lunes, 1 de agosto de 2011

El Ser Maestros







Docente educador, tú eres un grito de fe porque crees en el hombre;
un grito de esperanza porque siembras lo que otros cosecharán;
un testimonio de amor porque mueres un poco cada día
para que otros vivan plenamente. No dejes de sembrarte
con coraje en el surco del corazón humano,
y volverás a ser pan en muchas mesas
para vivir cuando ya no vivas
DECÁLOGO DEL MAESTRO

Gabriela Mistral

1. AMA. Si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.

2. SIMPLIFICA. Saber es simplificar sin quitar esencia.

3. INSISTE. Repite como la naturaleza repite las especies hasta alcanzar la perfección.

4. ENSEÑA con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.

5. MAESTRO, se fervoroso. Para encender lámparas basta llevar fuego en el corazón.

6. VIVIFICA tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.

7. ACUERDATE de que tu oficio no es mercancía sino oficio divino.

8. ACUERDATE. Para dar hay que tener mucho.

9. ANTES de dictar tu lección cotidiana mira a tu corazón y ve si está puro.

10. PIENSA en que Dios se ha puesto a crear el mundo de mañana.


LA DIFÍCIL DECISIÓN DE SER MAESTRO

Platicaba un día un padre con su hijo y decíale éste emocionado:

- Padre, llegado ha el momento de decidir qué quiero ser en la vida; mucho he pensado al respecto, pero es tanto el saber humano que mi decisión difícil se ha vuelto.

El padre al fin, sabio por experiencia, cuestionó entonces a su vástago de la siguiente manera:

- ¿Qué tanto has pensado que te hace dudar?

- Mira padre -respondió el hijo-, médico he pensado ser, para curar cuerpos o mentes y cuando al fin he aceptado, cuenta me doy que mucha falta hace quien ayude a impartir justicia al débil y desprotegido, entonces prefiero ser abogado. Luego, siento la necesidad de aprender el secreto del arte de la construcción; de sacar de la piedra bruta un hogar confortable para mis semejantes, es cuando decido ser arquitecto o ingeniero; más es tanto el desarrollo científico que prefiero ser investigador o químico o matemático, o me decido por la contaduría o administración, por la física, por el campo, por los animales, por el espacio exterior...

El padre atento, esbozó una sonrisa y dijo con ese tono que tienen los padres cuando amorosamente pueden aconsejar a sus hijos con la sapiencia que dan los años vividos:

- Hijo: doctor, abogado, arquitecto, ingeniero, contador, astrofísico... todo ello puedes ser; y lo lograrás en la profesión que tú no has mencionado. Para alcanzarlo deberás conocer y saber mucho; tu mente deberá convertirse en un transporte de la cultura universal; aún así, deberás poner todo tu empeño en el trabajo a realizar en tu campo de acción.

Serás un moldeador de mentes; tú forjarás al médico, al astronauta, al campesino, al constructor, al comerciante, al abogado, al músico; podrás con esta profesión incubar en los corazones de los individuos los sentimientos de amor, bondad, ilusión, tolerancia, libertad, igualdad y fraternidad. Pero mucho cuidado hijo mío, en ésta no puedes cometer errores ya que podrías crear deformidades que se volvieran en contra de sus propios hermanos, por la generación de una ambición desmedida, tan sólo satisfecha por la material sensación del poder. Tendrás por seguidores a los llamados discípulos, ante ellos te presentarás como figura fiel y como imagen del ejemplo mismo. Te volverás todas y cada una de las profesiones existentes.
Con el tiempo verás tu reflejo en cada una de las figuras que tú formaste; entonces hijo, con toda tu entrega a esta fascinante y noble profesión, podrás con la mente en alto, otear el horizonte en donde mirarás tus obras, sintiendo en ese instante que has cumplido con los pensamientos que hoy enredan tus ideas y te darás cuenta que con tus palabras y actos has fertilizado las semillas que sembraste en tierra fértil y que se han convertido, o lo harán después, en grandes, fuertes y frondosos árboles que acudirán a darte sombra protectora cuando estés a punto de cumplir con el mandato de la Madre Tierra que exige a su descendencia regresar a ella.

Sentirás que tu paso por esta vida no ha sido en vano.

Escucha bien hijo mío, si aceptas esta responsabilidad tan grande sobre tus hombros, decídete por la profesión que llevo con orgullo y que en estas palabras venero tanto. Conviértete en Maestro, hijo mío, y sabrás entonces cuánto has ganado.

El hijo comprendió cuál camino debía seguir; y con el corazón latiendo fuertemente y embargado de gran emoción, se acercó a su padre, Maestro de muchas generaciones y secó las lágrimas de honor que de sus ojos habían brotado. Le besó en la frente y decidió al fin en lo que se convertiría: un Maestro que con su trabajo, rinda reconocimiento a la labor de los grandes Maestros que hubiera tenido. Maestros que a él, lo hubieron forjado.


MAESTRO...

Enseña a los niños a creer en los ideales y que aquellas cosas que no se ven también son realidades.

Diles que el amor no se ve pero se puede sentir, que la música tiene una explicación pero que las melodías salen del corazón.

Enséñales a tener esperanzas, pues todos los días sale el sol.

Enséñales el respeto por las cosas simples y por la naturaleza.

Enséñales a rezar, a cerrar los ojitos y que se imaginen a su ángel guardián que los protege y los guía.

Enséñales todos los días a trabajar en un pequeño proyecto, diferente siempre.

Estimula su creatividad con sus juguetes y con otros juguetes que ellos mismos puedan crear.

Enséñales a sonreír y acarícialos siempre, sean quienes fueran esos niños, porque no sabes en qué pueden convertirse mañana, tal vez sean ellos quienes te den su mano amiga o te nieguen el saludo cuando menos lo esperes. Tal vez sean tu medico, tu amigo, tu asaltante, o tu juez.

Enséñales que la vida es aprender a ser feliz y que la vida nos dará muchas alegrías, pero nosotros debemos darle también un sabor a la vida.

Enséñales que debemos darle un poco de alegría a todas las cosas y que todo lo que llegue a nuestras manos o a nuestra vida, siempre debemos dejarlo mejor de lo que estaba cuando lo encontramos.

Enséñales que todo aquello que tome contacto con nosotros debe siempre mejorar.

Enséñales el valor del respeto, de la fe, de la confianza, enseñales a ser inteligentes y que no desdeñen sus sentimientos, enseñales a amar y que en todo momento sepan que tienen el derecho de vivir y ser cada uno lo que en su vida quiera ser.

Enseñales que cuando sean grandes deben querer y respetar a los futuros niños.


UNA REFLEXIÓN SOBRE LA LABOR DEL DOCENTE...

La luna siempre es la misma...

Es real, siempre esta allí... aunque no la veamos. Todo depende de los obstáculos que se interpongan entre ella y nuestros ojos, de nuestro ángulo de visión, de la cantidad de luz aquí y allá...

Sin embargo algunos solo perciben lo que impresiona sus retinas, y creen que la porción de luna que ven es lo único que existe...

La labor de los docentes consiste en guiar... para que nuestros alumnos descubran aquello que no siempre esta visible... Que aprendan a mirar un poco mas allá... Y lo principal : que obtengan la confianza en si mismos, imprescindible para lograrlo...

Adriana Villarreal


UNA HISTORIA PARA RECORDAR

Esta es la historia que le ocurrió hace muchos años a una profesora de una escuela elemental.

Su nombre era Ms. Murga. Cuando se paró al frente de su clase del Quinto Grado el primer día de clases, les dijo una mentira.

Como la mayoría de los profesores, ella miro a sus alumnos y dijo que los amaba a todos por igual. Pero eso era imposible porque allí en la primera fila, estaba un niño llamado Lolo Sánchez.

Ms. Murga había visto a Lolo el año anterior y notó que el no jugaba bien con los otros muchachos, que su ropa era desordenada y que necesitaba bañarse. Llegó al punto, en que Ms. Murga realmente se deleitara con un lapicero grueso de color rojo, marcando una X y luego poniendo un CERO enorme sobre las tareas de Lolo.

En el colegio donde Ms. Murga enseñaba, ella tenia que revisar los registros pasados de cada alumno y puso en el Lolo para el ultimo. Sin embargo, cuando revisó su archivo, se sorprendió.

La profesor del Primer Grado de Lolo escribió: "Lolo es un chico brillante con una sonrisa en los labios. Hace su trabajo limpiamente y tiene buenos modales... es un deleite que esté con nosotros"

El profesor del Segundo Grado escribió: "Lolo es un excelente estudiante, bien querido por sus compañeros, pero esta en problemas porque su madre tiene una enfermedad terminal y su vida en casa debe ser sofocante."

Su profesora del Tercer Grado escribió, "La muerte de su madre ha sido muy dura para Lolo. Él trata de hacer lo mejor posible, pero su padre no muestra mucho interés y su vida en casa pronto lo afectará si no se toman las medidas convenientes."

La profesora del Cuarto Grado escribió, "Lolo está aislado y no muestra interés en el colegio. No tiene muchos amigos y algunas veces se duerme en clase."

A estas alturas, Ms. Murga se había dado cuenta del problema y estuvo avergonzada de si misma. Ella se sintió aún peor cuando sus alumnos le trajeron regalos por Navidad, envueltos en vistosos papeles y hermosos listones, excepto el de Lolo. Su regalo había sido descuidadamente envuelto en un papel marrón, que recortó de una bolsa de los supermercados.

A Ms. Murga le causó dolor abrirlo en medio de los otros regalos. Algunos de los chicos comenzaron a reírse cuando encontró un brazalete con algunas piedras faltando y un frasco de perfume a punto de acabarse, pero ella silenció las risas de los niños cuando exclamó "¡Qué bello brazalete!", colocándoselo y aplicándose un poco del perfume en la muñeca.

Ese día, Lolo se quedo hasta tarde en el colegio, para decirle: "Ms Murga, hoy usted olía como mi mamá lo hacía en nuestra ultima Navidad."

Después que los chicos se fueron, lloró por lo menos una hora. Ese mismo día, dejó de enseñar lectura, escritura y aritmética. Es su lugar, empezó a enseñar a los niños.

Ms. Murga puso especial atención a Lolo. Mientras ella trabajaba con él, la mente de Lolo parecía tomar vida. Mientras más aliento le daba ella, más rápido respondía él. Al final del año, Lolo llego a ser uno de los chicos más destacados de la clase y a pesar de su mentira que ella los amaba a todos por igual, Lolo llegó a ser el "preferido de la profesora."

Un año mas tarde, encontró una nota bajo la puerta. Era de Lolo, diciéndole que ella aún seguía siendo la mejor profesora que haya tenido en su vida.

Pasaron seis años mas y ella encontró otra nota de Lolo. Le decía que había terminado el colegio, como el tercero de su clase, y que ella todavía seguía siendo la mejor profesora de toda su vida.

Cuatro años más tarde, ella recibió una carta de Lolo, diciendo que aunque las cosas habían sido difíciles él seguía estudiando y que pronto se graduaría en la Universidad ocupando los más altos lugares de honor. Le aseguro a Ms. Murga que ella todavía se mantenía como la profesora favorita que jamás haya tenido en su vida.

Pasaron cuatro años mas y le llega otra carta. Esta vez, Lolo le explicaba que después de haberse graduado en la Universidad, había ido un poco mas allá. La carta le explicaba que ella aun seguía siendo la maestra favorita que había tenido. Pero ahora su nombre era un poco más largo, la carta fue firmada por el Dr. Teodoro F. Sánchez.

La historia no termina allí. Hubo otra carta en los próximos meses. Lolo le dijo que había conocido a una chica y que iba a casarse. Le explico que su padre había fallecido un par de anos atrás y que le gustaría saber si Ms. Murga podría aceptar sentarse en el lugar que en las bodas esta reservado generalmente para la madre del novio.

Por supuesto que Ms. Murga lo hizo. ¿Y adivina que? Ella usó ese brazalete, el que le faltaban algunas piedras. Y además se aseguro de usar el perfume que a Lolo le recordara a su madre cuando pasaron la ultima Navidad juntos.

Ellos se abrazaron, y cuando lo hacían, el Dr. Sánchez le susurro en el oído a Ms. Murga:

"Gracias Ms Murga por creer en mi. Muchísimas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo puedo hacer una diferencia."

Ms. Murga, con lagrimas en sus ojos, le respondió susurrando también:

"Lolo, tu estas completamente equivocado. Tu fuiste quien me enseñó a mí que yo podía hacer una diferencia. Yo no sabia como enseñar hasta que te conocí."

Tal vez esta historia no sea verídica, pero ninguno de nosotros podrá negar el efecto que tienen nuestras palabras, nuestro proceder tiene sobre nuestros estudiantes. Para ahondar en el tema les recomiendo un texto de Carina Kaplan: "Buenos y malos alumnos, descripciones que predicen". Editorial Aique, Bs. As


ERES IMPORTANTE PARA MÍ

Una profesora universitaria inicio un nuevo proyecto entre sus alumnos. A cada uno les dio cuatro moños de color azul, todos con la leyenda "ERES IMPORTANTE PARA MÍ", y les pidió que se pusieran uno.

Cuando todos lo hicieron, les dijo que eso era lo que ella pensaba de ellos. Luego les explico de que se trataba de un experimento: tenían que darle uno de los moños a alguna persona que fuera importante para ellos, explicándoles el motivo y dándole los otros moños para que ellos hicieran lo mismo. El resultado esperado era ver cuánto podía influir en las personas ese pequeño detalle.

Todos salieron de esa clase comentando a quién darían sus listones. Algunos mencionaban a sus padres, a sus hermanos o a sus novios. Pero entre aquellos estudiantes, había uno que estaba lejos de casa. Este muchacho había conseguido una beca para esa universidad y al estar lejos de su hogar, no podía darle ese listón a sus padres o sus hermanos. Pasó toda la noche pensando a quién daría ese listón
.
Al otro día muy temprano tuvo la respuesta. Tenía un amigo, un joven profesional que lo había orientado para elegir su carrera y muchas veces lo asesoraba cuando las cosas no iban tan bien como el esperaba. Esa era la solución!. Saliendo de clases se dirigió al edificio donde su amigo trabajaba. En la recepción pidió verlo. A su amigo le extrañó, ya que él muchacho lo iba a ver después de que él salía de trabajar, por lo que pensó que algo malo estaba sucediendo. Cuando lo vio en la entrada, sintió alivio de que todo estuviera bien, pero a la vez le extrañaba el motivo de su visita. El estudiante le explicó el propósito de su visita y le entregó tres moños, le pidió que se pusiera uno y le dijo que "al estar lejos de casa, el era el más indicado para portarlo". El joven ejecutivo se sintió halagado, no recibía ese tipo de reconocimientos muy a menudo y prometió a su amigo que seguiría con el experimento y le informaría de los resultados. El joven ejecutivo regresó a sus labores y ya casi a la hora de la salida se le ocurrió una arriesgada idea: Le quería entregar los dos moños restantes a su jefe.

El jefe era una persona huraña y siempre muy atareada, por lo que tuvo que esperar que estuviera "desocupado".

Cuando consiguió verlo, su jefe estaba inmerso en la lectura de los nuevos proyectos de su departamento, la oficina estaba repleta > de reconocimientos y papeles. El jefe sólo gruñó: -"¿Qué desea?". El joven ejecutivo le explicó tímidamente el propósito de su visita y le mostró los dos moños. El jefe, asombrado, le preguntó: "¿Por qué cree usted que soy el más indicado para tener ese moño?". El joven ejecutivo le respondió que él lo admiraba por su capacidad y entusiasmo en los negocios, además que de él había aprendido bastante y estaba orgulloso de estar bajo su mando. El jefe titubeo, pero recibió con agrado los dos moños, no muy a menudo se escuchan esas palabras con sinceridad estando en el puesto en el que él se encontraba.

El joven ejecutivo se despidió cortésmente del jefe y, como ya era la hora de salida, se fue a su casa.

El jefe, acostumbrado a estar en la oficina hasta altas horas, esta vez se fue temprano a su casa. En la solapa llevaba uno de los moños y el otro lo guardó en el bolsillo de su camisa. Se fue reflexionando mientras manejaba rumbo a su casa. Su esposa se extrañó de verlo tan temprano y pensó que algo le había pasado, cuando le preguntó si pasaba algo, el respondió que no pasaba nada, que ese día quería estar con su familia. La esposa se extrañó, ya que su esposo acostumbraba llegar de mal humor.

El jefe pregunto:- "¿Dónde esta nuestro hijo?", la esposa sólo lo llamó, ya que estaba en el piso superior de la casa. El hijo bajó y el padre sólo le dijo "Acompáñame". Ante la mirada extrañada de la esposa, y del hijo, ambos salieron de la casa. El jefe era un hombre que no acostumbraba gastar su "valioso tiempo" en su familia muy a menudo. Tanto el padre como el hijo se sentaron en el porche de la casa. El padre miró a su hijo, quien a su vez lo miraba extrañado. Le empezó a decir que sabía que no era un buen padre, que muchas veces se perdió de aquellos momentos que sabía eran importantes. Le mencionó que había decidido cambiar, que quería pasar más tiempo con ellos, ya que su madre y él eran lo más importante que tenía.

Le mencionó lo de los moños y su joven ejecutivo. Le dijo que lo había pensado mucho, pero quería darle el último moño a él, ya que era lo más importante, lo más sagrado, para él, que el día que nació, fue el más feliz de su vida y que estaba orgulloso de él. Todo esto mientras le prendía el moño que decía "Eres importante para mí" El hijo, con lágrimas en los ojos le dijo: -"Papá, no se qué decir, mañana pensaba suicidarme porque pensé que no te importaba. Te quiero papá , perdóname...."

Ambos lloraron y se abrazaron, el experimento de la profesora dio resultado, había logrado cambiar no una, sino varias vidas, con sólo expresar lo que sentía....

Ese es el poder de uno... Expresar lo que sientes y darle valor a los detalles de la gente que te ama. Por eso tú para mí... " Eres muy Importante " UNA GRAN FRASE "Se necesita sólo de un minuto para que te fijes en alguien, una hora para que te guste, un día para quererlo, pero se necesita de toda una vida para que lo puedas olvidar".

Remitido por Javier Coifman


Haría cualquier cosa.

Jack tenía parálisis cerebral. Era cuadripléjico y empleaba el restringido movimiento que tenía en una mano para empujar la palanca que movía su silla de ruedas eléctrica. A pesar de que no era alumno mío, a menudo asistía a mis conferencias y participaba en grupos de discusión. Yo tenía dificultades para entender lo que decía y confiaba en gran medida en sus compañeros de clase para que lo interpretaban. Él compartía sus preocupaciones y frustraciones personales conmigo, conmoviéndose profundamente. ¡Era valiente para ser tan vulnerable!

Un día, después de clase, Jack se me acercó y dijo que quería trabajar. En ese momento yo estaba entrenando a adultos gravemente discapacitados para trabajar en puestos dentro y fuera del campus en la Universidad de Fresno City. Le pregunté:

-¿Dónde?

-Con usted en la cafetería- me respondió.

Asombrada en el primer instante, pensé en las destrezas necesarias para limpiar mesas, cargar lavaplatos, barrer, pasar el trapo, ordenar provisiones, etcétera.

¿Cómo podría una persona cuadripléjica intervenir en ese tipo de programa de formación? No pude responderle. Tenía la mente en blanco.

-¿Qué te gustaría hacer, Jack?- le pregunté, esperando que tuviera algo pensado.

Su respuesta fue firme:

-¡Haría cualquier cosa!- me dijo con una sonrisa.

¡Oh, cómo me gustó su ánimo y su voluntad y cuánto admiré su convicción!

Acordamos encontrarnos en la cafetería a las diez de la mañana del otro día.

Me pregunté si sería puntual. ¿Podía siquiera leer la hora?

A la mañana siguiente, oí su silla de ruedas quince minutos antes de la cita. En silencio imploré consejo y lucidez.

A las diez de la mañana nos encontramos. A las diez y un minuto, Jack estaba listo para empezar a trabajar. Su entusiasmo hacía que su forma de hablar fuera todavía más difícil de entender. En mi esfuerzo por encontrar una manera de que Jack participara de manera significativa en un programa vocacional de formación, me enfrenté con un obstáculo tras otro. Su silla de ruedas impedía que se acercara demasiado a las mesas. Era incapaz de usar las manos salvo para apretar. Intenté algunas adaptaciones sin éxito. Al ver mi frustración, un preceptor de buen corazón se ofreció para ayudar. En media hora había encontrado una solución. Acortó el mango de un cepillo para que cupiera cómodamente bajo el brazo de Jack y pudiera ser manipulado con una mano. El cepillo se ubicó de tal manera que pudiera alcanzar la tabla de las mesas. Con la otra mano, Jack impulsaba su silla, limpiando la superficie de las mesas mientras se movía.

¡Jack estaba en el cielo! Se sentía orgullosísimo de ser un participante activo y no sólo un observador.
Cuando lo miraba, advertía que podía sacar las sillas de su camino usando su silla de ruedas. Se creó un nuevo trabajo para Jack: apartar las sillas de las mesas que estaban diseñadas para sillas de ruedas y alinearlas contra la pared, fuera del camino. Jack cumplía ese trabajo con gusto y orgullo. ¡Su autoestima rebasaba! ¡Por fin se sentía capaz y digno!

Un día Jack se me acercó cubierto de lágrimas. Cuando le pregunté qué pasaba, me explicó que la gente no lo dejaba hacer su trabajo. Al principio no entendí lo que quería decir, luego lo observé tratando de mover las sillas. Le costaba tanto esfuerzo, que los alumnos bienintencionados pensaban que estaba luchando para sacar las sillas de su camino y las movían para dejarle el campo libre. Él trataba de explicar, pero nadie se tomaba el trabajo de escucharlo. El problema se resolvió cuando hice estas tarjetas para que Jack llevara sobre su bandeja:

¡Hola! Mi nombre es Jack.
Trabajo en la cafetería.
Mi tarea es limpiar mesas
y mover ciertas sillas hacia la pared.
Si quieren ayudarme,
POR FAVOR háganme una gran sonrisa
y díganme qué buen trabajo
estoy haciendo.

Jack desplegaba y compartía estas tarjetas orgullosamente. Los estudiantes empezaron a tomarse a Jack y su trabajo en serio. Ese semestre experimentó la autoestima que se siente cuando uno percibe que es reconocido y apoyado.

Su voluntad siempre será una inspiración para mí cuando busco, y encuentro, para mis alumnos y para mí, nuevos caminos tendientes a superar los obstáculos de la vida y ser lo mejor que podemos con los talentos que Dios nos dio.

Dolly Trout

La voluntad es algo impresionante. Puesta al servicio de un objetivo, puede lograr aún lo que parece imposible. Y cuando se pone en marcha, no hay obstáculo que pueda detenerla. El hombre busca sin cesar la respuesta a un cerrado interrogante: ¿Para qué vivo?. Y trata de sentirse útil, de sentirse importante, de sentirse significativo, de sentirse querido y reconocido, precisamente para justificar su existencia. Hay quienes se sienten importantes, y llevan una excelente comunicación consigo mismos. Pero también hay quienes tienen muy baja su autoestima, y se sienten inferiores, malqueridos, inútiles. Pero la mayoría de las veces, en estos casos, las sensaciones no tienen correlato con la realidad. Es un problema de uno mismo, de autoestima pura, porque los demás no nos ven de la misma manera que nosotros nos sentimos. Y más allá de cualquier otra consideración hay una verdad irrefutable que debe ser tenida muy en cuenta: Cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible. Y como tales, tenemos nuestro valor intrínseco. La clave está en saber descubrirlo, en visualizarlo, en sentirlo en toda su magnitud. Entonces, cuando sintamos que nuestra autoestima nos traiciona, cuando sintamos que nos autodesvalorizamos, cuando sintamos que no servimos para nada, cuando sintamos y aceptemos que todo nos salga mal, pensemos en todos aquellos seres que, con verdaderas dificultades de salud, con sus capacidades físicas restringidas, día a día se superan a sí mismos en esa cuestión de sentirse útiles. Y si en algún momento sentís que tu existencia no tiene razón de ser, ten en cuenta que, mientras haya una persona que te quiera, tu vida ya tiene el máximo sentido. Aquí, escribiendo estas palabras, ya tienes una. Y si abrís de par en par tu corazón, descubrirás muchas más. Si hay mucha gente que te quiere... ¿Por qué no habrías de quererte vos? Abrete a tu ser interior. El inmenso tesoro de tu propia vida está al alcance de tus ojos...

Reflexión: Graciela Heger A.


PARA APRENDER

Si puedes conservar tu cabeza, cuando a tu alrededor todos la pierden y te cubren de reproches;

si puedes tener fe en ti mismo, cuando duden de ti los demás hombres y ser indulgente para su duda;

si puedes esperar, y no sentirte cansado con la espera;

si puedes, siendo blanco de falsedades, no caer en la mentira, y si eres odiado, no devolver el odio; sin que te creas, por eso, ni demasiado bueno, ni demasiado cuerdo;

si puedes soñar sin que los sueños, imperiosamente te dominen;

si puedes pensar, sin que los pensamientos sean tu objeto único;

si puedes encararte con el triunfo y el desastre, y tratar de la misma manera a esos dos impostores;

si puedes aguantar que a la verdad por ti expuesta la veas retorcida por los pícaros; para convertirla en lazo de los tontos,

o contemplar que las cosas a que diste tu vida se han desecho, y agacharte y construirlas de nuevo, ¡aunque sea con gastados instrumentos!

si Eres capaz de juntar, en un solo haz, todos tus triunfos y arriesgarlos, a cara o cruz, en una sola vuelta y si perdieras, empezar otra vez como cuando empezaste y nunca más exhalar una palabra sobre la pérdida sufrida!

si puedes obligar a tu corazón, a tus fibras, a tus nervios, a que te obedezcan aún después de haber desfallecido y que así se mantengan, hasta que en ti no haya otra cosa que la voluntad gritando: “¡Persistid, es la Orden!”

Si puedes hablar con multitudes y conservar tu virtud, o alternar con reyes y no perder tus comunes rasgos;

si nadie, ni enemigos, ni amantes amigos, pueden causarte daño;

si todos los hombres pueden contar contigo, pero ninguno demasiado;

si eres capaz de llenar el inexorable minuto, con el valor de los sesenta segundos de la distancia final;
tuya será la tierra y cuanto ella contenga y -lo que vale más- serás un hombre ¡Hijo mío!

Rudyard Kipling


PARA EDUCAR

...Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:

-Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, me parece que sería penoso que te limitaras a caminar, teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.

-Pero yo no sé volar contestó el hijo.

-Es verdad... -dijo el padre y caminando lo llevó hasta el borde del abismo en la montaña.

-Ves, hijo, este es el vacío. Cuando quieras volar vas a pararte aquí, vas a tomar aire, vas a saltar al abismo y extendiendo las alas, volarás.

El hijo dudó:

-¿Y si me caigo?

-Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que te harán más fuerte para el siguiente intento -contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.

Los más pequeños de mente le dijeron:

-¿Estás loco? ¿Para qué? Tu viejo está medio zafado... ¿Qué vas a buscar volando? ¿Por qué no te dejas de pavadas? ¿Quién necesita volar?

Los más amigos le aconsejaron:

-¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio?

Prueba tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?

El joven escuchó el consejo de quienes lo querían.

Subió a la copa de un árbol y, con coraje, saltó... Desplegó las alas, las agitó en el aire con todas sus fuerzas pero igual se precipitó a tierra...

Con un gran chichón en la frente, se cruzó con su padre:

-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé y ¡Mira el golpe que me di! No soy como tú. Mis alas sólo son de adorno.

-Hijo mío- dijo el padre -Para volar, hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse en un paracaídas, necesitas cierta altura antes de saltar.

Para volar hay que empezar corriendo riesgos.

Si no quieres, quizás lo mejor sea resignarse y seguir caminando para siempre.

(extraído del libro “Cuentos para pensar” de Jorge Bucay, editorial Aquí y Ahora. Edición 1978)

"El maestro explica lo que sabe y enseña lo que es"

QUERÍA MUCHO A ESOS CHICOS

Un profesor universitario envió a sus alumnos de sociología a las villas miserias de Baltimore para estudiar doscientos casos de varones adolescentes. Les pidió que escribieran una evaluación del futuro de cada chico. En todos los casos, los estudiantes escribieron: "No tiene ninguna posibilidad".

Veinticinco años más tarde, otro profesor de sociología se encontró con el estudio anterior.

Envió a sus alumnos a que hicieran un seguimiento del proyecto para ver qué les había pasado a aquellos chicos. Exceptuando a veinte de ellos que se habían ido o habían muerto, los estudiantes descubrieron que casi todos los restantes habían logrado un éxito más que modesto como abogados, médicos y hombres de negocios.

El profesor se quedó pasmado y decidió seguir adelante con el tema. Por suerte, todos los hombres estaban en la zona y pudo hablar con cada uno de ellos.

"¿Cómo explica su éxito?", les preguntaba. En todos los casos, la respuesta, cargada de sentimiento, fue: "Hubo una maestra".

La maestra todavía vivía, de modo que la buscó y le preguntó a la anciana, pero lúcida mujer, qué fórmula mágica había usado para que esos chicos salieran de la villa y tuvieran éxito en la vida.

Los ojos de la maestra brillaron y sus labios esbozaron una agradable sonrisa. "En realidad es muy simple -dijo-. Quería mucho a esos chicos".

(Desconozco el autor)


LA FLOR ROJA

Una vez un pequeño niño fue a la escuela.

El era en verdad un pequeño niño y aquella, sí era una gran escuela.

Pero cuando el pequeño niño descubrió que podía llegar a su salón caminando desde la puerta de entrada, se sentía feliz y la escuela ya no se veía tan grande.

Una mañana, su maestra le dijo:

"Hoy vamos a dibujar".

Qué bien, pensó el pequeño. A él le encantaba dibujar. Podría pintar muchas cosas: Leones y tigres, pollos y vacas, trenes y barcos. Así fue que sacó su cajita de crayolas y empezó a dibujar.

Pero la maestra le dijo:

"Vamos a dibujar flores".

Qué bien, pensó el pequeño. A él le encantaban las flores, y comenzó a dibujar algunas con sus crayolas rosadas, naranja, azul.

Pero la maestra dijo: "Espera, hasta que yo te muestre cómo".

Esa era roja con tallo verde.

"Aquí está", dijo la maestra.

"Ahora puedes comenzar".

El pequeño miró la flor de la maestra, luego miró la suya.
A él le gustaba su flor más que la de la maestra, pero él no dijo nada.

Tan solo volteó su hoja e hizo su flor similar a la de la maestra.
Era roja con tallo verde.

Otro día, cuando el pequeño abría la puerta por sí solo, desde afuera la maestra le dijo:
"Hoy vamos a trabajar con plastilina".
Qué bien, pensó el niño. "Me encanta la plastilina". El podría hacer muchas cosas con plastilina: culebras y hombres de nieve, elefantes y caminos. Comenzó a hablar y a pellizcar su bola de plastilina.

Pero la maestra la dijo: "Espera, aún no es la hora de comenzar"
y ella esperó a que todos los demás estuvieran listos...

Entonces sucedió que su familia se mudó a otra casa en otra ciudad, y el pequeño tuvo que ir a otra escuela. Esta escuela era aún mas grande que la otra y no había puerta de afuera a su clase. Tenía que subir algunas escaleras grandes y pasar por un corredor largo para llegar a su salón.

El primer día que el pequeño estaba en la escuela, la maestra dijo:
"Hoy vamos a dibujar".

Qué bien, pensó el niño, y esperó hasta que la maestra le dijera qué hacer, pero ella no dijo nada. Tan solo caminaba por el salón.

Luego ella se acercó al pequeño y le dijo:.

"No quieres dibujar?".

Claro que si,"qué vamos a hacer?".

"No sé hasta que lo dibujes", dijo la maestra.

"Cómo lo haré?", preguntó el niño.

"Como gustes", respondió la maestra.

Si todos dibujan lo mismo y usan los mismos colores, Cómo sabré quién hizo qué y cuál es cuál?.

"No sé", dijo el niño. Y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde.

(Desconozco el autor)


LA EDUCACIÓN DE LA HUMANIDAD Y LA LUZ DIVINA.

Sin duda, uno de los momentos más difíciles en la vida de todo estudiante, es cuando intenta poner en práctica las enseñanzas que está recibiendo, sus propias ideas y conceptos se ven de pronto cuestionadas por las ideas de la nueva enseñanza que está aprendiendo. Esto me recuerda lo que pasó en una antigua escuela de Grecia: En aquellos años, el gran Pitágoras había levantado una gran institución a donde asistían únicamente aquellos que, después de haber sido probados en sus intenciones, en sus capacidades y en sus virtudes, se hacían merecedores a un lugar junto al gran Maestro; inclusive, llegar a ser aspirante, representaba en sí una gran tarea.

La controversia en la mente del estudiante.

Un discípulo que se acercó a esta escuela, tenía grandes problemas para adecuar las enseñanzas a su forma de vida. No es posible que todo el mundo esté equivocado, pensaba el discípulo; esta escuela enseña que los seres humanos son buenos en lo más interno de sus corazones, pero yo he visto, no una sino multitud de veces, cómo hay personas que se aprovechan de otras, cómo hay gentes que sin importar los derechos de los demás, los pisotean con tal de alcanzar un beneficio para ellos mismos. ¿Cómo es posible que en esta escuela se enseñen cosas que a todas luces son contrarias a lo que vemos día con día?

Y sucedió que un día, el gran Pitágoras se hizo presente ante el foro, la ocasión era especial, se celebraba una de esas audiencias públicas en donde la escuela abría sus puertas y el pueblo entero acudía a llenarse, un poco, de esa sabiduría que, como luz divina, parecía iluminar los rostros de tan prestigiados mentores.

El discípulo, sumergido en sus propios conflictos, decidió aprovechar la ocasión para interpelar al gran Pitágoras y en la primera oportunidad se dirigió a él diciéndole:

- Maestro: ¿Cómo es posible que dentro de esta institución se enseñe que los seres humanos son buenos en los corazones, todos sin excepción, cuando día con día vemos, sin tener que viajar mucho, que existen personas que se aprovechan de las bondades de otros, cuando vemos la injusticia imperar en cada rincón de nuestras vidas, cuando vemos lo difícil que es hacer lo correcto?, ¿cómo es posible que se enseñen tales cosas, si nosotros podemos observar lo contrario?.

La ignorancia frente a la luz.

Pitágoras era un gran lector de las almas de los hombres, inmediatamente adivinó que el muchacho que lo estaba cuestionando era uno de los novicios recién llegados, adivinó inmediatamente los conflictos que habían surgido dentro de su alma y queriendo aprovechar la ocasión en que el pueblo entero estaba reunido, le contestó así:

- Bien has dicho, los seres humanos buscan por todos los medios su propio beneficio, pero, ¿estarás de acuerdo conmigo en que cada una de las acciones que emprenden los seres humanos lo hacen pensando que obtendrán algún beneficio de eso?.

El discípulo asintió con la cabeza y Pitágoras continuó:

- Estarás entonces de acuerdo, que si un ser humano sabe a ciencia cierta que alguna acción le traerá complicaciones en su futuro, se abstiene de hacerlas; y el discípulo volvió a asentir.

- ¿Tú piensas, que las acciones injustas emprendidas por algún ser humano en perjuicio de otro, afecta a los seres que las están haciendo?

Y el discípulo se vio obligado a contestar:

- Pues de acuerdo a las Leyes divinas, está claro que toda persona que hace una mala acción, recibirá un castigo tarde o temprano.

- Yo te pregunto, continuó Pitágoras: ¿Si esos hombres injustos conocieran esa Ley que acabas tú de mencionar, si supieran que es cierta con plena confianza, crees tú que seguirían actuando mal?

Y el discípulo, después de meditar unos momentos, contestó:

- En verdad no, si todo el mundo supiera que las acciones injustas traerán daños a ellos mismos, definitivamente nunca las harían.

- Entonces, continuó Pitágoras, no es la maldad lo que impulsa a los hombres a ser injustos, sino la ignorancia, ¿estamos de acuerdo?

El discípulo asintió con la cabeza y el pueblo entero empezaba a darse cuenta de porqué Pitágoras era Maestro.

(Desconozco el autor)


LA AVENTURA DE SER MAESTRO

José M. Esteve, catedrático de Teoría de la Educación, de la Universidad de Málaga.

Tras veinticinco años de recorrido profesional, el autor afirma que se aprende a ser profesor por ensayo y por error. En el camino deben sortearse distintas dificultades, como elaborar tu propia identidad profesional, dominar las técnicas básicas para ser un buen interlocutor, resolver el problema de la disciplina y adaptar los contenidos al nivel de conocimiento del alumnado.

La enseñanza es una profesión ambivalente. En ella te puedes aburrir soberanamente, y vivir cada clase con una profunda ansiedad; pero también puedes estar a gusto, rozar cada día el cielo con las manos, y vivir con pasión el descubrimiento que, en cada clase, hacen tus alumnos.

Como casi todo el mundo, yo me inicié en la enseñanza con altas dosis de ansiedad; quizás porque, como he escrito en otra parte, nadie nos enseña a ser profesores y tenemos que aprenderlo nosotros mismos por ensayo y error. Aún me acuerdo de mi primer día de clase; toda mi seguridad superficial se fue abajo al oír una voz femenina a mi espalda: «¡Qué cara de crío! ¡A éste nos lo comemos!». Aún me acuerdo de mi miedo a que se me acabara la materia que había preparado para cada clase, a que un alumno me hiciera preguntas comprometidas, a perder un folio de mis apuntes y no poder seguir la clase... Aún me acuerdo de la tensión diaria para aparentar un serio academicismo, para aparentar que todo estaba bajo control, para aparentar una sabiduría que estaba lejos de poseer...

Luego, con el paso del tiempo, corrigiendo errores y apuntalando lo positivo, pude abandonar las apariencias y me gané la libertad de ser profesor: la libertad de estar en clase con seguridad en mí mismo, con un buen conocimiento de lo que se puede y lo que no se puede hacer en clase; la libertad de decir lo que pienso, de ensayar nuevas técnicas para explicar un tema, de cambiar formas y modificar contenidos.

Y con la libertad llegó la alegría: la alegría de sentirme útil a los demás, la alegría de una alta valoración de mi trabajo, la alegría por haber escapado a la rutina convirtiendo cada clase en una aventura y en un reto intelectual.

Pensar y sentir

El camino y la meta me los marcó Unamuno en una necrológica de Giner de los Ríos, leída por azar en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza: «Era tan hombre y tan maestro, y tan poco profesor -el que profesa algo-, que su pensamiento estaba en continua y constante marcha, mejor aún, conocimiento... y es que no escribía lo ya pensado, sino que pensaba escribiendo como pensaba hablando, pensaba viviendo, que era su vida pensar y sentir y hacer pensar y sentir».

«Era su vida pensar y sentir y hacer pensar y sentir»... Miguel de Unamuno y su preocupación por enlazar pensamiento y sentimiento... Nunca encontré una mejor definición del magisterio: dedicar la propia vida a pensar y sentir, y a hacer pensar y sentir; ambas cosas juntas. Casi todos los colegas que escriben a continuación coinciden en este punto. Mari Carmen Díez expresa así su visión actual de la enseñanza: «Ahora entiendo la escuela como un sitio adonde vamos a aprender, donde compartimos el tiempo, el espacio y el afecto con los demás; donde siempre habrá alguien para sorprenderte, para emocionarte, para decirte al oído algún secreto magnífico». Fernando Corbalán, tras hablarnos de que en clase tenemos que divertirnos, buscar el ansia de saber y propiciar una atmósfera de investigación, concluye: «Y no se piense que sólo se abre la mente a los alumnos. También la del profesor se expande y se llena de nuevos matices y perspectivas más amplias, y funciona la relación enriquecedora con los dos sentidos. Mi experiencia, al menos, me dice que algunos de los juegos y problemas con los que he disfrutado, y que sigo utilizando, han tenido su origen en la dinámica de la clase... Y cuando se crea esa atmósfera mágica en clase, con los fluidos intelectuales en movimiento, pocas actividades hay más placenteras».

Hace tiempo, descubrí que el objetivo es ser maestro de humanidad. Lo único que de verdad importa es ayudarles a comprenderse a sí mismos y a entender el mundo que les rodea. Para ello, no hay más camino que rescatar, en cada una de nuestras lecciones, el valor humano del conocimiento. Todas las ciencias tienen en su origen a un hombre o una mujer preocupados por desentrañar la estructura de la realidad. Alguien, alguna vez, elaboró los conocimientos del tema que explicas, como respuesta a una preocupación vital. Alguien, sumido en la duda, inquieto por una nueva pregunta, elaboró los conocimientos del tema que mañana te toca explicar. Y ahora, para hacer que tus alumnos aprendan la respuesta, no tienes otro camino más que rescatar la pregunta original. No tiene sentido dar respuestas a quienes no se han planteado la pregunta; por eso, la tarea del docente es recuperar las preguntas, las inquietudes, el proceso de búsqueda de los hombres y las mujeres que elaboraron los conocimientos que ahora figuran en nuestros libros. La primera tarea es crear inquietud, descubrir el valor de lo que vamos a aprender, recrear el estado de curiosidad en el que se elaboraron las respuestas. Para ello hay que abandonar las profesiones de fe en las respuestas ordenadas de los libros, hay que volver las miradas de nuestros alumnos hacia el mundo que nos rodea y rescatar las preguntas iniciales obligándoles a pensar.

Cada día, antes de explicar un tema, necesito preguntarme qué sentido tiene el que yo me ponga ante un grupo de alumnos para hablar de esos contenidos, qué les voy a aportar, qué espero con seguir. Y luego, cómo conectar lo que ellos saben, lo que han vivido, lo que les puede preocupar, con los nuevos contenidos que voy a introducir. Por último me lanzo un reto: me tengo que divertir explicándolo, y esto es imposible si cada año repito la explicación del tema como una salmodia, con la misma gracia en el mismo sitio y los mismos ejemplos. Llevo veinticinco años oyéndome explicar los temas, en algunas ocasiones, repitiéndolos dos o tres veces en distintos grupos; he calculado que me jubilo el año 2021 y estoy seguro de que moriré de aburrimiento si me oigo año tras año repitiendo lo mismo, con mis papeles cada vez más amarillos y los rebordes carcomidos. La renovación pedagógica, para mí, es una forma de egoísmo: con independencia del deseo de mejorar el aprendizaje de mis alumnos, la necesito como una forma de encontrarme vivo en la enseñanza, como un desafío personal para investigar nuevas formas de comunicación, nuevos caminos para hacer pensar a mis alumnos... «Pensaba hablando, pensaba viviendo, que era su vida pensar y sentir y hacer pensar y sentir»... Desde esta perspectiva, la enseñanza recupera cada día el sentido de una aventura que te rescata del tedio y del aburrimiento, y entonces encuentras la libertad de expresar en clase algo que te es muy querido. Inmediatamente recibes la respuesta: cien alumnos pican el anzuelo de tu palabra y ya puedes dejar correr el sedal, modulas el ritmo de tu explicación a la frecuencia que ellos emiten con sus gestos y sus preguntas, y la hora se pasa en un suspiro -también para ellos-. Y entonces descubres la alegría: ese momento de magia te recompensa las horas de estudio y te hace sentirte útil en la enseñanza.

No hay mejor regalo de los dioses que encontrar un maestro. A veces tenemos la fortuna de encontrar a alguien cuya palabra nos abre horizontes antes insospechados, nos enfrenta con nosotros mismos rompiendo las barreras de nuestras limitaciones; su discurso rescata pensamientos presentidos que no nos atreveríamos a formular, e inquietudes latentes que estallan con una nueva luz. Y, curiosamente, no nos sentimos humilla dos por seguir el curso de un pensamiento ajeno; por el contrario, su discurso nos libera y nos ensancha creando en nosotros un juicio paralelo con el que reestructuramos nuestra forma de ver la realidad; y luego, extinguida la palabra, aún encontramos los ecos que rebotan en nuestro interior obligándonos a ir más allá, a pensar por nuestra cuenta, a extraer nuevas conclusiones que no estaban en el discurso original. Éste es el objetivo: ser maestros de humanidad... a través de las materias que enseñamos, o quizás, a pesar de las materias que enseñamos; recuperar y transmitir el sentido de la sabiduría; rescatar para nuestros alumnos, de entre la maraña de la ciencia y la cultura, el sentido de lo fundamental permitiéndoles entenderse a sí mismos y explicar el mundo que les rodea.

Las dificultades

He hablado de mis precarios inicios en la enseñanza, y de mi visión actual tras veinticinco años de recorrido profesional; pero, para ayudar a otros a recorrer el mismo camino, tengo ahora que hablar del proceso intermedio e, inevitablemente, de las dificultades que hay que sortear.
Identidad profesional

El primer problema consiste en elaborar tu propia identidad profesional. Esto implica cambiar tu mentalidad, desde la posición del alumno que siempre has sido hasta descubrir en qué consiste ser profesor. Y aquí aparecen los primeros problemas, por que hay enseñantes que no aceptan el trabajo de ser profesor. Las dificultades de los profesores de Primaria suelen ser distintas a las de los profesores de Secundaria.

Entre los de Primaria el peor problema es la idealización: la formación inicial que han recibido suele repetir con insistencia lo que el buen profesor «debe hacer», lo que «debe pensar» y lo que «debe evitar»; pero nadie les ha explicado, desde el punto de vista práctico, cómo actuar, cómo enfocar los problemas de forma positiva y cómo eludir las dificultades más comunes. Han aprendido contenidos de enseñanza, pero no saben cómo organizar una clase, ni cómo ganarse el derecho a hacerse oír. Así, se les ha repetido hasta la saciedad la importancia de la motivación para el aprendizaje significativo -«el buen profesor debe motivar a sus alumnos»-, pero nadie se ha preocupado de que aprendieran de forma práctica diez técnicas específicas de motivación. Pese a que una de las principales tareas que desarrollar en su trabajo será la enseñanza de la lectura y la escritura, muy pocas diplomaturas de maestro incluyen un curso de lectoescritura, mientras que es frecuente que se dediquen cursos enteros al aprendizaje de la fonética.

Por estos caminos, al llegar al trabajo práctico en la enseñanza, el profesor novato se encuentra con que tiene claro el modelo de profesor ideal, pero no sabe cómo hacerlo realidad. Tiene claro lo que debería hacer en clase, pero no sabe cómo hacerlo. El choque con la realidad dura dos o tres años; en ellos el profesor novato tiene que solucionar los problemas prácticos que implica entrar en una clase, cerrar la puerta y quedarse a solas con un grupo de alumnos.

En este aprendizaje por ensayo y error, uno de los peores caminos es el de querer responder al re trato robot del «profesor ideal»; quienes lo intentan descubren la ansiedad de comparar, cada día, las limitaciones de una persona de carne y hueso con el fantasma etéreo de un estereotipo ideal. Desde esta perspectiva, si las cosas salen mal es porque yo no valgo, porque yo no soy capaz de dominar la clase; y, de esta forma, los profesores novatos se cuestionan a sí mismos y, a veces, cortan los canales de comunicación con los compañeros que podrían ayudarles: ¿Cómo reconocer ante otros que yo tengo problemas en la enseñanza, si el «buen profesor» no «debe» tener problemas en clase? Como señala el artículo de Fernández Cruz, la identidad profesional se alcanza tras consolidar un repertorio pedagógico y tras un período de especialización, en el que el profesor novato tiene que volver a estudiar temas y estrategias de clase, ahora desde el punto de vista del profesor práctico y no del estudiante de magisterio.

Entre los profesores de Secundaria, el problema de la identidad profesional es mucho más grave. Como señalaba Fernando Corbalán: «La in mensa mayoría de los profesores de Secundaria nunca tuvimos una vocación clara de enseñantes... Estudiamos una carrera para otra cosa (matemático profesional, químico, físico...)». En efecto, nuestros profesores de Secundaria se forman en unas faculta des universitarias de Ciencias y Letras que, ni por asomo, pretenden formar profesores. En ellas predomina el modelo del investigador especialista. Como resultado de este modelo, el profesor que llega al instituto para explicar geografía e historia, y, con un poco de mala suerte un curso suelto de ética, se identifica a sí mismo como «medievalista», ya que, durante los últimos cinco años de su vida, la Universidad le ha insistido en la necesidad de estudiar paleografía, epigrafía y numismática, latín y árabe para acceder a los documentos medievales, y le ha iniciado en el trabajo de archivo, centrándole en una época histórica muy determinada y permitiéndole olvidar el resto de la historia. Al parecer, nadie se ha puesto a pensar en el problema de identidad que sobreviene a nuestro medievalista cuando se enfrenta a una clase bulliciosa de treinta adolescentes en una zona rural o en un barrio conflictivo. El sentimiento de error y de autoconmiseración se apodera de nuestro nuevo profesor. Él es un investigador, un medievalista, ha pasado dos veranos en el archivo de Simancas preparando su tesina entre documentos originales que él es capaz de descifrar... ¿Por qué le obligan ahora a enseñar historia general, que no es lo suyo, y de paso geografía y ética? Y, además, descubre horrorizado que los alumnos no tienen el menor interés por la historia, y que temas clave de su especialidad -como el apasionante tema de su tesina- se despachan con dos párrafos en el libro de texto.

Para colmo, nuestro futuro profesor de Secundaria se da cuenta de que no sabe cómo organizar una clase, cómo lograr un mínimo orden que permita el trabajo y cómo ganarse la atención de los alumnos. Aquí, el problema de perfilar una identidad profesional estable requiere un auténtico proceso de reconversión, en el que el elemento central consiste en comprender que la esencia del trabajo del profesor es estar al servicio del aprendizaje de los alumnos. ¡Qué duro le resulta a la mayor parte de nuestros profesores de Secundaria y de Universidad comprender esto! Ellos son investigadores, especialistas, químicos inorgánicos o físicos nucleares, medievalistas o arqueólogos... ¿Por qué van ellos a rebajar sus ni veles?, gritan exaltados, y ello significa, en la práctica, que dan clases para dos o tres privilegiados, mientras el resto de los alumnos van quedando des colgados. Y además, hasta el fin de sus días, vivirán la enseñanza rumiando la afrenta de que la sociedad les obligue a abandonar el Olimpo de su investigación para mantener contacto con un grupo de adolescentes.

Por contra, algunos profesores consiguen estar a gusto en su trabajo, y descubren que esto requiere, necesariamente, una actitud de servicio hacia los alumnos, el reconocimiento de la ignorancia como el estado inicial previsible, aceptar que la primera tarea es encender el deseo de saber, aceptar que el trabajo consiste en reconvertir lo que sabes para hacerlo accesible a un grupo de adolescentes... Un viejo maestro me decía que enseñar al que no sabe está catalogado, oficialmente, entre las obras de misericordia; y, en efecto, hace falta un cierto sentido de la humildad para aceptar que tu trabajo consiste en estar a su servicio, en responder a sus preguntas sin humillarlos, en esperar algunas horas en tu despacho por si alguno quiere una explicación extra, en buscar materiales que les hagan asequible lo esencial, y en recuperar lagunas de años anteriores para permitirles acceder a los nuevos conocimientos. Lo único verdaderamente importan te son los alumnos. Esa enorme empresa que es la enseñanza no tiene como fin nuestro lucimiento personal; nosotros estamos allí para transmitir la ciencia y la cultura a las nuevas generaciones, para transmitir los valores y las certezas que la humanidad ha ido recopilando con el paso del tiempo, y advertir a las nuevas generaciones del alcance de nuestros grandes fracasos colectivos. Ésa es la tarea con la que hemos de llegar a identificarnos.

Comunicación e interacción

El segundo problema por solucionar para ganarse la libertad de estar a gusto en clase hace referencia a nuestro papel de interlocutor. Un profesor es un comunicador, es un intermediario entre la ciencia y los alumnos, que necesita dominar las técnicas básicas de la comunicación. Además, en la mayor parte de los casos, las situaciones de enseñanza se desarrollan en un ámbito grupal, por lo que exigen de los profesores un dominio de las técnicas de comunicación grupal. Por tanto, ese proceso de aprendizaje inicial, que ahora se hace por ensayo y error, implica entender que una clase funciona como un sistema de comunicación e interacción.

Una buena parte de las ansiedades y los problemas de los profesores debutantes se centran en ese ámbito formal de lo que se puede y lo que no se puede decir o hacer en una clase. El profesor novato descubre enseguida que, además de los contenidos de enseñanza, necesita encontrar unas formas adecuadas de expresión, en las que los silencios son tan importantes como las palabras, en las que el uso de una expresión castiza puede ser simpática o hundirnos en el más espantoso de los ridículos. El problema no consiste sólo en presentar correcta mente nuestros contenidos, sino también en saber escuchar, en saber preguntar y en distinguir clara mente el momento en que debemos abandonar la escena. Para ello hay que dominar los códigos y los canales de comunicación, verbales, gestuales y audiovisuales; hay que saber distinguir los distintos climas que crean en el grupo de clase los distintos tonos de voz, etc.

Los profesores experimentados saben qué lugar físico deben ocupar en una clase, dependiendo de lo que ocurra en ella; saben interpretar las señales gestuales que emiten los alumnos para regular el ritmo de clase, y el dominio de éstas y otras habilidades de comunicación requiere entrenamiento, reflexión y una constante actitud de autocrítica para depurar nuestro propio estilo docente. Al final, conseguimos ser dueños de nuestra forma de estar en clase, conseguimos comunicar lo que exactamente queremos decir, y logramos mantener una corriente de empatía con nuestros alumnos.

Disciplina

Otro obstáculo serio por superar, quizás el que genera en los novatos la mayor ansiedad, es el problema de la disciplina. En realidad, es un problema muy unido a nuestros sentimientos de seguridad y a nuestra propia identidad como profesores. En este tema he visto de todo: desde colegas que entran el primer día en clase pisando fuerte, con aires de matón de barrio, porque alguien les ha dado el viejo consejo de que no pueden sonreír hasta Navidad, hasta colegas desprotegidos e indefensos incapaces de soportar el más mínimo conflicto personal. Entre esos dos extremos que van desde la indefensión hasta las respuestas agresivas, el profesor tiene que encontrar una forma de organizar a la clase para que trabaje con un orden productivo. Y, en cuanto comienza a hacerlo, descubre que esto tampoco se lo han enseñado. Se supone que el «buen profesor» debe saber organizar la clase, pero en pocas ocasiones se le ha contado al futuro profesor dónde está la clave para que el grupo funcione sin conflictos.

El viejo supuesto según el cual «para enseñar una asignatura lo único realmente importante es dominar su contenido» encuentra en este campo su negación más radical. Entonces, el profesor descubre que debe atender otras tareas distintas a las de enseñar: tiene que definir funciones, delimitar responsabilidades, discutir y negociar los sistemas de trabajo y de evaluación hasta conseguir que el grupo trabaje como tal. Y esto requiere una atención especial, a la que también hay que dedicar un cierto tiempo. El razonamiento y el diálogo son las mejores armas, junto con el convencimiento de que los alumnos no son enemigos de quienes te tienes que defender. Mi experiencia me dice que los alumnos son seres esencialmente razonables; es posible que, si te dejas, intenten llevarte al huerto y bajar algo tus niveles de exigencia, pero si la razón te asiste y en ella fundas tu propia seguridad, los alumnos saben descubrir muy bien cuáles son los límites.

Contenidos y niveles

Por último, nos queda el problema de adaptar los contenidos de enseñanza al nivel de conocimientos de los alumnos. El profesor novato tiene que en tender que ha dejado la Universidad, tiene que des prenderse de los estilos académicos del investigador especialista, y adecuar su enfoque de los conocimientos para hacerlos accesibles a su grupo de clase. Yo también protesto por el bajo nivel con el que me llegan mis alumnos, pero protestar no sirve de nada; tienes los alumnos que tienes, y con ellos no hay más que una alternativa: o los enganchas en el deseo de saber, o los vas dejando tirados conforme avanzas en tus explicaciones. Hay quien, en salvaguarda del nivel de enseñanza, adopta la segunda opción; pero a mí siempre me ha parecido el reconocimiento implícito de un fracaso; quizás porque, como dije antes, hace tiempo que descubrí que, en cualquier asignatura, lo único importante es ser maestro de humanidad.

El orgullo de ser profesor

Y ahora, ya, el tiempo corre en mi contra. No es pero nada nuevo del futuro: he hecho lo que quería hacer, y estoy donde quería estar. Es posible que mucha gente piense que ser profesor no es algo socialmente relevante, pues nuestra sociedad sólo valora el poder y el dinero; pero a mí me queda el desafío del saber y la pasión por comunicarlo. Me siento heredero de treinta siglos de cultura, y responsable de que mis alumnos asimilen nuestros mejores logros y extraigan consecuencias de nuestros peores fracasos. Y, junto a mí, veo a un nutrido grupo de colegas, en las zonas rurales más apartadas y en los barrios más conflictivos, orgullosos de ser profesores, trabajando día a día por mantener en nuestra sociedad los valores de la cultura y el progreso... Entre ellos hay valiosos maestros de humanidad: hombres y mujeres empeñados en enseñar a sus alumnos a enfrentarse consigo mismos desde la Educación Infantil hasta la Universidad.



ORACIÓN DEL NIÑO A SU MAESTRO.


Maestro, tu que haz de plasmar mi alma y modelar mi corazón, compadécete de mi fragilidad.
No me mires con ceño adusto si no te comprendo, ten paciencia.
No te moleste mi bulliciosa alegría; ¡conpártela!
No atiborres mi débil inteligencia con nociones superfluas.
Enséñame lo útil, lo verdadero, lo bello.
Trátame con dulzura, Maestro, ahora que soy pequeño.
Cuántos dolores me esperan en la vida: en medio de ellos, el recuerdo de tu benevolencia será estímulo bienhechor.
No me riñas injustamente...Ámame, Maestro, que yo también, aunque no sepa demostrártelo, te amaré mucho, mañana más que hoy.
Cúltivame, Maestro, como un jardinero sus flores.
Y yo perfumaré tu existencia con el incienso perenne del recuerdo y la gratitud.
Maestro, buen Maestro, que haz de dar luz a mis ojos, aliento a mi cerebro, bondad a mi corazón, belleza a mi alma, verdad a mis palabras, rectitud a mis actos;
¿Maestro no desoigas mi oración!

Por el padre sacerdote .. .Walter de Jesús Zapata Velásquez.


EL MAESTRO

¡Quitaos el sombrero ciudadanos!
el maestro de la escuela se adelanta,
ese obrero admirable, en cuyas manos
la antorcha de la ciencia se levanta.

Sabio ignorante que hacia el bien convida,
que procura encender en cada frente
una luz, que ilumina de la vida
la senda oscura de áspera pendiente.

No le inquieta el cansancio ni le abruma;
sufrido apóstol de la edad moderna,
no teme que su vida se consuma
en aras de la ciencia que es eterna.

Es humilde con la humildad del sabio;
es altivo con la altivez del Fuerte;
siempre por la verdad está su labio
sin temor por el mundo y por la muerte.

Su oscura posición ¿cuándo le aflige?
su pobreza habitual, ¿cuándo le apena?
firmes sus pasos hacia el bien dirige,
¡que el grande su misión, es santa y buena!

El lucha por la luz … ¡Sublime anhelo!
Camina hacia el oriente a do rutila
El rojo sol que por el ancho cielo
Asoma fulgurante su pupila …

¡El lucha por la luz como un vidente! …
sirve a la Patria, cuando al niño educa;
y ¿qué es la Educación? Potencia ingente
que nunca engaña, que jamás caduca …

¡Respetadle! ¡Es su vida de dolores!
¡Amadle! ... que es su vida de enseñanza;
haced que broten en su senda flores,
haced que brille en su alma la esperanza.

¡Salve Maestro!, obrero sin segundo,
constructor del espíritu del hombre
para tu afán la admiración del mundo;
inmenso amor para tu santo nombre …

Autor Gregorio Torres Quintero - Poeta Mejicano.

AL MAESTRO


Mi madre me da la vida,
mi padre me da el sustento,
y el maestro de la escuela,
cultiva mi entendimiento.
A mi maestro querido,
que me da su ciencia,
su cariño y su cuidado,
con infinita paciencia.
Le ofrezco mi gratitud
y mi cariño sin cuento,
por que llena de belleza,
a mi pobre conocimiento.

A LA MAESTRA

Es en la escuela otra madre
que orienta con sus consejos;
es experta sembradora
de nobles conocimientos;
es mano suave que guía
y es luz que alumbra senderos.
Es, en suma, la maestra,
manojo cálido y tierno
de bondadosa paciencia
y de maternal afecto.

Por Publio A. Cordero

MAESTRO

Vocación tempranera y siempre bien sentida,
esta de ser Maestro por amor entregado,
este ir alumbrando caminos por la vida,
ilusionadamente, de niños rodeado.
Poner alma de artista en la noble tarea,
con fuerza misionera y mano delicada;
saber irse quemando en aras de una idea,
saber seguir la estrella del bien entresoñada...
Sembrador sin pereza, poner en la besana
al par del rubio trigo semilla de amapolas;
estrenar alegría y fe cada mañana,
y en el trance difícil quedar con Dios a solas.
Por Juán Berbel
MAESTRO


Eres el que vela por nuestro futuro,
eres el que trata de hacernos brillar,
eres el que nos saca de ese capullo
que muchas veces no queremos abandonar.

Eres tú, maestro, nuestro guía,
eres tú el que nos das aliento para salir mejor,
y aunque no lo aparentamos velamos por ti noche y día
porque es por ti que hacemos un mundo mejor.

No siempre te tratamos como se merece,
nos vemos un poco orgullosos,
pero eso no significa que nuestro amor no crece
al demostrarnos el cariño que sientes por nosotros.

Eres maestro, el que nos regaña en algunas ocasiones,
eres nuestro padre tratando de corregirnos,
pero no importa cuantas veces nos regañes;
nosotros siempre seremos tus hijos.

Eres la persona que le enseña al mundo,
eres generoso al brindarnos de tu sabiduría
y aunque somos nosotros los que recibimos los aplausos,
siempre serás el faro que ilumine nuestra vida.

CARACTERÍSTICAS DEL MAESTRO DEL SIGLO 21
  • Motivador
  • Aprendiz de por Vida
  • Líder y visionario
  • Reflexivo
  • Innovador
  • Comprometido
  • Creativo
  • Investigador
  • Busca la opinión de otros
  • Es humilde y sencillo
  • Busca el desarrollo profesional
  • Cree en los demás
  • Emprendedor
  • Transformador

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