martes, 2 de agosto de 2011

La voluntad y Libertad





La fuerza de voluntad libera a las personas de las cadenas de su propia debilidad, como son la pereza, el mal genio, o la inconstancia. Hace a la persona más libre. La libertad exige posesión, es decir, señorío de sí mismo, porque quien no logra dominarse a sí mismo tampoco es libre: la incapacidad de controlarse a sí mismo es la peor de las tiranías.

—¡Pero precisamente serás libre cuando hagas lo que te dé la gana!, ¿no?

No exactamente. Es una interesante paradoja de la vida del hombre. Si en uso de la libertad eliges el mal, el vicio correspondiente acabará por atraparte y, entonces, esa libertad no es tal libertad.

La verdadera libertad es la que es capaz de elegir dentro del bien. Cuando no goza de esa adhesión habitual a lo bueno, sufre una tremenda esclavitud. Y esa esclavitud suele nacer de la falta de una voluntad firme que conduzca nuestros actos hacia donde la cabeza nos indica.

—Sí, pero a veces la cabeza te pide que vayas a por algo malo...

Por naturaleza, todo hombre busca el bien. El innato deseo humano de felicidad te llevará hacia él. Lo que sucede es que el mal no suele presentarse químicamente puro, y puede también atraerte por los destellos de bien que lo recubren.

Se trata, pues, de que estés lo suficientemente formado e informado como para identificar lo malo y lo bueno, o lo mejor y lo peor, y, después, una vez que sabes lo que de verdad te conviene, tengas suficiente fuerza de voluntad para alcanzarlo.

—Pero si algo es malo y tú pensabas que era bueno, no pasa nada...

Sí que pasa, porque te haces daño a ti mismo. Por eso, si a la hora de decidir qué vas a hacer, no te enfrentas con valentía a la realidad de las cosas para calibrar su verdadera conveniencia, estás engañándote a ti mismo, que siempre es algo triste. Esto es lo que sucede, por ejemplo, si rehuyes la necesaria formación de tu conciencia, o si practicas el escapismo.

—¿Qué es eso del escapismo?

Ha dado en llamarse así a un modo de comportarse que es propio del mundo del alcohol y de las drogas, pero que es aplicable a todo. El escapista busca vías de escape frente a los problemas, pero no los resuelve; se evade, esquiva la incomodidad a toda costa e ignora sus consecuencias futuras: si el problema no desaparece, será él quien desaparezca.

"A mí no me gusta comprometerme con nada ni con nadie", dirá. O "no sé si está bien o mal, pero me gusta y lo hago". Y al final acaba comprometido con su propia flojedad, contra la que apenas puede hacer nada.


Así sucede al drogadicto con su dosis de heroína, al alcohólico con sus copitas, y —a su nivel— al apático con su pereza o al lujurioso con su lascivia. Hay quienes son atrapados por el juego, otros por el ansia de trabajo o de dinero, y otros incluso —hay de todo— por las máquinas tragaperras. Son adicciones que aguan la fiesta del placer. Personas que acaban descubriendo que, si no se practica la templanza, al final puede ser preciso acudir al médico. La propia naturaleza se encarga de castigarles con esa dura dependencia de su fragilidad.

—Efectivamente debe ser una delicia tener una gran fuerza de voluntad, pero ¿qué hacen, o qué hacemos, los que hemos nacido con menos voluntad?

La voluntad crece con su ejercicio continuado y cuando se va entrenando en direcciones determinadas. Es cuestión de esforzarse para que se robustezca, y eso se logra venciendo en la lucha que —queramos o no— vamos librando de día en día.

Esta consolidación de la voluntad admite una sencilla comparación con la fortaleza física: unos tienen de natural más fuerza de voluntad que otros; pero sobre todo influye la educación que se ha recibido y el planteamiento que uno se haga de la vida.

Una voluntad recia no se consigue de la noche a la mañana. Hay que seguir una tabla de ejercicios para fortalecer los músculos de la voluntad, haciendo ejercicios repetidos, y que supongan esfuerzo.

Si no suponen esfuerzo, son inútiles: ahora hago esto porque es mi deber; y ahora esto otro, aunque no me apetece, para agradar a esa persona que trabaja conmigo; y en casa cederé en ese capricho o en esa manía, en favor de los gustos de quienes conviven conmigo; y me propongo luchar contra ese egoísmo de fondo para ocuparme de aquél; y superar la pereza que me lleva a abandonar mi formación o mi práctica religiosa; y estudiar ese examen, aunque esté aún lejos.

Sin dejar esa tabla a la primera de cambio, pensando que no tiene importancia. Con constancia y tenacidad, con la mirada en el objetivo que nos lleva a seguirla. Porque ¿qué se puede hacer, si no, con una persona cuyo drama sea ya simplemente el hecho de levantarse en punto cada mañana, o estudiar esas pocas horas que se había propuesto? ¿Qué soporte de reciedumbre humana tendrá para cuando haya de tomar decisiones costosas?

Y aunque estamos hablando mucho de la voluntad, en el fondo es cuestión también de inteligencia porque, quien es realmente listo, sabe bien lo importante que es para él curtir su propia voluntad.

Todos habremos oído alguna vez el clásico comentario, normalmente poco objetivo, que la madre del niño perezoso hace a su profesor: "sabe usted, si el chico es muy inteligente... lo que pasa es que es un poco vago". Y, tantas veces, cabría contestar: "pues si fuera tan listo, ya se habría dado cuenta de que así no va a llegar a ningún sitio... y habría estudiado algo".

LA VOLUNTAD Y LA LIBERTAD

Apuntes de clase: Mtro. Ricardo M. Rivas García

A) EL ACTO VOLUNTARIO

Aristóteles definía el acto voluntario así: «qui procedit a principio intrínseco cum cognitione finis» [1] .

Un acto es voluntario en el hombre, cuando procede de una facultad suya y el agente tiene un perfecto conocimiento del fin. Puede tratarse de un acto positivo o de una omisión.

Si el conocimiento del fin es material (se conoce la cosa que es fin), el acto es voluntario imperfecto o espontáneo. Si ese conocimiento es perfecto (se conoce el fin en cuanto tal), el acto es voluntario perfecto. Este procede de la inteligencia y de la voluntad.

El conocimiento perfecto puede ser deliberado o no, y así hay actos voluntarios necesarios, que proceden de la inteligencia y de la voluntad, determinadas a un objeto o fin, y actos voluntarios libres, que proceden de esas facultades en cuanto tienen dominio de sus actos.

Atendiendo a la intención de la voluntad, el acto voluntario puede proceder de una intención actual (explícita o implícita), de una intención virtual, tenida anteriormente y todavía influyendo en el acto (el distraído), y de una intención habitual, tenida anteriormente y no retractada, pero sin influjo actual en el acto (un moribundo privado de los sentidos). Esta última no basta para que se de acto humano.

Por razón del principio de que procede, el acto voluntario puede ser elícito (que procede inmediatamente de la voluntad: querer, consentir, elegir) o imperado (que procede de otra facultad bajo el imperio de la voluntad: pensar, andar). La voluntad tiene dominio sobre: sus propios actos; los actos del entendimiento en cuanto al ejercicio, no en cuanto al objeto; y los actos de la vida sensitiva, en cuanto dependen de la imaginación: No tiene dominio sobre su primer acto, dado que es movida por Dios, ni sobre el primer acto de la razón, ni sobre los actos de la vida vegetativa, ni sobre los movimientos naturales.

Atendiendo al modo de proceder de la voluntad, el acto voluntario puede ser inmediato (directo), cuando la voluntad directamente quiere y causa el acto; y puede ser mediato (indirecto, in causa), cuando la voluntad quiere la causa, pero no el efecto. Para que ese efecto sea voluntario, se requiere: que se prevea de alguna manera, que se pueda evitar (evitando la causa), y que haya una relación entre la causa aceptada libremente y el efecto (el homicidio del borracho).

Obstáculos del acto voluntario

Los antiguos hablaban de los enemigos del voluntario, todo aquello que disminuye o llega a destruir la voluntariedad del acto. Estos enemigos son:

La violencia, coacción que procede del exterior en contra de la voluntad. No puede existir violencia contra los actos elícitos de la voluntad, pero puede haber violencia contra los actos imperamos. En este caso, si la voluntad resiste y se opone, no hay acto humano, y, por consiguiente, no hay responsabilidad. El principio del acto propiamente es extrínseco.

El miedo. Es la perturbación que se produce en la mente ante el mal que se ve venir. Se distingue obrar con miedo (entonces el acto es voluntario, pues se realiza a pesar del miedo), y obrar por miedo. En este caso ordinariamente hay una mezcla de voluntariedad e involuntariedad (a pesar de todo, se quiere el acto). Pero si el miedo es tan intenso que perturba la razón, el acto es involuntario.

La ignorancia. Es la ausencia de conocimiento en un sujeto que debería tenerlo. La ignorancia invencible (inculpable) destruye la voluntariedad del acto (quien mata a un hombre creyendo que es un lobo...). La ignorancia vencible (culpable) disminuye la voluntariedad, pero no la destruye. Esa ignorancia es voluntaria, y todo lo que se siga de ella, también lo es. Disminuye la voluntariedad, porque falta un elemento para que el acto sea actualmente perfecto. Si la ignorancia es afectada (procedente de una mala intención), no disminuye la voluntariedad del acto.

B) EL ACTO LIBRE

Para los griegos, la libertad significaba libertad civil. El hombre libre era dueño de sus actos, por contraposición al esclavo. Y es que un acto se puede llamar libre cuando está exento de coacción externa: los actos naturales. Así, tenemos, libertad física, civil, política, moral (se pueden quebrantar las leyes morales). Es la libertad de actuar. Pero además existe la libertad de querer: libertad de decisión o elección. Un acto es libre, si está exento de necesidad interna. Entonces ese acto se ejecuta con dominio, es decir, con facultad para realizar otro distinto o contrario, o para omitirlo.

Todo lo que, anteriormente a la decisión humana, la pone en la necesidad de inclinarse en un sentido, destruye la libertad. Debe ser necesidad antecedente a la decisión, no simultáneo o posterior. El acto libre no está predeterminado. La voluntad se determina a sí misma, y es dueña de su acto.

Esta libertad de elección puede tener dos formas: actuar o no actuar (libertad de ejercicio); hacer esto u lo otro (libertad de especificación). La segunda supone la primera.

Cuando hay decisión deliberada es señal de que no existe una inclinación necesaria. Entonces el hombre se compromete en su acto, porque se ha decidido con conocimiento de causa.

Santo Tomás definía la libertad como «vís electiva mediorum servata ordine finis» (Summa Theologiae 1, q 83, a, 4.): la facultad de elegir los medios para conseguir el fin. Baste para recordar todo esto:

Vis: se trata de una facultad. El libre albedrío es algo permanente y no un acto pasajero. La libertad no es un ser, o una sustancia, sino una propiedad o característica de ciertos actos de la voluntad.

Electiva: La elección es un acto de la voluntad. Significa apetecer y conseguir algo, dejando lo demás. Este acto de la voluntad supone la deliberación y el juicio práctico del entendimiento, por el que se comparan las cosas y se ve su utilidad. Así, pues, la libertad formalmente está en la voluntad; radicalmente está en el entendimiento, que propone los objetos de una manera indiferente. El objeto adecuado de la voluntad no son los bienes particulares, sino el bien universal y absoluto, por lo cual no se mueve necesariamente hacia ningún bien particular. Pero la causa de esta indiferencia proviene del entendimiento, que ve el aspecto deficiente y limitado de los bienes. Si el entendimiento presentara un objeto capaz de saciar totalmente a la voluntad, ésta necesariamente lo tendría que aceptar.

Mediorum: El fin es como los primeros principios en el orden especulativo y teórico. El fin no se elige, se eligen los medios para conseguir el fin. Todos los fines particulares (que se eligen libremente) son medios en orden al último fin:

Servatio ordine finis: Si el hombre mediante la libertad se puede apartar del último fin, es porque se trata de una libertad deficiente. No se daría este defecto en la libertad perfecta (propiedad de un entendimiento y voluntad perfectos, pues de estas facultades proviene la limitación de la libertad).

Hay autores, como Leibniz, Bergson y Maritain, que confunden libertad de elección y espontaneidad, o que, al menos, creen que la libertad de elección no agota toda la riqueza de la libertad (Maritain=. La libertad de espontaneidad es la libertad del ser que sigue sin violencia su movimiento natural: la posibilidad que tiene un ser de tender al fin).

En efecto, se puede observar en los seres un desarrollo creciente paralelo de la interioridad y de la espontaneidad. En los seres superiores la interioridad se hace inmanencia y la espontaneidad, iniciativa, independencia, dominio de sí.

En el hombre, la libertad de espontaneidad es el deseo necesario de bien. La libertad de elección sería el medio para realizar la libertad de espontaneidad.

Leibniz definía la libertad como la "espontaneidad de un ser inteligente" (spontaneitas intelligentis). Según él, nunca obra la voluntad sin motivo. El motivo más fuerte es el que prevalece, ya que el hombre tiene inteligencia y elige siempre lo mejor. Aun así no se cae en el determinismo psicológico, ya que ese acto de la voluntad es espontáneo, no obligado desde fuera.

Para Bergson, la vida psicológica es pura duración, una corriente continua, en la que todos los estados se compenetran. Un acto es libre, cuando expresa nuestra personalidad profunda, cuando es espontáneo. La libertad de elección supondría una detención de la vida interior en el momento de la deliberación, y, por tanto, un concepto espacial de la conciencia. Pero la conciencia no está en el espacio.

Esta opinión va en contra de la libertad de indiferencia que defendió Descartes y Reid. Para ellos, la libertad consiste en ser indiferente a los motivos, libre de toda influencia, ya que en la medida en que la voluntad es atraída por un motivo, disminuye la libertad.

Pero es preciso afirmar que en la libertad hay una parte de espontaneidad y una parte de indiferencia. La voluntad se autodetermina, pero es porque ya está en acto respecto del fin, decían los escolásticos [2] . Esta orientada hacia el bien, pero con esto no es todavía libre: en el caso de una indiferencia absoluta, no se comprendería por qué se decide a actuar.

La voluntad siempre es movida por un motivo, por el conocimiento de un bien que participa del Bien absoluto. Pero como el bien particular es limitado, no obliga a la voluntad. Esta sigue siempre el motivo más fuerte, pero es ella la que hace de un motivo que sea determinante en un momento dado, deteniendo a la inteligencia en él. De suyo, la inteligencia seguiría indefinidamente examinando las cosas, viendo sus aspectos buenos y malos. En términos técnicos: la voluntad sigue al último juicio práctico, pero es ella la que hace que ese juicio sea último.

Argumentos a favor de la existencia de la libertad:

Gabriel Marcel y, antes, Kant, creen que no se puede demostrar la libertad. La demostración llega a una conclusión necesaria. Y decir que la libertad es necesaria, es negarla. La libertad se afirma libremente.

Es verdad que no puede demostrarse de un determinado acto que sea libre. Solo que el que lo realiza lo sabe. Es un secreto del individuo. Los argumentos se limitan a demostrar que la libertad es posible; que es un atributo de la naturaleza humana, dotada de inteligencia y voluntad. Y Aunque vimos detenidamente estos puntos en nuestro curso anterior, sobre filosofía del hombre, conviene resumir los argumentos centrales, que son:

1. Argumento metafísico: La voluntad sigue a la inteligencia en la concepción de un bien. Si se trata de un bien absolutamente bueno, la voluntad tenderá necesariamente a él. Si el bien es limitado y no realiza la bondad perfecta, siempre se puede descubrir en él un aspecto malo, no se aceptará necesariamente.

La raíz, pues, de la libertad está en la inteligencia. Ella es la que puede conocer el bien perfecto y comparar con él los demás bienes particulares.

2. Argumento psicológico: Se fija en la conciencia de la libertad, por lo que no es propiamente un argumento científico. Versa así: Todo hombre que ha realizado un acto libre, ha tenido conciencia de la indeterminación de la voluntad. Sabe que ninguno de los motivos era determinante, y a veces llega a sentirse la angustia de la elección. Si se sale de ese estado de indeterminación, es por una autodeterminación. Aquí, como vemos se trata de una experiencia y ésta no es transferible, por consiguiente, no vale como argumento.

Según Bergson, se trata de un hecho evidente, y Descartes dice que no hay nada en nosotros que conozcamos más claramente que la libertad.

3. Argumento moral: La libertad es una condición de la moralidad. Puesto que estamos obligados a vivir moralmente, tenemos que admitir que somos libres. Este argumento es prueba de Kant, quien niega que pueda demostrarse con la razón la existencia de la libertad. Como no admite la metafísica, ésta es la única prueba que vale. Tomás de Aquino admite este argumento, pero no como decisivo. En realidad, el argumento moral no vale puesto que hay que probar antes la existencia de la libertad para admitir la moralidad. Si no hay libertad, no hay obligación. Podría tratarse de un prejuicio.

Límites de la libertad:

La libertad es un elemento esencial de la espiritualidad, la señal de la independencia de la materia. Como esta independencia en el hombre no es total, tampoco la libertad será ilimitada.

La vida del hombre se desarrolla en un conjunto de circunstancias y condiciones, que no dependen de él. Depende, en primer lugar, de un ambiente exterior: espacio vital, virtudes y vicios de los antepasados, herencias. Interiormente, las determinaciones son todavía mayores: modo peculiar de ser del individuo, constitución orgánica, agudeza o debilidad de sus facultades, fuerza y orientación de la voluntad... Además, por su cuerpo el hombre entra a formar parte de los procesos naturales. No puede liberarse de las leyes físicas, químicas, biológicas. La única diferencia con los animales es que él puede elevar esos procesos y darles un sentido.

Todavía se ve atado por una necesidad superior: el deseo de la felicidad. Se trata de algo irrenunciable.

Así, pues, no existe libertad, acerca de Dios, bien infinito, conocido de una manera perfecta en la otra vida; acerca del bien en general, de la felicidad y de los medios que el entendimiento ve claramente que son necesarios para alcanzarla. La voluntad es libre acerca de Dios, conocido ahora imperfectamente y acerca de los bienes particulares.

C) LA LIBERTAD Y LA PERSONA

Pero dentro de esas circunstancias y esos límites, el hombre se siente libre, principio y causa de acción. Se da cuenta de que es una esencia autónoma, independiente y sustancial, que se pertenece a sí mismo, y que no es solo una parte de la naturaleza.

Su espiritualidad lleva consigo la amplitud que exige la libertad. Se puede obrar de una manera o de otra para conseguir la felicidad. La razón es la encargada de presentar a la voluntad los distintos motivos de obrar, y ésta puede escoger un motivo y relegar los demás a un segundo plano. La acción de la voluntad no depende de los motivos de la razón. El hombre, de alguna manera, se obedece a sí mismo, pues quiere siempre lo que quiere hacer [3] . La voluntad es dueña de sí misma. En cambio, la razón depende necesariamente de la verdad objetiva. Por eso, el hombre es bueno o malo según las acciones de la voluntad: estas constituyen propiamente la actividad del hombre.

No hay que separar, sin embargo, demasiado la inteligencia y la voluntad. Es el alma la que obra mediante esas facultades. Hay entre ellas una reciprocidad viviente. La inteligencia mueve a la voluntad presentándole su objeto. La voluntad mueve a la inteligencia y la impulsa a su última decisión. El acto libre es un acto de la persona. Se elige de acuerdo con lo que se es. Todo el ser influye. Por eso, la libertad es la expresión de la persona, su revelación.

Y es que antes, el acto libre es un acto creador del yo. Los actos humanos no pasan: dejan en nosotros sus huellas y modelan la personalidad. Por su intensidad o su repetición, los actos libres crean nuevas aptitudes para la operación. Aumentan la misma libertad del espíritu hacia el fin libremente elegido, y, en última instancia, hacia la felicidad. La libertad de ayer influye en la de hoy. Obramos según lo que somos, pero nos realizamos obrando.

Por eso, la actividad libre no es un mero juego de la voluntad. La finalidad de la voluntad no consiste en escoger por sí mismo, sino en escoger el bien, lo que corresponde a la naturaleza humana, lo que sirve para desarrollarla. Solo para eso se le ha dado la libertad al hombre: en orden a su perfección y a su felicidad.

Equivocadamente se cree que el hombre puede escoger su fin esencial como escoge los medios. Esto responde al deseo de independencia, de ser como Dios. «Una vez que la libertad ha explotado en el alma de un hombre los dioses ya no pueden nada contra él» [4] . Pero no hay libertad para el pecado, no para la rebelión. Esto sería libertinaje, consecuencia de las limitaciones de la libertad y del mismo hombre.

El hombre perfectamente libre es aquel que ha descubierto cuál es el bien supremo, aquel cuya voluntad se identifica con el querer de Dios. Es para nosotros el término de una liberación progresiva. La libertad de elección en el medio de esa liberación: hay en ella siempre un consentimiento y una renuncia.

No se puede, pues, ser indiferente a los motivos que la razón presenta, como querían los estoicos o el budismo. Hay que saber escoger los motivos de obrar verdaderamente válidos, prepararse para saber escoger los mejores. Libertad no es arbitrariedad.

Se trata de una tarea. Hay que liberarse de la sujeción a los motivos. Es más fácil dejarse llevar por ellos o por el ambiente exterior. Por eso se tiene miedo a la libertad, a la decisión libre y a la responsabilidad. «Al final de toda libertad, hay una condena», decía Camus. Es falso. Puede haber un gran premio. Sólo el que asume los esfuerzos que implica la libertad, realiza su verdadero yo y su autentica vida.

Este aspecto creador de la libertad en el hombre es, sin embargo, muy relativo. Supone una naturaleza humana, una voluntad con su tendencia al bien, y una inteligencia con poder de conocimiento y de juicio. Es algo totalmente distinto a la opinión de Sartre. Para él, la libertad es algo más que una propiedad del hombre. El hombre es libertad absoluta e ilimitada. La existencia precede a la esencia. El hombre al principio no es nada. Después será lo que se hace él mismo. Está condenado a ser libre y debe asumir esa libertad. Poco importa su acción, con tal de que se obre libremente (formalismo kantiano). Como no hay Dios ni valores superiores, lo importante es comprometerse libremente, sin transferir a nadie la propia responsabilidad.

Sartre cree que su filosofía es optimista, pues impulsa al hombre a la acción, y le lleva al convencimiento de que nada puede salvarle fuera de sí mismo. Pero al final está el fracaso. El vacío interior del hombre (ser para sí) es fuente de actividad exterior en tres direcciones: hacia sí mismo. Corre siempre y se esfuerza, pero jamás podrá alcanzarse; hacia los demás. Surge a través de la mirada «el otro», y se entabla la lucha: o se apropia uno al otro, o es apropiado, convirtiéndose en un objeto. La esencia de las relaciones entre las conciencias es el conflicto. «El infierno son los demás», el tormento de las respectivas miradas.

Hacia Dios. El hombre quiere realizar su proyecto de llegar a ser «en-sí», sin dejar de ser «para-sí»; quiere ser Dios. Pero esto es imposible "El hombre es una pasión inútil'. Un ser en-sí, sin relación a nada, no puede ser conciencia, siempre relativa a algo.

D) LA LIBERTAD Y LOS DETERMINISMOS

Niegan la existencia de la libertad, todas las doctrinas deterministas. Por ejemplo, el determinismo físico, niega la libertad porque se trataría de una creación de energía. Y en la naturaleza la cantidad y energía permanece siempre constante.

Pero la conservación de la energía se da en un sistema cerrado. No se puede aplicar al campo biológico, y mucho menos a los actos espirituales de la voluntad.

Por otro lado, el determinismo fisiológico enseña que los actos humanos están determinados por el estado del organismo: salud, carácter, herencia. Todo eso limita y condiciona la libertad, pero no la destruye a no ser en determinados casos.

El determinismo social, afirma que los actos del individuo están determinados por la presión social. Son perfectamente previsibles y reflejados en las estadísticas. Hay que admitir cierto, esa presión social, pero nadie puede por otro lado penetrar dentro de la conciencia del individuo.

Para el determinismo psicológico. Los instintos y la libido, el conjunto de reflejos condicionados, el temperamento..., explicarían toda la conducta humana. Estos explican una gran parte, pero no toda.


[1] «Aquel que procede de un principio intrínseco que conoce el fin»: Cfr. Ética a Nicómaco, III, I.

[2] Cfr. S. Tomás, De Malo, q. 6, a. 1

[3] Cfr. De Ver, 24, 10.

[4] Cfr J. P. Sartre, Las Moscas, en Les crits de Sartre, par Michel Contat et Michel Rybalka, Gallimard, 1970.




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