jueves, 11 de agosto de 2011

PSICOLOGÍA RELIGIOSA



Es la rama de la Psicología que estudia todo lo relacionado con las creencias y las prácticas religiosas, en el hombre y en los grupos, en situaciones normales y situaciones de desajuste.
La preparación psicológica del catequista puede atender dos aspectos que es fácil armonizar con buena voluntad. Cualquiera de ellos es suficiente para un estudio detenido.
Por una parte dispone a una buena transmisión del mensaje divino que el catequista debe conocer y amar a la perfección. Por otra parte es preciso adaptarse a los catequizandos, personas que caminan hacia su madurez.
El catequista tiene que prepararse como "teólogo", a fin de entender bien los aspectos comprensibles del misterio que anuncia; debe prepararse como "sociólogo", para valorar el ambiente y las circunstancias. Pero sobre todo precisa prepararse como "psicólogo", pues debe penetrar las mentes y los corazones. En la medida en que conozca y acierte con los catequizandos y la pre­sentación del mensaje será eficaz.

1. Necesidad de la Psicología

En la catequesis importa saber a quién se catequiza. Sin conocimiento profundo del destinatario y sin sensibilidad para apreciar las características y las necesidades personales, la catequesis se reduce a una indoctrinación. Por pequeños y dóciles que sean los catequizandos, son personas. Hay que tratarlos con respeto, amor y libertad.
Cuando se les ofrece el regalo de la cultura religiosa, y también el de la fe, es interesante mirar sus dotes de personas. Entonces, y sólo entonces, se podrá aspirar a conseguir el asentimiento y el protagonismo de cada catequizando.
Conviene dar gran importancia a sus dinamismos internos y a sus circunstancias externas para conseguir resultados convenientes. Por eso, todo catequista debe preocuparse por su psicología general, por sus rasgos personales, por su religiosidad, por sus dinamismos espirituales. No lo hará, desde luego, por curiosidad ni por interés científico. Deberá, ante todo, buscar el modo de conocer mejor a sus catequizandos, diferenciarlos, animarlos, aceptarlos como son.
Es necesario entender la peculiaridad de los cambios religiosos que van acompañando, muchas veces sin darse cuenta ellos mismos, el camino de la maduración humana.

2. Ramas de la psicología

El catequista debe estudiar y discernir los diversos campos que pueden influir en su tarea educadora, precisamente por que se trata de una labor compleja, cambiante y muy diversificada.
Primero, debe explorar la personali­dad de cada catequizando y sus rasgos: su inteligencia, su voluntad, su afectividad, su sociabilidad, su expresividad.
Segundo, así le entenderá en su religiosidad: sus modos de valorar, sentir y vivir las dimensiones espirituales.
No podemos conocer del todo al catequizando, si sólo nos detenemos a analizar su realidad exterior y actual. Necesitamos explorar, comprender sus dimensiones más profundas, sus procesos de cambio, su evolución y desarrollo, ya que es un ser vivo. Necesitamos analizar lo que hay en su corazón y en su espíritu, en su mente. Y para ello precisamos "entrar en su psicología peculiar.
El estudio de la Psicología religiosa ofrece pistas para la reflexión, no recetas; brinda ideas discutibles, no teorías o formulas mágicas.

2.1. Psicología en general

Por eso el catequista precisa descubrir y valorar la variedad, riqueza, coherencia, profundidad, de los diversos terrenos psicológico en los que debe poner su atención y su interés de educador de la fe. Mientras no llegue a dominar esos terrenos, se puede decir que no ha llegado a ser buen educador. Las áreas o campos preferentes que reclaman su atención pueden resumirse en las siguientes:
- El estudio de la personalidad y de los rasgos que la constituyen.
- La valoración adecuada de la inteligencia y de las funciones mentales.
- La psicología de la voluntad y de la afectividad humana, sobre todo infantil.
- La adecuada comprensión de las diferencias sexuales profundas.
- Los aspectos evolutivos de cada uno de los momentos o etapas de la vida.
- El análisis de las influencias de los lenguajes en la mente y en el espíritu.
- La dinámica de grupos y sus exigencias para poder ser usadas.
- Las condiciones del medio humano en el que se mueve cada persona.
- Los rasgos concretos de las creencias y actitudes religiosas.
- Incluso las posibles psicopatías religiosas que pueden aparecer.
Si entra en estos campos, no tendrá especiales dificultades para sentirse dueño de una serie de instrumentos y recursos, es decir de cualidades y habilidades, para su trabajo. No debe caer en la tentación de la autosuficiencia. Pero sí debe sentirse seguro en lo que hace.
­ Entre los rasgos que debe poseer y la psicología religiosa y la evolutiva le ayudan a desarrollar están algunos de especial necesidad:
* Claridad en las ideas y en los procedimientos, de forma que pueda hacerse entender por el catequizando.
* Firmeza y serenidad en los juicios, huyendo por igual del dogmatismo cerrado y del relativismo expositivo, que iguala el valor de todos los principios y oscurece el sentido del misterio de Cristo.
* Disponibilidad y espíritu de servicio, lo cual le lleva a sacrificar los propios gustos en aras del beneficio ajeno.
* Cordialidad en las relaciones, ha­ciendo así del ejercicio de la docencia catequística un agradable encuentro humano.
* Adaptación a las diversas circunstancias de las personas con las que tiene que tratar.
* Humildad suficiente para sembrar sin cansancio, esperar sin impaciencia, soportar sin reticencias, conseguir sin vanidades.


2.2. Las ramas especiales

El catequista debe mirar con simpatía preferente algunas de las ramas psicológicas que más le acercan a la persona que cambia (psicología evolutiva), que es diferente (Psicología diferencial), que se mueve (Psicología dinámica), que se relaciona con otros (Psicología. social), que se desajusta a veces (Psicopatología).

2.2.1. Psicología evolutiva

Guiará en ese conocimiento de las personas ante todo la ciencia de la Psicología evolutiva. Ella determina las leyes generales y los rasgos particulares de los procesos de maduración. Interpreta las coordenadas que definen las características generales de cada etapa.
Establece criterios para entender lo peculiar del catequizando de cada etapa del desarrollo. Catequizar a niños pequeños no es lo mismo que formar la religiosidad del adolescente.
La catequesis debe ser muy sensible a la situación evolutiva de cada sujeto al que se la habla de Dios.

2.2.2. Psicología diferencial

Ilumina el deseo de conocer al catequizando en sus diferencias peculiares: sexo, raza, cultura, personalidad, cuali­dades. Con ella aprendemos a valorar los rasgos que separan y los aspectos que son comunes. Permite el análisis de cada temperamento y de cada comportamiento y hace posible trato adecuado a cada uno.
Explica por qué no reciben el mensaje cristiano del mismo modo los intelectuales que los anal­fabetos. Identifica lo que hace que muchas culturas o grupos sean más "religiosos", sin ser más creyentes.
Con sus sugerencias entendemos por qué los miembros de familias creyentes no reaccionan religiosamente lo mismo que los que pertenecen a ambientes agnósticos o indiferentes.

2.2.3. Psicología dinámica

Es la que permite entender los dinamismos que mueven las personas y los grupos. Por ese se detiene en estudios sobre los intereses y los motivos, sobre las inhibiciones y los estímulos.
De manera especial se interesa por las "dinámicas de grupos", que tanto pueden ayudar al catequista a la animación de personas y de comunidades.

2.2.4. Psicosociología

La Sociología es la ciencia que estudia los hechos sociales. Pero la Psicología social explora los motivos internos que suscitan esas relaciones. Ofrece datos y formula principios sobre las relaciones internas, no solo externas, de la comunicación y del encuentro.
Desde el exterior, son las circunstancias las que explican muchas situaciones religiosas que debe entender el catequista. Pero las fuerzas interiores: sentimientos, limitaciones, represiones, influencias, no pueden ser olvidadas para lograr un contexto educativo adecuado.

2.2.5. Psicopatología infantil

* La Psiquiatría infantil explora las enfermedades psíquicas y las causas que las provocan aportando terapias en la medida en que tienen remedio.
La Psicopatología estudia los trastornos, en la medida en que no llegan a enfermedades. Y se orienta más bien a la búsqueda de remedios y apoyos psicológicos que ayuden a la normalización de los individuos o de los grupos
En lo religioso puede haber trastornos que no llegan a enfermedades: miedos, obsesiones, adhesiones, escrúpulos, supersticiones, celos, fobias, frustraciones, polarizaciones, etc. El catequista debe tener un conocimiento general de estas situaciones, que resultan normales en las personas y en los procesos evolutivos de los catequizandos.
­ En colaboración con todos los agentes educativos: padres, educadores, maestros, puede aportar muchas veces elementos de ayuda propios de él, o compartidos con los demás educadores.

3. Psicología y fe

El puesto del catequista está en la confluencia de las diversas dimensiones o líneas que se ponen en juego en la acción catequística: teológica y psicológica, la sociológica y la pedagógica, la espiritual y la humana, que todas ellas nutren la acción pastoral.
En el punto centro de ellas es donde colocamos la silueta y la identidad del que se dedica a educar la fe. Conviene analizar en lo posible la dimensión psicológica del catequista y los desafíos en que se mueve. Hemos de recordar que la fe es don misterioso y personal; por lo tanto, es algo que se escapa a nuestras categorías y definiciones humanas.

3.1. Desde la fe

La fe es respuesta a lo que Dios dice; es aceptación ante lo que Dios quiere para cada uno de nosotros; es regalo y luz que Dios inspira en lo pro­fundo de nuestro corazón.
La fe es búsqueda permanente de la verdad revelada, de lo que Dios mismo ha entregado a la comunidad creyente. Por eso la fe tiene tanto que ver con la instrucción, con la formación.
A nivel personal, la fe resuena, vivifica y compromete. Cuando se tiene, algo muy profundo, en nuestra mente y en nuestro corazón, se pone en juego. La Psicología nos enseña a descubrir qué es ese "algo" y a adaptarnos a ello.
Pero la fe es también don también comunitario. En cuanto miembro de una comunidad, el hombre inteligente y libre conquista la fe con la solidaridad y la cultiva con la generosidad y abnegación de los demás. Necesitamos disponernos para ello, que es como prepararnos para desarrollar un don compartido. La psicología enseña a descubrir la dimensión solidaria de los creyentes y ayuda a buscar los mejores caminos para conseguir la comunicación.
El educador de la fe, si sabe correlacionar las dos dimensiones, la personal y la comu­nitaria, dispone directamente al creyente para que la fe se haga más luminosa y más pura. Prepara la parte humana del catequizando y le capacita para el cultivo de la religiosidad. Indirectamente el educador dispone la parte divina, el don de Dios, para que sea acogido por el hombre.
La Psicología ayuda en la tarea: con la clarificación de las ideas, con la formación de sus sentimientos, con el desarrollo de actitudes adecuadas. El educador de la fe precisa de la Psicología para comprender, encauzar y también impulsar la fe. En la medida en que lo logre, el catequista es eficaz.
Importa, pues, preparar metodologías que hagan posible esta conquista. No cumple el objetivo, si no se cuida la cultura religiosa de base. Ella es el soporte de la fe y la que hace posible interpretar y profundizar los contenidos doctrinales y el mensaje del que es portador.
Materias como dogma, liturgia, moral, historia eclesiástica, son importantes. Pero no lo son menos otros como psicología, sociología, pedagogía y didáctica, junto con las demás ciencias del hombre.

3.2. Formación como condición

Sólo con formación armónica, sistemático y completa, podremos diferenciar los conceptos que se ponen en juego cuando de la fe se trata. Entonces el catequista podrá saber lo que le diferencia o le separa de funciones similares o cercanas, como son las de formador de con­ciencias, educador de valores, profesor de religión, pedagogo, animador, dirigente, líder, etc. Todos estos términos aluden a tareas y responsabilidades cercanas a su tarea catequística.
Si sabe lo que es educar la fe, con toda seguridad distinguirá términos y conceptos tan variados como "enseñar", "moralizar", "instruir", "socializar", "adoctrinar", etc.; y podrá diferenciar todos ellos del concepto esencial de educar la fe, es decir, "construir el Reino de Dios", "evangelizar", "anunciar el mensaje", etc.
Con todo, lo importante no es dilucidar terminologías, sino analizar el alcance de lo que es en verdad "formar la fe" y sacar las consecuencias prácticas de la distinción, las cuales son verdaderamente muchas y trascendentales.
El educador de la fe lo hace cuando reconoce la originalidad del don divino. Contempla, admirado, las perspectivas humanas del creyente y le ayuda a ser responsable ante las demandas del misterio revelado que el mensaje aporta. Le pone en disposición de ser protagonista de sus valores espirituales y no le deja reducir su formación espiritual a informaciones externas y pasajeras, como si de doctrinas humanas se tratara.

4. Psicología y catequesis

La tarea noble y delicada del catequista, en cuanto educador de la fe, pero también en cuanto persona madura que trata con personas en desarrollo, reclama habilidad, cercanía, soltura, tacto pedagógico. Esa relación abarca muchos campos, pero tiene un centro de referencia singular en el acto catequístico.

4.1. Disposiciones

El acto catequístico reclama tres dis­posiciones:
- Antes de realizarse, exige preparación minuciosa. Si en esta tarea sólo se atiende al contenido, algo falla en su realización. Es preciso pensar en el destinatario: cómo es, qué siente, cómo vive, en quién espera...
- Durante el acto de comunicación, se ponen en juego todas las dotes para la relación, no sólo en lo humano sino también en lo espiritual y sobrenatural, en la medida de lo posible.
- Incluso, después del acto, hay que revisar, evaluar, reflexionar para hacerlo mejor la próxima vez y para potenciar los efectos latentes que quedan en las personas.
En los tres momentos el catequista debe prestar una atención singular a los aspectos psicológicos que son decisivos: tipo de personas, influencias, disposiciones, actitudes y sentimientos, intereses y capacidades, procesos anteriores y posteriores, etc.
Para ello se requiere adecuada preparación, pues de lo contrario se generaliza, y no se personaliza, la tarea responsable de educar. Esa habilidad del catequista para hacerlo no se improvisa o, al menos, no se puede reducir a procedimientos didácticos rutinarios.
Si toda tarea pedagógica tiene que expresar creatividad y continua mejora de lenguajes, también debe adaptarse a cada sujeto vivo y creciente con el que se trabaja. Por eso la formación de los buenos catequistas reclama adecuada y suficiente preparación psicológica: conocimientos, instrumentos, experiencias sobre las personas, sobre situaciones, sobre influencias, sobre los procedimientos que se ponen en juego.
Llamada de atención especial podemos hacer a la Psicología del lenguaje, que supone flexibilidad en la ordenación de los datos y de los grados de la comunicación. La habilidad para transferir sentimientos es más difícil de adquirir que la de brindar conocimientos.
No es suficiente hablar de Psicología del aprendizaje en catequesis, sino que precisamos una Psicología de la comunicación espiritual, de la formación sobrenatural. Por eso tienen importancia la educación permanen­te de los catequistas.
La educación de la fe exige en los catequistas una actualización ininterrumpida. Planes y sistemas, encuentros o materiales, recursos y alientos, incluso experiencias, son imprescindibles para estar al día.

4.2. Catequista y catequizando

El estudio de la Psicología evolutiva religiosa es de suma importancia en el contexto de estos planes. Suele gozar además de simpatía preferente en los catequistas sensibles, pues ven en sus temas y cuestiones un camino desafiante para acercarse profundamente a sus catequizandos.
Por eso se debe potenciar al máximo, pero no sólo en cuanto pueda resultar de interés y estímulo, sino por ser palanca poderosa para mejorar los procedimientos. Sin conocer bien el modo de ser de los catequizandos, no es fácil entenderse "catequísticamente" con ellos.
La responsabilidad del catequista le lleva a cumplir la misión que él mismo ha elegido. Debe estar preparado, convencido y dispuesto espiritual y humanamente, para desempeñar con eficacia su labor educadora. A través de las ideas, de los sentimientos y de las actitudes que recoge del catequista, el educando se prepara para asimilar el mensaje religioso que se le brinda.
Y es precisamente el catequista el que tiene que descubrir el camino y hacer asequible el misterio descubierto con su habilidad. De ella depende la eficacia natural y, misteriosamente, también la sobrenatural. Esto puede parecer tremendamente comprometedor. Pero tal ha sido la voluntad divina, al supeditar muchas veces sus gracias a la acción de los intermediarios humanos.
El catequista no es sólo un psicólogo de la fe y del creyente. Es alguien mucho más importante:
- Es ante todo evangelizador, lo cual es equivalente a mensajero del misterio de la salvación. El catequista comunica un mensaje que no es propio. Lo hace con la convicción de que le viene del Señor que le envía y a quien debe ser fiel en todo momento. Pero también se siente educador y precisa lenguajes educativos: palabras, ideas, sentimientos, vivencias...
- Es testigo de una fe sincera que él mismo vive. Ama lo que comunica. Vive lo que expone. Compromete a sus catequizandos más con el ejemplo de su vida y con su palabra convencida que con los programas, los textos, los cuadernos y los ejercicios que emplea en su trabajo.
- Es orientador y animador. Señala con su vida y con su enseñanza caminos de salvación y anima a quienes con él se comunican a seguirlos con decisión y con esperanza. Por su desinterés, el catequista hace posible que la fe sea un regalo gratuito del Señor, asequible a cuantos quieran recibirlo.
- Descubre la encarnación del mismo Cristo entre los hombres a los que es destinado, a pesar de sus limitaciones. Superando sus insuficiencias y sus cansancios, hace con los catequizandos la misma labor profética que Cristo hizo en la tierra con todos los hombres: anuncia, interpela, ilumina, da ejemplo de vida.

4.3. Uso de la Psicología

Para ello tiene necesidad de valorar los servicios que le pueden prestar las ciencias de la Psicología y de las demás ciencias del hombre. Primero aprovechará sus enseñanzas, dando la debida importancia a los datos generales que aportan. Pero pronto sabrá descubrir su orientación práctica y eficaz.
Contará así con más posibilidades de superar los desconciertos, las dudas, los complejos, las visiones parciales, la insuficiencia de claridad.
Evitará un cientifismo hueco e ingenuo, que le llevaría a la utopía y a la abstrac­ción. También huirá del practicismo estéril y empobrecedor. Más bien se hará realista en lo que dice y piensa. Así se pondrá en disposición de conocer con rigor las realidades de cada persona. También contará con instrumentos obje­tivos para la comunicación y el análisis.
Incluso, tendrá cuida­do en profundizar de forma delicada discreta los rasgos de los sujetos reales con los que personal­mente se relaciona para ofrecerles el don de la educación religiosa. La ciencia de la Psicología es importante; pero la práctica, la vida, la relación personal, es más importante todavía para el trabajo de la catequesis.
En este sentido es más valiosa la "habilidad psicológica" para el catequista, que la técnica, la ciencia o la profun­didad de la Psicología teórica.
El acierto en el trato de cada persona depende del conocimiento que se tenga de ella. Y ese conocimiento es labor paciente de todos los días, teniendo presente que el contacto, el seguimiento, la reflexión respecto a cada uno, es el camino más natural y corto para conseguirlo.
Para que la acción del catequista resulte positiva en ese terreno, no basta asegurar la buena presentación del contenido de la enseñanza o la adecuación en la metodología.
Es más importante conocer a fondo al Catequizando. Analizar al catequizando es condición para ayudarle en su proce­so de maduración, pues no se da el crecimiento de la religiosidad sin la base de toda la personalidad.


5. Frutos de la Psicología

Para conseguir el tacto catequístico se ha de contar con voluntad, no sólo con medios adecuados y con buenas intenciones. El tacto catequístico se nutre de ilusiones, de proyectos, de sensibilidad humana, de vocación apostólica.
Algunas sugerencias que se le pueden hacer al catequista para ayudarle a entender que esos medios no le dan la solución a todos sus problemas de educador. Pero le ponen en el camino de adaptarse más fácilmente a cada situación concreta.
- Hay que saber aprovechar las ocasiones de contacto humano y de diálogo, sobre todo si las edades con las que se trabaja postulan la confianza como condición de aceptación del mensaje.
- Necesita el catequista seria reflexión para estudiar a todas las personas, sin discriminaciones, atendiendo de modo preferente, y en virtud de las exigencias del Evangelio, a los más necesitados de atención, afecto y comprensión.
- Debe superar la acción individual con la certeza de que el grupo será mejor referencia que el individuo para su trabajo real. Desde luego atenderá a cada persona en particular, pero deberá fiarse de las convenientes dinámicas de grupo, para entender y tratar mejor a cada sujeto en el contexto en que se desenvuelve su labor.
- Se necesita tiempo de experiencia, a fin de ir adquiriendo, con riesgos de equivocarse y con esfuerzos de cada día, lo que se puede descubrir en los corazones humanos y que no se halla en la frialdad de los libros o en la abstracción de los esquemas generales.

5.1. Aspectos múltiples

La formación del catequista debe abarcar aspectos que es preciso armonizar y prever. Cualquiera de ellos es suficiente para un diseño completo de planes y estrategias ambiciosas. Tienen importan­cia siempre, aun cuando a veces los catequistas no son conscientes de ello. Sin embargo es imprescindible que quien trata con personas comprenda sus rasgos y actúe en consecuencia, sobre todo en terrenos sutiles como son los espirituales y los éticos.
- Deber insustituible es la formación de base de los catequistas que inician sus tareas apostólicas. Tienen que armonizar los deseos de acierto y de acercamiento a sus catequizandos con la necesidad de profundizar en los mismos mensajes que deben transmitir. La formación reclama el cultivo de la habilidad pedagógica, pues es el modo de prepararse para ayudar con eficacia.
- Materias orientadoras, como psicología, sociología, pedagogía, dinámica de grupos, didáctica, son recursos para acercar el dogma, la liturgia, la moral, etc., a quienes tienen que desarrollar esa cultura que es precisa para fundamentar la fe y la conciencia cristiana.
- La eficacia y la adaptación en la educación de la fe requiere una actualización ininterrumpida en todos esos aspectos. Por eso tiene suma importancia contar con sistemas, proyectos, instrumentos, encuentros o recursos de formación. Con la ciencia y con la experiencia, se teje el mapa por el cual van a discurrir con fluidez las relaciones educativas: éstas empiezan siendo humanas y pronto se transforman en espirituales.

5.2. Recursos psicológicos

El comportamiento del catequista depende mucho del concepto y del aprecio que tiene de su personalidad y de su misión. También se halla en estrecha relación con lo que atribuye a cada uno de los catequizandos.
El cate­quista se comporta de forma muy diferente cuando es consciente de su responsabilidad sobrenatural y cuando sólo trabaja como docente, animador o acom­pañante de los catequizandos.
Los catequistas son instrumentos que se cruzan en el camino espiritual de muchos creyentes. Abren las puertas a los hombres hacia los ideales y son respetuosos con la libertad de cada invitado. Se saben servidores de Dios en medio de los hombres para hacer llegar hasta ellos su mensaje de salvación. Son conscientes de que ellos no educan estrictamente la fe, que es un don de Dios y se mueve en fórmulas de gratui­dad y de misericordia. Pero se definen sobre todo como mediadores en los planes de Dios, pues promueven y sos­tienen "las condiciones" o cualidades en las que la fe prende, crece, florece y da frutos de vida eterna.
Estas ideas pueden parecer consideraciones en parte poéticas y en parte místicas. Nada de ello son, sino principios científicos y psicológicos sólidos que dan la razón de ser a la tarea del catequista. Como todos los que viven una vocación y misión de gran responsabilidad, es preciso descubrir los valores y las posibilida­des en el orden humano y en el orden espiritual.
- En el orden humano y pedagógico, en cuanto animadores, los catequistas son llamados a una labor de relación con los catequizandos. Experimentan el desafío de hacer las cosas cada vez mejor. Desean usar instrumentos y re­cursos en consonancia con la tarea que desempeñan.
- En el orden espiritual y sobrenatural, saben que los valores que promueven son queridos por Dios y quieren dejarlos profundamente prendidos en el corazón de los catequizandos, que el mismo Dios les ha confiado por encima de las circunstancias terrenas. Ello no quiere decir que se pueda prescindir de los recursos y de los medios humanos, ya que Dios siempre se somete a las circunstancias, pues es El mismo quien se ha querido supeditar a la libertad de los hombres que ha creado.

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