lunes, 4 de noviembre de 2013

Beata Isabel de la Santísima Trinidad Catez, virgen

 
fecha: 9 de noviembre
n.: 1880 - †: 1906 - país: Francia
canonización: B: Juan Pablo II 25 nov 1984
hagiografía: The Carmelite Web Site
En Dijon, en Francia, beata Isabel de la Santísima Trinidad Catez, virgen, de la Orden de las Carmelitas Descalzas, que desde niña anheló buscar en lo profundo de su corazón el conocimiento y la contemplación de la Trinidad, y afligida por muchos sufrimientos, todavía joven continuó caminando, como siempre había soñado, «hacia el amor, hacia la luz y hacia la vida».

El celebre Cardenal Mercier, de paso por Dijon quiso venerar el sepulcro de la entonces sierva de Dios Isabel de la Trinidad. Al explicarle la Madre Priora que solo había sido seis años escasos religiosa carmelita, exclamó: "¡Aquí se llega a ser santas muy deprisa!".

Isabel de la Trinidad, que se puso ese nombre por su gran amor a Los TRES, como ella gustaba llamar a la Santísima Trinidad, en el siglo se llamó Isabel Catez. Nació en un campo militar, en Arvor, cerca de Bourges, el 18 de agosto de 1880. Sus padres fueron Francisco de Jesús Catez y María Rolland. E1 19 de abril de 1891 hizo su Primera Comunión. He aquí un bello testimonio: "Iba a cumplir catorce años cuando un día, mientras la acción de gracias, sentime irresistiblemente impelida a escogerle por único Esposo, y sin dilación me uní a Él por el voto de virginidad". Otra vez, "después de la Sagrada Comunión parecióme que la palabra Carmen sonaba dentro de mi alma y desde entonces no pensé mas que en esconderme entre las rejas".

Veía que en su nación la fe y el amor a Jesucristo dejaban mucho que desear. Para reparar en algo tanto mal, se ofreció como víctima por la salvación de Francia y del mundo cuando todavía era una adolescente. En 1901, superadas todas las dificultades, ingresó en el Carmelo de Dijon, ciudad a donde se había trasladado su familia. Desde el principio se entregó de lleno a su vocación, a la que amará con toda su alma. Escribía a una futura vocación al Carmelo: "El Carmelo es un ángulo del paraíso. Se vive en silencio, en soledad, solo para Dios... La vida de una carmelita es una perpetua comunión con Dios... Si él no llenara nuestras celdas y nuestros claustros ¡Qué vacíos estarían! Mas le vemos a Él en todas las cosas, porque le llevamos dentro de nosotras mismas, y nuestra vida es un cielo anticipado... ¡Si supieses que feliz me hallo! ... Para la carmelita no hay mas que una ocupación: amar y orar... Vivir con Él, en esto consiste la vida del Carmelo: Me consumo de celo por el Señor Dios de los Ejércitos... Vive el Señor Dios de Israel, en cuya presencia me encuentro... La Regla del Carmelo... ya verá algún día que bella es...". Así de enamorada estaba Sor Isabel de la vida que había abrazado que añadirá a su nombre uno nuevo: Laus Gloriae, Alabanza de Gloria, de la Santísima Trinidad.

Su vida interior en el Carmelo se divide en dos periodos: El periodo de la búsqueda de vida de intimidad con las Tres Divinas Personas (1901-1905) y el periodo en el que encuentra su nuevo nombre o misión: Alabanza de Gloria (1905-1906). No son muchas las obras que escribió y sin embargo es una de las figuras mas destacadas de la espiritualidad contemporánea. Con el ejemplo de su vida y con sus escritos, breves pero profundos, ejerce un influjo desde hace muchos años muy grande en cuantos tratan de vivir mejor la vida de perfección. Sus principales escritos son: "Epistolario" (301 cartas), "Misivas espirituales" (27), "Diario espiritual", "Composiciones poéticas" (119), "Oraciones". (2), "Elevaciones espirituales (4), "Elevación a la Santísima Trinidad", Tratados espirituales: Cómo hallar el cielo en la tierra y Últimos ejercicios espirituales de Laudem Gloriae.

En la experiencia de Sor Isabel es clave la vivencia del misterio de la Inhabitación Trinitaria, Misterio que será el centro de su vida y del que será mensajera: "He hallado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esta verdad todo se iluminó en mí. Quisiera revelar este secreto a todas las personas a quienes amo para que ellas se unan siempre a Dios a través de todas las cosas y se cumpla así la oración de Jesucristo: Padre, que sean completamente uno (Jn. 17,23)" (Carta 110).

Asimismo es consciente de que este proceso de transformación en los Tres pasa por una plena identificación con Cristo, el Crucificado por amor: "Seamos para El como una humanidad suplementaria donde pueda renovar todo su misterio. Le he pedido que se instale en mí como Adorador, Reparador y salvador". (Carta 193)

Días antes de su muerte repitió la misión que esperaba desempañar en el cielo: "Me parece que mi misión en el cielo consistirá en atraer a las almas al recogimiento interior, ayudándolas a salir de sí mismas para unirse con Dios a través de un sentimiento sencillo y amoroso. Procuraré mantenerlas en ese profundo silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en él". En su última carta, dirigida a la Madre Germana de Jesús, "su Sacerdote Santo" - como gustaba llamarla -, nos lega a los hijos del Carmelo y a cuantos se sientan llamados a seguirla en ese camino de santificación, su herencia espiritual: "...Al partir de este mundo le dejo en herencia la vocación que tuve dentro de la Iglesia militante, vocación que yo cumpliré ininterrumpidamente en la Iglesia triunfante: Ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad"

E1 9 de noviembre de 1906 marchaba a gozar de las Tres divinas Personas, con su último cántico: "Me voy a la luz, al amor, a la vida". El Papa Juan Pablo II la coloca entre los maestros que más han influido en su vida espiritual. El mismo Sumo Pontífice la beatificó el 25 de noviembre de 1984, solemnidad de Cristo Rey.

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