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|  |  | Sotero, Santo |  
XII PapaMartirologio Romano: En Roma, san Sotero, papa, del que  san Dionisio de Corinto alaba su egregia caridad hacia los  hermanos y a los extranjeros necesitados y oprimidos por la  necesidad o condenados a las minas (175).
 Etimológicamente: Sotero = Aquel  que nos puede salvar, es de origen griego.
  Pocas cosas se conocen con certeza sobre su  vida lejanísima en el tiempo. Las fuentes que nos hablan  de él son el Liber Pontificalis y la Historia Eclesiástica  de Eusebio. Sabemos que ejerció su pontificado entre los años  166 y 175, entre los papas Aniceto y Eleuterio, y  siendo emperador Marco Aurelio. Fue una época de relativa paz  y tranquilidad, aunque no faltaron chispazos de persecución como los  que quitaron la vida al apologeta san Justino, a los  mártires de Lyon, a los de Vienne, al obispo san  Potino, a los diáconos Santo y Atalo, a la esclava  Blandina, al niño Pontico y a otros más, y muy  probablemente al mismo papa Sotero. También conocemos que era originario  de Fondi, en la Campania y que su padre se  llamaba Concordio. 
 Un dato del que tenemos constancia por el Liber  Pontificalis es que llegó a prohibir a las mujeres tocar  los sagrados corporales y quemar incienso durante las celebraciones litúrgicas.  Bien pueden ser calificadas estas dos disposiciones de anacrónicas o  de simplemente de anecdóticas en un primer golpe de vista.  Pero lo que refiere el Liber Pontificalis nos pone en  la pista de algo que tuvo que encauzar como Sumo  Pontífice en el gobierno de la Iglesia y ciertamente el  asunto era importante.
 
 Había aparecido en Frigia, ahora parte de Turquía,  un sujeto llamado Montano. Afirmaba haber tenido una visión y  se aplicó a proclamarla; vamos, que se dedicó a hacer  de profeta. Predecía el fin del mundo inminente, urgía utópicamente  la necesidad de una vida perfecta, prohibía el matrimonio y  mandaba adoptar la más rigurosa y estricta penitencia. Se afanó  en predicar el rigorismo más extremo a la búsqueda de  una vida pura y sin pecados. Advertía que los culpables  de pecados graves no podrían obtener el perdón por no  disponer la Iglesia de ese poder. Fue capaz de trasmitir  esta doctrina equivocada gracias al apoyo que le prestaron las  mujeres, por lo general más dóciles y emotivas, principalmente Maxila  y Pricila en las que encontraba ayuda. A ellas les  concedió un intervencionismo desmesurado en las celebraciones cultuales totalmente desconocido  e inusual en su tiempo. Ya se ve que tal  enseñanza y práctica -además de ser inhumana- se oponía diametralmente  a la fe de la Iglesia que siempre creyó en  la misericordia infinita de Dios, enseñó la santidad del matrimonio  y administró el total perdón de los pecados; como, además,  sembraba entre los fieles desconcierto, confusión, amargura y pesimismo, tuvo  que intervenir la jerarquía contra el disparate teórico-práctico que llegó  a llamarse por su origen montanismo. Y al papa Sotero  le tocó ser el primero en afrontar esta herejía desde  todos los ángulos, defendiendo las verdades evangélicas. Con respecto a  la intervención en el culto por parte de las mujeres,  se limitó a recordar a las señoras la praxis vigente  en el momento.
 
 Sabemos también que Sotero ordenó a un  buen número de diáconos, presbíteros y once obispos para la  atención pastoral de diversos territorios.
 
 Otra nota característica suya es la  práctica exquisita de la caridad. Su desvelo por los pobres  y los necesitados, fácilmente presumible en cualquier papa, debió ser  excepcionalmente notorio. Se conserva un fragmento de la carta que  escribe Dionisio, el obispo de Corinto, a la iglesia de  Roma, alabando el hábito que se da entre esos fieles  con respecto a la comunicación de bienes y en ella  se afirma que "vuestro obispo Sotero no sólo conservó esta  costumbre, sino que aún la mejoró, suministrando abundantes limosnas, así  como consolando a los infelices hermanos con santas palabras y  tratándolos como un padre trata a sus hijos".
 
 Se desconocen detalles  de su martirio y hoy no existen datos por los  que pueda demostrarse históricamente; pero los martirologios más antiguos incluyen  su nombre entre los mártires y en el día veintidós  de abril.
 
 Pocos son los datos; pero parecen suficientes a la  hora de tener devoción a un sucesor de Pedro que  supo cumplir su encargo manteniendo el rumbo de la Barca  hacia el Puerto.
 
San Sotero, papa 
fecha: 22 de abril†: c. 175 - país:  Italia
 canonización:  pre-congregación
 hagiografía: Abel Della Costa
 
En Roma, san Sotero, papa, de quien san Dionisio de Corinto alaba su egregia caridad para con los hermanos, los peregrinos necesitados, los afligidos por la pobreza y los condenados a trabajos forzados. 
 
 
Sotero fue el 12º Obispo de Roma, aproximadamente entre los años 167 a 175. De los hechos de su pontificado no poseemos datos directos, y los que se la han atribuido a lo largo del tiempo (como decretos sobre el montanismo y la predestinación, así como decretos para la organización del culto) no parecen merecer ningún crédito; sin embargo sí se conservó un precioso testimonio indirecto: un fragmento de la carta que le envía Dionisio de Corinto para agradecer al papa unos donativos, en donde le dice:
Desde el principio ha sido tu costumbre hacer el bien a los hermanos de distintas maneras, y enviar donativos a muchas iglesias de distintas ciudades, auxiliando las necesidades de aquellos que piden, o enviando limosnas a los hermanos en las minas; por esas limosnas que tú has mantenido por costumbre desde antiguo enviar, los Romanos mantienen la costumbre romana tradicional, que tú, bendito obispo Sotero, no sólo has mantenido, sino que has acrecido, proveyendo la abundancia que has enviado a los santos, y consolando aun más con bienaventuradas palabras a los hermanos que acuden a ti, como un padre amoroso con sus hijos. [...] Hoy, por tanto, hemos tenido el santo Día del Señor, en el cual hemos leído tu carta, que guardaremos para siempre leerla y ser instruidos, tal como hacemos con la carta que nos había enviado Clemente.  (Eusebio de Cesarea, Historia de la Iglesia IV, 24).
 
Estos fragmentos, además de hablar muy bien de san Sotero, nos confirman una costumbre que conocemos por muchas fuentes: en las asambleas litúrgicas se leían no sólo los textos bíblicos, sino también estas «cartas circulares» que enviaban los obispos, no sólo a su sede, con palabras de consuelo, de reprensión, de enseñanza, a semejanza de las que conocemos de Pablo. La más famosa de esas cartas no canónicas es la aludida aquí de san Clemento Romano  a los Corintios. Lamentablemente la del papa Sotero se ha perdido, aunque algunos estudiosos han intentado identificarla con la llamada «Segunda Carta de San Clemente Romano», que hasta el presente permanence como anónima. La misma tradicional generosidad de la iglesia romana es alabada cien años más tarde por Dionisio de Alejandría en carta al papa Dionisio, y Eusebio declara que esa costumbre permanecía en su época (siglo IV).
 
Sus reliquias estuvieron un tiempo enterradas en el cementerio de San Calixto, luego, bajo el papado de Sergio II (med. s. IX) fueron trasladadas a la iglesia de San Silvestre, en Roma, luego a la de San Sixto, y finalmente dispersadas, de lo que  algunas llegaron hasta Toledo, donde se conservan en la actualidad. Durante siglos se lo veneró como mártir, pero no hay razón para considerarlo tal. |  | 
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