VATICANO, 23 Ago. 17 / 04:03 am (ACI).- En su catequesis en la Audiencia General de este miércoles en el Aula Pablo VI, el Papa Francisco animó a no dejarse arrastrar por la nostalgia y, en cambio, mirar con esperanza cristiana hacia la vida futura prometida por Jesús.
En su catequesis el Santo Padre afirmó: "Alguno piensa que la vida conserva toda su felicidad en la juventud y en el pasado, y que el vivir es una lenta decadencia. Otros todavía creen que nuestra alegría es tan solo un episodio pasajero, y que en la vida de los hombres está escrito el ‘sin sentido’. Pero nosotros, cristianos, no creemos eso”.
“Creemos, en cambio, que en el horizonte del hombre hay un sol que ilumina para siempre. Creemos que nuestros días más bellos aún están por venir".
"Somos gente más de primavera que de otoño: contemplamos los brotes de un nuevo mundo, en lugar de las hojas amarillentas de las ramas. Nosotros no lloramos con nostalgia, arrepentimiento y lamentaciones: sabemos que Dios quiere que heredemos una promesa y que cultivemos sueños de forma incansable”.
El Pontífice se dirigió a los asistentes a la audiencia y les invitó a preguntarse: “¿Soy un chico o una chica de primavera o de otoño? ¿Mi alma es un alma de primavera o de otoño? Que cada uno se responda. ¿Soy de primavera que espera las flores, los frutos, el sol, que es Jesús, o de otoño, que es andar con la mirada baja, amarillenta…, ir con la cara de ‘pimiento en vinagre’?”.
El Pontífice reflexionó sobre el fragmento del libro del Apocalipsis en el que se habla de la Jerusalén Celeste: “Esa Jerusalén Celeste se imagina como una inmensa tienda donde Dios acogerá a todos los hombres para vivir definitivamente con ellos”.
Francisco subrayó que “creemos y sabemos que la muerte y el odio no son la última palabra pronunciada sobre la parábola de la vida humana. Ser cristianos implica una nueva perspectiva: una mirada llena de esperanza".
El Papa invitó a los fieles presentes a meditar la "Sagrada Escritura no de manera abstracta, sino después de haber leído una crónica de nuestros días, donde se nos informa de noticias tristes”.
“Probad a pensar en los rostros de los niños asustados por la guerra, el llanto de las madres, los sueños rotos de tantos jóvenes, los refugiados que sufren viajes terribles”, sugirió el Santo Padre.
“Desafortunadamente, la vida también es esto. Incluso, a veces, se diría que la vida es sobre todo esto”.
Sin embargo, “hay un Padre que llora lágrimas de infinita piedad por sus hijos. Un Padre que nos espera para consolarnos, porque conoce nuestros sufrimientos y ha preparado para nosotros un futuro diferente. Esta es la gran visión de la esperanza cristiana”.
Por ello, recordó que “no es cristiano caminar con la mirada baja, sin alzar los ojos en el horizonte, como si nuestro camino se hubiera acabado aquí, después de un palmo de pocos metros de viaje; como si en nuestra vida no tuviéramos ninguna meta y ningún fin, y estuviéramos destinados a un continuo vagar, sin ninguna razón para tanta fatiga”.
Por el contrario, “la esperanza cristiana se basa en la fe en Dios que siempre crea novedades en la vida del hombre, en la historia y en el cosmos. Novedad y sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de la novedad porque es el Dios de las sorpresas”.
“Dios –continuó– nos ha creado porque nos quiere felices. Es nuestro Padre y si nosotros, aquí, ahora, experimentamos una vida que no es la que Él ha querido para nosotros, Jesús nos garantiza que Dios mismo está preparando su rescate”.
“El cristiano sabe que el Reino de Dios, su Señorío de amor, está creciendo como un gran campo de grano, aunque existan malas hierbas en medio. Al final, el mal será eliminado”, aseguró.
“El futuro no nos pertenece, pero sabemos que Jesucristo es la gracia más grande de la vida: es el abrazo de Dios que nos protege hasta el final, pero que ya ahora nos acompaña y nos consuela en el camino".
"Él nos conduce hacia la gran tienda de Dios con los hombres, con tantos otros hermanos y hermanas, y llevaremos a Dios el recuerdo de nuestros días vividos aquí. Y será bello descubrir en ese instante que nada se ha perdido, ninguna sonrisa, ninguna lágrima”, concluyó.
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