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Vicente Lewoniuk y doce compañeros, Beatos |
Laicos Mártires
Martirologio Romano: En Pratulin, en la región de Siedlce, en Polonia, beatos Vicente Lewoniuk y doce compañeros, mártires, que por no haber cedido a las amenazas y halagos de los que querían apartarlos de la Iglesia católica, y por no haber querido entregar las llaves de la parroquia, fueron heridos mortalmente y asesinados.(1874)
Fecha de beatificación: 6 de octubre de 1996 por el Papa Juan Pablo II.
El beato Vicente (Wincenty) Lewoniuk y sus 12 compañeros eran católicos de Rito Bizantino que viven en Podlasie, la región oriental de la Polonia actual. En el siglo XVIII después del reordenamiento fronterizo del reino de Polonia-Lituania, esta área terminó siendo parte del imperio ruso.
Una de las intenciones de los soberanos rusos era incorporar a todos los católicos de Rito Oriental a la Iglesia Ortodoxa Rusa: en 1784 Catalina II suprimió la Iglesia católica griega en Ucrania; en 1839 Nicolás I hizo lo mismo en Bielorrusia y Lituania; y en 1874 Alejandro II persiguió una política similar en la única diócesis restante del Rito Bizantino, la de Chelm. El Obispo y aquellos sacerdotes que rechazaron unirse a la Iglesia Ortodoxa ya habían sido deportados a Siberia o encarcelados. Le tocó al laicado, desprovisto de pastores, el defender su Iglesia, su liturgia y su unión con el Papa.
El 24 de enero de 1874 un acontecimiento extraordinario ocurrió en el pueblo de Pratulin. Los soldados vinieron al pueblo para transferir la parroquia local a la Iglesia Ortodoxa. Los fieles se despidieron de sus familias y amigos y poniéndose sus mejores ropas nuevas se apostaron frente a su templo para luchar por "las cosas santas".
Al principio el oficial trató de dispersar a la gente, pero ellos se quedaron. Entonces él prometió que recibirían "favores del zar" por unirse a la Iglesia Ortodoxa, pero esto ellos rechazaron esta propuesta. Entonces el oficial comenzó a amenazar a la gente con muchas clases de castigos, pero ellos permanecieron en sus sitios alrededor de la iglesia. El oficial entendió que no tendría éxito, entonces ordenó a sus hombres preparar las armas. El grupo de fieles católicos se arrodilló, esperando la muerte mientras cantaban himnos. Ellos no contestaron las ofensas de los soldados, tan sólo se decían entre ellos: "Es dulce morir para la fe".
La orden fue dada y los soldados dispararon, matando a 13 de ellos. Los mártires eran todos laicos, la mayor parte de ellos casados y padres de familias. Sus edades oscilaban entre los 19 y 50, la mayoría estaba entre los 20 y 30 años. Ellos eran gente ordinaria; no tenemos mucha información sobre sus vidas pero la opinión general es que eran personas de una fe fuerte y profunda.
Los mártires fueron enterrados por los soldados rusos sin respeto alguno; no permitieron a sus familias participar en el entierro, confiaban que poco tiempo después todo esto sería olvidado. El zar oficialmente suprimió la diócesis de Chelm en 1875.
Los 13 Mártires
Vicente (Wincenty) Lewoniuk, nacido en Krzyczew (Polonia) en 1849, casado, de 25años. Hombre piadoso y de buena reputación. Fue el primero en dar la vida en defensa de la iglesia y por ello ocupa el primer lugar del presente grupo.
Daniel Karmasz, nació en Przedmiecie Pratulin (Polonia) el 22 de diciembre de 1826, casado, de 48 años. Por testimonio de su hijo sabemos que era un hombre de sentimientos religiosos. Presidente de la cofradía parroquial, durante la defensa de la iglesia se puso frente al grupo de fieles llevando una cruz que todavía hoy le es conservada a Pratulin.
Lucas (Lukasz) Bojko, nacido en Zaczopki (Polonia) el 29 de octubre de 1852, célibe, de 22 años. Su hermano testificó que era un hombre honesto, religioso y de buena reputación. Durante la defensa de la iglesia tocaba las campanas.
Constantino (Konstanty) Bojko, nacido en Derlo (Polonia) el 25 de agosto de 1825, casado, de 45 años. Hombre bueno y piadoso. Herido gravemente durante la defensa de la iglesia, murió en su casa el día siguiente. Con su mujer, Irene, tenían siete hijos.
Constantino (Konstanty) Lukaszuk, nacido en Zaczopki (Polonia) en 1829, casado, de 45 años. Fue herido en la defensa de la iglesia y eso provocó su muerte.
Aniceto (Anicet) Hryciuk, nacido en Zaczopki (Polonia) en 1855, célibe, de 19 años. Joven bueno, religioso y educado en el amor hacia la iglesia. Saliendo de casa con la comida para los defensores de la iglesia a Pratulin, le dijo a su madre: "Quizás también yo seré digno de dar la vida por la fe".
Felipe (Filip) Geryluk, nacido en Zaczopki (Polonia) el 26 de noviembre de 1830, casado, de 44 años. Por el testimonio de su nieto conocemos que era un buen padre de familia, piadoso y honesto. En la defensa de la Iglesia animó a los otros a la perseverancia y él mismo dio su vida por la fe.
Honorio (Onufry) Wasyluk, nacido en Zaczopki (Polonia) en 1853, de 21 años. Buen católico y hombre justo, estimados por todos.
Bartolomé (Bartlomiej) Osypiuk, nacido en Bohukaly (Polonia) el 3 de septiembre de 1843, de 30 años. Casado con Natalia, tuvo dos hijos. Respetado por todos en la aldea por su honestidad, prudencia y religiosidad. Gravemente herido, fue transportado a casa, donde murió implorando perdón para los soldados rusos.
Ignacio (Ignacy) Franczuk, nacido en Derlo (Polonia) en 1824, de 50 años. Casado con Elena, tuvo siete hijos. Del testimonio de su hijo sabemos que educó a sus hijos en el temor de Dios. La fidelidad a Dios era para él lo más importante. Preparándose para ir a Pratulin para defender la iglesia, se vistió con ropa limpia afirmando que todo podría suceder, incluso que él no volviera más. Después de la muerte de Daniel Karmasz tomó la cruz y se puso en la primera fila de los defensores.
Juan (Jan) Andrzejuk, nacido en Drelów (Polonia) el 9 de abril de 1848, de 26 años. Casado con Marina con quien tuvo dos hijos. Estimado por todos como hombre bueno y prudente. Mientras se encaminó a Pratulin para defender la iglesia, se despidió de todos suponiendo que podría ser la última vez. Gravemente herido fue transportado a casa, dónde murió durante la noche.
Máximo (Maksym) Hawryluk, nacido en Bohukaly (Polonia) el 2 de mayo de 1840, de 34 años. Casado con Domenica, estimado por la gente cuál hombre bueno y honesto. Gravemente herido, murió el día seguante.
Miguel (Michal) Wawryszuk, nacido en Derlo (Polonia) en 1853, célibe, de 21 años. Trabajó en la finca de Paolo Pikula en Derlo. Gozaba buena fama. Gravemente herido, murió el día siguiente en Derlo.
Beatos Vicente Lewoniuk y doce compañeros, mártires
fecha: 24 de enero †: 1874 - país: Polonia canonización: B: Juan Pablo II 6 oct 1996 hagiografía: Vaticano
En Pratulin, en la región de Siedlce, en Polonia, beatos Vicente Lewoniuk y doce compañeros, mártires, que, firmes ante las amenazas y halagos de los que querían apartarlos de la Iglesia católica, fueron asesinados o heridos mortalmente por haberse negado a entregar las llaves de la parroquia. Son sus nombres: beatos Daniel Karmasz, Lucas Bojko, Bartolomé Osypiuk, Honofrio Wasiluk, Felipe Kiryluk, Constantino Bojko, Miguel Nicéforo Hryciuk, Ignacio Franczuk, Juan Andrzejuk, Constantino Lubaszuk, Máximo Hawryluk y Miguel Wawrzyszuk.
En el sitio del Vaticano no se encuentra publicada -ni siquiera en otros idiomas que el castellano- la homilía de la misa de beatificación, realizada en Roma el 6 de octubre de 1996; sin embargo tres años después, en su viaje a Polonia de junio de 1999, el Santo Padre dio una homilía en la que hizo alusión a la beatificación de este grupo, extrayendo de ellos una preciosa enseñanza sobre la unidad de la Iglesia. Reproducimos el fragmento central de esa predicación, que puede leerse entera en el sitio del Vaticano:
«Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros» (Jn 17, 11)
Cristo pronunció estas palabras la víspera de su pasión y muerte. En cierto sentido, son su testamento. Desde hace dos mil años, la Iglesia avanza en la historia con este testamento, con esta oración por la unidad. Sin embargo, hay algunos períodos de la historia en los que esa oración resulta particularmente actual. Nosotros estamos viviendo precisamente uno de esos períodos. Si el primer milenio de la historia de la Iglesia estuvo marcado esencialmente por la unidad, ya desde el inicio del segundo milenio se produjeron las divisiones, primero en Oriente y más tarde en Occidente. Desde hace casi diez siglos el cristianismo vive desunido.
Esa desunión se ha expresado y se expresa en la Iglesia que desde hace mil años realiza su misión en Polonia. En el período de la primera República, los extensos territorios polaco-lituano-rutenos constituían una región donde coexistían las tradiciones occidental y oriental. Sin embargo, se fueron manifestando gradualmente los efectos de la división que, como es sabido, se produjo entre Roma y Bizancio a mitad del siglo XI. Poco a poco se fue despertando también la conciencia de la necesidad de restablecer la unidad, especialmente a raíz del concilio de Florencia, en el siglo XV. El año 1596 tuvo lugar un acontecimiento histórico: la así llamada «Unión de Brest». Desde entonces, en los territorios de la primera República, y especialmente en los orientales, aumentó el número de las diócesis y de las parroquias de la Iglesia greco-católica. Aun conservando la tradición oriental en el ámbito de la liturgia, de la disciplina y de la lengua, esos cristianos permanecieron en unión con la Sede apostólica.
En la diócesis de Siedlce, donde nos encontramos hoy, y en particular en la localidad de Pratulina, se brindó un testimonio especial de ese proceso histórico. En efecto, aquí fueron martirizados los confesores de Cristo pertenecientes a la Iglesia greco-católica, el beato Vicente Lewoniuk, y sus doce compañeros.
Hace tres años, durante su beatificación en la plaza de San Pedro, en Roma, dije que «dieron testimonio de fidelidad inquebrantable al Señor de la viña. No lo defraudaron, sino que, habiendo permanecido unidos a Cristo como los sarmientos a la vid, dieron los frutos esperados de conversión y santidad. Perseveraron, incluso a costa del sacrificio supremo. (...) Como siervos fieles del Señor, confiando en su gracia, testimoniaron su pertenencia a la Iglesia católica en la fidelidad a su tradición oriental. (...) Con ese gesto generoso los mártires de Pratulina defendieron no sólo el templo frente al cual fueron asesinados, sino también a la Iglesia que Cristo confió al apóstol Pedro, porque se sentían sus piedras vivas».
Los mártires de Pratulina defendieron la Iglesia, que es la viña del Señor. Permanecieron fieles a ella hasta la muerte, y no cedieron a las presiones del mundo de entonces, que precisamente por eso los odiaba. En su vida y en su muerte se cumplió la petición de Cristo en la oración sacerdotal: «Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado (...). No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. (...) Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad» (Jn 17, 14-15. 17-19). Dieron testimonio de su fidelidad a Cristo en su santa Iglesia. En el mundo en el que vivían, con valentía trataron de derrotar, mediante la verdad y el bien, al mal que se extendía, y con amor quisieron vencer al odio que reinaba. Como Cristo, que por ellos se entregó a sí mismo en sacrificio, para santificarlos en la verdad, también ellos entregaron su vida por la fidelidad a la verdad de Cristo y en defensa de la unidad de la Iglesia. Esta gente sencilla -padres de familia- en el momento crítico prefirió la muerte antes que ceder a presiones que atentaban contra su conciencia. «¡Qué dulce es morir por la fe!», fueron sus últimas palabras.
Les agradecemos ese extraordinario testimonio, que se ha convertido en patrimonio de toda la Iglesia que está en Polonia para el tercer milenio, que ya se aproxima. Dieron una gran contribución a la construcción de la unidad. Cumplieron hasta el fin, mediante el generoso sacrificio de su vida, la oración de Cristo al Padre: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros» (Jn 17, 11). Con su muerte confirmaron la fidelidad a Cristo en la Iglesia católica de tradición oriental.
Ese mismo espíritu animó a las multitudes de fieles de rito bizantino-ucranio, obispos, sacerdotes y laicos, que durante los cuarenta y cinco años de persecución han mantenido la fidelidad a Cristo, conservando su identidad eclesial. En este testimonio, la fidelidad a Cristo se mezcla con la fidelidad a la Iglesia y se transforma en servicio a la unidad.
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