miércoles, 13 de noviembre de 2013

¿Cómo aprende una persona a amar a Dios? Parte I

      
P: "Estimado Padre John, si la oración contemplativa es buscar a Aquel a quien mi alma ama, ¿qué es lo que uno hace para aprender a amar a Dios?
Esto es, entre los laicos, como una inmensa laguna en el desarrollo de la vida y espiritualidad católica. Le enseñamos a la gente como alabar, como rezar, lo que está bien y lo que está mal, pero jamás les enseñamos a las personas -ya sean jóvenes o viejos- cómo amar al Dios que no podemos ver, tocar y sujetar y lo que es ese amor comparado con el amor a nuestra madre o amigo(a) o esposo(a) o hijo(a). ¿No queda hueca la oración contemplativa mientras no lleguemos a ese punto?
 
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R: Si estuviéramos teniendo una conversación en persona, mi respuesta a tu pregunta sería otra pregunta: ¿Qué quieres decir con «amar»? Esta es una palabra que puede ser utilizada de muchas maneras. Comencemos por reflexionar juntos sobre ese término.
 
El amor como una emoción
 
El amor puede ser una emoción o una virtud. Como emoción, éste consiste en un sentimiento de atracción hacia alguien o algo. Junto con ese sentimiento de atracción, experimentamos el deseo de poseer o de estar conectado al objeto amado. En este sentido, podemos hablar de «amar» los helados, o los gatos o las películas. Este significado también está vinculado a la experiencia de «enamorarse», lo que involucra un sentimiento poderoso, algunas veces casi arrollador, de atracción por otra persona. Muchas veces este sentimiento es inmediato, misterioso e irracional. Eso no lo hace menos energizante, influenciante o importante.
 
El amor como una virtud
 
La palabra «amor» también puede referirse a una virtud: la virtud de querer que otra persona exista y prospere. A esto es a lo que nuestro Señor se refería cuando nos ordenó «ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22,39). Esta es la decisión de buscar y promover el bien de los demás, sin importar como me siento respecto a ellos. Puedo sentir una aversión emocional fuerte hacia algunos, pero aún puedo amarlos en este sentido de la virtud –de hecho, se me ha ordenado amarlos a pesar de tener emociones contrarias. Otro término utilizado para describir esta clase de amor cristiano, el cual toma en cuenta solo la necesidad del otro, no la propia emoción que me une a el o ella, es la misericordia (y algunas veces la «caridad»).
Desde los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia ha enseñado que esta virtud de amar al prójimo es la parte central y medular del vivir cristiano. Tradicionalmente, la Iglesia recomienda las «obras de misericordia» como el camino ordinario para que ejercitemos este amor. El Catecismo resume esto en el n. 2447:
Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades espirituales y materiales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar son obras espirituales de misericordia, como también son el perdonar y sufrir con paciencia. Las obras corporales de misericordia consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, sepultar a los muertos.
Como en toda virtud, crecer en el amor requiere ejercitar el amor. Por tanto, una manera clave para que crezcamos en el amor (como tú preguntas) es simplemente ejercitar esta virtud del amor. Debemos hacer un esfuerzo por servir a lo demás, de buscar y promover lo que sea bueno para ellos y hacerlo como Cristo lo ha hecho con nosotros, con gran paciencia, bondad y generosidad (ver 1 Corintos 13).
 
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El amor como caridad sobrenatural
 
Esta misma palabra puede ser utilizada en una tercera forma: como caridad sobrenatural. Esto se refiere al amor de Dios mismo, el amor que las tres personas de la Santísima Trinidad se tienen entre ellos y el amor que Dios tiene por nosotros. También se refiere a la virtud teologal que los cristianos reciben en el bautismo y desarrollan a medida que maduran espiritualmente. Esta virtud capacita al cristiano para que ame a Dios con el mismo amor de Dios –en otras palabras, nos permite entrar en el círculo de amor que es la Trinidad. Nos volvemos parte de la familia de Dios a través de este regalo sobrenatural de gracia que se muestra a si mismo en caridad teológica, pero que también se derrama. A medida que nosotros amamos a Dios con su propio amor trinitario, nos encontramos amando a los demás y aún a todas las cosas en Dios y por Dios.
Este es el amor al que Cristo se refería cuando dio su mandamiento nuevo: «Amaos los unos a los otros como yo los he amado» (Juan 15,12). Este es el amor manifestado por los santos, como la Madre Teresa de Calcuta, cuyo amor por su prójimo alcanzó un grado heroico. La conexión entre nuestro Dios amoroso y nuestro amar al prójimo fue manifestada explícitamente por Cristo en los Evangelios. Sería una contradicción decir que amamos a Dios cuando nos rehusamos a aceptar, servir y apreciar a los demás, después de todo Dios ama a todos los seres humanos, entonces si nosotros realmente lo amamos a Él, también amaremos a todas las personas. Este amor por Dios también se manifiesta en nuestra obediencia a la voluntad de Dios en nuestras vidas. Jesús, por amor a su Padre y a nosotros, fue «obediente hasta la muerte de cruz» (Filipenses 2,8) por tanto, la obediencia a la voluntad de Dios, por amor a Dios, es otro medio para crecer en el amor –ejercita nuestro amor a Dios y por tanto lo acrecienta.
Esto es esencial para poder contestar tu pregunta. «Amar» a Dios significa desear y buscar una mayor comunión con Él todo el tiempo. Esta comunión crece principalmente a través de la gracia que recibimos en los sacramentos y a través de nuestra obediencia a su voluntad (lo que está «bien y mal» como dice tu pregunta). También se acrecienta a través de nuestros esfuerzos por imitar a Cristo en el amor al prójimo; ésta es precisamente la manera como podemos amar al Dios «que no vemos», como tú mencionas. «Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Juan 4,20). En este sentido, amar a Dios no consiste esencialmente en experimentar una fuerte resonancia emocional cuando pensamos en Dios o entramos en oración. Dios puede otorgarnos la experiencia emocional de amor en nuestra relación con Él (especialmente al principio de nuestro camino espiritual- algo así como una «luna de miel» espiritual), pero la esencia es mucho más profunda que la emoción.

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