Con el nombre de "Juan" tenemos varios libros en el NT: Un Evangelio, tres cartas y el Apocalipsis.
Llegando al estudio de los últimos libros del NT que llevan la firma del apóstol "que Jesús amaba" (1,2,3, Juan y Apocalipsis), hemos de resaltar algunas observaciones que nos ayuden a comprender mejor su contenido y su mensaje.
a) La literatura bíblica de Juan tiene una huella inconfundible, frente a los otros libros del NT. su contenido y su estilo son diferentes a los sinópticos y de Pablo.
La manera de acercarse a la figura de Jesús y los temas que tratan, revelan un ambiente cristiano todo especial, que los estudios llaman "Comunidad Joánica".b) Los escritos de Juan, nacidos como expresión de la fe y de vida cristiana, al interior de las "comunidades joánicas" tiene pues, unas características y unos temas muy propios:
Habla mucho del conocimiento de Dios, de "revelación" (1Jn. 2,4; 4,8; Apc. 1,1)
Tratan los temas características del dualismo gnóstico: Luz-tiniebla (1Jn. 1,5; 1Jn 1,7ss), vida-muerte (Jn. 14,6; 1Jn. 1,2), verdad-mentira (Jn. 8,30-32; 1Jn. 4,1-6).
Insiste en la fe en Cristo Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios.
Primera Carta
Este escrito nace en confrontación directa con los problemas suscitados dentro de las "comunidades joánicas" quienes, estaban en peligro de caer en las falsas doctrinas gnósticas.
Juan, con esta carta, aclara las ideas sobre el verdadero conocimiento de Dios y sobre Cristo, verdadero hombre, que abre el camino a la luz, a la verdad y al amor.
Sostiene la humanidad de Cristo (1,1-3; 4,1-3) y pone de relieve que Jesús de Nazaret, el hombre, es Cristo, el Hijo de Dios (1,3-7; 2,22-23).
Su fecha de composición es alrededor de los años 95-100 d.C. su autor es el apóstol san Juan.
Contenido y enseñanzas en la 1ª. de Juan
La carta gira alrededor de tres ejes, que son tres ideas teológicas:
a) Dios es LUZ (1, 5-2,29)
b) Dios es PADRE (2,30-4,6)
c) Dios es AMOR (4,7-5,12)
Dios es Luz (1,5-2,29):
Esta afirmación, ya recalcada en el Evangelio
(Jn. 3,19). Juan les dice: "Dios es Luz, vivan pues y caminen en la Luz". Esta revelación lleva a la exigencia de exponernos a la luz de Dios para reconocer nuestro pecado (1,7-10), romper con él, acercándonos a Cristo (2,1-2), observar el mandamiento del Amor (2,3-14) y guardarse de la mentalidad del mundo, fundada sobre la codicia, el poder y el placer. (2,15-17).
Dios es Padre (3, 1-4,6):
Si somos hijos de Dios (3,1-2; 2,29) es por un don de amor del Padre, quien nos da la vida en Cristo (3,1-5). Asumir este don nos comprometa a vivir la dignidad de hijos. Hay quienes alardean su condición de hijos de Dios, pero viven en la esclavitud del pecado. Juan advierte que el que "no practica la justicia y el que no ama a su hermano, no es de Dios" (3,10). Nuestra dignidad de hijos, nos compromete al amor con los hermanos (3,13-24).
Dios es Amor (4,7-5,12):
Esta es la parte central de la carta, es también la sección que más conocemos y cantamos en nuestras celebraciones "¡Dios es Amor!".
El AT. nos había enseñado que Dios era creador, todopoderoso, justo, misericordioso; había hablado muchas veces del amor de Dios como el de un Padre, de una madre y aun de un esposo.
El NT. había repetido estas imágenes, invitándonos a llamar a Dios: "Abba" (papá).
Pero nunca, ningún texto de la escritura se había atrevido a decirnos "¡Dios es amor!" (4,8.16). Esta definición de Dios, que Juan repite dos veces, es la más completa y la más revolucionaria de la Revelación. "El amor consiste en que Dios, primero, nos ha amado" (4,10).
La afirmación teológica es el motivo para sacudir la conciencia del cristiano: Si "hemos reconocido el amor que Dios nos tiene" (4,16). Debemos amarnos los unos a los otros (4,7.11.12.19).
Segunda Carta
Está dirigida a una comunidad cristiana llamada "Dama Elegida". Esta Iglesia es amenazada por seductores que no confiesan a Jesucristo venido a la carne. Juan recomienda la pureza de la fe (vv. 4.9.10), el amor fraterno (vv. 5-6) y la ruptura con esos falsos maestros (vv. 10-11).
Tercera Carta
Es un pequeño escrito y va dirigido a una persona particular, que se llama Gayo; y tiene como motivo un conflicto entre el "presbítero" y el jefe de la comunidad, Diótrefes.
Juan el presbítero alaba a Gayo porque se mantiene en la verdadera fe, y ha acogido con hospitalidad a los misioneros.
La carta termina con una exhortación a Gayo. El valor de esta pequeña carta, estriba en que nos abre una ventana para conocer algo de la organización y los problemas de las primeras comunidades cristianas.
La relación entre los jefes de la comunidad y los misioneros era a veces conflictiva: Diótrefes pretendía tener el control de la comunidad, rechazando a los misioneros.
SAN JUAN EL EVANGELISTA, APÓSTOLHijo del Zebedeo, hermano del Apóstol SantiagoEtim: "El Señor ha dado su gracia"
Autor del cuarto evangelio, de las tres cartas que llevan su nombre en el NT y del Apocalipsis.Fiesta: 27 de diciembre.Etim. Juan: "Dios es misericordioso"
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Emblemas: El águila (por su visión mística elevada), Un libro (por su escritos llenos del Espíritu Santo). Patrón de teólogos y escritores
Muerte: c.100 P.C. |
Ver también:
12 Apóstoles | El amor de Dios según San Juan
La misma vida se ha manifestado en la carne -San Agustín sobre I Juan
12 Apóstoles | El amor de Dios según San Juan
La misma vida se ha manifestado en la carne -San Agustín sobre I Juan
El discípulo amado
SAN JUAN el Evangelista, a quien se distingue como "el discípulo amado de Jesús" y a quien a menudo le llaman "el divino" (es decir, el "Teólogo") sobre todo entre los griegos y en Inglaterra, era un judío de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, con quien desempeñaba el oficio de pescador.
Junto con su hermano Santiago, se hallaba Juan remendando las redes a la orilla del lago de Galilea, cuando Jesús, que acababa de llamar a su servicio a Pedro y a Andrés, los llamó también a ellos para que fuesen sus Apóstoles. El propio Jesucristo les puso a Juan y a Santiago el sobrenombre de Boanerges, o sea "hijos del trueno" (Lucas 9, 54), aunque no está aclarado si lo hizo como una recomendación o bien a causa de la violencia de su temperamento.
Se dice que San Juan era el más joven de los doce Apóstoles y que sobrevivió a todos los demás. Es el único de los Apóstoles que no murió martirizado.
En el Evangelio que escribió se refiere a sí mismo, como "el discípulo a quien Jesús amaba", y es evidente que era de los mas íntimos de Jesús. El Señor quiso que estuviese, junto con Pedro y Santiago, en el momento de Su transfiguración, así como durante Su agonía en el Huerto de los Olivos. En muchas otras ocasiones, Jesús demostró a Juan su predilección o su afecto especial. Por consiguiente, nada tiene de extraño desde el punto de vista humano, que la esposa de Zebedeo pidiese al Señor que sus dos hijos llegasen a sentarse junto a Él, uno a la derecha y el otro a la izquierda, en Su Reino.
Juan fue el elegido para acompañar a Pedro a la ciudad a fin de preparar la cena de la última Pascua y, en el curso de aquella última cena, Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y fue a Juan a quien el Maestro indicó, no obstante que Pedro formuló la pregunta, el nombre del discípulo que habría de traicionarle. Es creencia general la de que era Juan aquel "otro discípulo" que entró con Jesús ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro se quedaba afuera. Juan fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la cruz con la Virgen María y las otras piadosas mujeres y fue él quien recibió el sublime encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor. "Mujer, he ahí a tu hijo", murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. "He ahí a tu madre", le dijo a Juan. Y desde aquel momento, el discípulo la tomó como suya. El Señor nos llamó a todos hermanos y nos encomendó el amoroso cuidado de Su propia Madre, pero entre todos los hijos adoptivos de la Virgen María, San Juan fue el primero. Tan sólo a él le fue dado el privilegio de llevar físicamente a María a su propia casa como una verdadera madre y honrarla, servirla y cuidarla en persona.
Gran testigo de la Gloria del Maestro
Cuando María Magdalena trajo la noticia de que el sepulcro de Cristo se hallaba abierto y vacío, Pedro y Juan acudieron inmediatamente y Juan, que era el más joven y el que corría más de prisa, llegó primero. Sin embargo, esperó a que llegase San Pedro y los dos juntos se acercaron al sepulcro y los dos "vieron y creyeron" que Jesús había resucitado.
A los pocos días, Jesús se les apareció por tercera vez, a orillas del lago de Galilea, y vino a su encuentro caminando por la playa. Fue entonces cuando interrogó a San Pedro sobre la sinceridad de su amor, le puso al frente de Su Iglesia y le vaticinó su martirio. San Pedro, al caer en la cuenta de que San Juan se hallaba detrás de él, preguntó a su Maestro sobre el futuro de su compañero:
«Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21)
Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» (Jn 21,22)
Debido a aquella respuesta, no es sorprendente que entre los hermanos corriese el rumor de que Juan no iba a morir, un rumor que el mismo Juan se encargó de desmentir al indicar que el Señor nunca dijo: "No morirá". (Jn 21,23).
Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» (Jn 21,22)
Debido a aquella respuesta, no es sorprendente que entre los hermanos corriese el rumor de que Juan no iba a morir, un rumor que el mismo Juan se encargó de desmentir al indicar que el Señor nunca dijo: "No morirá". (Jn 21,23).
Después de la Ascensión de Jesucristo, volvemos a encontrarnos con Pedro y Juan que subían juntos al templo y, antes de entrar, curaron milagrosamente a un tullido. Los dos fueron hechos prisioneros, pero se les dejó en libertad con la orden de que se abstuviesen de predicar en nombre de Cristo, a lo que Pedro y Juan respondieron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.»
(Hechos 4:19-20)
(Hechos 4:19-20)
Después, los Apóstoles fueron enviados a confirmar a los fieles que el diácono Felipe había convertido en Samaria. Cuando San Pablo fue a Jerusalén tras de su conversión se dirigió a aquellos que "parecían ser los pilares" de la Iglesia, es decir a Santiago, Pedro y Juan, quienes confirmaron su misión entre los gentiles y fue por entonces cuando San Juan asistió al primer Concilio de Apóstoles en Jerusalén. Tal vez concluido éste, San Juan partió de Palestina para viajar al Asia Menor.
Efeso
San Ireneo, Padre de la Iglesia, quien fue discípulo de San Policarpo, quién a su vez fue discípulo de San Juan, es una segura fuente de información sobre el Apóstol. San Ireneo afirma que este se estableció en Efeso después del martirio de San Pedro y San Pablo, pero es imposible determinar la época precisa. De acuerdo con la Tradición, durante el reinado de Domiciano, San Juan fue llevado a Roma, donde quedó milagrosamente frustrado un intento para quitarle la vida. La misma tradición afirma que posteriormente fue desterrado a la isla de Patmos, donde recibió las revelaciones celestiales que escribió en su libro del Apocalipsis.
Maravillosas revelaciones celestiales
Después de la muerte de Domiciano, en el año 96, San Juan pudo regresar a Efeso, y es creencia general que fue entonces cuando escribió su Evangelio. El mismo nos revela el objetivo que tenía presente al escribirlo. "Todas estas cosas las escribo para que podáis creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis la vida en Su nombre". Su Evangelio tiene un carácter enteramente distinto al de los otros tres y es una obra teológica tan sublime que, como dice Teodoreto, "está más allá del entendimiento humano el llegar a profundizarlo y comprenderlo enteramente". La elevación de su espíritu y de su estilo y lenguaje, está debidamente representada por el águila que es el símbolo de San Juan el Evangelista. También escribió el Apóstol tres epístolas: a la primera se le llama Católica, ya que está dirigida a todos los otros cristianos, particularmente a los que él convirtió, a quienes insta a la pureza y santidad de vida y a la precaución contra las artimañas de los seductores. Las otras dos son breves y están dirigidas a determinadas personas: una probablemente a la Iglesia local, y la otra a un tal Gayo, un comedido instructor de cristianos. A lo largo de todos sus escritos, impera el mismo inimitable espíritu de caridad. No es éste el lugar para hacer referencias a las objeciones que se han hecho a la afirmación de que San Juan sea el autor del cuarto Evangelio.
Predicando la Verdad y el amor
Los más antiguos escritores hablan de la decidida oposición de San Juan a las herejías de los ebionitas y a los seguidores del gnóstico Cerinto. En cierta ocasión, según San Ireneo, cuando Juan iba a los baños públicos, se enteró de que Cerinto estaba en ellos y entonces se devolvió y comentó con algunos amigos que le acompañaban: "¡Vámonos hermanos y a toda prisa, no sea que los baños en donde está Cerinto, el enemigo de la verdad, caigan sobre su cabeza y nos aplasten!".
Dice San Ireneo que fue informado de este incidente por el propio San Policarpio el discípulo personal de San Juan. Por su parte, Clemente de Alejandría relata que en cierta ciudad cuyo nombre omite, San Juan vio a un apuesto joven en la congregación y, con el íntimo sentimiento de que mucho de bueno podría sacarse de él, lo llevó a presentar al obispo a quien él mismo había consagrado. "En presencia de Cristo y ante esta congregación, recomiendo este joven a tus cuidados". De acuerdo con las recomendaciones de San Juan, el joven se hospedó en la casa del obispo, quien le dio instrucciones, le mantuvo dentro de la disciplina y a la larga lo bautizó y lo confirmó. Pero desde entonces, las atenciones del obispo se enfriaron, el neófito frecuentó las malas compañías y acabó por convertirse en un asaltante de caminos. Transcurrió algún tiempo, y San Juan volvió a aquella ciudad y pidió al obispo: "Devuélveme ahora el cargo que Jesucristo y yo encomendamos a tus cuidados en presencia de tu iglesia". El obispo se sorprendió creyendo que se trataba de algún dinero que se le había confiado, pero San Juan explicó que se refería al joven que le había presentado y entonces el obispo exclamó: "¡Pobre joven! Ha muerto". "¿De qué murió, preguntó San Juan. "Ha muerto para Dios, puesto que es un ladrón" , fue la respuesta. Al oír estas palabras, el anciano Apóstol pidió un caballo y un guía para dirigirse hacia las montañas donde los asaltantes de caminos tenían su guarida. Tan pronto como se adentró por los tortuosos senderos de los montes, los ladrones le rodearon y le apresaron. "¡Para esto he venido!", gritó San Juan. "¡Llevadme con vosotros!" Al llegar a la guarida, el joven renegado reconoció al prisionero y trató de huir, lleno de vergüenza, pero Juan le gritó para detenerle: "¡Muchacho! ¿Por qué huyes de mí, tu padre, un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el arrepentimiento. Yo responderé por ti ante mi Señor Jesucristo y estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quien me envía". El joven escuchó estas palabras inmóvil en su sitio; luego bajó la cabeza y, de pronto, se echó a llorar y se acercó a San Juan para implorarle, según dice Clemente de Alejandría, una segunda oportunidad. Por su parte, el Apóstol no quiso abandonar la guarida de los ladrones hasta que el pecador quedó reconciliado con la Iglesia.
Aquella caridad que inflamaba su alma, deseaba infundirla en los otros de una manera constante y afectuosa. Dice San Jerónimoen sus escritos que, cuando San Juan era ya muy anciano y estaba tan debilitado que no podía predicar al pueblo, se hacía llevar en una silla a las asambleas de los fieles de Efeso y siempre les decía estas mismas palabras: "Hijitos míos, amaos entre vosotros . . ." Alguna vez le preguntaron por qué repetía siempre la frase, respondió San Juan: "Porque ése es el mandamiento del Señor y si lo cumplís ya habréis hecho bastante".
San Juan murió pacíficamente en Efeso hacia el tercer año del reinado de Trajano, es decir hacia el año cien de la era cristiana, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años, de acuerdo con San Epifanio.
Según los datos que nos proporcionan San Gregorio de Nissa, el Breviarium sirio de principios del siglo quinto y el Calendario de Cartago, la práctica de celebrar la fiesta de San Juan el Evangelista inmediatamente después de la de San Esteban, es antiquísima. En el texto original del Hieronymianum, (alrededor del año 600 P.C.), la conmemoración parece haber sido anotada de esta manera: "La Asunción de San Juan el Evangelista en Efeso y la ordenación al episcopado de Santo Santiago, el hermano de Nuestro Señor y el primer judío que fue ordenado obispo de Jerusalén por los Apóstoles y que obtuvo la corona del martirio en el tiempo de la Pascua". Era de esperarse que en una nota como la anterior, se mencionaran juntos a Juan y a Santiago, los hijos de Zebedeo; sin embargo, es evidente que el Santiago a quien se hace referencia, es el otro, el hijo de Alfeo.
La frase "Asunción de San Juan", resulta interesante puesto que se refiere claramente a la última parte de las apócrifas "Actas de San Juan". La errónea creencia de que San Juan, durante los últimos días de su vida en Efeso, desapareció sencillamente, como si hubiese ascendido al cielo en cuerpo y alma puesto que nunca se encontró su cadáver, una idea que surgió sin duda de la afirmación de que aquel discípulo de Cristo "no moriría", tuvo gran difusión aceptación a fines del siglo II. Por otra parte, de acuerdo con los griegos, el lugar de su sepultura en Efeso era bien conocida y aun famosa por los milagro que se obraban allí.
El "Acta Johannis", que ha llegado hasta nosotros en forma imperfecta y que ha sido condenada a causa de sus tendencias heréticas, por autoridades en la materia tan antiguas como Eusebio, Epifanio, Agustín y Toribio de Astorga, contribuyó grandemente a crear una leyenda. De estas fuentes o, en todo caso, del pseudo Abdías, procede la historia en base a la cual se representa con frecuencia a San Juan con un cáliz y una víbora. Se cuenta que Aristodemus, el sumo sacerdote de Diana en Efeso, lanzó un reto a San Juan para que bebiese de una copa que contenía un líquido envenenado. El Apóstol tomó el veneno sin sufrir daño alguno y, a raíz de aquel milagro, convirtió a muchos, incluso al sumo sacerdote. En ese incidente se funda también sin duda la costumbre popular que prevalece sobre todo en Alemania, de beber la Johannis-Minne, la copa amable o poculum charitatis, con la que se brinda en honor de San Juan. En la ritualia medieval hay numerosas fórmulas para ese brindis y para que, al beber la Johannis-Minne, se evitaran los peligros, se recuperara la salud y se llegara al cielo.
San Juan es sin duda un hombre de extraordinaria y al mismo tiempo de profundidad mística. Al amarlo tanto, Jesús nos enseña que esta combinación de virtudes debe ser el ideal del hombre, es decir el requisito para un hombre plenamente hombre. Esto choca contra el modelo de hombre machista que es objeto de falsa adulación en la cultura, un hombre preso de sus instintos bajos. Por eso el arte tiende a representar a San Juan como una persona suave, y, a diferencia de los demás Apóstoles, sin barba. Es necesario recuperar a San Juan como modelo: El hombre capaz de recostar su cabeza sobre el corazón de Jesús, y precisamente por eso ser valiente para estar al pie de la cruz como ningún otro. Por algo Jesús le llamaba "hijo del trueno". Quizás antes para mal, pero una vez transformado en Cristo, para mayor gloria de Dios.
Fuente Bibliográfica: Vidas de los Santos de Butler, Vol. IV.
Juan, hijo del ZebedeoBenedicto XVI, audiencia general, 5 de julio, 2006
Zenit.orgQueridos hermanos y hermanas:
Dedicamos el encuentro de hoy a recordar a otro miembro muy importante del colegio apostólico: Juan, hijo de Zebedeo, y hermano de Santiago. Su nombre, típicamente hebreo, significa «el Señor ha dado su gracia». Estaba arreglando las redes a orillas del lago de Tiberíades, cuando Jesús le llamó junto a su hermano (Cf. Mateo 4, 21; Marcos 1,19). Juan forma siempre parte del grupo restringido que Jesús lleva consigo en determinadas ocasiones. Está junto a Pedro y Santiago cuando Jesús, en Cafarnaúm, entra en casa de Pedro para curar a su suegra (Cf. Marcos 1, 29); con los otros dos sigue al Maestro en la casa del jefe de la sinagoga, Jairo, cuya hija volverá a ser llamada a la vida (Cf. Marcos 5, 37); le sigue cuando sube a la montaña para ser transfigurado (Cf. Marcos 9, 2); está a su lado en el Monte de los Olivos cuando ante el imponente Templo de Jerusalén pronuncia el discurso sobre el fin de la ciudad y del mundo (Cf. Marcos 13, 3); y, por último, está cerca de él cuando en el Huerto de Getsemaní se retira para orar con el Padre, antes de la Pasión (Cf. Marcos 14, 33). Poco antes de Pascua, cuando Jesús escoge a dos discípulos para preparar la sala para la Cena, les confía a él y a Pedro esta tarea (Cf. Lucas 22,8).
Esta posición de relieve en el grupo de los doce hace en cierto sentido comprensible la iniciativa que un día tomó su madre: se acercó a Jesús para pedirle que sus dos hijos, Juan y Santiago, pudieran sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en el Reino (Cf. Mateo 20, 20-21). Como sabemos, Jesús respondió planteando a su vez un interrogante: preguntó si estaban dispuestos a beber el cáliz que él mismo estaba a punto de beber (Cf. Mateo 20, 22). Con estas palabras quería abrirles los ojos a los dos discípulos, introducirles en el conocimiento del misterio de su persona y esbozarles la futura llamada a ser sus testigos hasta la prueba suprema de la sangre. Poco después, de hecho, Jesús aclaró que no había venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate de la multitud (Cf. Mateo 20, 28). En los días sucesivos a la resurrección, encontramos a los «hijos del Zebedeo» pescando junto a Pedro y a otros más en una noche sin resultados. Tras la intervención del Resucitado, vino la pesca milagrosa: «el discípulo a quien Jesús amaba» será el primero en reconocer al «Señor» y a indicárselo a Pedro (Cf. Juan 21, 1-13).
Dentro de la Iglesia de Jerusalén, Juan ocupó un puesto importante en la dirección del primer grupo de cristianos. Pablo, de hecho, le coloca entre quienes llama las «columnas» de esa comunidad (Cf. Gálatas 2, 9). Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, le presenta junto a Pedro mientras van a rezar al Templo (Hechos 3, 1-4.11) o cuando se presentan ante el Sanedrín para testimoniar su fe en Jesucristo (Cf. Hechos 4, 13.19). Junto con Pedro recibe la invitación de la Iglesia de Jerusalén a confirmar a los que acogieron el Evangelio en Samaria, rezando sobre ellos para que recibieran el Espíritu Santo (Cf. Hechos 8, 14-15). En particular, hay que recordar lo que dice, junto a Pedro, ante el Sanedrín, durante el proceso: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20). Esta franqueza para confesar su propia fe queda como un ejemplo y una advertencia para todos nosotros para que estemos dispuestos a declarar con decisión nuestra inquebrantable adhesión a Cristo, anteponiendo la fe a todo cálculo humano o interés.
Según la tradición, Juan es «el discípulo predilecto», que en el cuarto Evangelio coloca la cabeza sobre el pecho del Maestro durante la Última Cena (Cf. Juan 13, 21), se encuentra a los pies de la Cruz junto a la Madre de Jesús (Cf. Juan 19, 25) y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la misma presencia del Resucitado (Cf. Juan 20, 2; 21, 7). Sabemos que esta identificación hoy es discutida por los expertos, pues algunos de ellos ven en él al prototipo del discípulo de Jesús. Dejando que los exegetas aclaren la cuestión, nosotros nos contentamos con sacar una lección importante para nuestra vida: el Señor desea hacer de cada uno de nosotros un discípulo que vive una amistad personal con Él. Para realizar esto no es suficiente seguirle y escucharle exteriormente; es necesario también vivir con Él y como Él. Esto sólo es posible en el contexto de una relación de gran familiaridad, penetrada por el calor de una confianza total. Es lo que sucede entre amigos: por este motivo, Jesús dijo un día: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos… No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer». (Juan 15, 13. 15).
En los apócrifos «Hechos de Juan» el apóstol, no se le presenta como fundador de Iglesias, ni siquiera como guía de una comunidad constituida, sino como un itinerante continuo, un comunicador de la fe en el encuentro con «almas capaces de esperar y de ser salvadas» (18, 10; 23, 8). Le empuja el deseo paradójico de hacer ver lo invisible. De hecho, la Iglesia oriental le llama simplemente «el Teólogo», es decir, el que es capaz de hablar en términos accesibles de las cosas divinas, revelando un arcano acceso a Dios a través de la adhesión a Jesús.
El culto de Juan apóstol se afirmó a partir de la ciudad de Éfeso, donde según una antigua tradición, habría vivido durante un largo tiempo, muriendo en una edad extraordinariamente avanzada, bajo el emperador Trajano. En Éfeso, el emperador Justiniano, en el siglo VI, construyó en su honor una gran basílica, de la que todavía quedan imponentes ruinas. Precisamente en Oriente gozó y goza de gran veneración. En los iconos bizantinos se le representa como muy anciano, según la tradición murió bajo el emperador Trajano-- y en intensa contemplación, con la actitud de quien invita al silencio.
De hecho, sin un adecuado recogimiento no es posible acercarse al misterio supremo de Dios y a su revelación. Esto explica por qué, hace años, el patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, a quien el Papa Pablo VI abrazó en un memorable encuentro, afirmó: «Juan se encuentra en el origen de nuestra más elevada espiritualidad. Como él, los "silenciosos" conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan y su corazón se enciende» (O. Clément, «Dialoghi con Atenagora», Torino 1972, p. 159). Que el Señor nos ayude a ponernos en la escuela de Juan para aprender la gran lección del amor de manera que nos sintamos amados por Cristo «hasta el final» (Juan 13, 1) y gastemos nuestra vida por Él.
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Dedicamos el encuentro de hoy a recordar a otro miembro muy importante del colegio apostólico: Juan, hijo de Zebedeo, y hermano de Santiago. Su nombre, típicamente hebreo, significa «el Señor ha dado su gracia». Estaba arreglando las redes a orillas del lago de Tiberíades, cuando Jesús le llamó junto a su hermano (Cf. Mateo 4, 21; Marcos 1,19). Juan forma siempre parte del grupo restringido que Jesús lleva consigo en determinadas ocasiones. Está junto a Pedro y Santiago cuando Jesús, en Cafarnaúm, entra en casa de Pedro para curar a su suegra (Cf. Marcos 1, 29); con los otros dos sigue al Maestro en la casa del jefe de la sinagoga, Jairo, cuya hija volverá a ser llamada a la vida (Cf. Marcos 5, 37); le sigue cuando sube a la montaña para ser transfigurado (Cf. Marcos 9, 2); está a su lado en el Monte de los Olivos cuando ante el imponente Templo de Jerusalén pronuncia el discurso sobre el fin de la ciudad y del mundo (Cf. Marcos 13, 3); y, por último, está cerca de él cuando en el Huerto de Getsemaní se retira para orar con el Padre, antes de la Pasión (Cf. Marcos 14, 33). Poco antes de Pascua, cuando Jesús escoge a dos discípulos para preparar la sala para la Cena, les confía a él y a Pedro esta tarea (Cf. Lucas 22,8).
Esta posición de relieve en el grupo de los doce hace en cierto sentido comprensible la iniciativa que un día tomó su madre: se acercó a Jesús para pedirle que sus dos hijos, Juan y Santiago, pudieran sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en el Reino (Cf. Mateo 20, 20-21). Como sabemos, Jesús respondió planteando a su vez un interrogante: preguntó si estaban dispuestos a beber el cáliz que él mismo estaba a punto de beber (Cf. Mateo 20, 22). Con estas palabras quería abrirles los ojos a los dos discípulos, introducirles en el conocimiento del misterio de su persona y esbozarles la futura llamada a ser sus testigos hasta la prueba suprema de la sangre. Poco después, de hecho, Jesús aclaró que no había venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate de la multitud (Cf. Mateo 20, 28). En los días sucesivos a la resurrección, encontramos a los «hijos del Zebedeo» pescando junto a Pedro y a otros más en una noche sin resultados. Tras la intervención del Resucitado, vino la pesca milagrosa: «el discípulo a quien Jesús amaba» será el primero en reconocer al «Señor» y a indicárselo a Pedro (Cf. Juan 21, 1-13).
Dentro de la Iglesia de Jerusalén, Juan ocupó un puesto importante en la dirección del primer grupo de cristianos. Pablo, de hecho, le coloca entre quienes llama las «columnas» de esa comunidad (Cf. Gálatas 2, 9). Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, le presenta junto a Pedro mientras van a rezar al Templo (Hechos 3, 1-4.11) o cuando se presentan ante el Sanedrín para testimoniar su fe en Jesucristo (Cf. Hechos 4, 13.19). Junto con Pedro recibe la invitación de la Iglesia de Jerusalén a confirmar a los que acogieron el Evangelio en Samaria, rezando sobre ellos para que recibieran el Espíritu Santo (Cf. Hechos 8, 14-15). En particular, hay que recordar lo que dice, junto a Pedro, ante el Sanedrín, durante el proceso: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20). Esta franqueza para confesar su propia fe queda como un ejemplo y una advertencia para todos nosotros para que estemos dispuestos a declarar con decisión nuestra inquebrantable adhesión a Cristo, anteponiendo la fe a todo cálculo humano o interés.
Según la tradición, Juan es «el discípulo predilecto», que en el cuarto Evangelio coloca la cabeza sobre el pecho del Maestro durante la Última Cena (Cf. Juan 13, 21), se encuentra a los pies de la Cruz junto a la Madre de Jesús (Cf. Juan 19, 25) y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la misma presencia del Resucitado (Cf. Juan 20, 2; 21, 7). Sabemos que esta identificación hoy es discutida por los expertos, pues algunos de ellos ven en él al prototipo del discípulo de Jesús. Dejando que los exegetas aclaren la cuestión, nosotros nos contentamos con sacar una lección importante para nuestra vida: el Señor desea hacer de cada uno de nosotros un discípulo que vive una amistad personal con Él. Para realizar esto no es suficiente seguirle y escucharle exteriormente; es necesario también vivir con Él y como Él. Esto sólo es posible en el contexto de una relación de gran familiaridad, penetrada por el calor de una confianza total. Es lo que sucede entre amigos: por este motivo, Jesús dijo un día: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos… No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer». (Juan 15, 13. 15).
En los apócrifos «Hechos de Juan» el apóstol, no se le presenta como fundador de Iglesias, ni siquiera como guía de una comunidad constituida, sino como un itinerante continuo, un comunicador de la fe en el encuentro con «almas capaces de esperar y de ser salvadas» (18, 10; 23, 8). Le empuja el deseo paradójico de hacer ver lo invisible. De hecho, la Iglesia oriental le llama simplemente «el Teólogo», es decir, el que es capaz de hablar en términos accesibles de las cosas divinas, revelando un arcano acceso a Dios a través de la adhesión a Jesús.
El culto de Juan apóstol se afirmó a partir de la ciudad de Éfeso, donde según una antigua tradición, habría vivido durante un largo tiempo, muriendo en una edad extraordinariamente avanzada, bajo el emperador Trajano. En Éfeso, el emperador Justiniano, en el siglo VI, construyó en su honor una gran basílica, de la que todavía quedan imponentes ruinas. Precisamente en Oriente gozó y goza de gran veneración. En los iconos bizantinos se le representa como muy anciano, según la tradición murió bajo el emperador Trajano-- y en intensa contemplación, con la actitud de quien invita al silencio.
De hecho, sin un adecuado recogimiento no es posible acercarse al misterio supremo de Dios y a su revelación. Esto explica por qué, hace años, el patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, a quien el Papa Pablo VI abrazó en un memorable encuentro, afirmó: «Juan se encuentra en el origen de nuestra más elevada espiritualidad. Como él, los "silenciosos" conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan y su corazón se enciende» (O. Clément, «Dialoghi con Atenagora», Torino 1972, p. 159). Que el Señor nos ayude a ponernos en la escuela de Juan para aprender la gran lección del amor de manera que nos sintamos amados por Cristo «hasta el final» (Juan 13, 1) y gastemos nuestra vida por Él.
EL EVANGELIO DE SAN JUAN EN LOS ESCRITOS DE TERESA DE LISIEUX
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El carisma del Carmelo es una larga e ininterrumpida historia de lectura y vivencia de la Biblia en la que destacan grandes personalidades carismáticas. Una de ellas es Teresa de Lisieux, quien forma parte de ese grupo de hombres y mujeres que en la vida religiosa y al contacto con la Sagrada Escritura, han sido auténticos intérpretes de la voluntad de Dios [1].
Teresa vivió en una época en que era difícil el acceso a la Biblia, los medios para conocerla muy limitados y las traducciones muy imperfectas. Sin embargo llega a amar profundamente la Palabra de Dios y a vivir en todo en conformidad con ella [2]. A través de la lectura y la meditación frecuente de la Escritura descubre la voluntad de Dios en la vida y la Palabra de Dios se va convirtiendo en la primera fuente de su experiencia espiritual. Teresa no es una exegeta, en el sentido con el que este término se utiliza hoy en el ámbito de los estudios bíblicos. Pero sí una oyente privilegiada de la Palabra, gracias a la actitud espiritual con la que se ha acercado a ella. En Teresa se cumple la palabra de Jesús: las cosas ocultas a los sabios y prudentes han sido reveladas a los sencillos (Mt 11,25; Lc 10,21) y el Reino de Dios pertenece a aquéllos que se asemejan a los niños (Mc 10,4).
Entre los libros bíblicos manifiesta una predilección particular por los evangelios [3]. Los hace encuadernar separadamente, los lleva siempre consigo, los lee y medita en la oración. Día a día, a través del trato frecuente y familiar con ellos, va descubriendo la presencia y el mensaje de Jesús como la única luz necesaria para su vida. Es en el evangelio donde conoce el auténtico rostro de Dios y percibe personalmente los valores fundamentales de la vida cristiana.
En esta exposición nos proponemos un acercamiento a la lectura que Teresita ha hecho del cuarto evangelio [4]. Primero haremos referencia a la forma en que ella se sitúa, como lectora y creyente, frente al escrito joánico. Después diremos una palabra sobre la influencia de este evangelio en su espiritualidad, para terminar con algunas conclusiones prácticas que iluminen nuestra propia lectura del evangelio.
Dividiremos nuestra exposición en cuatro partes [5]:
Teresa se acerca al evangelio, a partir de las múltiples situaciones de la vida, con la certeza de encontrar siempre en él la luz necesaria: "Lo que me sustenta durante la oración, por encima de todo es el Evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. En él descubro de continuo nuevas luces y sentidos ocultos y misteriosos" [6]. Experimenta que el evangelio es necesario y le basta. Sin embargo, a medida que su vida espiritual va madurando y van apareciendo en el horizonte nuevas situaciones y exigencias, va descubriendo en el único evangelio, "nuevas luces y sentidos ocultos", al ritmo de la vida. El evangelio de Juan le revela estos significados escondidos de dos formas. En algunos casos ayudándole a comprender lo que vive; en otros, ofreciéndole palabras o expresiones para poder expresar su experiencia o la de otros.
1.1 El evangelio de Juan le ayuda a entender la vida
Para Teresita la vida es lo primero. No se acerca al evangelio partiendo del texto, sino de lo que ella está viviendo concretamente en ese momento. Una determinada situación le evoca espontáneamente una escena evangélica o una expresión de Jesús. De esta forma Teresa capta el sentido de los acontecimientos y los interpreta a la luz de la Palabra de Dios. Veamos algunos ejemplos.
El evangelio le ayuda a comprender algunas alteraciones biológicas de su cuerpo, más allá de lo puramente fisiológico o psicológico. Su extraña enfermedad, antes de entrar al Carmelo, por ejemplo, se le revela misteriosa como la de Lázaro y formando parte del amplio designio del plan de Dios: "esta enfermedad no era de muerte, sino, como la de Lázaro, para que Dios fuera glorificado" [7]. Pocos meses antes de su muerte es sorprendida por un llanto inesperado durante el acto de contrición antes de comulgar. Las palabras que Jesús dirige a Nicodemo sobre la libertad del Espíritu, que escapa al control humano, le ayudan a interpretar el hecho en su verdadera profundidad. No se trata de una simple reacción psicológica sino de una manifestación misteriosa del Espíritu:
"Creo que las lágrimas que derramé esta mañana eran lágrimas de contrición perfecta. ÁY qué difícil es producir una misma esa clase de sentimientos! Es el Espíritu Santo quien los da, él, que sopla donde quiere" [8].
Durante sus momentos de desolación espiritual de nuevo es el evangelio el que la orienta y sostiene. Poco después de su viaje a Roma vive un momento de densa oscuridad espiritual. Dos escenas del evangelio de Juan le revelan la lógica misteriosa de la acción de Dios y el aspecto transitorio, pero necesario, de las pruebas de la fe:
"Fue una prueba muy dura para mi fe. Pero Aquel cuyo corazón vela mientras él duerme me hizo comprender que... con sus íntimos, con su Madre, él no hace milagros hasta haber probado su fe. ÀNo dejó morir a Lázaro, a pesar de que Marta y María le habían hecho saber que estaba enfermo...? Y en las bodas deCaná, cuando la Virgen le pidió que ayudara a los anfitriones, Àno le contestó que todavía no había llegado su hora...? Pero después de la prueba, Áquérecompensa! ÁEl agua se convierte en vino..! ÁLázaro resucita!" [9].
En el momento de asumir un particular encargo al servicio de la comunidad, de nuevo el evangelio le permite captar un sentido más profundo. Cuando es nombrada ayudante de la maestra de novicias, por ejemplo, recordará en más de una ocasión las palabras del Buen Pastor y la misión encomendada a Pedro en el evangelio de Juan. De esta manera interpreta la nueva responsabilidad como misión recibida directamente de Jesús y la vive reproduciendo las mismas actitudes pastorales del Señor:
"Como dijo un día Jesús a San Pedro, también usted le dijo a su hija: 'Apacienta mis corderos' (Jn 21,15). Y yo me quedé atónita, y le dije que era demasiado pequeña..." [10].
"Sé muy bien que a tus corderitos les parezco severa... Los corderitos pueden decir lo que quieran. En el fondo, saben que les amo con verdadero amor y que no nunca imitaré al mercenario, que, al ver venir al lobo, abandona el rebaño y huye (Jn 10,12). Yo estoy dispuesta a dar mi vida por ellos (Jn 10,11)" [11].
El evangelio sobre todo le revela el amor y la misericordia de Dios [12]. Pocos meses antes de su muerte, consciente que en el convento hay hermanas que la juzgan con severidad, mientras otras la ven con benevolencia, desea saber lo que realmente Jesús piensa de ella y le vienen a la mente espontáneamente unas palabras del evangelio de Juan:
"Al volver a mi celda, me preguntaba qué pensaría Jesús de mí, y al instante me acordé de aquellas palabras que un día dirigió a la mujer adúltera: 'ÀNinguno te ha condenado?' Y yo, con lágrimas en los ojos, le contesté: 'Ninguno, Señor...'" [13].
Teresa acude al evangelio y comprende lo que vive desde una nueva dimensión [14]. Un método totalmente espontáneo, fundamentado en el dinamismo de la fe, de la esperanza y del amor, acercándose siempre el texto sagrado a partir de cuestiones vitales [15].
1.2 El Evangelio le ofrece palabras para expresar la vida
El evangelio también ofrece a Teresa un lenguaje apropiado para poder expresar lo que con otras palabras quizás quedaría empobrecido y limitado. Se sirve de algunas palabras o frases del evangelio, las interpreta con gran libertad y las utiliza al servicio de su propia experiencia [16]. Las expresiones joánicasmás importantes que utiliza Teresa son: la imagen del grano de trigo que cayendo en tierra da mucho fruto (Jn 12,24-25), la afirmación de Jesús sobre las muchas moradas que existen en la casa de su Padre (Jn 14,2) y la alegoría de la vid y los sarmientos (Jn 15).
1.2.1 El grano de trigo que cae en tierra y muere (Jn 12,24-25)
En el evangelio de Juan esta imagen representa la fecundidad de la muerte de Jesús. En su muerte, como en la del grano de trigo, está el germen de la vida. Jesús en la cruz será glorificado y atraerá a todos hacia él (cf. Jn 12,23-33). Teresa utiliza la imagen cuatro veces en sus escritos. Madre Inés recuerda que, poco antes de la muerte de Teresita, cuando le decía que después de su partida todas serían muy buenas y que la comunidad se renovaría, ella le contestó con esta expresión del evangelio [17]. Teresa estaba convencida que todo fruto auténtico de vida evangélica brota del sufrimiento, como la gloria de Jesús a partir de la cruz.
Esta imagen evangélica también le ayuda a comprender la fecundidad del dolor cuando se asume como precio de la fidelidad a Dios y a la propia misión. Teresa sabe con certeza que ningún sufrimiento por el evangelio es inútil. En efecto, escribe a M. Inés:
"Veo que el sufrimiento es capaz de engendrar almas, y estas sublimes palabras de Jesús se revelan como nunca en toda su profundidad: 'Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto' [...] Has sembrado entre lágrimas, pero pronto verás el fruto de tus trabajos" [18].
Y en una poesía afirma a propósito de su propia vida: "ÁOh qué suerte para mí!Fui contada entre los granos de maduro y puro trigo destinados a perder por Jesús su ser y vida!" [19]. Teresa encuentra en esta imagen joánica una expresión de su propia existencia. Ella es grano de trigo maduro, junto a otros muchos, destinados a ofrecerse cotidianamente por Jesús. El acento no está puesto en el sufrimiento, sino en el vivir por la causa de Jesús. Así ve Teresa la cruz de la abnegación evangélica. Sin fatalismo ni amargura, sino como expresión y camino de vida verdadera [20].
1.2.2 En la casa de mi Padre hay muchas moradas (Jn 14,2)
Esta expresión de sabor sapiencial y apocalíptico, era corriente en el ambiente judío popular del siglo I y designaba el cielo como casa paterna en la que hay habitaciones para todos los pueblos. Juan la utiliza en sentido metafórico, para hablar de la última morada del creyente, en unión con Jesús junto al Padre. Teresa la interpreta con una gran libertad. Las muchas moradas de la casa del Padre le evocan, las diversas expresiones en que se plasma la existencia cristiana.
Utiliza la expresión tres veces en sus escritos siempre con el mismo sentido. Cuando se refiere, por ejemplo, a esos libros doctos y complicados que "le quiebran la cabeza y le secan el corazón", y que "son hechos para grandes almas y espíritus elevados", afirma: "Me alegro enormemente de que en el reino de Dios haya muchas moradas, porque si no hubiese más que ésa cuya descripción y cuyo camino me parecen incomprensibles, yo no podría entrar en él" [21].
Comparando su vida con la de algunos santos escribe en otra carta:
"Sé que ha habido santos que pasaron su vida practicando asombrosas mortificaciones para expiar sus pecados. Pero, Àqué quiere?, 'en la casa del Padre celestial hay muchas estancias'. Lo dijo Jesús, y por eso sigo el camino que él me traza. Procuro no preocuparme ya de mí misma en nada y dejar en sus manos lo que él quiera obrar en mi alma, pues no he elegido una vida de austeridad para expiar mis faltas sino la de los demás" [22].
Esta original interpretación le permite en más de una ocasión, afirmar la singularidad de su propia experiencia cristiana, fundamentada en la sencillez y el abandono en Dios. Todavía pocos meses antes de su muerte hizo este comentario a propósito de un sacerdote muy mortificado que sufría unas picazones insoportables y se privaba incluso de aliviarlas:
"ÁQué bien ha hecho el Señor en decirnos: 'En la casa de mi Padre hay muchas estancias'! Yo prefiero mortificarme de otra manera, y no en cosas tan molestas; no hubiera sido capaz de aguantarme de ese modo" [23].
1.2.3 La vid y los sarmientos (Jn 15)
Esta alegoría joánica, de rico trasfondo veterotestamentario [24], representa a Jesús "vid verdadera" y a los suyos,"los sarmientos", como el nuevo y verdadero pueblo de Dios que nace y vive de la Palabra y del Espíritu recibidos de Jesús. Esta nueva comunidad, "vid-sarmientos", tiene una misión, debe dar un fruto, que es consecuencia y expresión de la comunión con Jesús.
Teresa en dos poesías utiliza esta alegoría para hablar de ella misma. Ella es el sarmiento que unido a Jesús podrá ofrecerle muchas almas. Su interpretación enriquece la imagen joánica, desde la perspectiva de su propia experiencia de la pequeñez espiritual. El sarmiento es débil, pero unido a Jesús, es capaz de producir un fruto jugoso y abundante:
"Uneme a ti, Dios mío, Viña santa y sagrada, y mi débil sarmiento dará su fruto bueno, y yo podré ofrecerte un racimo dorado... Es de amor el racimo, sus granos son las almas... ÁOh, dame, Jesús mío, el fuego de un apóstol nada más que por hoy!" [25].
En otra poesía, con una interpretación más libre de la imagen joánica, ella misma con su sufrimiento es el racimo que se ofrece a Jesús: "ÁOh Jesús, viña sagrada!, lo sabes, mi Rey divino: soy un racimo dorado que han de arrancar para ti. Exprimida en el lagar del oscuro sufrimiento yo te probaré mi amor" [26].
Para Teresa el evangelio no es sólo historia pasada. Es también evento que se actualiza en su vida y en la de los demás. Contemplando a Jesús en el evangelio descubre que las situaciones que él vivió, sus palabras y sus sentimientos, se repiten misteriosamente en su propia historia. Detrás de esta intuición está su firme convicción que Jesús está presente en su vida y que todo lo suyo, lo que dijo y lo que hizo, no es solamente un recuerdo sino una realidad permanente que adquiere vida en la existencia de cada creyente [27]. Su lectura del evangelio alcanza un punto culminante cuando, a través de su respuesta de fe, la historia de Jesús se hace presente en la suya, y las dos terminan por fundirse e identificarse [28].
2.1 Situaciones evangélicas
La escena de las Bodas de Caná [29], se repite misteriosamente en la convivencia de los esposos de hoy, cuando experimentan la presencia generosa y consoladora de Jesús. En una carta a la señora de Pottier comenta:
"Me encomiendas que rece por tu querido esposo... Pido a Nuestro Señor que se muestre tan generoso con vosotros como se mostró en otro tiempo con los esposos de las bodas de Caná. Que él convierta siempre el agua en vino..., es decir, que continúe haciéndote feliz y que suavice, en la medida de lo posible, las adversidades que encontraréis en la vida" [30].
También la experiencia de amistad vivida por Jesús con la familia de Lázaro enBetania se repite en cada familia cristiana que vive unida a Jesús. Escribiendo a su tía Celina de Guérin, le confiesa: "me siento feliz de ver qué bien sirven a Dios los que amo, y me pregunto por qué razón me concedió la gracia de pertenecer a una familia tan maravillosa" y comenta: "me parece que Jesús se va a gusto a descansar en vuestra casa, como lo hacía en otro tiempo enBetania" [31].
Para Teresa también la escena evangélica de la unción de Betania es una realidad de hoy. Se actualiza en el misterio de la vocación contemplativa en la vida de la Iglesia. La misma sobreabundancia de amor mostrado por María deBetania hacia su amigo Jesús, es el que hoy mueve a algunos creyentes a consagrarse a él con un amor totalizante. Igual que María, que fue incomprendida, lo es hoy también la vida contemplativa. Aquel perfume derramado en Betania sigue siendo hoy necesario para la Iglesia y el mundo [32]. Escuchemos el comentario de Teresita:
"Jesús nos defendió en la persona de la Magdalena. El estaba a la mesa, Marta servía, Lázaro comía con él y con los discípulos. ÀY María? María no pensaba en tomar alimento, sino en agradar al que amaba; por eso, tomó un vaso lleno de un perfume muy costoso y, rompiendo el vaso, lo derramó sobre la cabeza de Jesús, y toda la casa se llenó del perfume del ungüento, pero los Apóstoles murmuraban contra la Magdalena... Lo mismo ocurre con nosotras: los cristianos más fervorosos, los sacerdotes piensan que exageramos, que deberíamos servir con Marta en vez de consagrar a Jesús los vasos de nuestras vidas con los perfumes que en ellos se encierran... Y sin embargo, Àqué importa que se rompan nuestros vasos, si Jesús recibe consuelo y el mundo, aun a pesar suyo, se ve obligado a sentir el perfume que de ellos se desprende y que sirve para purificar el aire envenenado que respira sin cesar?" [33].
Otro icono joánico que Teresa ve realizado en su vida es aquel del discípulo amado que se recuesta al pecho de Jesús en la última cena. Teresita nos confiesa sus propios sentimientos delante de esta escena que la cautiva profundamente. Descubre la cercanía y el amor entre Jesús y el discípulo. Pero está convencida que esa comunión de amor se repite en su vida. Es más, como esposa de Jesús, vive una experiencia no solo similar sino más profunda:
"Acuérdate de que, en un trance santo de divina embriaguez, tu apóstol virgen descansó su cabeza sobre tu corazón. ÁSeñor, en tu descanso conoció tu ternura, comprendió tus secretos! No me siento celosa del discípulo amado, también yo tus secretos conozco, soy tu esposa. Duermo sobre tu pecho, divino Salvador, Áél es mío!" [34].
Otra escena evangélica, a la que dedicará un comentario poético [35], es la visita de María Magdalena al sepulcro de Jesús la mañana de Pascua. María es, para Teresita, un claro ejemplo de quien busca insistentemente y con perseverancia. Por eso se identifica con ella en los momentos en que intenta conseguir algo apasionadamente [36]. La búsqueda amorosa de María se repite en la vida de Teresa cuando ésta busca con ansias una respuesta de Dios a través de la Escritura:
"Abrí las cartas de san Pablo con el fin de buscar una respuesta [...] Al igual que Magdalena, inclinándose sin cesar sobre la tumba vacía, acabó por encontrar lo que buscaba, así también yo, abajándome hasta las profundidades de mi nada, subí tan alto que logré alcanzar mi intento. Seguí leyendo, sin desanimarme" [37].
2.2 Palabras del evangelio
Santa Teresita nos refiere que su oración muchas veces era solamente repetir las palabras de Pedro en el evangelio de Juan: "Cuando estoy junto al sagrario, yo no sé decirle a Nuestro Señor más que una cosa: 'Dios mío, tú sabes que te quiero' (Jn 21,15). Y siento que mi oración no le cansa a Jesús. Como conoce la impotencia de su pobre esposa, se conforma con su buena voluntad" [38].
Pero Teresa va más allá todavía. Se apropia de las palabras mismas de Jesús, citándolas en primera persona, como cosa suya. Cita largamente el capítulo 17 del evangelio de Juan, como pronunciado por ella misma, con una libertad y una audacia sorprendentes [39], adaptándolo a su propia situación: salta versículos, los reordena, cambia palabras, etc [40]. Después que lo ha escrito comenta: "Estoy asombrada de lo que acabo de escribir, pues no tenía intención de hacerlo. Ya que está escrito, habrá que dejarlo" [41]. Ha escrito impulsada espontáneamente por el amor que le une a Jesús [42]. Su audacia es la del niño que siente como suyo lo que pertenece a su padre, y por eso repite como propias sus palabras [43]. La explicación nos la ofrece la misma santa:
"ÀEs tal vez una temeridad? No, no. Hace ya mucho tiempo que tú me has permitido ser audaz contigo. Como el padre del hijo pródigo cuando hablaba con su hijo mayor, tú me dijiste: 'Todo lo mío es tuyo'. Por tanto, tus palabras son mías, y yo puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del Padre celestial" [44].
En otra ocasión, escribiendo al abate Bellière, pocos meses antes de su muerte, de nuevo se apropia de las palabras de Jesús, citando en primera persona Jn 16,5-7, y comenta: "Lo único que puedo es hacer mías las palabras de Jesús en la última cena. No creo que se ofenda, pues soy su esposa y, por consiguiente, sus bienes son míos" [45]. El amor que le une a Jesús le permite compartir lo suyo, incluída su misma palabra.
2.3 Los sentimientos de Jesús
Teresa también arde con los mismos sentimientos de amor con los cuales ardió Jesús [46]. Esto es manifiesto en sus comentarios a propósito de la sed de Jesús en la cruz (Jn 19,28) y del ruego de Jesús a la samaritana en Jn 4,7: "dame de beber". En relación al primer caso, Teresa escribe:
"Resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz: 'Tengo sed'. Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo... Querría dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas" [47].
En relación al segundo texto de Juan comenta:
"Mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día. Me parecía oír a Jesús decirme como a la Samaritana: 'ÁDame de beber!'. Era un verdadero intercambio de amor: yo daba a las almas la sangre de Jesús, y a Jesús le ofrecía esas mismas almas refrescadas por su rocío divino. Así me parecía que aplacaba su sed" [48].
La persona de Jesús, revelador del Padre, constituye el núcleo central del evangelio de Juan. Su objetivo es uno solo: colocar al hombre delante del misterio de Jesús, invitándolo a creer en él, ya que la experiencia cristiana nace de este encuentro y se sostiene siempre en la comunión vital y personal con él. Jesús es el revelador, la palabra última y decisiva de Dios para la humanidad. Una palabra que es Jesús mismo, en quien se ha manifestado un Dios lleno de amor por la humanidad (cf. Jn 3,16), que no juzga al mundo sino que le dona su misma vida.
Nos proponemos mostrar ahora la forma en que Teresita ha captado los grandes temas doctrinales del evangelio de Juan y cómo éstos han influido en su espiritualidad.
3.1 El Verbo-Palabra
El cuarto evangelio es la historia de lo que Dios ha realizado en Jesús y a través de Jesús. Esta historia es precedida de un prólogo poético (Jn 1,18) que nos ayuda a captar su sentido: Jesús de Nazaret es el Verbo-Palabra eterna hecha carne, en quien se revela la gloria de Dios, es decir, su amor por los hombres. Santa Teresita manifiesta una particular predilección por este misterio. Jesús es, para ella, el "Verbo eterno" [49], "el Verbo de Dios" [50]; "el Verbo de Vida" [51]; "el Verbo increado" [52]; "el Verbo Esposo" [53].
Para ella este misterio del Verbo eterno se manifiesta siempre en la historia concreta de Jesús y en su propia experiencia de creyente. No duda en afirmar, por ejemplo, que el Verbo, es "Hijo del Padre e Hijo de María" y que "con amor inmenso se inmola en el altar" [54]. El Verbo es el niño que nace en Belén: "Veo al Eterno envuelto en pañales, y oigo el tierno vagido ("faible cri") del Verbo entre las pajas" [55]. El Verbo es Jesús que muere en la cruz: "ÁAcuérdate, Jesús, Verbo de vida, de que tanto me amaste, que moriste por mí!" [56]. El Verbo es sobre todo el objeto exclusivo de su amor: "ÁOh, Jesús, mi único amor, Verbo eterno!" [57]; "ÁYo te amaré, con el mismo amor con el que tu me amas, Jesús, Verbo Eterno!" [58].
Para la santa el amor al Verbo Eterno se realiza en la comunión de amor con Jesús: "ÁVivir de amor quiere decir guardarte a ti, Verbo increado, Palabra de mi Dios! Lo sabes, Jesús mío, yo te amo" [59]. Una idea exquisitamente joánica. Vale la pena recordar el conocido comentario de Teresa al misterio de la Palabra, en uno de sus textos de mayor sabor joánico:
"Me parece que la palabra de Jesús es él mismo..., él, Jesús, el Verbo, ÁlaPalabra de Dios...! Nos lo dice más adelante en el mismo evangelio de san Juan cuando ora al Padre por sus discípulos. Se expresa así: 'Santifícalos con tu palabra, tu palabra es la verdad'. Y en otra parte Jesús nos enseña que él es el camino, la verdad y la vida. Sabemos, pues, cuál es la Palabra que tenemos que guardar [...] Nosotras poseemos la Verdad, guardamos a Jesús en nuestros corazones [60]".
Teresita ha descubierto lo decisivo de este misterio en la vida cristiana y comenta en esa misma carta: "Guardar la Palabra de Jesús. Esa es la única condición para nuestra felicidad, la prueba de nuestro amor a él".
3.2 La fe
En Juan, al misterio del Verbo hecho carne sigue la respuesta de fe de la comunidad que ha visto y tocado "la gloria", es decir, la manifestación del amor salvífico de Dios. Una fe que no se funda en la experiencia visible sino que echa raíces en una confianza inconmovible en Dios. A Teresita le han impresionado las palabras que Jesús dirige a Tomás, al final del evangelio: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído" (Jn 20,29). En ellas encuentra la descripción de su misma vida de fe y de amor a Jesús:
"Acuérdate de aquello que dijiste el día de tu triunfo: 'ÁDichoso el que sin ver en plenitud de gloria al Hijo del Altísimo, sin embargo le creyó!' Desde la oscura noche de mi fe yo te amo ya y te adoro" (PN 24,27).
Esta actitud se identifica con una de las características fundamentales de su espiritualidad: la fe como confianza y abandono aun en medio de las más densas tinieblas. Así lo atestiguan sus palabras pocos meses antes de morir: "En mi caminito no hay que desear ver nada" [61]; "Nunca he deseado tener visiones. En la tierra no se puede ver el cielo. Yo prefiero esperar a después de la muerte" [62]; "He deseado no ver a Dios ni a los santos y vivir en la noche de la fe, con mucha mayor intensidad con la que otros desean ver y comprender" [63]; "No, no deseo ver a Dios en la tierra. Y sin embargo, Ále amo! También amo mucho a la Santísima Virgen y a los santos, y tampoco deseo verlos" [64].
3.3 El mandamiento nuevo
Cuando Teresa habla del mandamiento nuevo refleja algunos aspectos esenciales del evangelio de Juan [65]. Para Juan, el amor antes de ser un mandamiento es una revelación del amor que une al Padre con el Hijo, y al Hijo con nosotros y una invitación a la libertad del hombre a entrar en esa comunión. También para Teresa el amor es una gracia. Una gracia el comprenderlo y una gracia el vivirlo.
3.3.1 La gracia de comprender el amor
"Este año, -escribe Teresa-, Dios me ha concedido la gracia de comprender lo que es la caridad [...] amándole comprendí que mi amor no podía expresarse tan sólo en palabras" [66]. Una gracia que Teresa ha recibido de Dios como respuesta a su amor: el descubrimiento del amor es una respuesta al amor. Profundizar su misterio no es otra cosa sino comprender las palabras de Jesús en el evangelio: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo os he amado así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13,34).
Teresa centra su atención en Cristo y se pregunta: "ÀY cómo amó Jesús a sus discípulos y por qué los amó?" [67]. Y se le descubre allí mismo la dimensión de gratuidad del amor de Jesús por los suyos. Son sus amigos simplemente porque son el objeto especial de su amor, un amor que se extiende hasta el sacrificio mismo de la vida por ellos: "No, -comenta acertadamente Teresa-, no eran sus cualidades naturales las que podían atraerle". Pero el descubrimiento del mandamiento del amor en Santa Teresita alcanza toda su profundidad sólo cuando la compromete vitalmente:
"meditando estas palabras de Jesús comprendí lo imperfecto que era mi amor a mis hermanas y vi que no las amaba como las ama Dios... pero, sobre todo, comprendí que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón" [68].
3.3.2 La gracia de vivir el amor
Aquí Teresa se acerca al corazón mismo de la doctrina de Juan sobre el amor.ÀEs posible amar como Jesús? En la teología joánica, el amor evangélico es un don divino. Amar como Cristo es hacerlo unido a él, como el sarmiento a la vid. Teresa ha descubierto esta dimensión teologal del mandamiento nuevo:
"Yo sé, Señor que tú no me mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podré amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso me diste un mandamiento nuevo... ÁY cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar!..." [69].
Teresa ha tocado el mismo centro de la revelación joánica sobre el amor. La existencia cristiana, para el cuarto evangelio, no es más que la prolongación de la comunión que une al Padre y al Hijo y que históricamente se ha manifestado en el amor de Jesús a sus discípulos. Como la misma vida de Jesús, también la vida del discípulo no es sólo don, gratuidad, intimidad de amistad, sino también dinamismo que se expande y difunde hacia todos los hombres. Es amor de expansión. Es lo que precisamente afirma Teresita hablando del amor: "Sí, lo se: cuando soy caritativa, es únicamente Jesús que actúa en mí. Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas" (Ms C 12v).
3.4 La dimensión misionera
Hoy es unánimemente aceptado entre los estudiosos el hecho que el evangelio de Juan refleja ciertamente una comunidad de discípulos en misión. Una misión que se expresa concretamente con los verbos "mandar" y "enviar", ya sea a propósito del Padre que manda a Jesús (cf. Jn 3,17; 4,34; 5,30.36.38; Jn 6,29.38), o de Jesús que envía a los discípulos (cf. Jn 13,20; 17,18; 20,21).
Santa Teresita ha interpretado la sed de Jesús en la cruz y su ruego a la samaritana como "sed de amor, sed de almas", sed que ella misma experimenta de forma personal y que desea saciar con su ardor misionero [70]. En su comentario a la alegoría de la vid y los sarmientos, como débil sarmiento unida a la Viña santa y sagrada, desea poder ofrecer fruto bueno, un verdadero racimo de amor cuyos granos son las almas [71].
Pero en el corazón misionero de la santa incluso otros textos de Juan, no directamente relacionados con la misión, se volvieron luz para iluminar el trabajo y el sacrificio concreto de los misioneros. Al abate Bellière que sufre el sacrificio de tener que abandonar a los suyos, le recuerda en una carta la escena joánicadel calvario: "El también sufrió este martirio: por salvar nuestras almas, abandonó a su Madre, vio a la Virgen Inmaculada de pie junto a la cruz" [72]. Y al P. Roulland un año más tarde en otra carta le comenta a propósito del amor del misionero: "ÁJesús tenía mucha razón cuando decía que no hay amor más grande que ése!" [73].
Es muy significativo su comentario a las palabras que Jesús dirige a sus discípulos: "Alzad vuestros ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega" (Jn 4,35). El contexto de la frase (Jn 4,35-38) alude directamente a la actividad misionera. Los campos blanqueando para la siega son los samaritanos que están acercándose a Jesús y que llegan a creer en él (Jn 4,41). Ellos son las primicias de la siega mesiánica, con quienes comienza a realizarse la reunión de todas las naciones.
Teresita comenta en dos oportunidades este texto subrayando precisamente la dimensión misionera de la vida cristiana. En una carta dirigida a Celina comenta el texto joánico junto a Mt 9,37-38: "Rogad al dueño de la mies que mande trabajadores" y dice:
"Jesús siente por nosotras un amor tan incomprensible que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas. El no quiere hacer nada sin nosotros. El creador del universo espera la oración de una pobre alma para salvar a las demás almas, rescatadas como ella al precio de toda su sangre" [74].
Nos ofrece una interpretación espiritual muy original de la expresión "alzad los ojos y mirad" [75], en relación con la dimensión apostólica de la oración del contemplativo:
"Nuestra vocación no consiste en ir a segar en los campos de mieses maduras. Jesús no nos dice: 'Bajad los ojos, mirad los campos e id a segar'. Nuestra misión es más sublime todavía. He aquí las palabras de nuestro Jesús: 'Levantad los ojos y mirad'. Mirad cómo en mi cielo hay varios sitios vacíos, a vosotras os toca llenarlos, vosotras sois mis Moisés orando en la montaña, pedidme trabajadores y yo los enviaré, Áno espero más que una oración, un suspiro de vuestro corazón..! ... ÁMe parece tan hermoso nuestro destino!, Àquétenemos que envidiar a los sacerdotes...?" [76].
Al final de nuestro recorrido por el evangelio de Juan, llevados por la mano de Santa Teresita, queremos ofrecer algunas conclusiones. Es difícil concluir algo. Cada existencia cristiana se desarrolla por senderos diversos, según la rica y variada acción del Espíritu. Creemos, sin embargo, que la lectura que Santa Teresita hace del cuarto evangelio puede servirnos de estímulo para renovar nuestra lectura y vivencia de la Palabra de Dios.
4.1 Una lectura de discípulo
Teresita nos enseña a leer el evangelio como discípulos. Más que leer, ella escucha y contempla. El discípulo no desea conocer "algo" sino a "alguien". En el evangelio encuentra a Jesús personalmente con toda la frescura de su mensaje. Pero en la historia de Jesús descubre también su propia historia. El evangelio canónico se vuelve en ella evangelio viviente. El camino de Jesús se repite y se encarna en su vida de todos los días. Teresita nos enseña que sólo la escucha de Jesús en el evangelio posibilita el seguimiento: "Sólo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr" [77]. La lectura del evangelio posibilita entrar en la escuela del Maestro para aprender personalmente un estilo de vida que de sentido a la existencia.
4.2 Una lectura del evangelio al contacto con la vida
La vida misma fue creando en ella la preferencia por determinados pasajes bíblicos. Lee el evangelio de una forma selectiva y personal, centrando su atención en determinados textos que le han fascinado mayormente y que le han sido más útiles para la comprensión de su experiencia espiritual. Lee el evangelio al ritmo de la vida. Las distintas circunstancias que va viviendo le van orientando en su lectura del evangelio como luz y como evento. Nos enseña de esta forma a vivir abiertos a los caminos del Espíritu en la vida, buscando en la Palabra de Dios la luz y la fuerza para perseverar con fidelidad en nuestra misión en la Iglesia.
4.3 Una lectura sapiencial
Santa Teresita ordinariamente interpreta los textos bastante bien. Una palabra le evoca mucho más de lo que contiene porque lee la Biblia, con actitud sapiencial, con "la ciencia del amor" [78], con "la sabiduría de los pequeños" [79]. Su lectura del evangelio nos revela que la Escritura es más que la letra. Es dinamismo de comunión, de amor y de vida, que se vuelve Palabra de Dios sólo cuando se acoge desde la vida y desde el amor. En este sentido, su lectura bíblica es muy rica y ejemplar. Sin embargo, este tipo de exégesis amorosa y sapiencial, no debe sustituir la búsqueda del sentido literal de los textos, el cual debe siempre fundamentar la correcta lectura de la Biblia. Lo ideal es que ambas lecturas puedan complementarse mutuamente.
4.4 Una lectura desde la doble vertiente de la "interioridad" y de la "comunidad".
El evangelio de Juan pone a Santa Teresita en contacto con el misterio de Jesús Palabra Eterna. Sin embargo ella no queda nunca encerrada en un intimismo estéril. Su conocimiento amoroso de Jesús, le hace descubrir el valor de la comunidad y de la misión con horizontes universales. Vive en una armónica síntesis las dos grandes coordenadas del evangelio joánico, la adhesión a Jesús y el mandamiento del amor. Una bella síntesis de su lectura del cuarto evangelio la encontramos en su conocida frase: "Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas [80]".
P. Silvio José Báez o.c.d.
Roma, septiembre 1997.
Notas
[1] Cf. Exhortación Apostólica Vita Consecrata, 94.
[2] Sobre la dimensión bíblica de la doctrina teresiana merecen destacarse los siguientes estudios: J. Ly, "La doctrine de Sta. Thérèse. La doctrine biblique",Vie Thérésienne 7 (1967) 71-77; R. Moretti, Teresa di Lisieux e la Bibbia, Roma 1973; "Teresa di Lisieux, una spiritualità tutta biblica", en AA. VV., Parola eSpirito. Studio in onore di Settimio Cipriani, Brescia 1982, 1355-1381; P.Barbagli, "Fondamenti biblici della dottrina dell'infanzia spirituale", EphemeridesCarmeliticae 24 (1973) 3-43; G. Gaucher, "Introduction", en La Bible avecThérèse de Lisieux, 9-41; G. Helewa, "La Bibbia sorgente della spiritualitàteresiana", en AA. VV., Teresa di Lisieux. Esperienza e messaggio, Roma 1973, 213-234; M. Veys, "Thérèse et la Bible", Carmel (1980) 129-138; P.M.,Jerumanis, "Un maître pour pénétrer dans la parole de Dieu", en AA. VV.,Thérèse de l'Enfant -Jésus, Docteur de l'amour, Venasque 1990; R. Llamas, "La Biblia fuente espiritual de la vida y el mensaje de S. Teresa de Lisieux",Ephemerides Carmeliticae 32 (1981)125-153; "Santa Teresita y su experiencia de la Palabra de Dios", Revista de Espiritualidad 219-220 (1996) 267-324; V.Pasquetto, "Teresa di Lisieux interprete del Vangelo", en AA.VV., Teresa di Lisieux. Genio e Santità, Fiamma Viva 37, Roma 1996, 103-122.
[3] Las citas de los evangelios son muchísimas en sus escritos: cf. J. Courtez, "Le citations bibliques dans la correspondance de Thérèse de Lisieux", Revued'ascétique et de mystique 44 (1968) 63-85 o en Vie Thérésiene 7 (1967) 38-47 y 95-103. Puede verse también La Bible avec Thérèse de Lisieux. Textes de Sainte Thérèse de l'Enfant Jésus et de la Sainte-Face, 1979.
[4] El evangelio de Juan no es el más citado en sus escritos, pero es el único del que aparecen referencias de todos sus capítulos. Sobre la presencia del cuarto evangelio en la autobiografía de Teresa cf. N. Hausman, "Nietzsche et Thérèsede Lisieux interprètes de saint Jean", Nouvelle Revue Théologique 105 (1983) 228-242.
[5] Citamos los textos de la santa según la traducción castellana de Teresa de Lisieux, Obras completas. Escritos y últimas conversaciones, ed. Monte Carmelo, Burgos 1996. Utilizaremos las siguientes siglas:
Ms A, Ms B, y Ms C=Manúscritos autobiográficos A, B y C respectivamente. La sigla va seguida del número de la hoja y la indicación de la plana
CA=Cuaderno Amarillo de la madre Inés de Jesús
Cta=Cartas de Teresa
Est=Nueve "Estampas bíblicas" realizadas por Teresa
Or=Las 21 Oraciones de Teresa
PN=Poesías de Teresa.
[6] Ms A 83v
[7] Ms A 28r
[8] CA 12.8.3
[9] Ms A 67v
[10] Ms C 3v
[11] Ms C 23r/v
[12] En su Ofrenda al amor misericordioso ve realizado en ella el amor de Dios del que habla el evangelio de Juan: "me has amado hasta darme a tu Hijo único para que fuese mi Salvador y mi Esposo (Jn 3,16)" (Or 6).
[13] Cta. 230
[14] Cf. G. Gaucher, "Par dessus tout l'Évangile", Vie Thérésiene 29 (1989) 204-207.
[15] Cf. G. Gaucher, "Introduction", 24.
[16] Cuando desea expresar la terrible prueba de fe por la que pasa, no encuentra palabras apropiadas, y es precisamente el prólogo de Juan, por medio de su conocida antítesis de luz y tinieblas, el que le permite entender lo que vive. Lee con una gran libertad el texto evangélico. Las tinieblas del mundo que rechazan la luz de Jesús, en la lectura de Teresa pasan a ser las tinieblas de la fe. Ella, aun en medio de la oscuridad, a diferencia del mundo hostil a la Palabra, acoge con docilidad la voluntad de Dios: "Las tinieblas, Áay!, no supieron comprender que este Rey divino era la luz del mundo... Pero, tu hija, Señor ha comprendido tu divina luz." (Ms C 5v/6r).
[17] CA 11.8.2
[18] Ms A 81r
[19] PN 25,8
[20] Teresa también escribirá esta expresión evangélica en una estampa que recordaba los sufrimientos de Juana de Arco (Est 2), probablemente queriendo evocar también sus propia prueba de la fe.
[21] Cta. 226
[22] Cta. 247
[23] CA 1.8.6
[24] Cf. Is 5,1-7; Jer 2,21; Ez 19,10-12; Sal 80,9; Eclo 24, 17-20
[25] PN 5,9-10
[26] PN 25,7; cf. Ms A 85 v
[27] Sobre esta convicción teresiana podemos recordar otras dos frases suyas: "Veo que en mí se hacen realidad las palabras del salmo XXII" (Ms A 3r); y en otro lugar (Ms C 21v): "se hacía realidad en nosotras [sor Marta y ella misma] aquel pasaje de la Escritura: 'Hermano ayudado por su hermano es como una plaza fuerte' (Prov 18,19)"; cf. también Cta. 193. (Cf. G. Gaucher, "Introduction", 25). Puede verse también N. Hausman, "Nietzsche et Thérèse de Lisieux", 238).
[28] V. Pasquetto, "Teresa di Lisieux, interprete del vangelo", 119.
[29] El texto de las bodas de Caná lo utiliza en otras dos ocasiones haciendo referencia a la Madre del Señor. Se fija en la intercesión de María (PN 24,13) y en el amor y la confianza de la Virgen hacia su hijo Jesús (PN 54,19).
[30] Cta. 166
[31] Cta. 172
[32] La Exhortación Apostólica Vita Consecrata hace un comentario semejante a este texto, para enfrentar la objeción de la aparente inutilidad de la vida consagrada: la vida religiosa tiene un valor, es la respuesta en "sobreabundancia de gratuidad" a un Dios que llama y que ha amado primero sin límites (Cf. Vita Consecrata 104)
[33] Cta. 169
[34] PN 24,20
[35] Cf. PN 23,1-2
[36] Comentando su visita al Coliseo en Roma escribe: "Se dice en el Evangelio que la Magdalena, perseverando junto al sepulcro y agachándose insistentemente para mirar dentro, acabó por ver dos ángeles. Yo, igual que ella, aun reconociendo la imposibilidad de ver cumplidos mis deseos, seguía agachándome hacia las ruinas, adonde quería bajar" (Ms A 60v/61r).
[37] Ms B 3r/v
[38] Cta 152 1r/v
[39] Cf. Ms C 34r/v. Sobre esta apropiación personal de las palabras de Jesús de parte de Teresa cf. G. Gaucher, "Introduction", 25-26; "Par dessus toutl'evangile", 207-208; R. Moretti, Teresa di Lisieux e la Bibbia, 143-153; N.Hausman, "Nietzsche et Thérèrese de Lisieux", 239-242.
[40] Cita Jn 17 en este orden: vv. 4.6.7.8.9.11.13.16.20.24.23.
[41] Ms C 35r
[42] Comenta al respecto R. Moretti, Teresa e Lisieux e la Bibbia, 149: "I due sifondono nella stessa preghiera, come si sono fusi nello stesso amore".
[43] Cf. G. Gaucher, "Par dessus tout l'Évangile", 207.
[44] Ms C 34v
[45] Cta. 258. En otro lugar escribe: "Si no temiera profanarlas sirviéndome de ellas, podría repetir las palabras que Jesús dirigió a los apóstoles la noche de su Pasión: Tú has permanecido siempre conmigo en mis pruebas (cf. Lc 22,28)..." (Ms A 55v).
[46] Cf. V. Pasquetto, "Teresa di Lisieux interprete del Vangelo", 121.
[47] Ms A 45v. "Acuérdate de la amorosa queja que, clavado en la cruz, se te escapó del pecho. ÁEn el mío quedó, Señor grabada, y por eso comparte el ardor de tu sed! Y cuanto más herido se siente por tu fuego, más sed tiene, Jesús de darte almas" (PN 24,25; Est 1). (Cf. también PN 31,5-6; Or 12).
[48] Ms A 46v; cf PN 24,10; Est 1
[49] Ms A 20v; PN 36,2; 54,10.24
[50] PN 24,5
[51] PN 24,26
[52] PN 17,2
[53] Ms A 77v; Cta. 183
[54] PN 3
[55] PN 54,10
[56] PN 24,26
[57] PN 36,2
[58] PN 41,2. Esta poesía no aparece en la traducción castellana de ed. Monte Carmelo, 1996. Ofrecemos nuestra propia traducción del texto francés tomado de Thérèse de Lisieux, Oeuvres complètes, Ed. du Cerf/Desclée de Brouwer, 1992, 726.
[59] PN 17,2
[60] Cta. 165
[61] CA 4.6.1
[62] CA 5.8.4
[63] CA 11.8.5
[64] CA 11.9.6
[65] Cf. J. McCaffrey, "St. Thérèse and the New Commandment", Mount
[66] Ms C 11v
[67] Ms C 12r
[68] Ms C 12r
[69] Ms C 12v
[70] Cf. Ms A 45v/46v; PN 24,10.25; 31,5-6; Or 12; Est 1
[71] Cf. PN 5,9-10
[72] Cta. 213
[73] Cta. 226
[74] Cta. 135
[75] Muy probablemente san Juan utiliza la frase "alzad los ojos y mirad" con el sentido que tenía en el Antiguo Testamento. Era una invitación a contemplar la grandeza de Dios (Is 40,26); con ella el Señor invita a Abraham a mirar lo que le da como don (Gen 13,14), pero sobre todo, fue utilizada por los profetas como invitación para contemplar la reunión de todas las naciones (Is 49,18; 60,4; Bar5,5-6).
[76] Cta. 135. En una poesía comenta este texto y nos ofrece una interpretación similar: "Acuérdate de que al mirar los campos, tu corazón divino presagiaba la siega, con los ojos alzados a la santa Montaña, murmurabas los nombres de tus predestinados... Para que tu cosecha recoger pronto puedas, mi Dios, todos los días me inmolo y te suplico..." (PN 24,15).
[77] Ms C 36v
[78] Ms B 1r
[79] Ms C 4r [80] Ms C 12
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Cartas del Apóstol Juan
1 Carta de San Juan
Las tres Cartas que llevan el nombre de San Juan —una más general, importantísima, y las otras muy breves— han sido escritas por el mismo autor del cuarto Evangelio (véase su nota introductoria). Este es, dice el Oficio de San Juan, aquel discípulo que Jesús amaba (Juan 21, 7) y al que fueron revelados los secretos del cielo; aquel que se reclinó en la Cena sobre el pecho del Señor (Juan 21, 20) y que allí bebió, en la fuente del sagrado Pecho, raudales de sabiduría que encerró en su Evangelio.
La primera Epístola carece de encabezamiento, lo que dio lugar a que algunos dudasen de su autenticidad. Mas, a pesar de faltar el nombre del autor, existe una unánime y constante tradición en el sentido de que esta Carta incomparablemente sublime ha de atribuirse, como las dos que le siguen y el Apocalipsis, al Apóstol San Juan, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, y así lo confirmó el Concilio Tridentino al señalar el canon de las Sagradas Escrituras. La falta de título al comienzo y de saludo al final se explicaría, según la opinión común, por su íntima relación con el cuarto Evangelio, al cual sirve de introducción (cf. 1, 3), y también de corolario, pues se ha dicho con razón que si el Evangelio de San Juan nos hace franquear los umbrales de la casa del Padre, esta Epístola íntimamente familiar hace que nos sintamos allí como "hijitos" en la propia casa.
Según lo dicho se calcula que data de fines del primer siglo y se la considera dirigida, como el Apocalipsis, a las iglesias del Asia proconsular —y no sólo a aquellas siete del Apocalipsis (cf. 1, 4 y notas)— de las cuales, aunque no eran fundadas por él se habría hecho cargo el Apóstol después de su destierro en Patmos, donde escribiera su gran visión profética. El motivo de esta Carta fue adoctrinar a los fieles en los secretos de la vida espiritual para prevenirlos principalmente contra el pregnosticismo y los avances de los nicolaítas que contaminaban la viña de Cristo. Y así la ocasión de escribirla fue probablemente la que el mismo autor señala en 2, 18 s., como sucedió también con la de Judas (Judas 3 s.).
Veríamos así a Juan, aunque "Apóstol de la circuncisión" (Gál. 2, 9), instalado en Éfeso y aleccionando —treinta años después del Apóstol de los Gentiles y casi otro tanto después de la destrucción de Jerusalén— no sólo a los cristianos de origen israelita sino también a aquellos mismos gentiles a quienes San Pablo había escrito las más altas Epístolas de su cautividad en Roma. Pablo señalaba la posición doctrinal de hijos del Padre. Juan les muestra la íntima vida espiritual como tales.
No se nota en la Epístola división marcada; pero sí, como en el Evangelio de San Juan, las grandes ideas directrices: "luz, vida y amor", presentadas una y otra vez bajo los más nuevos y ricos aspectos, constituyendo sin duda el documento más alto de espiritualidad sobrenatural que ha sido dado a los hombres. Insiste sobre la divinidad de Jesucristo como Hijo del Padre y sobre la realidad de la Redención y de la Parusía, atacada por los herejes. Previene además contra esos "anticristos" e inculca de una manera singular la distinción entre las divinas Personas, la filiación divina del creyente, la vida de fe y confianza fundada en el amor con que Dios nos ama, y la caridad fraterna como inseparable del amor de Dios.
II Carta del Apóstol Juan
En la segunda Epístola -como en la tercera- San Juan se llama a sí mismo "el anciano" (en griego presbítero), título que se da también San Pedro haciéndolo extensivo a los jefes de las comunidades cristianas (I Pedro 5, 1) y que se daba sin duda a los apóstoles, según lo hace presumir la declaración de Papías, obispo de Hierápolis, al referir cómo él se había informado de lo que habían dicho "los ancianos Andrés, Pedro, Felipe, Tomás, Juan". El padre Bonsirven, que trae estos datos, nos dice también que las dudas sobre la autenticidad de estas dos Cartas de San Juan "comenzaron a suscitarse a fines del siglo II cuando diversos autores se pusieron a condenar el milenarismo; descubriendo milenarismo en el Apocalipsis, se resistían a atribuirlo al Apóstol Juan y lo declararon, en consecuencia, obra de ese presbítero Juan de que habla Papías, y así, por contragolpe, el presbítero Juan fue puesto por varios en posesión de las dos pequeñas Epístolas". Pirot anota asimismo que "para poder negar al Apocalipsis la autenticidad joanea, Dionisio de Alejandría la niega también a nuestras dos pequeñas cartas". La Epístola segunda va dirigida "a la señora Electa y a sus hijos", es decir, según lo entienden los citados y otros comentadores modernos, a una comunidad o Iglesia y no a una dama (cf. II Juan 1, 13 y notas), a las cuales, por lo demás, en el lenguaje cristiano no se solía llamarlas señoras (Ef. 5, 22 ss.; cf. Juan 2, 4; 19, 26)
III Carta de San Juan
La tercera Carta de San Juan presenta a Jesucristo como "el camino". Nos muestra la amorosa hospitalidad de Gayo, un verdaderocristiano laico que ha dedicado su riqueza y talento al Señor, hospedando a los peregrinos.
También nos habla de un tal "Diófrenes", que busca ambiciosamente la primacía y que no hospedaba a los peregrinos.
Tú y yo podemos ser un "Gayo", colaborador del Reino, o un "Diófrenes", que entorpece la causa de Cristo.
El Camino, la Verdad y la Vida. Así había dicho de sí mismo Jesús en Juan 14:6… Y así lo presenta Juan en sus tres cartas.
La primera: Jesús, la Vida (5:13)
La segunda: Jesús, la Verdad (1:2)
La tercera: Jesús, el Camino.
Fórmula de la Prosperidad:
En todos sus escritos, Juan nos desea que tengamos "el gozo completo" que nos vino a traer Jesús. Pero en ésta lo expresa de una manera especial. Estos son los deseos de Dios para ti y para mí en 1:2: "Ruego a Dios que te haga prosperar en todo, y goces de salud, como la goza dichosamente tu alma" . Dios quiere que prosperemos, y que tengamos salud en el cuerpo, así como la tenemos en el alma. ¿No es esto maravilloso?
En Mt. 10:30 ya nos había dado Jesús la "Fórmula de la Prosperidad" en la tierra: "el ciento por uno en la tierra" o lo que es lo mismo, si pones tu dinero en Cristo, tendrás, no el cinco o el diez por ciento, sino el diez mil por ciento ¡en la tierra!, y después la vida eterna. ¡Haz la prueba! (Mal. 3:10).
Pero aun antes que el dinero debemos poner toda nuestra vida en él pues esta escrito que el que dejare a padre, madre, esposa hijos y tierras recibirá cien veces mas, la vida cristiana es el llevar la cruz tal y como dijo Jesús: tome su cruz cada día y sígame
Oficio de Lectura.
27 de Diciembre, San Juan,Apóstol y evangelista
La misma vida se ha manifestado en la carne
De los tratados de san Agustín, obispo, sobre la primera carta de san Juan
Tratado 1,1.3
Tratado 1,1.3
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida. ¿Quién es el que puede tocar con sus manos a la Palabra, si no es porque la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros?
Esta Palabra, que se hizo carne, para que pudiera ser tocada con las manos, comenzó siendo carne cuando se encarnó en el seno de la Virgen María; pero no en ese momento comenzó a existir la Palabra, porque el mismo san Juan dice que existía desde el principio. Ved cómo concuerdan su carta y su evangelio, en el que hace poco oísteis: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios.
Quizá alguno entienda la expresión «la Palabra de la vida» como referida a la persona de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que sigue: Pues la vida se hizo visible. Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida.
¿Y cómo se hizo visible? Existía desde el principio, pero no se había manifestado a los hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su pan. Pero, ¿qué dice la Escritura? El hombre comió pan de ángeles.
Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.
Os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó, es decir, se ha manifestado entre nosotros, y, para decirlo aún más claramente, se manifestó en nosotros.
Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Que vuestra caridad preste atención: Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Ellos vieron al mismo Señor presente en la carne, oyeron las palabras de su boca y lo han anunciado a nosotros. Por tanto, nosotros hemos oído, pero no hemos visto.
Y por ello, ¿somos menos afortunados que aquellos que vieron y oyeron? ¿Y cómo es que añade: Para que estéis unidos con nosotros? Aquéllos vieron, nosotros no; y, sin embargo, estamos en comunión, pues poseemos una misma fe.
En esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa. La alegría completa es la que se encuentra en la misma comunión, la misma caridad, la misma unidad.
Quizá alguno entienda la expresión «la Palabra de la vida» como referida a la persona de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que sigue: Pues la vida se hizo visible. Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida.
¿Y cómo se hizo visible? Existía desde el principio, pero no se había manifestado a los hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su pan. Pero, ¿qué dice la Escritura? El hombre comió pan de ángeles.
Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.
Os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó, es decir, se ha manifestado entre nosotros, y, para decirlo aún más claramente, se manifestó en nosotros.
Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Que vuestra caridad preste atención: Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Ellos vieron al mismo Señor presente en la carne, oyeron las palabras de su boca y lo han anunciado a nosotros. Por tanto, nosotros hemos oído, pero no hemos visto.
Y por ello, ¿somos menos afortunados que aquellos que vieron y oyeron? ¿Y cómo es que añade: Para que estéis unidos con nosotros? Aquéllos vieron, nosotros no; y, sin embargo, estamos en comunión, pues poseemos una misma fe.
En esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa. La alegría completa es la que se encuentra en la misma comunión, la misma caridad, la misma unidad.
Oración
Dios y Señor nuestro, que nos has revelado por medio del apóstol san Juan el misterio de tu Palabra hecha carne, concédenos, te rogamos, llegar a comprender y a amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer. Por nuestro Señor Jesucristo.
LOS ESCRITOS JOÁNICOS Y EL CRISTO
DE
SAN DAMIÁN: SUPREMA GLORIA DEL AMOR
INTRODUCCIÓN
Afirma el evangelio de San Juan, en un verso densísimo, que
la Palabra de Dios se ha hecho carne (Jn 1,14). Verdaderamente podemos también
confesar que el Verbo de Dios se ha hecho imagen visible y armonía de color. A
nosotros se nos ha dado poder contemplar la gloria de Dios presente en el
icono, donde aparece la plenitud del misterio pascual de Cristo. Asimismo se
nos permite contemplar, íntimamente unido a su Señor, el misterio de la Iglesia1.
En ninguna otra parte del mundo se ha podido ver otra imagen o cuadro religioso
sobre Jesús, que albergue tan rica concentración cristológica como la que nos
ofrece el icono de San Damián: Jesús muerto, sepultado, resucitado, donante del
Espíritu Santo y ascendiendo al cielo2.
Contemplamos también a Cristo unido con la Iglesia. No es la
imagen de quien pende solitario en la cruz, sino acompañado por muchos testigos
de la fe. Cristo, cuyo cuerpo místico se prolonga vigorosamente en los
cristianos: Es el auténtico Señor de la fraternidad.
Dice el prólogo del evangelio de
San Juan, acentuando el testimonio del «nosotros», de toda la Iglesia que mira
al Señor en la fe: «He-
1.
Para un estudio del Cristo de San Damián con particular
detenimiento en cada uno de sus miembros gloriosos, y de los personajes que lo
circundan, puede leerse F. CONTRERAS, El Cristo de
San Damián, Madrid 2004 y un más extenso libro de próxima publicación: El Cristo de San Damián y San Francisco de
Asís.
2.
«El pintor no ha querido representar aquí el instante
único de la muerte de Jesús. Este cuerpo no es un cadáver ensangrentado; es el
cuerpo de un viviente, es incluso el cuerpo del Viviente. El pintor ha querido
en una sola figura representar la totalidad de la historia de la Cruz». Así ha
descrito con acierto D. GAGNAN, «Le Christ de Saint-Damien, son sens spirituel», Analecta Ordinis Fratrum Minorum Capucinorum
97 (1981) 389. Nuestro autor ha sabido sintetizar la perspectiva cabal del
icono. Este texto fue escrito en julio de 1979, dos meses antes de morir, casi
como un testamento. Ha dedicado muchas páginas, más de mil, a escribir sobre
San Francisco y también sobre el icono. Cfr. C. BÉRUBÉ, «L’Icône de saint François selon
Dominique Gagnan (1940-1980)», Collectanea
Franciscana 51 (1981) 45-64.
mos visto su gloria, gloria propia
del hijo único del Padre, pleno –pleres–
de gracia y de verdad» (Jn 1,14). Cristo se encuentra pleno de un amor que se
ha mantenido fiel –la verdad joánica, que es la fidelidad o lealtad– hasta el
final. Y añade: «De esa plenitud –pleroma–
nosotros hemos recibido gracia tras gracia» (Jn 1,16): desde la plenitud de
Jesús se nos concede un torrente de gracias, una ininterrumpida catarata de
amor.
Nos fijamos en las palabras del evangelio: Jesús se halla
pletórico de la gracia del amor. Para acoger de él esta cascada de amor, hay
que empezar por contemplarlo. Contemplar es la puerta necesaria que nos abre a
la abundancia de su gracia. San Juan afirma que un día «seremos semejantes a él
porque lo veremos tal como él es» (1 Jn 3,2). Tenemos que acostumbranos a
contemplar, pues contemplar significa llegar a ser, convertirnos en quien ahora
miramos. Queremos cumplir las palabras del salmista: Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará...
Gustad y ved qué bueno es el Señor: dichoso el que se acoge a él (Sal 34, 6.9).
Este icono ha logrado expresar plásticamente el misterio de la
pasión de Jesús, la «Hora», según lo describe el cuarto evangelio y la visión
del Apocalipsis. Es un «semeion», una
llamada a despertar la fe en Jesús, el Hijo de Dios, que habita en la Iglesia.
Nuestro anhelo se encuentra en íntima conexión con la
actualidad que vive la Iglesia. Qué oportunas resultan las palabras del papa
Juan Pablo II en su carta apostólica «Novo
millennio ineunte». La Iglesia necesita contemplar el rostro de Cristo para
ser santa, realizar su misión de remar mar adentro y echar la redes.
Ya no hay tiempo para
echarse atrás. La misión que nos aguarda es urgente e ingente. Pero es preciso
que la misión que desempeña la Iglesia esté fundada en la contemplación del
rostro de Cristo: que él sea el verdadero guía y la luz potente en medio de la oscuridad
de nuestro mundo. La Iglesia necesita contemplar el rostro de Cristo y
mostrárselo al mundo: Después de dos mil
años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido
hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría.
¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón!
La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a
Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre»
(Hb 13,8) (TMI, 28).
En comunión con la Iglesia
tenemos que contemplar el icono de San Damián. No es un Cristo impasible; sufre
pasión por la Iglesia, por todos nosotros. No es frío; vive y vibra de amor,
está derramando su sangre caliente por nosotros. No es un gélido bloque de
mármol; siente calor humano y divino por la Iglesia. No es un fantasma; tiene
un cuerpo glorioso. No es sólo una espléndida obra de arte para admirar sus
proporciones y armonía: no es algo, un cuadro, un icono...
Dentro de la
fe de la Iglesia descubrimos que es Alguien, el Viviente, el Hijo de Dios que
me amó hasta entregarse por mí. Que nos ama tanto (en el presente) y que no
puede dejar de amarnos (futuro), que ha derramado su sangre por nosotros, nos
ha purificado de nuestras miserias y pecados, y hace de nosotros seres a su
imagen, llenos de belleza y dignos de ser amados, un pueblo libre, una dinastía
de reyes y sacerdotes, para transformar este mundo y esta humanidad, y acercar
a todos los hombres a la casa del Padre (cfr. Ap 1,5).
1. APROXIMACIÓN AL CRUCIFIJO
L. Bracaloni fue el autor pionero en estudiar, de forma
documentada –no pía–, la trayectoria de este Crucifijo. Al cabo de los años
está permitido afirmar que sus palabras iniciales, que constatan la ausencia de
investigaciones serias, representan afortunadamente un balance ya superado:
«Este venerado Crucifijo, del que Francisco recibió su clara vocación para
restaurar el espíritu cristiano en la Iglesia, no ha sido nunca objeto de un
particular estudio franciscano»3.
Llama poderosamente la atención que hasta esa fecha no se
hubiera realizado una labor de profunda indagación. Incluso después de
Bracaloni, hasta muy recientemente –mediando un excesivo tiempo de espera, un
lapso de 50 años (¡)– no se han acometido trabajos de envergadura4.
¿Qué es una cruz sin Cristo? ¿Dos palos de madera torpemente
cruzados? El icono de San Damián no es una desnuda cruz, sino un Crucifijo en
donde Cristo se encuentra de «cuerpo presente».
Está permitido hacer esta afirmación, no como metáfora de un
sentimiento subjetivo, sino desde una verificada constatación que tiene en
cuenta las medidas, pues éstas «hablan» y lo certifican. El icono posee unas
dimensiones muy notables. Aparece inmenso y triunfal. Hasta en sus desmedidas medidas:
posee 2,10 m. de altura y 1,30 m. de anchura.
Nuestra mirada se dirige
espontáneamente hacia Cristo. Nos atrae y encandila. Su persona ocupa el puesto
central; «llena» toda la escena. Se encuentra en primer plano. Como una
«exposición sacramental». Sus dimensiones físicas lo realzan. Sus rasgos
extraordinarios
3.
«Il prodigioso Crocifisso che parl a S. Francesco», Studi Francescani 11/36 (1939) 185.
4.
A partir de los años 80 comienzan los trabajos de
investigación. Éstos son los trabajos que tratan sobre el Cristo de San Damián
–artículos y libros, respectivamente citados–, y que han servido para este
estudio: D. GAGNAN, «Le Christ de Saint-Damien, son sens spirituel», Analecta Ordinis Fratrum Minorum Capucinorum
97 (1981) 374-388; O. VAN ASSELDONK, «El Crucifijo de San Damián visto y vivido por San
Francisco», Sel Fran 46 (1987) 17-41; L. HARDICK, «El Crucifijo de la vocación
franciscana», Sel Fran 46 (1987) 43-44; R. MORICEAU, «El Cristo
de San Damián. Descripción del icono», Sel Fran 46 (1987) 45-51; M. MANDELLI, «El
Crucifijo gozoso», Sel Fran 51 (1988) 425-428; J. DE SCHAMPHELEER, «El
Crucifijo de San Damián y Francisco de Asís», Sel Fran 51 (1988) 384-423. Éstos
son los libros monográficos: L. BRACALONI, Il Crocefisso che parl a S. Franceso nella Basilica di S. Chiara,
Assisi 1958; AA.VV. La croce di san
Damiano, Fonteviva Editrice 1988; M. PICARD, L’icona del Cristo di san Damiano, Assisi 1989; M. BOYER, Le Crucifix de Saint-Damien et sa
description, s.l., ms., 1980; M. BOYER, François d’Assise à Saint-Damien. Une expérience de Jésus Crucifié,
Montréal 1992; P. FERRAIO, Davanti a te
nel segno della Croce: Cammino di preghiera e di conversione davanti al
Crocifisso di San Damiano con san Francesco e Santa Chiara, Milano 22001.
( a saber, no encontrados en otros
Crucifijos «ordinarios o normales» ) lo encumbran. En la cruz Cristo aparece
vivo. Mira con los ojos abiertos. Su sangre brota sin cesar. Tiene los brazos
extendidos y se mantiene de pie.
Esta imagen representa la plenitud de Cristo, la acabada
realización de su misterio pascual: Cristo crucificado, muerto, resucitado,
viviente, donante del Espíritu Santo: «No existe otro Crucifijo teológicamente
tan rico. Expone ante nosotros toda la obra de la salvación»5.
2.
«CRISTUS SEMPER
CUM ECCLESIA»
Es ésta otra faceta, tan original como fecunda, que debe ser
destacada. Cristo está unido siempre con la Iglesia. Es inseparable de ella.
Normalmente hemos visto a Jesús en tantos «Crucifijos»,
pendiente de la cruz, abandonado por todos, hasta de sus discípulos, sumido en
la más penosa soledad. El Cristo del icono de San Damián no está solo ni es
solitario; está acompañado por el Padre que le espera, por los ángeles que le
aclaman, por María y las santas mujeres, por los testigos, San Juan, el
centurión... Una ingente muchedumbre se une en congregación creyente a Cristo.
Otra nota singular que deber ser resaltada es que todos
estos personajes se encuentran siempre en relación con Cristo. No son
autónomos. Su existencia se mide por su distancia cercana o lejana de la órbita
irradiante de Jesús.
Esta aportación del icono resulta fundamental y decisiva,
hasta llegar a convertirse en confesión de fe: «Este es nuestro Cristo y Señor,
el que vive en medio de la Iglesia: el Cristo de la fraternidad».
Tal fue la revelación que recibió Francisco. El Crucifijo le
habló: «Repara mi casa». Así pues, la Iglesia es la casa de Jesús, en donde
Jesús actualmente está y vive en los cristianos.
3. JESÚS EN LA CRUZ O LA PERFECCIÓN DEL
AMOR
Jesús, tal como se nos muestra
en la cruz del icono, ejerce sobre todos los creyentes un especial magnetismo.
Su imagen no resulta repugnante ni repulsiva. En absoluto puede aplicársele lo
que afirma Isaías del siervo de Yahvé: «varón de dolores ante quien se vuelve el
rostro» (Is 53,3). Al contrario, nuestros ojos se dirigen con compla-
5. L. HARDICK, «El Crucifijo de la vocación franciscana», Sel Fran
46 (1987) 44.
cencia hacia quien posee
irresistible poder de fascinación. Prendados estamos ante su grata presencia.
Podemos concentrar nuestra visión en el acontecimiento más
hondo y definitivo, que ha sido el origen de la pasión. ¿Cuál es la última
palabra de Jesús en la cruz, según el evangelio de San Juan? Un verbo es «su
grito final de triunfo»6. Así dice el último verbo del Verbo: tetelestai, «se ha cumplido» o «se ha
consumado»: Cuando Jesús tomó el vinagre,
dijo: se ha cumplido (Jn 19,30).
¿Qué se ha cumplido o consumado? Algunos autores piensan que
Jesús ha cumplido la voluntad del Padre, que ha sido fiel al designio de
Dios... Mas lo que en verdad se ha cumplido es el amor de Jesús. No hacemos
sino interpretar el pasaje de San Juan desde el rigor de su coherencia
lingüística. El mismo evangelio nos da la llave de comprensión.
El verbo griego tetelestai
queda engarzado con el sustantivo telos,
puesto que posee la misma raíz semántica. Es preciso relacionar este verbo
«se ha cumplido» –tetelestai– (Jn 19,30) con la expresión
«habiendo amado a los suyos, los amó “hasta
el extremo” –eis telos–» (Jn
13,1). El evangelista realiza una estupenda inclusión semítica, al englobar
todo el relato de la pasión en el amor de Jesús.
San Juan muestra el amor como
la clave determinante de la misión de Jesús: el misterio íntegro de su vida,
muerte, resurrección7. De continuo y sin desfallecer Cristo ha amado
a los suyos (pasado), los ama (presente) y los seguirá amando por siempre
(futuro). Su amor domina el tiempo, es más fuerte que él, se enseñorea de su
caducidad. Veamos con detención la enorme virtualidad de la Palabra de Dios en el
cuarto evangelio, para obtener evidencias de tan densa afirmación cristológica.
Recordamos el pasaje de Juan 13,1: Antes
de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de
este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo8.
6.
Así califica esta postrera palabra de Jesús en la cruz,
F.J. MOLONEY, The Gospel of John,
Minnesota 1998, 508.
7.
Tal como ha quedado definitivamente resaltado en un
erudito trabajo, que analiza los capítulos 13 al 17 del evangelio, desde la
configuración del amor. Esta clave otorga unidad temática no sólo a dichos
capítulos sino a la vida entera de Jesús. Cfr. Y. SIMOENS, La gloire d’aimer. Structures stylistiques
et interpretatives dans le Discours de la Cène (Jn 13-17), Roma 1981.
8.
«Este versículo de treinta y cuatro palabras no es
solamente una introducción teológica, sino también un prefacio solemne a toda
la última parte del evangelio... Objetivamente, la muerte y la resurrección de
Jesús son una manifestación de su gloria y de su divinidad (Jn 13,31-32); pero
subjetivamente todo cuanto Jesús hace y dice durante estas últimas horas de su
paso por la tierra está inspirado por su caridad. Es, pues, el agape lo que nos proporciona la clave de
exégesis de los cc. 13-17 del cuarto evangelio». C. SPICQ, Agape en el Nuevo Testamento. Análisis de
textos, Madrid 1977, 1043.
a)
Jesús ha amado en
el pasado
Refiere el texto: «Habiendo amado a los suyos». El verbo se
conjuga en griego mediante un participio de aoristo «agapesas», y abarca la vida entera de Jesús bajo este prisma. El
amor de Jesús se ha desplegado visiblemente durante su presencia por la tierra,
que incluye por igual la revelación de su palabra y la fuerza de sus signos.
b)
Cristo ama en el
presente
«Los amó». Lo que pretende subrayar la afirmación de San
Juan es la decisiva prueba de amor que Jesús va a dar a los suyos entregando su
vida por ellos. El indicativo aoristo –egapesen–
«los amó» mira a un acto «definido», alude a una donación concreta: su muerte
por amor, que se patentiza en el signo del lavatorio de los pies.
Jesús se excede con creces a cuantas pruebas de amor ha
entregado a los suyos durante toda su vida. Ahora realiza el gesto supremo.
Muestra a sus discípulos toda su caridad «y se sobrepasa de alguna manera en
los testimonios que les dio de este sentimiento»9.
Para describir la infinita generosidad del amor de Jesús por
sus discípulos, el evangelio emplea una misteriosa locución «hasta el extremo»
–eis telos–. Sólo aquí se encuentra
registrada; es vocablo único o hapax en
toda la Biblia. Posee dos significados: de extensión temporal («hasta el fin»)
y de intensidad («hasta el extremo»). Conserva evidentemente su sentido
temporal: «hasta el fin de su vida»; pero puesto que este «fin» es el de un
mártir voluntario, mantiene también su acepción de «completamente»,
«totalmente» (cfr. Dt 31,24; Jos 3,16). Ello significa que el amor de Cristo
debe entenderse «en el más alto grado, en el culmen, de la manera más acabada».
Es señal de buena exégesis otorgar a «eis
telos» un sentido de plenitud10.
La interpretación de la
primitiva Iglesia, ya desde san Agustín, coloca con razón el acento sobre la
perfección del amor de Cristo o,
9.
Puede recordarse el gesto de Penélope, resuelto en
clave de amor nupcial. Tras tantos avatares y dilatado tiempo de ausencia,
puede al fin la fiel esposa dar rienda libre a sus sentimientos de amor,
albergados dentro de su impaciente corazón y a duras penas reprimidos: «Perdona
hoy y no tengas amargura, puesto que tan pronto como te he visto no te he
manifestado mi amor, como ahora que te tengo entre mis brazos» (Odisea 23,214).
10.
Esta revelación del evangelio de San Juan sobre el amor
encuentra su paralelo en Jn 3,19: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su
Hijo único». Ambas expresiones conforman los pilares de todo el evangelio. En
un caso, Dios ama al mundo hasta el punto de donar a su Hijo; en el otro, el
Hijo ama a sus discípulos hasta el punto de dar por ellos su vida. Cfr. C. SPICQ, Agape en el Nuevo Testamento. Análisis de
textos, cit., 1050.
mejor aún, sobre su
manifestación más genuina: No veo que
puedan entenderse estas palabras del Evangelio de un modo puramente humano,
como si Cristo hubiese querido decir que Él amaba a los suyos hasta el momento
de la muerte... ya que no solamente nos ha amado hasta ese momento, sino que
ama desde siempre y sin fin... Se puede más bien entender así: les amó tanto
que murió por ellos... fue su amor lo que le llevó a la muerte11.
c) Cristo sigue amando en el futuro
Es preciso relacionar este amor hasta el extremo con la
escena del Calvario, enlace que no suele de ordinario establecerse. Hay que
conectar el signo (lavatorio de los pies, que significa un acto de servicio por
amor hasta la muerte) con su realización en el Calvario: su muerte por
nosotros. De otra manera el signo del lavatorio se quedaría sin sentido. Se
liga, tal como anteriormente ha sido mencionado, el sustantivo «telos» con su verbo «tetelestai». Jesús ama a los suyos hasta
el extremo «eis telos»; llega al
colmo de su amor –si así puede decirse, y va más allá de toda medida– con su
muerte en cruz, cumpliendo y consumando el amor. Jesús ama «en un último acto
de amor victorioso que corona todos los otros»12.
El verbo que emplea San Juan es «tetelestai». La modalidad específica de esta forma verbal conjugada
en perfecto griego es la permanencia. Subraya una acción cuyos efectos se
prolongan en el tiempo. El Calvario, en cuanto escarnio brutal y dolorosa
afrenta perpetrada contra el Hijo de Dios, no se va a repetir nunca más; pero
no se agota ni acaba como gesto de amor, con respecto al valor infinito que
posee la entrega de Jesucristo por nosotros en obediencia filial al Padre.
La solidaridad de Jesús se
expresa en el sacrificio de su propia muerte, hecha en «favor de» los hombres
(más que «en lugar de» o «en sustitución de»). Pero el dolor por sí mismo no
redime –por más lacerante que sea–; lo que definitivamente salva y libera es el
amor ( Cristo ama a la Iglesia y por ella se entrega –Ef 5,25–). Tan grande y
costoso fue su amor, tan soberanamente gratuito, que le llevó a morir por la
humanidad derramando en su favor hasta su propia sangre: para liberar a los
hombres de la condenación del pecado y de la muerte, y para hacerlos
verdaderamente hijos de Dios, dándoles en herencia la plenitud de la vida
eterna.
11.
San Agustín, Sobre
el evangelio de San Juan, Tratado 55,2, Madrid 1957, 30.
12.
E.A. ABBOT, Johannine
Grammar, Farnborough 1968, 98.
Quiere decirse que el amor de Jesús no muere, sino que
persiste fructificando en su acción de amar. Jesús sigue amando todavía con un
amor imperecedero, que no conoce tregua ni final. Este amor hasta el extremo,
desde la cruz victoriosa, va más allá de su propia muerte, incluso la vence y
domina, se convierte en resurrección y fuente de vida. El amor, desde la fuerza
divina que lo nutre, es inmortal. El Padre que ama a Jesús, quien a su vez le
ha mostrado y de qué manera su amor en obediencia filial, no va a permitir la
irreparable muerte de su Hijo. Se realiza en el seno de la santa Trinidad la
célebre afirmación de G.Marcel: «Amar quiere decir: Tú no morirás para
siempre».
El amor de Jesús en la cruz condensa admirablemente sus
palabras y sus signos. Es la rúbrica del amor perfecto, que ahora se consuma y
llega a su culmen. Este verbo «tetelestai»
es el amén con que Jesús recapitula el sentido de su existencia, vivida
únicamente como pasión de amor13.
Toda la historia de la cruz y resurrección, todo el insondable
acontecimiento salvífico de la «Hora», queda explicado con esta luz
maravillosa, como obra de amor hasta el extremo. Jesús se consume dándose por
amor, y perdura viviendo en la gloria del amor.
El amor de Jesús condensa no sólo su misterio pascual, sino
toda la revelación de Dios. San Juan nos ha dejado escrito en formulación
lapidaria que «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). En esta «definición» divina se
concentra la Biblia entera; es «el más famoso dicho del Nuevo Testamento, todo
el evangelio en miniatura»14. San Agustín la ha explicado con su
genialidad: «Dios es amor». Hermanos,
¿qué más se puede decir? Si no se volviera a alabar ya al amor en lo que queda
de esta carta ni de ello se dijera nada en todas las demás Escrituras, y sólo
oyéramos la voz del Señor diciendo: «Dios es amor?», ¿para qué más? 15.
Pues bien, estas palabras de la
primera carta de San Juan, aun siendo tan atrevidas y profundas, corren el
riesgo de quedarse sin sentido, desvirtuadas. Sólo Jesús las traduce e
interpreta. En Jesús, crucificado y resucitado, se hace verdadera para el
creyente toda la revelación del amor de Dios. El muestra, de pie en lo alto de
la cruz, de manera diáfana, sin equívocos ni malentendidos, hasta dónde es
capaz de llegar el amor divino. Sólo Jesús crucificado «define», es decir,
sitúa en un horizonte concreto y pone por obra el misterio del amor de Dios
(«Obras son amores, y no buenas razones»).
13.
Cfr. Y. SIMOENS, «La mort de Jésus selon
Jean 19,28-30», NRTh 119/1 (1997) 17.
14.
Así la define V. MANNUCI, Giovanni, il Vangelo narrante. Introduzione all’arte narrativa del
quarto Vangelo, Bologna 1993, 267.
15.
Comentario a
la primera carta de San Juan 7,4.
4. JESÚS EN LA CRUZ O LA ATRACCIÓN DEL
AMOR
¿No ha reparado el lector en esas diminutas cabezas, o
siluetas que se destacan tras la cabeza del pintor del icono? Casi no se
reconocen. No están sino esbozadas, apenas son un proyecto, unas líneas tenues
en forma de cascos. Mas, ¡qué prodigio de arte y qué sutil sugerencia para
todos! Se evoca la multitud que llega y se incorpora a la presencia del
Cireneo, de las santas mujeres. Con ellos se junta y se congrega. Se está
anticipando la procesión universal de los creyentes en Jesús. Esas mínimas
cabezas nos representan: somos todos nosotros quienes nos acercamos atraídos
por la presencia del Señor para formar parte viva y visible de su Iglesia.
No estamos sólo describiendo una impresión común, o
manifestando en voz alta un síntoma estético que experimenta quien contempla
con atención el icono. Estamos elevando de rango nuestras sensaciones, las
estamos transfigurando con la luz que les otorga la Palabra de Dios. El
evangelio de San Juan ha mostrado esta capacidad de atracción de Jesús, cuando
cita sus solemnes palabras: «Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a
todos hacia mí» (Jn 12,32).
El término «levantar» –hypsoo–
posee una doble significación: señala la verticalidad de la cruz, que se alza
sobre la tierra, y también la exaltación; significa a la vez crucificar y
glorificar. La cruz se convierte en el camino y subida de Jesús al Padre.
Tres veces aparece este verbo
en el evangelio. Se ha comentado que su aparición es una especie de réplica a
las tres predicciones de la pasión según los sinópticos, tal como puede
registrarse fielmente en Marcos: 8, 31; 9,30; 10.32-34. Ahora sólo nos
interesan los tres textos de San Juan, que se señalan a continuación:
a) Y como Moisés levantó la serpiente en
el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el
que crea tenga por él vida eterna (Jn 3,14-15)
Hay una
alusión al hecho narrado en el libro de los Números ( Nm 21,8ss), pero Juan
hace un comentario o midrás a través de la Sabiduría (Sb 16,6-7). Este último
libro interpreta no ya de manera mágica, sino en clave de fe a la serpiente de
bronce, a la que llama «signo de salvación» –symbolon soterias–. Jesús se aplica a sí mismo ser señal de salvación.
El Hijo del hombre será alzado en una cruz, ejecutado, y al mismo tiempo
resultará victorioso. La cruz es instrumento de suplicio y del triunfo del Hijo
del hombre (Jn 8,28; 12, 32.34). Se recalca con énfasis que Jesús en la cruz
será salvación para quien lo mire con fe. Todo el que crea en él, tendrá la
vida eterna (Jn 3,16).
La «vida eterna» es expresión frecuente y característica de
Juan (17x) . No indica sólo la vida futura como recuerdan los sinópticos ( Mt
19,16.29; Mc 10,17.30; Lc 18,30) o Pablo (Rm 6,22-23; Ga 6 ,8). Según el cuarto
evangelio la vida eterna se posee ya en la tierra por la fe (Jn 3,36; 6,47), es
participación de la misma vida de Dios (1 Jn 1,2; 2,24-25; 5,11-12).
Este verso acentúa el aspecto
soteriológico de la exaltación de Jesús en la cruz y subraya también el aspecto
regio: Jesús exaltado se hace rey de los creyentes, porque revela el amor del
Padre y comunica la vida eterna a todos aquellos que le miran con fe.
b) Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis
levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy, y que no hago nada
por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que
hablo (Jn 8,28)
La divinidad no se oculta en la pasión y muerte de Jesús, al
contrario se deja ver con más esplendor. En el Calvario contemplamos su gloria:
«entonces sabréis que Yo soy». Esta gloria divina (la expresión «Yo soy» es
exclusivo título de Dios en el Antiguo Testamento que Jesús asume) consiste en
la «de-mostración» de un amor que se dona hasta la muerte. No contemplamos en
el crucificado una ruina o un despojo humano, una luz sombría que se apaga;
sino una vida que se entrega, una luz que brilla en todo su fulgor porque
manifiesta hasta dónde puede llegar el amor. El amor es darse, y Jesús en la
cruz se da todo entero.
Reseñamos, en fin, el texto más importante:
c) Y yo cuando sea levantado de la
tierra, atraeré a todos hacia mí ( Jn
12,32).
La expresión subraya la atracción universal que ejerce
Jesús. Se realiza a escala cósmica, pues alude a la salvación de todos los
hombres, quienes, interiormente atraídos, se acercan a Jesús. El que está en la
cruz no es ya únicamente el Crucificado, sino el Cristo glorificado, muerto y
resucitado, el viviente. La cruz se convierte para el cuarto evangelio en lugar
irradiante de glorificación. Ya desde la cruz comienza Jesús a ejercitar su
poder de salvación (Jn 19,37).
Con Jesús, todo el que cree en él, puede subir al Padre. Es
la meta a la que Jesús, durante su revelación pública, se ha referido con
frecuencia mediante el empleo de estas expresiones espaciales: «donde yo esté»,
«el lugar preparado por mí». Importa señalar que para Jesús la meta es un lugar
habitado, trinitario, hecho a partir de la íntima relación que existe entre el
Padre, él mismo y el Espíritu Santo. El objetivo de su ida consiste en preparar
este lugar, que dejará abierto para todos nosotros, a fin de que podamos entrar
en la viviente comunión del misterio de Dios, Santísima Trinidad. Incluso, él
mismo nos conducirá hacia esta morada de vida, para que nadie se extravíe.
Recogemos tan consoladoras promesas: Si
alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor.
Si alguno me sirve, el Padre le honrará (12,26); Y cuando haya ido y os haya
preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis
también vosotros (14,3).
Este poder de atracción del Señor no conoce límites ni
fronteras. Representa su más vehemente anhelo. Así lo expresa fervientemente en
la oración sacerdotal, mediante un «quiero» inicial enfático, determinante de
toda la plegaria, que nuestras habituales traducciones no han logrado retratar:
Padre, quiero que los que tú me has dado,
estén conmigo donde yo esté, para que contemplen mi gloria, la que me has dado,
porque me has amado antes de la creación del mundo (17,24).
Con su muerte, Jesús
realiza su misión de buen Pastor que consiste en dar la vida por todas las
ovejas, a fin de conseguir la suprema unidad del rebaño: También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas
las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo
pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo (Jn
9, 16-17).
La muerte de Jesús logra
la unidad de los hijos de Dios dispersos, tal como predijo el sumo sacerdote
Caifás y que el narrador evangélico interpreta: Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote
aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la
nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos (11, 51-52).
¿No resulta en verdad hechizo para los ojos y deleite para
el corazón creyente contemplar el misterio de Jesús, que por amor se deja morir
en la cruz, a quien el Padre resucita y glorifica, y que ahora –tal como lo
admiramos en el icono– abre sus brazos hasta la extrema generosidad, y que los
mantiene extendidos, con sus manos asimismo abiertas, y no quiere ya sino
atraer y fundir en su misterio de intimidad amorosa a toda la humanidad y
conducirla hasta el Padre?
Ya, por fin,
podemos preguntarnos: ¿Cómo atrae Jesús?
No se trata de un determinismo o predestinación arbitraria.
El tema de la atracción divina está unido al amor en la acepción bíblica. Dios
dice a Israel: Con amor eterno yo te he
amado; por esto yo te he atraído –eilkysa–
en mi misericordia ( LXX Is 38,3).
Esta
atracción también se explicita, como aparece en el emotivo canto del profeta
Oseas, mediante la expresión «ataduras de amor»:
Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no
conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con
ataduras de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su
mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer ( Os 11,3-4).
Nadie mejor que San
Agustín –tal vez estaba describiendo su propio itinerario de conversión– ha
comentado con tanta clarividencia –merece la pena su extensa cita, sin
desperdicio– en qué consiste la atracción divina: No vayas a creer que eres atraído a pesar tuyo. Al alma la atrae el
amor. Ni hay que temer el reproche que, tal vez, por estas palabras evangélicas
de la Sagrada Escritura, nos hagan quienes sólo se fijan en las palabras y
están muy lejos de la inteligencia de las cosas en grado sumo divinas,
diciéndonos: ¿cómo puede yo creer voluntariamente si soy atraído?... ¡Con
cuánta mayor razón se debe decir que es atraído a Cristo el hombre, cuyo
deleite es la verdad, y la felicidad, y la justicia, y la vida sempiterna, todo
lo cual es Cristo?... Dame un corazón amante, y sentirá lo que digo (Da amantem
et sentit quod dico). Dame un corazón que desee y que tenga hambre; dame un
corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed, y que suspire por la
fuente de la patria eterna, dame un corazón así, y éste se dará perfecta cuenta
de lo que estoy diciendo. Mas, si hablo con un corazón que está del todo helado
(frigidus), este tal no comprenderá mi lenguaje16.
A. Oepke ha calificado esta
moción de Dios o de Cristo como «una atracción llena de amor»17.
Es el evangelio de San Juan quien nos da la clave interpretativa, al poner como
centro de toda la pasión la ofrenda de amor hasta el extremo. Sólo el amor de
Jesús, muerto y resucitado, ejercita dicha capacidad de atracción.
CONCLUSIÓN. LA MISIÓN DE LA IGLESIA:
«ARRASTRAR
HACIA JESÚS»
Jesús quiere seguir atrayendo
a la humanidad. Para lograrlo cuenta con nosotros, los creyentes; necesita con
urgencia de la misión de la Iglesia. Conviene recordar el fragmento joánico
sobre la pesca milagrosa e interpretarlo en clave eclesial. A través del verbo
«atraer o arrastrar» –en griego helko–
se muestra la conexión entre la obra misionera de la Iglesia y el poder de
atracción de Jesús sobre la cruz: El les
dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, pues, y
ya no podían arrastrarla –helkysai–
por la abundancia de peces... Les dices
Jesús: Traed algunos de los peces que acabáis de pescar. Subió Si-
16.
Sobre el
evangelio de San Juan. Tratado 26,4.5.6..., 659-660.
17.
«Ein liebevolles Ansichziehen». Helko, en Theologisches
Wörterbuch zum Neuen Testament II, Stuttgart 1935, 500.
món Pedro y arrastró –heilkysen– la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y,
aun siendo tantos, no se rompió la red (Jn 21, 6.10-11).
La Iglesia se somete y realiza la voluntad de Jesús. Echa la
red según su palabra. También puede decirse que echa «la red de la palabra de
Jesús». Recoge una enorme cantidad de peces, tantos que ya no pueden los
discípulos «arrastrar» –helkein–. La
función de la Iglesia no es conservarlos en sus propias redes, retenerlos en
sus dominios como si fuese ella el último destino de la salvación, sino
«atraerlos» –helkein– hacia Jesús. El
sigue pronunciando estas palabras: «Traedlos hasta mí».
No es la Iglesia con su poder quien redime, pero sí con su
trabajo apostólico quien coopera con el Señor. De sobra saben Pedro y sus
compañeros que pescar por la mañana es tarea abocada al fracaso, que es también
imposible capturar tanto peces –un ingente número de 153 –, y que asimismo resulta
imposible que la red no se rompa. Lo que no logra la capacidad humana, reducida
en su intento de buena voluntad a un torpe chasco o frustración, lo puede el
Señor.
Pero la Iglesia debe cumplir su palabra, ser en verdad
comunidad abierta, misionera: bregar con el solo propósito de atraer hacia
Jesús. Para que toda la humanidad, representada en esa enorme cantidad de peces
–se contempla la misión universal de la Iglesia– sea arrastrada hacia el Señor.
Sólo entonces Jesús, contando con la leal colaboración de la Iglesia, se
convertirá en el centro de atracción de la humanidad y seguirá proclamando
eficazmente su palabra salvadora: «Atraeré –helkyso–
a todos hacia mí» (Jn 12,32).
Así, la
palabra de Jesús, que un día habló a san Francisco en aquella desvencijada
iglesia de San Damián (Francisco, repara
mi casa que, como ves, está en ruinas), sigue resonando hoy para todos los
cristianos, para quienes contemplamos con fe este icono, a fin de colaborar
fielmente y reconstruir con nuestra fe que se explicita en la caridad y nuestro
empeño evangelizador, esta inmensa casa de Dios que es la iglesia.
LOS ESCRITOS JOÁNICOS
1. EL EVANGELIO DE JUAN
“CORPUS IOHANNICUM”
Bajo este nombre se agrupan cinco obras atribuidas a un autor de nombre JUAN:
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El evangelio
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Tres cartas
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El Apocalipsis
La tradición ha considerado que todos estos textos fueron
escritos por la misma persona. Pero hoy se suele analizar la situación con
mayor cautela: salvo el Apocalipsis,
donde el autor se presenta como “Juan”,
ninguna de las demás obras hace referencia a un personaje con ese nombre:
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Tanto el 4to. Evangelio
como la 1Jn son anónimas.
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Y en 2 y 3Jn el autor se auto-presenta simplemente como “el presbítero”.
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EL “PROBLEMA JOÁNICO”
Cuando –en los siglos XVIII y XIX– la investigación
histórica comenzó a examinar críticamente los evangelios como fuentes para la reconstrucción de la vida de
Jesús, se puso de relieve la notable diferencia entre los datos aportados
por Juan y los aportados por los sinópticos. Esta diferencia dio pie
a la pregunta sobre cuál de ellos tendría más valor como fuente histórica.
En un primer momento, la cuestión se planteó por el lado del
autor: si el responsable de la
composición del 4º Ev. era Juan, el hijo de Zebedeo, el libro debía
considerarse como un relato de un testigo presencial, seguro y auténtico. Pero,
según la tradición, Mateo también era
un testigo presencial, seguro y auténtico. Así, la cuestión comenzó a
transformarse en una verdadera dificultad, dificultad que se debatió, durante
gran parte de los siglos XIX y XX bajo el nombre de “problema joánico”.
Este “problema” consiste pues, en tratar de encontrar una explicación a
las notables diferencias que existen entre Juan y los sinópticos.
Los sinópticos –cada
uno desde su óptica peculiar, por cierto– narran prácticamente los mismos hechos y transmiten los mismos dichos de Jesús. Es decir, representan
una misma tradición, se pueden detectar fuentes comunes. Juan, en cambio, y si bien también describe el camino de Jesús
desde los comienzos hasta la crucifixión, salvo en contadas excepciones no ofrece paralelos para la mayoría de las
secciones sinópticas.
Veamos algunos ejemplos:
•
Las narraciones de milagros
Sólo coincide, y no mucho, en el relato de la multiplicación de los panes y la caminata de Jesús sobre las aguas (Jn
6); tal vez, en el relato de la curación
del “hijo” del funcionario (Jn 4, 46s; cf. Mt 8, 5s y Lc 7, 1s).
•
El relato de la “institución de la
Eucaristía”
En Jn no aparece; en su lugar, hay una larguísima reflexión
acerca de comer su carne y beber su sangre en el c. 6.
•
En los casos en que se percibe cierto
paralelo, los episodios aparecen en distintos contextos:
P.ej. La purificación del Templo
En Jn aparece al
comienzo (2, 3ss). En los sinópticos, al final (Mc 11, 15//).
•
El Jesús de Juan
Se expresa de manera
diferente, se mueve por lugares diferentes, hace cosas diferentes, enseña cosas
diferentes.
A continuación, proponemos un
inventario más exhaustivo y ordenado de las diferencias entre Juan y los
sinópticos. Dividiremos la cuestión en tres grupos de temáticas:
DATOS DE TIPO
“BIOGRÁFICO”
Movimientos de Jesús: ¿cuántas veces va Jesús a Jerusalén?
Sinóp.: Sólo una
vez, al final de su vida.
Juan: Por lo menos cuatro veces, con
ocasión de las “fiestas religiosas”
de Israel (Pascua y Tabernáculos; Jn
2,13; 5,1; 7,10; 12,12; cf. Jn 10,22: una fiesta de la Dedicación).
Fecha de la muerte de Jesús: ¿muere después de comer la Pascua o antes de
la Pascua?
Sinópt.: Jesús celebra con sus
discípulos al comienzo (= atardecer) del 15
de Nisán, la fiesta de la Pascua: Mc 14, 12 //, especialmente, cf. Lc
22, 7-12.15.
La última cena es aquí una comida pascual.
Juan: Jesús muere al mediodía del día
anterior a la Pascua, es decir, el 14 de
Nisán, el día de “la preparación”,
en el momento que, en el Templo, se sacrificaban los corderos: Jn 18, 28; 19, 14;
19, 31.
La “última cena” es una comida de despedida, que no coincide con la
cena de Pascua.
Relación con el ministerio de Juan Bautista:
¿coinciden en algún momento sus ministerios?
Sinópt.: Jesús comienza su actividad después que
Juan es encerrado: Mc 1, 14 //.
Juan: Jesús y Juan Bautista actúan por un tiempo
uno junto a otro: Jn 3, 22-24.
VOCABULARIO,
ESTILO Y CONTENIDO DE LA
PREDICACIÓN DE JESÚS
El contenido de la predicación de Jesús:
Sinópt.: Tienen temas fundamentales, como son “el reino” y las enseñanzas acerca del comportamiento del cristiano.
(Sermón de la montaña, disputas
acerca de cuestiones legales, exhortación a la vigilancia, a estar preparados,
a seguir a Jesús en el camino de la cruz).
Juan:
Salvo una breve alusión en 3, 3.5,
Jesús no habla de reino; en este
evangelio, Jesús habla fundamentalmente de sí mismo (p.e. discursos de “auto
presentación”: Yo soy...).
Tampoco hay indicaciones de tipo
moral (salvo el “mandamiento del amor”),
sino una constante invitación a creer.
El vocabulario de Jesús:
En Juan: Jesús nunca
enseña en parábolas.
Nunca aparece la palabra milagro.
El estilo de expresión de Jesús:
No son las frases cortas y de densidad significativa, que se
dejan percibir incluso en los discursos
sinópticos más largos y elaborados, como, por ej., Mc 13 o Mt 5-7, sino que
en Jn, Jesús se explaya largamente,
en un tono de tipo meditativo y con un avance lento del pensar, explotando al
máximo los símbolos; usa también palabras e imágenes distintas:
...
el que no nazca de lo alto no puede ver
el Reino de Dios (Jn 3, 3.5).
Yo soy el pan de vida (Jn 6,
35) Yo soy la luz del mundo (Jn 8, 12)
Cuando hay diálogos,
no suelen ser breves discusiones sobre algún punto en concreto, sino que Jesús
se discurre en un plano distinto al de su interlocutor, en otro nivel,
provocando los “malentendidos”, tan
típicos en este evangelio:
Jn 2, 20: 46 años se han tardado en construir este Santuario ¿y
tú lo vas a reconstruir en tres días?
Jn 4, 11: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo;
¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? Jn 8, 57: ¿Aún no
tienes 50 años y has visto a Abrahán?
CARACTERÍSTICAS DEL ESTILO DEL EVJN
a) El mal entendido joánico
Es un
recurso literario utilizado frecuentemente: se afirma una cosa pero hay que
entender otra. En efecto, con frecuencia los interlocutores de Jesús lo
entienden mal y esto da ocasión a una nueva explicación para aclarar el asunto
o para dejarle al lector la posibilidad de hacerlo con su propia reflexión.
Damos algunos ejemplos. En Jn 2,19-21 Jesús habla de destruir y reconstruir el
templo y los judíos piensan en el templo de Jerusalén, en realidad él habla de
su cuerpo; en 3,3-5 Jesús habla de volver a nacer y Nicodemo piensa en entrar
otra vez en el vientre materno, el Señor se refería al nacimiento por obra del
Espíritu; en 4,10-15 habla de un agua viva que la samaritana identifica con el
agua material, en realidad él quiere indicar el don de su palabra y del
Espíritu; en 4,31-34 Jesús habla de un alimento que los discípulos no conocen y
ellos piensan que alguien le ha traído de comer, en realidad Jesús está
refiriéndose a hacer la voluntad del Padre; en 6,51-52 habla de dar a comer su
carne y los judíos piensan en la carne material, en realidad Jesús habla de la
comunión con su persona; en 8,51-53 afirma que quien pone en práctica su
palabra no morirá, los judíos piensan en la muerte física, en cambio Jesús se
refiere a la muerte en sentido espiritual; en 8,56-58 Jesús dice que Abraham se
alegró al verlo y los judíos lo juzgan ilógico pues Jesús no tenía ni siquiera
cincuenta años, ciertamente Jesús hacía referencia su condición divina y
eterna. Otros ejemplos similares pueden verse en Jn 12,32-34; 11,23-25;
13,36-38; 14,7-9, etc. b) La ironía
joánica
Este es un artificio literario
que tiene como objeto llevar a una comprensión más profunda de la verdad de
Jesús desenmascarando las falsificaciones de la fe. La ironía joánica,
frecuente sobre todo en labios de Jesús, va acompañada de ternura, de
hostilidad, de estupor, de sufrimiento, de drama, etc. Damos algunos ejemplos.
En 1,38 Jesús se da media vuelta y pregunta a dos discípulos de Juan que lo van
siguiendo: “y ustedes, ¿qué buscan?”; en 1,50 con tono irónico Jesús le dice a
Natanael: ¿te basta para creer que te vi debajo de la higuera?”; en 3,10, ante
la incomprensión de Nicodemo, Jesús le dice: “¿tú eres maestro en Israel e
ignoras estas cosas?”; en 4,17-18 a la samaritana: “cierto, no tienes marido;
has tenido cinco y ése con el que ahora vives no es tu marido”; en 5,6 al
enfermo de la piscina Jesús le pregunta: “¿quieres quedar sano?”; en 10,31 a
los judíos que quieren apedrearle Jesús les recrimina con ironía: “he hecho
ante ustedes muchas obras buenas… ¿por cuál de ellas quieren apedrearme?”.
Otros ejemplos similares pueden verse en Jn 6,5; 11,11; 14,9; 18,19-23; 20,15;
etc.
c) Palabras en doble sentido
Los interlocutores de Jesús en
el cuarto evangelio frecuentemente lo entienden mal. Precisamente a través de
tantos malos entendidos Juan desea guiar al lector a la comprensión y a la
profundización del misterio. Hay una larga lista de vocabulario joánico que
posee “doble sentido” y que constituye la parte más característica y más
importante del lenguaje del evangelio de Juan. Por ejemplo: “comprender la luz”
— “sofocar la luz” (1,5), aquí el verbo griego katatambánein puede significar ambas cosas; “nacer de nuevo” —
“nacer de lo alto” (3,3.7), el adverbio griego ánöthen puede tener los dos significados; “el viento” — “el
Espíritu” (3,8): la palabra griega pneûma
posee los dos valores semánticos; “agua viva del pozo” — “agua viva de la
palabra de Jesús” (4,10.14 y 7,38); “noche” puede indicar tanto la noche en
sentido temporal como la noche en sentido espiritual (3,2; 9,4; 11,10; 13,30;
21,3); “sueño” — “muerte” (11,13); “morir por el pueblo” (11,50); “hasta el
extremo” (13,1), la expresión griega eis
télos puede indicar cualidad o temporalidad, es decir, “hasta el
extremos del amor” o “hasta el fin de su existencia”; “todo está cumplido”
(19,30) puede indicar tanto que Jesús ha cumplido siempre la voluntad del Padre
como el hecho de que con su muerte los hombres han cumplido, sin saberlo, el
plan de Dios; “entregó el espíritu” (19,30) puede significar que Jesús entregó
su vida al Padre y que en el momento de su muerte también entregó el Espíritu a
los creyentes (19,30).
d) El simbolismo
El símbolo fundamental del evangelio de Juan es Jesús. El es
el gran signo de la gloria del Padre. En efecto, el simbolismo joánico es
fuertemente teocéntrico; es decir, el fin de los símbolos joánicos no es Cristo
sino el Padre. Pero es Cristo quien se ofrece como luz, agua viva, pan de vida,
vid, camino, verdad, vida, etc. Todos estos son símbolos centrales en el
evangelio y de carácter universal, que se pueden proponer y ser comprendidos
por todo hombre, sin distinción de pueblo, raza, cultura. Son símbolos
arquetípicos de la vida humana en cualquier cultura o época. La simplicidad de
las imágenes y de las escenas elegidas por Juan es sorprendente. Las realidades
cotidianas constituyen a menudo el punto de partida de su lenguaje simbólico:
imágenes tomadas de la subsistencia de toda vida humana (agua, vino, pan,
peces, alimento...) o de los trabajos más comunes de su época (pesca, pastoreo,
siembra, recolección...). La misma existencia humana es una “parábola” que
sirve para expresar las grandes verdades de la fe: el nacimiento (1,13; 3,5-6);
el sufrimiento del parto y el gozo de dar a luz (16,21); la necesidad de una
casa permanente (14,2), etc. Juan utiliza también en forma simbólica los cinco
sentidos del hombre: la vista, que muchas veces indica la contemplación del
misterio, como cuando se dice que la comunidad “ha visto” la gloria de Dios en
Jesús (Jn 1,14) o que Juan “ha visto” bajar al Espíritu como paloma sobre Jesús
(Jn 1,32); el oír, como símbolo de la escucha de la palabra y de la apertura a
la fe: “los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y todos los que la oirán,
vivirán” (Jn 5,25); el tocar es expresión de la experiencia concreta sobre todo
a propósito del Señor Resucitado “tocado” por los suyos (cf. Jn 20,27); el
olfato aparece en relación con la unción del cuerpo de Jesús, tanto en Betania
(12,3) como en el sepulcro (19,39); el gustar es símbolo de la experiencia de
la salvación en el relato de Caná de Galilea donde por se gusta “el vino mejor”
de la era mesiánica (2,9-10). Algunos símbolos agrícola son utilizados para
expresar el crecimiento humano y el mismo misterio de la muerte de Jesús. En el
primer caso, la maduración en la fe se explica con la acción de los “cortes” y
“podas” a los que se somete un árbol para dar fruto (15,1ss); en el segundo, el
grano de trigo que cae en tierra y muere es signo elocuente del misterio de la
cruz (12,24).
ESTRUCTURA
Cf. L.H. RIVAS, Qué
es un Evangelio, Claretiana, 82-83.
TEOLOGÍA
CRISTOLOGÍA:
Jesús Hijo de Dios
Por
empezar, Juan emplea dos palabras
distintas para decir “hijo” de
Dios, de acuerdo a quién se esté refiriendo:
Cuando habla de los hombres, usa téknon2.
Además, los hombres “se hacen”, “llegan a ser hijos” (Jn 1,
12), es decir, no es algo que posean por naturaleza. Esto marca con
claridad la diferencia cualitativa de la filiación:
Jn 20, 17: Pero
vete donde mis hermanos y diles: Subo a
mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.
En la teología joánica, el
título “Hijo” apunta específicamente
a la divinidad de Jesús.
En otros párrafos del NT, en
general, el título ha de interpretarse en la línea del mesianismo real:
Hech
13,32-33: «También nosotros os
anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres 33 Dios
la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito
en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te
he engendrado hoy.
Rom 1,4: 1Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación,
escogido para el Evangelio de Dios, 2 que había ya prometido por
medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, 3 acerca de su
Hijo, nacido del linaje de David según la carne, 4 constituido Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre
los muertos, Jesucristo Señor nuestro...
Hech
2,30-32: 30Pero como él era profeta y sabía que Dios le había
asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, 31 vio
a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el
Hades ni su carne experimentó la
corrupción. 32 A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos
nosotros somos testigos.
Es, pues, una cristología que no tiene precedentes en los
sinópticos.
Esto
se ve confirmado por otros motivos teológicos:
(1) En
Juan se habla de preexistencia y de encarnación.
Jn 1,1-4: En el Principio existía la Palabra y la
Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el Principio con
Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En
ella estaba la vida...
Jn 1,14: Y la Palabra se hizo carne y puso su morada
entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como
Hijo único. lleno de gracia y verdad.
Jn 17,5: Ahora, Padre,
glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes de que el
mundo fuese.
(2) Abiertamente
Jesús dice que es uno con el Padre.
Jn 10,30: Yo y el Padre somos
uno (cf. Jn 17, 21.22)
(3) Los judíos entienden claramente el título y
la pretensión de Jesús como una blasfemia:
Jn 5, 18: Por eso los judíos trataban con mayor empeño
de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su
propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios.
Jn 10, 33: Le respondieron los judíos: “No queremos apedrearte por ninguna obra
buena, sino por una blasfemia y porque tu, siendo hombre, te haces a ti mismo
Dios.
Jn 18, 5-6: v4 Jesús, que sabía todo lo que le iba a
suceder, se adelanta y les pregunta: « ¿A quién buscáis? » 5 Le contestaron: «
A Jesús el Nazareno. » Díceles: « Yo soy. » Judas, el que le entregaba, estaba
también con ellos. 6 Cuando les dijo: « Yo soy », retrocedieron y cayeron en
tierra.
Jn 19, 7: Los judíos replicaron: “Nosotros tenemos una
Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios”
(4) Jesús
se auto-presenta solemnemente con la fórmula “Yo soy”, sea utilizada
en forma absoluta, sea con algún predicado.
Dada la frecuencia con que se emplea la fórmula en este
evangelio3, y las más de las veces en boca de Jesús4, no
cabe duda de que es una expresión perfectamente intencionada, de importancia
teológica y cargada de sentido.
¿Qué idea subyace a esta expresión? ¿de dónde procede?
La fórmula apunta sin duda a la expresión de
autoafirmación divina ’ànî hû’
(especialmente en el DtIs: Is 45, 5.6.18.21.22;
46, 9), que los LXX traducen como egó eimi. El uso del egó eimi en los LXX (así como el )ànî hû)hebreo) nos permite vislumbrar
que la fórmula no sólo se entendía como una afirmación de la unicidad y la
existencia divinas sino también como un
nombre de Dios5.
2
Jn 1,12: Pero a todos los que la recibieron les dio
poder de hacerse hijos de Dios. 11,
52: como era Sumo Sacerdote,
profetizó que Jesús iba a morir por la nación –y no sólo por la nación, sino
también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Esto
se ve especialmente en las cartas: 1 Jn 3,1.2.10; 1 Jn 5,2.
3
5 veces en Mt, 3 veces en Mc; 4 veces en Lc y 29 veces en Juan.
4
1 vez en Mt,
2 veces en Mc; 2 veces en Lc, 26
veces en Jn. Además, el empleo en Jn, es muy peculiar:
En siete metáforas: pan (6,
35.41.48.51); luz del mundo (8, 12;
cf. 9, 5); puerta (de las ovejas)
(10, 7.9); buen pastor (10, 11.14); la resurrección y la vida (11, 25); camino, verdad y vida (14, 6); vid verdadera (15, 1.5). Todas estas
metáforas están en relación con la Vida
(zoé) que es Jesús y que comunica a los creyentes.
Encontramos un empleo absoluto de la fórmula, es decir,
sin predicados: 6, 20; 8, 24.28.58; 13, 19; 18, 5.6.8.
Hay pasajes en los que la fórmula no
aparece de un modo tan "puro", es decir que, lingüística y
formalmente no se trata de la misma fórmula pero, desde el punto de vista
teológico, tienen idéntico alcance: 4,
26; 8, 18.23.
Emparentada con esta fórmula está la
expresión "donde yo estoy",
cuando con ella se indica la meta celeste: 7, 34.36; 12, 26;
14, 3; 17, 24.
5
Por ejemplo:
Is 45, 18: yhwh LXX traduce por: egó
eimi.
Is 43, 25: yo, yo soy el que
borra tus pecados por:
yo soy “yo soy” el que borra tus
pecados.
El Jesús joánico,
pues, se presenta de la misma forma como lo hace Yahvé en el DtIs.
Habida cuenta del tono exclusivo que la fórmula de revelación del AT tiene en boca de Yahvé,
no puede caber duda de que, al aplicársela a Jesús, se le atribuía a éste una
dignidad inaudita para los oídos judíos. Ya recordamos como en el judaísmo
tardío, el “yo soy” se utilizaba como
nombre divino. Las sentencias egó eimi,
pues, están por completo al servicio de la cristología y el discurso salvífico
propio de Juan6.
SOTERIOLOGÍA:
el valor redentor de la cruz
Sinópt.: Se pone claramente de relieve
el valor redentor del misterio pascual, de su muerte y su resurrección. Se
enseña que eso es necesario: Mc 8, 31
// Lc 24, 26.
Juan: Puede dar
la impresión de que la salvación se da independientemente de la muerte de Jesús:
Jn 3,16: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 3, 36: El que cree en el
Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida...
Jn 5,24: En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me
ha enviado, tiene vida eterna...
Jn 8,51: En verdad, en verdad os digo: si alguno
guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás.
Jn 17,3: Esta es la Vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y al que tu has enviado, Jesucristo. ¿Y LA CRUZ? se entiende más bien como victoria, como
retorno glorioso al Padre.
LOS “SACRAMENTOS”
En Juan aparece mucho más fuerte el tema de
los sacramentos, en especial, los sacramentos de “iniciación”, destacando como la vida de Dios se comunica,
se hace presente a través de elementos materiales significativos:
AGUA
Nacer
del agua: Jn 3, 5: el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios
Agua/vino: Jn 2,1-11
Agua viva: Jn 4,5-15; 7, 37-38
El lavatorio de los pies: Jn
13, 1-10: Si no te lavo, no tienes
parte conmigo.
Sangre/agua: Jn 19,34: uno de los soldados le
atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.
PAN
Jn 6, 31-52
COMER
MI CARNE Y BEBER MI SANGRE Jn 6, 53-60
Al comenzar, pues, al leer críticamente esta obra, se descubrió que
presentaba a un Jesús:
Que
habla diferente, que enseña cosas distintas
Que se mueve por otros
lugares
Que
protagoniza otros episodios
Como si fuera un personaje diferente del que describen los
sinópticos, que lo único que tiene en común es el nombre.
¿De dónde salen estas tradiciones diferentes? ¿Quién pudo
haber escrito esto?
Si representa una fuente distinta de información, ¿qué valor
histórico tiene la información transmitida por este evangelio?
Si las doctrinas son considerablemente distintas, ¿qué
influencias pudo haber recibido de las diversas corrientes de pensamiento que
circulaban por la época?
¿Por qué se lo incluyó en el canon si representa una
tradición desconocida?
LA CUESTIÓN
DEL AUTOR DEL EVANGELIO
Is 51, 12 yo, yo
soy tu consolador por:
yo soy “yo soy” que te conforta.
Is 52, 6 Mi pueblo
conocerá mi nombre en aquél día y
comprenderán que yo soy el que dice:
"Aquí estoy" por: ... y
comprenderán que “ egó eimi” es el
que habla.
Hay algunos pasajes rabínicos que prueban que, en el
siglo II, este pasaje de Isaías se
entendía en el sentido de que "en
aquél día sabrán que ’ànî hû’ les habla". Es decir que no solo la fórmula griega egó
eimi sino también la hebrea ’ànî hû’ se utilizaban como nombres divinos.
6 También hay tres pasajes en los sinópticos en
que se usa el "yo soy" de
un modo similar al de Juan:
• Mc 14, 62 // Lc 22, 70, cuando el
sumo sacerdote pregunta a Jesús si él es el Mesías, el hijo del Bendito, Jesús
contesta: egó eimi. Estas palabras provocan inmediatamente la acusación de
blasfemia.
• Mt 14, 27 (Mc 6, 50): en el pasaje mateano de
la caminata de Jesús por sobre las aguas, tras la frase de Jesús, hay una
profesión de fe de los discípulos (Mt 14,33), lo cual demuestra que Mateo da a
las palabras de Jesús un alcance mayor.
Frente a todo esto, algunos
autores del siglo XIX comenzaron a poner seriamente en duda que este evangelio
fuera obra del apóstol Juan. Así,
comenzaron a revisarse los datos de la tradición:
En
primer lugar, se puso en evidencia que la atribución del evangelio al apóstol
Juan era tardía:
Fue San Ireneo
quién identificó al autor del evangelio con el discípulo amado, y a éste con el
apóstol Juan hijo de Zebedeo.
Finalmente,
Juan, el discípulo del Señor, el que se había reclinado sobre su pecho, también
él publicó un evangelio,
mientras moraba en Éfeso de Asia.
(HE V, 8, 4 = Adv. Haer III, 1,1).
Que la expresión “discípulo del Señor” se refiere al
“hijo de Zebedeo” se desprende del hecho que en Adv. Haer. I, 1, 19 cita Jn 1,14 con la fórmula “el apóstol dijo: ...”.
¿Por
qué San Ireneo defendió esa posición?
Porque en algunos medios eclesiásticos comenzaba a
manifestarse un repudio hacia esta obra, dado el uso que hacían de ella algunos círculos gnósticos[2]
y, en especial, la peligrosa secta de los montanistas[3].
Es sabido que los montanistas se apoyaban especialmente
en el Apocalipsis, por lo cual ese
libro debió luchar siglos enteros por su reconocimiento canónico en oriente.
Ahora bien, el recurso de los montanistas a la
doctrina joánica del Espíritu (el “Paráclito”), hizo levantar sospechas
sobre el evangelio. Sabemos, por diferentes fuentes de información, que algunos
cristianos, por esta razón, impugnaron la autenticidad de los escritos
joánicos, en especial, el Apocalipsis:
Según el testimonio de Ireneo hubo “antimontanistas”, aparentemente dentro del ámbito de la Iglesia,
que llegaron a rechazar no sólo el Apocalipsis sino también el evJn:
Hay otros que para suprimir el don del Espíritu, no
admiten esta forma de evangelio que es según Juan, donde el Señor prometió el
envío del Paráclito (Adv Haer III, 1, 9).
IRENEO dice que se trata de gentes “desgraciadas” que así recusan a la Iglesia misma el
espíritu profético (Adv. Haer. III, 11,
12), Ireneo sólo los nombra de pasada, en la defensa del canon de los 4
evangelios, y parece que estos personajes no alcanzaron mayor influjo.
Por otras fuentes, especialmente por
fragmentos de un escrito de Hipólito
Romano, nos enteramos que en Roma, bajo el
Papa Ceferino (199-217) un hombre docto, por nombre GAYO,
rechazaba juntamente con el Apocalipsis
también al EvJn, e, incluso, lo
atribuía al hereje doceta Cerinto,
con lo cual afirmaba a la vez, el carácter gnóstico del 4to. evangelio. Al
desvalorizar y reprobar al EvJn, GAYO
buscaba sin duda arrancar de las manos un arma a los montanistas.
Finalmente, San Epifanio (Panarion 51) nos informa de un grupo, calificado
por él como los “ALOGOS”, que rechazaban el evangelio y lo atribuían al
hereje Cerinto, pero que por lo
demás, pensaban como los católicos.
La expresión acuñada por Epifanio es bivalente (“álogos” = “negadores del logos” y
“a-lógicos” o irracionales”) quiere indicar sin duda la negación del EvJn, que
recurre a ese título cristológico, aunque sin designarlos como herejes
cristianos.
¿Cuáles
son , entonces, los datos que tenemos de este evangelio antes de San Ireneo?
Las
controversias romanas con Cayo y los alogos indican que la tesis del
origen apostólico del 4to. evangelio no estaba aún consolidada hacia fines del
s. II. Lo cual es un indicio de que no era una tradición antigua.
El Canon de Muratori: también de fines
del siglo II, ofrece una descripción del origen del evangelio en las líneas
16-26:
El cuarto
evangelio es de Juan, uno de los
discípulos. Rogado por sus condiscípulos y obispos, dijo: “ayunad conmigo
tres días a partir de hoy, y que cada uno de nosotros refiera a los demás lo
que le fue revelado”. Aquella misma noche le fue revelado a Andrés, uno de los
apóstoles, que, de conformidad con todos, Juan escribiera en su nombre. Y así,
aunque parezca que se enseñan cosas distintas en los distintos evangelios, no
es diferente la fe de los fieles, ya que por el mismo y principal Espíritu ha
sido inspirado lo que en todos se contiene sobre el nacimiento, pasión y
resurrección (de Cristo), así como su permanencia con los discípulos y sobre su
doble venida, despreciada y humilde la primera, que ya tuvo lugar, y gloriosa y
con regia potestad la segunda, que ha de suceder. ¿Que tiene pues de extraño
que Juan tan frecuentemente afirme cada cosa en sus epístolas diciendo a este
respecto: “lo que vimos con nuestros ojos y oímos con nuestros oídos y nuestras
manos tocaron, esto os escribimos. Con lo cual se profesa a la vez no solo
testigo de vista y oído, sino escritor de todas las maravillas del Señor.
¿Qué valor tiene este testimonio?
En primer lugar, designa a Juan no como apóstol sino como “uno de los discípulos”, mientras que a Andrés si lo caracteriza como uno de los
apóstoles.
Además, mas allá de que el dato sea o
no legendario, se percibe que está buscando de defender la apostolicidad del
escrito, probablemente ante una minusvaloración del mismo, y, para hacerlo,
recurre a la autoridad apostólica de Andrés.
Luego, es otro testimonio que
nos deja entrever que la tesis del origen apostólico no estaba aun consolidada.
Polícrates
de Éfeso, un obispo de fines del s. II, atestigua la existencia de un Juan
de Éfeso, al que identifica con el discípulo amado, y que no identifica como
uno de los doce:
HE III, 31,
3 Porque
también en Asia reposan grandes luminarias, ... Entre ellos, Felipe, uno de los
doce apóstoles, que reposa en Hierápolis, con dos hijas suyas ...; y además,
está Juan, el que se recostó sobre el pecho del Señor y que fue sacerdote
portador del pétalon[4], mártir y maestro.
¿Qué valor tiene este testimonio?
En primer
lugar, identifica a un famoso Juan
enterrado en Éfeso[5] con el
discípulo que se recostó sobre el pecho del Señor.
Lo caracteriza como sacerdote, lo cual armoniza con Jn 18, 15 y con el conocimiento y la
predilección del 4to. evangelio por el Templo y la liturgia.
No cuenta a
este Juan, lo mismo que a Felipe, entre los doce.
Evidentemente, todo apunta a hacer pensar que, durante el
siglo II, no hay indicios sólidos para pensar que esta obra era atribuida al apóstol Juan. El primer testimonio
explícito de la identificación del autor como el apóstol Juan es el de SAN IRENEO, y, a partir de él, toda la tradición se
hace eco de este dato.
¿Por qué identificó San Ireneo
al autor de este evangelio con el apóstol Juan.
IRENEO buscaba
defender la “apostolicidad” de la
obra, y, con ello, su inclusión en el
canon. Las diferencias y las particularidades que se observan, no la hacen
una obra inherentemente herética, sino que se trata de un desarrollo legítimo
de la fe apostólica, y, en cuanto tal, tiene un lugar en el canon, como bien
defendió Ireneo y como reconoció
finalmente la Iglesia, más allá de que pueda o no identificarse exactamente a
su autor.
DESTINATARIOS. FECHA Y LUGAR
DE COMPOSICIÓN
En base a estos cuestionamientos –aunque el tema es aún
debatido– señalamos que algunos investigadores se inclinan a pensar que el
evangelio está vinculado a un grupo reunido entorno a un discípulo del Señor, no perteneciente al grupo de los 12,
familiarizado con Jerusalén y con la liturgia judía. El grupo incluía
helenistas, seguidores de Juan Bautista, judíos y samaritanos.
En este grupo se desarrolló una tradición que evolucionó con
bastante independencia respecto de las otras tradiciones del cristianismo
naciente (corriente paulina, sinóptica, judeocristiana, ...). Se expresaron con
un vocabulario propio, y desarrollaron su teología peculiar, que creció un
tanto aislada de la tradición sinóptica.
La tradición suele indicar una fecha tardía para la redacción final de
la obra:
O los últimos años de Domiciano (81-96).
O
los primeros años de Trajano (98-117).
También la tradición piensa que
el lugar de origen de este evangelio
es Éfeso.
TEMAS
PRINCIPALES
Uno de los lugares claves para detectar los temas
principales de la teología joánica es Jn
20, 30-31:
v30 Jesús realizó
en presencia de los discípulos otras muchas señales (sëmeîa) que no están escritas en este libro. v31
Estas han sido escritas para que creáis que (hína pisteúete hóti) Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (ho
hyiós toû theoû), y para que creyendo tengáis
vida (zoën) en su nombre.(
Cf. 1 Jn 5, 3).
SIGNOS (o: “señales”)
En este evangelio no se utiliza el vocablo “milagro” (dnamis) para referirse a los “actos portentosos” de Jesús, sino que
prefiere hablar de “signos” o “señales” (sëmeîon), o, también, de “obras”[6].
¿Hay alguna diferencia entre obras y signos? “Signos” sólo los realiza Jesús, durante su ministerio público. Los
discípulos sólo pueden hacer “obras”:
Jn 14,12 “En verdad, en verdad os digo, el que crea
en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy
al Padre”.
El vocablo busca expresar la finalidad específica de los
mismos: mostrar, hacer “ver”. Como
que no interesa tanto lo que Jesús hace, sino lo que significa lo que hace. Los “signos” tienen una alta carga de revelación, un fuerte contenido
cristológico, buscan manifestar la gloria de
Jesús y suscitar la fe. Cf. por ejemplo, Jn 2, 11 o Jn 11, 4; cf. Jn 12, 37.
Se comienza numerando las “señales”: 2, 11; 4, 54, y, en
total, aunque realizó “muchas señales”
(Jn 11, 47; 20, 30), se narrarán 7.
CREER (“fe”)
A lo largo de la obra, se reconoce la extraordinaria
importancia que el evangelista concede al acto de “creer”, no sólo por la
frecuencia del verbo “creer” (pisteúein; 98 veces en Juan, frente a 11
en Mt, 14 en Mc y 9 en Lc) sino también, en algunos casos, por la peculiar
utilización de una construcción, que, desde el punto de vista gramatical, es,
por lo menos, anormal:
Pistéuein eis + acusativo (el acusativo indica una
persona, término de la acción).
Esta expresión no se encuentra
ni en la literatura griega anterior a Juan ni en los Lxx.
En este evangelio aparece 36
veces (mientras que en el resto del NT sólo aparece 8 veces).
Lo interesante es que en todos
los textos (salvo dos que aluden a Dios) la expresión tiene por objeto a Jesús.
Pero
la fe joánica no está ligada a títulos “mesiánicos” sino que se refiere
a la persona de Jesús de Nazaret.
eis + acusativo indica movimiento, dinamismo, dirección hacia: Juan concibe de modo dinámico la relación sujeto-objeto, y lo
expresa, frecuentemente, con esta construcción, que, literalmente, podría
verterse como “creer hacia”,
expresión gramaticalmente incorrecta en castellano, pero más adecuada que la
(correcta pero más estática que dinámica) “creer
en”. Se busca indicar la actividad del sujeto en relación con un término
personal, es decir, “creer” es un movimiento hacia alguien, lanzarse sobre alguien
para apoyarse, para afirmarse ahí (cf. Is
7, 9).
Esto se ve con mayor claridad en Jn 6,35, donde aparece, en paralelo con la expresión “creer en mí”, “venir a mí”12:
Jn 6,35 Les dijo Jesús: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed (cf. 6,36-37).
Cf. Jn 5,40 y
vosotros no queréis venir a mí para
tener vida13.
Cf. Jn 7,37-38:
El último día de la fiesta, el más
solemne, Jesús puesto en pie, gritó: «Si
alguno tiene sed, venga a mí, y beba v.38 el que crea en mí», como dice la
Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva.
Esto permite entender también porque en Juan no se emplea nunca el
sustantivo fe (“pistis”), más
indicado para expresar “posesión”, “estado” en el sujeto que dinamismo
sujeto/ objeto. Los LXX emplean el verbo para traducir formas verbales de la
raíz áman,
que indica lo que es “firme”, “seguro” (de
donde viene el vocablo “amén” = cierto,
seguro, tan frecuentemente utilizado por el Jesús joánico).
Mediante este “creer”, se recibe la VIDA: Jn 3, 16; 5, 24; 6, 54.
VIDA
Es un concepto salvífico fundamental de este evangelio. Pero
el evangelista distingue cuidadosamente entre la cualidad de la vida divina, que es el bien salvífico
que viene a traer Cristo, y la vida
humana, que todos poseemos por naturaleza, sujeta a la muerte. Para
manifestar esta diferencia cualitativa fundamental, el evangelista emplea dos
vocablos distintos para designar estos dos tipos de “vida”:
psyjÑ
Se refiere a la vida humana,
natural, terrena. Es la vida que el hombre posee por naturaleza, sujeta a la
muerte, limitada. Por tener psyjÑ, Jesús –el buen pastor– puede ofrecer su psyjÑ por las ovejas
Jn 10,11 Yo
soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas.
Jn 10,15 como
me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
Jn 10,17 Por
eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo.
Jn 10,18 Nadie me la quita; yo
la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de
nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».
También Pedro ofrece su psyjÑ.
SIGNOS en el sentido que expresan
realidades que remiten al misterio.
OBRAS en cuanto se insertan en la
corriente de la actividad del Padre (La
obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado; Jn 6,29), como obras comunes al Padre y al Hijo. El Padre le da al
Hijo para que las realice: 5,36; 14,10.11; 17,4.
12
También se usa en paralelo con "comer" y "beber", a partir de 6, 52.
13 Cf. Jn 6,44-45 «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo
le resucitaré el último día. v.45 Está escrito en los profetas: Serán todos
enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. Cf.
Jn 6,65 Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo
concede el Padre».
Jn 13,37-38 Pedro le dice:
«¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». v.38 Le responde
Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el
gallo antes que tú me hayas negado tres veces».
No hay mayor amor que dar la psyjÑ por sus amigos:
Jn 15,13 Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
Todo discípulo ha de estar dispuesto a arriesgar su vida en
medio de un mundo hostil. El que ama su psyjÑ, la pierde, debe abrirse al don de
la verdadera vida, la zöÑ.
Jn 12, 25 El que ama su vida, la pierde; el que odia
su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna.
Jesús entrega su psyjÑ
por los hombres. Pero su misión es comunicar zöÑ.
zöÑ
Es la Vida por antonomasia, la Vida de Dios, lo que le es
propio como Viviente. Una vida plena, perfecta, ilimitada, “eterna”, no sujeta a la muerte. Desde el comienzo, el evangelio
afirma la vinculación esencial entre Palabra
y Vida:
Jn 1, 4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, El
Hijo tiene la zöÑ
Jn 5,25 Así como el
Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí
mismo El Hijo es la zöÑ
Jn 14,6 Le
dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por
mí.
y su misión es comunicar zöÑ a los hombres
Jn 10, 10 Yo he venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia. (cf. 10, 28)..28 Yo
les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.
Jn 17,2 Y que según el poder que le has dado sobre
toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado.
Jn 5,39-40 Vosotros
investigáis las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son
las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida.
ya, por la fe[7]. No
se da como promesa para el futuro, sino una realidad presente para el que cree:
Jn 3,14-16 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así
tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga por él vida
eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que
tenga vida eterna.
Jn 3, 36 El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el
que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida
Jn 5, 24 En verdad, en verdad
os digo: el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida
eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
Jn 6, 47 En verdad, en verdad os digo: el que cree,
tiene vida eterna.
Jn 11,25-26 Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección
y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; v.26 y todo el que vive y
cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
La vida
definitiva es aquella que, por su calidad, supera a la muerte física.
Así afirma Jesús que quien
escuche su palabra no verá la muerte jamás. El estado de muerte es propio de
aquel que se encuentra fuera de la esfera de Dios. Al hacer suyo el mensaje de
Jesús, el creyente pasa de la muerte a la vida ...
LA COMUNIDAD
JOÁNICA Y SU PROBLEMÁTICA
Por su comprensión tan peculiar
del misterio de Cristo, muchas afirmaciones de este evangelio, tomadas
aisladas, podían llevar a interpretaciones erróneas de la figura y la obra del
Señor. Así, pronto fue necesario tomar posturas claras respecto de ciertas
cuestiones teológicas fundamentales, para precisar y matizar el alcance de las
afirmaciones de este evangelio. Por
ejemplo:
La DIVINIDAD de Jesús es enseñada con mucha claridad.
Pero, ¿y la HUMANIDAD?,
¿no puede quedar en la penumbra?
¿No se corre peligro de reducir la FE a
una gnosis? ¿no se corre peligro de
pensar que CRISTO REDIME POR LO QUE REVELÓ, por su conocimiento y no por su vida y su muerte en cruz?
Además, si por la FE se obtienen ya todos los bienes
salvíficos:
¿No queda nada pendiente para el
futuro? (escatología “presente”).
Si la cruz es un
retorno al padre, una exaltación:
¿No queda un tanto silenciado el
valor sacrificial de su acto
redentor?
Si ya, por la FE, tenemos todos
los bienes salvíficos, la vida misma de Dios:
¿Puedo tener aún PECADO?
¿Para qué molestarnos por los mandamientos, por el AMOR AL
HERMANO?
( =/= “amor al prójimo”; se trata de “amor fraterno”, es decir, de “comunidad”)
2. LAS CARTAS DE JUAN
1 Jn se encargará de poner en claro todos estos puntos, dando algo
así como la clave correcta de lectura del evangelio. Pero comencemos teniendo en cuenta algunos datos:
|
Por
empezar, la “carta” es anónima. El
autor nunca dice su nombre, ni firma. Se parece más a un pequeño tratado que
a una verdadera carta.
|
|
El interés dominante es el
reforzar a los lectores contra un grupo
que está haciendo la labor del demonio
y del anticristo:
1Jn 2,18: Hijos
míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues
bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es
ya la última hora.
1Jn 4,1-6: Queridos, no os fiéis de cualquier
espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos
profetas han salido al mundo. v.2 Podréis conocer en esto el espíritu de
Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios;
v.3 y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del
Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el
mundo.
|
|
El autor de 1Jn,
en una clara y fuerte polémica, les dedica epítetos que en el EvJn se aplican a los “judíos”:
Hijos del diablo: 1Jn 3,8.10; cf.
Jn 8,44.
Los que realizan el pecado «escatológico»: 1Jn 3,4-5 (la
«iniquidad»: 1Jn 5,17); cf. Jn 8,34 Mentirosos: 1Jn 2,4; cf. Jn 8,44.
Asesinos: 1Jn 3,15; cf. Jn 8,44.
Son del mundo: 1Jn 4,5 Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los
escucha.
Y otros no tan duros:
Falsos profetas: 1Jn 4,1.
Seductores: 2Jn 1,7; cf. 1Jn 1,8;
2,26; 3,7.
Son como Caín, que siendo maligno mató a su
hermano: 1Jn 3,12 No hay que rogar por
ellos
1Jn 5,16-17 Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida
y le dará vida –a los que cometan pecados que no son de muerte pues hay un
pecado que es de muerte, por el cual no digo que pida–. v.17 Toda iniquidad
es pecado, pero hay pecado que no es de muerte.
Ni saludarlos ni menos aún recibirlos en casa.
2Jn 1,10-11 Si alguno viene a vosotros y no es portador de esta doctrina, no le
recibáis en casa ni le saludéis, v.11 pues el que le saluda se hace solidario
de sus malas obras.
|
|
El grupo ha
pertenecido a la comunidad joánica, y parece que la división ha tenido lugar
hace poco tiempo
1Jn 2,19: Salieron de entre nosotros; pero no eran de los nuestros. Si hubiesen
sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para
poner de manifiesto que no todos son de los nuestros.
|
|
Buscan conseguir adictos. El
autor les recuerda a los destinatarios que han recibido el Espíritu, y que
nadie los puede engañar.
1Jn 2,26 Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. v.27 Y en
cuanto a vosotros, la unción que de El habéis recibido permanece en vosotros
y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de
todas las cosas –y es verdadera y no mentirosa– según os enseñó, permaneced
en él.
1Jn 4,1 Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los
espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo.
|
|
Los errores que combate el autor de 1 Jn son tanto cristológicos como “éticos”:
|
El autor de 1 Jn insiste en la
realidad de la carne humana de Cristo; los adversarios no confiesan a Jesús:
1Jn 4,2-3: Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo
espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; v.3 y todo
espíritu que no confiesa a Jesús[9], no es de Dios; ese es el del Anticristo. El cual
habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo.
2Jn 1,7 Muchos seductores han salido al mundo, que
no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el
Anticristo.
Los adversarios, ¿habrían creído
haber logrado una relación fuerte y estable con Dios, y el papel de Jesús en
ese logro no les interesaba? De todos modos, hay una clara y explícita voluntad
por parte del autor de 1Jn de afirmar sin ambigüedades la realidad humana de
Jesús, frente a quienes parecen negarla.
Es de notar que en 1Jn el sujeto de las confesiones de fe es
siempre JESÚS:
1Jn 2,22 ¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el
Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo.
1Jn 4,15 Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.
Las primeras confesiones
cristianas subrayaban el predicado: Jesús, el cercano, el que ellos
conocían, es el Mesías; Jesús es el Hijo de
Dios. 1Jn el acento se ha desplazado del predicado al sujeto.
Insiste con especial vehemencia en
el valor salvífico de la sangre de Jesús:
1Jn 1,7: Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la
luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos
purifica de todo pecado.
1Jn 5,6-8: Este es el que vino por el agua y por la sangre:
Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. Y el
Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. v.7 Pues
tres son los que dan testimonio: v.8 el Espíritu, el agua y la sangre, y los
tres convienen en lo mismo. Cf. 1Jn 2,2;
4,10.
Como los adversarios pretenden estar libres de pecado, insiste en que
tenemos pecados:
1 Jn 1,
8.9.10 (pero, cf. 1 Jn 3,
5-10, especialmente, el vs. 9).
1Jn 1,10: Si
decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros.
Aunque pregonan la comunión con
Dios, no cumplen los MANDAMIENTOS. 1 Jn insistirá en la necesidad de
guardar los mandamientos, en particular, en el mandamiento del AMOR
FRATERNO:
1Jn 2,3-4.
Esp. vv. 9-11: Quien dice
que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. v.10
Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. v.11 Pero quien
aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a
dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos. Cf. 1Jn 3:10-24 y 1Jn 4,7-21
¿No consideraban importante amar
al hermano? ¿Consideraban salvíficamente irrelevante la práctica de los
mandamientos? Todo esto permite comprobar una situación problemática en el seno
mismo de la comunidad[10].
Hoy día se tiende a pensar que
había tendencias internas, que provocaron interpretaciones seriamente
encontradas del mensaje fundamental del evangelio, en concreto, a una
comprensión de la común tradición joánica que niega el carácter salvífico de la
vida y la muerte de Jesús.
Esto terminó en una verdadera y grave escisión en la
comunidad.
El EvJn habría sido llevado a la “gran iglesia” por el grupo encabezado
por el autor de 1 Jn. Esta carta es
como la “clave de lectura” para una
interpretación “ortodoxa” de la
peculiar teología del 4to. evangelio. Los “adversarios”
del autor de la 1 Jn , se supone, podrían haber caído en posiciones extremas,
volcándose hacia las diversas tendencias gnósticas del siglo II (docetismo,
maniqueísmo, gnosis, etc.).
2
JUAN
El mensaje fundamental de este
texto es idéntico al de la 1Jn, sólo que mucho más breve.
Dirigida a la “Señora Electa y sus hijos” (v.1)18,
señala directrices acerca de la exclusión de gentes que puedan llegar negando
que Jesucristo de encarnó (vv. 7.10-11). También recuerda el “mandamiento del amor” fraterno (vv.
5-6).
Se trata del escrito más breve del
NT. Es una verdadera carta, y además, personal, porque tiene el nombre del
destinatario (Gayo) y el autor, al
igual que el de la 2Jn, se identifica como “el presbítero”.
El presbítero, que parece tener un
cargo de cierta responsabilidad en alguna comunidad joánica, ha tenido alguna dificultad
con un tal Diotrefes, que parece
tener autoridad en otra comunidad. Según el autor de la carta, Diotrefes actúa de forma autoritaria y
no ha querido recibir a los enviados por el presbítero que llevaban un escrito
por este presbítero dirigido a la comunidad (v. 9; ¿se trata de la 1 Jn?)
3Jn 1,9 He escrito alguna cosa a la Iglesia; pero Diótrefes, ese que ambiciona
el primer puesto entre ellos, no nos recibe. Diótrefes se opone al grupo del presbítero y tampoco permite, so
pena de expulsión, que algún miembro de su iglesia reciba a los enviados del
autor de esta carta[12]:
3Jn 1,10 Por eso, cuando vaya, le recordaré las cosas
que está haciendo, criticándonos con palabras llenas de malicia; y como si no
fuera bastante, tampoco recibe a los hermanos, impide a los que desean hacerlo
y los expulsa de la Iglesia.
Gayo, en cambio, recibió a los enviados en su casa. Por ello, el
presbítero se muestra agradecido, lo alaba por la hospitalidad que mostró a los
misioneros (vv. 3-8). Recomienda especialmente a un tal Demetrio que está por llegar (v. 12). Como en 2 Jn, promete
visitarlos pronto, y tratar, personalmente, el asunto de la hostilidad de Diótrefes hacia él (v. 10a). A pesar de
ser un escrito tan breve, proporciona datos interesantes para el conocimiento
de las comunidades joánicas: • A través de este
escrito se puede inferir que había grupos “joánicos” en diversos lugares. Y
probablemente, en ciudades, puesto que el cristianismo fue al comienzo un
fenómeno fundamentalmente urbano. Además, que la distancia entre los centros
urbanos debía ser considerable. No sólo escribe a Gayo, sino que le pide que provea para el viaje de los misioneros,
que, por lo tanto, ha de ser un viaje de cierta envergadura.
•
Había en las comunidades personas revestidas de
cierta autoridad. Ante todo, el mismo presbítero, que echa en cara a Diotrefes su conducta. Pero también Diotrefes tiene una claramente cierta
preeminencia.
•
También se puede descubrir que las iglesias
joánicas tuvieron misioneros itinerantes, que se dedicaban a visitar a las
diversas comunidades. 3Jn describe su tares como “colaborar con la verdad” (vs.
8).
3. LA COMUNIDAD
JOÁNICA
La estructuración de las iglesias
primitivas debió ser una tarea sumamente compleja. Especialmente en una comunidad como esta, que para resolver
conflictos el único recurso que tenía era el Paráclito. Tarde o temprano, el recurso de todos al Paráclito iba a provocar divisiones
profundas e incontrolables:
La idea de que hay un maestro
divino vivo en el corazón de todo creyente, que es la presencia perdurable de
Jesús, que preserva todo lo que enseñó Jesús y lo interpreta de manera nueva en
cada generación es una de los aportes más importantes del 4º Ev. al
cristianismo. Pero, ¿qué pasa cuando los
creyentes que poseen el Paráclito no están de acuerdo unos con otros? Si el
Espíritu es la autoridad mayor y única y cada una de las partes apela a él para
mantener su postura, es imposible hacer concesiones y ponerse de acuerdo.
En este contexto, en autor de 1Jn
va a apelar a la tradición, a los que era “desde
el principio” (1Jn 1,1-3), “al
anuncio que habéis oído desde el principio” (1Jn 3,11) como soporte parcial
de su interpretación. Pero está claro que cuenta con el hecho de que sus
lectores poseen el Espíritu y pueden reconocer la verdad cuando la oyen. Si las
comunidades joánicas hubieran estado estructuradas como las comunidades
destinatarias de las pastorales, el presbítero podría haber silenciado a los
adversarios con su autoridad (cf. Tit 1,11). Pero en las comunidades joánicas,
el único que guía por el camino de la verdad es el Paráclito (Jn 16,13; cf. 1Jn 2,27). Principio noble, pero que no
funcionó ...
El grupo que enfrenta al autor de
1Jn estaba conformado por personas que habían sido miembros de la comunidad y
por tanto, estaban ungidos con el
Espíritu-Paráclito, pero esa unción que se supone es «verdadera y no mentirosa» (1Jn 2,27) no los salvó de convertirse en
«mentirosos» (1Jn 2,22). Es que hay
un “Espíritu de engaño” junto al “Espíritu de la verdad”: hay que
discernir los espíritus (1Jn 4,1-6) Pero, ¿cuál es el criterio de
discernimiento[13]?
¿No habrá que empezar a pensar seriamente en una autoridad visible que dirima
estas cuestiones?
El epílogo del 4º Ev. reconoce la
autoridad de un pastor humano (Jn 21,15-17). ¿DIOTREFES estaba acaso
tomando para sí este papel? (3Jn 1,9-10). El autor de 3Jn sólo le reprocha su
manera dictatorial de proceder (aunque cf. 2Jn 10-11). Pero, ¿no termina siendo
necesaria una autoridad visible?
Parece que esta comunidad tuvo
finalmente que transigir con la eclesiología de las pastorales, por pesada y
formal que fuera, si no querían desintegrarse con los conflictos y/ o caer en
el gnosticismo. El carisma sin institución parece abocado inevitablemente a la
disolución y a la fragmentación que representan las sectas gnósticas de los
siglos II y III d.C.
4. EL APOCALIPSIS
El autor se
llama a sí mismo Juan (1,1.4.9). No sería el Apóstol, porque habla de los
Apóstoles como distintos de sí (21,14). El estilo es bastante diferente al del
Evangelio y de las cartas de Juan. Su griego es muy particular. Le impresionó
la caída de Jerusalén (año 70). Hipótesis: sería un profeta apocalíptico
judeocristiano que dejó Palestina a fines de los ’60 y fue a Asia Menor (conoce
las iglesias de allí y les habla con autoridad).
La fecha de
composición sería en torno al 95 d.C., teniendo en cuenta los datos que
aparecen en el mismo libro (organización de las comunidades, referencias a
eventos históricos, etc.). En esta época gobernaba el emperador Domiciano
(81-96 d.C.), quien reinó después de la destrucción del templo de Jerusalén y
se tenía a sí mismo como Dios; puede haber sido considerado como la
reencarnación de Nerón (54-68 d.C.), lo cual explicaría la imagen de la cabeza
herida mortalmente y que revive (13,3).
Domiciano era un emperador muy autoritario y hacia el fin de su reinado
perseguía y daba muerte a posibles traidores y a quienes fueran infieles a la
fe imperial. Nerón había perseguido a los Cristianos, pero sólo en Roma.
Durante Domiciano habría habido no una persecución directa, pero sí un acoso y
– en caso de denuncias – juicios y eventuales muertes, en un radio más abierto
(incluyendo Asia Menor y Palestina). La situación de persecución real era más
bien algo que se veía venir (cf. 2,10; 3,10).
El género
apocalíptico del ApJn
-
Uso del seudónimo (nombre “falso”): es típico de los
apocalipsis, para darles autoridad. En nuestro caso, no sabemos si “Juan” es un
seudónimo o un nombre real.
-
Discurso “cifrado”: dice cosas por medio de imágenes.
Revela ocultando. Las imágenes deben ser descifradas. A veces da la clave él
mismo (1,20). Pero a veces el significado queda oscuro o abierto.
-
Combina profecía con apocalipsis: El profeta exhorta a cambiar de vida
para que cambie la realidad. El apocalíptico más bien dice que Dios va a
cambiar todo, basta esperar. Juan exhorta a la conversión y a la lucha, pero
sacando fuerzas de una realidad ya presente: Dios ya ha vencido en Cristo, y
sigue venciendo, hasta que al final manifieste plenamente su victoria.
-
Describe las
visiones situándose en una gran liturgia cósmica.
La
asamblea litúrgica en el Apocalipsis
El Ap está pensado como una interacción entre tres personajes: el lector (1,3), los oyentes (1,3) y Juan
(1,9), el vidente. El que lee saluda (1,4-5a) y los oyentes responden (1,5b-6).
La forma es la de una asamblea litúrgica, donde uno dice una frase y la
asamblea responde a coro. Si seguimos la forma del relato tal como está,
encontramos distintos momentos:
-
|
Saludo inicial (1,1-8)
|
-
|
Presentación de Cristo
Resucitado (1,9-20)
|
-
|
Purificación de la
comunidad (carta a las Iglesias, cc.2-3)
|
-
|
Visiones sobre la historia
(a) 4,1-11,19; b) 12,1-22,5)
|
-
|
Respuesta final de la
asamblea (22,6-21)
|
Se podría decir que todo el libro fue pensado como parte de una gran
liturgia. Toda la acción se desarrolla en el “día del Señor” (1,10; 4,1-8), el
día en que los cristianos se reúnen. Con todo lo que le dice Juan, la asamblea
litúrgica tiene que interpretar su situación presente y dar una respuesta.
Algunos principios que
ayudan a la interpretación de la propia historia:
-
Tres puntos de referencia de toda la historia: Dios,
el libro y el Cordero (cc. 4-5)
-
Las fuerzas positivas y negativas contrapuestas,
indicadas en los 4 primeros sellos (6,1-8). - La
Iglesia, simbolizada en la mujer (12,1-7)
-
El Estado que se hace adorar (1ª bestia) y la
propaganda que le da vida (2ª bestia; c.13)
-
La ciudad secularizada, cerrada en su autosuficiencia
y consumismo, simbolizada en la gran Babilonia (cc.17-18).
|
Trabajo para el grupo eclesial:
-
Interpretar
el lenguaje simbólico
-
Mirar
a su alrededor y ver cuál de esas realidades se dan ahora. -
Sacar conclusiones para actuar en la vida.
Los Símbolos en el Apocalipsis
En el símbolo se usa una palabra para indicar algo que está “más allá”.
Dice mucho más que su simple “traducción” en lenguaje realista. Las imágenes
hablan más al corazón que las frases teóricas.
|
Tipo
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Sentido
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Ejemplos
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COSMICO
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tienen un sentido realista y simbólico al mismo
tiempo, o según el caso.
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cielo:
lugar de Dios, de lo trascendente. tierra: lugar de la historia de los
hombres.
estrellas: dimensión trascendente (en el
“ángel de la iglesia”, el símbolo es la estrella).
|
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CATACLISMOS
|
|
Dios es el dueño de la
naturaleza y de la historia; actúa a veces en modo todavía parcial (8,7-12);
y al final plenamente (6,17; 21,1). Dios conduce el mundo hacia una novedad
absoluta, aun desconocida.
|
|
sol que se oscurece (9,2) luna como sangre (6,12) cielo
que se enrolla (6,14)
estrellas que caen a tierra (6,13; 8,12) la tierra se quema (8,7) monte
incendiado (8,8)
|
||||
ANIMALES
|
|
Indica un nivel de trascendencia por debajo de Dios
pero sobre el nivel humano.
|
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Cordero
(29 veces) dragón (13 veces)
los “seres vivientes” (20 veces) león (6 veces)
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HUMANO
|
|
Pueden tener sentido realista o simbólico. Abarcan
múltiples aspectos de la vida humana.
|
|
vestido:
cualidad que es propia de la persona, y es vista por los otros
estar sentado: poder estar parado: resurrección.
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COLORES
|
|
Indican cualidades. A veces se usan en sentido
realista.
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|
blanco:
resurrección negro: muerte
verde: esperanza que pasa, no perdura
(cuando es simbólico)
|
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NÚMEROS
|
|
No indican sólo una cantidad, sino (y especialmente)
una cualidad.
|
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7: perfección. 6:
imperfección (no llega a 7) 3 :
parcialidad, tiempo de prueba.
12:
tribus, apóstoles.
1000:
tiempo lleno de la energía de Dios.
144.000: 12 x 12 x 1000
tiempo breve:
tiempo “débil”, sin fuerza, aunque aparente tenerla.
666: Nerón Cesar (?) en 13,18.
|
Las cartas a las Siete Iglesias
¿Por qué “cartas”?
Porque una carta es un mensaje personalizado. Expresa
la realidad de que Dios nos conoce; a cada uno por su nombre. Hay un mensaje,
una palabra del Señor para cada persona, y para cada comunidad.
¿Por qué “siete iglesias”?
El número siete indica la plenitud, algo completo. Pero
al mismo tiempo habla de una realidad que es múltiple. Eso es LA IGLESIA, así con mayúsculas: es una,
presente en todo el mundo; y es múltiple,
porque en cada lugar la Iglesia se hace distinta según la comunidad concreta
que la forme.
¿Qué es el “ángel de la iglesia
de...”?
En la época en que se escribe el Apocalipsis, las
comunidades estaban ya bastante estructuradas: hay un obispo que preside, luego
están los presbíteros y los diáconos. Lo sabemos por las Cartas de S. Ignacio
de Antioquía, que son casi contemporáneas al ApJn, y dirigidas a las iglesias
de la misma zona: allí el obispo es puesto en relación particular y directa con
Dios. En el ApJn se usa mucho la palabra “ángel”, para referirse a un ser
trascendente pero relacionado con los hombres.
Por otro lado, Cristo es el que tiene en su mano las 7 estrellas, que son
los 7 ángeles de las iglesias (1,16.20; 2,1). Podemos decir que el símbolo
evoca distintas realidades relacionadas entre sí:
-
la
dimensión trascendente de la Iglesia, garantizada por Cristo que la tiene en su
mano.
-
la
ayuda concreta que Cristo le da a través de sus ángeles.
-
el
obispo, que es quien conecta la Iglesia en su estructura temporal con Dios y su
trascendencia.
¿En qué contexto leen las
iglesias estas cartas?
Según lo dicho, se sitúan en el contexto de una
celebración litúrgica, en el “día del Señor” (el domingo). Frente a Cristo
Resucitado, presente en medio de ellos, reciben este llamado a revisar su vida
y purificarse. Una vez purificados, miran e interpretan la historia ayudados
con los esquemas de interpretación que les dan las distintas visiones, para
encontrar una respuesta. Al final, antes de la despedida de la asamblea
(22,21), se celebraba la Eucaristía (insinuada con la invitación a beber el
“agua de vida”, 22,17). Así, purificados interiormente y fortalecidos, pueden
volver a su vida cotidiana a seguir dando testimonio del Señor.
La Iglesia en el Apocalipsis
-
Es
vista como una totalidad litúrgica en la que Cristo está presente (los “siete
candelabros de oro”, 1,20; 2,1).
-
Aunque
esté delimitada geográficamente, tiene una dimensión trascendente (ver
“ángel...”) - Tiene
como tarea “dar a luz” a Cristo en el mundo (12,1-6), manifestarlo con su
vida.
-
Es
el “pueblo de Dios” en su totalidad, en su etapa del Antiguo Testamento, en su
presente y en su porvenir:
es la Jerusalén “pisoteada” (11,2) y la Jerusalén nueva (21,1-22,5). Es al
mismo tiempo la novia que quiere ser esposa, y la ciudad en donde se vive en
paz.
-
La
unión de estas dos imágenes (la ciudad
santa... como novia engalanada,
21,2) sintetiza lo más importante que el Apocalipsis dice sobre la Iglesia: es
la novia = aspira al amor esponsal. Colaborando con Cristo en la historia,
triunfando con Él, por un lado se prepara su vestido de novia (ver 19,6-8); y
por el otro mediante sus “obras de justicia” (19,8) contribuye a la realización
de la Jerusalén nueva.
-
La
doble dimensión de “novia” y “esposa” (“te mostraré a la novia, la esposa del
Cordero”, 21,9) habla de las dos dimensiones del “ya”, pero “todavía no”, en las que se mueve la Iglesia. Está
desposada con Cristo, pero todavía no se ha consumado plenamente el desposorio.
Hay una parte que todavía falta madurar, y es lo que se va realizando en la
historia.
Esquema de la primera parte de las visiones:
¿De qué historia habla el Apocalipsis?
El Ap tiene como tema específico “las cosas que deben suceder” (1,1; 4,1;
22,6), es decir, la historia entendida en su contenido concreto, que
corresponde al proyecto de Dios. Pero ¿de qué historia se trata? Hay tres
interpretaciones propuestas:
• la historia contemporánea al autor (las guerras judías, el culto al emperador,
los conflictos con el judaísmo, con el paganismo, etc.)
• la historia futura (como profecía de lo que sucederá en la historia
humana).
• todo
posible evento histórico: el autor, partiendo de situaciones concretas identificables, elabora
“formas”, “modelos” que ayudan a entender las distintas posibles situaciones
históricas.
En esta última forma, los modelos que el Ap nos ofrece, aplicados a las
situaciones presentes, sirven para interpretarlas desde la fe y dar respuesta a
las mismas.
|
Visión del trono,
los 24 ancianos, y los 4 Vivientes (cap. 4)
|
|
El libro
sellado, el Cordero de pie, como
degollado (cap. 5)
|
|
El cordero abre los siete sellos. 6,1-8,1:
o
sellos 1-4:
cuatro caballos con jinetes (6,1-8) o sello 5: los degollados por la
Palabra de Dios (6,9-11) o sello 6: - cataclismos y
destrucción del mal (6,12-17)
-
los 144.000
servidores de Dios (7,1-8)
-
la gran
muchedumbre (7,9-17)
o sello 7: silencio (8,1). Se abre la
serie de las siete trompetas
|
|
Los Ángeles y
las siete trompetas (8,2-11,19) o trompetas 1-4: cataclismos
(8,7-12) + anuncio de “ayes” (8,13) o trompeta 5 (= primer “ay”): las
langostas (9,1-12) o trompeta 6 (= segundo “ay”):
-
los cuatro
ángeles con plagas (9,13-21)
-
el librito y el
mandato a profetizar (10,1-11) - los
dos testigos (11,1-14)
o trompeta 7 (= tercer “ay”): llega el reinado de Dios y se
abre el Santuario en el Cielo (11,14-19).
|
Algunos símbolos interpretados:
El trono (4,2): es el dominio de Dios sobre la historia.
Los vivientes (4,6-8): representan el dinamismo que, partiendo desde el nivel de Dios (junto al trono),
se dirige hacia la historia humana (tienen rostros de elementos de la tierra),
y de allí vuelve a Dios. Ese dinamismo está lleno del Espíritu (ojos). No son
ni ángeles ni otros personajes identificables. Son “esquemas vacíos”, que
expresan el pasaje cielo – tierra (pueden incluir ángeles).
Los ancianos (4,4): personas que han cumplido su misión terrestre
(corona), y participan ya de la resurrección de Cristo (vestiduras blancas).
Pertenecen al Antiguo y al Nuevo Testamento (número 24). Tienen una función con
respecto a los demás, porque participan en el dominio de Dios sobre la historia
(tronos), y sobre la Iglesia (ancianos). Después de 19,4 (dicen “amén”), no
aparecen más; no entran en la Jerusalén nueva: eso muestra que tienen una
función durante la historia. A nosotros nos toca ponerle los nombres (de
personajes importantes del AT, o de la historia de la Iglesia – los santos –
etc.).
El libro sellado (5,1): se trata de un rollo que contiene el proyecto
de Dios para la historia. Está completamente escrito (por dentro y por fuera),
porque la historia está allí en su plenitud; nada se le escapa a Dios. Este
proyecto es totalmente inaccesible al hombre (nadie puede abrir los sellos).
El Cordero (5,6): es Cristo muerto y resucitado (de pie, pero como
degollado), que se encuentra en el centro de la historia (“en medio...”). El es
el único que puede darle sentido a la historia (abrir sus sellos), porque es el
Mesías (león de Judá).
Los cuatro caballos
(6,1-8): el primero, el blanco
(6,1-2) podría simbolizar la fuerza mesiánica propia de Cristo resucitado, la
gran fuerza positiva que actúa en la historia (“vencedor... para vencer”). Los
otros tres caballos son distintas fuerzas negativas que actúan en la historia:
el rojo (la crueldad, las matanzas
sanguinarias), el negro (injusticia
social), el verde (la muerte, la
caducidad de la existencia). Los cuatro tienen un carácter trascendente (son
animales), pero el primero es el que vence a todos.
Esquema
de la Segunda parte de las Visiones:
|
La Mujer y el Dragón
(c.12)
|
|
Las dos Bestias (c.13)
|
o
|
El triunfo del Cordero (c.14)
|
o
|
Las siete copas (cc. 15-16)
|
|
La gran prostituta (cc.17-18)
|
o
|
Cánticos triunfales
(19,1-10)
|
o
|
Primer combate escatológico (19,11-21)
|
o
|
El reino de los mil años (20,1-6)
|
o
|
Combate final y juicio (20,7-15)
|
|
La Nueva Jerusalén (21,1-22,5)
|
Algunos
símbolos del cap. 12
-
La
mujer: representa al Pueblo de Dios.
Es una mujer encinta, y que está con
dolores de parto (dolores mesiánicos). Se piensa también en María.
-
El
dragón: es una representación de la
fuerza diabólica que actúa en la historia. -
El hijo: es
naturalmente Cristo.
Capítulo
13: las dos Bestias
• Primera bestia: el mar es un símbolo del caos, del mal. El cuerno es símbolo de poder. Las cabezas pueden ser los distintos rostros que la bestia puede
asumir. En 17,9 se le da dos interpretaciones más: son las 7 colinas (Roma) y 7
reyes. Las diademas hablan de riqueza. Los nombres blasfemos dicen que es un ser malvado y opuesto a Dios; el
símbolo nacería de los nombres que se daban a sí mismo los emperadores
(Augusto, Divus –divino–, Salvador...). Las formas animales evocan las propiedades de los mismos.
-
La
bestia recibe su poder y autoridad del
dragón (es como su representación terrena). La cabeza herida mortalmente y curada evoca un poder admirable (¿Nerón
redivivo en Domiciano?).
-
La
bestia blasfema contra Dios; hace la guerra a los santos (porque “se le
permite” hacerlo). Estaría representando a todo poder humano, político, que se diviniza y esclaviza a las personas.
En la época de Juan podría ser el Imperio Romano. En distintas épocas fue
asumiendo nuevos rostros.
-
Se
muestran dos tipos de reacciones antes la bestia: muchos la adoran, y otros
no.
• Segunda bestia: sale de adentro de la tierra, como algo más relacionado con los hombres.
Su discurso es el del dragón. Recibe
el poder de la primera bestia, y
hace que la adoren.
-
Su
arma es la palabra, acompañada de
signos portentosos. Hace que adoren una imagen
de la bestia, y que lleven su marca
(de pertenencia).
-
Esta
bestia es la propaganda política de
la primera, su “profeta”.
Capítulo
17: la Gran Prostituta y la Bestia
• La gran prostituta: Se la presenta ya anunciando su juicio. Se sienta sobre las muchas aguas (muchos pueblos, según
17,15) y con su vino embriaga a
reyes y habitantes de la tierra.
-
Tiene
signos de poder (púrpura, piedras preciosas, oro), unidos a su misma abominación y prostitución.
-
Se
le da un nombre que es misterioso
(¡no es un nombre geográfico sino simbólico!): Babilonia.
-
Se
embriaga con la sangre de los mártires:
ella es causa de que muchos deban perder la vida.
-
Está
sentada sobre la bestia: se apoya en
ella y está de su lado.
-
La
gran prostituta es la ciudad humana – con toda su riqueza económica, su
seducción y su carga de pecado – en cuanto está cerrada a Dios.
•
La bestia tiene las mismas características de
la vista en el c. 13.
-
Se
anuncia que la bestia pronto va a ser
derrotada.
-
Se
explica su simbolismo: las 7 colinas
(Roma) y los 7 reyes (en ese
momento, emperadores; uno de los cuales era el que reinaba en ese momento). Es
siempre un número que habla de algo que está completo: ¡ya falta poco!
-
Los
10 cuernos son diez reyes: pueden
ser otros gobernantes que en un momento colaboran con la bestia, haciendo la
guerra al Cordero.
En el c. 18 se anuncia la caída
de la gran Babilonia, y se invita a los fieles (“pueblo mío”) que salgan de
allí, que no se hagan cómplices de sus pecados, para que no sean
castigados. Luego sigue una gran
lamentación por la ciudad.
En síntesis: Las tres grandes fuerzas terrenas negativas
(el poder político, la propaganda que lo acompaña, la ciudad cerrada en sí
misma), aunque parezcan sumamente poderosos, tienen ya decretada su derrota. El
Cordero y los que le son fieles los derrotarán.
[1] Jn 1,34; 1,49;
3,18; 5,25; 10,36; 11,4; 11,27; 17,1; 19,7.
[2] Es probable que un
gnóstico sea el que escribió el primer comentario del EvJn: HERACLEÓN, al que conocemos por la violenta refutación
que de él hace Orígenes en su
comentario al 4to. evangelio
[3] El movimiento montanista o la "nueva profecía" comenzó
cuando MONTANO, hacia el 170 dC y poco después de su bautismo, comenzó a
anunciar, en actitud extática y lenguaje oscuro, que él era el órgano y el
profeta del Espíritu Santo, que sólo ahora y por obra suya, iba a conducir a la
cristiandad a la verdad completa. Al principio, su mensaje fue recibido con
escepticismo, pero luego se transformó en un éxito espectacular, y logró
numerosísimos adherentes, despertando una ola de fervor. Anunciaban como inminente
el fin del mundo, y predicaban la necesidad de prepararse con ayunos rigurosos,
renuncia al matrimonio y a los bienes, e inculcaban no rehuir del martirio.
Fundaban sus enseñanzas en la revelación directa del Espíritu Santo, del
Paráclito mismo (cf. Jn 14, 15-17; Jn 16, 13).
[4] Cf. Ex
28, 36-38 (cap. 28: "ornamentos sacerdotales") Harás, además, una lámina de oro puro, y en
ella grabarás como se graban los sellos:
"Consagrado a Yahveh". La sujetarás con un cordón de púrpura
violeta, de modo que esté fija sobre la tiara. Quedará sobre la frente de
Aarón; pues Aarón cargará con las faltas cometidas por los israelitas en las
cosas sagradas; es decir, al ofrecer toda clase de santas ofrendas. La tendrá
siempre sobre su frente, para que halle favor delante de Yahveh.
[5] Cf. HE
III, 39, 6, donde se habla de dos Juanes famosos enterrados en Éfeso.
[6] Jn 17, 4 resume todo el ministerio de
Jesús como una "obra": "Yo te he glorificado en la tierra
llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar". Los "milagros" son a la vez signos y obras, según desde dónde se les
considere:
[7] Y por la "eucaristía": Jn 6, 27.33.35.51.53.54.
[8] Cf. Jn
8, 31-32 Decía, pues, Jesús a los
judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos, v.32 y conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres».; 17, 3 Esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado,
Jesucristo.
[9] Es interesante señalar que hay una variante
textual de 1Jn 4,3: “todo espíritu que deshace a Jesús”.
[10]
Según R. BROWN (La comunidad del discípulo amado, pp.
94), esto invita a suponer que las cartas son posteriores al evangelio: "Lo realmente decisivo en la cuestión
de la fijación de la fecha es que, mientras el evangelio refleja la actuación
de la comunidad juánica con los de afuera, las cartas se refieren a los de
adentro. Los secesionistas ahora representan al mundo (1 Jn 4, 5); y ellos, más
bien que "los judíos", son fustigados como hijos del diablo (1 Jn 3,
10). Si las cartas fueron escritas antes del evangelio, habría existido una
comunidad juánica ya dividida y diezmada que luchaba con los de afuera cuando
el evangelio fue escrito; pero no tenemos indicación de esto".
[11] Teniendo en cuenta que, en el v. 13, el saludo lo manda "los hijos de tu hermana Electa",
debemos pensar que el nombre se refiere, no a una mujer de nombre Electa, sino
a una iglesia particular, doméstica.
[12] ¿Porque pertenece al otro bando? ¿Porque no
quiere intervenir en el conflicto?
[13] Cf. 2Jn
vs. 9: permanecer en “la doctrina” de
Jesús (=/= Jn 15,9).
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