jueves, 4 de abril de 2013

UNOS DIAS DE SILENCIO

 

 

1. HABITA TU CASA.

1. TOMA CONTACTO CON EL LUGAR EN QUE ESTAS.

“Para ser feliz no basta con trabajar. Tengo que llevarme bien conmigo mismo”

- Recorre con tu mirada tranquila, serena, cada pequeña cosa.

- Deja que te hable con calma la realidad que te rodea.

- Haz tuyo el lugar.


- Invoca al Espíritu. ¡Ven, Espíritu Santo!

- Acoge este momento de tu vida con paz.


2. RECUERDA LOS ACONTECIMIENTOS QUE TE HAN MARCADO ULTIMAMENTE.


- No escondas nada ni te escondas de nadie, “porque El sabe de qué estamos hechos” (Salmo 103,14).

- Olvida rencores, incomprensiones, errores... usa este único secreto: ama. Ámate a ti, ama a tu prójimo, ama la vida.

- Empieza este nuevo día con ilusión y confianza. Tienes en tus manos la posibilidad de cambiarlo todo. ¿Cómo?... Simplemente cambia el cristal con el que has mirado hasta ahora... Mira el lado positivo de las cosas.

- También hoy, lo más probable es que tus responsabilidades, los nuevos desafíos que puedan surgir se concreten en cosas pequeñas, en hechos simples: acoge el milagro de la vida en las pequeñas situaciones, en los gestos cotidianos...

- Así te convencerás y comunicarás que la vida es hermosa, que la vida vale la pena vivirla...

3. ENTRA EN TU CENTRO.

- En el aquí y el ahora de cada instante trata de que se sienta acogido, querido y cuidado tu cuerpo, tu psique y tu espíritu.

- Conoce y acoge tus necesidades básicas: la de amar y ser amado, sentirte útil, y significar para alguien. No olvides que todo ser humano necesita también conocer y crecer en lo bello, lo bueno, lo justo.

- Cultiva la dimensión humana, porque es ahí donde se va a tejer la historia de amistad con Jesús, la Palabra de Dios encarnada.

- Si olvidas o descuidas esta área tan vital de tu existencia estás construyendo tu vida espiritual sobre arena. ¿Qué ganamos con navegar hasta la luna si no somos capaces de cruzar el abismo que nos separa de nosotros mismos? (Thomas Merton).


- Las necesidades espirituales no son un simple adorno; son auténticos requerimientos humanos. “¿No sería gran ignorancia... que preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni su tierra? Pues sin comparación es mayor la que hay en nosotros cuando no procuramos saber qué cosa somos” (Santa Teresa).

4. DESCÚBRETE HABITADO.

- Tu interioridad humana no es física, “no estamos huecos por dentro” (Santa Teresa). Tampoco queda configurada por componentes de orden ético y psicológico.

- La persona de Cristo entra a formar parte de tu interioridad de hombre o mujer creyente; el Señor se queda en “quien come mi carne y bebe mi sangre” (Jn 6,57); él está-reside en “quien da mucho fruto” (Jn 15,5); “quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16).

- Los textos bíblicos iluminan este misterio humano y hablan de “corazón” (“Dichosos los limpios de corazón” Mt 5,8), de “morada” (“¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu?” 1Cor 6,19), de “hombre interior capaz de comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor” (Ef 3,16-18).

- El Espíritu Santo te enseña a conocerte en verdad (Jn 16,13); te acompaña en la búsqueda de toda verdad y te acerca a Jesús, “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6); Clama en tu interior ¡Abba! (Rom 8,15) y te regala la realidad más profunda de ser de hijo/a de Dios (Rom 8,14).

- Edith Stein afirma que sólo una actitud religiosa introduce en la morada interior. Los análisis psicológicos sólo se asoman y escrutan esa dimensión interior, no abren el diálogo con el Señor que habita dentro. Para el cristiano lo más profundo de sí mismo no queda confinado en el yo, sino que implica la persona del Otro.

5. OFRÉCETE AL SEÑOR: AQUÍ ESTOY.

- Frente al deseo de muchos de autocomprenderse y darse sentido a sí mismos, ofrécete como María, la mujer que deja que su Señor le regale su sentido.

- Frente al anhelo secreto del hombre de hoy de ser comienzo absoluto desde su libertad, ofrécete como María, la mujer que acepta “ser desde otro”; se deja mirar por su Señor y se le llena la vida de agradecimiento.


ORA

“Señor, mi corazón no es ambicioso,


ni mis ojos altaneros;


no pretendo grandezas que superan mi capacidad;


sino que acallo y modero mis deseos,


como un niño en brazos de su madre” (Salmo 130).


Padre,


tú que me has llamado al desierto para hablarme al corazón,


tú, contra quien he luchado y me has vencido,


haz que tenga el valor de dejarme amar por ti,


de dejarme contemplar por tu mirada penetrante y creadora.


Ven a mí con el fuego de tu Espíritu Santo.


Configúrame con tu Hijo Jesucristo en los misterios de su historia


de encarnación, muerte y resurrección.


Que me lleve a la frescura de las fuentes


donde descanse mi cansancio y mi dolor.


Que tu Espíritu me inunde de escucha acogedora


como hizo un día en la Virgen Madre María.


Entonces sabré que estoy en ti y tú estás en mí con tu Hijo.


Amén. ¡Aleluya!



TEXTOS PARA ORAR

Salmo 15: Señor, ¿quién morará en tu tienda?.


Salmo 23: El Señor es mi Pastor.


Salmo 127: Si el Señor no construye la casa.


Salmo 139: Señor, tú me escrutas y conoces.


2. DESCÁLZATE Y ESCUCHA

1. HAZ SILENCIO DENTRO DE TI

“La vida está llena de pequeñas alegrías, el arte consiste en escucharlas e identificarlas”.

- Escucha a Dios que te habla. Toma conciencia de que desde que naces, eres un aprendiz de oyente.

- Todo el universo emite señales, el mundo está repleto de sonidos y mensajes. “El día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra” (Sal 18,3).

- Escucha a los otros y presta más atención a las pequeñas cosas y acontecimientos del día.

- Dedica un rato en que estés relajado/a y tranquilo/a a escuchar amistosamente a tu propio cuerpo. Hazte consciente de lo que te dice a través de tus sensaciones de cansancio, dolor, armonía, inquietud. Escucha esas sensaciones sin rechazarlas ni razonar sobre ellas. También por medio de tu cuerpo Dios se comunica contigo.

- Por la noche párate unos momentos y trata de recordar qué “voz” de Dios has reconocido.

2. ABRE LOS OIDOS DEL CORAZÓN

- El que no oye, no es capaz de hablar, ni de comunicarse, ni de responder a la palabra.

- Una tarea de toda tu vida: estar siempre aprendiendo, a la espera de una palabra, “como el centinela aguarda la aurora” (Sal 129,6).



- No mueras de sed al borde de la fuente. Dile a Jesús que te abra el oído, para que puedas comprender el amor de Dios que llega para todos.

- El Padre te llama para que seas oyente de Jesús: “Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él” (Lc 9,35).

- En la Iglesia que nace de la Pascua, el Espíritu Santo abre los oídos de los oyentes para que acojan la buena noticia de la salvación. “Una mujer llamada Lidia... nos estaba escuchando. El Señor abrió su corazón para que aceptara las cosas que Pablo decía” (Hch 16,14).

- No te canses de escuchar. “Mirad bien cómo escucháis” (Lc 8,18).

- La decisión es personal, cada día tienes que optar por ser oyente. ¡“El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,9)

3. JESÚS TE ENSEÑA A ESCUCHAR.


- Jesús va por los caminos abriendo los oídos a los sordos. “¡Effatá! ¡Ábrete! Inmediatamente se le abrieron los oídos” (Mc 7,34-35).


- Jesús se alegra cuando encuentra oyentes de la Palabra: ¡“Dichosos vuestros oídos porque oyen”! (Mt 13, 16). “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28).


- Jesús se sorprende de que muchos tengan oídos y no oigan. La causa es un corazón embotado (cf. Mt 13, 14-15).


- Jesús encabeza la marcha de un pueblo de oyentes: “Va delante de las ovejas, y ellas le siguen, porque conocen su voz” (Jn 10,4).


- Jesús llama a la puerta de tu corazón para invitarte a una historia de amistad: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

4. UNA MUJER OYENTE DE DIOS.

“María es la Virgen oyente, que acoge con fe la Palabra de Dios” (Marialis cultus 17).

- En María la Palabra encuentra acogida. No vuelve a Dios vacía (cf. Is 55,11).

- María mantiene un diálogo íntimo con la Palabra que se le ha dado. “María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19).

- María deja que la Palabra ocupe todo su espacio interior y así siente unifica toda su persona.

- La Palabra se hace carne en su tierra de mujer y de madre. Se convierte en su palabra, ofrecida gratuitamente al mundo. 

María no exige la comprensión inmediata de la Palabra, porque eso es cerrar el camino a Dios (cf. Lc 2,50).


5. ¿CÓMO SER OYENTE HOY?

- Mira a Jesús, que tiene palabras de vida.

- Aprende a escuchar a los pobres: En ellos habla y grita Jesús.

- Vive de acuerdo con lo que oyes: “El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca” (Mt 7, 24).


- Abre los oídos al momento histórico que te toca vivir, a los signos de los tiempos, para escuchar “los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres” (Gaudium et Spes, 1) y poder ofrecer desde ahí un relato de salvación.

- Reúnete en comunidad para escuchar juntos la Palabra de Dios (Sacrosanctum Concilium 35.106) y poder después proclamarla. “Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos” (1Jn 1,3).


Silencio:


Trata de escuchar la resonancias que ha producido la lectura de estos textos.


ORA


Escucha a Jesús, como el sordomudo:


“Ábrete”.


Escucha a Jesús, como los discípulos:


“Vosotros sois la sal y la luz del mundo”


Escucha a Jesús, como el centurión romano:


“Anda, que suceda como has creído”.


Escucha a Jesús, como la mujer pecadora:


“Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más”.


Escucha a Jesús, como Mateo:


“Sígueme”.


Escucha a Jesús, como la gente:


“Lo imposible para los hombres, es posible para Dios”.


“Nuestra alma hace ruido sin cesar, pero hay un punto en ella que es silencio y que nunca oímos. Desde el momento en que el silencio de Dios entra en nuestra alma, la atraviesa y se une a ese silencio que está secretamente presente en nosotros, tenemos en Dios nuestro tesoro y nuestro corazón" (Simone Weil).


TEXTOS PARA ORAR.


Isaías 50, 4-5: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás”.


Mc 7, 31-37: curación del sordomudo.


Mc 10, 46-52: el ciego de Jericó.


Lc 10, 38-42: María, sentada a los pies del señor, escuchaba su Palabra.


Salmo 103: Bendice, alma mía, al Señor


Salmo 40: Yo esperaba impaciente a Yahvé

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