sábado, 9 de febrero de 2013

Regreso de los discípulos

Marcos 6, 30-34. Tiempo Ordinario. Dios nos quiere en la oración y en la acción, siempre de la mano de Cristo.
Regreso de los discípulos
Del santo Evangelio según san Marcos 6, 30-34

En aquel tiempo los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

Oración introductoria


¡Qué testimonio de delicadeza y amor por tus discípulos Señor! Ayúdame a que este rato de oración sea el medio para conocerte y amarte más para, así, buscar solamente cumplir tu voluntad.

Petición

Jesús, que salga de mi egoísmo para ver las necesidades de quienes me rodean.

Meditación del Papa

La Palabra de Dios nos vuelve a proponer un tema fundamental y siempre fascinante de la Biblia: nos recuerda que Dios es el Pastor de la humanidad. Esto significa que Dios quiere para nosotros la vida, quiere guiarnos a buenos pastos, donde podamos alimentarnos y reposar; no quiere que nos perdamos y que muramos, sino que lleguemos a la meta de nuestro camino, que es precisamente la plenitud de la vida. Es lo que desea cada padre y cada madre para sus propios hijos: el bien, la felicidad, la realización. En el Evangelio de hoy Jesús se presenta como Pastor de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Su mirada sobre la gente es una mirada por así decirlo "pastoral". Por ejemplo, en el Evangelio de este domingo se dice que, "habiendo bajado de la barca, vio una gran multitud; tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas". Jesús encarna a Dios Pastor con su modo de predicar y con sus obras, atendiendo a los enfermos y a los pecadores, a quienes están "perdidos", para conducirlos a lugar seguro, a la misericordia del Padre. (Benedicto XVI, 22 de julio de 2012).

Reflexión

Hay dos dimensiones de la vida de todo cristiano que encontramos bien delineadas en este pasaje. La oración y la acción. No son dos actividades aisladas la una de la otra. No se limitan a momentos determinados. Se trata de actitudes, más que de actos. Oración para llenarnos de Cristo. Acción para comunicarlo a los demás.

Por eso, Cristo combinaba sabiamente con sus apóstoles estos dos ingredientes. Los apóstoles vuelven de predicar y hacer milagros y Cristo se los lleva a un lugar solitario, para estar con ellos, para charlar, para que compartan con él sus alegrías y dificultades, sus victorias y derrotas. Le encanta estar con sus amigos. Disfruta cuando lo buscamos y le abrimos nuestro corazón. Cuando le miramos para aprender de Él, cuando le confiamos nuestras inquietudes y dudas. Y este contacto con el Maestro deja una huella en nuestra vida. "La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él" (Catecismo de la Iglesia Católica, 2560)

Es peligrosa la pretensión de querer hacer muchas obras y acciones por el bien de los demás, si no nos damos tiempo para estar con Cristo, a quien vamos a predicar. Pero también es un error el quedarnos solos con Él, sin salir al encuentro de nuestros hermanos. Dios nos quiere en la oración y en la acción, siempre de la mano de Cristo. Cuando Él estaba con sus apóstoles, la multitud les vio y se acercó de nuevo. Y Cristo, compadecido, se puso a enseñarles junto con los apóstoles.

Ser cristianos significa que seguimos a Cristo. Seguir sus huellas, andar detrás de Él. Anuncio, dinamismo, movimiento, entrega. No fuimos elegidos para la pasividad y el acomodamiento.

Propósito

Revisar si puedo mejorar la calidad del tiempo y el lugar que dedico a mi oración diaria.

Diálogo con Cristo

Jesús mío, gracias por recordarme que no estoy solo en la lucha por mi santificación, Tú estás siempre a mi lado, guiando y cuidando mi camino para que sepa conjugar el trabajo con la oración, el quehacer con los momentos de transformación espiritual personal. El descanso es una oportunidad que me das para mi renovación interior, para estar en condiciones de realizar con alegría mi trabajo al servicio de la familia, del prójimo y de Dios.
 
sábado 09 Febrero 2013
Sábado de la cuarta semana del tiempo ordinario

San Marón



Leer el comentario del Evangelio por
San Cesareo de Arles : “Desembarcando, Jesús vio una gran multitud. Tuvo piedad de ellos”

Lecturas

Hebreos 13,15-17.20-21.

Y por medio de él, ofrezcamos sin cesar a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su Nombre.
Hagan siempre el bien y compartan lo que poseen, porque esos son sacrificios agradables a Dios.
Obedezcan con docilidad a quienes los dirigen, porque ellos se desvelan por ustedes, como quien tiene que dar cuenta. Así ellos podrán cumplir su deber con alegría y no penosamente, lo cual no les reportaría a ustedes ningún provecho.
Que el Dios de la paz -el mismo que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, por la sangre de una Alianza eterna-
los capacite para cumplir su voluntad, practicando toda clase de bien. Que él haga en nosotros lo que es agradable a sus ojos, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6.

El señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas

y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.


Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.

Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.



Marcos 6,30-34.

Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
El les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer.
Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.
Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Cesareo de Arles (470-543), monje, obispo
Sermón 25,1; CCL 103,11-112 (trad. breviario, lunes XVII ordinario)

“Desembarcando, Jesús vio una gran multitud. Tuvo piedad de ellos”

“Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”
(Mt. 5,7). Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y si el
nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma?... Hermanos
míos, ya que todos deseamos la misericordia actuemos de manera que ella
llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en
el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de
la misericordia terrena: Dice, en efecto, la Escritura: “Señor, tu
misericordia llega al cielo”. (Sal 35,6 Vulg)

Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y
divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las
miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que
consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana
en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia
divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frió y hambre
en la persona de todos los pobres como dijo él mismo: “Cada vez que lo
hicisteis con unos de éstos, mis humildes hermanos conmigo lo
hicisteis”(Mt. 25,40). El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere
recibir en la tierra.
 
 

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