miércoles, 1 de octubre de 2014

Por qué soy Cristiano Católico.


 
O al menos, por qué intento serlo, ya que no soy ningún santo, sino un hombre con muchos defectos (como casi todos, por cierto).
Intento ser Cristiano Católico, un buen Cristiano Católico, porque Creo en Dios, creo en Jesucristo, creo en el Espíritu Santo, en la Virgen María, en la Iglesia Católica, etc., etc., etc. Y no se trata de una afirmación aprendida de memoria, sino de una constatación:
Yo Creo.

Creo desde y gracias a mi Fe, creo desde mi razón, desde mi libertad, creo desde todo lo bueno de mi vida, y también desde todo lo malo. Mi Fe es una apuesta personal e intransferible basada en mi Yo, pero en comunión con todos mis hermanos que alcanzamos, todos unidos, la comunión con el Espíritu Santo. Porque mi Fe individual nada es, pero está unida indivisiblemente a Fe de todo el Pueblo de Dios, y eso es lo que la hace grande y digna del Señor.
Yo soy una persona libre para creer y para no creer, pero Yo Creo. Creo porque soy libre y porque siento que mi Fe me libera. "La Verdad os hará libres" y nadie se siente más libre que el que cree. En la dicha o en la desdicha, en su casa o en la prisión, en la salud o en la enfermedad, aquel que cree es libre porque ha entregado su alma a Dios y no hay barreras que la aprisionen. Los cristianos sabemos que nuestra alma es de Dios, y por eso, aún aprisionados por la desdicha, la enfermedad o por muros, tenemos la confianza de seguir siendo libres.
Creer en Cristo es creer en la Humanidad, porque el mensaje de Cristo es un mensaje universal que a todos los hombres nos concierne. Un mensaje de amor entre todos los hombres bajo un sentimiento de hermandad más allá de toda raza. Esto, que hoy nos gusta tanto, fue "inventado" hace 2.000 años por Jesús.
Los cristianos vivimos nuestra Fe en comunión con Dios y con la Iglesia. Eso significa que Dios forma parte indivisible de nosotros a través del Espíritu Santo. Dios es el dueño de nuestra alma, de nuestro santuario en el que sólo Él puede habitar y al que nuestra Fe mantiene libre de odio, rencor, venganza, ira, violencia, etc. Sentir a Dios es sentirse limpio por dentro, sentir nuestra alma a salvo de la corrupción, y eso sólo se consigue invocando a Dios a través del Espíritu Santo para que nos ayude a permanecer limpios. El diálogo con Dios es fundamental para ello. La oración es el diálogo que mantienes con Dios si no repetimos mecánicamente frases, sino que las proclamamos siendo conscientes de su pleno significado.
¿Te has parado a pensar en cada una de las frases que componen el Padrenuestro?

Esta es una de las más bellas oraciones con las que podemos llegar a Dios:
El señor es mi luz y mi salvación, El señor es la defensa de mi vida, Si el señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, habitar por siempre en su casa gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo santo.
El señor es mi luz y mi salvación, El señor es la defensa de mi vida, Si el señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? ¿quién me hará temblar?
No me escondas tu rostro Señor, buscaré todo el día tu rostro, si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá.
El señor es mi luz y mi salvación, El señor es la defensa de mi vida, Si el señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? ¿quién me hará temblar?
En efecto, ante la presencia siempre viva de Dios, ante su amor infinito, ¿qué puede hacernos temblar? ¿a qué podemos tener miedo? ¿a la muerte? ¿a la enfermedad? Si Dios está con nosotros ¿qué puede ocurrirnos en esta vida que no sea compensado en la Nueva? Nosotros padecemos y sufrimos, pero ¿qué es eso comparado con la Gloria eterna que Jesucristo nos ha mostrado? Lloramos al perder un ser querido, pero la breve milésima que dura nuestra vida, ¿no deberíamos emplearla en glorificar a Dios Vivo? ¿Qué es el sufrimiento que padecemos comparado con la vida junto a Dios Padre? ¿Cuán grande debe ser nuestro sufrimiento para compararse al de Cristo en la Cruz?
Perdónanos, Señor, porque no somos más que pecadores egoístas. Otórganos el cálido aliento divino del Espíritu Santo para que nos muestre toda tu Gloria. Admítenos en Ella para que podamos pasar toda la eternidad alabándote y glorificándote.
Bendito eres por siempre, Señor Dios Nuestro.

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