La Biblia: una “bandera discutida” (Cfr. Lc 2,35)
Las misteriosas palabras del anciano Simeón a la Santísima Virgen María, sobre su Hijo Jesús, siguen siendo válidas, después de más de dos mil años, no solo referentes a la persona misma de Jesús, sino también a la del conjunto de Escrituras que lo tienen a Él como centro y que son el testimonio escrito fundamental de su vida, obra y mensaje: la Biblia.
Esta “bandera” siempre ha sido enarbolada para justificar muchas doctrinas e “iglesias”, sobre todo a partir del s. XVI cuando Martín Lutero se apoyó en ella para justificar su separación de la Iglesia Católica dando así comienzo al movimiento protestante. A partir de ese momento el recurso de apoyarse en la Sagrada Escritura sigue siendo utilizado por todos aquellos que, partiendo de supuestas “revelaciones” divinas, han dado a luz miles de “iglesias” o denominaciones “cristianas” (solo en USA y hasta hace pocos años, más de treinta mil ¡!). Cada una de ellas dice basarse “en la Biblia”. Algunos pretenden ser los únicos que en dos mil años han entendido lo que “realmente enseña la Biblia[1]. Casi todas estas denominaciones ofrecen Cursos Bíblicos y materiales impresos con llamativas ilustraciones y ediciones populares de la Sagrada Escritura con un catálogo (canon) reducido de 66 libros.
Pero, preguntémonos: ¿Es posible que durante más de 1.500 años (hasta la aparición del protestantismo) toda la cristiandad estuviera equivocada al leer el contenido del libro sagrado? ¿Es cierto que todas las denominaciones nacidas de la Reforma protestante y más modernamente de tantos “iluminados” se basan “únicamente” en la Biblia? ¿Por qué, entonces, hay tanta diferencia de interpretación de determinados pasajes de la Sagrada Escritura entre las distintas denominaciones que se dicen apoyar en ella?
La mayoría de católicos encuentra serias dificultades a la hora de “dialogar” con hermanos –antiguos católicos- miembros de diversas denominaciones cristianas. La dificultad -dicen la mayoría- está en la actitud cerrada por parte de los miembros de dichas iglesias. Y en parte es verdad: la actitud cerrada (por eso a esos grupos se les denomina “sectas”) ya impide todo diálogo. Esa actitud cerrada es fruto de otra actitud llamada “fanatismo”: la absolutización apasionada de una determinada verdad, punto de vista, opinión, etc. que excluye –de forma a priori- el que el interlocutor tenga también la razón o parte de ella. Esta actitud “fanática” puede ser fruto de una inmadurez o de un cierto desequilibrio psicológico…
Pero, aparte de la actitud cerrada, la dificultad para “entenderse”, acerca de los mismos textos, con estos hermanos admiradores de las Sagradas Escrituras, se debe sobre todo a dos fallos “capitales” a la hora de abordar el texto sagrado: 1) -Un error “teológico” y 2) –un error “metodológico”.
Del “enfoque” teológico católico sobre la Sagrada Escritura y las diferencias de enfoques acerca de la Sagrada Escritura, en las distintas denominaciones protestantes, me gustaría seguir discurriendo en los próximos artículos.
Un error “teológico” en la interpretación de la Sagrada Escritura (I): Separar la Biblia de la Iglesia
La principal dificultad a la hora de “entenderse” con hermanos de otras denominaciones cristianas acerca de la Sagrada Escritura es, sin duda, debido a un “error teológico” que cometen estos grupos: separar las Sagradas Escrituras de su contexto interpretativo: La Iglesia.
Al formular, en el s. XVI M. Lutero el principio de “SOLA ESCRITURA” despojó a ésta de su “contexto interpretativo” dejándola, así sin su base, sin su fundamento y, por tanto sin la “corriente vital” que le dio su existencia y que es indispensable para saber cuál es su mensaje auténtico. Al desgajar la Biblia de la Iglesia la dejó sola e indefensa frente a todas las “manipulaciones” que vendrían sobre ella y que es lo que estamos viendo: cantidad de grupos aislados dicen basarse en ella para justificar sus creencias, siempre contra la Iglesia Católica y, en muchos de los casos, antagónicas entre sí.
En efecto, la Biblia no se basta a sí misma. La Biblia no surgió por generación espontánea sino en medio de un pueblo de creyentes (Israel), un pueblo al que Dios se le fue manifestando desde muchos siglos antes de ser puesta por escrito. Un pueblo que guardó la memoria (Cfr. Ex 13,14; Dt 4,9) y la interpretación de esos hechos (muchos salmos reinterpretan el Éxodo, la Alianza, 80; 104; 105 etc.). Un pueblo que no tenía la costumbre de escribir sino de “guardar en la memoria”. Lo que dio origen a una larga “tradición oral” antes de escribir esas “memorias”, (Cfr. Jer 36: el profeta escribe sus oráculos después de veinte años ¡!) Un pueblo que desembocó en la Iglesia como su continuación madura (Cfr. Mt 16, 18-19). Jesús mismo –hijo de su pueblo- no escribió nada ni mandó escribir nada. Recordemos que los Evangelios se comenzaron a escribir aproximadamente después de veinte años después de la muerte del Señor (el primer “libro” del NT, la 1ª. Carta a los Tesalonicenses, se escribió hacia el año 52)
Todo esto nos confirma en que no se puede “absolutizar” la Biblia: Primero fue la comunidad de creyentes en medio de la cual nació: Israel-Iglesia Católica, luego fue “el libro”. Es más: fue esta primera comunidad de creyentes fundada por el Señor Jesús la que asumió el conjunto de escrituras del A.T. (Versión griega de Los Setenta: LXX) como Palabra de Dios inspirada (2Tm 3,16) para comprender el designio de Dios contenido en las profecías antiguas acerca de Jesús. Fue esta Iglesia la que escribió los libros que formarían parte del canon del N.T. y “discernió” entre otros escritos (60 “apócrifos” según el Diccionario Enciclopédico de la Biblia) que circulaban entonces y que reclamaban ser también inspirados. También con respecto al A.T. la Iglesia tuvo que hacer su “discernimiento” (circulaban entonces 67 libros “apócrifos”, según el Dic. E. de la B.). Recuerda que la Biblia misma no dice la cantidad de libros (canon) que debe formar parte de ella. Aquí se manifiesta la incongruencia de las distintas denominaciones cristianas al considerar “inspirados”, por lo menos, todos los libros del NT y negar, al mismo tiempo, la “inspiración”, es decir, la asistencia del Espíritu Santo a aquella Iglesia que escribió y discernió el canon. En la Exhortación Apostólica Verbum domini nos die el Papa Benedicto XVI: “…la auténtica hermenéutica de la Biblia solo es posible en la fe eclesial, que tiene su paradigma en el sí de María.” (29). (Más adelante hablaremos de la “exégesis eclesial” de Benedicto XVI)
Así es posible comprender por qué es casi imposible entenderse con aquellos que pretenden entender, interpretar la Sagrada Escritura partiendo de un error tan evidente como es separarla de su contexto interpretativo: la Iglesia fundada por Jesús. Se está partiendo de un punto de vista diametralmente anti-eclesial. Se comprende, entonces, por qué tanta manipulación del libro sagrado y el surgimiento, cada vez más, de “iglesias”.
Un error “teológico” en la interpretación de la Sagrada Escritura (II): Identificar “Palabra” y “Escritura”
Este error –común en las distintas denominaciones protestantes- es un “reduccionismo”. Es decir: reducir la Palabra de Dios a su testimonio escrito: La Sagrada Escritura o Biblia.
Aunque parezcan equivalentes, no es lo mismo decir: “La Palabra”, “Palabra de Dios” o “Sagrada Escritura” (= Biblia) Son términos muy relacionados entre sí, pero no necesariamente equivalentes. De identificarlos sin más arranca un “mal entendido” cuando nuestros amigos evangélicos (o cristianos como se hacen llamar), testigos de Jehová, etc. hablan de la Biblia: reducen la Palabra a su testimonio escrito como hemos dicho al principio. Y sin embargo la Palabra es más amplia que la Escritura.
Como sabemos, “Palabra de Dios” es todo lo que Dios nos ha revelado para nuestra salvación: su obra (la creación), sus designios (planes), sus enseñanzas, lo que somos, nuestro destino, etc. Todo esto lo fue revelando Dios a su pueblo (Israel) desde el comienzo, desde su elección con Abraham. Y toda esta revelación terminó con la muerte del último de los apóstoles: San Juan. “Palabra de Dios” es también todo lo que Él nos sigue revelando cuando –a la luz del Espíritu Santo- leemos el libro sagrado, cuando, también con la asistencia de este Espíritu, la Iglesia nos enseña, nos corrige, nos indica el camino a lo largo de los siglos. (Cfr. “…Él os guiará hasta la verdad completa…” Jn 16, 13)
La misma Sagrada Escritura nos da testimonio de que la “Palabra de Dios” es más amplia que su testimonio escrito:
· El Salmo 8 nos dice que toda la creación “nos habla” de Dios, de su poder, de su perfección y sabiduría. Es decir, que la creación es también “Palabra de Dios”.
· Ese mismo salmo nos dice que, dentro de la creación de Dios, el hombre (el ser humano) es, de una manera particular “palabra de Dios” ya que la imagen divina está grabada en la misma naturaleza del varón y de la mujer: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…” (Gn 1,26)
· En el NT san Juan nos dice que la Palabra es también el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad (el Verbo, como traducían otras versiones): “En el principio existía la Palabra… y la Palabra era Dios… y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,1-14)
· Finalmente recordemos que el mismo s. Juan nos dice que NO TODO quedó escrito: “Y Jesús realizó también en presencia de sus discípulos otras muchas «señales» que no se han puesto por escrito en este libro…” (20,30) “Hay también otras mucha cosas que hizo Jesús, que si se escribieran una por una, creo que ni el mundo entero tendría sitio para los libros que habrían de escribirse” (21, 25)
El Papa Benedicto XVI nos dice en la Exhortación Apostólica Verbum Domini que el término “Palabra de Dios”. Y nos da seis (6) significados de esta expresión dentro de la misma Biblia: “… las distintas maneras en que se usa la expresión «Palaba de Dios». Se ha hablado justamente de una sinfonía de la Palabra, de una única Palabra que se expresa de diversos modos: «un canto a varias voces» A este propósito, los Padres sinodales han hablado de un uso analógico del lenguaje humano en relación a la Palabra de Dios.” (7 Leer todo este número)
Recordemos, finalmente que la Iglesia, en el año 1.965, promulgó la Constitución Dogmática Dei Verbum (= la Palabra de Dios) en la que nos habla de la DIVINA REVELACIÓN (Documentos del Concilio Vaticano II). La Iglesia Católica, consciente de la grandeza y amplitud de la Palabra de Dios nos dice: “…la Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado.”(Vaticano II, D.V. 9)
Un error “metodológico”: Creer que se puede leer la Sagrada de una manera “neutral”, “sin prejuicios” o, “desde cero”.
Muchas veces hemos visto y oído cómo las personas pertenecientes a las distintas denominaciones “cristianas” popularmente conocidos como “evangélicos” o protestantes, Testigos de Jehová, etc. pretenden, en la presentación de sus creencias, basarse “únicamente” en lo que “realmente” dice la Biblia o Sagrada Escritura. Para hacer más evidente esto andan “con la Biblia en la mano”. El recurso últimamente usado por los Testigos de Jehová, en sus visitas por las casas, es pedirle al fiel católico, cuando le abre su puerta, que le preste su biblia católica para, con ella en la mano, leer sobre todo algunos pasajes que les interesan y decirle: “¿No ve? hasta su misma Biblia está diciendo que nosotros tenemos la razón y que ustedes –católicos- están equivocados”. También escriben en las orillas de las carreteras, muros, etc. consignas que dicen: “Lea la Biblia”, “La Biblia es la verdad”, etc. etc. Estos hermanos que dicen basarse en la Biblia creen poder leerla e interpretarla de una manera neutral, es decir, “sin prejuicios”.
Pero, pensemos: ¿es esto posible? En el planteamiento anterior están ocultas dos cosas:
1-Un grave error (¿inconsciente?) de metodología ya que –según se sabe- nadie que se acerque a un texto escrito puede hacerlo de una manera “neutral”. Y menos aún en el caso de la Sagrada Escritura.
2- Un prejuicio consciente anticatólico que formulan luego de la siguiente manera: La Iglesia Católica “no dice la verdad” o “los está engañando” (“los ha tenido engañados siempre”).
La filosofía del lenguaje ha demostrado que siempre nos acercamos a un texto escrito nos precede una “pre-comprensión”. Es decir, cada vez que nos acercamos al texto de la Sagrada Escritura lo hacemos desde cierta posición o punto de vista previo (y muchas veces inconsciente): El no-creyente se acercará por curiosidad, interés literario, histórico, cultural, etc. El ateo o materialista se acercará quizás con la convicción de encontrar mitos, leyendas fábulas, es decir, relatos desprovistos de todo carácter histórico y real. El creyente se acerca con la convicción de que está leyendo un libro “sagrado” o “religioso” portador de un mensaje para su vida. En el caso que nos interesa hay una “pre-comprensión” o expectativa muy distinta entre el católico y el miembro de alguna denominación protestante al acercarse al texto sagrado: el católico se acerca al texto dentro de una fe recibida en la gran tradición multisecular de la Iglesia. El evangélico/protestante/testigo de Jehová, generalmente se acerca desde una actitud “anti-católica”. Esta “pre-comprensión” determina entonces lo que “leemos” en el texto. Y también hasta la misma selección que hacemos de los textos. Uno de los “descubrimientos” del norteamericano ex-pastor presbiteriano Scott Hahn, al convertirse al catolicismo (según lo expresó públicamente en una entrevista por EWTN) fue el darse cuenta que durante todo el tiempo que fue creyente y ministro presbiteriano, había estado leyendo las Sagradas Escrituras desde una perspectiva muy particular que le llevaba no solo a interpretarlas en cierta dirección, sino también a seleccionar algunos pasajes y a ignorar otros, lo cual se evidenciaba cuando miraba los textos que tenía subrayados en su Biblia. Cuando escuchamos interpretar la Sagrada Escritura a un evangélico o Testigo de Jehová nos damos cuenta que están interpretando el texto “como les han enseñado” sus pastores, los cuales a su vez siguen la óptica de su fundador: Martín Lutero, William Miller, Helen G. de Withe, Charles T. Russel, etc. En conclusión, que no la leen como pretenden: neutralmente.
La Iglesia Católica, por el contrario, es consciente de que al leer la Sagrada Escritura lo hace desde una “pre-comprensión”, es decir, desde una óptica determinada. Sólo que esta “óptica”, esa “manera determinada” o enfoque tiene su fundamento en la misma Sagrada Escritura: la leemos, la interpretamos siguiendo una dinámica interna a la Sagrada Escritura misma. Dinámica interpretativa seguida también por la comunidad de fe que nos la transmitió: el pueblo de Israel, en un primer momento y la primitiva comunidad de creyentes fundada por el Señor: la Iglesia. Los autores del Nuevo Testamento, guiados por el Espíritu Santo (Jn 16, 13), interpretaron el A.T. a la luz de la resurrección del Señor y escribieron lo que tenemos en el N.T. Por esto el Papa Benedicto XVI ha repetido insistentemente que la Sagrada Escritura debe ser interpretada “dentro de la fe la Iglesia”. Es lo que él llama una “hermenéutica eclesial”. “eclesial” porque es fruto de ese mismo Espíritu que actuó en el origen y vida de la misma Iglesia naciente. (V.D. 29-30) Solo leyendo la Sagrada Escritura dentro de esta corriente interpretativa (tradición viva de la Iglesia) es posible ser fiel al texto bíblico sin deformarlo o traicionarlo. Decía Scott Hahn, en la entrevista arriba indicada, que si se interpreta la Sagrada Escritura “como los escritores del N.T. interpretaron el A.T.” se llega necesariamente a la fe católica.
NOTAS
[1] Cfr. “¿Qué enseña realmente la Biblia?” (de los Testigos de Jehová) 2013
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