viernes, 1 de noviembre de 2013

Familia y Sociedad

La historia demuestra suficientemente que la decadencia de la vida familiar es la causa de la decadencia de los pueblos
 
Familia y Sociedad
Familia y Sociedad
En nuestra sociedad abundan las legislaciones y también las declaraciones, escritas o de palabra, donde se habla de la importancia de la familia y sus derechos pero, en no pocas ocasiones, estos reconocimientos se quedan en la intención. A la hora de la verdad, en la práctica, falta que los responsables de tomar medidas den los pasos necesarios para que llegue a ser una realidad tanta teoría.

A pesar de ello no se ha perdido, sino que aumenta, el aprecio popular por la importancia de la familia como célula de crecimiento, no sólo biológico, sino también en el aspecto moral y de apoyo en los malos momentos. Es frecuente encontrar en las entrevistas, hechas a pie de calle por los reporteros de los medios, como muchas personas valoran de forma positiva a la familia.

La historia demuestra suficientemente que la decadencia de la vida familiar es la causa de la decadencia de los pueblos. En definitiva podemos deducir que el que quiera encontrar un buen diagnóstico del estado de una sociedad tiene que tomar el pulso a la familia. Es necesario, diría que incluso imprescindible, que todos le demos la importancia que tiene y el apoyo que necesite.

Entre estos todos incluyo a los padres como primeros responsables de ella pero también, en alto grado, incluyo a los responsables de los gobiernos y otras instituciones cuyos nombres sería prolijo, pero que están en la mente de todos.

Existe un interés, sobre todo entre personas fuertemente ideologizadas, para que las cosas discurran por caminos bien diferentes. La gran tarea que tenemos por delante es devolver a la institución familiar la importancia y consideración que le corresponde.

Esta situación, que ha existido desde hace bastantes años, ha tomado últimamente un cariz peligroso. El ataque es de grandes proporciones, puesto en marcha desde diferentes frentes, principalmente desde el educativo. La libertad de los padres para escoger la educación que desean para los hijos, la implantación de asignaturas con un fuerte cargamento ideológico, las dificultades para educar en valores, incluso la tergiversación de los conceptos sobre el ser humano y la historia, son algunos ejemplos fáciles de observar en muchas sociedades.

El ambiente que existe, permitido unas veces o creado e impulsado otras, está llegando a producir que las decisiones sobre la familia, que deben ser dirigidas por los padres, sea suplantada por otras instancias que intentan y van consiguiendo que el poder decisorio caiga en personas fuertemente ideologizadas. Además, cualquier intento de impedirlo por vías legales y democráticas, venga de donde venga, es atacado y adornado con todo tipo de etiquetas que, casi siempre, son auténticas falacias.

La tergiversación del lenguaje y la utilización del poder para legislar en favor de la ideología y no del ciudadano están perjudicando claramente aspectos básicos que afectan a las familias. Se ha llegado a una crisis de valores y a un desprecio por la verdad (a la que incluso se ha difuminado usando términos como tu verdad y mi verdad, cuando por lógica la verdad sólo puede ser una) que si no pocas personas adultas han perdido las referencias no digamos lo que ocurre con muchos jóvenes.
Preocupados por una importante crisis económicas muchos no tienen tiempo ni ganas para reflexionar. No pretendo ignorar los apuros, muchas veces de gravedad, que a sufren personas y familias, pero dentro de la lucha por lo material es necesario mirar otros aspectos importantes de la vida. Malo es tener el estómago necesitado pero no debemos dejar que se vacíe el cerebro.

Todos, lógicamente unos más que otros, tenemos el deber de poner sensatez en el ambiente donde nos movemos y, sobre todo, formarnos para informar y formar a otros. Nuestros hijos y nietos necesitan del consejo de abuelos y padres, pero sobre todo del ejemplo, como ya sabemos, es el mejor predicador.
Además, tendremos que luchar, con los medios legales vigentes, con la opinión de palabra y por escrito, con el voto democrático, para que la familia recupere el lugar que le corresponde en la sociedad y que nunca debió perder. No ignoro que la tarea es ardua y el “combate” desigual pero lo hacemos por lo más importante que tenemos, lo que realmente vale de lo que dejaremos al irnos de este mundo, por la FAMILIA.

Podemos pensar que somos poca cosa, una gota de agua en el océano, pues busquemos la unión con otras o sumémonos a las asociaciones que ya existen. Los que están al frente de esos grupos deben esforzarse en que no decaiga el ánimo y, si cae el suyo saber dar paso a personas capacitadas para tomen el relevo. Hay que buscar el éxito en esas tareas pero lo que realmente importa y tiene valor es intentarlo.

Me permito dejaros un lema que no sé de dónde viene, pero que he utilizado, con pleno convencimiento, en mis actividades profesionales altruistas: “Nuestra gloria está en la lucha y no en la victoria”.

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