domingo, 13 de enero de 2013

Hilario de Poitiers, Santo


Obispo y Doctor de la Iglesia, Enero 13
 
Hilario de Poitiers, Santo
Hilario de Poitiers, Santo

Obispo y doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia, que fue elevado a la sede de Poitiers, en Aquitania (hoy Francia), en tiempo del emperador Constancio, quien había abrazado la herejía arriana, y luchó denodadamente en favor de la fe nicena acerca de la Trinidad y de la divinidad de Cristo, siendo desterrado, por esta razón, durante cuatro años a Frigia. Compuso unos comentarios muy célebres sobre los Salmos y sobre el evangelio de san Mateo (367).

Etimología; Hilario = Aquel que esta sonriente, es de origen latino.

Nació a principios de siglo IV en Poitiers. Fue llamado “el Atanasio de Occidente”, de quien era contemporáneo. Ambos tuvieron que combatir contra el mismo adversario, el arrianismo. Participaron en las polémicas teológicas con discursos y sobre todo con escritos. Hilario fue desterrado a Frigia por el emperador Constancio, que se había alineado con las decisiones del sínodo arriano de Béziers del año 356.

El contacto con el Oriente fue providencial para el obispo de Poitiers. Durante los cinco años de permanencia en Frigia aprendió el griego y descubrió a Orígenes, como también la gran producción teológica de los Padres orientales, obteniendo una documentación importantísima para el libro que le mereció el título de doctor de la Iglesia: De Trinitate, cuyo título original es De Fide adversus Arrianos. En efecto, era el tratado más importante y profundo que había aparecido hasta entonces sobre el dogma principal de la fe cristiana. A pesar de estar desterrado, no permaneció inactivo. Con el opúsculo Contra Maxertiam atacó violentamente al mismo Constancio, acusándole de cesaro papismo y de inmiscuirse en las disputas teológicas y asuntos internos de la disciplina eclesiástica. De regreso a Poitiers, el valiente obispo continuó su obra pastoral, ayudado eficazmente por el joven Martín, el futuro santo obispo de Tours.

Hilario nació en el seno del paganismo. Su afán por buscar la verdad, le llevó a estudiar las diferentes corrientes filosóficas de la época, recibiendo un influjo especial del pensamiento neoplatónico. La búsqueda de la respuesta sobre el fin del hombre le llevó a la lectura de la Biblia, en donde finalmente encontró lo que buscaba; entonces se convirtió al cristianismo.

Era un noble terrateniente, y cuando se convirtió estaba casado y tenía una hija, Abre, a quien amaba tiernamente. Poco después del bautismo, el pueblo lo aclamó como obispo de su ciudad natal.

Fueron seis años de intenso estudio y predicación, antes de partir para el destierro que, como hemos recordado, perfeccionó su formación cultural y teológica. Junto a la voz retumbante del polemista y del defensor de la ortodoxia teológica, hay en él también otra voz, la del padre y pastor. Humano en la lucha, y humanísimo en la victoria. Defendió a los obispos que reconocían su propio error, y hasta apoyó el derecho a conservar su cargo.
Murió en Poitiers el año 367.
San Hilario de Poitiers, obispo y doctor de la Iglesia
fecha: 13 de enero
fecha en el calendario anterior: 14 de enero
n.: c. 315 - †: 367 - país: Francia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos», Alban Butler
San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia, que fue elevado a la sede de Poitiers, en Aquitania, en tiempo del emperador Constancio, el cual había abrazado la herejía arriana. Luchó denodadamente en favor de la fe nicena acerca de la Trinidad y de la divinidad de Cristo, y fue desterrado por esta razón a Frigia durante cuatro años. Compuso los celebérrimos comentarios a los Salmos y al evangelio de san Mateo.
patronazgo: protector de los niños débiles, y contra la mordedura de serpientes.
oración:
Concédenos, Dios todopoderoso, progresar cada día en el conocimiento de la divinidad de tu Hijo y proclamarla con firmeza, como lo hizo, con celo infatigable, tu obispo y doctor san Hilario. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

San Agustín, quien cita frecuentemente contra los pelagianos la autoridad de san Hilario, le llama «el ilustre doctor de las Iglesias». San Jerónimo dice que era «un hombre de gran elocuencia; la trompeta de los latinos contra los arrianos». En otra parte afirma que, «en san Cipriano y san Hilario, Dios transplantó dos cedros del mundo a su Iglesia».
San Hilario nació en Poitiers, de una ilustre familia. El mismo nos dice que fue educado en la idolatría y nos hace una narración detallada de la forma en que Dios le llevó al conocimiento de la fe. La luz de la razón le hizo comprender que, siendo el hombre un ser moral y libre, fue creado para ejercitar la paciencia, la templanza y las demás virtudes que merecen una recompensa después de la muerte. Hilario se consagró ardientemente a reflexionar sobre la esencia de Dios, y pronto descubrió cuan absurdo es el politeísmo, con lo que llegó al convencimiento de que hay un solo Dios eterno, inmutable, todopoderoso, causa primera de todas las cosas. Sus reflexiones se hallaban en este punto, cuando conoció la Sagrada Escritura. La descripción de la existencia de Dios por las palabras «Yo soy el que es», le impresionó profundamente, así como la idea del supremo dominio divino, ilustrado por el inspirado lenguaje de los profetas. La lectura del Nuevo Testamento completó sus investigaciones: San Juan le enseñó desde el primer capítulo de su Evangelio que el Verbo Divino, Dios hijo, es coeterno y consustancial con el Padre. Habiendo llegado así al conocimiento de la fe, recibió el bautismo, a edad un tanto avanzada.
Hilario se había casado antes de su conversión y tenía una hija llamada Apra. Su mujer vivía aún cuando fue elegido obispo de Poitiers, hacia el año 350. El santo hizo cuanto estuvo en su mano para evitar esa dignidad, pero su humildad no logró más que confirmar al pueblo la rectitud de su elección. Las esperanzas puestas en él no quedaron defraudadas, pues sus eminentes cualidades iluminaron con su brillo, no sólo la Galia, sino a la Iglesia entera. Poco después de su elevación al episcopado, compuso, antes de partir al destierro, un comentario sobre el Evangelio de San Mateo, que ha llegado hasta nosotros. El comentario sobre los salmos lo escribió en el destierro. Pero sus principales escritos se refieren al arrianismo. Hilario era un orador y un poeta. Su estilo es elevado y noble, lleno de figuras retóricas y un tanto rebuscado; la longitud de los períodos le hace oscuro por momentos. San Jerónimo se queja de sus largas y tortuosas frases, en las que la retórica sigue viviendo. San Hilario pone a Dios frecuentemente por testigo de que considera como el fin principal de su vida, emplear todas sus facultades en darle a conocer al mundo y hacerle amar de los hombres. Igualmente recomienda empezar todas las acciones y conversaciones por la oración. En sus frases se percibe un ardiente deseo del martirio, propio de un alma que no tiene nada que temer de la muerte. San Hilario amaba la verdad sobre todas las cosas, y no escatimaba ningún esfuerzo, ni rehuía alguno, por defenderla.
En el Concilio de Milán, en 355, el emperador Constancio pidió a los obispos que firmaran la condenación de san Atanasio. Los que se negaron a hacerlo fueron desterrados, y entre ellos se encontraban san Eusebio de Vercelli, san Lucifer de Cagliari y san Dionisio de Milán. En esa ocasión. San Hilario escribió su «Primer Libro a Constancio», exhortándole a restablecer la paz en la Iglesia. Hilario se separó de los tres obispos arrianos del Occidente, Ursacio, Valente y Saturnino, a raíz de lo cual, el emperador envió a Juliano el Apóstata, entonces gobernador de la Galia, la orden de desterrar inmediatamente a Hilario a Frigia. A mediados del año 356, san Hilario partió al destierro, tan alegremente como otros hubieran partido a un viaje de placer, sin arredrarse ante las dificultades y peligros, pues su corazón estaba afincado en Dios, muy por encima de los halagos y amenazas del mundo. El destierro duró tres años, y nuestro santo compuso en él varios eruditos tratados. El principal y más estimado es el «Tratado de la Trinidad». El nombre de san Hilario de Poitiers está asociado a los primeros himnos latinos.
Interviniendo nuevamente en los asuntos de la Iglesia, el emperador reunió un concilio de arrianos en Seleucia de Isauria, a fin de neutralizar los decretos del Concilio de Nicea. San Hilario, que había pasado ya tres años en Frigia, fue invitado al Concilio por los semiarrianos, quienes esperaban valerse de su autoridad para combatir a los arrianos. Pero sus proposiciones no fueron capaces de doblegar el valor de san Hilario, quien defendió ardientemente los decretos del Concilio de Nicea hasta que, cansado de la controversia, se retiró a Constantinopla. Allí presentó al emperador una solicitud, conocida con el nombre de «Segundo Libro a Constancio», en la que le pedía permiso de sostener una discusión pública con Saturnino, el autor de su destierro. Temerosos los arrianos de tal prueba, persuadieron al emperador de que librara al Oriente de un hombre que no había cesado de turbar la paz. A resultas de ello, el emperador restituyó a Hilario a la Galia, el año 360.
San Hilario hizo el viaje a través del Ilírico y de Italia para confirmar a los débiles. Los habitantes de Poitiers le recibieron con grandes demostraciones de alegría, y su antiguo discípulo, san Martín, fue pronto a reunirse con él. Un sínodo que tuvo lugar en la Galia, a instancias de Hilario, condenó el Concilio de Rímini, en 359, y excomulgó y depuso a Saturnino, por contumacia. El mismo sínodo acalló los escándalos y restableció la disciplina, la paz y la pureza de la fe. La muerte de Constancio, acaecida en 361, puso fin a la persecución arriana. San Hilario era por temperamento un hombre extremadamente cortés y bondadoso; pero advirtiendo que la bondad no producía los resultados apetecidos, compuso una invectiva contra Constancio, en la que, por razones que probablemente nunca conoceremos, empleó un lenguaje muy violento. El documento no empezó a circular sino hasta después de la muerte del emperador. El año 364, Hilario emprendió un viaje a Milán para refutar a Auxencio, quien había usurpado dicha sede. En una disputa pública le obligó a confesar que Cristo era verdadero Dios y consustancial con el Padre. San Hilario no se dejó engañar por la hipocresía de Auxencio, al contrario del emperador Valentiniano, a cuyos ojos pasaba por ortodoxo. Hilario murió en Poitiers, probablemente en el 368, pero es imposible determinar con absoluta certeza el año y el mes de su muerte. El Martirologio Romano celebra su fiesta el 13 de enero. El Papa Pío IX proclamó a san Hilario doctor de la Iglesia.
En los últimos años se han escrito muchas obras sobre san Hilario, pero ninguna de ellas ha restado nada al valor sustancial de la narración de Alban Butler, de la que nos hemos servido nosotros. El descubrimiento más importante, generalmente aceptado en la actualidad, es el de A. Wilmart (Revue Bénédictine, vol. XXIV (1908), pp. 159 ss., 293 ss. Dicho autor demuestra que el texto del Primer Libro a Constancio está mal titulado y es incompleto. Se trata en realidad, del fragmento de una carta dirigida a los emperadores por el Concilio de Sárdica por una parte, y por la otra de algunos extractos de una obra de san Hilario, escrita en 356, inmediatamente antes del destierro, cuyo título era Primer Libro contra Valente y Ursacio (los obispos arrianos). Parece también cierto que la obra de Hilario Liber o Tractatus Mysteriorum, que se creía perdida, no lo está totalmente. En un manuscrito de Arezzo (1887) se descubrió una parte de esa obra, junto con algunos poemas o himnos del santo. Dicho Tractatus no tiene nada que ver con la liturgia, como se había supuesto, pero en cambio se identifica con el Líber Officiorum que se había atribuido hipotéticamente al santo (ver Wilmart, en Revue Bénédictine, vol. XXVII (1910), pp. 2 ss.). En el artículo de Le Bachélet sobre san Hilario (DTC, vol. VI, cc. 2388 ss.) se encontrará una amplia bibliografía acerca de estos descubrimientos. Ver también A. Feder, en Sitzungsberichte de la Academia de Viena, Phil.-Histor. KI., CLXII, n. 4, y los textos editados por él para el Corpus Strip. Eccles. Lat. Por lo que toca a la vida de san Hilario, poseemos una biografía y una colección de milagros escrita por Venancio Fortunato y publicada en Acta Sanctorum, 13 de enero (cf. BHL., nn. 580-582).


fuente: «Vidas de los santos», Alban Butler.
 
 

San Hilario
anónimo, sin fecha
"Permanezcamos siempre en el destierro con tal que se predique la verdad"
 
San Hilario de Poitiers Obispo, Doctor de la Iglesia
Fiesta: 13 de enero.

(C.310-368)
Su nombre significa "sonriente"
Llamado el Atanasio del Occidente.

De sus escritos:
Escribió varias obras llenas de sabiduría y de doctrina, destinadas a consolidar la fe católica y a la interpretación de la sagrada Escritura.
«Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no» (De Trinitate 9,61).
La Encarnación del Verbo y el sacramento de la eucaristía nos hacen partícipes de la naturaleza divina  -tratado sobre la Trinidad
 


BREVE BIOGRAFIA
 Nació en Poitiers, Francia, a principios del siglo IV; Sus padres eran nobles gentiles. Fue bautizado el año 345 y desde entonces vivió santamente. Fue elegido obispo de Poitiers el año 350.
Gran defensor de la fe en la divinidad de Cristo frente a los arrianos. En su tratado sobre la Trinidad «De Trinitate» defiende la doctrina del Concilio de Nicea y demuestra que las Sagradas Escrituras dan testimonio claro de la divinidad del Hijo. En otros libros interpreta también los sucesos del Antiguo Testamento como prefiguraciones de la venida de Cristo al mundo.
El punto de partida de la reflexión de Hilario es la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, recibida en el bautismo. Dios Padre, que es amor, comunica plenamente su divinidad al Hijo. Éste compartió nuestra condición humana, de tal manera que sólo en Cristo, Verbo encarnado, la humanidad encuentra la salvación. Asumiendo la naturaleza humana, Él ha unido a sí a todo hombre. Por eso, el camino hacia Cristo está abierto para todos, aunque por nuestra parte se requiere siempre la conversión personal.
San Hilario combatió herejías del arriano Auxencio de Milán. Los arrianos lograron que el emperador Constancio, también arriano, desterrase a Hilario a Frigia, provincia romana de Asia, a fines del año 356. Su comentario fue: "Permanezcamos siempre en el destierro con tal que se predique la verdad".  Desde el destierro envió a Occidente su tratado de los Sínodos y en 359 los doce libros Sobre la Trinidad, que se considera su mejor obra.
Asistió al concilio de Seleucia de Isauria, ciudad del Asia Menor, en la región de Tauro. Allí trató Hilario sobre misterios de la fe. Después pasó a Constantinopla, donde en un escrito presenta al emperador como un anticristo.
Sus enemigos, convencidos de que Hilario les era mas problema en el Oriente, le permitieron regresar a Poitiers. San Jerónimo comenta sobre el gran júbilo con que fue recibido por los católicos. Allí realizó una importante labor de exégesis, escribiendo tratados sobre los grandes misterios de la fe, sobre los salmos y sobre san Mateo. Compuso también himnos y algunos le atribuyeron el "Gloria in excelsis".
Según san Isidoro de Sevilla, Hilario fue el primero que introdujo los cánticos en las iglesias de Occidente. Años más tarde San Ambrosio introducirá esa costumbre en su catedral de Milán y los herejes lo acusarán ante el gobierno diciendo que por los cantos tan hermosos que entona en su iglesia le quita a ellos sus clientes que se van a donde los católicos porque allá cantan más y mejor.
San Hilario murió el 13 de enero del año 367.
Sus reliquias estuvieron en Poitiers hasta el año 1652, en que fueron sacrílegamente quemadas por los hugonotes.
Se le ha dado el título de Atanasio de Occidente.
Entre sus ilustres discípulos está San Martín de Tours.
San Jerónimo y san Agustín lo llaman gloriosísimo defensor de la fe.
El Papa Pío IX, a petición de los obispos reunidos en el sínodo de Burdeos, declaró a san Hilario Doctor de la Iglesia por sus enseñanzas sobre la divinidad de Cristo.
Oración
Señor Jesucristo: Te pedimos que así como tu amigo San Hilario nosotros empleemos también nuestra vida y nuestras fuerzas en hacerte conocer y amar más y más. Amén.

San Hilario de PoitiersBenedicto XVI, Audiencia General, 10 de octubre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera hablar de un gran padre de la Iglesia de Occidente, san Hilario de Poitiers, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV. Ante los arrianos que consideraban el Hijo de Dios como una criatura, si bien excelente, pero sólo una criatura, Hilario consagró toda su vida a la defensa de la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que le engendró desde la eternidad.

No contamos con datos seguros sobre la mayor parte de la vida de Hilario. Las fuentes antiguas dicen que nació en Poitiers, probablemente hacia el año 310. De familia acomodada, recibió una formación literaria, que puede reconocerse con claridad en sus escritos. Parece que no se crió en un ambiente cristiano. Él mismo nos habla de un camino de búsqueda de la verdad, que le llevó poco a poco al reconocimiento del Dios creador y del Dios encarnado, muerto para darnos la vida eterna. Bautizado hacia el año 345, fue elegido obispo de su ciudad natal en torno al 353-354.

En los años sucesivos, Hilario escribió su primera obra, el «Comentario al Evangelio de Mateo». Se trata del comentario más antiguo en latín que nos ha llegado de este Evangelio. En el año 356 asistió como obispo al sínodo de Béziers, en el sur de Francia, el «sínodo de los falsos apóstoles», como él mismo lo llama, pues la asamblea estaba dominada por obispos filo-arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo. Estos «falsos apóstoles» pidieron al emperador Constancio que condenara al exilio al obispo de Poitiers. De este modo, Hilario se vio obligado a abandonar Galia en el verano del año 356.

Exiliado en Frigia, en la actual Turquía, Hilario entró en contacto con un contexto religioso totalmente dominado por el arrianismo. También allí su solicitud como pastor le llevó a trabajar sin descanso a favor del restablecimiento de la unidad de la Iglesia, basándose en la recta fe formulada por el Concilio de Nicea. Con este objetivo, emprendió la redacción de su obra dogmática más importante y conocida: el «De Trinitate» (sobre la Trinidad).

En ella, Hilario expone su camino personal hacia el conocimiento de Dios y se preocupa de mostrar que la Escritura atestigua claramente la divinidad del Hijo y su igualdad con el Padre no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en muchas páginas del Antiguo Testamento, en las que ya se presenta el misterio de Cristo. Ante los arrianos, insiste en la verdad de los nombres del Padre y del Hijo y desarrolla toda su teología trinitaria partiendo de la fórmula del Bautismo que nos entregó el mismo Señor: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

El Padre y el Hijo son de la misma naturaleza. Y si bien algunos pasajes del Nuevo Testamento podrían hacer pensar que el Hijo es inferior al Padre, Hilario ofrece reglas precisas para evitar interpretaciones equívocas: algunos textos de la Escritura hablan de Jesús como Dios, otros subrayan su humanidad. Algunos se refieren a Él en su preexistencia con el Padre; otros toman en cuenta el estado de abajamiento («kénosis»), su descenso hasta la muerte; otros, por último, lo contemplan en la gloria de la resurrección.

En los años de su exilio, Hilario escribió también el «Libro de los Sínodos», en el que reproduce y comenta para los hermanos obispos de Galia las confesiones de fe y otros documentos de sínodos reunidos en Oriente alrededor de la mitad del siglo IV. Siempre firme en la oposición a los arrianos radicales, san Hilario muestra un espíritu conciliador ante quienes aceptaban confesar que el Hijo se asemeja al Padre en la esencia, naturalmente intentando llevarles siempre hacia la plena fe, según la cual, no se da sólo una semejanza, sino una verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la divinidad.

Esto también nos parece característico: su espíritu de conciliación trata de comprender a quienes todavía no han llegado a la verdad plena y les ayuda, con gran inteligencia teológica, a alcanzar la plena fe en la divinidad verdadera del Señor Jesucristo.

En el año 360 ó 361, Hilario pudo finalmente regresar del exilio a su patria e inmediatamente volvió a emprender la actividad pastoral en su Iglesia, pero el influjo de su magisterio se extendió de hecho mucho más allá de los confines de la misma.

Un sínodo celebrado en París en el año 360 o en el 361 retomó el lenguaje del Concilio de Nicea. Algunos autores antiguos consideran que este cambio antiarriano del episcopado de Galia se debió en buena parte a la fortaleza y mansedumbre del obispo de Poitiers.

Esta era precisamente su cualidad: conjugar la fortaleza en la fe con la mansedumbre en la relación interpersonal. En los últimos años de su vida compuso los «Tratados sobre los Salmos», un comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado en la introducción: «No cabe duda de que todas las cosas que se dicen en los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico de manera que, independientemente de la voz con la que ha hablado el espíritu profético, todo se refiere al conocimiento de la venida nuestro Señor Jesucristo, encarnación, pasión y reino, y a la gloria y a la potencia de nuestra resurrección» («Instructio Psalmorum» 5).

Ve en todos los salmos esta transparencia del misterio de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, Hilario se encontró con
san Martín: precisamente el futuro obispo de Tours fundó un monasterio cerca de Poitiers, que todavía hoy existe. Hilario falleció en el año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX le proclamó doctor de la Iglesia.
Para resumir lo esencial de su doctrina, quisiera decir que el punto de partida de la reflexión teológica de Hilario es la fe bautismal. En el «De Trinitate», Hilario escribe: Jesús «mandó bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Cf. Mateo 28,19), es decir, confesando al Autor, al Unigénito y al Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un Dios Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo, por quien todo fue hecho (1 Corintios 8,6), y un solo Espíritu (Efesios 4,4), don en todos... No puede encontrase nada que falte a una plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la alegría en el Don» («De Trinitate» 2, 1).

Dios Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su divinidad al Hijo. Me resulta particularmente bella esta formulación de san Hilario: «Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no» (ibídem 9,61).

Por este motivo, el Hijo es plenamente Dios sin falta o disminución alguna: «Quien procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo» (ibídem 2,8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, encuentra salvación la humanidad. Asumiendo la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, «se hizo la carne de todos nosotros» («Tractatus in Psalmos» 54,9); «asumió la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de todo sarmiento» (ibídem 51,16).

Precisamente por este motivo el camino hacia Cristo está abierto a todos, porque ha atraído a todos en su ser hombre, aunque siempre se necesite la conversión personal: «A través de la relación con su carne, el acceso a Cristo está abierto a todos, a condición de que se desnuden del hombre viejo (Cf. Efesios 4,22) y lo claven en su cruz (Cf. Colosenses 2,14); a condición de que abandonen las obras de antes y se conviertan para quedar sepultados con Él en su bautismo, de cara a la vida ( Cf. Colosenses 1,12; Romanos 6,4)» (Ibídem 91, 9).

La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san Hilario pide al final de su tratado sobre la Trinidad poderse mantener siempre fiel a la fe del bautismo. Es una característica de este libro: la reflexión se transforma en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios. Quisiera concluir la catequesis de hoy con una de estas oraciones, que se convierte también en oración nuestra: «Haz, Señor --reza Hilario movido por la inspiración-- que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración, cuando fue bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Que te adore, Padre nuestro, y junto a ti a tu Hijo; que sea merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito… Amén» («De Trinitate» 12, 57).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, Benedicto XVI
Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de san Hilario de Poitiers, pidamos también para nosotros la gracia de permanecer siempre fieles a la fe recibida en el bautismo, y testimoniar con alegría y convicción nuestro amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Muchas gracias.
 
 
 

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