lunes, 11 de febrero de 2013

Miércoles de Ceniza.


 
 


Padre nuestro.
 

   Miércoles, 13/02/2013,

El comienzo de la Cuaresma (Miércoles de Ceniza)

Si busco a Dios, es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar mi corazón.

El miércoles 13 de febrero empezamos la Cuaresma a través de la imposición de las cenizas, un símbolo que es muy conocido para todos. La ceniza no es un símbolo de muerte que indica que ya no hay vida ni posibilidad de que la haya. Nosotros la vamos a imponer sobre nuestras cabezas pero no con un sentido negativo u oscuro de la vida, pues el cristiano debe ver su vida positivamente. La ceniza se convierte para nosotros al mismo tiempo en un motivo de esperanza y superación. La Cuaresma es un camino, y las cenizas sobre nuestras cabezas son el inicio de ese camino. El momento en el cual cada uno de nosotros empieza a entrar en su corazón y comienza a caminar hacia la Pascua, el encuentro pleno con Cristo.

Jesucristo nos habla en el Evangelio de algunas actitudes que podemos tener ante la vida y ante las cosas que hacemos. Cristo nos habla de cómo, cuando oramos, hacemos limosna, hacemos el bien o ayudamos a los demás, podríamos estar buscándonos a nosotros mismos, cuando lo que tendríamos que hacer es no buscarnos a nosotros mismos ni buscar lo que los hombres digan, sino entrar en nuestro interior: "Y allá tu Padre que ve en lo secreto te recompensará."

Es Dios en nuestro corazón quien nos va a recompensar; no son los hombres, ni sus juicios, ni sus opiniones, ni lo que puedan o dejen de pensar respecto a nosotros; es Nuestro Padre que ve en lo secreto quien nos va a recompensar. Que difícil es esto para nosotros que vivimos en una sociedad en la cual la apariencia es lo que cuenta y la fama es lo que vale.
Cristo, cuando nosotros nos imponemos la ceniza en la cabeza nos dice: "Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres; de lo contrario no tendrán recompensa con su Padre Celestial". ¿Qué recompensa busco yo en la vida?

La Cuaresma es una pregunta que entra en nuestro corazón para cuestionarnos precisamente esto: ¿Estoy buscando a Dios, buscando la gloria humana, estoy buscando la comprensión de los demás? ¿A quién estoy buscando?

La señal de penitencia que es la ceniza en la cabeza, se convierte para nosotros en una pregunta: ¿A quién estamos buscando? Una pregunta que tenemos que atrevernos a hacer en este camino que son los días de preparación para la Pascua; la ceniza cae sobre nuestras cabezas, pero ¿cae sobre nuestro corazón?

Esta pregunta se convierte en un impulso, en un dinamismo, en un empuje para que nuestra vida se atreva a encontrarse a sí misma y empiece a dar valor a lo que vale, dar peso a lo que tiene.

Este es el tiempo, el momento de la salvación, nos decía San Pablo. Hoy empieza un período que termina en la Pascua: La Cuaresma, el día de salvación, el día en el cual nosotros vamos a buscar dentro de nuestro corazón y a preguntarnos ¿a quién estamos buscando? Y la ceniza nos dice: quita todo y quédate con lo que vale, con lo fundamental; quédate con lo único que llena la vida de sentido. Tu Padre que ve en lo secreto, sólo Él te va a recompensar.

La Cuaresma es un camino que todo hombre y toda mujer tenemos que recorrer, no lo podemos eludir y de una forma u otra lo tenemos que caminar. Tenemos que aprender a entrar en nuestro corazón, purificarlo y cuestionarnos sobre a quién estamos buscando.

Este es le sentido de la ceniza en la cabeza; no es un rito mágico, una costumbre o una tradición. ¿De qué nos serviría manchar nuestra frente de negro si nuestro corazón no se preguntara si realmente a quien estamos buscando es a Dios? Si busco a Dios, esta Cuaresma es el momento para caminar, para buscarlo, para encontrarlo y purificar nuestro corazón.

El camino de Cuaresma va a ser purificar el corazón, quitar de él todo lo que nos aparta de Dios, todo aquello que nos hace más incomprensivos con los demás, quitar todos nuestros miedos y todas las raíces que nos impiden apegarnos a Dios y que nos hacen apegarnos a nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a purificar y cuestionar nuestro corazón? ¿Estamos dispuestos a encontrarnos con Nuestro Padre en nuestro interior?

Este es el significado del rito que vamos hacer dentro de unos momentos: purificar el corazón, dar valor a lo que vale y entrar dentro de nosotros mismos. Si así lo hacemos, entonces la Cuaresma que empezaremos hoy de una forma solemne, tan solemne como es el hecho de que hoy guardamos ayuno y abstinencia (para que el hambre física nos recuerde la importancia del hambre de Dios), se convertirá verdaderamente en un camino hacia Dios.

Este ha de ser el dinamismo que nos haga caminar durante la Cuaresma: hacer de las mortificaciones propias de la Cuaresma como son lo ayunos, las vigilias y demás sacrificios que podamos hacer, un recuerdo de lo que tiene que tener la persona humana, no es simplemente un hambre física sino el hambre de Dios en nuestros corazones, la sed de la vida de Dios que tiene que haber en nuestra alma, la búsqueda de Dios que tiene haber en cada instante de nuestra alma.

Que éste sea el fin de nuestro camino: tener hambre de Dios, buscarlo en lo profundo de nosotros mismos con gran sencillez. Y que al mismo tiempo, esa búsqueda y esa interiorización, se conviertan en una purificación de nuestra vida, de nuestro criterio y de nuestros comportamientos así como en un sano cuestionamiento de nuestra existencia. Permitamos que la Cuaresma entre en nuestra vida, que la ceniza llegue a nuestro corazón y que la penitencia transforme nuestras almas en almas auténticamente dispuestas a encontrarse con el Señor.


   Hagamos el bien por amor a dios y a sus hijos.
   Ejercicio de lectio divina de MT. 6, 1-6. 16-18.

   1. Oración inicial.

   Hoy damos por concluida la primera parte del tiempo Ordinario del presente año, y empezamos a vivir intensamente el tiempo de Cuaresma, el cual va a ser aprovechado, para aumentar nuestra fe en Dios, para acercarnos más a Nuestro Padre común y servirlo en sus hijos los hombres, para aumentar la calidad y la calidez de nuestras relaciones, y para intentar superar algunas de nuestras deficiencias.
   Obviamente, en un espacio de tiempo de cuarenta días, no podemos hacer todo aquello que nos proponen las lecturas bíblicas del presente periodo litúrgico, pero sí podemos intentar mejorar lo que podamos, en conformidad con nuestras posibilidades de seguir creciendo espiritualmente, pues eso es lo que nos corresponde hacer a los cristianos.
   Iniciemos nuestra oración, pidiéndole a Nuestro Padre común, que purifique nuestras intenciones, pues debemos aprender a servir a nuestros prójimos los hombres, no para presumir de nuestra supuesta bondad, sino por amor a Dios, y a sus hijos adoptivos.
   Oremos pensando que no debemos hacer el bien para ser recompensados por quienes nos ven, sino por Nuestro Padre celestial. Si practicamos la caridad buscando recompensas humanas, no actuaremos por amor, sino, por egoísmo.
   Dirijámonos a Nuestro Santo Padre en oración desde nuestro interior, y no oremos para que nadie alabe nuestra supuesta bondad.
   No nos sometamos a ninguna privación para presumir de bondadosos. Si, -a modo de ejemplo-, vamos a dar un donativo para que se haga una obra benéfica, actuemos anónimamente, sin buscar el reconocimiento de los hombres.
   Evitemos ayunar y someternos a mortificaciones por cuya vivencia salgamos a la calle malhumorados, buscando ser compadecidos por la gente, o buscando a posibles víctimas, sobre las que descargar nuestra ira.

   Oremos:

   Espíritu Santo, amor que vinculas al Padre y al Hijo, y que santificas a quienes te aceptan como Dios, para que sean dignos de vivir en tu presencia: Ayúdanos a comprender que el mayor estado de felicidad a que podemos aspirar, consiste en amar, y en ser amados.
   Ayúdanos a comprender que nuestros ayunos no deben ser privaciones de alimentos que nos mantengan malhumorados, sino privaciones materiales que solventen las carencias de los necesitados de dones espirituales y materiales.
   Hoy queremos aprender a vivir impulsados por tu amor, porque nos damos cuenta de que nuestra necesidad de ser amados, es superior a la necesidad de los bienes que, aunque son efímeros, los hemos convertido en elementos vitales, sin los que nos cuesta vivir, y sentirnos realizados.
   Hoy queremos orar en tu presencia, pero no queremos que nuestra oración sea una práctica espiritual que nos haga olvidar nuestras preocupaciones, sino el inicio de un camino de crecimiento espiritual, que nos conduzca al cielo.
   Ayúdanos a tener el valor necesario para corregir los defectos que nos caracterizan, y para solucionar los problemas que no queremos resolver, porque nos sentimos débiles para ello y nos atemoriza el fracaso, ya que pensamos que somos incapaces de hacer lo debido en tales casos.
   Haznos fuertes para recorrer el camino de la purificación y de la santificación, para que podamos ser felices, viviendo en tu presencia.
   Danos vida en abundancia en el tiempo de Cuaresma que hoy empezamos a vivir, para que nos sintamos fuertes para eliminar el veneno que llevamos en el corazón, que nos hace valorar más los bienes materiales que a las personas, nos hace sentirnos inferiores a las posesiones que tenemos, nos hace adeptos de los falsos dioses bajo cuyo amparo nos sitúa nuestro instinto, nos hace ignorar las carencias espirituales y materiales de nuestros prójimos los hombres, nos hace ególatras para que obviemos al Dios verdadero, y por ello paradójicamente nos aísla en el mundo de las comunicaciones, a la espera de que muramos, bajo el efecto de la depresión y de los vicios, creyendo que, todo lo que no son placeres momentáneos, solo es una falsa quimera.

2. Leemos atentamente MT. 6, 1-6, 16-18, intentando abarcar el mensaje que San Mateo nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

"Tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará

Lectura del santo evangelio según san Mateo 6, 1-6. 16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.
Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará"".

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de MT. 6, 1-6. 16-18
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   3-1. No siempre podremos ser recompensados por Dios y los hombres al mismo tiempo.

   "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos" (MT. 6, 1).
   Existen situaciones en que nuestras creencias de cristianos se diferencian de las creencias de quienes carecen de la fe que profesamos. En tales casos, nos es imposible ser recompensados por dios y los hombres al mismo tiempo. En tales casos, tenemos que tomar una decisión para ser elogiados por una de las dos partes en conflicto y rechazados por la otra, o vivir al margen de la toma de decisiones para quedar bien con las dos partes, para ninguna de las cuales, podremos ser plenamente confiables. Esta es la causa por la que Jesús nos recuerda que no podemos ser elogiados por Dios y los hombres al mismo tiempo.

   ¿Por qué nos dice Jesús que evitemos hacer el bien buscando recompensas humanas tales como la demostración de admiración? ¿Ignora Nuestro Salvador que, cuando nos creó para que viviéramos en comunidad, El mismo nos imprimió el deseo de ser amados y reconocidos constantemente? Permitidme que os cuente una breve historia, con el fin de responder las dos preguntas que os he planteado. Hace bastantes años conocí a un niño que tenía una grave deficiencia visual, pero, a pesar de ello, durante las noches, su visión debilitada, le permitía pasearse en una bicicleta, por las calles de la aldea en que vivía. Una noche en que el citado niño estaba en su casa, aunque su madre ignoraba que había regresado, escuchó que le decía a su abuela: "Yo tengo cuidado de que el niño no tropiece cuando está con la bicicleta, porque, si le sucede algo, todo el mundo hablará mal de mí, criticándome porque lo dejo solo." No sé si podréis imaginar lo que sufrió el pobre niño, quien siempre creyó que la madre lo amaba por sí mismo, cuando pensó que ello no era cierto, dado que era cuidado, para evitar habladurías, en el caso de que tuviera un accidente.

   A raíz de la historia que hemos recordado, ¿comprendemos por qué no debemos hacer el bien buscando ser recompensados por los hombres?

   3-2. No seamos imitadores de los hipócritas, sino seguidores de Jesús.

   "Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga" (MT. 6, 2).

   En el Nuevo Testamento, mientras que se nos dice pocas veces que seamos imitadores de Cristo, se nos insiste mucho en que seamos seguidores de Cristo. Yo tengo la costumbre de animar a mis lectores a imitar a Cristo, a pesar de que sé que, lo que debería hacer, es animar a los tales, a ser seguidores de Cristo. Si les pido a mis lectores que imiten a Cristo, ello sucede porque sé lo que cuesta seguir a Jesús, en un mundo en que nuestra fe, en ciertas circunstancias, no es bien reconocida. Esa es la causa por la que no quiero hacer que ninguno de mis lectores se sienta sobrecargado, con tal de que no renuncie a creer en el Dios Uno y Trino. El mejor consejo que puedo darles a quienes leen mis meditaciones semanales, no es que sean imitadores de Cristo, pues la imitación lleva en sí algo de egoísmo, por cuanto nos estimula a servir al Señor, pensando en nuestro perfeccionamiento, sino que sean seguidores de Cristo, por cuanto, el seguimiento del Señor, nos supone amoldarnos a la manera de pensar y actuar de Nuestro Salvador, es decir, nos supone servir a Dios en sus hijos los hombres, con muchas frustraciones garantizadas, y sin esperar recibir, beneficio alguno, por parte de los hombres, quienes difícilmente nos alabarán, por causa de nuestro progreso espiritual, por muy notable que sea el mismo.
   Los griegos llamaban hipócritas a los actores que representaban obras de teatro, porque los mismos fingían ser personajes que no estaban relacionados con su manera de ser.
   Nosotros también podemos ser hipócritas, si hacemos el bien aparentando ser compasivos, cuando, en realidad, lo que deseamos conseguir, es aparentar una bondad, que no nos caracteriza.
   ¿Qué pueden ameritar quienes llevan a cabo buenas acciones, si, los motivos que los mueven a actuar, son malos?
   ¿Qué recompensas pueden obtener quienes hacen el bien intentando aparentar una misericordia que no los caracteriza? Tal recompensa consiste en recoger el fruto de obras vacías de amor, pues, es tanto el afán de guardar las apariencias de los tales que, aunque se les agradezca el bien que hacen, no se sienten amados, porque, en realidad, el amor, es lo que menos les interesa.

   3-3. Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha.

   "Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha" (MT. 6, 3).

   ¿Por qué tenemos la costumbre de dar?
   ¿Damos esperando conseguir bienes más valiosos que aquellos de los que nos desprendemos?
   ¿Damos esperando recibir bienes que tengan el mismo valor que los que repartimos?
   ¿Daríamos sin esperar recibir nada a cambio, o sabiendo que nadie reconocería el valor de nuestras buenas acciones?
   Jesús nos insta a los cristianos a dar pensando en disfrutar de la satisfacción que conlleva hacer el bien. Si alguien premia nuestra buena acción para con él, agradezcámosle el don que nos conceda, o las palabras con que nos elogie, porque tan importante es dar como recibir, pero no demos por egoísmo, sino por amor, a Dios, y a sus hijos.

   3-4. Haz el bien buscando la manera de conseguir que Dios sea reconocido y alabado por causa de la grandeza del amor que manifiestas.

   "Así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (MT. 6, 4).
   ¿Cómo podemos conseguir estar seguros de que los motivos que nos mueven a hacer el bien no son egoístas? Actuemos secretamente, sin esperar recompensas por parte de los hombres, pues, los tales, jamás podrán imaginarse, que estamos beneficiándolos.
   No actuemos buscando la forma de que los hombres nos alaben, sino esforzándonos para que los tales alaben la grandeza del amor de Dios, que, para nuestra satisfacción, se les debe manifestar por nuestro medio. Recordemos que no nos conviene sentirnos privilegiados al ser alabados por una bondad que no nos caracteriza, sino por haber sido elegidos por dios, para representarlo ante sus hijos los hombres, predicando el Evangelio, y haciendo el bien.

   No olvidemos que Dios recompensa las obras que hacemos sin esperar ser recompensados por los hombres, y que las recompensas divinas difícilmente serán bienes materiales, a menos que los mismos contribuyan a nuestra purificación, y a nuestra santificación. Recordemos que no debemos actuar buscando recompensas divinas, porque Dios no recompensa a quienes sirven a sus hijos, no por amor, sino esperando recibir dádivas celestiales.

   3-5. Oremos por amor a Dios, y sin esperar que los hombres nos alaben por una fe, que no tenemos.
   "Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga" (MT. 6, 5).

   Si a todos nos gusta ser amados por quienes somos para nuestros familiares y amigos, ¿le gustará a dios que nos dirijamos a El para aparentar que somos buenos cristianos?
   Imaginemos los católicos que leeremos esta meditación -la cual llegará a cristianos de diferentes denominaciones-, el siguiente caso: Supongamos que no tenemos la costumbre de arrodillarnos durante la conversión del pan y el vino, en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad, de Nuestro Salvador, pero nos sucede que asistimos a una iglesia, en la que, en el citado momento, todos los asistentes a la misma, se arrodillan. ¿Permaneceríamos en pie en tal situación? En el caso de que nos arrodilláramos, ¿lo haríamos por amor a dios, o por no quedar mal? ¿Nos percatamos de que puede ser más fácil orar para guardar la apariencia que para demostrarle a Dios el amor que sentimos por El?

   Hay quienes no oran si no siguen un orden litúrgico invariable. Hay quienes oran recitando fórmulas cuyo significado es desconocido para los tales. A Dios no le importa lo que le decimos cuando oramos, ni cómo se lo decimos, ni la postura que adoptamos para decírselo, ni el lugar en que se lo decimos. Para los católicos y evangélicos, los lugares más apropiados para orar, son las iglesias en que le tributan culto a Dios. Para los testigos de Jehová, los mejores lugares para orar, son los llamados salones del Reino, pero, a pesar de ello, todos los cristianos podemos orar, en cualquier lugar en que nos encontremos, y sintamos el deseo o la necesidad, de hablar, con Nuestro Padre celestial, a quien le importa, más que cómo guardamos las apariencias cuando oramos, la intención con que nos dirigimos a El.

   A Dios, más que importarle el hecho de si nuestras oraciones son públicas o privadas, le interesa sentirse amado por nosotros, cuando nos dirigimos a El.

   "Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (MT. 6, 6).

   3-6. ¿Con qué intención ayunamos?

   "Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga" (MT. 6, 16).
   Dios no tiene necesidad de que ayunemos, pero, a pesar de ello, el ayuno tiene ciertos beneficios para nosotros, pero no debemos abusar del mismo. Tengo muchas lectoras que tienen la costumbre de no desayunar durante muchos días, lo cual hace que las tales pongan en peligro su salud. De la misma manera que la falta de instrucción espiritual dificulta el crecimiento de la fe que nos caracteriza, el cuerpo debe ser debidamente alimentado, para que no contraiga enfermedades.
   Quienes quieran ayunar para dedicarse a la oración, no hacen nada malo, pero deben evitar ayunar prolongadamente, y abusar de esta práctica.
   El ayuno nos sirve para crecer espiritualmente, pues nos conciencia de que, de la misma forma que debemos alimentar nuestros cuerpos, no debemos descuidar el aumento de nuestra fe.
   El ayuno nos sirve para disciplinarnos. De la misma forma que debemos ser alimentados, debemos estar dispuestos, a cumplir nuestras obligaciones diarias.
   El ayuno nos ayuda a apreciar los dones espirituales y materiales que Dios nos concede, y nos hace tener la conciencia de que, si nos sobran el dinero y los bienes materiales, podemos reducir el gasto en placeres y bienes efímeros, para ayudar a los pobres, a superar su difícil situación.
   Hagamos sacrificios sin que nadie lo sepa para beneficiar a los desposeídos de este mundo, y no actuemos buscando el reconocimiento de los hombres.

   3-7. No pretendas que nadie te tenga lástima.

   "Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (MT. 6, 17-18).
   No convirtamos nuestros ayunos en espectáculos. En este mundo en que se valoran el poder, la riqueza, el prestigio y la eficacia, nadie nos tendrá lástima si salimos a la calle sin peinarnos, sin ducharnos y sin vestirnos adecuadamente. Si ayunamos, realicemos nuestras actividades con normalidad, con tal de actuar en secreto.

   3-8. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-9. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en MT. 6, 1-6. 16-18 a nuestra vida.

   Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   ¿Por qué no podemos ser recompensados siempre por dios y los hombres al mismo tiempo?
   ¿Por qué en ciertos casos tenemos que optar entre estar de parte de Dios o renunciar a seguir profesando nuestra fe?
   ¿Por qué nos dice Jesús que evitemos hacer el bien buscando recompensas humanas tales como la demostración de admiración?

   3-2.

   Explica la diferencia existente entre la imitación y el seguimiento de Cristo.
   ¿Cómo podemos ser hipócritas aunque insistamos en que con nuestras obras y actos de culto manifestamos la fe que nos caracteriza?
   ¿Qué pueden ameritar quienes llevan a cabo buenas acciones, si, los motivos que los mueven a actuar, son malos?
   ¿Qué recompensa pueden obtener quienes hacen el bien intentando aparentar una misericordia que no los caracteriza?

   3-3.

   ¿Qué significa la frase de Jesús: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha”?.
   ¿Por qué tenemos la costumbre de dar?
   ¿Damos esperando conseguir bienes más valiosos que aquellos de los que nos desprendemos?
   ¿Damos esperando recibir bienes que tengan el mismo valor que los que repartimos?
   ¿Daríamos sin esperar recibir nada a cambio, o sabiendo que nadie reconocería el valor de nuestras buenas acciones?
   ¿Crees que es tan importante dar como recibir? ¿Por qué?

   3-4.

   ¿Cómo podemos conseguir estar seguros de que los motivos que nos mueven a hacer el bien no son egoístas?
   ¿Cómo puedes conseguir que algunos de tus prójimos vean que Dios se les manifiesta por medio de tus obras caritativas y de las oraciones que le diriges a Nuestro Padre celestial?
   ¿Cuál es el mayor privilegio al que debemos aspirar los cristianos en esta tierra?
   ¿Cómo podemos representar a Dios ante quienes tienen una fe débil o no creen en El?

   3-5.

   Si a todos nos gusta ser amados por quienes somos para nuestros familiares y amigos, ¿le gustará a dios que nos dirijamos a El para aparentar que somos buenos cristianos?
   ¿Son útiles las oraciones que hacemos recitando fórmulas cuyo significado desconocemos?
   ¿Cuál es la postura correcta para orar?
   ¿Debemos hablarle a dios con nuestras palabras, o solamente debemos hacerlo utilizando fórmulas litúrgicas, dado que las mismas son oraciones más bien hechas que las nuestras?
   ¿Qué es lo que Dios requiere de nosotros cuando oramos, para considerar que nuestras oraciones son auténticas?

   3-6.

   Si Dios no necesita que ayunemos, ¿por qué se nos insta en la Biblia a recurrir a esa práctica?
   ¿Por qué no es conveniente abusar de la práctica del ayuno?
   ¿Explica qué relación hay entre los beneficios del ayuno, el crecimiento espiritual, y la alimentación de los cuerpos.
   ¿En qué sentido podemos disciplinarnos por medio de la práctica del ayuno?
   ¿Qué nos enseña el ayuno con respecto al uso y el abuso del dinero, y la vivencia desordenada de los placeres mundanos?

   3-7.

   ¿Por qué debemos realizar nuestras actividades ordinarias con plena normalidad cuando ayunemos?
   5. Lectura relacionada.
   Lee IS. 1, 10-19. 58, 1-14.

   6. Contemplación.

   Imaginemos que Jesús ha concluido plenamente la instauración de su Reino de amor y paz entre nosotros. Imaginemos que vivimos en un mundo en que nuestra mayor prioridad consiste en amar y ser amados, por lo que no se hace nada con doble intención.
   Contemplemos el mundo sin sufrimientos que añoramos, cuyos habitantes nos serviremos, por el gozo de amar, y de ser amados.
   Mientras Jesús concluye la instauración de su Reino entre nosotros, oremos sinceramente, para que dios haga aquello que nos es imposible, pero necesitamos que sea hecho, para que, tanto nosotros como toda la humanidad, seamos mejores.

   7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en MT. 6, 1-6. 16-18.

   Comprometámonos a hacer una obra de caridad durante esta semana, para que la misma nos ayude a comprender el deseo que Dios tiene, de que toda la humanidad, viva como una sola familia de fe.
   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   8. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.
   Ejemplo de oración personal:
   Padre Santo: Que las prácticas de la oración, el ayuno y la limosna, me ayuden a crecer espiritualmente, y me hagan comprender que debo esforzarme, para que cada día sean más, los que te aceptan y te aman, como su Dios y Padre.

   9. Oración final.

   Lee el Salmo 51.

   Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de Jerusalén.

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