdad, ignora que la misma libertad debe ser liberada de los límites que le vienen del pecado. En todo caso, la visión de Scoto no cae en estos extremismos: para él, un acto libre resulta del concurso de la inteligencia y de la voluntad; y si é habla de un “primado” de la voluntad, lo justifica precisamente porque la voluntad sigue siempre al intelecto.
El año pasado, hablando a los seminaristas romanos, recordaba que «en todas las épocas, desde los comienzos, pero de modo especial en la época moderna, la libertad ha sido el gran sueño de la humanidad» (Discurso al Pontificio Seminario romano mayor, 20 de febrero de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de febrero de 2009, p. 9). Pero precisamente la historia moderna, además de nuestra experiencia cotidiana, nos enseña que la libertad es auténtica, y ayuda a la construcción de una civilización verdaderamente humana, sólo cuando está reconciliada con la verdad. Separada de la verdad, la libertad se convierte trágicamente en principio de destrucción de la armonía interior de la persona humana, fuente de prevaricación de los más fuertes y de los violentos, y causa de sufrimientos y de lutos. La libertad, como todas las facultades de las que el hombre está dotado, crece y se perfecciona —afirma Duns Scoto— cuando el hombre se abre a Dios, valorizando la disposición a la escucha de la voz divina: cuando escuchamos la revelación divina la Palabra de Dios, para acogerla, nos alcanza un mensaje que llena de luz y de esperanza nuestra vida y somos verdaderamente libres.
Queridos hermanos y hermanas, el beato Duns Scoto nos enseña que lo esencial en nuestra vida es creer que Dios está cerca de nosotros y nos ama en Jesucristo y, por tanto, cultivar un profundo amor a él y a su Iglesia. De este amor nosotros somos testigos en esta tierra. Que María santísima nos ayude a recibir este infinito amor de Dios del que gozaremos plenamente, por la eternidad, en el cielo, cuando finalmente nuestra alma se unirá para siempre a Dios, en la comunión de los santos.

Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Mengíbar, a los componentes de la Escolanía de la Santa Iglesia Catedral de Jaén, así como a los demás grupos venidos de España y Latinoamérica. Siguiendo a Juan Duns Scoto, os invito a custodiar como un tesoro la fe en Cristo y la comunión con el Sucesor de San Pedro. Muchas gracias.
Al final recordó a santa María Goretti:
Jovencísima, supo demostrar fortaleza y valentía contra el mal [...]. La invoco por vosotros, queridos jóvenes, para que os ayude a elegir siempre el bien, aún cuando cueste; por vosotros, queridos enfermos, para que os sostenga al soportar los sufrimientos cotidianos; y por vosotros, queridos recién casados, para que vuestro amor sea siempre fiel y lleno de respeto.
 

Doctor sutil y mariano (Beato Juan Duns Escoto)

Doctor sutil y mariano (Beato Juan Duns Escoto)
            Culto inmemorial
            En el largo pontificado del papa Juan Pablo II sobresalen especialmente, por su relieve en la vida eclesial, las numerosas y solemnes ceremonias de beatificación y de canonización, presididas por el Papa, con que la Iglesia ha querido glorificar a algunos de sus hijos, hombres y mujeres, que vivieron la fe cristiana con fidelidad y heroísmo.
Entre los nuevos beatos está una figura recastada de las sombras con que el tiempo cubrió todo un período de la historia llamado Medievo: el filósofo y teólogo franciscano Juan Duns Escoto.
El 20 de marzo de 1993 Juan Pablo II proclamó oficialmente el reconocimiento del culto inmemorial al franciscano Juan Duns Escoto, cuyo rigor en el pensamiento teológico le hizo acreedor del título de Doctor sutil. Con su beatificación culminó un proceso comenzado varios siglos antes y marcado por las diferentes paralizaciones del pensamiento escotista, puesto en tela de juicio por sus adversarios.
La causa del teólogo mariano recibió un importante impulso precisamente de un papa mariano: Juan Pablo II, quien durante su viaje a Alemania en noviembre de 1980, arrodillado ante la tumba del fraile escocés, lo definió como torre de la Iglesia.
El 6 de julio de 1991, oído el parecer favorable de la Comisión de Cardenales de la Congregación para las Causas de los Santos, el Papa aprobó el decreto por el que se reconoce la fama de santidad y de virtud, y el culto ab immemorabili dado al Siervo de Dios Juan Duns Escoto, sacerdote profeso en la Orden de San Francisco, quien fue llamado en Filosofía Doctor sutil y en Teología Doctor mariano.
La vida
            Juan Duns Escoto nació a finales del año 1265 en Duns, pequeña ciudad lindante con Berwick (Escocia), aunque durante mucho tiempo era unánime la persuación de que Escoto había nacido en Littledean, Maxton, en el condado escocés de Roxburgh. En 1277, cuando solamente contaba 11 años de edad, es confiado a los franciscanos del convento de Dumfries. Cuatro años después, en 1281, ingresa en la Orden de los Frailes Menores.
Realiza estudios en Oxford, y el 17 de marzo de 1291 es ordenado sacerdote en Northampton. Después de haber recibido formación científica en las Escuelas de la Orden y en las Universidades de Escocia e Inglaterra, en 1293 marcha a París para continuar sus estudios, donde tuvo por maestro, entre otros, a Gonzalo de Balboa, también conocido como Gonzalo de España.
Su permanencia en París dura tres años, pues en 1296 va a Cambridge, donde comenta las Sentencias de Pedro Lombardo, durante el período de tiempo comprendido entre los años 1297 y 1300. Luego marcha a Oxford a estudiar con Guillermo de Ware y a enseñar él mismo teología. El contenido de esta enseñanza forma parte de su Comentario a las Sentencias, llamado Opus oxoniense.
            En el año 1302, el joven maestro vuelve a París por deseo de sus superiores para obtener el grado de magister, comentando en la Universidad Parisiense el mismo texto de Pedro Lombardo. De esta época parisina es la nueva redacción de su Comentario, conocido bajo el título de Reportata Parisiensia.
            La segunda estancia en París se ve interrumpida entre el 25 y el 28 de junio de 1303, pues es obligado a dejar la Universidad y expulsado de Francia por haber tomado partido por la Santa Sede contra Felipe IV el Hermoso, al negarse suscribir la petición del rey francés contra Bonifacio VIII. Vuelve entonces a Oxford, continuando allí la lectura de las Sentencias.
            Cuando el 18 de abril de 1304 el papa Benedicto XI revoca el decreto de Bonifacio VIII contra la Universidad de París, Duns Escoto, el 18 de noviembre, vuelve de nuevo a la capital francesa para hacerse doctor en Teología. El General de la Orden franciscana, Gonzalo de España, al presentarlo, afirmó ser plenamente conocedor, parte por su larga experiencia, parte por la fama que por todas partes se había extendido, de la vida intachable, de la ciencia excelente y del ingenio sutílisimo del candidato. Con ocasión de la disputa in aula de fray Egidio de Logniaco, para obtener el doctorado, Escoto hizo de responsabilis, es decir, baccalaureus formatis.
En el año 1305 obtiene el doctorado y es nombrado magister regens. Durante los dos años siguientes permanece en París dedicado a la enseñanza hasta que, a finales de 1307, es enviado a Colonia como lector principal, donde es recibido triunfalmente. Y allí, el 8 de noviembre de 1308, iuvenili flore recisus, murió.
En un principio fue enterrado en la iglesia franciscana de aquella ciudad junto al altar de los Santos Reyes Magos. Luego se siguieron numerosos reconocimientos y traslados, el último de los cuales se efectuó en 1954.
Su pensamiento
Juan Duns Escoto fue el espíritu crítico de la Edad Media y una de las figuras más originales de la Escolástica, al que le cuadra bien el título de Doctor sutil. Educado en el pensar rigurosamente matemático de Oxford, somete las pruebas de sus antecesores a aguda crítica y trata de sustituirlas por otras mejores. Con su talento dialéctico, hace una síntesis de las principales ideologías de su época, resumidas principalmente en tres vertientes: la filosofía franciscano-agustiniana, desarrollada en París por maestros de la Orden franciscana; el pensamiento aristotélico, triunfante con el tomismo; y la tradición científica de Oxford, orientada hacia la construcción de una ciencia matemática.
El pensamiento de Juan Duns Escoto significa un verdadero avance en el escolasticismo medieval. Sus conceptos son más sutiles, sus definiciones más precisas, sus pruebas más estrictas, su problemática más rica que en el período anterior a él. Si siempre ahonda en la crítica, lo hace llevado por el amor a una verdad más firmemente asentada, no por puro afán de crítica.
Escoto, partiendo del espíritu de San Agustín, San Anselmo y Avicena, crea una filosofía de fondo agustiniano que, en lo esencial, ha permanecido hasta hoy como filosofía de su Orden. El mensaje del apóstol San Juan -Dios es amor-, que fue la actitud fundamental del fundador de la Orden, San Francisco de Asís, ocupa tan claramente el centro de su pensamiento, que los franciscanos lo han elegido maestro de su Orden.
Y este amor de Dios se manifiesta especialmente en la Encarnación. Para Escoto la Encarnación no puede ocupar un lugar secundario en el plan divino, sino que es la más perfecta obra de Dios, la corona de toda la Creación. Cristo, el Hombre-Dios, causa ejemplar y final de todo lo creado, tiene el primado sobre todas las cosas y tributa a Dios el amor más perfecto. Mas, así como Dios creó a los hombres libres y previó su caída, también previó el remedio a través de Jesucristo, único mediador y salvador, mediante su  Pasión y Muerte, en la cual se manifiesta la máxima caridad.
Capítulo importante en la teología escotista es la Mariología. Duns Escoto es nada menos que el Doctor mariano por excelencia. Su nombre, como el del papa Beato Pío IX, va asociado al dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. De su  doctrina teológica se deduce que, juntamente con Cristo, su Madre, la bienaventurada Virgen María, fue predestinada también desde toda la eternidad. Y que fue preservada de toda mancha de pecado original en previsión de los méritos de Cristo Salvador, modelo perfectísimo; de manera que debemos decir que Ella no es actualmente inimica por razón de pecado personal, ni originariamente por razón de pecado original.
            Así como Escoto estableció el principio: tratándose de alabar a Cristo prefiero excederme que quedarme remiso en alabanzas, si por ignorancia es preciso inclinarse al uno o al otro lado, de igual modo trazó la norma fecunda en la historia de la Mariología: Si no repugna a la autoridad de la Escritura o de la Iglesia, parece probable atribuir a María todo lo más excelente.
            Respecto al dogma de la Concepción Inmaculada de María es bien conocido su principio mariano: Potuit (Dios podía, porque para Él nada hay imposible), docuit (el privilegio, la gracia, convenía a la Madre de Dios), ergo fecit (luego Dios lo hizo, honró a su Madre).
Con justicia es, pues, el Doctor mariano.
Teología y Filosofía
El Beato Juan Duns Escoto no enmarca la Teología en el cuadro de las cuatro condiciones que Aristóteles prescribe para la ciencia. Para el Doctor sutil, la Teología es la ciencia sui generis y sui iuris; la ciencia de la salvación, del amor y de la verdad; ciencia eminentemente práctica, y por consiguiente, más noble que todas las especulativas.
Al abordar las relaciones entre la Filosofía y la Teología, separa radicalmente ambas ciencias, tanto por su objeto material como por el formal. Limita el campo filosófico sólo a las cuestiones demostrables estrictamente de un modo racional, devolviendo a la Teología todas las verdades reveladas no sometidas a especulación.
Construye toda su teología partiendo del siguiente principio: No debe considerarse como perteneciente a la sustancia de la fe, sino aquello que expresamente se contiene en la Escritura, o expresamente fue declarado por la Iglesia, o se sigue con evidencia de algo claramente contenido en la Escritura o claramente determinado por la Iglesia.
            El fundamento de su doctrina teológica está en que el Ente Infinito es esencialmente amor y caridad, amor por esencia. Por tanto, todas las creaturas proceden del amor y por el amor deben volver al Creador. Con razón, pues, afirma Gilson: Toda la teología de Duns Escoto está marcada por esta tesis verdaderamente capital, que el primer acto libre que se encuentra en el conjunto del ser es un acto de amor.
El largo camino hacia la beatificación
En el Martirologio franciscano Duns Escoto, muchas decenas -centenas- de años antes que fuera beatificado, era contado entre los beatos. Y desde hace varios siglos es venerado por los fieles. En el siglo XVI se escribieron varias biografías, en las que su figura aparece depurada de la leyenda negra que le acompañó durante largo tiempo.
En la catedral de Nola (Italia), lo mismo que en otros lugares de esa diócesis, goza de culto público, introducido en 1709, después de un proceso diocesano de beatificación. A partir de la conclusión de ese proceso se le ha considerado beato en el ámbito diocesano.
Ya en el siglo XX, 597 años después de su muerte, en el año 1905, fue introducida su causa de beatificación en Roma, apoyada por más de 5.000 cartas postulatorias firmadas por eclesiásticos, entre los que figuraban cardenales, patriarcas, obispos y generales de las principales Órdenes religiosas.
El proceso sufre una paralización pocos años después, causada por algunos filósofos y teólogos contrarios al escotismo que veían numerosos errores en las obras de Escoto, al atribuírsele como suyas obras que no lo eran. Una comisión internacional constituida para hacer una edición rigurosamente crítica de sus obras -donde se indican las obras auténticas y las espúreas, el ámbito histórico, los autores principales con quienes Duns Escoto sostuvo su diálogo, el método de trabajo del Doctor sutil, etc.- señala el puesto relevante de Juan Duns Escoto entre los grandes maestros de la Escolástica, y a la luz del examen crítico de su obra y sus escritos, afirma no haberse encontrado nada que vaya contra la doctrina católica.
Carta apostólica de Pablo VI
Este juicio positivo de la comisión internacional encontró su epílogo en la Carta Apostólica Alma parens del 14 de julio de 1966, que Pablo VI dirigió a la jerarquía católica de Gran Bretaña en vísperas del Congreso Internacional Escotista celebrado en Oxford-Edimburgo (11-17 de septiembre de 1966).
Este documento pontificio precisa el lugar que debe concederse a Escoto en la escolástica integral. Entre otras cosas, dice Pablo VI que Duns Escoto elevó su templo con un audaz ingenio especulativo, basado sobre cimientos firmes y embellecido con agujas atrevidas. Y en esta construcción doctrinal de Escoto no sólo se esconde y palpita el ideal de perfección y los ardores del espíritu seráfico de San Francisco de Asís, sino que además en él afirma el primado universal de Cristo, obra maestra de Dios, glorificador de la Santísima Trinidad, Redentor del género humano, Rey en el orden natural y sobrenatural, junto al cual resplandece con su original belleza María Inmaculada, Reina del universo, hace culminar las cimas de la evangélica verdad revelada, especialmente aquellas que el evangelista San Juan y el apóstol San Pablo contemplaron más enimentes y prominentes en el plan salvador de Dios.
            Pablo VI, a fin de que del Congreso pudiera salir fruto positivo, da oportunamente a los congresistas esa norma: Evitando los escollos de discusiones y controversias que con frecuencia surgieron en tiempos pasados, se prefiere el método histórico-crítico, tenido hoy en grande aprecio, que ha dado frutos excelentes al ser aplicado por ilustres eruditos para discernir cuáles son las obras genuinas del “Doctor sutil” y cuáles sus verdaderas y auténticas doctrinas.
            Confirmación del culto
            Es entonces cuando al Orden franciscana presenta a la Santa Sede la súplica de confirmar formalmente el culto dado a Duns Escoto, debiéndose excluir todo género de duda, sea sobre la prescripción del culto en sí, sea en lo referente a la continuación ininterrumpida del mismo.
El 4 de mayo de 1972, el Santo Oficio, con aprobación expresa de Pablo VI, se define a favor de la ortodoxia de los escritos de Duns Escoto. Dos años más tarde se publican los documentos históricos que servirán de base para todos los estudios y juicios de historiadores.
A pesar de la citada aprobación, el proceso de beatificación cae de nuevo en letargo, y crecen las desconfianzas, hasta el ya citado gesto de Juan Pablo II en su primer viaje apostólico a Alemania.
El día 11 de julio de 1989, la Comisión Histórica de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos se reúne y confirma que la investigación sobre la vida y la obra de Juan Duns Escoto se ha hecho científicamente; y gozan de fiabilidad histórica los documentos. Además dice que hay elementos sobre el culto a Duns Escoto y elementos históricos que ofrecen un válido fundamento para conocer las virtudes del Siervo de Dios.
Al año siguiente, el 23 de noviembre de 1990, la comisión teológica encargada de verificar las virtudes personales y el culto del candidato a ser venerado en los altares se pronuncia afirmativamente por la fama de santidad de Escoto, basada en virtudes reales, y no solamente como teólogo mariano; y por el culto inmemorial. Y el último paso previo a la beatificación se dio el 26 de mayo de 1991. En ese día la comisión de cardenales dio su conformidad definitiva a la santidad del Doctor sutil. Pocos días después -6 de julio de 1991- el papa Juan Pablo II lo inscribió entre el número de los beatos.
 
Beato Juan Duns Escoto, religioso presbítero
fecha: 8 de noviembre
n.: c. 1265 - †: 1308 - país: Alemania
canonización: Conf. Culto: Juan Pablo II 6 jul 1991 - B: Juan Pablo II 20 mar 1993
hagiografía: Directorio Franciscano
En Colonia, de la Lotaringia, en Germania, beato Juan Duns Escoto, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, oriundo de Escocia, enseñó las disciplinas filosóficas y teológicas en Cantorbery, Oxford, París y, finalmente, en Colonia, como maestro preclaro de sutil ingenio y fervor admirable.
refieren a este santo: San Donato Scoto
Juan Duns Scoto, «doctor sutil» de la teología escolástica, fue beatificado en marzo de 1993 por SS. Juan Pablo II, aunque recibía ya culto local desde su muerte, se había ya autorizado el culto en 1991 (AAS 84 pág 396), grandes papas honraron su memoria (como la hermosa carta «Alma parens», de SS Pablo VI con ocasión del séptimo centenario de su nacimiento) y su teología jugó un papel fundamental en la declaración del dogma de la Inmaculada, en 1854, ya que fue prácticamente el único gran teólogo escolástico que desarrolló una mariología completa y coherente que incluía esta -en ese momento- convicción teológica como una de sus piezas fundamentales. El escrito que presentamos es un extracto de la Carta encíclica del Rdmo. P. Constantino Koser, Vicario general O.F.M., en el VII centenario del nacimiento de Juan Duns Escoto (1966), que puede leerse entera (y vale mucho la pena) en el sitio franciscano; allí mismo se encontrarán varios otros escritos sobre el beato, incluyendo la homilía de SS Juan Pablo II en la ceremonia de beatificación.

El carácter práctico de la teología según Juan Duns Escoto (extracto)



El beato Juan Duns Escoto sobresale entre los grandes Maestros de la doctrina escolástica por el papel excepcional que representó en la filosofía y en la teología. En efecto, él brilló especialmente como defensor de la Inmaculada Concepción y eximio defensor de la suprema autoridad del Romano Pontífice. Además, con su doctrina y sus ejemplos de vida cristiana, gastada enteramente en la prosecución de la gloria de Dios, ha atraído a no pocos fieles, a lo largo de los siglos, al seguimiento del divino Maestro y a caminar más expeditamente por la vía de la perfección cristiana».

En vida, pues, estuvo circundado por la fama de virtud y santidad: fama que fue aumentando y consolidándose después de su muerte, tanto en Colonia como en otras ciudades. Aunque la fama de santidad se haya difundido, enriquecida con testimonios de culto, inmediatamente después de la muerte y no ha disminuido desde entonces, sin embargo la Divina Providencia ha dispuesto que sean nuestros tiempos los bienhadados testigos de su glorificación, ya sea mediante el reconocimiento del culto que recibe desde tiempo inmemorial y de sus virtudes heroicas que refulgen en la santa Iglesia, ya sea mediante la solemne concesión de los honores litúrgicos de la Iglesia.

El Beato Juan Duns Escoto nació en Escocia hacia el año 1265. Su familia era devota de los hijos de San Francisco de Asís, los cuales, imitando a los primeros predicadores del Evangelio, llegaron a Escocia desde los comienzos de la Orden. Hacia el año 1280 fue admitido en la Orden de los Frailes Menores por su tío paterno, Elías Duns, vicario de la recién creada Vicaría de Escocia. En la Orden Franciscana perfeccionó su formación y la vida espiritual, amplió la propia cultura, dotado como estaba de una viva y aguda inteligencia. Ordenado sacerdote el 17 de marzo de 1291, fue enviado a París para completar los estudios. Por sus eximias virtudes sacerdotales le fue encomendado el ministerio de las confesiones, tarea que entonces gozaba de gran prestigio. Obtenidos los grados académicos en la universidad de París, dio comienzo a su docencia universitaria, que tuvo por escenario las ciudades de Cambridge, Oxford, París y Colonia. Obsecuente con el querer de San Francisco, que en su Regla (2 R 12) había prescrito a sus frailes que obedecieran plenamente al Vicario de Cristo y a la Iglesia, rehusó la invitación cismática de Felipe IV, rey de Francia, contrario al papa Bonifacio VIII. Por este motivo fue expulsado de París. Al año siguiente, sin embargo, pudo volver a esta ciudad y reemprender la enseñanza tanto de filosofía como de teología. Después fue enviado a Colonia, donde le sorprendió de improviso la muerte el 8 de noviembre de 1308, cuando estaba dedicado a la vida regular y a la predicación de la fe católica. Resplandeció hasta el final de sus días como un fiel servidor de aquella verdad que había sido su alimento espiritual cotidiano. La había asimilado con la mente, en la meditación, y la había difundido eficazmente con su palabra y sus escritos, revelándose un consumado maestro de inteligencia tan ardiente como sorprendente.

Juan Duns Escoto, convencido de que «el primer acto libre que se encuentra en el conjunto del ser es un acto de amor» (E. Gilson, Jean Duns Scot. Introduction à ses positions fondamentales, Études de Philosophie Médiévale, 42, París 1952, 577), mostró una destacada aptitud y una predilección extraordinaria por la vocación y la singular forma de vida sencilla y transparente del seráfico Padre San Francisco: a ésta dirigía sus intenciones e ideales congénitos, que lo llevaron a centrar en Jesucristo todos sus pensamientos y sus afectos, y a desarrollar un profundo y sincero amor a la Iglesia, que perpetúa su presencia y nos hace participar en su salvación. Utilizando sabiamente las cualidades recibidas como don de Dios desde su nacimiento, fijó los ojos de su mente y los latidos de su corazón en la profundidad de las verdades divinas, redundando de plena alegría, propia de quien ha encontrado un tesoro. En efecto, subió cada vez más alto en la contemplación y en el amor de Dios. Con la humildad propia del hombre sabio, no se apoyaba en sus propias fuerzas, sino que confiaba en la gracia divina que pedía a Dios con ferviente oración.

La teología alimentaba su vida espiritual y, a su vez, la vida espiritual consolidaba su teología. Así, iluminado por la fe, sostenido por la esperanza e inflamado por la caridad, vivió en íntima unión con Dios, «Verdad de verdades»: «Oh Señor, Creador del mundo -pedía Duns Escoto en el exordio del De primo Principio, una de las obras de metafísica mejor articuladas de la cristiandad-, concédeme creer, comprender y glorificar tu majestad y eleva mi espíritu a la contemplación de Ti». Con su «ardiente ingenio contemplativo» se dirigía a Aquel que es «Verdad infinita y bondad infinita», «Primer eficiente», «el Primero, que es fin de todas las cosas», «el Primero en sentido absoluto, por eminencia», «el Océano de toda perfección» y «el Amor por esencia» (cf. Alma Parens, A.A.S., 1966, p. 612). De Dios, el Ser primero y total, infinito y libre, lo amaba todo y deseaba conocerlo todo. De ahí su perspicaz especulación puesta al servicio de una atenta escucha de la revelación que Dios hace de sí mismo en el Verbo eterno: para conocer a Dios, al hombre, el cosmos y el sentido primero y último de la historia.

En la historia de la reflexión cristiana se impuso como el Teólogo del Verbo encarnado, crucificado y eucarístico: «Digo, pues, como opinión mía -escribía a propósito de la presencia universal del Cuerpo eucarístico de Cristo en cualquier parte del espacio y del tiempo cósmico-, que ya antes de la Encarnación y antes de que "Abrahán existiese", en el origen del mundo, Cristo pudo haber tenido una verdadera existencia temporal en forma sacramental... Y si esto es así, se sigue de ahí que la Eucaristía pudo haber existido antes de la concepción y de la formación del Cuerpo de Cristo en la purísima sangre de la Bienaventurada Virgen» (Reportatio parisiensis, IV, d. 10, q. 4, n. 6.7; Ed. Vivès XVII, 232a. 233a).

El Beato Juan Duns Escoto, desarrollando la doctrina de la Predestinación absoluta y del Primado universal de Jesucristo, despliega su visión teológica, anticipando en cierto modo la teología de la Iglesia de nuestros tiempos: «El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó a fin de salvar, siendo Él hombre perfecto, a todos los hombres, y para hacer que todas las cosas tuviesen a Él por cabeza. El Señor es el término de la historia humana, el punto hacia el cual convergen los deseos de la historia y de la civilización, el centro del género humano, el gozo de todos los corazones y la plena satisfacción de todos sus deseos. Él es aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos, ensalzó e hizo sentar a su derecha, constituyéndolo juez de los vivos y de los muertos. Vivificados y congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que corresponde plenamente a su designio de amor: "Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra" (Ef 1,10)» (Concilio Vaticano II, Constitución «Gaudium et Spes», n. 45). De la autorrevelación de Dios en el Verbo, la revelación del misterio del hombre: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... En Él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (Gaudium et Spes, n. 22).

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