miércoles, 26 de abril de 2017

Hermano Rafael Arnáiz Barón, monje trapense: vida y mensaje


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No hace mucho, puse un post sobre la canonización del hermano San Rafael Arnáiz: la glorificación del “frustrado”. Aprovecho ahora que tengo este precioso texto con muchos detalles de su vida y mensaje para todos aquellos que estáis interesados en conocer más a este gran místico español del siglo XX.
BUSCAD EL ROSTRO DE DIOS
“Para entrar en comunión con Cristo, y contemplar su rostro, es preciso tener manos inocentes y un corazón  arrebatado por la belleza divina”[i].
“Buscar el rostro de Jesús, debe ser el anhelo de todos los cristianosy si perseveramos, al final de nuestra peregrinación, será Él nuestra recompensa y gloria para siempre. Ésta es la certeza que ha impulsado a los santos”[ii], y entre ellos, al Hermano Rafael Arnáiz Barón, monje trapense.
PRÓLOGO
A todos los jóvenes, en edad y/o en espíritu
Queridos jóvenes:
La canonización del Hermano Rafael Arnáiz, que será definida por Su Santidad Benedicto XVI el 11 de octubre del presente año 2009, nos ha impulsado a algunos obispos[iii], vinculados por motivos diversos al Hermano Rafael, a escribir esta Carta Pastoral.
Estas son nuestras intenciones al escribiros:
– Acercaros a los escritos del Hermano Rafael. Ojalá que su mensaje, dibujado en sus propias palabras, llenas de autenticidad y frescura, y nacidas de una profunda vivencia, os enseñen a buscar a “sólo Dios”, -éste era su lema-. Confiamos en que os ayudarán a identificaros con Cristo y a amar entrañablemente a la Virgen María.
– Queremos ofreceros algunas orientaciones inspiradas en su vida y escritos, que iluminen y fortalezcan vuestra espiritualidad de cristianos, deseosos de que lleguéis a ser, como Rafael, testigos de Cristo en el mundo de hoy.
– Deseamos que esta Carta llegue también a los alejados de la Iglesia; a los que les cuesta creer, pero buscan a Dios con una conciencia  recta; y también a los que no hayan tenido oportunidad de recibir una educación cristiana pero ansían conocer el corazón de Dios.
    Con profundo respeto y afecto, con humildad y sencillez, con gozo y esperanza, pensamos en todos vosotros al redactar estas páginas.
    + Francisco Hellín, Arz. de Burgos
    + José Ignacio Munilla, Ob. de Palencia
    + Ricardo Blázquez, Ob. de Bilbao
    + Rafael Palmero, Ob. de Orihuela-Alicante
    + Francisco Cerro, Ob. de Cória-Cáceres
    + Manuel Sánchez, Ob. de Mondoñedo-Ferrol
    + Gerardo Melgar, Ob. de Osma-Soria
    I. SEMBLANZA DEL HERMANO RAFAEL ARNÁIZ
    ¡Nadie nace siendo santo! A veces pensamos que los santos podrían haber sido canonizados ya en los primeros años de su vida… y, desde luego, la cosa no suele ser así… El camino de purificación exterior e interior que lleva hasta la santidad, es necesario para la generalidad de los cristianos; y, el Hermano Rafael, no es una excepción.
    Este monje trapense nacido el 9 de abril de 1911 en Burgos, fruto del matrimonio cristiano formado por Rafael y María Mercedes, fue el primogénito de cuatro hijos. Rafael poseía muchos talentos y cualidades: simpático, líder, inteligente, profundo…; pero contaba también con  defectos y pecados, que hubo de ir puliendo a lo largo de su vida: era presumido, se había acostumbrado al bien vivir, no rendía a tope en sus estudios…
    Para que nos hagamos una idea de lo que era el joven Rafael antes de llegar a la Trapa, vamos a partir de una descripción hecha por su propia madre, años después de la muerte de su hijo, en la primera biografía que se escribió sobre su vida. Es verdad que las madres suelen tener demasiada pasión por sus hijos, pero como podrás ver, se trata de una descripción muy verosímil y con muchos indicios de objetividad. Veamos lo que nos cuenta:
    “Rafael fue un niño inteligente y comprensivo, al que bastaba una palabra para traerle al orden cuando se introducía en alguna trastada. Nunca hubo que reñirle por algo importante.
    Recibió muchos premios y medallas en el colegio. Sin embargo Rafael era algo indolente, no gran estudiante, ni muy aplicado, lo fiaba todo al despejo de su inteligencia y a su intuición imaginativa. 
    La ilusión del joven Rafael, era la pintura: plasmar en lienzos lo que su alma de artista concebía. Su capacidad imaginativa era enorme. De ahí que fue para él un  triunfo el ingreso en la Escuela de Arquitectura de Madrid, siempre difícil de conseguir.
    Todo lo quería y nada conservaba. Caprichoso en adquisiciones para sí y para los demás, lo mismo pedía a su padre un coche que una caja de cerillas.
    Rafael era extremadamente cariñoso con los suyos, pero sin manifestaciones externas. Los sirvientes de la casa nunca recibieron de él una palabra áspera. Y sin embargo, tenía vivo el genio, era impaciente por verse bien y prontamente servido. 
    Era escrupuloso en la limpieza y le repugnaba todo lo que era feo, sucio o grosero; las palabras malsonantes… todo lo que atentaba al bien decir y a la belleza física o moral.
    Buen gastrónomo y de exquisito paladar, conocía todos los restaurantes madrileños en los que mejor condimentaban los manjares de su gusto…aunque comía lo que le pusieran en la mesa”[iv].
    Así pues, comenzamos esta Carta Pastoral con una semblanza del Hermano Rafael, en la que hacemos un breve recorrido de su vida. Tenemos que reconocer que sabemos más cosas del Rafael monje, que del Rafael niño, adolescente o joven… Pero, sin embargo, partiendo de su vocación, no nos será difícil “tirar del hilo”, llegando a conocer el recorrido espiritual de su vida, de la que tantas lecciones podemos extraer para nosotros.
    1. El joven Rafael y su vocación
    Hablar en nuestros días del Hermano Rafael Arnáiz es tanto como hablar de un monje trapense. Ahora bien, teniendo en cuenta que Rafael ingresó en la Trapa con veintidós años, la primera pregunta que se nos plantea es la siguiente: ¿Cómo se le ocurre a un joven estudiante de arquitectura, destacado en sus estudios, apuesto y admirado por las chicas, miembro de una familia acomodada, “sepultarse” en el anonimato de una vida tan escondida, austera y humilde?
    Vamos a intentar comprender el itinerario seguido por nuestro querido Rafael, hasta que descubre su vocación e ingresa en la Trapa.
    1.1 Cimientos profundos de una vocación
    La providencia de Dios se suele servir de muchas mediaciones humanas, pero en el caso del Hermano Rafael, resultó fundamental la educación cristiana recibida en el seno de su familia. Sus padres demostraron un gran acierto en el despertar religioso de su hijo, y de una forma especial, su madre. A esto hay que añadir la formación religiosa que recibió en el colegio de los jesuitas de Oviedo, a donde se había trasladado su familia.
    Esto no quiere decir que nuestro Hermano Rafael hubiese frecuentado ambientes exclusivamente religiosos. De hecho, a los quince años pasó del colegio religioso a un instituto público, donde terminó el Bachillerato.
    Para cuando el Hermano Rafael llegó al monasterio, ya estaba avanzado en la vida espiritual. Era un joven que se había dejado alcanzar por Dios, y por ello, lo buscaba más y más. El Padre Teófilo, su confesor en la Trapa, pudo afirmar de nuestro joven: “Por especial providencia de Dios, nunca llegó a romper sus filiales relaciones con Él por un pecado grave plenamente deliberado”. El maestro de novicios se encontró con “una obra maestra de la gracia”, un alma hambrienta y sedienta de Dios.
    Pero no pensemos que el Hermano Rafael carecía de defectos. Era una persona muy sensible, y esto tenía -y tiene- sus ventajas y sus inconvenientes. Su gran sensibilidad hacia el prójimo, le hacía muy cariñoso, compasivo y solidario, pero tal vez le inclinaba a ser demasiado condescendiente. Por su talante personal, a Rafael le podía costar más decir que “no” que “dejarse llevar”… Sin embargo la vida espiritual necesita también reciedumbre, y la providencia de Dios le fue educando poco a poco para corregir sus defectos, al mismo tiempo que fortalecía sus virtudes.
    1.2 La llamada va madurando
    Al terminar el Bachillerato todavía no estaba decantada su vocación contemplativa. Esa sensibilidad fue fraguándose gracias a la relación que mantenía con sus tíos de Ávila, los Duques de Maqueda, quienes poseían una cultura religiosa y una vida espiritual excepcionales. Ellos fueron la mediación humana que completó la educación religiosa que Rafael había recibido de sus padres y del colegio de los jesuitas. La relación sobrino-tíos fue muy intensa, y gracias a esto, Rafael pudo ampliar sus horizontes y conocer en profundidad muchas figuras de la mística española y mundial.
    Un año después de iniciar sus estudios de arquitectura en Madrid, Rafael visita por primera vez la Trapa de Dueñas y se queda “prendado”, o cuando menos “tocado”. En la Trapa no le presionaron para que entrase, sino que le aconsejaron que continuase sus estudios y que fuese profundizando en el alcance de la vida monástica. El discernimiento de Rafael no fue precipitado, ya que ingresó tres años más tarde, tras una madura consideración, no exenta de luchas interiores…
    Un detalle importante del que todos debiéramos tomar nota es que Rafael no llevó a cabo su discernimiento quedándose “encerrado”; muy al contrario, se incorporó a diversas asociaciones católicas, además de realizar anualmente los ejercicios espirituales. En otras palabras, Rafael no caminó solo y supo apoyarse en los medios espirituales que Dios puso a su alcance.
    1.3 Tras la purificación y las pruebas, el “salto”…
    El Hermano Rafael vivía su fe y su discernimiento vocacional en un contexto muy delicado de la historia de España… La Segunda República, estaba presidida en aquellos años por un gobierno marcadamente anticlerical y marxista, y el ambiente que Rafael encontró a su alrededor no era precisamente favorable para sus propósitos…
    Conocemos una anécdota sucedida en la “Pensión Callao” de Madrid, en la que él residía mientras cursaba sus estudios de arquitectura, que refleja sus luchas internas en aquel ambiente: Una tarde al llegar a la pensión, una chica argentina que se hospedaba en la misma residencia, se metió en su habitación y se echó en la cama con la intención de seducirle para que se acostara con ella. Más tarde diría el Hermano Rafael, en clara referencia a este episodio y a otros que desconocemos: “Si no es por un milagro de la Santísima Virgen, me hubiera sido imposible sustraerme a las garras de los enemigos del alma que intentaron arrebatarme el tesoro de la gracia y la libertad del corazón”[v].
    El Hermano Rafael no estaba “huyendo de nada” en su discernimiento vocacional, sino que estaba respondiendo a la llamada del Señor. Sin embargo, en la medida en que el ambiente anticristiano le resultaba más envolvente y asfixiante, más claro veía que debía de “apartase” de los peligros que le impedían ser fiel a la vocación que Dios le estaba mostrando en su interior. Ciertamente, hoy en día la expresión “huida del mundo” resulta antipática y contracultural, pero puede y debe interpretarse positivamente: Un cristiano necesita tomar medidas de prudencia para poder mantenerse fiel en la vocación que Dios le ha dado.
    Al margen de estas últimas tentaciones y pruebas que Rafael hubo de superar, el momento de la despedida de su familia había de ser especialmente duro para él, máxime teniendo en cuenta su sensibilidad… ¡Un auténtico “desgarrón”! Pero Rafael está decidido, y prepara con delicadeza y prudencia la forma de comunicar la noticia a sus padres, tíos, hermanos y demás parientes y conocidos… Los ojos derraman abundantes lágrimas, ya que el adiós supone una gran purificación para quien tanto ama a los suyos, pero en su alma se asienta el consuelo de las promesas de Cristo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros»[vi].
    2. Rafael en la Trapa
    Como hemos apuntado anteriormente, a los 19 años de edad, Rafael había visitado el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas, sintiéndose fuertemente atraído por lo que allí vio: “Lo que yo vi y pasé en la Trapa, las impresiones que tuve en ese santo monasterio, no se pueden, o por lo menos, no sé explicarlas y solamente Dios lo sabe”[vii].
    Finalmente, tomó la firme decisión de consagrar su vida a Dios, en un ambiente de contemplación y clausura, de oración y silencio, de trabajo y gozosa penitencia.
    Pasado el mes de postulantado requerido, Rafael tomó el hábito de novicio lleno de ilusión. Creyendo haber llegado a la meta de sus aspiraciones y de su vocación, escribió a su madre: “La Trapa la ha hecho Dios para mí, y a mí para la Trapa. Puedo morir contento, pues ya soy trapense”[viii].
    De momento, el Señor le permitió que gozase de las emociones y alegrías de la vida que había elegido; y,  cuando estuvo bien afianzado en la fe y en el amor hondo a su vocación trapense, llegó calladamente una enfermedad -la diabetes sacarina-, para probarle de manera misteriosa. Es por ello que se vería obligado a dejar el monasterio, una, dos y hasta tres veces; volviendo otras tantas, en aras de una generosidad heroica, a responder a la llamada de Dios.
    Cuando reingresó por segunda vez, el 11 de enero de 1936, tuvo que hacerlo como “Oblato” -el último en el monasterio- (condición ésta que le dispensaba de ciertas exigencias, debido a su precaria salud). Sin embargo, supo sobrenaturalizar en todo momento esta situación, sin acomplejarse, interpretándola como una “ofrenda al Señor”. Por eso dejó escrito: “Lo único que quiero es dar gloria a Dios, amarle, servirle… Procuraré ser un “Oblato” santo”[ix].
    Su última entrada en la Trapa la realizó el 15 de diciembre de 1937. Abandonando las comodidades y cuidados de su casa, vuelve de modo definitivo al monasterio. Al día siguiente anota en su cuaderno íntimo: “Ayer al dejar mi casa, a mis padres y hermanos, fue uno de los días que más sufrí. Es la tercera vez que por seguir a Jesús abandono todo, y yo creo que esta vez fue un milagro de Dios, pues por mis propias fuerzas, es seguro que no hubiera podido”[x].
    El Hermano Rafael supo corresponder a esta vocación con total generosidad, aunque en ocasiones en plena desolación. En su cuerpo se iba notando el flagelo de la enfermedad diabética, con sus manifestaciones de cansancio agotador. Todo fue casi fulminante. A mediados de abril de 1938 cayó en cama para no levantarse.
    Con intuición providencial, antes de morir, el abad le concedió el privilegio de vestir la cogulla cisterciense, prenda monacal que se viste una vez realizada la profesión solemne; si bien llegó a disfrutarla solamente una semana.
    El 26 de abril de 1938, hacia las siete de la mañana, acabó sus días a consecuencia de un coma diabético; aunque más bien, fue el amor de Dios lo que le consumió. Tenía 27 años  recién estrenados.
    3. Sus escritos desde la Trapa
    Si es cierto que la devoción de muchos creyentes ha contribuido a la expansión y a la fama de santidad del Hermano Rafael, no cabe duda que la lectura de sus escritos espirituales ha influido poderosamente en su conocimiento y difusión, con notable provecho para muchas almas.
    Uno de los Censores ha precisado: “Tras un estudio atento de sus escritos, llegamos a la conclusión de que no han podido llevarse a cabo, sin un influjo predominante del Espíritu Santo”.
    Estos son sus escritos más importantes y significativos:
    • – Meditaciones de un trapense: Escrito desde el 12 de julio al 8 de agosto de 1936.
    • Mi cuaderno: Inicia el 8 de diciembre de 1936 y continúa del 1 de enero hasta el 6 de febrero de 1937.
    • Dios y mi alma: Notas de conciencia (reservado). Comienza el 16 de diciembre de 1937 y termina el 17 de abril de 1938, nueve días antes de su muerte.
    4. Propuesto como modelo
    La fama de santidad del Hermano Rafael ocasionó la apertura de su proceso de canonización en 1962. Un salto importante en la propagación de la figura del Hermano Rafael, se produjo el 19 de agosto de 1989. Juan Pablo II, en la homilía de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, en Santiago de Compostela, habló del Hermano Rafael ante medio millón de jóvenes, con estas palabras:
    “Con profundo gozo me es grato presentaros como modelo de seguimiento de Cristo, la encomiable figura del Siervo de Dios, Rafael Arnáiz Barón, muerto como Oblato Trapense a los 27 años de edad, en la Abadía de San Isidro de Dueñas (Palencia). De él se ha dicho justamente, que vivió y murió “con un corazón alegre y mucho amor a Dios”. Fue un joven como muchos de vosotros y vosotras, que acogió la llamada de Cristo y le siguió con decisión”.
    Fue igualmente Juan Pablo II quien el 27 de septiembre de 1992, lo declaró Beato en la Plaza de San Pedro. Refiriéndose al Hermano Rafael, en la solemne ceremonia, el Papa volvió a repetir: “En su vida monástica, breve, pero intensa, como trapense, fue ejemplo, sobre todo para los jóvenes, de una respuesta amorosa e incondicional a la llamada divina”.
    Con su Canonización, el próximo 11 de octubre, Benedicto XVI glorificará a Dios y propondrá un nuevo intercesor a toda la Iglesia. Será una llamada interpelante para recordarnos a todos, que “el Padre nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia por el amor”[xi].
    II. ESPIRITUALIDAD Y MENSAJE
    El Hermano Rafael, tiene una misión profética ante los jóvenes de hoy, de manera especial ante los que buscan el sentido de su vida y un ideal por el que luchar.
    Consideramos que Rafael es un modelo, no sólo para los jóvenes en edad, sino también para los “entrados” en años, pero jóvenes de espíritu, que tratan de reafirmar su seguimiento a Cristo; y también para los maduros desencantados y desilusionados, tal vez enquistados en sus tibiezas e indiferencias, pero deseosos de superarlas.
    El testimonio de este joven monje nos estimula a la santidad en nuestra vocación particular. La Iglesia nos propone al Hermano Rafael como modelo a imitar, no tanto para “copiar” literalmente su vida, sino para que nos ilumine en el discernimiento de los caminos que Dios ha trazado para nosotros.
    Veamos las características principales de su espiritualidad y su mensaje:
    1. Buscando el rostro de Dios
    He aquí una de las “claves de bóveda” del alma del Hermano Rafael. Es su gran tema: el alma absorbida por la “pasión” de Dios, que, como hierro adherido al imán, se ve atraída desde el fondo mismo de su corazón, y abocada a una búsqueda insaciable del rostro divino.
    Se trata de una verdad perfectamente expresada en el salmo 41, que reza así:
    “Como busca la cierva 
    corrientes de agua,
    así mi alma te busca
    a ti, Dios mío; 
    tiene sed de Dios,
    del Dios vivo:
    ¿cuándo entraré a ver
    el rostro de Dios?”.
    San Agustín había hablado anteriormente de la búsqueda que realiza “el corazón inquieto”, que no se detiene hasta descansar en Dios. Por su parte, Rafael dedicará una de sus mejores meditaciones al tema de la “cierva sedienta”, que en este caso, no es el alma cristiana en abstracto, sino su propio corazón, sediento del Dios único y verdadero, el ¡sólo Dios!:
    “Como el ciervo desea las fuentes, como el cervatillo sediento olfatea el aire buscando con qué mitigar su sed, así mi alma suspira de sed de vida…”[xii].
    “¡Ansias de Cristo! ¿Cómo no tenerlas? (…) El ciervo con sed, es el animal acosado por los cazadores… Su sed le viene de su continuo correr por los montes, los riscos y las breñas. Busca con locura la fuente escondida, donde sabe hallará el descanso su fatiga, y el agua que templará sus ardores”[xiii].
    2. Y para llegar a Dios… el desprendimiento
    El hermano Rafael había conocido antes de su ingreso en la Trapa la doctrina espiritual de San Juan de la Cruz. Su enseñanza se resumía en una frase emblemática: “Para llegar al TODO, hay que ir por la nada[xiv]. Es decir, para llenar nuestro corazón de Dios, es preciso estar dispuesto a despojarse de todo aquello que pudiere impedirlo: fama, comodidades, planes, dinero, criterios mundanos, etc.
    Rafael se adentra decididamente en  este camino de “desprendimiento”. En el fondo, es la lucha contra la idolatría, para poder llegar al “sólo Dios”. Los “ídolos” no deben de ocupar en nuestro corazón el lugar central reservado para Dios. En el fondo, se trata de traducir a nuestra vida el pasaje evangélico del joven rico: “Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme”[xv].
    Como es de suponer, este proceso de desprendimiento le resultaría costoso a Rafael, máxime siendo él un joven de la alta sociedad, acostumbrado a vivir cómodamente y a que los demás le sirviesen. Pero no se trataba de un ejercicio de voluntarismo, ya que Rafael fue capaz de ir desprendiéndose de sus ídolos, en la medida en que descubría el “tesoro escondido” del amor de Dios.
    En la espiritualidad del Hermano Rafael, es emblemático el siguiente texto, que te invitamos a leer. Aunque un poco largo merece la pena. En él se expresa con gracia y claridad las luchas interiores del joven trapense en el monasterio:
    “Las tres de la tarde de un día lluvioso del mes de diciembre. Es la hora del trabajo, y como hoy es sábado y hace mucho frío, no se sale al campo. Vamos a trabajar a un almacén donde se limpian las lentejas, se pelan patatas, se trituran las berzas, etc. (…) La tarde que hoy padezco es turbia, y turbio me parece todo. Algo me abruma el silencio, y parece que unos diablillos, están empeñados en hacerme rabiar, con una cosa que yo llamo recuerdos… En mis manos han puesto una navaja, y delante de mí un cesto con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural, tan grandes… y tan fríos… ¡Qué le vamos a hacer!, no hay más remedio que pelarlos.
    El tiempo pasa lento, y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados. Los diablillos me siguen dando guerra. ¡¡Que haya yo dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos, con esa seriedad de magistrado de luto.
    Un demonio pequeñito y muy sutil, se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para encerrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos.
    (…) Transcurría el tiempo, con mis pensamientos, los nabos y el frío, cuando de repente y veloz como el viento, una luz potente penetra en mi alma… Una luz divina, cosa de un momento… Alguien que me dice que ¡qué estoy haciendo! ¿Que qué estoy haciendo? ¡Virgen Santa!! ¡Qué pregunta! Pelar nabos…, ¡pelar nabos!… ¿Para qué?… Y el corazón dando un brinco contesta medio alocado: pelo nabos por amor…, por amor a Jesucristo”[xvi].
    3. Fascinado por Jesucristo
    En esta vida, todos tenemos nuestros “modelos”, seamos o no conscientes de ello. Pueden ser modelos “de barro” o pueden ser elevados y estimulantes. Un ideal de barro produce vidas de barro, y un santo ideal, hace a los hombres y mujeres santos… Pues bien, el modelo y referente de Rafael no fue otro que Jesucristo.
    Por Jesucristo, Rafael renunció a todo: a sus gustos refinados, a sus aficiones, a sus vanidades, a sus planes… Fue capaz de afrontar despedidas “sangrantes” para seguir su vocación,  abrazar el sueño “imposible” de ser monje, aceptar una enfermedad sin curación que hubiese frustrado a cualquiera… Unido a Jesucristo, los supuestos “rigores” de la vida monacal le resultaban llevaderos: el silencio, la comida, los horarios, la soledad, el frío… y sobre todo, la humillación de ser un monje debilucho, incapaz de cumplir toda la regla monástica.
    El “cristocentrismo” de Rafael no es una faceta más de su vida; es su esencia, su ser, constituye su misma vida. Estas son sus palabras: “Con Jesús a mi lado lo puedo todo”[xvii]. “Sólo Jesús, llena el corazón y el alma”[xviii]. Su ideal es vivir en Cristo, unirse a Cristo, ser otro Cristo. Pudo afirmar con San Pablo: “nada vale la pena, si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas y todo lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo”[xix].
    Evocando los pasajes evangélicos en los que se narra cómo Jesús lanzaba la invitación a seguirle, escribe estas preciosas reflexiones:
    “Si vieras que Jesús te llamaba, y te daba un puesto en su séquito, y te mirase con esos ojos divinos que desprendían amor, ternura, perdón y te dijese: ¿Por qué no me sigues? … ¿Tú, qué harías? ¿Acaso le ibas a responder… Señor, (…), Te seguiría si me dieras medios para seguirte con comodidad y sin peligro de mi salud…, te seguiría si estuviera sano y fuerte para poderme valer? No, seguro que si hubieras visto la dulzura de los ojos de Jesús, nada de eso le hubieras dicho, sino que (…) sin pensar en tus cuidados, sin pensar en ti para nada, te hubieras unido, aunque hubieras sido el último…, fíjate bien, el último en la comitiva de Jesús, y le hubieras dicho: voy, Señor, no me importan mis dolencias, ni la muerte, ni comer, ni dormir… Si Tú me admites, voy. (…) No me importa que el camino por donde me lleves sea difícil, sea abrupto y esté lleno de espinas. No me importa si quieres que muera contigo en una Cruz…Voy, Señor, porque eres Tú el que me guía. Eres Tú el que me promete una recompensa eterna. Eres Tú el que perdona, el que salva… Eres Tú el único que llena mi alma”[xx].
    4. Enamorado de la Eucaristía
    La Eucaristía es la “fuente y cima de toda vida cristiana”[xxi], porque “ella contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”[xxii]. Para el Hermano Rafael la Eucaristía fue centro de irresistible atracción.
    Desde muy joven, se inscribió en la Adoración Nocturna de Oviedo y de Madrid, permaneciendo fiel a este carisma de adoración eucarística,  hasta que entró en la Trapa como monje. En sus escritos dejó consignado: “Quisiera estar arrodillado ante el sagrario día y noche”[xxiii]. Sentía vivo dolor, al ver a los hombres distraídos en sus vanidades e intereses terrenales, olvidados de la presencia sacramental de Cristo.
    Al visitar la Trapa por primera vez, consignó en sus anotaciones:
    “Alrededor del sagrario, gira toda la actividad del monje cisterciense (…) Las horas que se pasan en la iglesia parecen minutos; la fe nos dice que estamos alabando a Dios, y Dios está allí, muy cerca, a unos pasos, en el Sagrario”[xxiv].
    Más tarde, cuando ya formaba parte de la comunidad monacal, vuelve a insistir:
    “He venido a la Trapa, para permanecer en silencio delante del sagrario”[xxv]Y añade: “A veces dejo la pluma que no dice lo que quiero porque no sabe, y no puede, y me postro ante el sagrario y allí escribo, canto, rezo o lloro…, lo que Dios me da a entender…y lo que nadie leerá jamás”[xxvi].
    5. Una estrella en su camino: María
    En la andadura de todo joven, nunca ha de faltar la referencia determinante de una mujer. Esa mujer para Rafael fue la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra. Ella, la “Señora” –como a Rafael le gustaba llamarla- fue su confidente, su ayuda, su amparo, su fuerza, su consuelo; en una palabra, su guía y su estrella.
    Rafael la invoca como “la estrella que es guía en la noche del navegante”[xxvii], porque “el mar, son los propios pensamientos, que a veces están en bonanza y en ocasiones se agitan tempestuosamente poniendo a prueba la habilidad del piloto”[xxviii]. Tras haberlo vivido así, nos aconseja: “No te agobien las cosas de la tierra. (…) Aún en las más negras borrascas del mundo, si elevas los ojos a la Virgen…, algo verás”[xxix], significando, que mirando a la Señora, nunca se queda uno a oscuras.
    De hecho, la Virgen María nunca estuvo ausente de su pensamiento y de su amor; nada emprendió sin contar con Ella; le acompañó todos los días de su vida. No hay en sus anotaciones una sola página donde  no aflore el nombre dulcísimo de María: “La Virgen todo lo puede”“todo está en sus manos”“todo se hace con su ayuda y la de Dios”. Y un día memorable, consigna sus vivencias en estos términos:
    “¡Qué bien conoce Dios el corazón del hombre, pequeño y asustadizo! ¡Qué bien conoce nuestra miseria que nos pone ese puente… que es María! (…) No sé si diré algo que no esté bien, (…) pero creo que no hay temor en amar demasiado a la Virgen. Creo que todo lo que en la Señora pongamos, lo recibe Jesús ampliado… Yo creo que al amar a María, amamos a Dios, y que a Él no se le quita nada, sino todo lo contrario”[xxx]“¡¡¡Cómo no amar a Dios teniendo a María!!!”[xxxi].
    Rafael tomó la determinación de no escribir ninguna carta, sin mencionar en ella a la Virgen. Tenía una gran fe en su poder mediador:
    “Dios ha puesto a la Virgen “entre el cielo y la tierra” como intercesora, para que alcance del mismo Dios, todo aquello que nos da: guía, aliento, amparo, fortaleza, consuelo, compasión y dulzura”[xxxii].
    María es el espejo del rostro materno de Dios, su imagen más perfecta en una criatura humana, porque Ella es la única “llena de gracia”, es decir, llena del Espíritu Santo. Por eso escribe: “Dios nos ofrece el corazón de María como si fuera el suyo”[xxxiii].
    6. Amor filial a la Iglesia.
    Supongo que habrás oído en más de una ocasión la expresión “Cristo sí, Iglesia no”. Sin embargo, la Iglesia no es algo distinto de Jesús, sino que es su Cuerpo Místico… Por lo tanto, no se puede amar a Cristo sin amar también a su Iglesia. Ella nos ha “engendrado” a una vida nueva, y es cauce de la gracia que Dios nos quiere comunicar.
    Rafael vive este misterio con plena conciencia: recibe los sacramente con gran devoción y provecho; es fiel a los mandamientos y disposiciones de la Iglesia (conocemos, por ejemplo, que en su etapa universitaria anotaba en su agenda los días en que la Iglesia prescribe la abstinencia y el ayuno); y, dentro de lo que le permitían sus obligaciones de estudiante, tomó parte en algunos movimientos y asociaciones religiosas (Adoración Nocturna, Conferencias de San Vicente de Paúl y Apostolado de la Oración).
    7. Oración de intercesión por todos
    El celo apostólico del Hermano Rafael se extiende a toda la humanidad redimida por Cristo. Veamos cómo refleja esto en sus escritos, cuando tenía ya tomada la decisión de consagrar su vida en el monasterio:
    “Yo espero con mi poca experiencia, andar ese camino de la santidad, llevar por él a mucha gente, pues si nuestro Señor se valió de doce pescadores para convertir al  mundo entero, también me ayudará a mí en mi buen deseo, pues a veces se vale Dios de las cosas más insignificantes, para tocar el corazón del hombre”[xxxiv] .
    Los medios para desarrollar este celo apostólico fueron la oración intercesora y una vida de sacrificio; con el compromiso de santificarse y ofrecerse a Dios por todos, con amor de hermano:
    “Por conseguir que un hermano mío en el mundo, haga solamente un acto de amor a Dios, soy capaz de todo”[xxxv] . “Quiero ayudar a las almas del mundo entero, para que amen a Dios, y sin que ellas se enteren”[xxxvi].
    Desde que ingresó en la Trapa, su preocupación misionera traspasó todos los límites; Él mismo nos lo cuenta:
    “Como en la Trapa  no se pierde ni un minuto, ni en los intervalos ni, incluso, al ir de una parte a otra, yo al salir de la iglesia, después del examen de conciencia hasta llegar al refectorio, lo he dedicado a las misiones. (…) Le agradecía la paz de mi convento y, al mismo, tiempo le pedía que no olvidase a los misioneros que a veces ni tienen qué comer, ni tienen convento”[xxxvii].
    8. Ofrenda de su enfermedad y de sus sufrimientos
    La misión apostólica tiene su precio; y en la vida contemplativa de un monasterio, se concreta en una aceptación de la cruz diaria, compartiendo la suerte de Cristo crucificado. Bajo la luz de la gracia, Rafael llega a amar la cruz, como el regalo más precioso:
    “Amo más a Cristo, cuanto más me prueba. (…) Por nadie me cambio, pues tengo lo mejor que un cristiano puede tener…, la Cruz de Jesús muy dentro del corazón”[xxxviii].
    Tanto el sentido de la reparación de los pecados, como el deseo de que Cristo sea conocido y amado por todos, le estimula a ofrecer las “cruces” de su vida, unidas al sacrificio redentor de Jesucristo:
    “¡Qué alegría sería morir por Jesús…, y que Él ofreciera mi vida al Eterno Padre, en reparación de los pecados del mundo; de las guerras, de los pueblos infieles; por los sacerdotes, por el Papa, y por la Iglesia!”[xxxix].
    El dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la misma muerte no le separaron a Rafael ni un ápice de su unión con Dios. Su secreto consistió en descubrir la “sabiduría de la cruz”:
    “Si el mundo supiera cuánto se aprende a los pies de la Cruz… Si el mundo supiera que toda la Teología, que toda la Mística y la Ascética, que toda la Filosofía escrita en mil años, no sirve para nada, si no se medita y se estudia a los pies de la Cruz de Cristo (…). A sus pies, y sin ruido de palabras, se llega a ver el Amor infinito clavado en un madero… A sus pies se aprende a amar a Cristo, a despreciar el mundo y a conocerse uno a sí mismo”[xl].
    Rafael supo interpretar su enfermedad con visión elevada, insertándola en el plan de Dios, y Dios se le hizo presente para hacerle crecer en el amor. ¡Algunos han llegado a decir que su muerte fue causada por el amor, más que por la propia enfermedad!
    9. Santidad alegre
    ¿Quién ha dicho que la santidad tiene un tono serio y triste? Ciertamente, éste es uno de los engaños que nuestra cultura dominante pretende “vendernos” sobre el hecho religioso… Pero lo cierto es que, es precisamente nuestra cultura actual la que se caracteriza por arrastrar una gran amargura y tristeza. ¡Cuántas carcajadas esconden frustraciones, mientras que las sonrisas serenas están transparentando un corazón feliz!
    Así por ejemplo, tan sólo una hora después de haber recibido el hábito blanco de novicio cisterciense, Rafael escribía a su madre en estos términos:
    “Siento que cuando vengáis a verme no esté tan limpio como hoy, que parezco un novicio recién desempaquetado”[xli]. Y añade: “… baste que sepáis que vuestro hijo está contento, alegre, (…) pues un tristesanto, es un santo triste; pero no te preocupes, que aquí en la Trapa es donde yo he visto más alegría reunida…” [xlii]
    Está fuera de duda que el Hermano Rafael no había ingresado en la Trapa por el hecho de que no supiese disfrutar de las alegrías del mundo. Baste leer lo que el joven Rafael escribió al Padre Abad de la Trapa, cuando solicitó su ingreso:
    “… no me mueve para hacer este cambio de vida, ni tristezas, ni sufrimientos, ni desilusiones ni desengaños del mundo… Lo que éste me puede dar, lo tengo todo. Dios en su infinita bondad me ha regalado en la vida, mucho más de lo que merezco… Por tanto, mi Reverendo Padre, si me recibe en la Comunidad con sus hijos, tenga la seguridad de que recibe solamente un corazón muy alegre y con mucho amor a Dios”[xliii].
    Es decir, que frente a esas deformaciones que tienden a presentar la santidad como equivalente de “rareza”, el Hermano Rafael tiene muy claro que “santidad” es sinónimo de “felicidad”, además de ser condición necesaria para la verdadera alegría.
    Cuando Santa Teresa escribió en el libro de sus Fundaciones la famosa frase, “entre los pucheros anda el Señor”, quiso darnos a entender que la santidad no consiste en los fenómenos místicos extraordinarios (visiones, locuciones, revelaciones, etc). La santidad no tiene otro secreto que la vivencia de la vida ordinaria en intensidad de amor.
    Por lo que se refiere al Hermano Rafael, está sobradamente constatado que, si resulta tan accesible y cercano a quien lee sus páginas, es precisamente porque habla de lo que vive y vibra en cada instante. Por ello, a lo largo de su Proceso de Canonización han llegado cartas de quienes aseguran que han encontrado en él un alma gemela, un amigo, un hermano mayor, alguien que les entiende, que adivina sus situaciones, que los anima y alienta en sus dolores… Su secreto no ha sido, ni será otro que la sencillez, la alegría y la transparencia con que habla de lo cotidiano, de su vida gozosa y sencilla:
    “Dios no nos exige más que sencillez por fuera y amor por dentro. (…) En realidad qué fáciles son los caminos de Dios, cuando se camina por ellos con espíritu de confianza y con el corazón libre y puesto en Él”[xliv].
    Una de las lecciones que ofrece el Hermano Rafael es ésta: ¿Obras grandes o pequeñas?… ¡qué más da! Lo importante y único necesario es poner amor en ellas. La condición indispensable para que las obras más pequeñas tengan mérito y eficacia, es que estén realizadas en referencia a Cristo: “Todo por Jesús”, escribió en su horario de estudiante.
    III. RAFAEL, MODELO PARA LOS JÓVENES
    Somos conscientes de que a algunos les parecerá extraño proponer a un monje trapense como modelo para los jóvenes de nuestros días… ¿Puede el Hermano Rafael continuar siendo un “referente” accesible para las nuevas generaciones?
    Ciertamente, el Hermano Rafael no es un modelo para los jóvenes, si por tal se entiende a una persona cuyos valores o estilo de vida sean “representativos” de la sensibilidad mayoritaria de la sociedad… El joven Rafael es modelo en otro sentido… Su vida es una llamada viva a lo que Dios quiere decirnos hoy a todos y, de una forma muy especial, a los jóvenes. No se trata de un liderazgo en el que nuestras debilidades se vean consentidas y justificadas, sino de una figura que nos recuerda que Dios nos quiere como somos, ciertamente; pero… ¡nos “sueña” distintos! Dios nos habla en el Hermano Rafael; y lo hace especialmente hoy, de una forma muy libre y contracultural.
    1. Actualidad del “sólo Dios” de Rafael
    “Cielo y Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”[xlv]. Dicho de otro modo: ¡Sólo Dios es el absoluto! Es evidente que esta afirmación contrasta grandemente con el relativismo actual, al que nuestro Papa ha tenido la clarividencia de designar como “dictadura del relativismo”. En efecto, hablar en nuestros días de “sólo Dios” “suena” a intolerante” o a fanático.
    La cultura secularizada no tiene problema en admitir que podamos tener “algo de fe”, especialmente si la circunscribimos al ámbito privado. El relativismo suele tolerar sin mayor problema que haya personas que cultiven una faceta espiritual en sus vidas, de forma semejante a como otros cultivan sus “aficiones”. Pero, sin embargo, lo que resulta escandaloso para nuestra cultura es la confesión de que Dios lo es “todo” y que sin Él no somos nada.
    En efecto, Dios no es un capítulo más de nuestra vida, ni siquiera el más importante… En realidad, Dios, o lo es “todo”, o no es Dios. Dicho de otro modo, o el hombre se abre a la infinitud del amor de Dios, o está fabricando un ídolo a su medida. Como dice San Pablo: “En Él vivimos, nos movemos y existimos…”[xlvi]. Es decir, Dios engloba todos los aspectos de la existencia, es nuestro “todo”. El hombre está llamado a decir, con el Hermano Rafael y con todos los místicos, “¡sólo Dios basta!”.
    Por eso, el Hermano Rafael es un modelo de gran actualidad para nosotros: porque no se toma su relación con Dios a la ligera, sino que es un “testigo” cuyo corazón está “lleno” de Dios. ¡Le sale por los poros! Es por esto que “transmite” tanto, porque… ¡sólo los enamorados enamoran!
    2. Necesidad del silencio
    Posiblemente, el sobreexceso de ruido en el que estamos inmersos, esconde el temor del hombre a la soledad y al silencio. No pensemos que el silencio es signo de incomunicación, sino todo lo contrario: ¡El silencio es la sal de la palabra! Nos abre a la comunicación con Dios en un “tú a tú”. Y lo cierto es que nuestra sociedad, aunque parezca lo contrario, también suspira por el silencio. (Baste comprobar el éxito alcanzado por la película “El gran silencio”, grabada en el 2005 en una cartuja de los Alpes franceses).
    El Hermano Rafael remarca insistentemente su amor al silencio. Fijémonos en estas reflexiones suyas, escritas con motivo de una de sus salidas obligadas de la Trapa:
    “Desde que salí de mi Trapa no escucho más que ruidos… La única música que no me molesta es la plegaria… Pero ésta en el mundo se oye poco… Todo lo demás son ruidos. Mucha gente me pregunta acerca del silencio de la Trapa, y yo no sé qué contestar, pues el silencio de la Trapa no es silencio…, es un concierto sublime que el mundo no comprende… Es ese silencio que dice: No metas ruido, Hermano, que estoy hablando con Dios…”[xlvii].
    Sin embargo, sucede que, a pesar de que suspiramos por el silencio, llegado el momento, somos incapaces de vivirlo, y hasta es frecuente que optemos por buscar refugio en el ruido. En realidad, para poder vivir gozosamente y aprovechadamente el silencio, es necesaria una gran madurez, que requiere un trabajo interior muy serio: mortificación de los sentidos y de nuestras impulsividades, control de la imaginación y educación de nuestras “esperanzas”…
    3. Vivencia intensa de la Liturgia
    Frente al tópico generalizado de que la liturgia católica es un lenguaje ininteligible para los jóvenes, la figura del Hermano Rafael nos invita a adentraros en este misterio, como un cauce de comunicación entre el cielo y la tierra. Es importantísimo que seamos educados en el lenguaje litúrgico, de modo que podamos llegar a percibir que cada vez que los sacramentos son celebrados, Jesús entra e interviene de nuevo en nuestra historia.
    En nuestros días estamos asistiendo a un curioso fenómeno: cada vez son más los cristianos, e incluso muchos alejados de la Iglesia, que acuden a la “sombra de los monasterios” para disfrutar de una liturgia bella y solemne, que les lleva a descubrir a Dios.
    ¡Qué gran ayuda podemos encontrar en el Hermano Rafael para vivir intensamente la liturgia, más allá de la mera percepción estética o del peligro del aburrimiento o la rutina! Leamos con atención estas intensas palabras de Rafael:
    “A las diez de la mañana es la Misa conventual en el Monasterio, celebrada con tanta unción, y oída por los monjes con tan profundo respeto, que el hombre de poca fe no tiene más remedio que bajar la cabeza y exclamar: ¡¡Señor, Señor!!, cuántas veces he asistido al divino Sacrificio estando mi alma ausente… Señor, perdóname, que no sabía lo que hacía… Mi pequeñez y miseria nunca llegará a comprender el inmenso amor de un Dios que se humilla a descender en medio de sus criaturas para ser maltratado, o pasar desapercibido… Pero en un Monasterio Cisterciense no se puede decir lo mismo, los monjes asisten al divino Sacrificio, no solamente con sus cuerpos, sino con sus almas… Todo es respeto, todo indica veneración y amor a su Dios”[xlviii].
    4. María, sanadora de la afectividad, modelo de pureza
    Estamos inmersos en un erotismo ambiental que lo llena todo; parece como si viviéramos en una “alerta sexual” permanente, que condiciona mucho nuestra capacidad para vivir en fidelidad el seguimiento a Cristo. Este bombardeo termina por crear adicciones y conductas compulsivas que propician la falta de dominio de la propia voluntad y muchos desequilibrios, hasta el punto de hacernos incapaces de amar con madurez.
    Cada vez son más notorias nuestras heridas afectivas. Cuando no llenamos nuestro corazón de Dios, solemos recurrir a “mendigar” afectos y a buscar falsas compensaciones.
    El Hermano Rafael nos enseña a invocar a María como sanadora de nuestra afectividad y como inspiradora de la pureza. Ella nos recuerda que el ideal de la castidad es posible: estamos llamados a seguir a Dios en la integridad de nuestro cuerpo y nuestra alma.
    La Virgen María es la mejor prueba del don de la pureza que Dios quiere darnos. La mirada a María es, en el Hermano Rafael, una apertura del corazón a los grandes ideales, a no conformarse con la mediocridad, a volar alto… Mirando a María podemos deducir la obra de sanación y elevación que Dios quiere realizar en nosotros.
    ¿Recuerdas el episodio que referimos en la primera parte de esta Carta, en el que una joven quiso seducir a Rafael en la pensión de estudiantes universitarios en la que vivía? Rafael atribuyó el triunfo frente a aquella tentación a la intercesión de María… ¡Toda una lección de cómo invocarla, pidiéndole el don de la pureza!
    5. Vida espiritual ordenada y perseverante
    Frente a la tendencia a reducir la práctica religiosa a unas vivencias “esporádicas”, es muy importante que nos propongamos el ideal de una amistad con Cristo, íntima, fiel y perseverante. El Hermano Rafael tuvo sus flaquezas, pero una de las grandes lecciones que aprendemos de él, a lo largo de toda su vida -infancia, adolescencia, juventud y vida monacal-, es el recurso ordenado a los medios de gracia. Partiendo de su ejemplo concreto, te proponemos el siguiente programa:
    – Haz oración. Siempre ha sido necesaria, pero hoy lo es más que nunca. El cristiano, o es un hombre de oración, o deja de serlo. Ya sabemos que estamos muy ocupados, pero el que dice no encontrar tiempo para la oración, demuestra que no se ha dado cuenta de su valor y necesidad.
    – Frecuenta los sacramentos. Cuando un cristiano se separa de la Eucaristía, es como si cortase el cordón umbilical a través del cual recibe el alimento que le fortalece. Cuando un cristiano se aleja de la confesión, es como si le dijese a su madre que no está dispuesto a escuchar ninguna corrección de ella, ni a aceptar sus remedios de sanación. Renunciando a esto, se opta por un “camino autodidacta”, hasta terminar por fabricarse una religión “a medida”.
    – Únete a un grupo cristiano. Ya es bastante que tengas que remar contra corriente para vivir tu fe cristiana. ¡No pretendas también hacerlo en solitario, porque ya sería demasiado! En nuestros días, constatamos que los jóvenes que siguen a Cristo con coherencia, pertenecen en su mayor parte a algún grupo parroquial o movimiento cristiano. En estos grupos encontrarás modelos de referencia en los que te convencerás de que no eres un “bicho raro”.
    – Busca un Director Espiritual. Aunque a ti te parezca que tu principal obstáculo para ser un buen cristiano lo tienes en el ambiente que te rodea, irás comprendiendo que tu peor enemigo lo tienes dentro de ti. Por ello tienes que tomarte en serio la tarea de tu maduración interior, de tu santificación. Con la cantidad de dudas que tenemos, no podrás hacerlo sin la ayuda de un acompañante espiritual, que conociéndote por dentro, te ayude y oriente. La dirección espiritual puede ser prolongación de la confesión, aunque no es exactamente lo mismo.
    – Fórmate. Es necesario formarse y aclarar dudas, para poder dar razón de nuestra fe ante este mundo secularizado que nos rodea. Esto lo puedes hacer en el seno de tu grupo cristiano y quizás con la ayuda de tu director espiritual. El acceso a unas buenas lecturas y a algunos cursos formativos, te será de gran ayuda.
    – Sé valiente y generoso. Los mediocres pudieron subsistir en otras épocas, hoy en día sucumben con facilidad. Algunos dirán que te han “comido el coco”; pero tú, en tu interior, sabrás que has encontrado la verdad de Cristo, y que esa Verdad te libera de esclavitudes. Ya sabemos que no es fácil mantenerse firme en medio de un ambiente adverso, pero no olvides que “el salmón enfermo se deja arrastrar por las aguas; mientras que el salmón sano salta en contra de la corriente”. Jesús no se va a dejar vencer en generosidad. Así nos lo prometió: “Al que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de Dios. Pero al que se avergüence de mí delante de los hombres, también yo me avergonzaré de él delante de mi Padre”[xlix].
    – Vive abierto para descubrir tu vocación. Dios no se oculta a los que le buscan sinceramente… Para cada uno de nosotros tiene un designio de amor, que coincide con nuestra felicidad. Dicho de otro modo, la felicidad no consiste en el cumplimiento de nuestros sueños, sino en la búsqueda de la voluntad de Dios y en nuestro compromiso coherente con ella. Lo propio de un cristiano que “busca el rostro de Dios” –este es el título de la presente Carta Pastoral- es que le pregunte con frecuencia al Señor en su oración: ¿Qué esperas de mí? ¿Cuáles son los caminos que has trazado para que te siga?
    6. Navega mar adentro
    La figura del Hermano Rafael es una invitación para que nos familiaricemos con la “mística”; es decir, con el camino que Dios traza para que las almas lleguen a la unión íntima con Él. Tenemos la suerte de vivir en España, que es probablemente la nación con mayor tradición mística de la Iglesia Católica.
    Rafael Arnáiz traslada a nuestros días lo mejor de la herencia de la mística española; pero lo hace con una forma de expresión propia del siglo XX. Su figura resulta atrayente por su jovialidad, su sentido del humor, su pluma privilegiada, sus ejemplos cercanos…
    Por ello… ¡Perdámosle “miedo” a la mística! No la veamos como algo lejano e inalcanzable para nosotros. Cuando menos, en cierta medida, ¡todos estamos envueltos en ella! Marchemos sin miedo, “navegando mar adentro”, en el océano del misterio del Dios misericordioso, Padre, Hijo y Espíritu Santo…  Así entenderemos el texto de San Pablo a los Efesios:
    “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor,  podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad,  y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud  de Dios”[l].
    CONCLUSIÓN
    Tenemos ya como horizonte próximo la canonización del Hermano Rafael. Dios mediante, el 11 de octubre la Iglesia Católica será enriquecida con ese gran don de su canonización. Al mismo tiempo, nos estamos preparando para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, en agosto del 2011.
    15 de agosto de 2009
    Confiamos en que el Hermano Rafael Arnáiz nos acompañe como uno de los “copatrones” del encuentro, para que todos los jóvenes del mundo puedan conocer la obra de Dios en este joven del siglo XX.
    En definitiva, ¡seamos auténticos, como el Hermano Rafael! A los jóvenes católicos de este siglo XXI, os toca remar contra corriente. ¡Somos conscientes de ello! No es fácil ser auténtico, en medio de tantos reclamos y tentaciones contrarias al camino del Evangelio.
    Y, sin embargo, no basta con lamentarse. Seria una equivocación pensar que nuestros antepasados lo tuvieron más fácil que nosotros. Baste recordar a los mártires que entregaron la vida por mantenerse fieles, o al mismo Hermano Rafael, quien tuvo que vivir su vocación en medio de una situación difícil de la historia de España, en medio de su enfermedad. En realidad, el que no esté dispuesto a abrazar la cruz, no puede ser discípulo de Cristo.
    Vamos a emprender una peregrinación a Roma para participar en esa canonización, con la esperanza de que su modelo sea un acicate que nos renueve en el camino hacia la santidad. ¡Ojalá pueda decirse al final de tu vida, lo que hoy decimos del Hermano Rafael: “Vivió y murió con un corazón alegre y con mucho amor a Dios”!
    ¡Que Dios te bendiga!
    + Francisco Hellín, Arz. Metr. de Burgos
    + José Ignacio Munilla, Ob. de Palencia
    + Ricardo Blázquez, Ob. de Bilbao
    + Rafael Palmero, Ob. de Orihuela-Alicante
    + Francisco Cerro, Ob. de Cória-Cáceres
    + Manuel Sánchez, Ob. de Mondoñedo-Ferrol
    + Gerardo Melgar, Ob. de Osma-Soria
    San Isidro de Dueñas (Palencia),
    Ahora bien, ¡no vaya a ocurrir que “los de casa” desconozcamos el tesoro que tenemos a nuestro lado, y que tengan que venir de lejos a abrirnos los ojos! Acerquémonos al Hermano Rafael, peregrinemos a la Trapa de San Isidro de Dueñas para orar ante su tumba, leamos sus escritos, y seamos difusores de su vida y testimonio…



    [i] Benedicto XVI. Discurso. 1 de septiembre de 2006. Santuario de la Santa Faz de Manoppello (Italia).
    [ii] Ib.
    [iii] Francisco Hellín, Arzobispo de Burgos, ciudad natal del Hermano Rafael
    José Ignacio Munilla, actual obispo de Palencia, -diócesis en la que se encuentra    enclavada la Trapa del Hermano Rafael-.
    Ricardo Blázquez, actual obispo de Bilbao. Fue el obispo palentino que realizó la Postulación del Hermano Rafael.
    Rafael Palmero, actual obispo de Orihuela-Alicante. Siendo obispo de Palencia nombró el tribunal que ha estudiado el milagro que ha servido para su canonización.
    Francisco Cerro, actual obispo de Cória-Cáceres. Realizó su tesis doctoral sobre el joven trapense. Promotor de los Encuentros de reflexión sobre la figura del Hermano Rafael en el Centro de Espiritualidad de Valladolid.
    Manuel Sánchez, actual obispo de Mondoñedo-Ferrol. Siendo de origen palentino es un gran conocedor del Hermano Rafael. Siguió su proceso de canonización como Vicario General de la Diócesis.
    Gerardo Melgar, actual obispo de Osma-Soria. Siendo de origen palentino es un gran conocedor del Hermano Rafael. Siguió su proceso de canonización como Vicario General de la Diócesis.
    [iv] Cf. Vida y escritos de Fray María Rafael Arnáiz  Barón. Edit. PS 11º Ed. Pg. 15 ss.
    [v] Teófilo Sandoval, “El Espíritu del Hermano Rafael”.EHR III, 66.
    [vi] Mc 10, 29-30
    [vii] Hermano Rafael. Obras Completas. Edit. Monte Carmelo. 5º Ed.  n. 18
    [viii] Ib. n. 136
    [ix] Cf. Ib. n. 32
    [x] Ib. n. 1001
    [xi] Ef 1,4
    [xii] Ib. Hermano Rafael. Obras Completas. Edit. Monte Carmelo. 5º Ed. n. 770
    [xiii] Ib. n. 774
    [xiv] Subida al Monte Carmelo. San Juan de la Cruz
    [xv] Mt 19, 21
    [xvi] Hermano Rafael. Obras Completas. Edit. Monte Carmelo. 5º Ed.  n. 785 ss
    [xvii] Ib. n. 1142
    [xviii] Ib. n. 1185
    [xix] Fil 3,8
    [xx] Hermano Rafael. Obras Completas. Edit. Monte Carmelo. 5º Ed. n. 975
    [xxi] LG 11
    [xxii] PO 5
    [xxiii] Hermano Rafael. Obras Completas. Edit. Monte Carmelo. 5º Ed. n. 1110
    [xxiv] Ib. n. 126
    [xxv] Ib. n. 631
    [xxvi] Ib. n. 867
    [xxvii] Ib. n. 955
    [xxviii] Ib. n. 707
    [xxix] Ib. n. 457
    [xxx] Ib. n. 954
    [xxxi] Ib. n. 955
    [xxxii] Ib. n. 954
    [xxxiii] Ib. n. 954
    [xxxiv] Ib. n. 26
    [xxxv]Ib.  n. 420
    [xxxvi] Ib. n. 480
    [xxxvii] Ib. n. 182
    [xxxviii] Ib. n. 873
    [xxxix] Ib. n. 1077
    [xl] Ib. n. 765
    [xli] Ib. n. 136
    [xlii] Ib. n. 135
    [xliii] Ib. n. 81
    [xliv]Hermano Rafael. Obras Completas. Edit. Monte Carmelo. 5º Ed.  n. 657
    [xlv] Mt 24, 35
    [xlvi] Hch 17, 28
    [xlvii] Hermano Rafael. Obras Completas. Edit. Monte Carmelo. 5º Ed.  n.270
    [xlviii] Ib. n. 47
    [xlix] Lc 9, 26
    [l] Ef 3, 17-19

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