San Conrado Birndorfer
Leer el comentario del Evangelio por
San Gregorio de Narek : «Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla»
Hechos 4,1-12.
Mientras los Apóstoles hablaban al pueblo, se presentaron ante ellos los sacerdotes, el jefe de los guardias del Templo y los saduceos,
irritados de que predicaran y anunciaran al pueblo la resurrección de los muertos cumplida en la persona de Jesús.
Estos detuvieron a los Apóstoles y los encarcelaron hasta el día siguiente, porque ya era tarde.
Muchos de los que habían escuchado la Palabra abrazaron la fe, y así el número de creyentes, contando sólo los hombres, se elevó a unos cinco mil.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas,
con Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros de las familias de los sumos sacerdotes.
Hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso?".
Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos,
ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado,
sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos.
El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular.
Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos".
irritados de que predicaran y anunciaran al pueblo la resurrección de los muertos cumplida en la persona de Jesús.
Estos detuvieron a los Apóstoles y los encarcelaron hasta el día siguiente, porque ya era tarde.
Muchos de los que habían escuchado la Palabra abrazaron la fe, y así el número de creyentes, contando sólo los hombres, se elevó a unos cinco mil.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas,
con Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros de las familias de los sumos sacerdotes.
Hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso?".
Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos,
ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado,
sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos.
El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular.
Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos".
Salmo 118(117),1-2.4.22-24.25-27a.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.
Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina».
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.
Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina».
Juan 21,1-14.
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
San Gregorio de Narek (c. 944-c. 1010), monje y poeta armenio
El libro de las plegarias, nº 66
Dios misericordioso y compasivo, amigo de los hombres (Sb 1,6)..., cuando tú hablas nada hay imposible. Incluso aquello que parece imposible a nuestro espíritu; eres tú quien das un fruto sabroso a cambio de las duras espinas de esta vida...
Señor Jesucristo, aliento vital de nuestras fosas nasales (Lm 4,20) y esplendor de nuestra belleza..., luz y dador de luz, no te alegras del mal, no quieres que nadie se pierda, ni deseas jamás la muerte de nadie (Ez 18,32). No te agitas en la turbación ni estás sujeto a la cólera; tu amor es inquebrantable y duradero y no dejas de compadecerte; no abandonas nunca tu bondad. No vuelves nunca la espalda a nadie ni le giras tu rostro, sino que eres totalmente luz y voluntad de salvación. Cuando quieres perdonar, lo puedes hacer; cuando quieres curar, eres poderoso; cuando quieres vivificar, eres capaz de hacerlo, cuando quieres conceder gracia, eres generoso; cuando quieres devolver la salud, lo sabes hacer... Cuando quieres renovar, eres creador; cuando quieres resucitar, eres Dios... Cuando, incluso antes de que lo pidamos, quieres extender tu mano, nada te falta... Si quieres fortalecerme a mi que soy quebradizo, tú eres roca; si quieres darme de beber, a mi que estoy sediento, tú eres la fuente; si quieres revelar lo que está escondido, tú eres luz...
Por mi salvación has luchado con fuerza... has tomado sobre tu cuerpo inocente todo el sufrimiento de los castigos que habíamos merecido para que, a la vez que eres ejemplo para nosotros, pones de manifiesto la compasión que nos tienes.
Señor Jesucristo, aliento vital de nuestras fosas nasales (Lm 4,20) y esplendor de nuestra belleza..., luz y dador de luz, no te alegras del mal, no quieres que nadie se pierda, ni deseas jamás la muerte de nadie (Ez 18,32). No te agitas en la turbación ni estás sujeto a la cólera; tu amor es inquebrantable y duradero y no dejas de compadecerte; no abandonas nunca tu bondad. No vuelves nunca la espalda a nadie ni le giras tu rostro, sino que eres totalmente luz y voluntad de salvación. Cuando quieres perdonar, lo puedes hacer; cuando quieres curar, eres poderoso; cuando quieres vivificar, eres capaz de hacerlo, cuando quieres conceder gracia, eres generoso; cuando quieres devolver la salud, lo sabes hacer... Cuando quieres renovar, eres creador; cuando quieres resucitar, eres Dios... Cuando, incluso antes de que lo pidamos, quieres extender tu mano, nada te falta... Si quieres fortalecerme a mi que soy quebradizo, tú eres roca; si quieres darme de beber, a mi que estoy sediento, tú eres la fuente; si quieres revelar lo que está escondido, tú eres luz...
Por mi salvación has luchado con fuerza... has tomado sobre tu cuerpo inocente todo el sufrimiento de los castigos que habíamos merecido para que, a la vez que eres ejemplo para nosotros, pones de manifiesto la compasión que nos tienes.
Contemplar el Evangelio de hoy
Día litúrgico: Viernes de la octava de Pascua
Texto del Evangelio (Jn 21,1-14): En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.
Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.
Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Comentario: Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart (Tarragona, España)
«Ésta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos»
Hoy, Jesús por tercera vez se aparece a los discípulos desde que resucitó. Pedro ha regresado a su trabajo de pescador y los otros se animan a acompañarle. Es lógico que, si era pescador antes de seguir a Jesús, continúe siéndolo después; y todavía hay quien se extraña de que no se tenga que abandonar el propio trabajo, honrado, para seguir a Cristo.
¡Aquella noche no pescaron nada! Cuando al amanecer aparece Jesús, no le reconocen hasta que les pide algo para comer. Al decirle que no tienen nada, Él les indica dónde han de lanzar la red. A pesar de que los pescadores se las saben todas, y en este caso han estado bregando sin frutos, obedecen. «¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano. —Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron (...) una gran cantidad de peces. —Créeme: el milagro se repite cada día» (San Josemaría).
El evangelista hace notar que eran «ciento cincuenta y tres» peces grandes (cf. Jn 21,11) y, siendo tantos, no se rompieron las redes. Son detalles a tener en cuenta, ya que la Redención se ha hecho con obediencia responsable, en medio de las tareas corrientes.
Todos sabían «que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da» (Jn 21,12-13). Igual hizo con el pescado. Tanto el alimento espiritual, como también el alimento material, no faltarán si obedecemos. Lo enseña a sus seguidores más próximos y nos lo vuelve a decir a través de San Juan Pablo II: «Al comienzo del nuevo milenio, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús (...) invitó al Apóstol a ‘remar mar adentro’: ‘Duc in altum’ (Lc 5, 4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo (...) y ‘recogieron una cantidad enorme de peces’ (Lc 5,6). Esta palabra resuena también hoy para nosotros».
Por la obediencia, como la de María, pedimos al Señor que siga otorgando frutos apostólicos a toda la Iglesia.
¡Aquella noche no pescaron nada! Cuando al amanecer aparece Jesús, no le reconocen hasta que les pide algo para comer. Al decirle que no tienen nada, Él les indica dónde han de lanzar la red. A pesar de que los pescadores se las saben todas, y en este caso han estado bregando sin frutos, obedecen. «¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano. —Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron (...) una gran cantidad de peces. —Créeme: el milagro se repite cada día» (San Josemaría).
El evangelista hace notar que eran «ciento cincuenta y tres» peces grandes (cf. Jn 21,11) y, siendo tantos, no se rompieron las redes. Son detalles a tener en cuenta, ya que la Redención se ha hecho con obediencia responsable, en medio de las tareas corrientes.
Todos sabían «que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da» (Jn 21,12-13). Igual hizo con el pescado. Tanto el alimento espiritual, como también el alimento material, no faltarán si obedecemos. Lo enseña a sus seguidores más próximos y nos lo vuelve a decir a través de San Juan Pablo II: «Al comienzo del nuevo milenio, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús (...) invitó al Apóstol a ‘remar mar adentro’: ‘Duc in altum’ (Lc 5, 4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo (...) y ‘recogieron una cantidad enorme de peces’ (Lc 5,6). Esta palabra resuena también hoy para nosotros».
Por la obediencia, como la de María, pedimos al Señor que siga otorgando frutos apostólicos a toda la Iglesia.
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