Una bomba atómica se estaba creando a inicios del primer milenio. Era un arma poderosa y de gran alcance. Su inventor fue Roberto, el ensamblador Alberico y el detonador Esteban Harding.
Pero lo que la distingue de las bombas modernas, es que de ésta podemos hallar el instructivo para saber cómo fue hecha. Se encuentra en la novela Tres Monjes Rebeldes, escrita por M. Raymond. En ella se relata la fundación de la orden Cisterciense, ¡una verdadera bomba expansiva, de cuyos efectos seguimos beneficiándonos!
Todo comenzó cuando Roberto de Molesme, apenas un joven novicio, concibió la idea de volver a vivir la regla de San Benito en su máxima pureza. Desde ese momento, Roberto fue siempre un hombre apasionado por este ideal. Y así inició una serie de batallas que aparentemente siempre terminaban en derrotas. En una ocasión tuvo incluso que renunciar a su cargo de abad, pues los hombres no estaban dispuestos a tanta exigencia.
Sin embargo, su ardor encendió una chispa inextinguible en dos corazones jóvenes: Alberico y Esteban. El primero, que le sucedió en el cargo de abad de Citeaux, continuó su obra a pesar de las críticas. Fue un verdadero radical. Tanto, que algunos monjes intentaron acallar sus exigencias golpeándolo y encerrándolo en una celda. Pero Alberico siguió luchando, sin fanatismos, pero con un deseo apasionado de vivir radicalmente el amor.
Cuando Alberico murió, Esteban Harding fue elegido como su sucesor. A él le estaría reservada la tremenda responsabilidad de apretar el detonador. Y lo hizo sin vacilaciones, fundando definitivamente la orden Cisterciense.
Al inicio la bomba parecía no funcionar. Vivir la reforma era costoso, y no muchos hombres estaban dispuestos a ello. Pero gracias a su paciencia y confianza, la explosión tuvo tal alcance que, al día de su muerte, la orden contaba ya con más de setenta monasterios esparcidos por Europa.
Y, ¿por qué hablo de todo esto en un artículo de Buenas Noticias? Pues porque esta historia se sigue repitiendo en nuestros días. Ya lo decía S.S. Benedicto XVI: «La Iglesia está viva y nosotros lo vemos».
¡Sí, lo vemos! ¡Lo vemos en la ingente oleada de nuevos movimientos y congregaciones! ¡Lo vemos en la renovación de las diócesis y parroquias! ¡Lo vemos en la búsqueda insaciable de Dios de tantas personas necesitadas de su Amor!
Hoy, como en el siglo XII, el mundo a veces no comprende esta radicalidad en la vivencia de un cristianismo puro y valiente. Por ello surgen críticas, ataques, incomprensiones. Pero también hoy, como entonces, el arma principal de estos rebeldes será la caridad. Y es que, a pesar de todo, la verdadera rebeldía no brota de una libertad desenfrenada, sino del amor apasionado a un Crucificado.
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