martes, 5 de febrero de 2013

LOS DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ

Es una antigua tradición en la Iglesia preparar la fiesta de San José, el 19 de marzo, con la contemplación de los dolores y gozos del Santo Patriarca durante los siete domingos anteriores a su fiesta.
De la mano de san José iremos contemplando los dolores: aquellos momentos en los que tuvo que pasar las pruebas que el Señor le tenía preparadas, los momentos que se entregó de forma plena al querer de Dios, aun sin comprender del todo lo que tenía guardado para él.
También iremos meditando los gozos de san José: la alegría y la felicidad de compartir su vida junto a su esposa, la Santísima Virgen y el Niño. El gozo de saberse en las manos de un Dios que le había escogido para tan gran tarea. 
Los cristianos siempre han visto en san José un ejemplo de entrega y de fe en Dios y podemos considerarlo maestro de oración. Fue él, depués de la Virgen, quien más de cerca trató al Niño Dios, quien tuvo con él el trato más amable y sencillo.
SIETE DOMINGOS A SAN JOSE
Oración (para todos los días): San José, mi padre y señor, tú que fuiste guardián fiel del Hijo de Dios y de su Madre Santísima; la Virgen María, alcánzame del Señor la gracia de un espíritu recto y de un corazón puro y casto para servir siempre mejor a Jesús y María. Amén.

V: Rogad por nosotros San José.
R: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
 
PRIMER DOMINGO
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José: qué aflicción y angustia la de vuestro corazón en la perplejidad en que estabais, sin saber si debíais abandonar o no a vuestra esposa sin mancilla.
Pero cuál no fue también vuestra alegría, cuando el ángel reveló el gran misterio de la Encarnación.
Por ese dolor y gozo, os pido consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte, semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
 
SEGUNDO DOMINGO

Oh bienaventurado patriarca glorioso San José, escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios hecho hombre: el dolor que sentisteis, viendo nacer al Niño Jesús en tan gran pobreza, se cambio de pronto en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los ángeles, y al contemplar las maravillas de aquella noche tan resplandeciente.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos que después del camino de esta vida vayamos a escuchar las alabanzas de los ángeles, y a gozar de los resplandores de la gloria celestial.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
 
TERCER DOMINGO

Oh ejecutor obedientísimo de las leyes divinas, glorioso San José: la sangre preciosísima que el reden-tor derramó en su circuncisión os traspasó el corazón, pero el nombre de Jesús, que entonces se le impuso, os confortó, llenándoos de alegría.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos el vivir alejados de todo pecado, a fin de expirar gozosos con el santísimo nombre de Jesús en el corazón y en los labios.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
 
CUARTO DOMINGO
Oh santo fidelísimo, que tuvisteis parte en los misterios de nuestra redención, glorioso San José: aunque la profecía de Simeón acerca de los sufrimientos que debían pasar Jesús y María, os causó dolor a par de muerte, sin embargo, os llenó también de alegría, anun-ciándoos al mismo tiempo la salvación y resurrección gloriosa, que de ahí se seguiría para un gran número de almas.
Por ese dolor y por ese gozo, conseguidnos ser del número de los que por los méritos de Jesús y por la intercesión de la bienaventurada Virgen María han de resucitar gloriosamente.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
 
QUINTO DOMINGO

Oh custodio vigilante, familiar íntimo del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José: cuánto sufristeis teniendo que alimentar y servir al Hijo del Altísimo, particularmente en vuestra huída a Egipto, pero cuán grande fue también vuestra alegría teniendo siempre con vos al mismo Dios, y viendo derribados los ídolos de Egipto.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos alejar para siempre de nosotros al tirano infernal, sobre todo huyendo de las ocasiones peligrosas, y derribar de nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, para que, ocupados en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo para ellos, y muramos gozosos en su amor.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
 
SEXTO DOMINGO

Oh ángel de la tierra, glorioso San José, que pudisteis admirar al Rey de los Cielos, sometido a vuestros más mínimos mandatos; aunque la alegría al traerle de Egipto se turbó por temor de Arquelao, sin embargo, tranquilizado luego por el ángel vivisteis dichoso en Nazaret con Jesús y María.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos la gracia de desterrar de nuestro corazón todo temor nocivo; de poseer la paz de la conciencia, de vivir seguros con Jesús y María, y de morir también asistidos de ellos.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
 
SÉPTIMO DOMINGO

Oh modelo de toda santidad, glorioso San José, que, habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús, le buscasteis durante tres días con profundo dolor, hasta que lleno de gozo le encontrasteis en el Templo, en medio de los doctores.
Por este dolor y gozo os suplicamos, con palabras salidas del corazón, intercedáis en nuestro favor, para que no nos suceda jamás perder a Jesús por algún pecado grave. Mas si por desgracia le perdiéramos, haced que le busquemos con tal dolor, que no nos deje reposar hasta encontrarle favorable, sobretodo en nuestra muerte, a fin de ir a gozarle en el cielo y cantar eternamente con Vos sus divinas misericordias.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
 
FINAL (para todos los días): Acordaos: Oh purísimo Esposo de María, oh dulce protector mío San José, que jamás se oyó decir que haya dejado de ser consolado uno solo de cuantos han acudido a vuestra protección e implorado vuestro auxilio. Con esta confianza vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos fervorosamente, oh padre nutricio del Redentor. No desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas piadosamente. Amén.
 
Oración: Oh Dios, que por providencia inefable os dignasteis escoger al bienaventurado José para esposo de vuestra Santísima Madre: os suplicamos nos concedáis la gracia de que, venerándole en la tierra como a nuestro protector, merezcamos tenerle por intercesor en los cielos. Amén.
 
Padrenuestro, Avemaría y Gloria, por las intenciones del Papa.
 
 
 
 

LA VOCACIÓN DE SAN JOSÉ

 
San José
A pesar de su dolor, José decide abandonar secretamente a María para no dañar su fama; es entonces cuando el Señor, por medio del ángel, le da a conocer su vocación.
 
 
Siendo como era justo, y no queriendo infamarla, deliberó dejarla secretamente.
(Mt 1, 19)
 
EL SUEÑO DE JOSÉ 
I
Ha pasado muchas noches de insomnio. Y ésta ha sido de sueño difícil: le ha costado mucho dormirse. Con frecuencia se ha despertado presa de una idea que le persigue: soñaba que los hombres de la plaza se reían de él.
Ahora ha logrado conciliar el sueño sobre su humilde lecho, después de pensar y pensar. 
 San José 
 San Jos
Ocurre que José está ante una tremenda disyuntiva: sabe que María va a ser madre, no lo puede dudar; y sabe también que es pura y sin mancha, no lo puede dudar. Y José ha suspendido el juicio.
María permanece silenciosa. Heroica, prefiere sufrir la sospecha y la deshonra antes que descubrir el secreto.
Él sabe con certeza que su esposa va a ser madre, se lo dijeron las amigas al principio, cuando vinieron a felicitarlo y él quedó con una amarga espina clavada en el corazón. Se lo dice la gente del pueblo, que lo comenta. Se lo dicen sus ojos. Calla también, sufre... y no juzga mal.
Está seguro de la pureza inmaculada de la Niña Virgen, se lo dicen sus ojos limpios, su bondad, su dulzura, su recia personalidad. Hay algo en ella que se impone, tan fuerte, tan decisivo, tan sobrenatural, que detiene la conclusión de la verdad que los ojos enseñan. Para los dos es una gran prueba.
Pavorosa lucha interior que las gentes no advierten. Angustiosas tormentas que los hombres vulgares no comprenden. Pelea por mantenerse fiel cuando todas las razones empujan a lo contrario. La santidad exige la prueba.
Todos creen que él es el padre. Y él sabe que no. Sufre ante el misterio, y respeta la situación.
La ley manda apedrear a las mujeres adúlteras. ¡Es tan grande el pecado! Pero ella no puede estar en ese caso. Sin embargo, José no se lo explica. Y su espíritu lucha entre esos dos extremos que lo ahogan: la pureza de María que se impone, y el hecho de que va a ser madre. Y José suspende el juicio.
 
II
Lo hace así porque es justo, aunque él sólo tenga razones para sentirse gravemente ofendido. Y no aplica el recurso legal de darle el acta del divorcio, que traería consigo la reprobación pública de la repudiada, sino que sigue la insinuación de la caridad, prefiriendo dejarla secretamente, para no dañar su fama.
 San José 
  
Y nosotros, tan veloces en concluir... condenando. Preferimos pensar mal para no engañarnos; pero es mejor engañarse muchas veces pensando bien de hombres malos, que equivocarse alguna vez teniendo mal concepto de una persona buena, pues en este caso hay injuria, cosa que no ocurre en el primero.
Es preciso saber detener el juicio, y más aún la lengua, aunque sea su conclusión lo más lógico, lo más natural. Muchas veces son inocentes aquellos contra los que se dirigen nuestras pruebas, pues en todo caso ignoraremos motivos personales de su actuación, que pueden justificarles plenamente.
Pensar bien trae consigo, además, una gran paz del alma y nos ahorra muchas amarguras.
José detiene el juicio respecto a María, aunque le asaltan clarísimas razones, aunque esa situación le produce honda herida.
 
III
Decide hacer lo que cree que es mejor. Es el juicio que formula respecto a su personal conducta ante aquella situación. Ya tiene su propio criterio, después de pensar y pensar. Y su juicio es un juicio santo.
Un ángel del Señor se le aparece:
-José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María, tu esposa, porque lo que se ha engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo...
  
 San José y el ángel
Le ordena el nombre que le ha de poner, y le comunica su misión. José cae en la cuenta de que esos hechos cumplen la profecía.
A veces se nos pide, además, el rendimiento del propio juicio, aunque haya sido formulado con toda rectitud.
José había amasado su decisión con lágrimas, caridad y justicia. Llegó a esa conclusión por un camino penoso y Santo. Ahora le piden que rinda su criterio, que lo someta. Su juicio es lo mejor que se puede hacer humanamente, pero no es lo mejor para los planes de Dios.
Rendir el juicio, hazaña propia de los mejores. ¡Es que mi idea está elaborada con toda rectitud y cuidado! ¡Es que no es ni vulgar ni imprudente! Te contesto: Tampoco lo era la de José.
¡Es que a él le avisó un ángel! El ángel también es una criatura, y Dios tiene muchos medios de avisar, para enseñarnos que nuestras razones no tienen razón. José rindió su juicio sin dilación, y, al despertarse, hizo lo que le mandó el ángel del Señor.

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