Prólogo
I.—Lo primero que le es necesario al cristiano es la fe, sin
la cual nadie se llama fiel cristiano. Pues bien,
la fe
produce 4 bienes.
2.—Primeramente por la Fe se une el alma a Dios. En
efecto, por la fe el alma cristiana realiza una
especie de
matrimonio con Dios (Oseas, 2, 20): "Te
desposaré
conmigo en la Fe".
Por lo cual al ser bautizado el hombre, desde luego
confiesa la Fe, cuando se le pregunta: "¿Crees
en Dios?",
porque el bautismo es el primer sacramento de la
fe. Lo
dice el Señor (Mc 16, 16): "El que crea y sea
bautizado
será salvo". Porque el bautismo sin la fe es
inútil, por lo
cual es de saberse que nadie es acepto a Dios sin
la fe
(Heb II, 6): "Sin la fe es imposible agradar a
Dios". Por
esta razón San Agustín, comentando a Romanos 14,
23:
"Todo lo que no proceda de la fe es
pecado", escribe:
"Donde falta el conocimiento de la eterna e
inmutable
verdad, falsa es la virtud aun con las mejores
costumbres".
3.—El segundo bien es que por la Fe comienza en
nosotros la vida eterna. Porque la vida eterna no
es otra
cosa que conocer a Dios, por lo cual dice el Señor
(Jn 17,
3): "La vida eterna es que te conozcan a ti el
solo Dios
verdadero". Pues bien, este conocimiento de
Dios
empieza aquí por la fe, para perfeccionarse en la
vida
futura, en la cual lo conoceremos tal cual es. Por
lo cual
se dice en Hebreos II, I: "La fe es la
substancia de las
realidades que se esperan". Así es que nadie
puede
alcanzar la bienaventuranza, que es el verdadero
conocimiento de Dios, si primero no lo conoce por
la fe
7
(Juan 20, 29): "Bienaventurados los que no
vieron y
creyeron".
4.—El tercer bien es que la fe dirige la vida presente. En
efecto, para vivir bien es menester que el hombre
sepa
qué cosas son necesarias para bien vivir, y si
tuviera que
aprender por el estudio todas las cosas necesarias
para
bien vivir, o no podría alcanzar tal cosa, o la
alcanzaría
después de mucho tiempo. En cambio la fe enseña
todo lo
necesario para vivir sabiamente. En efecto, ella
nos
enseña la existencia del Dios único, que recompensa
a
los buenos y castiga a los malos, y que hay otra
vida y
otras cosas semejantes, que nos incitan
suficientemente
a hacer el bien y a evitar el mal (Habac 2, 4):
"Mi Justo
vive de la fe". Lo cual es manifiesto, porque
ninguno de
los filósofos de antes de la venida de Cristo, a
pesar de
todos los esfuerzos, pudo saber tanto acerca de
Dios y de
lo necesario para la vida eterna cuanto después de
la
venida de Cristo sabe cualquier viejecita mediante
la fe.
Por lo cual Isaías (II, 9) dice: "Colmada está
la tierra con
la ciencia del Señor".
5.—El cuarto bien es que por la fe vencemos las tentaciones
(Hebr I I, 33): "Por la fe los santos
vencieron
reinos". Y esto es patente, porque toda
tentación viene o
del diablo, o del mundo, o de la carne. En efecto,
el
diablo tienta para que no obedezcas a Dios ni te
sujetes
a El. Y esto lo rechazamos por la fe. Porque por la
fe
sabemos que El es el Señor de todas las cosas, y
por lo
tanto que se le debe obedecer: I Pe 5, 8:
"Vuestro
adversario el diablo ronda buscando a quién
devorar:
resistidle firmes en la fe".
El Mundo, por su parte, tienta o seduciendo con lo
próspero o aterrándonos con lo adverso. Pero todo
lo
vencemos por la fe, que nos hace creer en otra vida
mejor
que ésta, y así despreciamos las cosas prósperas de
este
8
mundo y no tememos las adversas: I Jn 5, 4:
"La victoria
que vence al mundo es nuestra fe", y a la vez
nos enseña
a creer que hay males mayores, los del infierno.
La Carne, en fin, nos tienta induciéndonos a las
delectaciones
momentáneas de la vida presente. Pero la fe
nos muestra que por ellas, si indebidamente nos les
adherimos, perdemos las delectaciones eternas: Ef
6. 16:
"Embrazad siempre el escudo de la fe".
Con todo esto queda patente que es grandemente útil
tener fe.
6.—Pero puede alguno decir: es una tontería creer en lo
que no se ve; así es que no se puede creer en lo
que no
vemos.
7.—Respondo. En primer lugar, la imperfección de nuestro
entendimiento resuelve esta dificultad: porque si
el
hombre pudiese perfectamente conocer por sí mismo
todas las realidades visibles e invisibles, necio
sería
creer en lo que no vemos. Pero nuestro conocimiento
es
tan débil que ningún filósofo pudo jamás descubrir
a la
perfección la naturaleza de un solo insecto. En
efecto,
leemos que un filósofo vivió treinta años en
soledad para
conocer la naturaleza de la abeja. Por lo tanto, si
nuestro
entendimiento es tan débil, ¿acaso no es insensato
no
creerle a Dios sino lo que el hombre puede conocer
por sí
mismo? Por lo cual sobre esto se dice en Job 36,
26: "¡Qué
grande es Dios, y cuánto excede nuestra
ciencia!".
8.—En segundo lugar se puede responder que si un
maestro enseñase algo de su ciencia y cualquier
rústico
dijese que eso no es tal como el maestro lo afirma
por no
entenderlo él, por gran necio tendríamos a ese
rústico.
Pues bien, es un hecho que el entendimiento de los
ángeles excede al entendimiento del mejor filósofo
más
9
que el entendimiento de éste al del rústico. Por lo
cual
necio es el filósofo si no quiere creer lo que
dicen los
ángeles, y con mayor razón si no quiere creer lo
que Dios
enseña. Sobre esto se dice en Eccli 3, 25:
"Muchas cosas
que sobrepujan la humana inteligencia se te han
enseñado".
9.—En tercer lugar se puede responder que si el hombre
no quisiera creer sino lo que conoce, ciertamente
no podría vivir en este mundo. En efecto, ¿cómo se
podría vivir sin creerle a nadie? ¿Cómo creer ni
siquiera
que tal persona es su padre? Por lo cual es
necesario
que el hombre le crea a alguien sobre las cosas que
él
no puede conocer perfectamente por sí mismo. Pero a
nadie hay que creerle como a Dios, de modo que
aquellos que no creen las enseñanzas de la fe, no
son
sabios sino necios y soberbios, como dice el
Apóstol
en la la. Epístola a Timoteo, 6, 4: "Soberbio
es, y no
sabe nada". Por lo cual dice San Pablo en la
2a. Epístola
a Timoteo, I, 12: "Yo sé bien en quién creí y
estoy
cierto".
10.—Se puede todavía responder que Dios prueba la
verdad de las enseñanzas de la fe. En efecto, si un
rey
enviase cartas selladas con su sello, nadie osaría
decir
que esas cartas no proceden de la voluntad del rey.
Pues bien, consta que todo aquello que los santos
creyeron y nos transmitieron acerca de la fe de
Cristo
marcadas están con el sello de Dios: ese sello lo
muestran
aquellas obras que ninguna pura criatura puede
hacer: son los milagros con los que Cristo confirmó
las
enseñanzas de los Apóstoles y de los santos.
I I.—Si me dices que nadie ha visto hacer un milagro,
respondo: consta que todo el mundo adoraba los
ídolos
y perseguía a la fe de Cristo, como lo atestiguan
aun
las historias de los paganos; y sin embargo todos
se han
10
convertido a Cristo: sabios y nobles, y ricos y
poderosos
y los grandes, por la predicación de unos cuantos
pobres y simples que predicaron a Cristo. Y esto ha
sido
obrado o milagrosamente, o no. Si milagrosamente,
ya está la demostración. Si no, yo digo que no
puede
haber mayor milagro que la conversión del mundo
entero
sin milagros. No hay para qué investigar más.
12.—Así es que nadie debe dudar de la fe, sino creer
en lo que es de fe más
que en las cosas que ve; porque
la vista del hombre puede engañarse, mientras que
la
ciencia de Dios es siempre infalible.
>>sigue>>
11
Artículo 1
CREO EN UN SÓLO DIOS, PADRE
TODOPODEROSO, CREADOR DEL
CIELO Y DE LA TIERRA
13.—Entre todas las cosas que los fieles deben creer,
lo primero es que existe un solo Dios. Pues bien,
debemos
considerar qué significa esta palabra:
"Dios", que
no es otra cosa que Aquel que gobierna y provee al
bien de todas las cosas. Así es que cree que Dios
existe
aquel que cree que El gobierna todas las cosas de
este mundo y provee a su bien.
Al contrario, el que crea que todas las cosas
ocurren
al acaso no cree en la existencia de Dios. Sin
embargo,
nadie hay tan insensato que no crea que las
cosas de la naturaleza son gobernadas, están
sometidas
a una providencia y ordenadas, de modo que ocurren
conforme a cierto orden y a su tiempo. En efecto,
vemos que el sol y la luna y las estrellas y todos
los
otros seres de la naturaleza guardan un curso
determinado,
lo cual no ocurriría si fuesen efecto del azar. En
consecuencia, si hubiere alguien que no creyese en
la
existencia de Dios, sería un insensato. Salmo 13,
I: "Dijo
el necio en su corazón: no hay Dios".
14.—Sin embargo, hay algunos que creen que Dios
gobierna y dispone las realidades naturales, pero
no
creen que Dios sea providente respecto de los actos
humanos, así que no creen que los actos humanos
estén
gobernados por Dios. Y la razón de ello es que ven
que
en este mundo los buenos son afligidos y los malos
prosperan, por lo cual parece que no hay una
providencia
divina respecto a los hombres, por lo cual hablando
por ellos dice Job (22, 14): "Dios se pasea
por los
caminos del cíelo y se desinteresa de nuestros asuntos".
12
Pero esto es demasiado estúpido. Pues a éstos les
ocurre como si algún ignorante en medicina viere al
médico
recetar a un enfermo agua, a otro vino, conforme
lo piden las reglas de la medicina, y creyere que
eso lo hace al acaso, por su ignorancia de esas
reglas,
siendo que por un justo motivo lo hace, o sea, el
darle
a uno vino, y al otro agua.
15.—Lo mismo debemos decir de Dios. Pues por
justo motivo y por su providencia Dios dispone las
cosas
que les son necesarias a los hombres, por lo cual a
algunos buenos los aflige y a algunos malos los
deja en
prosperidad. Así es que quien crea que esto ocurre
por
azar es un insensato y se le tiene por tal, porque
esto
no proviene sino de que ignora la sabiduría y las
razones
del gobierno divino. Job 11,6: "Ojalá que Dios
te
revelara los arcanos de su sabiduría y la
multiplicidad de
sus designios". Por lo cual es de creer
firmemente que
Dios gobierna y dispone no sólo las realidades
naturales
sino también los actos humanos. Salmo 93, 7-10:
"Y dicen:
'No lo verá el Señor, no se da cuenta el Dios de
Jacob'.
Comprended, estúpidos del pueblo; insensatos
¿cuándo
vais a ser cuerdos? El que plantó la oreja ¿no
oirá? El que
formó los ojos ¿no va a ver?... El Señor conoce los
pensamientos de los hombres".
Dios ve, pues, todas las cosas, y los pensamientos
y los
secretos de la voluntad. De aquí que se les imponga
especialmente a los hombres la necesidad de obrar
bien, porque todo lo que piensan y hacen manifiesto
está a la mirada divina. El Apóstol dice en Hebreos
4,
13: "Todo está desnudo y patente a sus
ojos".
16.—Pues bien, debemos creer que este Dios que
todo lo dispone y gobierna es un Dios único. La
razón
es que la disposición de las cosas humanas está
bien
ordenada cuando la multitud se halla regida y gober13
nada por uno solo. En efecto, una multitud de jefes
provoca
generalmente disensiones entre los subordinados.
Y como el gobierno divino es superior al gobierno
humano,
es evidente que el mundo no está regido por
muchos dioses sino por uno solo.
17.—Sin embargo, hay cuatro razones por las que los
hombres son inducidos a tener muchos dioses.
La primera es la flaqueza * del entendimiento
humano.
Porque hombres de flaco entendimiento, incapaces
de elevarse por encima de los seres corporales, no
creyeron
que hubiese algo más allá de la naturaleza de
los cuerpos sensibles, y en consecuencia, entre los
cuerpos
tuvieron por preeminentes y gobernantes del mundo
a los que les parecieron más bellos y dignos de
todos, y les atribuían y consagraban un culto
divino: y
de éstos son los cuerpos celestes, a saber el sol,
la luna
y las estrellas. Pero a éstos les ocurrió lo que a
uno
que fue a la corte de un rey: queriendo ver al rey,
se
imaginaba que cualquiera bien vestido o cualquier
funcionario
era el rey. De estas gentes dice la Sabiduría,
13, 2: "Al sol y la luna y la «bóveda
estrellada los consideraron
como dioses que rigen el mundo". E Isaías,
51,6, dice: "Alzad a los cíelos vuestros ojos,
y contemplad
abajo la tierra, pues los cielos como humareda se
disiparán, la tierra como un vestido se gastará, y
sus
moradores perecerán igualmente: pero mi salvación
por
siempre será, y mi justicia no tendrá fin".
18.—En segundo lugar proviene de la adulación de
los hombres. En efecto, algunos, queriendo adular a
los.
poderosos y a los reyes, a ellos les tributaron el
honor
debido a Dios, obedeciéndolos y sujetándoseles; y
por
eso a algunos ya muertos los hicieron dioses, y a
otros
aun en vida los declararon dioses. Judit 5, 29:
"Sepan
todas las naciones que Nabucodonosor es el dios de
la
tierra y que no hay otro fuera de él".
14
* Literalmente imbecillitas: imbecilidad, flaqueza,
debilidad del entendimiento. (S.A.).
19.—La tercera causa proviene del afecto carnal a
hijos y consanguíneos. En efecto, algunos, por el
excesivo
amor a los suyos, les hacían estatuas después de
muertos, y de esto se siguió que a esas estatuas
les rindieran
culto divino. De éstos dice la Sabiduría, 14, 21:
"O por afecto o por servilismo con los reyes,
los hombres
impusieron a piedras y maderos el nombre incomunicable".
20.—En cuarto lugar por la malicia del diablo. Pues
éste desde el principio quiso igualarse a Dios, por
lo
cual dijo (Isaías 14, 13): "Pondré mi sede
hacia el Aquilón,
escalaré los cielos y seré semejante al
Altísimo". Y tal
decisión nunca la ha revocado, por lo cual todo su
esfuerzo consiste en hacerse adorar por los hombres
y
en que le ofrezcan sacrificios: no es que se
deleite en
un perro o en un gato que le sean ofrecidos, sino
que
se deleita en que a él se le rinda reverencia como
a
Dios, por lo cual dijo al mismo Cristo (Mt 4, 9):
"Todo
esto te daré sí postrándote me adoras". Por
esta misma
razón entraban los demonios en los ídolos y daban
las
respuestas para ser venerados como dioses. Salmo
95, 5:
"Todos los dioses de las naciones son demonios".
Y el
Apóstol dice en I Cor 10, 20: "¡Pero si lo que
inmolan los
gentiles, lo inmolan a los demonios, y no a
Dios!".
21.—Verdaderamente son horribles estas cosas, y sin
embargo son muchos los que con frecuencia incurren
en
estas cuatro causas. Y ciertamente, si no de
palabra o
con la boca, con sus hechos demuestran que creen en
muchos dioses.
En efecto, aquellos que creen que los cuerpos
celestes
pueden constreñir la voluntad del hombre y que
para obrar escogen tiempos determinados, consideran
15
a los cuerpos celestes como dioses y que dominan a
los
otros seres, y hacen predicciones. Jeremías 10, 2:
"De
los signos celestes no os espantéis como los temen
los
gentiles, porque las costumbres de las naciones son
vanas".
Asimismo, todos aquellos que obedecen a los reyes
más que a Dios o en aquellas cosas en que no deben
obedecer, los constituyen dioses suyos. Hechos 5,
29: "Se
debe obedecer a Dios antes que a los hombres".
Asimismo aquellos que aman a sus hijos o a sus
parientes
más que a Dios, con sus obras manifiestan que
para ellos hay muchos dioses. Así como los que aman
la comida más que a Dios. De éstos dice el Apóstol
(Fil
3, 19): "Su dios es su vientre".
También todos aquellos que se entregan a la
adivinación
y a los sortilegios creen que los demonios son
dioses, puesto que piden a los demonios lo que sólo
Dios puede dar, a saber, la revelación de alguna
cosa oculta o el conocimiento de las cosas futuras.
En consecuencia, lo primero que se debe creer es
que Dios es tan sólo uno.
22.—Como ya lo dijimos, lo que primeramente debemos
creer es que hay un solo Dios; en segundo lugar,
que este Dios es el creador que ha hecho el cielo
y la tierra, las cosas visibles y las invisibles.
Y dejando a un lado por el momento razonamientos
sutiles, con un ejemplo sencillo demostremos
nuestra
proposición: todas las cosas han sido creadas y
hechas
por Dios.
Es claro que si alguien entra a una casa, y al pene16
trar en ella siente calor, y conforme va avanzando
siente
mayor calor, y más y más, pensará que hay fuego
adentro, aun cuando no vea el fuego que produce
dicho
calor: esto mismo le ocurre al que considera las
cosas
de este mundo. Porque encuentra que todas las cosas
están dispuestas según diversos grados de belleza
y de nobleza, y cuanto más se acercan a Dios, más
bellas y mejores las halla. He aquí por qué los
cuerpos
celestes son más bellos y nobles que los cuerpos
inferiores, y las cosas invisibles más que las
visibles.
Por lo cual debemos creer que todas estas
realidades
vienen del Dios uno, que da a cada cosa su
existencia
y su excelencia.
Sabiduría 13, I: "Vanos son todos los hombres
que
ignoraron a Dios y no fueron capaces de conocer por
los bienes visibles a Aquel que es, ni, atendiendo
a las
obras, reconocieron al Artífice"; y más abajo,
5: "pues
por la grandeza y hermosura de las criaturas se
puede,
por analogía, contemplar a su Creador".
Así es que como cosa cierta debemos tener que todas
las cosas que existen en el mundo, de Dios vienen.
23.—Sin embargo, en esta materia debemos evitar
tres errores.
El primer error es el de los Maniqueos, que dicen
que
todas las cosas visibles han sido creadas por el
diablo,
y por lo mismo a Dios no le atribuyen sino la
creación
de las cosas invisibles. Y la causa de este error
es que
afirman, conforme a la verdad, que Dios es el sumo
bien y que todas las cosas que provienen del Bien
son
buenas; pero no sabiendo discernir qué cosa sea
mala
y qué cosa sea buena, creyeron que todas aquellas
cosas
que de cierta manera son malas son pura y
simplemente
malas; y así, según ellos, el fuego, porque quema,
17
es totalmente malo; y lo es el agua, porque ahoga,
y así
por el estilo. En consecuencia, por no ser
enteramente
buena ninguna de las realidades sensibles, sino en
cierto modo malas y deficientes, dijeron que todas
las
realidades visibles no son hechas por el Dios
bueno, sino
por el dios malo.
Contra ellos propone San Agustín el siguiente
ejemplo.
Si alguien entra a la casa de un artesano y allí
encuentra
instrumentos con los que tropieza, y que lo
hieren, y por ello juzgare que dicho artesano es
malo,
por tener esos instrumentos, sería un estulto, pues
el
artesano los tiene para su trabajo. Asimismo es
estulto decir que las criaturas son malas por ser
nocivas en algo, pues lo que es nocivo para el uno
es
útil para el otro.
Este error es contrario a la fe de la Iglesia, y
para
descartarlo se dice: "De todas las cosas
visibles e invisibles".
Génesis 1 , 1 : "En el principio creó Dios el
cielo
y la tierra". Juan I, 3: "Todas las cosas
son hechas por
El".
24.—El segundo error es de los que afirman que el
mundo es eterno, según este modo de hablar que
Pedro
consigna (II Pedro 3, 4): "Desde que murieron
los
padres,* todo sigue como al principio de la
criatura".
* La primera generación cristiana.
Estos son inducidos a tal postura porque no
supieron
considerar el principio del mundo. Por lo cual,
como
dice Maimónides, a éstos les pasa lo que a un niño
que
desde su nacimiento fuese puesto en una isla, y que
nunca viese a una mujer encinta ni nacer a un niño:
si
a este niño se le dijera, siendo ya grande, cómo es
concebido el hombre y llevado en el seno y cómo
nace,
no creería nada de lo que se le dijera, porque le
pare18
cería imposible que el hombre pudiese existir en el
seno
materno. De la misma manera, estos hombres,
considerando
el estado del mundo presente, no creen que
haya tenido comienzo.
También esto es contra la fe de la Iglesia, por lo
cual
para descartarlo se dice: "Creador del cielo y
de la tierra".
Y si fueron hechos es claro que no siempre
existieron,
por lo cual se dice en el Salmo 148, 5: "Dios
mandó y ellas fueron creadas". "Dixít et
facta sunt".
25.—El tercer error es de los que afirman que Dios
hizo el mundo de una materia preexistente. Y a esto
fueron llevados porque quisieron medir el poder de
Dios conforme a nuestra capacidad, y como el hombre
nada puede hacer sino de alguna materia
preexistente,
creyeron que también así es Dios, por lo cual
dijeron
que para la producción de los seres contó El con
una
materia preexistente.
Pero esto no es la verdad. En efecto, nada puede
hacer el hombre sin una materia preexistente,
porque
él es una causa parcial y no puede dar sino tal o
cual
forma a una materia determinada, por algún otro
proporcionada.
Y la razón es que su poder no abarca sino
la forma, y en consecuencia no puede ser causa sino
de
ella sola. Dios, en cambio, es la causa universal
de todas
las cosas, y no crea sólo la forma sino también la
materia; así es que de la nada lo hizo todo. Por lo
cual
para descartar este error se dice: "Creador
del cielo
y de la tierra".
Así es que crear y hacer difieren en que crear es
hacer
algo de la nada, y hacer es producir algo de cierta
cosa. Por lo tanto, si de la nada creó Dios,
debemos
creer que podría crear todas las cosas de nuevo si
fuesen
destruidas: así es que puede darle la vista a un
cie19
go, resucitar a un muerto, y hacer las demás obras
milagrosas.
Sabiduría 12, 18: "Con sólo quererlo lo puedes
todo".
26.—Por la consideración de esta doctrina el hombre
es llevado a cinco consecuencias.
Primeramente al conocimiento de la divina Majestad.
Porque el artesano es superior a sus obras, y como
Dios
es el creador de todas las cosas, es evidente que
está
por encima de todas las cosas. Sabiduría 13, 3-4:
"Si
seducidos por su belleza, los tomaron por dioses,
sepan
cuánto les aventaja el Señor de todos ellos ; y si
fue
su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos,
deduzcan
de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los
hizo". Por lo cual cuanto podamos entender y
pensar
es inferior a Dios mismo. Job 36, 26: "¡Qué
grande es
Dios! Excede nuestra ciencia".
27.—En segundo lugar, esto lleva al hombre a la acción
de gracias. Porque si Dios es el creador de todas
las cosas, resulta evidente que cuanto somos y
tenemos,
de Dios procede. Dice San Pablo en I Cor 4, 7:
"¿Qué
cosa tienes que no la hayas recibido?". Salmo
23, I: "Del
Señor es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe de
la
tierra y cuantos en él habitan". Y por lo
mismo debemos
rendirle acciones de gracias: Salmo 115, 12:
"¿Qué
podré yo darle al Señor por todo lo que El me ha
dado?".
28.—En tercer lugar es llevado a la paciencia en las
adversidades. En efecto, si toda criatura viene de
Dios,
y por esto mismo es buena según su naturaleza,
empero,
si en algo nos daría una de ellas y nos produce un
sufrimiento, debemos creer que éste viene de Dios;
mas no el pecado, porque ningún mal viene de Dios
sino
en cuanto está ordenado al bien. Por lo cual, como
cualquier pena que el hombre sufra viene de Dios,
pa20
cientemente debe soportarlas. En efecto, las penas
purgan los pecados, humillan a los culpables,
inducen
a los buenos a amar a Dios. Job 2, 10: "Si los
bienes los
hemos recibido de la mano de Dios, ¿por qué no
hemos de
aceptar igualmente los males?".
29.—En cuarto lugar somos llevados a usar rectamente
de las cosas creadas: en efecto, de las criaturas
debemos usar para aquello para lo que fueron
creadas
por Dios. Ahora bien, fueron hechas con un doble
objeto: para la gloria de Dios, porque "el
Señor ha hecho
todas las cosas en atención a El mismo" (esto
es, para
su gloria], como dice Prov 16, 4; y para nuestro
provecho: Deut 4, 19: "El Señor tu Dios las
hizo para el
provecho de todas las gentes". Por lo tanto,
debemos
usar de las cosas para la gloria de Dios, o sea,
para
que al usarlas agrademos a Dios; y para nuestro
provecho,
o sea, de modo que al usarlas no cometamos pecado.
I Paralip 29, 14: "Tuyas son todas las cosas y
te
damos lo que de tu mano hemos recibido". Así
es que
cuanto tengas, o ciencia, o belleza, todo debes
referirlo
y usarlo para la gloria de Dios.
30.—Todo ello nos lleva, en quinto lugar, al conocimiento
de la dignidad humana. En efecto, Dios todo
lo hizo para el hombre, según se dice en el Salmo
8, 8:
"Todo lo pusiste bajo sus pies". Y entre
todas las criaturas,
el hombre es, después de los ángeles, la más
semejante
a Dios, por lo cual dice el Génesis (I, 26):
"Hagamos al
hombre a nuestra imagen y semejanza". Y esto
no lo dijo
ni del cielo ni de las estrellas, sino del hombre.
Pero no
en cuanto al cuerpo, sino en cuanto al alma, que
goza
de una voluntad libre y que es incorruptible, que
es en
lo que se asemeja a Dios más que las otras
criaturas.
Por lo tanto, hemos de considerar que después de
los
ángeles el hombre tiene mayor dignidad que las
demás
criaturas y de ninguna manera disminuir nuestra
dignidad por el pecado y por el desordenado apetito
21
de las cosas corporales, que son inferiores a
nosotros y
fueron hechas para nuestro servicio, sino que
debemos
portarnos tal como Dios nos hizo.
Pues bien, Dios hizo al hombre para que domine
todas
las cosas que existen en la tierra y para que se
sujete
a Dios. Por lo tanto, debemos dominar y someter
las cosas; pero sujetarnos a Dios, obedecerlo y
servirlo; y de esto pasaremos a la fruición de
Dios. Que
El se digne concedérnoslo, etc.
>> sigue >>
22
Artículo 2
Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, SEÑOR
NUESTRO
31.—No sólo les es necesario a los cristianos creer en
un Dios único, y en que El es creador del cielo y
de la
tierra y de todas las cosas, sino que también les
es
necesario creer que Dios es Padre y que Cristo es
verdadero
Hijo de Dios.
Lo cual, como lo dice el bienaventurado Pedro en su
Segunda Epístola Canónica, cap. I, no es una
fábula, sino
algo cierto y probado por la palabra de Dios en la
montaría. En efecto, dice él allí (16-18): "Os
hemos dado
a conocer el poder y la Venida de Nuestro Señor
Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino
después
de haber visto con nuestros propios ojos su
majestad.
Porque recibió de Dios Padre honor y gloría cuando
de
la sublime Gloria le vino esta voz: Este es mi hijo
muy
amado en quien me complazco. Oídle. Nosotros mismos
escuchamos esta voz venida del cíelo, estando con
El en
el monte santo".
El mismo Jesucristo en muchas ocasiones llama Padre
suyo a Dios y se dice Hijo de Dios. Por lo cual los
Apóstoles y los Santos Padres pusieron entre los
artículos
de Fe que Cristo es Hijo de Dios, al decir: "Y
en
Jesucristo su Hijo", esto es, Hijo de Dios.
32.—Pero hubo algunos herejes que creyeron en es-io
de manera perversa.
En efecto, Fotino dice que Cristo no es Hijo de
Dios
sino tal como lo son los varones virtuosos que, por
vivir
honestamente y por cumplir con la voluntad de Dios,
merecen ser llamados hijos de Dios por adopción; y
que
de esta manera Cristo, que vivió honestamente e
hizo
23
la voluntad de Dios, mereció ser llamado Hijo de
Dios;
y pretendió que Cristo no existió antes de la
Bienaventurada
Virgen, sino que empezó a existir cuando fue
concebido por Ella.
Y así erró doblemente. Primero, por no decir que
Cristo es verdadero Hijo de Dios según la
naturaleza;
y en segundo lugar al decir que Cristo empezó a
existir
en el tiempo en cuanto a todo su ser, mientras que
nuestra fe afirma que El es Hijo de Dios por
naturaleza
y que lo es ab aeterno. Y en todo esto tenemos
testimonios
expresos contra Fotino en la Sagrada Escritura.
En efecto, contra lo primero la Escritura dice no
sólo
que Cristo es Hijo sino que es Hijo único. Juan I,
18: "El
Hijo único, que está en el seno del Padre, El lo ha
contado". Y contra lo segundo, Juan 8, 58:
"Antes de que
Abraham fuese, Yo soy". Ahora bien, es claro
que
Abraham existió antes que la Santísima Virgen, por
lo
cual los Santos Padres agregaron, en otro Símbolo,
contra lo primero: "Su único Hijo"; y
contra lo segundo: "Y
nacido del Padre antes de todos los siglos".
33.—Sabelio ciertamente dijo que Cristo fue anterior
a la Bienaventurada Virgen, pero también dijo que
no
es una la persona del Padre y otra la del Hijo,
sino
que el mismo Padre se encarnó, por lo cual una
misma
es la persona del Padre y la del Hijo. Pero esto es
erróneo
porque destruye la trinidad de las personas. Y en
contra de esto tenemos la autoridad de Juan 8, 16:
"No estoy yo solo, sino yo y el que me ha
enviado, el
Padre". Y es claro que nadie se envía a sí
mismo. En
esto, pues, yerra Sabelio. Por lo cual se añade en
el
Símbolo de los Padres: "Dios de Dios, Luz de
Luz", o
sea: debemos creer en Dios Hijo procedente de Dios
Padre, en el Hijo que es Luz, que procede del
Padre,
que es Luz.
24
34.—Arrío dijo que Cristo es anterior a la Bienaventurada
Virgen, y que una es la persona del Padre y otra
la del Hijo; pero le atribuyó a Cristo estas tres
cosas:
primera, que el Hijo de Dios fue una criatura;
segunda,
que no ab aeterno sino en el tiempo fue creado por
Dios como la más noble de las criaturas; tercera,
que
Dios Hijo no es de una misma naturaleza con Dios
Padre,
y por lo tanto que no es verdadero Dios.
Pero todo esto es igualmente erróneo y contra la
autoridad
de la Sagrada Escritura. Pues dice Juan (10,
30): "Yo y el Padre somos una sola cosa",
es evidente
que en cuanto a la naturaleza; y por lo tanto, como
el
Padre siempre ha existido, también el Hijo, y así
como
el Padre es verdadero Dios, lo es también el Hijo.
Por lo cual, donde se dice por Arrio que Cristo fue
una criatura, en contra se dice por los Padres en
el Símbolo:
"Dios verdadero de Dios verdadero"; donde
se
dice que Cristo no existe ab aeterno, sino que fue
creado
en el tiempo, en contra se dice en el Símbolo:
"Engendrado, no creado", y contra la
afirmación de
que El no es de la misma sustancia con el Padre, se
agrega
en el Símbolo: "Consubstancial al Padre".
35.—Es evidente, por Io tanto, que debemos creer
que Cristo es el Unigénito de Dios, y verdadero
Hijo
de Dios, y que siempre ha sido con el Padre, y que
una
es la persona del Hijo y otra la del Padre, y que
es de
una misma naturaleza con el Padre. Pero todo esto
que
creemos aquí abajo por la fe, lo conoceremos en la
vida
eterna por una visión perfecta. Por lo cual para
nuestro
consuelo diremos algo de estas cosas.
36.—Es de saber que los diversos seres tienen diversos
modos de generación. En efecto, la generación
en Dios es distinta de la de los demás seres; por
lo cual
no podemos llegar a conocer la generación en Dios
si25
no por la generación de aquello que en las
criaturas
alcance a ser más semejante a Dios. Pues bien, nada
es
tan semejante a Dios, según ya lo dijimos, como el
alma del hombre. Y he aquí el modo de la generación
en e! alma: el hombre piensa por su alma alguna
cosa,
que se llama concepción de la inteligencia; y tal
concepción
proviene del alma como de un padre, y se le
llama verbo de la inteligencia, o del hombre. Así
es que,
pensando, el alma engendra su Verbo.
De la misma manera, el Hijo de Dios no es otra cosa
que el Verbo de Dios; no como un verbo proferido
afuera, porque tal verbo pasa, sino como un verbo
concebido
interiormente: por lo cual ese Verbo de Dios es
de una misma naturaleza con Dios e igual a Dios. De
aquí que hablando San Juan acerca del Verbo de
Dios, a
los tres herejes destruyó. Primero la herejía de
Fotino, que
es aniquilada con estas palabras (Jn I, I):
"En el principio
era el Verbo"; en segundo lugar la de Sabelio,
cuando
dice: "Y el Verbo estaba en Dios"; y en
tercer lugar la de
Arrio, cuando dice: "Y el Verbo era
Dios".
37.—Pero el verbo es una cosa en nosotros y otra en
Dios. En efecto, en nosotros nuestro verbo es un
accidente;
y en Dios el Verbo de Dios es lo mismo que el
propio Dios, por no haber nada en Dios que no sea
la
esencia de Dios. Ahora bien, nadie puede decir que
Dios no tenga Verbo, porque ocurriría que Dios
sería
ignorantísimo; pero como Dios siempre ha existido,
también su Verbo.
38.—Y como el artesano lo hace todo conforme a la
forma que preconcibió en su inteligencia, lo cual
es su
verbo, de la misma manera Dios lo hace todo por su
Verbo, como por su arte. Juan I, 3: "Todas las
cosas fueron
hechas por El".
39.—Pues bien, si el Verbo de Dios es Hijo de Dios, y si
26
todas las palabras de Dios son cierta semejanza de
ese
Verbo, en primer lugar debemos oír con gusto las
palabras de Dios, pues la señal de que amamos a Dios
es que con agrado escuchemos sus palabras.
40.—En segundo lugar, debemos creer en las palabras
de Dios, porque gracias a esto habita en nosotros
el
Verbo de Dios, esto es, Cristo, que es el Verbo de
Dios, conforme al Apóstol (Ef 3, 17): "Que
Cristo habite
por la fe en vuestros corazones". Juan 5, 38:
"El Verbo de
Dios no habita en vosotros".
41.—En tercer lugar, es menester que continuamente
meditemos en el Verbo de Dios que habita en
nosotros;
porque debemos no sólo creer sino también meditar;
pues de otra manera lo primero no nos aprovecha, y
tal meditación sirve de mucho contra el pecado.
Salmo
118, II: "Dentro del corazón he guardado tus
palabras,
para no pecar contra ti"; y otra vez acerca
del varón
justo se dice en Salmo I, 2: "En la ley de
Yavéh medita
de día y de noche". Por lo cual se dice de la
Santísima
Virgen, en Luc 2, 51, que "conservaba todas
estas
palabras meditándolas en su corazón".
42.—En cuarto lugar, es menester que el hombre comunique
la palabra de Dios a los demás, advirtiendo,
predicando e inflamando. Dice el Apóstol en Efesios
4,
29: "No salga de vuestra boca palabra dañosa,
sino la
que sea buena para edificar". Y en Colos 3,
16: "La
palabra de Dios habite en vosotros en abundancia,
con
toda sabiduría, enseñándoos y amonestándoos unos a
otros". Y asimismo en Tim 4, 2: "Predica
la palabra,
insiste oportuna e inoportunamente, reprende,
exhorta,
amenaza con toda paciencia y doctrina".
43.—Por último, debemos llevar a la práctica la palabra
de Dios. Santiago I, 22: "Sed ejecutores de la
palabra, y no tan sólo sus oyentes, engañándoos a
vosotros
27
mismos".
44.—Estas cinco cosas las observó por su orden la
Santísima Virgen al engendrar al Verbo de Dios. En
efecto,
primero escuchó: "El Espíritu Santo descenderá
sobre ti"
(Luc I, 35); en segundo lugar, consintió gracias a
la fe:
"He aquí la esclava del Señor" (Luc I,
38); en tercer lugar,
le tuvo y llevó en su seno; en cuarto lugar, lo dio
a luz; en
quinto lugar, lo nutrió y amamantó, por lo cual
canta la
Iglesia: "Al mismo rey de los Angeles la sola
Virgen lo
amamantaba con su pecho lleno de cielo".
>>sigue>>
28
Artículo 3
QUE FUE CONCEBIDO DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ
DE LA VIRGEN MARÍA
45.—No solamente es necesario creer en el Hijo de
Dios, como está demostrado, sino que es menester
creer también en su encarnación. Por lo cual San
Juan,
después de haber dicho muchas cosas sutiles y
difíciles
(sobre el Verbo), en seguida nos habla de su
encarnación
en estos términos (Jn I, 14): Y el Verbo se hizo
carne.
Y para que podamos captar algo de esto, propondré
dos ejemplos.
Es claro que nada es tan semejante al Hijo de Dios
como
el verbo concebido en nuestra mente y no pro-
ferido.
Ahora bien, nadie conoce el verbo mientras
permanece en la mente del hombre, si no es aquel
que
lo concibe; pero es conocido al ser proferido. Y
así,
el Verbo de Dios, mientras permanecía en la mente
del
Padre no era conocido sino por el Padre; pero ya
revestido
de carne, como el verbo se reviste con la voz,
entonces por primera vez se manifestó y fue
conocido.
Baruc (3, 38): "Después apareció en la tierra,
y conversó
con los hombres".
El segundo ejemplo es éste: por el oído se conoce
el
verbo proferido, y sin embargo no se le ve ni se le
toca;
pero si se le escribe en un papel, entonces sí se
le
ve y se le toca. Así, el Verbo de Dios se hizo
visible y
tangible cuando en nuestra carne fue como inscrito;
y
así como al papel en que está escrita la palabra
del rey
se le llama palabra del rey, así también el hombre
al
cual se unió el Verbo de Dios en una sola
hipóstasis, se
llama Hijo de Dios, Isaías 8, I: "Toma un gran
libro, y
escribe en él con un punzón de hombre"; por lo
cual los
29
santos apóstoles dijeron (acerca de Jesús):
"Que fue
concebido del Espíritu Santo, y nació de la Virgen
María".
46.—En esto erraron muchos. Por lo cual los Santos
Padres, en otro símbolo, en el Concilio de Nicea,
añadieron
muchas precisiones, en virtud de las cuales son
destruidos ahora todos los errores.
47.—En efecto, Orígenes dijo que Cristo nació y
vino al mundo para salvar también a los demonios.
Por
lo cual dijo que todos los demonios serían salvos
al fin
del mundo. Pero esto es en contra de la Sagrada
Escritura.
En efecto, dice San Mateo (25, 41): "Apartaos
de
mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el
diablo y
sus ángeles". Por lo cual, para rechazar esto
se agrega:
"Que por nosotros los hombres (no por los
demonios) y
por nuestra salvación". En lo cual aparece
mejor el
amor que Dios nos tiene.
48.—Fotino ciertamente consintió en que Cristo nació
de la Bienaventurada Virgen; pero agregó que El era
un simple hombre, que viviendo bien y haciendo la
voluntad de Dios mereció venir a ser hijo de Dios,
como
los demás santos. Pero contra esto Jesús dice en
Juan (ó,
38): "Yo he bajado del cielo, no para hacer mi
voluntad,
sino la voluntad del que me envió". Es claro
que del cielo
no habría descendido si allí no hubiese estado; y
que si
fuese un simple hombre, no habría estado en el
cielo.
Por lo cual, para rechazar ese error se añade:
"Descendió del cielo".
49.—Maniqueo, por su parte, dijo que ciertamente el
Hijo de Dios existió siempre y que descendió del
cielo;
pero que no tuvo carne verdadera, sino aparente.
Pero
esto es falso. En efecto, no convenía que el doctor
de la
verdad tuviese alguna falsedad. Y por lo mismo,
puesto
que ostentó verdadera carne, verdaderamente la
tuvo.
Por lo cual dijo en San Lucas (24, 39):
"Palpadme y ved
30
que un espíritu no tiene carne y huesos como veis
que yo
tengo". Por lo cual, para rechazar dicho
error, agregaron
(los Santos Padres): "Y se encarnó".
50.—Por su parte, Ebión, que fue de origen judío, dijo
que Cristo nació de la Santísima Virgen, pero por
la
unión de un varón y del semen viril. Pero esto es
falso,
porque el Ángel dijo (Mt I, 20): "Lo concebido
en ella
viene del Espíritu Santo". Por lo cual los Santos
Padres,
para rechazar dicho error, añadieron: "del
Espíritu
Santo".
51.—Valentino, por su parte, confesó que Cristo fue
concebido del Espíritu Santo; pero pretendió que el
Espíritu
Santo llevó un cuerpo celeste, y que lo puso en
la Santísima Virgen, y que ése fue el cuerpo de
Cristo:
de modo que ninguna otra cosa hizo la Santísima
Virgen, sino que fue su receptáculo. Por lo cual
aseguró
que dicho cuerpo pasó por la Bienaventurada Virgen
como por un acueducto. Pero esto es falso, pues el
Ángel
le dijo a Ella (Lc I, 35): "El Santo que
nacerá de ti
será llamado Hijo de Dios". Y el Apóstol dice
(Gal 4, 4):
"Al llegar la plenitud de los tiempos, envió
Dios a su
Hijo, nacido de mujer". Por lo cual añadieron:
"Y nació de
la Virgen María".
52.—Arrio y Apolinar dijeron que ciertamente Cristo
es el Verbo de Dios y que nació de la Virgen María;
pero que no tuvo alma, sino que en el lugar del
alma
estuvo allí la divinidad. Pero esto es contra la
Escritura,
porque Cristo dijo (Jn 12, 27): "Ahora mi alma
está
turbada", y también en Mateo 26, 38:
"Triste está mi
alma hasta la muerte". Por lo cual, para
rechazar dicho
error añadieron: "Y se hizo hombre". Pues
bien, el
hombre está constituido de alma y cuerpo. Así es
que
muy verdaderamente Jesús tuvo todo lo que el
hombre puede tener, con excepción del pecado.
53.—Al asentar que Cristo se hizo hombre, se des31
truyen todos los errores arriba enunciados y
cuantos
puedan decirse, y principalmente el error de
Eutiques,
que enseñaba que hecha la mezcla de la naturaleza divina
con la humana, resultaba una sola naturaleza de
Cristo, la cual no sería ni puramente divina ni
puramente
humana. Lo cual es falso, porque así Cristo no
sería
hombre, y también contra esto se dice que "se
hizo
hombre".
Se destruye también el error de Nestorio, el cual
enseñó que el Hijo de Dios está unido a un hombre
sólo
porque habita en él. Pero esto es falso, porque en
tal
caso no sería hombre, sino que estaría en un
hombre. Y
que Cristo es hombre lo dice claramente el Apóstol
(Filip 2, 7): "Y por su presencia fue
reconocido como
hombre". Y Juan (8, 40) dice: "¿Por qué
tratáis de
matarme a mí, que soy hombre, que os he dicho la
verdad
que he oído de Dios?".
54.—De todo esto podemos concluir algunas cosas
para nuestra instrucción.
En primer lugar, se confirma nuestra fe. En efecto,
si
alguien dijera algunas cosas de una tierra remota a
la
que no hubiese ido, no se le creería igual que si
allí
hubiese estado. Ahora bien, antes de la venida de
Cristo
al mundo, los Patriarcas y los Profetas y Juan
Bautista dijeron algunas cosas acerca de Dios, y
sin
embargo no les creyeron a ellos los hombres como a
Cristo, el cual estuvo con Dios, y que además es
uno
con El. De aquí que nuestra fe, que nos transmitió
el
mismo Cristo, sea más firme. Juan I, 18:
"Nadie ha visto
jamás a Dios: el Hijo único, que está en el seno
del Padre,
él mismo lo ha revelado". De aquí resulta que
muchos
secretos de la fe se nos han manifestado después de
la
venida de Cristo, los cuales estaban antes ocultos.
32
55.—En segundo lugar, por todo ello se eleva nuestra
esperanza. En efecto, es claro que el Hijo de Dios
no
vino, asumiendo nuestra carne, por negocio de poca
monta, sino para una gran utilidad nuestra; por lo
cual
efectuó cierto canje, o sea, que tomó un cuerpo con
una alma, y se dignó nacer de la Virgen, para
hacernos
el don de su divinidad; y así, El se hizo hombre
para que
el hombre se hiciera Dios. Rom 5, 2: "Por
quien hemos
obtenido, mediante la fe, el acceso a esta gracia,
en la
cual nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza
de la
gloria de los hijos de Dios".
56.—En tercer lugar, con todo ello se inflama la caridad.
En efecto, ninguna prueba de la divina caridad
es tan evidente como la de que Dios creador de
todas
las cosas se haya hecho criatura, que nuestro Dios
se
haya hecho nuestro hermano, que el Hijo de Dios se
haya
hecho hijo del hombre. Juan 3, 16: "Tanto amó
Dios al
mundo que le dio a su Hijo unigénito". Por lo
tanto, por
esta consideración el amor a Dios debe
reencen-derse
e inflamarse.
57.—En cuarto lugar, somos llevados a guardar pura el
alma. En efecto, de tal manera ha sido ennoblecida
y
exaltada nuestra naturaleza por la unión con Dios,
que ha sido elevada a la unidad con una divina
persona.
Por lo cual el Ángel, después de la encarnación, no
quiso permitir que el bienaventurado apóstol Juan
lo
adorase, cosa que anteriormente les había permitido
a
los más grandes de los Patriarcas. Por lo cual,
recordando
su exaltación y meditando sobre ella, debe el
hombre
guardarse de mancharse y de manchar su naturaleza
con el pecado. Por eso dice San Pedro (II Petr I,
4): "Por
quien nos han sido dadas las magníficas y preciosas
promesas, para que por ellas nos hagamos partícipes
de
la naturaleza divina, huyendo de la corrupción de
la
concupiscencia que hay en el mundo".
33
58.—En quinto lugar, con todo ello se nos inflama el
deseo de alcanzar a Cristo. En efecto, si algún rey
fuese
hermano de alguien y estuviese lejos de él, ese
cuyo
hermano fuese el rey desearía llegar a él, y con él
estar y permanecer. Por lo cual, como Cristo es
nuestro
hermano, debemos desear estar con él y unírnosle:
Mt
24, 28: "Donde esté el cuerpo, allí se
¡untarán las águilas".
Y el Apóstol deseaba morir y estar con Cristo. Y
este
deseo crece en nosotros si meditamos sobre su
encarnación.
>>sigue>>
34
Artículo 4
PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO, FUE
CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO
59.—Así como le es necesario al cristiano creer en la
encarnación del Hijo de Dios, así también le es
necesario
creer en su pasión y en su muerte, porque, como
dice San Gregorio, "de nada nos aprovecharía
el haber
nacido si no nos aprovecha el haber sido
redimidos".
Pues bien, que Cristo haya muerto por nosotros
es algo tan elevado, que apenas puede nuestra
inteligencia
captarlo; no sólo, sino que no le cuadra a nuestro
espíritu. Y esto es lo que dice el Apóstol (Hechos
13,
41): "En vuestros días yo voy a realizar una
obra, una
obra que no creeréis si alguien os la cuenta".
Y Habacuc
I, 5: "En vuestros días se cumplirá una obra
que nadie
creerá cuando se narre". Pues tan grandes son
la gracia
de Dios y su amor a nosotros, que hizo por nosotros
más de lo que podemos entender.
60.—Sin embargo, no debemos creer que de tal manera
haya sufrido Cristo la muerte que muriera la
Divinidad,
sino que la humana naturaleza fue lo que murió
en El. Pues no murió en cuanto Dios, sino en cuanto
hombre.
Y esto es patente mediante tres ejemplos.
El primero está en nosotros. En efecto, es claro
que al
morir el hombre, al separarse el alma del cuerpo,
no
muere el alma, sino el mismo cuerpo, o sea, la
carne.
Así también, en la muerte de Cristo, no muere la
Divinidad
sino la naturaleza humana.
61.—Pero si los judíos no mataron a la Divinidad, es
claro que no pecaron más que si hubiesen matado a
cualquier otro hombre.
35
62.—A esto debemos responder que suponiendo a
un rey revestido con determinada vestidura, si
alguien
se la manchase incurriría en la misma falta que si
manchase al propio rey. De la misma manera los
judíos:
no pudieron matar a Dios, pero al matar la humana
naturaleza
asumida por Cristo, fueron castigados como si
hubiesen matado a la Divinidad misma.
63.—Además, como dijimos arriba, el Hijo de Dios es
el Verbo de Dios, y el Verbo de Dios encarnado es
como
el verbo del rey escrito en una carta. Pues bien,
si
alguien rompiese la carta del rey, se le
consideraría
igual que si hubiere desgarrado el verbo del rey.
Por lo
mismo, se considera el pecado de los judíos de
igual
manera que si hubiesen matado al Verbo de Dios.
64.—Pero ¿qué necesidad había de que el Verbo de Dios
padeciese por nosotros? Muy grande. Y se puede
deducir
una doble necesidad. Una, como remedio de los
pecados, y la otra como modelo de nuestros actos.
65.—Para remedio, ciertamente, porque contra todos
los males en que incurrimos por el pecado,
encontramos
el remedio en la pasión de Cristo. Ahora bien,
incurrimos en cinco males.
66.—En primer lugar, una mancha: el hombre, en
efecto, cuando peca, mancha su alma, porque así
como
la virtud del alma es su belleza, así también el
pecado
es su mancha. Baruc 3, 10: "¿Por qué, Israel,
por qué estás
en país de enemigos... te has contaminado con los
cadáveres?". Pero esto lo hace desaparecer la
Pasión
de Cristo: en efecto, con su Pasión Cristo hizo un
baño
con su sangre, para lavar allí a los pecadores.
Apoc I, 5:
"Nos lavó de nuestros pecados con su
sangre". En efecto,
se lava el alma con la sangre de Cristo en el
bautismo,
pues por la sangre de Cristo tiene el bautismo
virtud
regenerativa. Por lo cual cuando alguien se mancha
36
por el pecado, le hace una injuria a Cristo y peca más
que antes (del bautismo). Hebreos 10, 28-29:
"Si alguno
viola la ley de Moisés es condenado a muerte sin
compasión, por la declaración de dos o tres
testigos.
¿Cuánto más grave castigo pensáis que merecerá el
que
pisoteó al Hijo de Dios y tuvo por impura la sangre
de la
Alianza?".
67.—En segundo lugar, caemos en desgracia respecto
a Dios. Porque así como el hombre carnal ama la
belleza carnal, así Dios ama la espiritual, que es
la belleza
del alma. Así es que cuando el alma se mancha
por el pecado, Dios se ofende y le tiene odio al
pecador.
Sabiduría 14, 9: "Dios odia al impío y su
impiedad".
Pero esto lo borra la Pasión de Cristo, el cual
satisfizo a
Dios Padre por el pecado, por el que no podía
satisfacer
el propio hombre, porque la caridad y la obediencia
de
Cristo fueron mayores que el pecado del primer
hombre
y su desobediencia. Rom 5, 10: "Cuando éramos
enemigos
(de Dios), fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su
Hijo".
68.—En tercer lugar, caemos en debilidad. Porque el
hombre tan pronto como peca cree poder en seguida
preservarse del pecado; pero ocurre todo lo
contrario;
porque por el primer pecado se debilita y se hace
más
inclinado al pecado; y así domina más el pecado al
hombre, y el hombre, en cuanto de sí depende, se
pone
en tal situación que sin el poder divino no se
puede levantar,
como quien se arrojara a un pozo. Por lo cual
después de haber pecado el hombre, nuestra
naturaleza
se debilitó y corrompió, y entonces el hombre se
encontró
más inclinado a pecar. Pero Cristo disminuyó esta
flaqueza y esta debilidad, aunque no la suprimió
enteramente.
Sin embargo, de tal manera ha sido confortado
el hombre por la Pasión de Cristo, y debilitado el
pecado,
que ya no estamos tan dominados por él; y puede
el hombre, ayudado por la gracia de Dios, que nos
con37
fiere con los sacramentos, que tienen eficacia por
la
Pasión de Cristo, esforzarse de tal manera que
puede
apartarse de los pecados. Dice el Apóstol en Rom 6,
6:
"Nuestro hombre viejo fue crucificado con El,
a fin de que
fuera destruido el cuerpo de pecado". En
efecto, antes de
la Pasión de Cristo se halló que eran pocos los
hombres
que vivieran sin pecado mortal; pero después son
muchos los que vivieron y viven sin pecado mortal.
69.—En cuarto lugar, incurrimos en el reato de una
pena. Pues la justicia de Dios exige que todo el
que
peque sea castigado. Y la pena se mide por la
culpa.
De modo que como la culpa del pecado mortal es
infinita,
puesto que es contra el bien infinito, o sea,
Dios, cuyos preceptos menosprecia el pecador, la
pena
debida al pecado mortal es infinita. Pero Cristo
por su
Pasión nos levantó esa pena, y El mismo la padeció.
I
Pedro 2, 24: "El mismo llevó nuestros pecados
(esto es, la
pena del pecado) en su cuerpo". Porque la
virtud de la
Pasión de Cristo fue tan grande que bastó para
expiar
todos los pecados de todo el mundo, aun cuando
fuesen sin cuento. Por eso los bautizados son
aliviados
de todos sus pecados. Por eso también el sacerdote
perdona los pecados. Por eso también el que mejor
se
conforme a la Pasión de Cristo, mayor perdón
obtendrá
y más gracia merece.
70.—En quinto lugar, incurrimos en el destierro del
reino. Porque quienes ofenden a los reyes son
obligados
a dejar el reino. Y así el hombre por el pecado es
echado
del paraíso. Por eso, inmediatamente después de su
pecado Adán es arrojado del paraíso, y es cerrada
la
puerta del paraíso. Pero Cristo por su Pasión abrió
esa
puerta, y llamó al reino a los desterrados. En
efecto,
abierto el costado de Cristo, fue abierta la puerta
del
paraíso; y derramada su sangre, se limpió la
mancha,
Dios fue aplacado, suprimida fue la debilidad, fue
expiada
la pena, los desterrados fueron llamados al
38
reino. Y por eso se le dijo al ladrón
inmediatamente (Lc
23, 43): "Hoy estarás conmigo en el
paraíso". Esto no fue
dicho en otro tiempo: no se le dijo a nadie, ni a
Adán,
ni a Abraham, ni a David; sino hoy, o sea, cuando
es
abierta la puerta, el ladrón pide y obtiene el
perdón.
Hebr 10, 19: "Teniendo... la seguridad de
entrar en el
santuario por la sangre de Cristo".
De esta manera, pues, queda patente la utilidad (de
la Pasión de Cristo) en calidad de remedio.
Pero no es menor su utilidad en calidad de ejemplo.
71.—En efecto, como dice San Agustín, la Pasión de
Cristo basta totalmente como instrucción para
nuestra
vida. Pues quien anhele vivir de manera perfecta,
que
no haga otra cosa que despreciar lo que Cristo
despreció
en la cruz y que desee lo que Cristo deseó.
72.—Porque ningún ejemplo de virtud falta en la
cruz. Pues si buscas un ejemplo de caridad,
"nadie tiene
mayor caridad que el que da su vida por sus
amigos", Jn
15, 13. Y esto fue lo que hizo Cristo en la cruz.
Por lo
tanto, si El dio su vida por nosotros, no se nos
debe
hacer pesado soportar por El cualquier mal. Salmo
115,
12: "¿Qué le daré al Señor por todo lo que El
me ha
dado?".
73.—Si buscas un ejemplo de paciencia, excelentísimo
lo encuentras en la cruz. En efecto, de dos
grandes maneras se manifiesta la paciencia: o bien
padeciendo pacientemente grandes males, o bien
padeciendo algo que podría evitarse y que no se
evita.
Pues bien, Cristo soportó en la cruz grandes males.
Treno I, 12: "Oh, vosotros todos, los que
pasáis por el
camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi
dolor"; y
39
pacientemente, porque, "al padecer, no
amenazaba", I
Pedro 2, 23; e Isaías 53, 7: "Como cordero
llevado al
matadero, y como oveja muda ante los
trasquiladores".
Además, Cristo pudo evitarlos, y no los evitó. Mt
26,
53: "¿O piensas que no puedo yo rogar a mi
Padre, que
me enviaría luego más de doce legiones de
ángeles?".
Grande es, pues, la paciencia de Cristo en la cruz.
Hebr 12, 1-2: "Por la paciencia corramos al
combate que
se nos ofrece, puestos los ojos en el autor y
consumador de
la fe, Jesús, el cual, en vez del gozo que se le
ofrecía,
soportó la cruz, despreciando la ignominia".
74.—Si buscas un ejemplo de humildad, ve el crucifijo:
en efecto, Dios quiso ser juzgado bajo Poncio
Pilato y
morir. Job 36, 17: "Tu causa ha sido juzgada
como la de un
impío". En verdad como la de un impío:
"Condenémosle a
una muerte afrentosa", Sabiduría 2, 20. El
Señor quiso
morir por su siervo, y el que es la vida de los
Angeles
por el hombre. Filip 2, 8: "Hecho obediente
hasta la
muerte".
75.—Si buscas un ejemplo de obediencia, sigúelo a
El. que se hizo obediente al Padre hasta la muerte.
Rom
5, 19: "Como por la desobediencia de un solo
hombre
muchos fueron constituidos pecadores, así también,
por la
obediencia de uno solo muchos fueron hechos
justos".
76.—Si quieres un ejemplo de desprecio de las cosas
terrenas, sigúelo a El, que es el Rey de Reyes y el
Señor
de los señores, en quien se hallan los tesoros de
la
sabiduría, y que sin embargo en la cruz estuvo
desnudo,
objeto de burla, fue escupido, golpeado, coronado
de
espinas, y abrevado con hiel y vinagre, y murió.
Por lo
tanto, no os impresionéis por las vestiduras, ni
por las
riquezas, porque "se repartieron mis
vestiduras", Salmo
21, 19; ni por los honores, porque a mí me
cubrieron
40
de burlas y de golpes; no por las dignidades,
porque
tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre
mi
cabeza; no por las delicias, porque "en mi sed
me abrevaron
con vinagre", Salmo 68, 22.
Sobre Hebr 12, 2: "El cual, en vez del gozo
que se le
ofrecía, soportó la cruz, despreciando la
ignominia", dice
San Agustín: "El hombre Jesucristo despreció
todos los
bienes terrenos para enseñarnos que deben ser
despreciados".
>>sigue>>
41
Artículo 5
DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, Y AL TERCER DÍA
RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS
77.—Como ya dijimos, la muerte de Cristo consistió,
como en los demás hombres, en que su alma se separó
de
su cuerpo; pero de manera tan indisoluble está
unida la
Divinidad a Cristo hombre, que aun cuando el alma y
el
cuerpo se separaron entre sí, la misma Deidad
estuvo
siempre perfectísimamente unida al alma y al
cuerpo,
por lo cual en el sepulcro estuvo el Hijo de Dios
con el
cuerpo, y descendió a los infiernos 1 con el alma.
78.—Por cuatro razones descendió Cristo con su alma a
los infiernos.
La primera fue soportar toda la pena del pecado,
para expiar así toda la culpa. Porque la pena del
pecado
del hombre no era sólo la muerte del cuerpo,
sino que también era un sufrimiento del alma.
Porque
como el pecado era también por parte del alma,
también
la misma alma era castigada por la privación de
la visión divina. De modo que sin esa pena, de
ninguna
manera se satisfacía. Por ello, después de muertos,
todos
descendían, aun los santos Padres, antes de la
venida de
Cristo, a los infiernos. Así es que para so-
1 Los diferentes "lugares" de las almas
separadas de sus
cuerpos indican una relación del alma con Dios,
"según
esté el alma más o menos alejada de El",
enseña el
mismo Santo Tomás. (S.A.).
portar toda la pena debida a los pecadores, Cristo
quiso no sólo morir, sino también bajar con el alma
a
los infiernos. De aquí que diga el Salmo 87, 5-6:
"Contado
entre los que bajan a la fosa, soy como un hombre
acabado, libre entre los muertos". Pues los
demás
42
estaban allí como esclavos, pero Cristo como libre.
79.—La segunda fue el socorrer perfectamente a
todos sus amigos. En efecto, El tenía amigos no
sólo
en el mundo sino también en los infiernos. Pues se
es
amigo de Cristo en la medida en que se tiene
caridad, y en los infiernos había muchos que habían
muerto con la caridad y la fe en El que había de
venir, como Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David y
otros justos y varones perfectos. Y como Cristo
había
visitado a los suyos en el mundo y los había
socorrido
por su propia muerte, quiso también visitar a los
suyos que estaban en los infiernos y socorrerlos
bajando hasta donde se hallaban ellos. Eccli 24,
45:
"Penetraré a todas las profundidades de la
tierra, y
visitaré a todos los que duermen, e iluminaré a
cuantos
esperan en el Señor".
80.—La tercera razón fue el triunfar perfectamente
sobre el diablo. En efecto, se triunfa de manera
perfecta sobre otro, cuando no sólo se le vence en
el
campo de batalla, sino que se le acomete hasta en
su
propia casa y se le arrebata la sede de su imperio
y
su casa misma. Pues bien, Cristo había triunfado
del
diablo, pues en la cruz lo había vencido. Por lo
cual
dice Juan (12, 31): "Ahora es el juicio de
este mundo,
ahora el príncipe de este mundo (o sea el diablo)
será
echado fuera". Por lo cual para triunfar
perfectamente,
quiso arrebatarle la sede de su imperio y
encadenarlo
en su casa, que es el infierno. Por eso descendió
hasta allí, y le arrebató todos sus bienes, y lo
encadenó, y le quitó su presa, Col. 2, 15: "Y
una vez
despojados los Principados y las Potestades, ios
exhibió
con gran despliegue, triunfando de ellos
públicamente
por sí mismo".
Y así como había recibido Cristo el poder y la
posesión
del cielo y de la tierra, quiso también recibir la
43
posesión de los infiernos, para que así, según el
Apóstol
a los Filipenses (2, 10): "Al nombre de Jesús
se doble toda
rodilla, en los cielos, en la tierra y en los
infiernos". Y
Marcos 16, 17: "En mi nombre expulsarán a los
demonios".
81.—La cuarta y última razón era librar a los santos
que estaban en los infiernos. Porque así como
Cristo
quiso sufrir la muerte para librar de la muerte a
los
vivos, así también quiso descender a los infiernos
para
librar a los que allí estaban. Zac 9, 11: "Tú,
Señor, por la
sangre de tu alianza, soltaste a tus cautivos de la
fosa,
en la cual no hay agua". Oseas 13, 14:
"Oh muerte, yo
seré tu muerte; infierno, yo seré tu
mordedura".
En efecto, aunque Cristo haya destruido totalmente
la muerte, no destruyó del todo los infiernos, sino
que
los mordió; porque ciertamente no liberó a todos
del
infierno, sino tan sólo a los que estaban sin
pecado mortal,
e igualmente sin el pecado original, del cual en
cuanto a su persona estaban libres por la
circuncisión:
o antes de la circuncisión, los que eran salvos por
la fe
de los padres fieles, si no tenían uso de razón; o
por
los sacrificios, y con la fe en el Cristo que había
de
venir, si eran adultos; pero que permanecían allí
por
el pecado original de Adán, del cual no podían
librarse,
en cuanto a la naturaleza, sino por Cristo. Por lo
cual Cristo dejó allí a los que habían descendido
con
pecado mortal y a los niños incircuncisos.2 Por lo cual
dijo: "Infierno, seré tu mordedura".
Así pues, queda claro que Cristo bajó a los
infiernos
y por qué razones.
82.—De todo esto podemos recibir para nuestra instrucción
cuatro cosas.
En primer lugar, una firme esperanza en Dios.
Porque
44
por más que esté el hombre en aflicción, siempre
debe
esperar en la ayuda de Dios, y en El confiar. No
puede
haber, en efecto, cosa tan penosa como estar en los
infiernos. Si pues Cristo libró a los que estaban
en los
infiernos, todo aquel que sea amigo de Dios debe
tener
gran confianza en ser librado por El de cualquier
angustia.
Sabiduría 10, 13-14: "Ella (la Sabiduría) no
desamparó
al justo vendido... descendió con él a la mazmorra,
y no lo abandonó en las cadenas". Y porque
Dios
ayuda especialmente a sus siervos, aquel que sirve
a
Dios debe sentirse con gran seguridad. Eccli 34,
16: "El
que teme al Señor de nada teme porque El mismo es
su
esperanza".
2 A los niños incircuncisos los dejó en lo que la
Teología llama limbo.
83.—En segundo lugar, debemos concebir el temor
(de Dios) y apartar la presunción. Porque aun
cuando
Cristo haya padecido por los pecadores y descendido
a los infiernos, sin embargo no liberó a todos,
sino tan
sólo a los que estaban sin pecado mortal, como ya
se
dijo. Y allí dejó a los que habían muerto en pecado
mortal. Por lo tanto, que nadie de los que allí
bajen en
pecado mortal espere el perdón. Porque en el
infierno
estará cuanto los santos padres en el paraíso, esto
es,
eternamente. Mt 25, 46: "Irán éstos al
suplicio eterno, y
los justos a la vida eterna".
84.—En tercer lugar, debemos estar alertas. Precisamente
porque Cristo descendió a los infiernos por nuestra
salvación, nosotros debemos preocuparnos por
descender
allí frecuentemente considerando ciertamente
las penas aquellas, como lo hacía el santo Ezequías,
que
decía (Is 38, 10}: "Yo dije: a la mitad de mis
días me voy
a las puertas del Infierno". Porque quien baje
allí
frecuentemente en vida con el pensamiento, no
descenderá
allá fácilmente al morir: porque tal consideración
45
lo aparta del pecado. En efecto, vemos que los
mundanos
se guardan de las malas acciones por temor al
castigo: en consecuencia, ¿cuánto más deben
guardarse
(del mal) ante la pena del infierno, la cual es
mayor
por razón de la duración, de la acritud y de la
multiplicidad?
Eclesiástico 7, 36: "Ten presentes tus
novísimos, y
jamás pecarás".
85.—En cuarto lugar, de esto resulta para nosotros un
ejemplo de amor. En efecto, Cristo bajó a los
infiernos
para liberar a los suyos, y por lo tanto nosotros
debemos
descender allí (en espíritu) para ayudar a los
nuestros. Pues ellos nada pueden, por lo cual
debemos
ayudar a los que están en el purgatorio. Demasiado
cruel sería quien no ayudara a un ser querido que
estuviese en una cárcel terrena. Así es que no
habiendo
ninguna comparación de las penas de este mundo con
aquéllas, mucho más cruel es el que no le ayuda al
amigo
que está en el purgatorio. Job 19, 21: "Tened
piedad
de mí, tened piedad de mí, siquiera vosotros, mis
amigos,
que es la mano de Dios la que me ha herido".
II Macab
12, 46: "Obra santa y saludable es orar por
los muertos
para que sean librados de sus pecados".
86.—Como dice San Agustín, se les ayuda principalmente
de tres maneras, a saber, con misas, con oraciones
y con limosnas. San Gregorio agrega una cuarta
manera: el ayuno. Ni hay de qué admirarse, porque
aun
en este mundo, el amigo puede satisfacer por el
amigo.
Sin embargo, esto debe entenderse respecto a
quienes
están en el purgatorio.
87.—Al hombre le es necesario conocer dos cosas, a
saber, la gloria de Dios y el castigo del infierno.
Atraídos, en efecto, por la gloria, y atemorizados
por
ios castigos, los hombres se guardan y se apartan
de
los pecados. Pero muy difícilmente conoce el hombre
estas cosas. Por lo cual acerca de la gloria se
dice en
46
Sabiduría 9, 16: "¿Quién rastreará lo que hay
en los
cielos?". Lo cual es ciertamente difícil para
los
terrenos, porqué, como se dice en Juan 3 ,31:
"El que es
de
la tierra habla de la tierra"; pero no les es
difícil a los
espirituales, porque "el que viene de lo alto
está por
encima de todos", como se dice allí mismo. Y
por eso,
para enseñamos las cosas celestiales, Dios bajó del
cie
lo y se encarnó.
Era también difícil conocer las penas del infierno.
Sabiduría 2, I: "Ni se sabe de nadie que haya
vuelto de
los infiernos". Y esto se pone en boca de los
impíos. Pero
esto de ninguna manera se puede decir, porque así
como bajó del cielo para enseñar las cosas
celestiales,
así también resucitó de los infiernos para
instruirnos
acerca de las cosas de los infiernos. Por lo cual
es
necesario que creamos no sólo que Cristo se hizo
hombre
y que murió, sino también que resucitó de entre
los muertos. Por lo cual se dice: "Y al tercer
día resucitó
de entre los muertos".
88.—Sabemos que muchos resucitaron de entre los
muertos, como Lázaro, y el hijo de la viuda y la
hija
del ¡efe de la sinagoga. Pero la resurrección de
Cristo
difiere de la resurrección de éstos y de otros en
cuatro
cosas.
Primero en cuanto a la causa de la resurrección,
porque
los otros resucitados no resucitaron por su propia
virtud sino por la de Cristo o por las oraciones de
algún
santo, y en cambio Cristo resucitó por su propia
virtud,
porque no sólo era hombre, sino que también era
Dios,
y la Divinidad del Verbo jamás fue separada ni de
su
alma ni de su cuerpo, por lo cual el cuerpo recobró
el alma, y el alma recobró el cuerpo cuando El lo
quiso.
Juan 10, 18: "Tengo poder de dar mi alma y
poder para
47
recobrarla de nuevo". Y aunque Cristo haya
muerto, esto
no fue por debilidad ni por necesidad, sino por su
propio poder, porque fue voluntariamente. Y esto es
patente porque cuando exhaló su espíritu, gritó con
fuerte voz, cosa que no pueden hacer los demás
moribundos,
porque mueren por debilidad. Por lo cual dijo
el Centurión (Mt 27, 54): "Verdaderamente este
era el
Hijo de Dios". Y por eso, así como por su
propio poder
entregó su alma, así también por su propio poder la
recobró. Por lo cual se dice que
"resucitó", y no que
haya sido resucitado, como si lo hubiera sido por
otro.
Salmo 3, 6: "Me acosté, y me dormí, y me levanté".
Ni
esto es contrario a lo que se dice en Hechos 2, 32:
"A
este Jesús lo resucitó Dios", porque en efecto
el Padre lo
resucitó, y a la vez el Hijo: porque el mismo poder
es el
del Padre y el del Hijo.
89.—En segundo lugar, difiere en cuanto a la vida a
la cual resucitó, porque Cristo resucitó a una vida
gloriosa e incorruptible. Dice el Apóstol en Rom 6,
4:
"Cristo resucitó de entre los muertos por la
gloria del
Padre"; y los demás, ciertamente, a la misma
vida que
primero tenían, como consta en cuanto a Lázaro y
otros.
90.—En tercer lugar, difiere en cuanto al fruto y la
eficacia, porque todos resucitan por el poder de la
resurrección
de Cristo. Mt 27, 52: "Muchos cuerpos de
santos difuntos resucitaron". Dice el Apóstol
en I Cor
15, 20: "Cristo resucitó de entre los muertos
como primicias
de los que durmieron".
Pero notad que por la pasión Cristo llegó a la
gloria.
Luc 24, 2ó: "¿No era necesario que Cristo
padeciera eso
y entrara así en su gloria?". Así nos enseña
cómo podemos
nosotros llegar a la gloria: Hechos 14, 21:
"Es necesario
que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en
el
48
reino de Dios".
91.—En cuarto lugar, difiere en cuanto al tiempo:
porque la resurrección de los otros hombres es
diferida
hasta el fin del mundo, si no es que a algunos por
privilegio
se les concede antes, como a la Santísima Virgen,
y, como piadosamente se cree, a San Juan
Evangelista;
pero Cristo resucitó al tercer día. Y la razón
de ello es que la resurrección y la muerte y la
natividad de Cristo fueron por nuestra salvación,
por
lo cual El quiso resucitar cuando nuestra salvación
se
cumpliera. Por lo cual, si hubiese resucitado al
instante, no se habría creído que hubiese muerto.
De la
misma manera, si hubiese tardado mucho, los
discípulos no habrían permanecido en la fe, y así
ninguna utilidad habría en su pasión. Salmo 29, 10:
"¿Qué utilidad hay en mi sangre si desciendo a
la
corrupción?". Por lo cual resucitó al tercer
día, para que
se creyera que había muerto y para que los
discípulos
no perdieran la fe.
92.—Pues bien, de todo lo anterior podemos sacar
cuatro consecuencias para nuestra ilustración.
En primer lugar, que hemos de aplicarnos a
resucitar
espiritualmente de la muerte del alma, en la que
incurrimos
por el pecado, a la vida de justicia, que se adquiere
por la penitencia. Dice el Apóstol en Ef 5, 14:
"Despierta, tú que duermes, y levántate de
entre los
muertos, y Cristo te iluminará". Y esta es la
primera
resurrección. Apoc 20, 6: "Bienaventurado el
que tiene
parte en la primera resurrección".
93.—En segundo lugar, que no hemos de diferir para
la hora de la muerte el resucitar (del pecado),
sino rápidamente,
porque Cristo resucitó al tercer día. Eccli
5, 8: "No te tardes en convertirte al Señor, y
no lo
difieras de un día para otro", porque agobiado
por la
49
debilidad no podrás pensar en las cosas que
pertenecen
a la salvación, y también porque pierdes parte de
todos los bienes que se hacen en la Iglesia, e
incurres
en muchos males por la perseverancia en el pecado.
Además, el diablo, dice San Beda, cuanto por más
tiempo posee, tanto más difícilmente deja.
94.—En tercer lugar, que hemos de resucitar a una vida
incorruptible, de tal suerte que no volvamos a
morir, o
sea, con tal propósito, que no pequemos más. Rom ó,
9:
"Cristo, una vez resucitado de entre los
muertos, ya no
muere más; la muerte no tiene ya señorío sobre
él". Y más
abajo (1 1-13): "Así también vosotros,
consideraos como
muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo
Jesús. No reine,
pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo
que
obedezcáis a sus concupiscencias. Ni ofrezcáis
vuestros
miembros como armas de iniquidad al pecado, sino
más
bien ofreceos a Dios como quienes, muertos, han
vuelto
a la vida".
95.—En cuarto lugar, que hemos de resucitar a una
vida nueva y gloriosa, de tal suerte que desde
luego
evitemos todo aquello que antes haya sido ocasión y
causa de muerte y de pecado. Rom 6, 4: "Así
como Cristo
resucitó de entre los muertos por la gloria del
Padre, así
también nosotros caminemos en una vida nueva".
Y esta
vida nueva es la vida de justicia, que renueva el
alma
y la. conduce a la vida de la gloria. Así sea.
>>sigue>>
50
Artículo 6
ASCENDIÓ A LOS CIELOS, Y SE SENTÓ A LA DIESTRA
DE DIOS PADRE OMNIPOTENTE
96.—Tras de creer en la resurrección de Cristo es necesario
creer en su ascensión, por la cual ascendió al
Cielo a los cuarenta días. Y por eso se dice:
"Ascendió
a los cielos".
Acerca de su ascensión debes notar tres cosas.
Primeramente fue a) sublime, b) racional y c) útil.
97.—a) Fue sublime porque ascendió a los cielos. Y
esto se explica de tres maneras.
Primero, por encima de todos los cielos materiales.1 Dice
el Apóstol en Ef 4, 10: "Subió por encima de
todos los
cielos". Cristo fue el primero en realizar tal
cosa. Antes,
en efecto, el cuerpo terreno no existía sino en la
tierra,
tanto que aun Adán estuvo en un paraíso terrenal.
En segundo lugar, ascendió por encima de todos los
cielos espirituales. Ef I, 20-22: "Sentándole
a su diestra en
los cielos, por encima de todo Principado,
Potestad, Virtud,
Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en
este
mundo sino también en el venidero; y bajo sus pies
sometió
todas las cosas".
En tercer lugar, ascendió hasta el trono del Padre.
Dan
7, 13: "Y he aquí que en las nubes del cielo
venía como un
Hijo de hombre, y llegó hasta el Anciano de los
días"; y
Marc 16, 19: "Y el Señor Jesús, después de
hablarles, fue
elevado al cielo, y se sentó a la diestra de
Dios".
98.—Pero no debemos entender lo de "diestra de Dios"
de una manera corporal, sino metafóricamente:
porque se
dice que se sentó a la derecha del Padre, en cuanto
Dios,
esto es, por su igualdad con el Padre; y en cuanto
51
hombre se sentó a la derecha del Padre, esto es,
con los
bienes más excelentes. Pero esto afectó al diablo:
Is 14,
13: "Al cíelo voy a subir, por encima de las
estrellas de
Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el monte de
la
Alianza, en el extremo norte. Subiré por encima de
la altura
de las nubes, me asemejaré al Altísimo". Pero
no llegó allí
sino Cristo, por lo cual se
1 O sea, por encima del cosmos.
dice: "Subió a ios cielos, y está sentado a la
diestra del
Padre". Salmo 109, I: "Dijo el Señor a mi
Señor: siéntate
a mi diestra".
99.—b) En segundo lugar, la ascensión de Cristo fue
conforme a razón, porque fue hasta los cielos; y
esto
por tres motivos:
Primeramente porque el cielo se le debía a Cristo a
causa de su naturaleza. En efecto, lo natural es
que
cada ser vuelva al lugar de donde es originario.
Pues
bien, el principio del origen de Cristo está en
Dios,
que es por encima de todo. Juan 16, 28: "Salí
del Padre y
he venido al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al
Padre". Juan 3, 13: "Nadie ha subido al
cielo sino el que
bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el
cielo". Y
aunque los santos suben al cielo, sin embargo esto
no es
como sube Cristo; porque Cristo sube por su propio
poder, y los santos, atraídos por Cristo. Cant 1
,3:
"Llévame en pos de ti". Pero puede
decirse que nadie
sube al cielo sino Cristo, porque los santos no
ascienden sino en cuanto son miembros de Cristo,
que
es la cabeza de la Iglesia. Mat 24, 28: "Donde
esté el
cadáver, allí se juntarán las águilas".
En segundo lugar, se le debía a Cristo el cielo por
razón de su victoria. Porque Cristo fue enviado al
mundo
para luchar contra el diablo, y lo venció, y por lo
52
mismo mereció ser exaltado por encima de todo. Apoc
3,21: "Yo vencí, y me senté con mi Padre en su
trono".
En tercer lugar, a causa de su humildad. En efecto,
ninguna humildad es tan grande como la de Cristo,
que
siendo Dios quiso hacerse hombre, y siendo Señor quiso
tomar la condición de siervo, haciéndose obediente
hasta la muerte, como se dice en Filip 2, y
descendió
hasta los infiernos, por lo cual mereció ser
exaltado hasta
el cielo, al trono de Dios. Porque la humildad es
el
camino de la exaltación. Luc 14, II: "El que
se humilla
será exaltado"; Ef 4, 10: "Este que bajó
es el mismo que
subió por encima de todos los cielos".
100.—c) En tercer lugar, la ascensión de Cristo fue
útil, por tres motivos.
Primeramente por razón de conducción, porque
ascendió
para conducirnos. Pues nosotros ignorábamos el
camino, pero El mismo nos lo mostró. Miqueas 2, 13:
"Ascendió, abriendo camino adelante de
ellos". Y para
darnos la seguridad de la posesión del reino
celestial.
Juan 14, 2: "Voy a prepararos un lugar".
En segundo lugar, por razón de la seguridad que nos
da. Pues subió al cielo para interceder por
nosotros.
Hebr 7, 25: "Ya que está siempre vivo para
interceder
por nosotros". I Juan 2: "Tenemos a uno
que abogue ante
el Padre, a Jesucristo".
En tercer lugar, para atraer nuestros corazones
hacia
El. Mt 6, 21: "Donde está tu tesoro, allí está
también tu
corazón"; y para que despreciemos las cosas
temporales.
El Apóstol en Colos 3, I: "Si habéis
resucitado
con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo
sentado a la diestra de Dios; gustad de las cosas
de
arriba, no de las de la tierra".
53
Artículo 7
Y DE ALLI HA DE VENIR A JUZGAR A LOS VIVOS Y A LOS
MUERTOS
101.—El juzgar corresponde al oficio de rey y de Señor.
Prov 20, 8: "El Rey sentado sobre el trono de
la
justicia disipa con la mirada todo mal". Y
como Cristo
ascendió al Cielo, y está sentado a la derecha de
Dios
como Señor de todos, es claro que a él le toca el
juzgar.
Por lo cual en la regla de la Fe católica
confesamos
que "ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos".
Esto mismo lo dijeron también los Angeles (Hechos
I, II):
"Ese Jesús que ha sido llevado de entre
vosotros al cielo,
vendrá así como le habéis visto ir al cielo".
102.—Debemos considerar tres cosas acerca de este
juicio. Primero, su forma; segundo, lo que se le
debe
temer; tercero, cómo hemos de prepararnos para ese
juicio.
103.—Tres cosas concurren a la forma de un juicio:
quién sea el juez, quiénes serán juzgados y acerca
de
qué.
104.—Pues bien, Cristo es el juez. Hechos 10, 42: "Es El
quien ha sido constituido por Dios juez de vivos y
muertos":
ya sea que tomemos por muertos a los pe-cadores, y
por vivos a los justos; o literalmente por vivos a
los que
aún vivan a la sazón, y por muertos a cuantos hayan
muerto. El es el juez no sólo en cuanto Dios, sino
también en cuanto hombre. Y esto por tres razones.
Primeramente porque es necesario que los que son
juzgados vean al juez. Ahora bien, tan deleitable
es la
Divinidad, que nadie puede verla sin gozo; por lo
cual
ningún condenado podrá verla, porque de lo
contrario
54
gozaría. Por lo tanto es necesario que aparezca
bajo
la forma de hombre, para que sea visto por todos.
Juan
5, 27: "Le ha dado poder para juzgar, porque
es el Hijo
del hombre".
En segundo lugar, porque en cuanto hombre mereció
tal oficio. Pues en cuanto hombre fue injustamente
juzgado
El mismo, por lo cual Dios lo hizo juez de todo el
mundo. Job 36, 17: "Tu causa ha sido juzgada
como la
de un impío: recibirás la culpa y la pena".
En tercer lugar, para que, siendo juzgados por un
hombre, los hombres cesen de desesperar. Pues si
sólo
Dios fuese el juez, los hombres, aterrados,
desesperarían.
Luc 21, 27: "Verán venir al Hijo del hombre en
una
nube". Ciertamente serán juzgados cuantos son,
fueron
y serán. Dice el Apóstol en II Cor 5, 10:
"Todos hemos
de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que
cada
quien reciba lo que es debido a su cuerpo, según el
bien
o el mal que haya hecho".
105.—Según dice San Gregorio, hay una cuádruple
diferencia entre los que son juzgados. Desde luego,
o
son buenos o son malos. Pero entre los malos,
algunos,
que serán condenados, no serán juzgados, como los
que
han rechazado la Fe: sus acciones no serán
examinadas, porque, según Juan 3, 18: "el que
no cree
ya está juzgado". Otros, ciertamente, serán
condenados
y juzgados, como los fieles que mueren en pecado
mortal. Dice el Apóstol en Rom ó, 23: "El
salario del
pecado es la muerte". Estos, en efecto, no
serán
excluidos del juicio, a causa de la fe que
tuvieron.
En cuanto a los buenos, algunos, que serán salvos,
no
serán juzgados: serán los pobres de espíritu por
(amor
a) Dios; más bien ellos juzgarán a otros. Mt 19,
28:
"Vosotros que me habéis seguido en la
regeneración,
55
cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de
gloria,
os sentaréis también vosotros en doce tronos, para
juzgar
a las doce tribus de Israel": lo cual no se
entiende sólo de
los discípulos, sino también de todos los pobres.
De
otra manera San Pablo, que trabajó más que los
otros,
no sería del número de ellos. Por lo cual debe
entenderse también de cuantos siguieron a los
Apóstoles y de los varones apostólicos. Por lo cual
dice
el Apóstol en I Cor 6, 3: "¿Acaso no sabéis
que hemos de
juzgar a los ángeles?". Isaías 3, 14: "El
Señor vendrá al
juicio con los ancianos y los jefes de su
pueblo".
Otros, empero, que mueren en la justicia, serán
salvos
pero serán juzgados. En efecto, aunque murieron
justificados, sin embargo en algo faltaron en sus
ocupaciones
temporales, por lo cual serán juzgados pero
se salvarán.
106.—3o. Los hombres serán juzgados por todas sus
acciones, buenas y malas. Eclesiastés 11,9:
"Sigue los
impulsos de tu corazón... pero a sabiendas de que
por
todo ello te hará venir Dios a juicio".
Eclesiastés 12, 14:
"Todo cuanto se hace Dios lo llevará a juicio,
por cualquier
falta, sea bueno o sea malo". Aun por las
palabras
ociosas. Mt 12, 36: "De toda palabra ociosa
que hablen
los hombres darán cuenta en el día del
juicio". De los
pensamientos: Sab I, 9: "Los pensamientos del
impío
serán examinados".
Y así queda en claro la forma del juicio.
107.—Por cuatro razones debemos temer ese juicio.
En primer lugar por la sabiduría del Juez. Pues lo
sabe todo: pensamientos, palabras y obras, porque
"todo
está patente y descubierto ante sus ojos",
como se
dice en Hebr 4, 13 y en Prov 16, 2: "Todos los
caminos del
hombre están patentes a los ojos del Señor". Y
conoce
56
también nuestras palabras. Sab I, 10: "Un oído
celoso lo
escucha todo". Y asimismo nuestros
pensamientos: Jer 17,
9: "El corazón del hombre es retorcido e
inescrutable:
¿quién lo conoce? Yo, el Señor, exploro el corazón,
pruebo
los riñones para dar a cada cual según su camino,
según el
fruto de sus obras". Habrá allí testigos
infalibles: la
propia conciencia de los hombres. Dice el Apóstol
en
Rom 2, 15-16: ".. .atestiguándolo su
conciencia con sus
juicios contrapuestos que les acusan y también les
defienden en el día en que Dios juzgará las
acciones
secretas de los hombres".
108.—En segundo lugar, por el poder del Juez, porque
por sí mismo es omnipotente. Is 40, 10: "He
aquí que
viene el Señor Dios con poder". Es también
todopoderoso
sobre los otros, porque el conjunto de la creación
estará
con El. Sab 5,21: "Peleará con El el Universo
contra los
insensatos"; por lo cual decía Job (10, 7):
"Nadie hay que
pueda librarse de tus manos". Y el Salmista
(138, 8) dice:
"Si hasta los cielos subo, allí estás tú; si
desciendo al
infierno, allí te encuentras".
109.—En tercer lugar, a causa de la inflexible justicia
del juez. En efecto, ahora es el tiempo de la
misericordia;
pero para entonces será solamente el tiempo
de la justicia. Por lo cual este tiempo es nuestro,
pero
para entonces será sólo la hora de Dios. Salmo 74,
3: "En
el momento que yo fije, haré perfecta
justicia". Prov 6,
34: "El día de la venganza, el celo y furor
del esposo no
tendrá miramientos, no escuchará petición alguna,
no
recibirá en rescate ni grandes regalos".
110.—En cuarto lugar, a causa de la cólera del juez.
En efecto, de un modo se les aparece a los justos,
porque
es dulce y encantador: Is 33, 17:
"Contemplarán al
rey en su belleza"; y de otro modo a los
malos, tan
airado y cruel, que dirán a las montañas:
"Caed sobre
nosotros, y escondednos de la ira del
Cordero", como dice
57
el Apocalipsis (6, 16). Pero esta ira no quiere
decir
pasión del ánimo en Dios, sino un efecto de la ira,
o
sea, la pena infligida a los pecadores, la cual es
eterna.
Orígenes: "[Cuan estrechas serán las vías de
los
pecadores el día del juicio! De arriba vendrá el
juez airado,
etc.".
111.—Pues bien, contra ese temor debemos tener
cuatro remedios.
El primero consiste en las buenas obras. Dice el
Apóstol en
Rom 13, 3: "¿Quieres no temer a la
autoridad?" Obra el bien,
y obtendrás elogios de ella".
El segundo es la confesión y la penitencia de los
pecados
cometidos, en las cuales debe haber tres cosas,
que expían la pena eterna: dolor en el pensamiento,
vergüenza en la confesión y rigor en la
satisfacción.
El tercero es la limosna, que todo lo limpia. Lucas
XVI, 9:
"Haceos amigos con las riquezas injustas, para
que cuando
lleguen a faltar, os reciban en las eternas
moradas".
El cuarto es la caridad, esto es, el amor a Dios y
al
prójimo, porque la caridad cubre la multitud de los
pecados,
como se dice en I Pedro 4, 8 y en Prov 10, 12,
>>sigue>>
58
Artículo 8
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
112.—Como ya se dijo, el Verbo de Dios es el Hijo de
Dios, así como el verbo del hombre es una
concepción
de su inteligencia. Pero a veces el hombre tiene un
verbo muerto: así es cuando el hombre piensa lo que
debe hacer, pero no hay en él la voluntad de hacerlo;
como cuando el hombre cree y no obra, se dice que
su
fe está muerta, como en Santiago 2, 26. Pero el
Verbo
de Dios está vivo. Hebr 4, 12: "Ciertamente es
viva la
palabra de Dios"; por lo cual necesariamente
Dios tiene
en sí voluntad y amor. Por lo cual dice San Agustín
en el
libro sobre la Trinidad: "El Verbo del que
tratamos de dar
una ¡dea es un conocimiento con amor". Ahora
bien,
como el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así el
amor
de Dios es el Espíritu Santo. De aquí que el hombre
posee al Espíritu Santo cuando ama e Dios. Dice el
Apóstol en Rom 5, 5: "El Amor de Dios ha sido
derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que
nos ha
sido dado".
113.—Pero hubo algunos que opinando erróneamente
acerca del Espíritu Santo, dijeron que es una
crea-tura,
que es inferior al Padre y al Hijo y que era el
esclavo
y el servidor de Dios. Por lo cual, para rechazar
esos
errores, se agregaron cinco palabras en otro
símbolo *
sobre el Espíritu Santo.
114.—Primeramente, que aun cuando hay otros espíritus,
los Angeles, que sí son servidores de Dios, según
aquello del Apóstol (Hebr I, 14): "Todos ellos
son
espíritus servidores"; en cambio, el Espíritu
Santo es
Señor. Juan 4, 24: "El Espíritu es Dios";
y el Apóstol, en II
Cor 3, 17: "El Señor es el Espíritu"; por
lo cual donde
esté el Espíritu del Señor, allí hay libertad, como
se
dice en II Cor 3. Y la razón de ello es que hace
amar
59
1 El símbolo de Nicea-Constantinopla.
a Dios y quita el amor al mundo. Por lo cual se
dice:
Creo "En el Espíritu Santo, que es
Señor".
115.—En segundo lugar, que la vida del alma consiste
en unirse a Dios, porque Dios mismo es la vida del
alma,
así como el alma es la vida del cuerpo. Pues bien,
el
Espíritu Santo une a Dios por amor, porque El mismo
es
el amor de Dios, y por eso vivifica. Juan 6, 64:
"El Espíritu
es el que vivifica". Por lo cual se dice:
"Y vivificante".
116.—En tercer lugar, que el Espíritu Santo es de la
misma substancia con el Padre y el Hijo; porque
como el
Hijo es el Verbo del Padre, así el Espíritu Santo
es el
amor del Padre y del Hijo, y por lo mismo procede
del
uno y del otro; y así como el Verbo de Dios es de
una
misma sustancia con el Padre, así también el Amor
con el
Padre y con el Hijo. Por lo cual se dice: "Que
procede del
Padre y del Hijo". Luego también por esto
consta que no
es una criatura.
117.—En cuarto lugar, que es igual al Padre y al Hijo
en cuanto al culto. Juan 4, 23: "Los
verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad".
Mt 28, 19: "Enseñad a todas las gentes, bautizándolas
en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo". Por
lo cual se dice: "Que con el Padre y el Hijo
recibe una
misma adoración".
118.—En quinto lugar, lo que prueba que el Espíritu
Santo es igual a Dios es que los Santos Profetas
hablaron
por Dios. En efecto, es claro que si el Espíritu no
fuese
Dios, no se diría que los Profetas hablaran por
Dios.
Pero San Pedro dice (Epist. II, cap. I, 21) que
"santos
hombres de Dios han hablado inspirados por el
Espíritu
Santo". Isaías 48, 16: "Me envió el Señor
Dios y su
Espíritu". Por lo cual aquí se dice: "Que
habló por los
Profetas".
60
119.—Con esto se destruyen dos errores: el error de
los Maniqueos, que dijeron que el Antiguo
Testamento
no es de Dios, lo cual es falso, porque por los
Profetas
habló el Espíritu Santo. Y también el error de
Priscila
y de Montano, que dijeron que los Profetas no
hablaron
por el Espíritu Santo, sino como dementes.
120.—Pues bien, del Espíritu Santo provienen para
nosotros variados frutos.
En primer lugar, nos purifica de los pecados. La
razón
es que a quien hace una cosa le corresponde
rehacerla.
Pues bien, el alma es creada por el Espíritu Santo,
porque Dios hace todas las cosas por El. En efecto,
amando su propia bondad es como Dios produce todas
las cosas. Sab II, 25: "Amas todo lo que
existe, y nada de
lo que hiciste aborreces". Dice Dionisio en el
cap. 4 de
Los Nombres divinos: "El amor de Dios no le
permitió
permanecer sin vástago". Es forzoso, pues, que
el
corazón del hombre destruido por el pecado sea
rehecho por el Espíritu Santo. Salmo 103, 30:
"Envía tu
Espíritu y los seres serán creados, y renovarás la
faz de
la tierra". Ni es de admirar que el Espíritu
purifique,
porque todos los pecados se perdonan por el amor.
Luc
7, 47: "Sus muchos pecados le son perdonados
porque amó
mucho". Prov 10, 12: "La caridad cubre
todos los delitos".
Y también I Pedro 4, 8: "La caridad cubre la
multitud de
los pecados".
121.—En segundo lugar, ilumina el entendimiento,
porque todo lo que sabemos, lo hemos aprendido del
Espíritu Santo. Juan 14, 26: "Pero el
Paráclito, el Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo
enseñará todo, y os recordará todo lo que yo os he
dicho".
Y también I Jn 2, 27: "La Unción os enseñará
acerca de
todas las cosas".
122.—En tercer lugar, el Espíritu Santo nos ayuda y de
61
cierta manera nos obliga a guardar los
mandamientos.
En efecto, nadie puede guardar los mandamientos de
Dios si no ama a Dios. Juan 14, 23: "Si alguno
me ama
guardará mi palabra". Pues bien, el Espíritu
Santo nos
hace amar a Dios, por lo cual nos ayuda. Ezeq 36,
26: "Os
daré un corazón nuevo, y en medio de vosotros
pondré un
espíritu nuevo; y quitaré de vuestra carne el
corazón de
piedra; y os daré un corazón de carne; y pondré mi
espíritu en medio de vosotros; y haré que marchéis
según
mis preceptos, y observaréis mis leyes y las
practicaréis".
123.—En cuarto lugar, confirma la esperanza de la
vida eterna, porque El es como la prenda de su
herencia.
Dice el Apóstol en Efes I, 13-14: "Fuisteis
sellados
con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda
de
nuestra herencia". El es, pues, como las arras
de la vida
eterna. Y la razón de ello es que la vida eterna le
es
debida al hombre en cuanto es hecho hijo de Dios, y
viene a serlo haciéndose semejante a Cristo. Ahora
bien, se asemeja uno a Cristo por poseer al
Espíritu de
Cristo, que es el Espíritu Santo. Dice el Apóstol
en Rom 8,
15-16: "No recibisteis un espíritu de
esclavitud para recaer
en el temor, sino que recibisteis el Espíritu de
hijos
adoptivos, que nos hace exclamar: Abba, Padre. El
Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos
hijos
de Dios". Y en Gal 4, 6: "Porque sois
hijos de Dios, Dios ha
enviado a vuestros corazones el Espíritu de su
Hijo, que
clama: Abba, Padre".
124.—En quinto lugar, nos aconseja en nuestras dudas y
nos enseña cuál sea la voluntad de Dios. Apoc 2, 7:
"El que
tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las
Iglesias". Isaías
50, 4: "Lo escucharé como a Maestro".
>>sigue>>
62
Artículo 9
EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA
125.—Así como vemos que en un hombre hay una alma
y un cuerpo, y sin embargo son diversos sus
miembros, así
la Iglesia Católica es un cuerpo y tiene diversos
miembros. Ahora bien, el alma que vivifica este
cuerpo
es el Espíritu Santo. Por lo cual, tras de creer en
el
Espíritu Santo, se nos manda creer en la santa
Iglesia
Católica. Por lo cual, se añade en el Símbolo:
"en la
Santa Iglesia Católica".
Acerca de esto es de saber que la Iglesia es lo
mismo
que congregación. Por lo cual la Santa Iglesia es
lo
mismo que la asamblea de los fieles, y cada
cristiano es
como un miembro de esta Iglesia, de la que dice el
Eclesiástico (51, 31): "Acercaos a mí,
ignorantes, y congregaos
en la casa de la instrucción".
Pues bien, esta Santa Iglesia posee cuatro
cualidades:
porque es una, porque es santa, porque es católica,
esto
es, universal, y porqué es fuerte y firme.
126.—En cuanto a lo primero, es de saberse que aunque
diversos herejes han inventado diversas sectas, sin
embargo no pertenecen a la Iglesia, porque están
divididas
en partes; pero la Iglesia es una. Cant 6, 8:
"Única es mi paloma, única mi perfecta".
Ahora bien, de tres cosas proviene la unidad de la
Iglesia.
127.—Primero, de la unidad de la fe. En efecto, todos
los cristianos que pertenecen al cuerpo de la
Iglesia,
creen lo mismo. I Cor I, 10: "Tened todos un
mismo
lenguaje, y que no haya escisiones entre
vosotros". Y Ef 4,
5: "Un solo Dios, una fe, un bautismo".
63
128.—En segundo lugar, de la unidad de la esperanza,
porque todos han sido afirmados en la misma
esperanza
de llegar a la vida eterna. Por lo cual dice el
Apóstol en
Ef 4, 4: "Un solo cuerpo y un sólo espíritu,
como una es la
esperanza a que habéis sido llamados".
129.—En tercer lugar, de la unidad de la caridad,
porque todos (los cristianos) se unen en el amor de
Dios
y entre sí en el amor mutuo. Juan 17, 22: "Yo
les he dado
la gloria que tú me diste, para que sean uno como
nosotros somos uno". Tal amor, si es
verdadero, se manifestará
en la mutua solicitud y en la mutua compasión.
Ef 4, 15-16: "Por la caridad, crezcamos en
todo por
aquel que es la cabeza, Cristo: de quien todo el
cuerpo
recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase
de
junturas que llevan la nutrición según la actividad
propia
de cada una de las partes, realizando así el
crecimiento
del cuerpo para su edificación en el amor".
Porque cada
uno debe servir al prójimo con la gracia que le ha
sido
dada por Dios.
130.—Por lo cual nadie debe menospreciar ni sufrir
el ser arrojado y apartado de esta Iglesia; porque
no
hay más que una Iglesia en la que los hombres se
salven,
así como fuera del arca de Noé nadie pudo salvarse.
131.—B) Acerca de lo segundo es de saberse que hay
también otra congregación, pero es la de los
perversos.
Salmo 25, 5: "Odio la Iglesia de los
perversos".
Esta es mala. Pero la Iglesia de Cristo es santa.
Dice
el Apóstol en I Cor 3, 17: "El templo de Dios
es santo, y
vosotros sois ese templo". Por lo cual se
dice: (Creo) "en
la Iglesia Santa".
Los fieles de esta congregación son santificados
por
tres realidades:
64
132.—Primeramente, así como una iglesia, al ser
consagrada, materialmente es lavada, así también
los
fieles han sido lavados en la sangre de Cristo.
Apoc I, 5:
"Nos amó, y nos lavó de nuestros pecados en su
sangre". Hebr
13, 12: "Jesús, para santificar con su sangre
al pueblo,
padeció fuera de la puerta".
133.—En segundo lugar, por la unción: así como una
iglesia se unge con aceite, así también los fieles
son
ungidos con una unción espiritual para ser
santificados:
de otra manera no serían cristianos: Cristo, en
efecto, es
lo mismo que el Ungido. Pues bien, esta unción es
la
gracia del Espíritu Santo. 2 Cor 1,21: "El que
nos ha ungido
es Dios"; y I Cor 6, II: "Habéis sido
santificados en el nombre
de Nuestro Señor Jesucristo".
134.—En tercer lugar por la inhabitación de la Trinidad.
Porque cualquiera que sea, el lugar en que Dios
habite es
santo. Por lo cual dice el Génesis, 28, 16:
"Verdaderamente
este lugar es santo". Y el Salmo 92, 5:
"La santidad conviene
a tu casa, Señor".
135.—En cuarto lugar por la invocación de Dios. Jer 14,
9: "Tú, Señor, estás entre nosotros, y por tu
Nombre se nos
llama".
136.—Por lo tanto, debemos guardarnos de manchar
nuestra alma, que es templo de Dios, por el pecado,
después de semejante santificación. Dice el Apóstol
en
I Cor 3, 17: "Si alguno profana el templo de
Dios, Dios lo
aniquilará".
137.—C) Acerca de lo tercero es de saber que la
Iglesia es católica, o sea universal: primeramente
en
cuanto al lugar, porque existe en todo el mundo,
contra
lo que dicen los Donatistas. Rom I, 8:
"Vuestra fe es
celebrada en el mundo entero". Marcos 16, 15:
"Id por
todo el mundo, predicad el Evangelio a todas las
creafuras".
Por lo cual antiguamente Dios era conocido so65
lamente en Judea, y ahora lo es en todo el mundo.
Ahora bien, esta Iglesia tiene tres partes. Una
existe
en la tierra, otra en el cielo, y la tercera en el
purgatorio.
138.—En segundo lugar, es universal en cuanto a la
condición de los hombres, porque nadie es
rechazado,
ni señor, ni esclavo, ni hombre, ni mujer. Gal 3,
28: "Ya
no hay ni hombre ni mujer".
139.—En tercer lugar, es universal en cuanto al tiempo.
En efecto, algunos dijeron que la Iglesia debe
durar
hasta cierto tiempo. Pero esto es falso. Porque
esta
Iglesia empezó en el tiempo de Abel y durará hasta
el
final de los siglos. Mt 28, 20: "Sabed que yo
estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del
mundo". Pero
después de la consumación de los siglos (la
Iglesia) permanecerá
en el cielo.
140.—D) Acerca de lo cuarto debemos saber que la
Iglesia es firme. Se dice que una casa está firme
si primeramente
tiene buenos cimientos. Pues bien, el principal
fundamento de la Iglesia es Cristo. Dice el Apóstol
en I Cor 3, I I: "Nadie puede poner otro
cimiento
que el ya puesto, el cual es Jesucristo".
Fundamento
secundario son ciertamente los Apóstoles y su
doctrina.
Por eso la Iglesia es firme. Por lo cual, en Apoc
XXI se dice que la ciudad tenía doce fundamentos, y
que estaban escritos en ella los nombres de los
doce
Apóstoles. Y por esto se dice que la Iglesia es
apostólica.
De allí también que para significar la firmeza de
esta Iglesia, Pedro ha sido nombrado su cabeza.
141.—En segundo lugar es patente la solidez de la
casa, si sacudida no puede ser destruida. Ahora
bien,
la Iglesia nunca puede ser destruida:
66
---Ni por los perseguidores; al contrario, en el
tiempo
de las persecuciones más creció, y perecieron los
que la perseguían y los que ella misma combatía. Mt
2 1, 44: "Aquel que cayere sobre esta piedra
se estrellará
y aquel sobre el cual ella cayera, será
aplastado";
— Ni por los errores, pues
cuantos más errores so
brevengan, tanto mejor se manifiesta la verdad. II
Tim
3, 8: "Hombres de mente corrompida; reprobos
en
cuanto a la fe; pero no progresarán más";
— Ni por las tentaciones de los
demonios. En efecto,
la Iglesia es como una torre, en la cual se refugia
cual
quiera que lucha contra el diablo. Prov 18, 10:
"El nombre
del Señor es una torre fortísima". Por lo cual
el
diablo se esfuerza principalmente por destruirla;
pero
no prevalece, porque el Señor dijo, según San
Mateo16, 18: "Y las puertas del infierno no
prevalecerán
contra ella", como diciendo: te harán la
guerra, pero
no te vencerán.
De aquí que solamente la Iglesia de Pedro (de la
que
vino a formar parte toda Italia, cuando los
discípulos
fueron enviados a predicar) siempre fue firme en la
fe. Y mientras en otras partes o es nula la fe, o
está
mezclada con muchos errores, la Iglesia de Pedro,
en
cambio, se robustece en la fe y limpia está de los
errores. Y no es de admirar, porque el Señor dijo a
Pedro, según San Lucas 22, 32: "Yo he rogado
por ti,
Pedro, para que no desfallezca tu fe".
>>sigue>>
67
Artículo 10
LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS, LA REMISIÓN
DE LOS PECADOS
142.—Así como en el cuerpo natural la acción de
un miembro redunda en beneficio de todo el cuerpo,
así también en el cuerpo espiritual, o sea, en la
Iglesia. Y como todos los fieles son un solo
cuerpo, el
bien de uno es comunicado al otro. Dice el Apóstol
en
Rom 12, 5: "Todos somos miembros los unos de
los otros". De
aquí que entre otros artículos de fe que los
Apóstoles
nos transmitieron está el de que hay en la Iglesia
comunión de bienes, lo cual es lo que se llama
"La comunión
de los santos".
143.—Pero entre los miembros de la Iglesia, el miembro
principal es Cristo, porque El es la cabeza. Ef I,
22-
23: "Dios lo dio por cabeza a toda la Iglesia,
que es su
Cuerpo". En consecuencia, los bienes de Cristo
son
comunicados a todos los cristianos, como la virtud
de
la cabeza lo es a todos los miembros. Y tal
comunicación
se efectúa mediante los Sacramentos de la Iglesia,
en los cuales obra la virtud de la pasión de
Cristo,
la cual obra para conferir la gracia para la
remisión
de los pecados.
144.—Pues bien, estos Sacramentos de la Iglesia son
siete. El primero es el bautismo, que es cierta
regeneración
espiritual. En efecto, así como el hombre no puede
tener la vida carnal si no nace carnalmente, de la
misma manera, no puede poseer la vida espiritual, o
de la gracia, si no renace espiritualmente. Pues
bien,
este nacimiento se opera por el bautismo. Juan 3,
5: "El
que no renazca del agua y del Espíritu Santo no
puede
entrar en el reino de Dios".
Y es de saberse que así como el hombre no nace
68
sino una sola vez, así también sólo una vez es
bautizado,
por lo cual los santos (Padres) agregaron:
"Confieso
que hay un solo bautismo".
La virtud del bautismo, en efecto, consiste en que
limpia de todos los pecados, tanto en cuanto a la
falta
como en cuanto a la pena. Y por eso no se impone
penitencia alguna a los bautizados, por grandes
pecadores
que hayan sido; y si muriesen inmediatamente
después del bautismo, al instante volarían a la
vida
eterna. De aquí que aunque solamente los sacerdotes
bautizan en virtud de su cargo, sin embargo, en
caso de
necesidad, cualquier persona puede bautizar, aunque
guardando la forma del bautismo, la cual es ésta:
"Yo
te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu
Santo".
Pues bien, este Sacramento toma su virtud de la
pasión
de Cristo: "Todos nosotros que hemos sido
bautizados
en Jesucristo, en su muerte fuimos bautizados".
Por lo cual,
así como Cristo estuvo tres días en el sepulcro,
así
también se hace una triple inmersión en el agua.
145.—El segundo Sacramento, es la Confirmación. Así
como en los que nacen corporalmente, las fuerzas
son
necesarias para obrar, así también, a los que
renacen
espiritualmente les es necesario el vigor del
Espíritu
Santo. Por lo cual a fin de que fueran fuertes, los
Apóstoles recibieron el Espíritu Santo después de
la
Ascensión de Cristo. Lucas 24, 49: "Vosotros
permaneced
en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder
desde lo alto".
Pues bien, este vigor se confiere en el Sacramento
de la Confirmación. Por lo cual aquellos que tienen
niños
a su cargo deben ser muy solícitos en que sean
confirmados, porque con ¡a Confirmación se confiere
una gran gracia. Y en caso de muerte, tiene mayor
glo69
ria el confirmado que el no confirmado, porque
aquél
posee más gracia.
146.—El tercer Sacramento es la Eucaristía. Así como
en la vida corporal, después de nacer y de adquirir
fuerzas el hombre, le es necesario el alimento,
para
conservarse y sustentarse, así en la vida
espiritual, después
de haber recibido el vigor le es necesario el
alimento
espiritual, el cual es el Cuerpo de Cristo. Juan 6,
54: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre
y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en
vosotros". Por lo cual,
conforme al mandato de la Iglesia cada cristiano
cuando menos una vez al año debe recibir el Cuerpo
de Cristo, pero dignamente y con pureza, porque,
como se dice en I Cor I 1, 29: "el que come y
bebe
indignamente", o sea, con conciencia de pecado
mortal
del que no se ha confesado, o sin proponerse no
abstenerse de él, "come y bebe su propia
condenación".
147.—El cuarto Sacramento es la Penitencia. En
efecto, en la vida corporal ocurre que si alguien
enferma
y no se medicina, muere, y lo mismo el que en
la vida espiritual enferma por el pecado. Por lo
cual
es necesaria la medicina para recuperar la salud. Y
esa
medicina es la gracia que se confiere en el
Sacramento
de la Penitencia. Salmo 102, 3: "El que todas
tus iniquidades
perdona, el que sana todas tus dolencias".
Ahora bien, en la penitencia debe haber tres actos:
contrición, que es el dolor del pecado con el
propósito
de abstenerse de él: la confesión íntegra de los
pecados; y la satisfacción, mediante buenas obras.
148.—El Quinto Sacramento es la Extrema Unción. En
efecto, en esta vida hay muchos impedimentos para
que
el hombre pueda conseguir perfectamente la
purificación
de los pecados. Y como no puede entrar a
la vida eterna nadie que no esté bien purificado,
se
70
hizo necesario otro Sacramento por el que el hombre
íe purificara de sus pecados, se librara de su
debilidad
y se preparara a entrar al reino de los cielos. Y
este es
el Sacramento de la Extrema Unción. Y el que no
siempre
cure corporalmente se debe a que quizá no convenga
para la salvación del alma. Santiago 5, 14-15:
"¿Se enferma alguien entre vosotros? Que llame
a los
presbíteros de la Iglesia, y que éstos oren sobre
él,
ungiéndole con óleo en nombre del Señor. Y la
oración de
la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará; y
si
estuviere con pecados, le serán perdonados".
149.—Queda en claro, pues, que por los cinco Sacramentos
ya dichos, se tiene perfección de vida. Pero
como es necesario que esos Sacramentos sean
conferidos
por determinados ministros, fue igualmente
necesario
el Sacramento del Orden, por cuyo ministerio se
dispensan esos Sacramentos. Y no hay qué considerar
la vida de ellos si a veces caen en el mal, sino el
poder
de Cristo, por el cual tienen su eficacia esos
Sacramentos,
de los que ellos mismos son los dispensadores.
Dice el Apóstol en I Cor 4, I: "Que los
hombres nos miren
como los ministros de Cristo, y como los
dispensadores de
los misterios de Dios". Y este es el Sexto
Sacramento, o
sea, el del Orden.
150.—El Séptimo Sacramento es el Matrimonio, en el
que si limpiamente viven, los hombres se salvan, y
pueden vivir sin pecado mortal.
A veces los esposos incurren en pecados veniales
cuando su concupiscencia no cae fuera de los bienes
del matrimonio; porque si cae fuera de esos bienes,
incurren en pecado mortal.
151.—Pues bien, por estos siete Sacramentos, conseguimos
el perdón de los pecados. Por lo cual aquí se
agrega: "Creo en la remisión de los
pecados".
71
152.—También por esto les ha sido dado a los Apóstoles
el perdonar los pecados. Por lo cual se debe creer
que los ministros de la Iglesia a los cuales les ha
sido
transmitida tal potestad por los Apóstoles, y a los
Apóstoles
por Cristo, tienen en la Iglesia la potestad de
ligar
y de desligar, y que en la Iglesia es plena la
potestad
de perdonar los pecados, pero por grados, o
sea, por el Papa para los otros prelados.
153.—Pero es de saberse también que no sólo la
virtud de la pasión de Cristo se nos comunica, sino
también el mérito de la vida de Cristo. Y cuantos
bienes
hicieron todos los santos se comunican a los que
viven
en la caridad, porque todos son uno: Salmo CXVIII,
ó3: "Yo tengo participación con todos los que
te temen".
Por lo cual el que vive en la caridad es partícipe
de
todo el bien que se hace en el mundo entero; pero
más
especialmente aquellos por los que especialmente se
hace algo bueno. Porque uno puede satisfacer por
otro,
como consta por los bienes espirituales a los que
numerosas congregaciones admiten a algunos.
154.—Así pues, por esta comunión conseguimos dos
cosas: la primera, que el mérito de Cristo se
comunique
a todos; la otra, que el bien de uno se comunique
al otro. De aquí que los excomulgados, por estar
fuera
de la Iglesia, no participan de ninguno de los
bienes
que se hacen, lo cual es una pérdida mayor que la
pérdida de cualquier cosa temporal. Pero hay además
otro peligro: porque consta que por los dichos
derechos
(a participar de los bienes espirituales), se
impide que
el diablo nos pueda tentar. Por lo cual cuando
alguien
queda excluido de esos derechos el diablo más
fácilmente io vence. Por eso en la primitiva
Iglesia,
cuando era excomulgado, al instante el diablo lo
vejaba corporalmente.
>>sigue>>
72
Artículo 11
LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE
155.—No sólo santifica el Espíritu Santo la Iglesia en
cuanto a las almas, sino que por su virtud
resucitarán
nuestros cuerpos. Rom 4, 24: "Creemos en Aquel
que
resucitó de entre los muertos, Jesucristo Señor
Nuestro". Y
Cor 15, 21: "Porque habiendo venido por un
hombre la
muerte, también por un hombre viene la resurrección
de
los muertos". Por lo cual creemos, conforme a
nuestra fe,
en la futura resurrección de los muertos.
156.—Cuatro cosas se pueden considerar acerca de
esto.
La primera es la utilidad que proviene de la fe en
la resurrección. La segunda son las cualidades de
los resucitados,
en cuanto a todos en general. La tercera,
cuáles serán las cualidades de los buenos. La
cuarta, en
cuanto a los malos en especial.
157.—Acerca de lo primero debe saberse que de
cuatro maneras nos son útiles la fe y la esperanza
de la
resurrección.
En primer lugar, para que desaparezca la tristeza
que
abrigamos por los muertos. Es ciertamente imposible
que el hombre no se duela por la muerte de un ser
querido; pero por esperar su resurrección, mucho se
modera el dolor de su muerte. I Tes 4, 13:
"Hermanos, no
queremos que estéis en la ignorancia respecto de
los
muertos, para que no os entristezcáis como los
demás,
que no tienen esperanza".
158.—En segundo lugar, se suprime el temor a la
muerte. Porque si el hombre no espera otra vida
mejor
después de la muerte, indudablemente debe ser muy
temida la muerte, y el hombre debería hacer
cualquier
73
mal con tal de no tropezar con la muerte. Pero como
creemos que hay otra vida mejor, a la cual
llegaremos
después de la muerte, es claro que nadie debe temer
la muerte, ni por temor a la muerte hacer algún mal.
Hebr 2, 14-15: "para aniquilar por la muerte
al señor de
la muerte, esto es, al diablo, y libertar a
cuantos, por
temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a
esclavitud".
159.—En tercer lugar, nos hace solícitos y atentos en
hacer el bien. Pues si la vida del hombre fuese tan
sólo
esta en que vivimos, no habría en los hombres gran
aplicación
en obrar bien, porque cualquier cosa que hiciesen
sería poca cosa por no ser su anhelo por un bien
limitado conforme a un tiempo determinado sino por
la eternidad. Pero como creemos que, por lo que
aquí
hacemos, recibiremos los bienes eternos en la
resurrección,
tratamos de obrar bien. I .Cor 15, 19: "Si
solamente
para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en
Cristo, somos los más desgraciados de todos los
hombres".
160.—En cuarto lugar, nos aparta del mal. En efecto,
así como la esperanza del premio incita a obrar
bien,
así también el temor a la pena, que creemos se
reserva
para los malos, nos aparta del mal. Juan 5, 29:
"Y los que
hayan hecho el bien resucitarán para la vida; pero
los
que hayan hecho el mal, para la resurrección de
condenación".
161.—Acerca de lo segundo debemos saber que en
cuanto a todos habrá una cuádruple condición.
La primera es en cuanto a la identidad de los
cuerpos
que resucitarán. Porque el mismo cuerpo que ahora
es, con su carne y sus huesos resucitará, aunque
algunos
dijeron que este cuerpo que ahora se corrompe
no resucitará, lo cual es contra lo que dice el
Apóstol.
Pues dice en I Cor 15, 53: "En efecto, es
necesario que
74
este ser corruptible se revista de
incorruptibilidad". Y la
Sagrada Escritura dice que por el poder de Dios el
mismo cuerpo resurgirá a la vida: Job 19, 26:
"De nuevo
seré recubierto con mi piel, y con mi carne veré a
Dios".
162.—La segunda condición será en cuanto a la cualidad,
porque los cuerpos de los resucitados serán de
cualidad distinta de la que ahora son: porque lo
mismo
en cuanto a los bienaventurados que en cuanto a los
malos, los cuerpos serán incorruptibles, porque los
buenos
estarán siempre en la gloria, y los malos siempre
en
sus tormentos. I Cor 15, 53: "Es necesario que
este ser
corruptible se revista de incorruptibilidad, y que
este ser
mortal se revista de inmortalidad". Y como el
cuerpo será
incorruptible e inmortal, no habrá uso de alimentos
ni
de unión sexual. Mt 22, 30: "En la
resurrección no se
tomará ni mujer ni marido, sino que serán como los
ángeles de Dios en el cielo". Y esto es contra
lo que dicen
judíos y sarracenos. Job 7, 10: "No volverá
más a su
casa".
163.—La tercera condición es en cuanto a la integridad,
porque todos, buenos y malos, resucitarán con
toda la integridad que pertenece a la perfección
del
hombre; así es que no habrá allí ni ciego ni cojo,
ni
defecto alguno. Dice el Apóstol en I Cor 15, 52:
"Los
muertos resucitarán incorruptibles", esto es,
sin que
puedan padecer las actuales corrupciones.
164.—La cuarta condición es en cuanto a la edad,
porque todos resucitarán en la edad perfecta, o
sea,
de treinta y tres o treinta y dos años. La razón de
ello
es que los que no llegaron a ella no tienen la edad
perfecta,
y los ancianos la pasaron ya, por lo cual a los
jóvenes
y a los niños se les agrega los que les falta, y a
los ancianos se les restituye. Ef 4, 13:
"Hasta que lleguemos
todos al estado de hombre perfecto, a la medida
de la edad de la plenitud de Cristo".
75
165.—Acerca de lo tercero debemos saber que en
cuanto a los buenos será una gloria especial,
porque
los santos tendrán cuerpos glorificados en los que
habrá
una cuádruple condición.
La primera es la claridad: Mt 13, 43: "Los
justos brillarán
como el sol en el Reino de su Padre". La
segunda es la
impasibilidad: I Cor 15, 43: "Se siembra (el
cuerpo) en
la vileza, y resucitará en la gloria"; Apoc
21,4: "Enjugará
Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y no habrá
ya
muerte ni habrá llanto, ni gemidos, ni dolor porque
el
primer estado habrá pasado". La tercera es la
agilidad:
Sab 3,7: "Los justos resplandecerán, se propagarán
como
chispas en rastrojo". La cuarta es la
sutileza: I Cor 15, 44:
"Se siembra un cuerpo animal, resucita un
cuerpo
espiritual": no que sea completamente
espíritu, sino que
estará totalmente sujeto al espíritu.
166.—Acerca de lo cuarto debemos saber que la
condición de los condenados será contraria a la
condición
de los bienaventurados, porque en ellos habrá un
castigo eterno, en el cual se dará una cuádruple
mala
condición. En efecto, sus cuerpos serán oscuros:
Isaías
13, 8: "Son los suyos rostros
calcinados". Además, serán
pasibles, aunque nunca se corromperán, porque
arderán
eternamente en el fuego y nunca serán consumidos:
Isaías 66, 24: "Su gusano no morirá, su fuego
no se
apagará". Además, serán pesados, pues sus
almas estarán
allí como encadenadas: Salmo 149, 8: "Para
trabar
con grillos a sus reyes". Además, sus almas y
sus
cuerpos serán de cierta manera carnales: Joel I,
17: "Se
pudrirán las bestias de carga en sus
inmundicias".
>>sigue>>
76
Artículo 12
Y EN LA VIDA ETERNA. AMEN.
167.—Conviene que como término de todos nuestros
deseos, esto es, la vida eterna, se nos proponga
ese
final, en el Símbolo, a los creyentes, diciendo:
"Y en la
vida eterna. Amén", Contra lo cual están los
que
asientan que el alma muere con el cuerpo. Si esto
fuese
verdadero, el hombre sería de la misma condición
de los brutos. Les conviene a aquéllos lo del Salmo
48,
21: "El hombre, mientras está en honor, no
comprende; se
le compara con las bestias irracionales, y
semejante es a
ellas". En efecto el alma humana se asemeja a
Dios por
la inmortalidad; pero por parte de la sensualidad
se
asemeja a las bestias. Por lo tanto el que crea que
el
alma muere con el cuerpo, se aparta de la semejanza
con Dios y se equipara a las bestias. Contra lo
cual dice
la Sabiduría 2, 22-23: "No esperan recompensa
para la
justicia, ni creen en el premio de las almas
santas. Porque
Dios creó al hombre inmortal, y le hizo a imagen de
su
misma naturaleza".
168.—Lo primero que se debe considerar en este artículo
es qué clase de vida sea la vida eterna. Acerca
de esto debemos saber: a) que en la vida eterna lo
primero es que el hombre se une a Dios. Porque Dios
es el premio y el fin de todos nuestros trabajos:
Sen 15,
I: "Yo soy tu protector, y tu premio será muy
grande".
Pues bien, esa unión consiste en la visión
perfecta: I
Cor 13, 12: "Ahora vemos como en un espejo, y
en
enigma; pero entonces veremos a Dios cara a
cara".
También consiste en la suma alabanza. Dice San
Agustín
en La Ciudad de Dios, cap. 22: "Veremos,
amaremos
y alabaremos". E Isaías 51,3: "Regocijo y
alegría se
77
encontrarán en ella, acción de gracias y voces de
alabanza".
169.—Consiste también en la perfecta satisfacción
del deseo. En efecto, allí poseerá cada
bienaventurado
más de lo deseado y esperado.
Y la razón de ello es que en esta vida nadie puede
satisfacer su deseo, ni jamás nada creado sacia el
anhelo del hombre. Porque sólo Dios lo sacia y lo
excede de manera infinita, por lo cual el hombre no
descansa sino en Dios, como dice San Agustín en sus
Confesiones (libro I): "Nos hiciste, Señor,
para ti, y
nuestro corazón está inquieto mientras no descanse
en
ti". Y como los santos poseerán en la patria a
Dios
perfectamente, es claro que será saciado el deseo
de
ellos, y aun su gloria lo excederá. Por lo cual
dice el
Señor en San Mateo 25, 21: "Entra en el gozo
de tu
Señor". Y San Agustín: "Todo el gozo no
cabrá en los
gozosos, pero todos los gozosos entrarán en el
gozo".
Salmo 16, 15: "Me saciaré cuando aparezca
vuestra
gloria". Y también el Salmo 102, 5: "El
que harta de
bienes tu deseo".
170.—Cuanto es deleitable se halla allí superabundantemente.
En efecto, si se antojan gozos, allí habrá
el sumo y perfectísimo gozo, porque será del sumo
bien,
esto es, de Dios: Job 22, 26: "Pondrás
entonces totalmente
en el Omnipotente tus delicias". Salmo 15, II:
"A
tu derecha delicias para siempre".
Además, si se apetecen los honores, allí los habrá
todos. Los hombres desean principalmente ser reyes,
los seglares, y obispos, los clérigos. Y una y otra
cosa
serán allí: Apoc 5, 10: "Has hecho de nosotros
reyes y
sacerdotes para nuestro Dios". Y Sab 5, 5:
"He aquí que
son contados entre los hijos de Dios".
78
Además, si se apetece ciencia, allí la habrá
perfectísima, porque todas las naturalezas de las
cosas
y toda verdad, y cuanto queramos conoceremos, y
cuanto queramos poseer lo poseeremos allí con esa
vida eterna. Sab 7, II : "Con ella me vinieron
a la vez
todos los bienes". Prov 10, 24: "Al justo
se le dará lo que
desee".
171.—c) En tercer lugar (la vida eterna) consiste en
una seguridad perfecta. En efecto, en este mundo no
hay seguridad perfecta, porque cuanto más posee
alguien
y más sobresale, más cosas teme y de más cosas
carece; pero en la vida eterna no hay ni tristeza,
ni trabajo, ni temor. Prov I, 33: "Gozará de
la abundancia,
sin temer mal alguno".
172.—d) En cuarto lugar, consiste en la gozosa sociedad
de todos los bienaventurados, sociedad que será
sumamente deleitable, porque cada quien tendrá
todos
los bienes con todos los bienaventurados. Porque
amara a cada uno como a sí mismo, por lo cual
gozará
por el bien del otro como de su propio bien. Lo
cual
hace que aumente tanto la alegría y el gozo de cada
uno cuanto es el gozo de todos. Salmo 86, 7:
"Es un gran
gozo para todos el habitar en ti".
173.—Todo lo que se ha dicho y otras muchas cosas
inefables poseerán los santos en la patria. En
cambio
los malos, que estarán en la muerte eterna, no
tendrán
menos dolor y daño que los buenos gozo y gloria.
174.—En efecto, aumenta la pena de ellos, en primer
lugar por la separación de Dios y de todos los
buenos.
Y esta pena es la de daño, que corresponde a su
aversión
(a Dios), y tal pena es mayor que la pena del
sentido. Mt 25, 30: "A ese siervo inútil
echadle a las tinieblas
exteriores". En efecto, en esta vida los malos
79
viven en tinieblas interiores, las del pecado; pero
para
entonces estarán también en tinieblas exteriores.
En segundo lugar, por el remordimiento de la
conciencia.
Salmo 49, 21: "Te reprenderé y te pondré ante
tu
rostro". Sab 5, 3: "gimiendo con la
angustia en el alma". Y
sin embargo, esos sufrimientos y gemidos serán
inútiles, porque no serán por odio al mal sino por
el
dolor del castigo.
En tercer lugar, por la inmensidad del castigo
sensible,
esto es, del fuego del infierno, que torturará alma
y cuerpo, el más terrible de los castigos, como
dicen
los santos; y estarán como si siempre murieran, y
nunca
muertos ni podrán morir, por lo cual se llama
muerte
eterna, porque como el que muere se halla en la
amargura
del sufrimiento, así también los que estén en el
infierno. Salmo 48, 15: "Como ovejas son
colocados en
el infierno: la muerte los devora".En efecto, si se les diera esperanza de la
liberación de
sus penas, se mitigaría su castigo; pero como se
les
priva de toda esperanza, su castigo se vuelve
gravísimo.
Isaías 66, 24: "Su gusano no morirá, su fuego
no se
apagará".
175.—De esta manera es clara la diferencia entre
bien y mal obrar, porque las buenas obras conducen
a la vida, y en cambio las malas arrastran a la muerte.
Por lo cual los hombres deberían hacer volver estas
cosas a la memoria con frecuencia, porque así serán
excitados al bien y se apartarán del mal. Por lo
cual
expresamente se dice al final de todo: "En la
vida
eterna", para que siempre se grabe mejor en
nuestra
memoria. Que a esa vida nos conduzca Nuestro Señor
Jesucristo, Dios bendito por los siglos de los
siglos.
80
Amén.
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