jueves, 10 de enero de 2013

Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios


El enfrentamiento de Jesús con los fariseos es cada vez mayor, en este pasaje, ellos como grupo buscan motivos para acusarlo y así condenarlo. De ahí que quieren enfrentarlo con las autoridades políticas del momento, como eran los romanos, que tenían bajo su poder a todo el territorio judío, para esto utilizaron el tema de los impuestos, su justificación o no, si se debían pagar o no, por lo tanto, si él apoyaba la ocupación, siendo así un traidor para el pueblo judío o si lo rechazaba siendo un conspirador ante las fuerzas invasoras de los romanos.
Pero el Señor percibió y se percató de la trampa que le estaban poniendo, y es en este contexto donde nos dejó una de sus enseñanzas que son emblemáticas respecto de la necesidad de distinguir entre lo político y lo religioso, buscando darle a cada uno su ámbito propio, de esta enseñanza quedó el dicho, que tantas veces escuchamos y usamos: …”den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Rápidamente, y a modo de información, contarles cómo eran los impuestos y cuáles eran en la época de Jesús. En esa época se pagaban muchos impuestos, tasas, tributos y diezmos, tanto a los romanos como al templo. Se calcula que en ese momento la mitad del sueldo familiar era para estos impuestos varios.
Que se distinguían ente impuestos a las propiedades, y las personas, se verificaba el tamaño de la propiedad, la producción, el número de esclavos, periódicamente se hacían censos, para constatar esto, ¿recuerdan el que llevó a María y José a Belén? Y había un impuesto sobre las personas, para quienes por pobreza no tenían tierras, ni propiedades tanto a hombres como mujeres de entre 12 y 65 años, más o menos un 20% de lo que cada persona ganaba por mes.
Otros impuestos por ejemplo el de la sal, que era monopolio del emperador, se tributaba sólo para la sal de tipo comercial, de aquí el nombre salario. Por ejemplo un zapatero pagaba un denario por mes, el equivalente a un día de trabajo.
Con su respuesta, Jesús no pone a Dios y al César en el mismo plano y mucho menos considera como independientes ambas realidades. Afirma la primacía de Dios (y por consiguiente la libertad de conciencia), pero la primacía de Dios y la libertad de conciencia no privan al estado de sus derechos.
¿Cuándo lees y escuchas este texto, tan particular de la Palabra de Dios, que te sugiere? ¿Cuáles son los ecos? ¿Te animas a dejarnos tu mensaje?, ¿tu sentir de la palabra?
“Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
La frase de Jesús se puede acentuar de diversas formas. En un contexto religioso, en donde la afirmación de la primacía de Dios corre el riesgo de privar a la sociedad de su autonomía, el acento recae en “den al César lo que es del César”. Pero en una sociedad en donde la intromisión del estado se convierte en idolatría pública, el acento caerá en “den a Dios lo que es de Dios”, afirmando de este modo la libertad de conciencia y la repulsa decidida de todo tipo de idolatría política, que con sus leyes e imposiciones, quiera ocupar el lugar de Dios, autor de la ley natural.
Este pasaje pertenece al relato de las “tentaciones” a que los escribas, fariseos, saduceos, someten a Jesús. Los partidarios de Herodes lanzan el primer ataque, muy atentos a denunciar cualquier alusión hiriente al César. Creen, efectivamente, que Cristo pronunciará pronto alguna palabra en ese sentido, puesto que su pretensión de ser el Mesías no podrá tardar mucho en enfrentarse con el emperador. Ante la pregunta, Jesús les responde con un argumento que ellos no se esperan, ¿Está permitido pagar el impuesto al César, pagano, extranjero, dominador? Jesús les responde, ustedes aceptan su dominio al aceptar su dinero, su cuidado, y aceptar que en el templo se cambie el dinero de roma por el del templo para las ofrendas. Todos ganan en esto, les va a echar en cara Jesús, sin muchas palabras.
Que sus obligaciones cívicas no estén en contra de lo que Dios pide y ofrece al pueblo.
La distinción que el Evangelio establece entre lo que es del César y lo que es de Dios no implica una contradicción intrínseca. El reino de Dios no margina los reinos terrestres.
No se podrá entonces ser auténticamente cristiano al margen de las realidades de este mundo. La Iglesia debe ser el signo visible del mundo reconciliado  con Dios. La misión del cristiano no es convertir al mundo en cristiandad, sino manifestar al mundo el anuncio de la buena noticia, Dios nos ama.
Es bueno distinguir los planos. Los judíos tenían la tendencia a confundir lo político con lo religioso. En el AT, por la estructura de la monarquía, todo parecía conducir a esta confusión. La espera mesiánica -de la que Pedro y los otros discípulos son buenos ejemplares- identificaba también la salvación espiritual con la política o la económica, cosa que una y otra vez Jesús tuvo que corregir, llevándoles a la concepción mesiánica que él tenía.
El César es autónomo: Cristo a su tiempo pagará el tributo por sí y por Pedro. La efigie del emperador romano en la moneda (en su tiempo, Tiberio) lo recuerda.
Pero Dios es el que nos ofrece los valores fundamentales, los absolutos. Las personas hemos sido creadas «a imagen de Dios»: la efigie de Dios es más importante que la del emperador. Jesús no niega lo humano, «den al César», pero lo relativiza, «den a Dios».
Las cosas humanas tienen su esfera, su legitimidad. Los problemas técnicos piden soluciones técnicas. Pero las cosas de Dios tienen también su esfera y es prioritaria. No es bueno identificar los dos niveles. Aunque tampoco haya que contraponerlos. No es bueno ni servirse de lo religioso para los intereses políticos, ni de lo político para los religiosos. No se trata de sacralizarlo todo en aras de la fe. Pero tampoco de olvidar los valores éticos y cristianos en aras de un supuesto progreso ajeno al plan de Dios.
También nosotros podríamos caer en la trampa de la moneda, dando insensiblemente, contagiados por el mundo, más importancia de la debida a lo referente al bienestar material, por encima del espiritual. Un cristiano es, por una parte, ciudadano pleno, comprometido en los varios niveles de la vida económica, profesional y política. Pero es también un creyente, y en su escala de valores, sobre todo en casos de conflicto, da preeminencia a «las cosas de Dios».
Se la llevaron, y él les preguntó: «¿De quién son esta efigie y esta leyenda?» Le contestaron: «Del César».
Jesús la examina y les pregunta; ellos tienen que admitir que tanto la efigie como la leyenda indican que la moneda pertenece al César: el dominio político está basado en la dependencia económica; aceptar el dinero del César significa reconocer su soberanía.
Jesús les dijo: «Lo que es del César, devuélvanlo  al César, y lo que es de Dios, a Dios». Y se quedaron de una pieza.
Respuesta de Jesús: ellos han hablado de «pagar», como si ese dinero fuese suyo; Jesús los corrige y habla de devolver, indicándoles que el dinero no es suyo, sino del César (lo que es del César, devolvédselo al César). Ahora ellos, bajo pretexto de fidelidad a Dios, dicen querer recha-zar el dominio del César, pero quedándose con su dinero. Pero, mientras usen ese dinero, símbolo e instrumento del poder del César, estarán mostrando su sumisión a Roma; sólo renunciando a él dejarán de reconocer al César como señor.
En cuanto a la fidelidad a Dios que decían preocuparles, si quieren serle fieles de verdad tienen que devolverle el pueblo del que se han apoderado (y lo que es de Dios, [devolvérselo a Dios]) y renunciar a explotarlo en beneficio propio.
El objetivo de los dirigentes es su propio lucro: pretenden rebelarse contra el dominio del César despojándolo de su dinero, como se han rebelado contra Dios despojándolo de su pueblo. Se aprovechan del César, protestando de su dominio, y roban a Dios, alardeando de fidelidad a él.
Sorpresa ante la respuesta. Al fin y al cabo, lo que hacen los romanos con la nación judía no es diferente de lo que hacen ellos, los dirigentes judíos, con el pueblo. Pero por su amor al dinero siguen siendo infieles a Dios y siguen sometidos al César.
Hoy, de nuevo nos maravillamos del ingenio y sabiduría de Cristo. Él, con su magistral respuesta, señala directamente la justa autonomía de las realidades terrenas: “lo del César devuélvanlo al César”.
Pero la Palabra de hoy es algo más que saber salir de un apuro, es una cuestión que tiene actualidad en todos los momentos de nuestra vida: ¿qué le estoy dando a Dios?, ¿es realmente lo más importante en mi vida? ¿Dónde he puesto el corazón? Porque… donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón nos dirá Jesús en el capítulo 12 de San Lucas.
San Jerónimo al respecto va a decir: “Tienen que dar forzosamente al César la moneda que lleva impresa su imagen; pero ustedes entreguen con gusto todo el ser a Dios, porque impresa está en nosotros su imagen y no la del César”. A lo largo de su vida Jesucristo, plantea constantemente la cuestión de la elección. Somos nosotros los que estamos llamados a elegir, y las opciones son claras; vivir desde los valores del mundo, o vivir desde los valores del Evangelio.
Siempre es tiempo de elección, tiempo de conversión, tiempo de volver a “resituar” nuestra vida en la dinámica de Dios. Será la oración, y especialmente la realizada con la Palabra de Dios, la que nos vaya descubriendo lo que Dios quiere de nosotros. El que sabe elegir a Dios se convierte en morada de Dios, pues escuchábamos en estos días, “si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”
Es  la oración la que se convierte en la auténtica escuela donde, como afirma Tertuliano, “Cristo nos va enseñando cuál era el designio del Padre que Él realizaba en el mundo, y cual la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio”. ¡Sepamos por tanto elegir lo que nos conviene!
En medio de las realidades de cada día, los cristianos no podemos eludir nuestras responsabilidades terrenas.
Sin embargo no podemos elevar el poder temporal a la dignidad que sólo le corresponde a Dios. No podemos trabajar por las cosas temporales y por la construcción de la ciudad terrena como si eso fuese lo único que le diese sentido a nuestra vida. Dios, Creador de todo, nos quiere al servicio del bien de los demás.
No podemos oprimirlos, buscando el poder temporal, o queriendo conservarlo mientras pisoteamos la dignidad y los derechos fundamentales de los demás. Dios puso la vida en nuestras manos para que la convirtamos en una continua alabanza de su santo Nombre.
Pero también debemos colaborar para que la vida de todos aquellos que nos rodean, o que han sido encomendadas a nuestros cuidados pastorales, familiares, políticos o laborales, vuelvan a Dios, disfrutando de Él ya desde ahora por vivir con la debida dignidad, de hijos de Dios y hermanos nuestros, que les corresponde.

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