martes, 16 de abril de 2013

Tercer Domingo de Pascua

domingo 14 Abril 2013
San Valeriano Martir

Leer el comentario del Evangelio por
San Gregorio Magno : “Al clarear el día, se presentó Jesús en la orilla del lago"
Lecturas
Hechos 5,27b-32.40b-41.

Los trajeron y los presentaron ante el Consejo. El sumo sacerdote los interrogó diciendo:
«Les ha bíamos advertido y prohibido enseñar en nombre de ése. Pero ahora en Jerusalén no se oye más que su predicación y quieren echarnos la culpa por la muerte de ese hombre.»
Pedro y los apóstoles respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de un madero.
Dios lo exaltó y lo puso a su derecha como Jefe y Salvador, para dar a Israel la conversión y el perdón de los pecados.
Nosotros somos testigos de esto y lo es también el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que le obedecen.»
y mandaron entrar de nuevo a los apóstoles. Los hicieron azotar y les ordenaron severamente que no volviesen a hablar de Jesús Salvador. Después los dejaron ir.
Los apóstoles salieron del Consejo muy contentos por haber sido considerados dignos de sufrir por el Nombre de Jesús.

Salmo 30(29),2.4.5-6.11-13.

Te alabaré, Señor, porque me has levantado y muy poco se han reído mis contrarios.
Señor, me has sacado de la tumba, me iba a la fosa y me has devuelto a la vida.
Que sus fieles canten al Señor, y den gracias a su Nombre santo.
Porque su enojo dura unos momentos, y su bondad toda una vida.
Al caer la tarde nos visita el llanto, pero a la mañana es un grito de alegría.
¡Escúchame, Señor, y ten piedad de mí; sé, Señor, mi socorro!
Tu has cambiado mi duelo en una danza, me quitaste el luto y me ceñiste de alegría.
Así mi corazón te cantará sin callarse jamás. ¡Señor, mi Dios, por siempre te alabaré!

Apoc. 5,11-14.

Yo seguía mirando, y oí el clamor de una multitud de ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Eran millones, centenares de millones
que gritaban a toda voz: Digno es el Cordero degollado de recibir poder y riqueza, sabiduría y fuerza, honor, gloria y alabanza.
Y les respondían todas las criaturas del cielo, de la tierra, del mar y del mundo de abajo. Oí que de cían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Y los cuatro Seres Vivientes decían «Amén», mientras los Ancianos se postraban y adoraban.

Juan 21,1-19.

Después de esto, nuevamente se manifestó Jesús a sus discípulos en la orilla del lago de Tiberíades. Y se manifestó como sigue:
Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Mellizo, Na tanael, de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar.» Contestaron: «Vamos tam bién nosotros contigo.» Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba pa rado en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo que comer?» Le contestaron: «Nada.»
Entonces Jesús les dijo: «Echen la red a la derecha y encontrarán pes ca.» Echaron la red, y no tenían fuer zas para recogerla por la gran cantidad de peces.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Simón Pedro: «Es el Señor.»
Apenas Pedro oyó decir que era el Señor, se puso la ropa, pues estaba sin nada, y se echó al agua. Los otros discípulos llegaron con la barca —de hecho, no estaban lejos, a unos cien metros de la orilla; arrastraban la red llena de peces.
Al bajar a tierra encontraron fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar.»
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red llena con ciento cincuenta y tres pescados grandes. Y a pesar de que hubiera tantos, no se rompió la red.
Entonces Jesús les dijo: «Vengan a desayunar». Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió. Lo mismo hizo con los pescados.
Esta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Contestó: «Sí, Señor, tú sa bes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.»
Le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Pedro volvió a contestar: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Cuida de mis ovejas.»
Insistió Jesús por tercera vez: «Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.» Entonces Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.
En verdad, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas a donde querías. Pero cuando llegues a viejo, abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará a donde no quieras.»
Jesús lo dijo para que Pedro comprendiera en qué forma iba a morir y dar gloria a Dios. Y añadió: «Sígueme.».

Extraído de la Biblia Latinoamericana.

Leer el comentario del Evangelio por
San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia
Homilías sobre el Evangelio, nº 24
“Al clarear el día, se presentó Jesús en la orilla del lago"
El mar es el símbolo del mundo actual, agitado por la tempestad de los
asuntos y la marejada de la vida caduca. La orilla firme es la figura del
reposo eterno. Los discípulos trabajan en el mar ya que todavía siguen en
la lucha contra las olas de la vida mortal. Pero nuestro Redentor, está en
la orilla pues ya ha superado la condición de una carne frágil. Por medio
de estas realidades naturales, Cristo nos quiere decir, a propósito del
misterio de su resurrección: “No me aparezco ahora en medio del mar porque
ya no estoy con vosotros en el bullicio de las olas”. (Mt 14,25)
Por esto dice a los discípulos: “Cuando aún estaba entre vosotros ya os
dije que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí...” (cf Lc
24,44) De aquí en adelante, ya no estaba con ellos de la misma manera.
Estaba allí, apareciendo corporalmente a sus ojos, pero...su carne inmortal
distaba mucho de sus cuerpos mortales. Su cuerpo en la orilla, cuando ellos
todavía navegaban por el mar, indica bien a las claras que él había
superado aquel modo de existencia, pero que no obstante estaba con ellos.

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