Introducción
Llama la atención de cualquier lector la sorprendente la originalidad de una nomenclatura. Sólo en los escritos joánicos se destaca esta específica designación de mujer, aplicada a María. Su aparición culmina en tres escenas cumbres de revelación, situadas en lugares estratégicos: el signo de las bodas de Caná, la hora del Calvario y la lucha encarnizada entre la muer y el dragón En Caná Jesús llama a María mujer y le revela una más alta tarea. En el Calvario se trata de una escena de revelación: Jesús concede una nueva función a María. En Ap. esta revelación se ofrece al descifrar ese gran signo -semeion- de la mujer. La gran significación de esta mujer procede de su relaciónespecífica con su Hijo.
El misterio de María sólo se comprende vinculado estrechamente con el misterio de Cristo y con la obra de la salvación. Lo ha expresado sabiamente H. Urs Von Balthasar: Toda la mariología ha de explicarse cristológicamente, de ahí nace la verdadera grandeza de María(Balthasar, 1990). Así, pues, en todos los textos aparece muy claramente resaltada la presencia de María, siempre en unión con Jesús, enaltecida en su condición de ser signo del nuevo pueblo de Dios. María, la mujer, es la figura de la Iglesia, la comunidad escatológica.
Las bodas de Caná (Jn 2, 1-12)
Se puede afirmar que la perícopa de Caná es un verdadero punto de confluencia de toda la sección anterior. Es la auto manifestación de Jesús -un desconocido venido a las orillas del Jordán-, que alcanza su punto culminante en la manifestación de su gloria a sus discípulos. La estructura literaria muestra que la perícopa se divide en tres partes: parte narrativa (vv.1-2); diálogo (3-8); parte narrativa (9-12). El diálogo sirve para pasar de una situación (la falta de vino) al milagro (la abundancia de Vino). En las partes narrativas dos temas se presentan en progresión: el vino (inexistencia abundancia) y las bodas (plano material-plano metafórico). En la primera parte narrativa se menciona a María y a Jesús.
En la segunda parte narrativa existe una transformación: aparece ya el esposo con su esposa. El esposo es Jesús, la esposa es la nueva comunidad, integrada por María, los hermanos y los discípulos; a saber, el nuevo pueblo que cree en Jesús. La presencia de la madre de Jesús asume para el evangelista un significado de gran relieve. Preciso es evitar los errores de exceso o defecto. El exceso viene dado por los escritores de carácter piadoso y los tratados de mariología que subrayan (De Maria nunquam satis) el poder de intercesión de María, a la que consideran la omnipotencia suplicante, atribuyéndole en su legítima aspiración un papel casi protagonista en la historia. El defecto proviene de su falta de atención: María no puede ser considerada una simple figura de comparsa (Spicq). Por ello, resulta imprescindible acudir al texto mismo joánico.
Tras la presentación de los personajes (dos primeros versos): la Madre de Jesús, Jesús y sus discípulos, el verso tres señala la carencia de vino y la petición de María: no tienen vino. Estas palabras ponen en evidencia la dificultad de una situación embarazosa, grave. María, llena de confianza, expresa su preocupación a Jesús, que a los ojos del evangelista no es ocasional, sino permanente; se refiere a la carencia absoluta de vino. Esta necesidad de vino es para el evangelista signo de la necesidad absoluta del don de Jesús. La respuesta de Jesús (v. 4) supone algunos problema para los exegetas. Posee una significación de fondo que permanece constante: indica una distancia o una divergencia entre dos interlocutores. Pero no hostilidad (en el texto aparece la reacción positiva de María) ni tampoco reprensión a María. También en los sinópticos Jesús asume una actitud análoga en las relaciones con su madre y parientes (Mc 3,31ss; Mt 12, 46ss; Lc 6,19ss; Lc 2,48ss).
La palabra con que Jesús llama a su madre: mujer no es irrespetuoso pero sí insólito. Nunca cuando un hijo se dirige a su madre, ni en los escritos griegos o rabínicos, habla de esta manera, sino más bien así: imma. Pero esta palabra es muy rica desde la consideración bíblica. María representa como mujer a todo el pueblo de Dios (cfr. Os 1-3; Is 26,17s; Jr 2,2; Ez 16,8). Jesús afirma el principio que mueve su acción: la conformidad con la voluntad del Padre. La hora de hacer milagros o signos no depende de él. Esta hora no está en sus manos, sino en el poder del Padre (12,27; cfr. Mc 14,35). El actúa siempre de acuerdo con la voluntad del Padre; su hora es fijada por el Padre. Y éste es el dato cristológico que el evangelista quiere acentuar para sus lectores: la completa disponibilidad de Jesús por encima de los lazos de la carne y la sangre, a la voluntad del Padre. Tras esta aclaración, Jesús obrará el milagro. Los lectores del evangelio comprenderán que Jesús permanece obediente al Padre y, consecuentemente, podrá manifestar su gloria.
María en el Calvario (Jn 19, 25-27)
Esta narración, debido a su alto contenido teológico, desborda los límites de un sentido estrictamente moral, que la considera sólo como un acto de piedad filial de Jesús, una especie de testamento doméstico: Jesús, ya moribundo, se preocupa pos su madre, que va a quedarse muy pronto sola y la encomienda a los cuidados de Juan. Esta interpretación ha sido la habitual entre la tradición patrística. La perícopa queda enmarcada en un claro contexto mesiánico-eclesial. Ocupa el centro radial de las cinco escenas concomitantes. Estas escenas son: a) inscripción: Rey (Jn 19,19-22); b) túnica inconsútil (19,23-24); c) la mujer-madre y el discípulo amado (19,25-27);d) cumplimiento: entrega del Espíritu (19,28-30); e) lanzada: sangre y agua (19,31-37). Desde el punto de vista mariológico, últimamente ha cobrado mayor relieve considerar la escena del Calvario subrayando la dimensión de la maternidad espiritual de María.
A fin de entender adecuadamente la narración del Calvario, es preciso acudir a un hallazgo que ha ofrecido la exégesis actual. No se trata exclusivamente de una formulación de adopción, sino que, insertos en las líneas interpretativas del cuarto evangelio, se ofrece un peculiar género narrativo: el esquema de revelación (De Goedt). El evangelista comunica su mensaje con los recursos de un modelo literario que contiene tres momentos concatenados: a) visión de un personaje, indicado por su nombre; b) aparición del verbo decir; d) señalización con la partícula he aquí que revela una nueva misión-tarea del personaje. Este, más que visto físicamente, es ya reconocido en su genuina vocación.
El ejemplo más célebre se encuentra justamente en el Calvario. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice: mujer, he aquí a tu hijo... he aquí a tu madre (19,26-27). Se trata de una fórmula de revelación, mediante la cual Jesús tiene un mensaje profundo que comunicar y una tarea nueva que asignar: la función maternal de María dentro de
la Iglesia. Jesús confía su madre al discípulo, llamándola mujer, apelación que tiene una resonancia comunitario-eclesial. Y se repite he aquí... he aquí. La nueva función otorgada por Jesús se refiere a la mujer y al discípulo. La madre de Jesús se convierte en la madre del discípulo; y éste queda reconocido en el hijo de la madre de Jesús. María, en efecto, es figura de la Iglesia- Madre, la nueva Sión, en la cual ingresan los hijos del Pacto Nuevo. Esta es la voluntad del Padre, manifestada por el Profeta-Mediador Cristo, para la comunidad del Nuevo Israel, la Iglesia (Serra).
La maternidad es de orden espiritual. María es madre de la vida de Cristo, generándola en todo discípulo, a quien Jesús ama. Y se llama mujer, porque realiza la misión del nuevo pueblo de Dios, que -tal como se ha visto anteriormente- es con frecuencia contemplado alternativamente como mujer y pueblo (cfr. Is 26,17; 43,5-6; 49,18; 56,6-8; 60,4; Jr 31,3-14; Bar 4,36-37; 5,5). María queda constituida en la mujer bíblica, la que da a luz con dolor, al Mesías, y desde Jesús, se convierte en madre universal del género humano: Al sufrir verdaderos dolores de parto en la pasión de su hijo, la bienaventurada Virgen ha dado a luz al mundo a nuestra salvación universal; por eso es madre de todos nosotros(Ruperto de Deutz). María se convierte en la madre de los hijos dispersos. En los anteriores textos la mujer designaba al pueblo elegido. Al llamarla ahora Jesús con esta palabra mujer, la señala como la personificación de la nuevo pueblo que se junta, es decir, la Iglesia. Si el profeta decía a la Jerusalén de entonces: he ahí a tus hijos reunidos juntos (LXX Is 60,40), ahora Jesús dice a María: mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn 19,26).
Conclusión
En Apocalipsis (12) esta mujer es la madre de Jesús, el hijo/varón, el Mesías que ha de apacentar a todas las naciones con cetro de hierro. Este texto es interpretado por Ap (2,26), no en clave de pueblo, sino en clave personal; lo refiere con toda claridad a Cristo. Y es también madre del resto de los hermanos de este hijo/varón, el resto de la descendencia, los que obedecen la Palabra de Dios y el testimonio de Jesús. Es la madre de toda la comunidad cristiana. Madre, en especial, de la Iglesia, que al igual que ella, sigue siendo perseguida porque se esfuerza en mantener viva la confesión de la fe. María, la mujer, es madre de los discípulos de Jesús, madre de la Iglesia; ya que engendra a Cristo, el Mesías, para salvación del mundo en cada uno de los discípulos de su Hijo, en todos los creyentes. Está unida íntimamente a la Iglesia, por su maternidad divina y por la excelencia de los dones recibidos. Esta presencia siempre permanente de María junto a Jesús, su Hijo, como madre y seguidora, continúa también indefectiblemente en la Iglesia, la que es prolongación en el tiempo del misterio de la salvación del Señor para todos los hombres.
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