jueves, 10 de enero de 2013

Saber Perdonal 70×7


En una comunidad pusieron un letrero grande a la entrada de la casa que decía: “70 X 7″, haciendo alusión a aquella palabra de Jesús que nos mandaba perdonar setenta veces siete. (Mt 18,22)
¿Qué significa perdonar setenta veces siete? Significa perdonar con las siguientes características:

 A. Perdonar todo a todos. Perdonar todo, sea lo que sea. Desde la ofensa más pequeña hasta la misma muerte. Perdonar a todo mundo, no sólo a los hermanos que amamos y a los cuales somos capaces de excusar. También a los enemigos, a los que nos odian, al que ha hablado mal de nosotros, al comunista, al protestante, a la prostituta, en fin, a los que creemos que son peores que nosotros, aunque tal vez nos vayan a aventajar en el Reino de los Cielos.

 B. Perdonar al que nos ofende. Aunque él no nos pida perdón. No se trata de perdonar a quien se arrepiente, sino a todo el que nos haya ofendido; no importa que él no se vuelva a nosotros, lo perdonamos. Así lo enseñó Jesús en la oración del Padre Nuestro: “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

C. Inmediata e incondicionalmente. No dejando que el sol se ponga sobre nuestra ira para no permanecer en tinieblas en nuestro corazón. Y sin condicionar el perdón, sin exigir algún tipo de pago, sin chantajear o hacer sentir mal a quien nos ofendió.

 D. Olvidando la ofensa. Sin volverla a tomar en cuenta para el futuro. Sin echarla en cara en otra ocasión. Sin tomar ninguna represalia contra el hermano. Perdonar sin olvidar no es perdonar. No es cuestión de olvidar materialmente, sino de actuar sin condicionamientos por lo que nos hicieron. Si nosotros ponemos los moldes del perdón, el Señor los llenará de su Shalom, de su Paz.
E. Devolviendo la confianza original. Volver a confiar en el hermano como antes de que cometiera la falta; como Jesús le devolvió la confianza a Pedro después de sus tres negaciones.

 F. Devolviendo un bien por el mal recibido. Porque la única manera de vencer al mal no es soportándolo con resignación o perdonando, sino devolviendo un bien.

 G. Perdonando de corazón. Es decir, no sólo de palabra sino con amor misericordioso y compasivo, doliéndonos más porque un hermano nuestro se convirtió en ofensor que porque nosotros fuimos ofendidos. …y si de esta manera hemos llegado a perdonar hasta siete veces, los discípulos de Jesús deben perdonar así siempre.

 Perdonar así es una acción difícil que muchos la consideran imposible y de esa manera, ya no se sienten obligados a llevarla a cabo, puesto que es irrealizable. Por ello dicen: Yo podría perdonar cualquier cosa, menos tal… -Eso no se lo paso a nadie… -Yo siempre le he hecho bien y me paga de esa manera… -Perdono, pero no olvido… -Esto no tiene perdón… pero tú no sabes lo que me hizo…
Otros piensan que perdonar es perder; y como no están dispuestos a perder no quieren perdonar.
Resulta claro que nosotros no tenemos la fuerza para perdonar. Precisamente por eso cuando Cristo envió a sus apóstoles a perdonar les dijo: “Reciban el Espíritu Santo que los capacita para lo que ustedes no pueden con sus propias fuerzas”.

La paz se pierde cuando existe algún tipo de agresión, incomprensión o falta de amor. El desasosiego y la intranquilidad se presentan y hacen presa de nosotros cuando las cosas no sucedieron como las esperábamos o las habíamos planeado. La violencia surge ante las injusticias que se nos imponen. Todo esto causa heridas en nosotros.

 La única forma como verdaderamente restablecemos tanto la paz interior como exterior es si perdonamos al culpable, así sea nuestra propia persona. En la medida que en vez de exhibir nuestras heridas para justificar nuestra venganza, ellas se transformen en fuentes de paz para nuestros hermanos por medio del perdón, en esa medida seremos sanos totalmente, canales de salud para otros, artífices de paz para el mundo y podremos vivir el mesiánico Shalom que Cristo vino a traer y que instaura a través de las llagas de su Cuerpo místico que somos cada uno de nosotros.
Si existe alguna tristeza o insatisfacción, busquemos en el fondo de nuestro corazón hasta encontrar la raíz: siempre descubriremos que es algo o alguien a quien no hemos perdonado. Esto, naturalmente, no es para remover la espina en la herida sino como el cirujano que extirpa el tumor que produce muerte.

 ¿Queremos ser felices? No hagamos caso a las voces del mundo. Escuchemos una vez más el secreto de Aquel que alcanzó la felicidad y nos dio la receta eficaz: Felices los pacificadores porque ellos poseerán la tierra: Mt 5,9.

 La salud interior, y aun la física, se dan en la medida que perdonamos a todos los que nos han ofendido. El perdón es una medicina que cura todos los males, especialmente el de la tristeza, el resentimiento, la envidia y todo tipo de venganza y violencia.
La salud nunca llega por el simple hecho de conocer la enfermedad que padecemos, comprar las medicinas y por saber el contenido de las mismas, sino cuando las tomamos. Hasta que la penicilina se integra a nuestro organismo y llega a ser parte de nuestro ser, actúa con su poder terapéutico; no cuando está en el frasquito.

 De la misma manera necesitamos hacer vida lo que hemos aprendido, poniéndolo en práctica. De lo contrario jamás obtendremos la maravillosa salud que Cristo resucitado nos ofrece. Es necesario que lo que entendemos con la cabeza lo aceptemos con el corazón y lo convirtamos en principio de acción.

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