La fuente que mana, así titulamos este blog. San Juan
habla de Jesús como fuente que mana y corre. Él es el agua viva y fuente de agua
viva. Bebemos de él, según la sed que tenemos. Todos los que beben de su agua se
convierten en pequeños manantiales. El agua es fuente de vida. Nos limpia y nos
calma la sed, fecunda la tierra y renueva la juventud de nuestros
cuerpos.
Oramos, o debemos orar al Señor, en
los triunfos y fracasos. Somos más amigos de orar en la dificultad que en la
alegría, en los momentos que el zapato aprieta, que en los momentos en que
sonríe la suerte, en los triunfos, que en la adversidad. Sin embargo, es más
difícil orar desde la noche. Por esta razón presento estas reflexiones para que
éstas ayuden a orar desde la adversidad, desde la enfermedad, desde el atardecer
de la vida, desde el sufrimiento, desde la guerra o violencia, desde la noche y
desde la alegría.
El ser humano se siente, a veces,
como Job, deprimido y roto en el alma y en el cuerpo. El sufrimiento, el dolor,
cualquier tipo de cruz, en determinadas ocasiones nubla y oscurece la fe.
En
estos momentos hay que doblar la rodilla, levantar la mirada y el corazón hacia
el cielo. El creyente, aunque no sienta y no perciba a Dios en el momento de la
noche, no pierde la fe en su presencia y en su bondad.
Es bueno, también, acostumbrarse a
orar desde la alegría y desde la fiesta. Es mejor, todavía, creer en el Dios de
la alegría, en el poder de su sonrisa. Son dichosos aquellos que, en todo
momento, sonríen a Dios y a la vida.
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