miércoles, 23 de enero de 2013

Conocer, amar y obedecer a la Palabra.

 

Antiguo texto de la tradición rabínica, codificado por los monjes en el 1300, sobre el tipo de relación que hay que establecer con la Torá, con la Sagrada Escritura, para alcanzar un conocimiento vivo y profundo de ella.
 
Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo les enseño a cumplir; así vivirán, entrarán y tomarán posesión de la tierra que el Señor, Dios de sus padres, les va a dar. (Deuteronomio 4, 1)
La Torá revela una palabra que asoma un poco desde su velo y enseguida vuelve a esconderse. Ésta actúa así, únicamente con aquellos que la conocen y le obedecen –quiere decir que para descubrir el significado de la Sagrada Escritura se requiere conocerla ya, de algún modo, estar unidos a ella mentalmente, en el deseo, y estar dispuestos a obedecerla-.
La Torá se asemeja a una bella y magnifica joven escondida en una recóndita habitación de su palacio, que tiene un amor secreto desconocido para todos los demás. Por su amor, el enamorado mira desde la celosía de su ventana, en todas las direcciones, buscándola. Ella bien sabe que su enamorado frecuenta la reja… Entreabre la puerta de su remota alcoba y, solo por un instante, revela su rostro al amado volviendo a ocultarlo de inmediato. Quienquiera que estuviese en compañía del amado sería incapaz de percibir algo. Solamente él la ve y se transporta interiormente hacia ella con el corazón, con el alma, y con todo su ser; y ella comprende que por amor a él se ha descubierto a sí misma, por un momento encendida de amor por él.
Así es la palabra de la Torá que se revela a sí misma solamente a los que la aman. La Torá comprende que quien es sabio en el corazón frecuenta su casa. ¿Qué hace entonces? Desde el interior de su palacio le deja ver su rostro y su hermosura, pero luego regresa aprisa a su habitación y se esconde de nuevo. Los que están presentes no ven y no saben nada; solamente él la ve y es atraído hacia ella con el corazón, con el alma, con todo su ser.
De esta manera la Torá revela y al mismo tiempo se esconde a sí misma y está ebria de amor por el amado, mientras enardece el amor dentro de él. Ven y verás, éste es el camino de la Torá. Al principio, cuando ella quiere revelarse a un hombre, sólo ofrece un signo instantáneo; si él no comprende, ella insiste con un sonido de voz muy sutil. Al mensajero enviado por él, la Torá le dice: “Di a quien alcanza a percibir este susurro que venga acá para que pueda hablarle”. Como está escrito: “Quien es sencillo que venga a mí”. Ella lo ha dicho y quiere que él lo entienda. Quien, por el contrario, es sordo a esta primera señal, termina por permanecer cerrado también al conocimiento del misterio escondido.
Cuando el amado se le acerca, ella, oculta tras su velo, comienza a dirigirle palabras mas claras enseñándole a comprender. Hasta que muy lentamente es concebida y nace en él la intuición espiritual. Luego, a través de un velo de luz, ella le transmite palabras alegóricas –son palabras que en la etimología de “allegoria” pertenecen a otro mundo. Es decir, inicia al mundo de los misterios de Dios-. Y solamente entonces, cuando él se le hace familiar, ella se revela cara a cara y le habla de todos los misterios escondidos y de los caminos a seguir que ella desde el principio deseaba revelarle. Un hombre de tal categoría es ahora llamado “perfecto” y “maestro”, que equivale a decir “esposo” de la Torá en el sentido más íntimo y estricto; es el padre de familia a quien ella abre todos los secretos sin esconderle nada.
Y le dice: “¿Ves, ahora, cuantos misterios comprendía aquella simple señal que te di en aquel primer día y cual era su verdadero significado?”. Entonces, el comprende que a aquellas palabras no se les puede agregar o quitar nada, y comprende, por primera vez, el significado de las palabras de la Torá como si estuviesen allí delante de él. Palabras a las que no puede aumentárseles o sustraérseles ni una sola letra.

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