jueves, 14 de noviembre de 2013

Toma de Hábito Monacal

                           
… porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios.(Col 3,3)
 
El pasado lunes 22 de octubre en la Santa Misa de la celebración de Juan Pablo II, Padre de nuestra congregación, dos miembros de nuestro monasterio Del Verbo Encarnado, Jason Jorquera y Esteban Olivares, recibieron su hábito monástico. El hábito, dice nuestras Constituciones “para el religioso expresa su consagración y pone en evidencia el fin escatológico de la vida religiosa”.
Queremos ofrecer a continuación una reflexión que el diácono Jason Jorquera hizo por la ocasión en la cual explica el sentido de revestirse del hábito monacal y describe los signos que acuña:
«Conocido es ya el adagio “el hábito no hace al monje”, sino que ciertamente aquello que lo ha constituido como tal es su siempre misteriosa y particular vocación divina de ocultarse en el silencio y refugiarse en la oración para morir de una manera especialísima al mundo y configurarse así con aquel Cristo orante que pasaba las noches en oración ante el Padre, aquel Jesucristo, hijo del Dios altísimo, que en su infinita misericordia decidió quedarse con los hombres después de su bendita ascensión como verdadero manjar del cielo, hecho sacramento, en el silencio del sagrario. Por eso parece que san Pablo ha escrito para el monje aquellas hermosas y profundas palabras de la carta a los colosenses: …porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios …
Sí, es cierto, el hábito no hace al monje, no le dará la perseverancia ni lo hará más santo, sin embargo, es aquel distintivo propio que manifiesta, primeramente a su conciencia y luego a los ojos de los demás hombres, aquella maravillosa entrega silenciosa para dedicarse a contemplar la misericordia divina que lo ha hecho partícipe, mediante su vida de oración y sacrificio, de aquella parte mejor que eligió María y que no le será quitada .
¡Y cuánto contenido encierra el hábito monástico en toda su simbología!; tal revestimiento exterior es una invitación y exigencia constante a vivir interiormente también todo aquel maravilloso significado de cada una de sus partes:
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El color blanco simboliza la Transfiguración, las vestiduras blanqueadas con la sangre del cordero y las tres cosas blancas: La Eucaristía, la Santísima Virgen y el Santo Padre.
El monje al colocarse el sayal ha de reflejar los misterios de la Vida de Cristo vividos en sí mismo. Aquel llamado concreto a ser una huella que la Santísima Trinidad deja en la historia se representa en este sayal que cubre al contemplativo llamado a revestirse con él de las virtudes de la trascendencia, fe, esperanza y caridad, y de las virtudes del anonadamiento, de la obediencia, la penitencia, la oración, el silencio oblativo, etc.
Con la capucha se quiere significar la prolongación de la celda, es decir, aquella escuela, santuario, y campo de batalla que el monje habita como en el desierto para encontrarse a solas con Dios. Es por eso que cubre la cabeza y se dirige al cielo, recordando al monje su consagración total a Dios, a vivir no ya sólo en su presencia, sino para sólo Dios
Pero el monje también está llamado a practicar una particular penitencia, y justamente ésta es lo que quiere significar el cinturón de cuero con que es ceñido; esto en primer lugar en razón de su especial seguimiento y configuración con nuestro Señor Jesucristo que padeció por todos los hombres, si excepción, haciéndose el más solidario de todos en favor de ellos ante El Padre.
Finalmente la espalda y el pecho, es decir, todo el cuerpo, quedan cubiertos por el escapulario de la Virgen del, imitando particularmente, en cuanto monje, al Verbo que se ofrece al Padre, silencioso y escondido, en el seno de María Santísima a quien está consagrado con un cuarto voto de filial esclavitud. A la altura del pecho, lleva bordado el escudo del Instituto del Verbo Encarnado, como signo de pertenencia al mismo, participando del mismo Carisma, fin específico, y apostolado.
Ciertamente que, en sí mismo, nada constituye al monje como tal sino aquella eterna y libérrima elección divina. Sin embargo, el sólo hecho de investirse con el hábito monástico ha de pregonar en su interior aquella exigencia intrínseca a tan particular vocación que tiene dentro de la Iglesia, aquel llamado misterioso a “desaparecer” de entre los hombres para ocultarse sólo en Dios; el hábito ha de convertirse en una especie de incesante proclama silenciosa que el monje realiza con su vida y jamás es desoída del Padre.
Cuán dichoso es el monje que vive sólo para Dios: qué ha de envidiar si tiene a Dios, qué más ha de desear si posee a Dios, qué lo ha de entristecer si está con Dios, qué ha de temer si lucha en nombre de Dios, qué lo ha de intimidar si es vasallo de Dios, de qué ha de desconfiar si lo protege la madre de Dios …porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios .»
Agradecemos a Dios que nos sigue bendiciendo con vocaciones a la vida monacal para la salvación del mundo y le rogamos que sean muchos más los que oigan la vocación a la máxima entrega de la vida sola para Dios.

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