viernes, 8 de febrero de 2013

Leopoldo de Alpandeire Sánchez Márquez, Beato

Laico Capuchino, 9 de febrero
 

Leopoldo de Alpandeire Sánchez Márquez, Beato
Leopoldo de Alpandeire Sánchez Márquez, Beato

Laico Capuchino

Leopoldo de Alpandeire Sánchez Márquez (su nombre de pila era Francisco), laico profeso de la Orden d los Frailes Menores Capuchinos; nacido el 24 de julio de 1866 en Alpandeire (España) y fallecido el 9 de febrero de 1956 en Granada (España).
Dejando atrás la señorial ciudad de Ronda, metrópoli de la Serranía del mismo nombre, y, bajando por una carretera que serpentea entre escarpados cerros de alcornoques y encinares, llegamos a Alpandeire, pintoresca villa de la provincia de Málaga, situada en las extremidades de la sierra de Jarestepar al sur de Ronda.

Aquí, en este pueblecito de casitas blancas, acurrucado alrededor de su majestuosa iglesia parroquial, considerada la "catedral de la Serranía", nació un 24 de junio de 1864 Francisco Tomás Márquez Sánchez, nuestro futuro Fray Leopoldo. Fueron sus padres Diego Márquez y Jerónima Sánchez. Francisco Tomás tuvo otros tres hermanos más cuyos nombres nos son conocidos: Diego, Juan Miguel y María Teresa y algunos más que murieron en la infancia sin disponer hoy de datos sobre ellos. Diego moriría soldado en la guerra de Cuba.

Nuestro protagonista había nacido en el seno de una familia de cristianos labradores. El hogar de Diego y Jerónima era humilde y en él se vivían y practicaban las virtudes cristianas que inculcaban, con su ejemplo diario, a sus hijos.

Junto a los verdes campos de sementeras y alcornocales, las montañas rocosas, los trigales, los cercados de rastrojos y retamas, las ovejas y los aperos de labranza, la infancia y juventud de Francisco Tomás se deslizaron apaciblemente, como uno de esos innumerables arroyuelos que corren escondidos por las laderas de las montañas. Entre los trabajos del campo, la vida familiar y de piedad y oración pasó los treinta y cinco años de su vida oculta mientras Dios lo iba modelando lenta y paulatinamente -- que ya desde niño "era todo corazón" --; disfrutaba socorriendo a los pobres. Se decía de él que ni aún de niño se cerró, egoísta, a la compasión. Repartía su merienda con otros pastorcillos más pobres que él, o daba sus zapatos a un menesteroso que los necesitaba, o entregaba el dinero ganado en la vendimia de Jerez, a los pobres que encontraba por el camino de regreso a su pueblo. "Dios da para todos", diría años más tarde.

Fue a raíz de haber oído predicar a dos capuchinos en Ronda, con ocasión de las fiestas que tuvieron lugar en la ciudad del Tajo, en 1894, para celebrar la beatificación del capuchino Diego José de Cádiz, cuando el joven Francisco Tomás decidió abrazar la vida religiosa haciéndose capuchino. A aquellos predicadores comunicó su deseo de ser uno como ellos, pero tuvo que esperar algunos años, debido a ciertas negligencias y olvidos en los trámites de admisión. Finalmente un día salió de su tierra y de su parentela, como Abrahán, y tomó el hábito capuchino en el Convento de Sevilla el 16 de noviembre de 1899, cambiando el nombre de Francisco Tomás por el de Leopoldo, según usos de la Orden. Este cambio de nombre -- comentaría él años adelante -- le cayó "como un jarro de agua fría", ya que el nombre de Leopoldo no era corriente entre los miembros de la Orden; tal vez su maestro de novicios, P. Diego de Valencina, lo escogió por celebrarse su fiesta el 15 de noviembre.

Desde el noviciado Fray Leopoldo no tuvo otra meta que santificarse, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz como San Francisco. Su amor a Dios, la oración, el trabajo, el silencio, la devoción a la Virgen y la penitencia marcarían ya su vida. La cruz y la pasión de Cristo serían para él, a partir de ahora, objeto de meditación y de imitación. El 16 de noviembre de 1900 hizo su primera profesión; a partir de entonces vivió cortas temporadas, como hortelano, en los conventos de Sevilla, Antequera y Granada. El 23 de noviembre de 1903 emite, en Granada, sus votos perpetuos. Sin embargo, la azada lo perseguía como fiel compañera mientras él seguía cultivando la huerta de los frailes. Pero para entonces ya había aprendido a sublimar el trabajo, a transformarlo en oración y servicio a los hermanos. Como todos los santos hermanos capuchinos, Leopoldo fue un gran trabajador, ya que como ellos, estaba convencido de la virtud redentora del esfuerzo humano. El trabajo y la soledad del convento hicieron crecer en él la ascesis y la mística. Como ha escrito uno de sus biógrafos, fue un “contemplativo entre el agua de las acequias, las hortalizas, los frutales y las flores para el altar”. E1 21 de febrero de 1914 llegaría a Granada para quedarse definitivamente en ella. La ciudad de la Alhambra, que dormita a los pies de Sierra Nevada, la Granada cristiana y mora, donde el agua se hace música, sería el escenario de su vida durante más de medio siglo. Trabajó primero de hortelano en la huerta del Convento para ejercer después de sacristán y limosnero. Dos trabajos que unirían admirablemente la doble faceta de su vida: su dimensión contemplativa, su vida de oración, su vida íntima con Dios y su vida activa, su ir y venir por las calles y cuestas de Granada, su contacto con la gente, su diario quehacer de limosnero.

Pero lo que define y caracteriza prácticamente la vida de Fray Leopoldo es su oficio de limosnero. El, que se había hecho religioso para vivir alejado del "mundanal ruido", fue lanzado por la obediencia a librar la batalla decisiva de su vida, en medio de la calle. Lo que él mismo confirmaría años más tarde, con ocasión de las fiestas de sus Bodas de Oro de vida religiosa y al saber que la efeméride había salido en la prensa, exclamó: "Qué jaqueca, hermano, -- confesó a un compañero -- nos hacemos religiosos para servir a Dios en la oscuridad y, ya ve, nos sacan hasta en los papeles". Fray Leopoldo, como otros santos capuchinos con marcada inclinación a la vida contemplativa, vivió constantemente en contacto con el pueblo, como limosnero. Se hizo así santo, santificando a los demás. Y lo hizo como quería San Francisco: con el testimonio de su vida, con su ejemplo, con su palabra, con la gracia y el carisma que Dios le dio. El contacto con los hombres, lejos de distraerlo o mundanizarlo, lo empujó a salir de sí mismo, a cargar sobre sí el peso de los demás, a comprender, a ayudar, a servir, a amar.
Su figura se hizo popular en la ciudad de los cármenes, todos lo reconocían, las gentes y los chiquillos decían en la calle: "Mira, por allí viene Fray Nipordo", y corrían a su encuentro. Con los niños se paraba para explicarles algo de catecismo, con los mayores para hablar de sus problemas, angustias y preocupaciones. Fray Leopoldo había encontrado el modo de derramar sobre todos la bondad divina: rezaba tres Ave Marías, era su forma de enhebrar lo divino con lo humano. Y las gentes se alejaban de él transformadas, dispuestas a seguir su camino, pero con la tranquilidad y la seguridad que Fray Leopoldo les había devuelto, la de saber que Dios había tomado buena nota de sus preocupaciones.

Y así día tras día, durante medio siglo, "con la vista en el suelo y el corazón en el cielo" --como el mismo diría --, Fray Leopoldo recorrió Granada repartiendo la limosna del amor, elevando y sublimando la pesada monotonía de todos los días, dando colorido a los días grises, poniendo unidad y armonía en la fragilidad del ser humano, sobrenaturalizando y dignificando el quehacer diario. El ha aportado, así, abundantes riquezas espirituales, bondad, caridad, sencillez, limpieza al fatigoso discurrir de los hombres por esta tierra.
Padeció algunas enfermedades y dolencias, que él se esforzaba en ocultar y disimular, especialmente una hernia que le causaba agudos dolores y muchas molestias en sus caminatas diarias de limosnero. Estos y otros sufrimientos, como grietas en los pies que sangraban abundantemente, le ayudaban a completar en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia.

Cierto día en que, como de costumbre, recogía la limosna de la caridad a sus 89 años, cayó al suelo rodando precipitadamente escaleras abajo desde un primer piso y sufrió fractura de fémur, -- dicen que le empujó el diablo --. Fue ingresado en la Clínica de la Salud de Granada; afortunadamente y sin operación, los huesos le anudaron; regresó al convento y pudo caminar con la ayuda de dos bastones, pero ya no salió más a la calle. Así pudo entregarse totalmente a Dios que era el gran amor de su vida. Y llenándose de Dios, pasó los tres últimos años de su existencia terrena, hasta irse poco a poco consumiendo "cual llama de amor viva".

Finalmente, la llama se extinguió. Con el beso de la hermana muerte, Fray Leopoldo, el humilde limosnero de las tres Ave Marías, se durmió en el Señor. Era el 9 de febrero de 1956. Tenía 92 años.

La noticia de su muerte corrió y conmovió a toda la ciudad de Granada. Un río humano acudió al convento de capuchinos, el pueblo y las autoridades, hasta los niños se acercaron a ver a su "Fray Nipordo", como ellos le llamaban, mientras se decían unos a otros: "Está muerto pero no da miedo". Su entierro fue multitudinario. La fama de santidad, de que había gozado en vida, creció después de su muerte. Desde entonces, todos los días, pero, sobre todo el 9 de cada mes, una inusitada afluencia de gentes de todo el mundo visita su sepulcro, siendo numerosas las gracias que Dios concede por intersección de su fiel Siervo.

El 19 de diciembre de 2009 S.S. Benedicto XVI autorizó la promulgación del decreto que reconoce un milagro atribuido a la intercesión del Siervo de Dios Fray Leopoldo, la beatificación se realizará el 12 de septiembre de 2010.



Beato Leopoldo de Alpandeire, religioso
fecha: 9 de febrero
n.: 1864 - †: 1956 - país:España
canonización:B: Benedicto XVI 12 sep 2010
hagiografía: «L`Osservatore Romano»
En Granada, España, beato Leopoldo de Alpandeire, religioso de la Orden de los Frailes Capuchinos, que desempeño durante muchos años el oficio de limosnero.

Fray Leopoldo nació en el pueblo de Alpandeire, Málaga (España), el día 24 de junio de 1864 de padres humildes y trabajadores. Al ser bautizado, el 29 del mismo mes, recibió los nombres de Francisco Tomás de San Juan Bautista. En el seno de la familia recibió la primera educación humana y cristiana. Ya desde temprana edad Francisco Tomás ayudó a sus padres en las rudas tareas del campo, que le sirvieron para forjar su carácter impulsivo y como experiencia en su vida concreta; era muy amante del silencio y de la sobriedad y, al mismo tiempo, alegre, bondadoso y familiar con todos. Así fue creciendo en él una singular preocupación y sensibilidad por los pobres, con los que compartía momentos de frugal convivencia.

Era de conducta ejemplar, constante en la participación de la Eucaristía y en el rezo mariano del rosario; fiel en el cumplimiento de las obligaciones propias de su estado laical y, aun careciendo de una gran cultura, era plenamente consciente de los problemas de su tiempo, a saber, de la sublevación cubana, de los tiempos de la guerra civil carlista y de la restauración de la primera República, cuyos efectos fueron también muy notorios aun en las realidades periféricas del pequeño pueblo.

Siendo joven, vivió un período de noviazgo, hasta que, cumplido el servicio militar, durante las fiestas de la beatificación del capuchino Diego José de Cádiz, maduró la decisión de seguir el ideal franciscano, ingresando como hermano en la misma Orden. Después de haber superado algunas dificultades e incomprensiones, al cumplir los 35 años de edad entró en el convento de Sevilla, en donde se le impuso el nombre de Leopoldo.

Trasladado posteriormente al convento de Granada, allí emitió su profesión solemne, permaneciendo siempre cómo hermano laico. Fue sobre todo en esta ciudad, después de haber pasado breves intervalos en otros lugares, donde se desarrolló su vida, tejida de oración y de humilde servicio, de espíritu de comunión y de santa alegría, de obediencia y pobreza. Inmerso en un vigoroso y sereno espíritu de contemplación y de entrega, y atraído por el constante clima de la presencia de Dios, a quien en todo momento percibía con fervor y gratitud, el hermano Leopoldo luchó con todas sus fuerzas por encarnar en sí mismo, con sencillez y coherencia, la conducta del Pobrecillo de Asís, cuya Regla había interiorizado perfectamente.

En su espiritualidad resplandece la perfecta y total normalidad de vida. No se manifiestan en él ni especiales dotes humanas ni maravillosos carismas espirituales, sino una sencilla e interior conversación diaria con Dios, al que consideraba como un amigo y maestro, como fuente de vitalidad y fin de toda acción. «Todo por amor de Dios» eran las palabras que fluían con mayor frecuencia de sus labios: y es que, en realidad, en toda circunstancia consideró el amor de Dios como la mayor de las virtudes.

Entre las responsabilidades que le fueron encomendadas en las varias comunidades por las que pasó, se distinguen los oficios de hortelano, portero, sacristán y, especialmente, limosnero, actividad que cumplió con graves riesgos personales en los angustiosos años de la guerra civil, logrando acercarse a muchas personas de cualquier estado y condición, que en sus muchas dificultades acudían a él de buen grado en busca de consejo: su amabilidad y su autenticidad transmitían inmediatamente el sentido de una profunda y esencial espiritualidad y disponían los corazones de quienes recurrían a él a abrirse y a escucharlo. Los dolores y las preocupaciones de todos encontraban acogida en su corazón, y especialmente la caridad hacia los pobres y afligidos, notas que lo caracterizaban desde su juventud.

En el silencioso ritmo de su vida diaria se cumplía una progresiva transformación a imagen de Jesucristo crucificado. Durante uno de sus recorridos para pedir la limosna, fray Leopoldo, ya anciano, resbaló por las escaleras de un bloque de pisos, sufriendo la fractura del fémur, que lo dejó inmóvil por tres años. Agravado por afecciones pulmonares y molestias abdominales, el día 9 de febrero del año 1956 descansó piadosamente en el Señor. Una gran multitud acudió a su funeral, dando testimonio de la fama de su santidad en el pueblo.

Semblanza biográfica por Alfonso Ramírez Peralbo, OFMCap, Vicepostulador de la causa de beatificación, publicado en L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 12-IX-2010, que tomamos del Directorio Franciscano.

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