¿Quién es el que sana?
Recuerdo que hace algún tiempo me pidieron que orara
por una joven que llevaba ocho largos años en cama,
en la más completa invalidez.
Era un caso perdido.
Los médicos la habían desahuciado.
Mi marido y yo la visitamos,
nos quedamos diez días en su casa
y pasamos muchas horas en oración.
Yo no dejaba de pensar:
«Dios mío, tantos han rogado por ella,
incluso algunos que son notables por el don de curación».
No sabía qué hacer,
y me sentía impotente ante una necesidad tan grande.
Creo que sentía un poco de temor.
Me arrodillé junto a la cama,
y abrí la Biblia por uno de mis versículos favoritos:
«nos libró, y nos libra, y esperamos que aún nos librará
de tan grave peligro de muerte» (2ª a Corintios 1:10)
Advertí además el versículo anterior,
al que no había prestado atención hasta entonces,
que dice:
«...para que no confiáramos en nosotros mismos,
sino en Dios que resucita a los muertos» (2 Corintios 1:9)
De pronto caí en la cuenta
de que no dependía de mí en modo alguno.
¿Qué tenía que ver yo aparte de ser un instrumento?
Es Dios el que puede hacer el milagro,
no podemos confiar en nuestras aptitudes.
Por muy incapaces que nos consideremos,
Dios puede hasta resucitar a los muertos.
Llamé a mi esposo y leímos juntos pasajes de la Biblia.
Seguidamente, los padres de la muchacha
fueron a su cuarto para rogar por ella.
Entonces, con una fe muy sincera en Dios,
al cabo de aquellos diez días de ayuno y oración
y de leer mucho la Palabra de Dios,
le dijimos que se levantara en el nombre de Jesús...
¡y se levantó!
En ocho años jamás había salido de la cama,
y no podía caminar en absoluto,
de tan grave que era su dolencia.
Todavía camina,
y Dios se ha valido de un modo magnífico de ella.
Promesas bíblicas de curación
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides ninguno de Sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades,
el que sana todas tus dolencias.
(Salmos 103:2-3.)
Yo soy el Señor tu sanador.
(Éxodo 15:26.)
Y la oración de fe salvará al enfermo,
y el Señor lo levantará.
(Santiago 5:15.)
Confesaos vuestras ofensas unos a otros,
y orad unos por otros, para que seáis sanados.
La oración eficaz y fervorosa del justo puede mucho.
(Santiago 5:16.)
Jesucristo te sana.
(Hechos 9:34.)
Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.
(Hebreos 13:8.)
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