domingo, 26 de octubre de 2014

Uno con una para toda la vida.


 


El matrimonio es de uno con una para toda la vida, digan lo que digan quienes sean, porque nadie puede cambiar lo que Dios ha ordenado, ni siquiera el Papa puede cambiar ni una letra de lo que es la Ley de Dios.
Por eso estemos atentos a seguir sólo la voz de Dios, manifestada en la Tradición de la Iglesia y en el Magisterio, pero no sigamos a quienes sean, teólogos o sabios, que vayan contra las verdades reveladas.
Estamos en tiempos de mucha confusión, tiempo de preparación al reinado del Anticristo, y es lógico que veamos que hasta los sabios caen, pues son esas estrellas del cielo que arrastra el Dragón con su cola en el Apocalipsis, son las lumbreras de la Iglesia Católica, que seducidas por el marxismo y el ateísmo caen sobre la tierra, e incluso más abajo.
Es tiempo de mostrar la constancia porque la fe de los cristianos será duramente puesta a prueba, y si el tiempo no fuera abreviado, ninguno se salvaría, como lo ha dicho el Señor en el Evangelio.
El matrimonio es de un hombre con una mujer y para toda la vida. No hay términos medios ni otras variantes, ésa es la verdad, y todo lo que no encuadre en esa verdad es una aberración a los ojos de Dios, y Dios castiga a los que tergiversan todo y llevan la confusión a los hombres.



CUANDO LOS CENTINELAS NO VIGILAN

Hijo mío, escribe:
Los Obispos, con el Papa, son los custodios de los va­lores inestimables de la verdad, es decir, de aquel patrimo­nio formado por mi doctrina y mi palabra.
Los Obispos con el Papa son los naturales custodios de los valores morales y espirituales gratuitamente dados a mi Iglesia.
Los Obispos con el Papa son los custodios de los va­lores inestimables de la fe, de mi doctrina y de la palabra viva porque es divina y eterna, y no cambia ni muda con el cambiar y mudar de los tiempos, como no pocos lo pien­san en Mi Iglesia, como los teólogos herejes, sí, herejes, por­que son soberbios y presuntuosos; los Obispos con el Papa son los naturales custodios de los valores espirituales de la Redención, de mi Ley que no muda ni puede mudar jamás, porque es eterna y divina y por tanto nadie, ninguno en la tierra ni siquiera Mi Vicario, tiene el poder de mani­pularla y ponerla al servicio del orgullo y del egoísmo hu­mano.
Los Obispos con el Papa tenían, tienen y tendrán el sagrado deber de una cuidadosa, cautelosa y perseveran­te vigilancia porque estos tesoros espirituales son gratuita­mente dados por Dios a la humanidad para que ésta se pue­da emancipar de la tiranía del príncipe de las tinieblas y así liberarse del mal y elevarse para unirse nuevamente a Dios Uno y Trino, Alfa y Omega. Creador y Señor de toda cosa.
Era y es tarea de los Obispos proteger la fe de los ataques de las fuerzas oscuras del mal, las que arreme­dando a Dios, se sirven en su acción demoledora exactamen­te de aquellos que, escogidos por Dios, deberían ser hijos devotos, fieles, amorosos y celosos de Su Gloria y del bien de las almas; pero por desgracia no pocos consagrados, oscurecidos por la soberbia, plaga terrible y profunda de Mi Cuerpo Místico, no se han dado cuenta de la obra satánica de destrucción y de ruina por parte de mis ene­migos, que son vuestros enemigos y de Mi Iglesia, y cuando han advertido el peligro no han reaccionado con la ener­gía y fuerza debida, porque tenían miedo de perder su prestigio, tenían y tienen miedo de perder su dignidad.

Si un ciego se hace guía...

¿Cómo se explica, hijo mío, la propagación del error, de la inmoralidad?
¿Cómo explicar el pulular de la herejía, cómo ex­plicar incluso la apología de leyes contra natura, como el aborto, el derecho a la prostitución, la apología del delito?
Es verdad, no han faltado voces de protesta por parte de pocos buenos, pero también es cierto que ha fal­tado aquella movilización en masa de Mi Iglesia, usando todos los medios lícitos y aceptados, sea espirituales, sea mate­riales, para la defensa de los derechos divinos de la verdad, y del bien de las almas. Gravísima culpa para Obispos y sa­cerdotes que no han reaccionado como habrían debido, por el contrario, muchas veces, por motivos que es mejor ca­llar, ellos mismos se han hecho indirectamente cómplices e instrumentos del mal.
Mira, hijo mío, las contradicciones reales y patentes de la pastoral moderna, tan es verdad que por esa necedad, las estructuras de la Iglesia están todas en vía de eliminación o cuando menos en crisis, mientras funcio­nan a toda vela las estructuras de Satanás que son las estructuras de la sociedad ateizada y materializada por Satanás para la divulgación de todos los males doctrinales, morales y a menudo aún físicos.
¡Oh, cuánta ceguera y debilidad en Mi Iglesia! Los Santos y los Mártires ¡no fueron, no son ahora, ni serán jamás unos miedosos!
Los enemigos de Dios y de la Iglesia se han unido para el mal; si en igual medida se hubieran unido para el bien mis Obispos y mis sacerdotes, ¡el rostro de Mi Iglesia no sería como es hoy!

¡Tremenda responsabilidad por las gravísimas omisiones!

Cierto que no valdrá la justificación ni la afirma­ción hecha ante Mí, Eterno Juez, de que los medios del progreso moderno, en particular los medios de comunica­ción son los responsables de los males existentes en el se­no de mi Iglesia... Soy Dios y conozco muy bien las raíces todas de la crisis presente, conozco muy bien sus diversos orígenes, por esto digo que las justificaciones aducidas, poco sirven ante mi justicia divina.
Los mismos medios y la misma tecnología podrían servir para el bien y podrían servir para contener el mal si una fe viva, despojada de apasionamientos racionalistas o marxis­tas, si una fe operante y pura hubiera sido opuesta a las fuerzas del mal.
¡Seré Yo, en mi juicio, quien valore el grado de respon­sabilidad colectiva y personal de mis sacerdotes y de mis Obispos!
Será inútil toda evasión, del juicio de Dios nadie puede ni podrá jamás escapar. Sobre la conciencia de mu­chos Pastores y sacerdotes, pesan tremendas responsabilida­des; cito las gravísimas omisiones que ha habido para contener las fuerzas del mal, que no sólo  debían ser contenidas sino contraatacadas con todos los medios que Yo, Jesús, y Mi Madre con el ejemplo, con la humildad, con la penitencia, insistentemente os hemos enseñado.
Repito una vez más que han tergiversado sustancial­mente la regla de vida cristiana; la vida es prueba; la vida es lucha contra las fuerzas oscuras del infierno que la in­sidian; alterar esto es tergiversar el cristianismo, es malinterpretar la Redención y resquebrajarla en su esencia.
No, hijo mío, será mucho mejor y más sabio no rebe­larse, sino arrepentirse humildemente de los errores come­tidos.
Te bendigo, ámame.

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