sábado, 9 de noviembre de 2013

Cómo orar cuando “no entiendo” a Dios

     
Llevaba varios días escuchando confesiones por más de 6 horas, muchas historias tocaban mi corazón, purificaban mi fe, me ayudaban a descubrir nuevos matices en la miseria humana pero sobre todo en la misericordia de Dios.
Eran mis cuartas misiones de semana santa, toda una semana celebrando misa, confesando en pueblos remotos de México donde el párroco no alcanza a llegar. Personas con sufrimientos que dejan huella, pobreza que duele, y una fe que mueve montañas.
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Buscando consolar me llegó a mí el tiempo de llorar. Sí, por primera vez lloré escuchando una confesión. Fue la experiencia de un alma que a pesar de tanto dolor y tanto sufrimiento veía la mano de un "Papá Dios que siempre me acompaña y nunca me abandona".

Abrir tu corazón a Dios no te hace daño

La oración es el alimento del alma. Es llenarse de Dios, de su amor y vivir para Él y con Él. Sin embargo, en este proceso de llenarse de Él hay un camino donde nosotros activamente tenemos que vaciarnos de nuestro egoísmo, de nuestro racionalismo, de nuestro modo de ver al mundo, nuestras situaciones, nuestros dolores.
Llegar a una oración de aceptación total de la voluntad de Dios requiere esfuerzo y un diálogo sincero con nuestro Dios, desde el corazón y la conciencia de ser creaturas llenas de límites, de angustias de miedos y de dolores.
Abrir tu corazón a Dios no te hace daño. Preguntarle los "por qué" que tengas dentro puede la primera reacción, desde la perspectiva humana. No temas dar este paso, pero siempre prepárate para dejar que la luz de la fe ilumine tu caminar y te abra a una nueva dimensión.
Permanece abierto a escucharlo y a recibir su respuesta, que muchas veces es silenciosa pero que da siempre fruto. Ese "por qué" debe dejar pasar al "para qué". Dios tiene su tiempo para escuchar tus quejas y siempre es rápido para acogerlas con un gran abrazo.
Si te mira en silencio durante la oración, si aparentemente calla es porque está trabajando, realizando algo en tu vida, en tu alma. Espera con confianza, levanta la mirada a la cruz, encuentra sentido a tu dolor, a tus lágrimas mirando al que nos salvó con su sangre. Así, habrás dado paso al "para qué" y la fe habrá tocado tu corazón.

Algunas actitudes ante el dolor y el "no entender" a Dios

No ver un final donde hay un inicio: somos peregrinos y Dios nos acompaña. Sentimos muchas veces que las personas, circunstancias y pérdidas nos quitan algo. Las vemos como un final. Si vivimos con esperanza, esta visión negativa puede ser transformada en una nueva oportunidad, una nueva puerta que nos abre Dios para descubrir un paisaje nuevo en nuestra alma, en nuestra relación con Él. Su muerte fue ciertamente un final pero Dios los transformó en el inicio de nuestra relación y el inicio de la vida eterna.
Ver más lo que Dios nos ha dado y no tanto lo que nos ha quitado: ante las pérdidas de seres queridos, especialmente el esposo, un hijo siempre tenemos la tentación de reclamarle a Dios. ¿Por qué no transformar este dolor en una oración de acción de gracias por el tiempo que Dios nos donó este regalo? La oración puede lograr esta sanación y derramar en nuestro corazón herido un rayo de esperanza.
Estar abierto a amar más: la cruz, el dolor, el sufrimiento son una llamada al amor. No podemos cambiar muchas veces lo sucedido, pero si podemos transformarnos primeramente en el interior y de ahí, recibir la llamada a amar más y mejor. Cuántas veces la pérdida de un hijo nos produce un dolor tal que nos olvidamos del resto de la familia y de nuestra vocación de amarles más y mejor, de valorar lo que Dios me da.
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No entiendo: mi oración a corazón abierto

Querido lector, te dejo una experiencia personal, mi oración a Dios en medio del dolor y de la búsqueda. Es un quejarse con cariño esperando la respuesta y el abrazo de Dios.
No temas hacer lo mismo, es una oración sanadora, filial. Úsala como guía si te sirve, pero sobre todo deja que tu corazón vuele hasta el de Cristo en la cruz.
"No entiendo, tanta paciencia, tanto silencio, tanto dolor. Te escondes y te busco. Espero y no llegas. Hablas y no hago silencio.
¿Hablaremos acaso el mismo idioma? El amor humano y el divino se expresan con los mismos conceptos, palabras o gestos?
Creo que tu Eucaristía es paciencia encarnada, silencio sonoro, dolor redentor.
Creo que tu oración en Getsemaní no duró unas horas, sino que dura toda la vida, mi vida y la de mis hermanos. Te escondes a un tiro de piedra pero nos quedamos dormidos. Te busco pero estás en oración y allí no te encuentro porque no sé rezar. Espero en el lugar equivocado, con la actitud equivocada, quizás con la mirada equivocada.
Y parece que no llegas, que estamos solos en esta tierra, pero detrás, delante, a mi derecha y a mi izquierda estás siempre presente. Tu silencio es condición para descubrirte, es libertad de expresarte mi amor, es vacío que solo puede llenar tu presencia.
Gracias Señor, por un día más. Con estos sentimientos iré a encontrarte en la Eucaristía para intentar amarte como Tú me amas"

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