Entonces dirá el Rey a los de Su derecha: "Venid, benditos de Mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. (San Mateo 25, 34)
Cuando un hombre mortal dice algo de esa bendición eterna de los santos en la gloria celestial, es como un ciego que habla sobre la luz que nunca ha visto, y por lo tanto no puede hablar claramente sobre ningún aspecto referente a ella. Además, que alguien escriba sobre estas cuestiones que se describen sólo vagamente en la Escritura, es parecido a un hombre que escriba una guía de viajes sobre una comarca que nunca ha visitado o ni siquiera visto en un mapa. Debe procurar describir lo indescriptible con palabras que no pueden ni de lejos expresar la gloria del Cielo. San Pablo escribió estas palabras: "Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni ha concebido el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que Le aman" (1 Corintios 2, 9). Alguien podría preguntarse si estas palabras se refieren directamente al Cielo; pero no hay lugar a dudas porque por todo lo que sabemos, son ciertamente verdades del Cielo y de la naturaleza indescriptible de ese lugar glorioso.
Cosas que el ojo no ha visto: ¿puedes imaginarlo? Los ojos de los hombres han visto los tesoros que abundan sobre la tierra. Los hombres han visto los tronos de oro, los palacios, los diamantes exquisitos, los rubíes, y las perlas. Los hombres pueden concebir puñados de diamantes, campos de joyas, y edificios de oro brillando al sol del mediodía; pero los hombres no pueden imaginar la gloria del Cielo. Está más allá de nuestra imaginación. Tal es la tarea que tenemos ante nosotros: hablar de la gloria del Cielo usando palabras que no pueden describirla; intentar representar para ti lo que no puede siquiera concebir tu corazón.
¿Por qué tratar sobre el Cielo? ¿Qué propósito tiene esto? Hay varias razones por las cuales es provechoso oír y pensar en el Cielo:
1) La doctrina del Cielo sirve para confortar a los creyentes verdaderos que se encuentran desanimados o cansados aquí en la Tierra, que luchan por su fe o están bajo persecución.
2) Oír hablar del Cielo debe estimular a los creyentes para atestiguar su fe ante los amigos y los vecinos aquí, en la Tierra, que no son seguidores de Jesucristo. Meditar en la gloria del Cielo y en su espantosa alternativa debe ser uno de los incentivos más grandes que puede tener cualquier persona para su propia evangelización y la de los demás.
Y 3) el concepto de las recompensas por la obediencia y del castigo por la desobediencia es un tema importante a través de toda la Escritura. ¿Por qué Dios haría esto sino para impulsar a los hombres, de otra manera insensibilizados, para que tomen en consideración la eternidad antes de que sea demasiado tarde?
Por lo tanto, la audición sobre el Cielo es un incentivo al impío para que se vuelva hacia Dios mientras aún tiene tiempo.
Hablaremos detalladamente de estos temas más adelante. Ahora intentemos entender lo que nos dice la Biblia sobre cómo es el Cielo.
UNA DESCRIPCIÓN DEL CIELO
El Cielo es un lugar de gloria inenarrable donde los elegidos de Dios viven en la presencia inmediata de Dios y del Cordero y donde Los presencian en Su infinita Gloria cara a cara. Es un lugar de donde la maldición del pecado y todos sus efectos se han desvanecido para siempre de todos los que moran allí; habiendo sido hechos los herederos comunes con Cristo, heredan todas las cosas y viven con alegría pura en un estado de felicidad perfecta, incapaz de ser descrita o exagerada, que durará por siempre jamás.
El Cielo es llamado por Jesucristo "un Reino". "Venid, benditos de Mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo." (Mateo 25, 34). Se llama "el Reino de Dios." (Hechos 14, 22). Esto nos dice que la gloria de este Reino excede largamente a toda la gloria de todos los Reinos terrenales en conjunto. Éste es un Reino divino donde es Rey Cristo. Y no solamente esto, sino que los que viven aquí con el Bendito, son llamados por Cristo para ser "sacerdotes para Dios Su Padre" (Apocalipsis 1, 6) y proclamados por San Pedro como "linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios" (I Pedro 2, 9).
¿Qué Reino es como este Reino? ¿Qué Reino terrenal se puede comparar a él? No hay ninguno.
El Cielo es llamado "el tercer Cielo" (II Corintios 12, 2) y "los Cielos de los Cielos" (Deuteronomio 10, 14) para mostrar su gran eminencia. Por esto se distingue del cielo, del cielo atmosférico, que también se llama cielo, y del cielo más exterior, el cosmos o espacio, que contiene todos los orbes celestiales: el sol, las estrellas, los planetas y lunas del universo. Piensa cuán extensos y grandes son los cielos externos, el espacio exterior. Pues el Cielo de los Cielos es aún largamente mayor.
Aquí vemos solamente los objetos de la creación. Allí los hijos de Dios verán, adorarán, y morarán con el Dios que creó el universo y todo lo que existe en él.
En la parábola del administrador injusto, Cristo se refiere al Cielo como "las moradas eternas" mientras que alguna versión lo traduce como "las habitaciones eternas" (Lucas 16, 9). Esto nos indica que el Cielo es un lugar, no un sueño o una ilusión. Es un lugar en donde los santos glorificados y los seres angelicales viven junto a Dios.
Nos dicen que Dios "ha preparado una ciudad para ellos" y nos dan una visión previa de la gloria de esta ciudad en el libro del Apocalipsis: "teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera." (Apocalipsis 21, 11-23).
Es también un lugar que existe por siempre. Se llama "eterno" o "sin fin" y de sus habitantes se dice: "Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección." (Lucas 20, 36). Los hombres y mujeres que van al Cielo viven en esa ciudad gloriosa por toda la eternidad.
Cuando Cristo moría en la cruz, el ladrón arrepentido de Su lado derecho hizo una petición al Señor: Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.» (Lucas 23, 42-43). El Cielo se llama Paraíso. Los hombres refieren a menudo una isla exótica, tropical, como espejo terrenal del "Paraíso," con todo, la comparación con este Paraíso celeste deja a los demás paraísos terrenales como sombras pobres y estériles de aquél.
En San Lucas 16 el Cielo también se llama el pecho de Abraham. Es decir: Divas vio a Lázaro en el pecho de Abraham. ¡Y es así llamado, porque como el pecho es el receptáculo del corazón y del amor, y el amigo de su corazón es su amigo más querido, así igualmente en la gloria los santos dicen estar en el pecho de Abraham para mostrar que Dios amará y abrigara a Sus elegidos, como un amigo haría con su amigo más querido, "el amigo de su corazón".
¡Ciertamente, esto es el Paraíso!
En el pasado, el Cielo se llamó "el gozo de Su amo." El sirviente que actuó sabiamente con los talentos de Su amo es bienvenido en el Reino de Dios con estas palabras: "Su señor le dijo: "¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor." (Mateo 25, 23). El salmo 16, 11 nos dice: "Me mostrarás la senda de la vida; En Tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a Tu diestra para siempre."
Estas expresiones nos han dado una visión del Cielo que es como mirar a través de un cristal de colores hacia un Reino lejano y distante que no podemos ver claramente. Ahora miraremos las bendiciones del Cielo a partir de dos perspectivas diferentes. Primero mostraremos la libertad de aquéllos que vivirán en el Cielo. La segunda nos dará una comprensión mejor sobre lo que consiste la bendición eterna del alma.
Los moradores del Cielo quedarán libertados ellos mismos del pecado, de las causas del pecado, y de las consecuencias del pecado. Primero, los que se incorporen a la gloria para vivir por siempre con Dios en el Cielo estarán libres del pecado ellos mismos. El pecado es la causa de toda la miseria del mundo. El pecado es la razón por la que experimentamos dolor, tristeza, enfermedad, e incluso la muerte. San Pablo está de luto por el pecado y expresa en el lenguaje más fuerte su deseo de ser liberado de él: "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7, 24). El verdadero hijo de Dios desea fervientemente vivir para siempre en un lugar alejado del pecado: un lugar en donde él nunca cometerá otro pecado; un lugar en donde incluso nunca tendrá otro pensamiento pecaminoso. "Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis" (Gálatas 5, 17). Como el escritor bíblico pide: ¿Estarías libre de tu carga de pecado? El peregrino de Bunyan huyó de la ciudad de destrucción buscando librarse de la gran carga de pecado que pesaba sobre él. El Cielo es un lugar donde ya no existirá más el pecado. Esto se representa maravillosamente en el Apocalipsis 21, 3-4: Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado.»
¿Por qué hay lágrimas? ¿Por qué hay muerte? ¿Por qué los hombres están de luto, gritan, y sienten dolor? Es todo debido al pecado. El pecado trae todos esos males sobre el hombre. En el Cielo los hombres estarán libres del pecado.
En segundo lugar, en el Cielo los hombres estarán libres de las causas del pecado. Hay tres causas primarias del pecado: tu naturaleza pecaminosa, las tentaciones del diablo, y el atractivo del mundo. Tu naturaleza pecaminosa es la fuente de los pecados que cometes. El apóstol Santiago nos dice: "sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte." (Santiago 1, 14-15). Tu naturaleza pecaminosa segrega veneno, inmundicia y vileza cada día de tu vida en este mundo. Si te encadenaran y no se permitiera al diablo tocarte o tentarte, continuarías fiel al pecado debido a la naturaleza de pecado que mora dentro de ti: "Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo." (Romanos 7, 18). En el Cielo tu cuerpo vil será transformado en un cuerpo glorioso y no podrás pecar.
En el Cielo estarás libre de las tentaciones del diablo. Aquí el enemigo de las almas asalta a los hombres diariamente. Aquí "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar;" (I Pedro 5, 8). En la tierra el diablo intenta tentarte de la misma forma que intentó hacer a San Pedro. "Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 20, 10). Pronto, si tú eres un creyente verdadero en Jesucristo, "el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies." (Romanos 16, 20). En el Cielo ya no habrá diablo para tentar a los santos con el pecado nunca más.
En el Cielo los hombres estarán libres de las lujurias de este mundo. Éstas son descritas por San Juan: "los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo." (I Juan 2, 16). Aquí la mecánica del mundo trata de presionarte dentro de su molde. Las influencias corruptas de la lujuria, de la avaricia, del orgullo, etc., están bombardeando a los cristianos constantemente. Estas influencias impías que trabajan de común acuerdo con tu naturaleza corrupta traen mucha pena a tu alma. En el Cielo el santo estará libre de la influencia malvada del mundo, porque él habrá superado al mundo para siempre con la sangre de Jesucristo.
Finalmente, en el Cielo los hombres estarán libres de las consecuencias del pecado. La consecuencia primaria del pecado es el castigo eterno en el infierno. La Escritura deja claro que una persona que muere va finalmente al Cielo o al infierno. Los que van al Cielo no sufrirán la cólera de Dios que cae sobre los que van al infierno. Quedan libres "de la ira venidera" (I Tesalonicenses 1, 10). La muerte física que abre las puertas a la eternidad es también una de las consecuencias del pecado. La muerte vino originalmente como pena directa sobre el hombre debido a sus pecados porque "el aguijón de la muerte es el pecado" (I Corintios 15, 56), Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (I Corintios 15, 54-57).
Ahora analizaremos en qué consiste la bendición eterna del alma en el Cielo. San Pablo dijo: "Ahora vemos por espejo, oscuramente" (I Corintios 13, 12). Ciertamente, el cuadro que ahora intentamos describir es oscuro comparado a la verdadera gloria del Cielo. ¿Quién puede imaginar las cosas que ahora intentamos describir? Nunca entenderemos la gloria completamente hasta que estemos en el Cielo.
Déjame darte algunas ideas borrosas y oscuras, sólo algunos trazos imperfectos de ese estado de gloria al cual los santos llegan después de la muerte. La bendición del alma en la gloria consiste en por lo menos tres cosas:
1) Ver a Dios.
2) La perfección de las gracias en el creyente,
y 3) plenitud de la alegría.
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5, 8).
Los santos en el Cielo verán a Dios en toda Su majestad. Presenciarán la gloria infinita del Todopoderoso en tan gigantesca magnitud como ellos sean capaces de concebir. No Lo presenciarán solamente a distancia, sino "cara a cara" (I Corintios 13, 12). En esto consiste principalmente la bendición de los santos en la gloria: en ver a Dios.
Es imposible que un hombre finito pueda comprender a Dios. El Apocalipsis 22, 5 describe algo de la gloria de ver a Dios: "Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos." La gloria de Dios disipará la luz del sol como ahora la brillantez del sol disipa la oscuridad de la noche.
"Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén." (I Timoteo 1, 17). Se ha dicho de Cristo "Él es la imagen del Dios invisible" (Colosenses 1, 15). El Padre se manifestará también con la gloria y majestad del Cristo exaltado. El Señor dijo a Sus discípulos en la noche anterior a Su muerte: "el que me ha visto a Mí ha visto al Padre" (Juan 14, 9). Podemos describir a Cristo visto por el creyente en la gloria diciendo que Dios se glorificó en el cuerpo de Cristo, es la manera más perfecta que puede haber de ver a Dios con los ojos corporales; que Una de las Personas de la Trinidad haya asumido un cuerpo verdadero para ser Su cuerpo, y en el cual mora por siempre como Él mismo; la majestad y la excelencia divinas aparecen tanto como es posible que se puedan manifestar de forma exterior o en figura. Ellos Lo verán, con sus ojos corporales, en Su glorificada naturaleza humana; y esto será una de las visiones más gloriosas. El amor de Cristo así manifestado será una de las cosas más deleitantes para ellos; porque aunque los cuerpos de los santos brillarán con una extrema belleza y gloria, con todo, sin duda el cuerpo de Cristo los sobrepasará infinitamente, tanto como el brillo del sol en relación con el de las estrellas. La gloria del cuerpo de Cristo será la obra maestra de la mano de Dios en todo el universo material. En Su cuerpo glorioso se manifestarán Sus perfecciones espirituales gloriosas, Su majestad, Su santidad, Su misericordia exultante, y Su amor y mansedumbre. El ojo nunca se cansará con la contemplación de esta perfección inefable y gloriosa.
No sólo verán a Cristo cara a cara, sino que pasearán y hablarán con Él. Cristo los tratará como hermanos y les hablará como a Sus amigos íntimos. Momentos antes de su crucifixión, Cristo dijo a sus discípulos: "No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Juan 15, 15). ¿Si Cristo podía decir ésto a sus discípulos mientras que todavía estaban arropados en sus naturalezas pecaminosas, ¿piensas que no los admitirá aún más cerca de Él en el Cielo cuando hayan purgado completamente toda mancha e iniquidad y estén presentes ante Su inmaculado trono con sus vestimentas purificadas en Su sangre?
Ciertamente. Las Escrituras hablan de la vida de Dios entre Su pueblo en términos gloriosos: "He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él morará con ellos; y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios... y verán Su rostro, y Su nombre estará en sus frentes" (Apocalipsis 21, 3; 22, 4).
En segundo lugar, los admitidos en el Cielo gozarán de la perfección de todas sus gracias.
Analizaremos tres gracias determinadas:
1) la gracia del conocimiento,
2) la gracia de la santidad,
y 3) la gracia del amor.
Primero, la gracia del conocimiento será perfeccionada en la gloria. "Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido." (Corintios I 13, 9-10, 12). Nuestro conocimiento de las cosas divinas es ahora escaso y vago. No percibimos las cosas claramente. Somos tardos en nuestra comprensión. Entonces las conoceremos, como Cristo ahora nos conoce. La gracia de la sabiduría será perfecta en los santos del Cielo. El santo entenderá más completamente a Cristo como mediador entre Dios y los hombres. Entenderán el misterio de la Encarnación, del hombre que se convierte en Dios. En tan gran magnitud como les sea posible, los santos en gloria entenderán el misterio de la Trinidad. Entenderán el plan de la salvación y cómo la Providencia Divina trabajó en todas las circunstancias de sus vidas. Allí todas las dificultades, pruebas, y oscuras providencias de la vida serán considerados como entidades gloriosas que atestigüen en verdad que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Romanos 8, 28). Entenderán las excelencias de Cristo en un grado tan completo como ellos sean capaces. El conocimiento de Dios será pleno, pero con todo, no conocerán a Dios completamente, porque el hombre nunca podrá comprender totalmente la Esencia Divina.
La gracia de la santidad será perfeccionada en todos los que reciban la gloria. "sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es" (I Juan 3, 2). La Santidad es la belleza transcendente de Dios y los ángeles. La santidad es un atributo primario de Dios. "Santo, santo, santo, Yahveh de los ejércitos; (Isaías 6, 3) es el grito de los serafines que le atienden constantemente en la gloria. En el Cielo la santidad será perfecta en el creyente. El pecado ya no existirá nunca más. Entonces las palabras de Dios alcanzarán su significado completo: "Sed santos, porque yo soy santo." (I Pedro 1, 16). La santidad es el deseo ferviente del santo que viaja a través de este mundo de pecado. Allí los santos serán como los ángeles de Dios. Allí, tanto como les sea posible, serán como Cristo mismo. Serán santos.
En el Cielo la gracia del amor será perfecta. En la tierra el amor a Dios se expresa de forma escasa e intermitente. La carne pecaminosa y el interés propio empañan y obstaculizan el amor a Dios. No podemos amar a Dios como merece o aún como nosotros quisiéramos. Aunque el espíritu en el hijo de Dios desea con toda su fuerza interior hacer lo que dice la Escritura, "Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza." (Deuteronomio 6, 5), no puede ser hecho perfectamente aquí. Pero como él en su corazón desea hacerlo así, Dios valida el deseo del creyente como si la acción fuera hecha perfectamente. En el Cielo, el amor de Dios fluirá sin interferencias como nadie ha experimentado jamás en la tierra. Dios será amado totalmente y completamente y los santos se amarán unos a otros sin presencia alguna de carnalidad o egoísmo.
En tercer lugar, los que están en el Cielo experimentarán la plenitud de la alegría. "Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre" (Salmo 16, 11). La plenitud de la alegría se podría describir como experimentar el inmenso amor de Dios, generoso como las aguas de un océano. Otros, que tienen una comprensión mucho mayor de este tema, lo han descrito de esta manera: "Y su señor le dijo: '¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.'" (Mateo 25, 21).
La visión de Dios, de Dios amoroso, y de ser amado por Dios causará una efusión de alegría en el espíritu, y creará tales santos éxtasis de alegría en los elegidos, que resulta simplemente inenarrable y lleno de gloria. Ellos verán en Él todo lo que el amor desea. El amor desea el amor del amado. Los santos en gloria verán el amor transcendente de Dios por ellos; Dios hará manifestaciones inefables de Su amor por ellos. Verán tanto amor en Dios hacia ellos como desean; ¡ni pueden anhelar más…! cuando ven a Dios tan glorioso, y al mismo tiempo vean cuán enormemente Dios los ama, ¡qué delicia no causará esto en el alma! El amor desea la unión. Por lo tanto verán a este Dios glorioso unido a ellos. Verán que Él es su Padre, y que son Sus hijos. Verán a Dios gloriosamente presente con ellos; Dios con ellos; y Dios en ellos; y ellos en Dios. El amor desea la posesión de su objeto. Por lo tanto verán a Dios, incluso como su propio Dios; cuando presencien esta gloria transcendente de Dios, lo verán pues como propio.
El que está en gloria gozará de Dios según lo que su capacidad le permita.
El Salmista escribió sobre la gran bendición que suponía la adoración de Dios en Su templo: "Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre. Porque Yahveh Dios es almena y escudo, él da gracia y gloria; Yahveh no niega la ventura a los que caminan en la perfección." (Salmo 84, 4 y 11).
Los benditos del Cielo dirán: "¡que benditos son los que están en la presencia de Dios mismo!" ¿Si el Señor no niega nada a los que recurren a Él en la tierra, entonces negará cualquier gloria del Cielo a Sus redimidos?
Aquí gozamos de Dios sobre todo con Su palabra, adoración, y rezo. Allí gozaremos de Él "cara a cara." Aquí tienes a Dios en expectativa, pero allí lo tendrás en posesión. Allí los santos en gloria se llenarán de alegría con el disfrute eterno de la manifestación de Dios en todos Sus atributos. Allí aumentará enormemente la alegría y el regocijo de los glorificados cuando comtemplen la misericordia de Dios mostrada hacia ellos en la salvación y cómo merecieron haber estado entre los malditos, pero les fueron ahorrados los tormentos del infierno solamente debido a la misericordia soberana de Dios que les fue concedida. Los ministros de la Iglesia se regocijarán con los que condujeron al conocimiento de Cristo y los frutos de sus trabajos serán vistos allí completamente. San Pablo escribe de esta alegría infinita en I Tesalonicenses 2, 19: "Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en Su venida?" ¡Otras cosas contribuirán indudablemente a su alegría, tal como estar con los seres amados y con los santos de todas las épocas, el comtemplar las providencias de Dios hacia ellos en la tierra, estando ya en la ciudad divina, pero la alegría más grande de todas vendrá de estar en Su presencia!
PREGUNTAS RESPONDIDAS
Los cristianos y los no-cristianos tienen a menudo preguntas sobre la vida después de la muerte y muy a menudo las preguntas son iguales. En esta sección analizaremos varias preguntas comunes que la gente hace acerca del Cielo. Exploraremos estas cuestiones:
¿1) qué sucede cuando un cristiano muere?
¿2) los habitantes del Cielo se conocerán?
¿3) Los benditos del Cielo se entristecerán por aquellas personas amadas que están entre las llamas del infierno?
¿Y 4) hay diversos grados de gloria y de recompensas en el Cielo?
¿Qué sucede cuando un cristiano muere? ¿Va al Cielo inmediatamente tras la muerte o permanece en el sepulcro en un estado de sueño del alma que aguarda la resurrección? ¿Es consciente o inconsciente? Cristo y las Escrituras nos dan una respuesta clara a esta pregunta. En Lucas 16 el Señor Jesús nos habla de dos hombres que murieron, uno era impío y el otro era un hombre santo llamado Lázaro. Ambos eran conscientes inmediatamente después de la muerte. Nuestro propósito aquí es investigar qué sucedió a Lázaro, el hombre santo, a la hora de su muerte física. Cristo nos dice: "Aconteció que murió el mendigo (Lázaro), y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado (Lucas 16, 22). Los ángeles se encontraron con Lázaro a su salida de esta vida terrenal y lo llevaron a la gloria. Mientras que el cuerpo de Lázaro sufre la descomposición en el sepulcro, su alma fue transportada por las alas de los santos ángeles al Cielo. Cristo confirma ésto mismo en Su respuesta al ladrón en la cruz cuando dijo al ladrón: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23, 43). Algunos pueden dudar de que el paraíso referido por Cristo era realmente el Cielo; sin embargo, San Pablo utiliza la misma palabra para describir el tercer Cielo diciendo que "fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar" (II Corintios 12, 4). El seguidor verdadero de Cristo va a estar con Cristo en el Cielo tras la muerte, si no tiene pecados que purificar en el Purgatorio.
San Pablo habla de esta cuestión en varios lugares. Uno se encuentra en los Filipenses 1, 21-23: "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor;" Y en un pasaje similar: "Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor." (II Corintios 5, 6 y 8). Varias observaciones se pueden hacer de estas Escrituras. La primera es que San Pablo consideraba el morir como una ganancia para él. ¿Cómo podría esto ser verdad si la muerte significase que él yacería inconsciente y en una putrefacción total durante millares de años? San Pablo también nos dice que cuando él salga de esta vida será para estar con Cristo y que hacer esto es "mucho mejor" que continuar viviendo aquí. En II Corintios, San Pablo pone en contraste la vida en el cuerpo y por lo tanto estar aparte de Cristo, con morir (estando ausente del cuerpo) y estar con Cristo. Para San Pablo, y todas las personas santas verdaderas, la muerte significa que el alma va a estar con Cristo, llevado allí por los santos ángeles, mientras que el cuerpo físico yace en el sepulcro para aguardar la resurrección y la reunificación del alma y el cuerpo. ¡Oh, cuánto debe confortar esto al santo que está enfermo y ve su muerte cercana! Cuánta seguridad debe dar esto a esos santos que pueden sentir ahora un cierto temor a la muerte. La muerte significa una transición gloriosa para el creyente. ¡La muerte lo lleva a la presencia de Cristo y a la gloria! Oh, entonces tú que eres santo, no temas la muerte como enemiga, sino estate dispuesto a darle la bienvenida como amiga cuando llegue la hora designada. La muerte es la llave que abre la puerta a la felicidad eterna para el santo.
¿Los benditos del Cielo reconocerán a sus amigos, parientes, y a aquellos que conocían en la tierra? ¿Los creyentes no conocen a nadie cuando consiguen la gloria? ¿El santo conoce únicamente a los que están en la gloria o únicamente a los que conocía en la tierra?
Déjame contestar primero por inferencia. ¿Si los malditos en el infierno reconocen la existencia de los santos del Cielo, entonces tú no pensarías que los santos deben conocerse allí por lo menos entre ellos? Miremos otra vez Lucas 16, 22-24: "22 Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.
23 «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.
24 Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro..."" Si Divas, el hombre rico en el infierno, reconoció a Lázaro, a quién él conoció en el curso de su vida, y también a Abraham, al que él nunca había visto ni se había reunido con él, ciertamente los santos gloriosos en el Cielo saben tanto como los malditos del infierno. Por deducción concluimos que los santos se conocen en el Cielo.
Cuando Cristo se transfiguraba en el monte, Moisés y Elías aparecieron ante Él y fueron reconocidos inmediatamente por San Pedro: "Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús. Entonces San Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías." (Marcos 9, 4-5). Si San Pedro y los apóstoles conocían a los gloriosos santos del Cielo cuando eran aún mortales y estaban en la tierra, entonces mucho más así los santos reconocen a sus amigos e incluso a los que nunca conocieron en la tierra cuando ascienden a la gloria celestial; Abraham también reconoció a Divas, un hombre condenado en el infierno, que él nunca había conocido en la tierra y Abraham incluso sabía los detalles de su vida (Lucas 16, 25-26). Cristo habla de los malditos que llorarán cuando el día del juicio "veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos." (Lucas 13, 28).
Así tenemos evidencias abundantes de que los santos gloriosos conocen no solamente a sus conocidos terrenales, sino que conocen a todos los que están en la gloria tan pronto como llegan allí. Si tú eres santo, verás a Moisés, y lo conocerás; verás a San Pablo, a Noé, a San Pedro, a los profetas y a los apóstoles y los conocerás, y te conocerán. El marido y la esposa se conocerán. Los hijos y las hijas se encontrarán con sus padres y madres. Los ministros de la Iglesia verán a los que condujeron a Cristo en la Tierra. Esto aumentará enormemente la alegría de los santos y ellos se regocijarán por siempre con todos los santos de todos los tiempos. ¡Qué día tan maravilloso será para el santo!
¿Los santos del Cielo se dolerán y llorarán por las personas que conocían y amaron en este mundo que están siendo atormentadas en el infierno?
Hemos establecido ya que los benditos del Cielo ven y reconocen a ésos otros malditos del infierno. Abraham y Lázaro conocían a Divas y podían ver que él era atormentado en el infierno. Que el infierno es visible desde las puertas del Cielo se confirma en Isaías 66, 23-24: "Así pues, de luna en luna nueva y de sábado en sábado, vendrá todo el mundo a prosternarse ante mí - dice Yahveh. Y en saliendo, verán los cadáveres de aquellos que se rebelaron contra mí; su gusano no morirá su fuego no se apagará, y serán el asco de todo el mundo." Ésos del infierno serán motivo de aborrecimiento a todos los que adoren a Dios en el Cielo. Esto puede parecer extraño en un principio, hasta que sondeamos la razón. El Apocalipsis 16, 5-7 nos da una visión de las puertas del Cielo mientras vemos ángeles y santos glorificados que elogian a Dios por Su juicio del malvado en la tierra: "Y oí al Ángel de las aguas que decía: «Justo eres tú, "Aquel que es y que era", el Santo, pues has hecho así justicia: porque ellos derramaron la sangre de los santos y de los profetas y tú les has dado a beber sangre; lo tienen merecido.» Y oí al altar que decía: «Sí, Señor, Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos»". Los ángeles y los santos en el Cielo se regocijan en el castigo del malvado, no porque estén motivados por el castigo, sino porque es un castigo perfectamente justificado y justo, completamente merecido por aquéllos que lo están sufriendo. Se regocijan al ver la justicia y el poder de Dios glorificado de este modo.
Los santos en el Cielo tienen una preocupación muchísimo mayor por la gloria de Dios que el creyente más entusiasta en la tierra. Los santos en la gloria verán cómo los malditos son atormentados; verán las amenazas de Dios satisfechas, y Su cólera ejecutada sobre ellos. Cuando la vean, no será ninguna ocasión de pena para ellos. Será una ocasión para su regocijo, pues la gloria de Dios aparecerá en ella. La gloria de Dios aparece en todos Sus trabajos: y por lo tanto no hay trabajo de Dios que los santos en la gloria presencien y comtemplen, que no sea una ocasión de regocijo para ellos. Dios se glorifica en la condenación eterna de los hombres perversos. Los santos del Cielo serán perfectos en su amor a Dios: sus corazones serán una llama de amor a Dios, y por lo tanto valorarán enormemente la gloria de Dios, y se encantarán inmensamente viéndolo glorificado. Por lo tanto se regocijarán inmensamente en todo lo que contribuya a esa gloria. La gloria de Dios será para su estima de mayor consideración, que el bienestar de millares y de millones de almas.
Otras Escrituras implican esta enseñanza: que los benditos del Cielo, de hecho, se regocijarán en los justos sufrimientos de los malditos: "Alégrate por ella, cielo, y vosotros, los santos, los apóstoles y los profetas, porque al condenarla a ella, Dios ha juzgado vuestra causa." (Apocalipsis 18, 20). "«¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos; porque ha juzgado a la Gran Ramera que corrompía la tierra con su prostitución, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos.» Y por segunda vez dijeron: «¡Aleluya! La humareda de la Ramera se eleva por los siglos de los siglos.»" (Apocalipsis 19, 1-3). Asimismo Moisés se regocijó y cantó las alabanzas de Dios cuando vio la gloria de Dios manifestada en la destrucción del faraón y de todas sus fuerzas (Éxodo 15, 1-12) y los Proverbios (21, 15) nos dicen: "Alegría para el justo es el cumplimiento de la justicia".
No es por una carencia de amor que los santos del Cielo se regocijen en el castigo del malvado, sino porque se ha perfeccionado su amor y ahora ven las cosas tal como las hace Dios. Entonces odiarán el pecado con un odio perfecto y verán la vileza absoluta de los practicantes del pecado que rechazaron los consejos de Dios y los desdeñaron. Los santos del Cielo aman lo que Dios ama y odian lo que Dios odia.
Sin embargo los santos del Cielo pueden haber amado a los condenados en el infierno mientras vivieron aquí, especialmente los que les eran cercanos y queridos en este mundo; pero ya no sentirán ningún amor por ellos de aquí en adelante.
Los cristianos aquí en la Tierra deben amar, rogar, y buscar la salvación de todos porque existe la posibilidad de que incluso el hombre más malvado pueda recibir la gracia de Dios y ser salvado. En la eternidad tal posibilidad no existe. Allí los malvados están en la misma condición en la que los demonios están aquí: irredimibles y más allá de toda esperanza. ¿Tú ahora lloras océanos de lágrimas por los demonios? ¿Ruegas fervientemente para que sea posible que puedan ser salvados? ¿Por qué no? ¿No es acaso porque son conscientemente malvados y por consiguiente se encuentran más allá de toda esperanza de salvación? Eso mismo sucede allí con el malvado.
La Escritura será satisfecha donde dice: "Que el injusto siga cometiendo injusticias y el manchado siga manchándose; que el justo siga practicando la justicia y el santo siga santificándose." (Apocalipsis 22, 11). Allí el malvado será visto por los santos a través de ojos santos por lo que él es y será para toda la eternidad: se desdeña a los malvados, a los inmundos, a los viles, a los que odian a Dios y a través de ojos santos "con menosprecio mira al réprobo" (Salmo 15, 4).
¿Hay diversos grados de gloria en el Cielo? ¿Los que trabajan más para el reino y la gloria de Dios aquí en la Tierra reciben un mayor grado de honor y gloria allí? ¿Si es así esto no causará problemas como ocurre aquí?
La primera evidencia que tenemos de diversos grados de gloria viene de lo que a veces se llama la ley de los contrarios. ¿Hay diversos grados de tormento en el infierno? Si es así entonces, por la ley de contrarios, podríamos deducir lógicamente que habrá diversos grados de gloria en el Cielo. En Lucas 12, 47-48 nos hablan de los que "reciban muchos latigazos" y de quién "recibirá solamente unos pocos". Hay diversos grados de castigo en el infierno, así concluimos que habrá también diversos grados de santificación en el Cielo. II Corintios 5, 10 y I Corintios 3, 8 nos dan la base para la diferencia: "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo." "cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor." Es evidente que las recompensas están prometidas a los creyentes en la gloria, las cuáles serán equivalentes a lo que hemos hecho en nuestros trabajos para el Señor aquí en la Tierra.
La Escritura habla del que recibe "la recompensa de un profeta" (Mateo 10, 41) que parece distinguirlo como diferente de la recompensa ordinaria. Cristo enseñó a Sus discípulos que quienquiera que les dé "un vaso de agua" en Su nombre no perdería su recompensa (Marcos 9, 41). Esto no sería posible si no hubiese reconocimiento de las buenas obras en el Cielo.
En otro apartado de las Escrituras se reconoce de forma absolutamente clara que habrá diferencias entre los creyentes ya en la gloria. Dice Daniel que "Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad." (Daniel 12, 3). Y San Pablo compara la diferencia entre el sol, la luna, y las estrellas y la aplica a los creyentes en gloria: "Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor. Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción" (I Corintios 15, 41-42). San Pablo está diciendo simplemente que mientras que una estrella brilla con más fulgor que otra en el Cielo, así un santo brillará con una gloria más divina que otro cuando los muertos resuciten para recibir el pago por las obras hechas en vida. Uno será más glorioso que otro basándose en cómo ha vivido y en lo que ha hecho para Cristo mientras vivía en la Tierra. Esto se enseña de forma diáfana en la parábola de los talentos, donde a un hombre dieron autoridad sobre diez ciudades y a otro sobre cinco (Lucas 19, 12-19).
Los santos son como muchos recipientes de diversas tallas echados en el mar de la felicidad donde se llena cada recipiente: esto es la vida eterna, porque un hombre tiene sus capacidades llenas. Pero después de que todos los envases sean admitidos en el reino soberano de Dios, Dios aplica Su prerrogativa para determinar el tamaño del envase. Cada persona será llenada según su capacidad de santidad y de alegría. A nadie le faltará nada. Pero habrá quien tenga una mayor capacidad para la alegría que otros.
A pesar de haber grados de gloria, con todo, esto no implica que haya defectos o carencia de gloria en el Cielo a cualesquiera personas glorificadas, simplemente cada persona será tan llena de gloria como sea capaz de recibir.
Esto es fácil de comprender. Toma un pequeño recipiente y un gran recipiente, y echa ambos en el mar, ambos recipientes estarán llenos, con todo no hay tanto dentro del pequeño recipiente como del grande, aunque ambos están llenos. Así pues, los santos son como estos dos recipientes; pero, con todo, como si fuesen uno solo, a causa del disfrute de Dios; pero uno es más espacioso para tomar más de Dios que el otro, pero aún así, el menos santo estará completamente lleno de gloria; el que tenga menos gloria, tendrá gloria más que suficiente, aunque no igual gloria que algún otro de los santos glorificados: de modo que esos grados de gloria no suponen ningún defecto en esas personas que tienen menos gloria de la que tienen otras.
El grado de gloria o de recompensa viene determinado por varios factores, entre ellos: los grados de la misericordia y de la santidad aquí en la Tierra; de la cantidad y calidad de buenas obras realizadas; de la auto-negación y del sufrimiento; y de la eminencia en la humildad. Todos serán recipientes llenados, pero de diversas tallas. Todos lucirán las coronas, algunos con un mayor lustre que otros. La santidad y la felicidad serán mayores en unos que en otros a través de toda la eternidad.
La existencia de diversos grados de gloria en el Cielo no significa que una cosa como la envidia exista en el Cielo. Todo el amor será perfecto en el Cielo y así será como el apóstol escribió: "De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan." (I Corintios 12, 26).
Los santos en gloria pensarán que es correcto que los que sobresalieron entre otros en obras de justicia y en buscar la gloria de Dios en la Tierra deben recibir mayor gloria en el Cielo. Los hombres bendecirán a Dios por la irradiación de Su gloria que brilla a través de otros hombres, porque la envidia y el pecado no tendrán ninguna parte en Su Reino.
Ofreceré solamente la aplicación limitada de todo esto aquí y la aplicaré más completamente en la sección siguiente. Creyentes, vuestro estado eterno es consecuencia de lo que hacéis aquí, en la tierra: "el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia" (II Corintios 9, 6). ¿Tu buscas la mejor eternidad posible? Entonces vive tu vida de hoy completamente orientada para la mayor gloria de Dios. Mañana puede ser demasiado tarde. Tu actual vida determinará tu estado futuro en la gloria, pero incidiremos en esto más adelante.
APLICACIÓN A LOS CREYENTES Y A LOS NO CREYENTES
"Habrá allí una senda y un camino, vía sacra se la llamará; no pasará el impuro por ella, ni los necios por ella vagarán." (Isaías 35, 8). Uno de los miedos que tengo al escribir sobre la gloria del Cielo es que hay una tendencia natural para que los hombres carnales apliquen una doctrina agradable a sí mismos cuando no tienen ninguna base legítima para hacer tal cosa. El Cielo no debe ser obtenido por el perezoso y el vago, ni el sucio y profano, ni incluso por los que acudan regularmente a la iglesia si no son santos en sus vidas y práctica diaria. El camino hacia al Cielo es de hecho "un camino de santidad" y está para "el que lo recorra de esa manera," es decir, para quién vive una vida santa. De hecho, si cada uno que esperaba ir al Cielo consiguiera ir allí, el Cielo ya por este tiempo estaría lleno de asesinos, de adúlteros, de blasfemos habituales, de borrachos, de ladrones, de estafadores, y de libertinos.
Cristo dijo: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." (Mateo 5, 8). El Cielo existe para los de corazón puro. El Cielo es para quién vive una vida santa. El Cielo es para quién ama a Jesucristo más que al resto de la gente y al resto de las cosas. Resulta por lo tanto absolutamente absurdo, e incluso ridículo, que cualquiera finja tener un buen corazón, mientras vive una vida malvada, o no produce el fruto de la santidad universal en su práctica diaria. Esto resulta probado por los hechos, esos hombres no aman a Dios sobre todas las cosas. Resulta absurdo disputar contra los simples hechos y las experiencias objetivas. Los hombres que viven en los caminos del pecado, pero se autoconvencen de que irán al Cielo, o los que esperan ser recibidos de aquí en adelante como personas santas, sin una vida y una práctica santas, actúan como si esperasen engañar a su Infalible Juez.
No asumas esto porque deseas ir al Cielo. Estate dispuesto a examinar escrupulosamente tu corazón para ver si tienes alguna razón objetiva para esperar el Cielo. Pondera estas preguntas en tu corazón: ¿Estabas siempre conscientemente convencido de tu corazón y de tu naturaleza pecaminosa? ¿Te has visto como vil a tus propios ojos? ¿Vives en la práctica de algún pecado oculto o secreto? ¿Odias todo el pecado como pecado? ¿Qué domina más tu afecto, pensamientos, y deseos: el mundo o Jesucristo? ¿Amas a Cristo más que a tu padre, madre, marido, esposa, hijo, o hija? ¿Amas a Jesucristo por lo que Él es o simplemente por lo que Él puede hacer por ti? ¿Amas una vida de santidad y obediencia a la palabra de Dios o te resulta pesada? ¿Cuándo haces buenas cosas, las haces para glorificar a Dios o de modo que los hombres te elogien y amen por ellas? ¿Realmente amas a Dios o simplemente temes Sus amenazas de juicio contra ti? No leas estas preguntas rápidamente y no te apresures, sino explora tu corazón con ellas. Muchos que hoy profesan ser cristianos son simplemente religiosos de cara al exterior, pero sus corazones nunca han sido cambiados por el poder de regeneración del Espíritu de Dios.
¿Es el Cielo un reino glorioso, una ciudad de oro puro, un paraíso? ¡Entonces tú que no estás convertido o que te persuades falsamente de tu buena condición no pierdas este paraíso por los engaños, las bagatelas, y las baratijas del mundo! Nada de lo que puedas desear o adquirir en la Tierra es comparable con la gloria del Cielo. ¿No es el Cielo llamado Paraíso? ¿Renunciarás a buscar un paraíso divino por uno terrenal? ¿Te acostarías cómodamente en la cama de Dalila para después beber de los fuegos del infierno, o tienes tu hogar eterno al lado del trono de Dios y del Cordero y beberás del río del agua de la vida?
¿No dijo Cristo que en la casa de Su Padre había muchas moradas? Entonces no pierdas todo tu tiempo y dinero en construirte una mansión terrenal para ti. Tu casa terrenal no durará. Un día caerá derribada por tierra. No tiene valor eterno. Una casa en el Cielo es una morada eterna. Jesucristo dijo, "No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mateo 6, 19-21).
La búsqueda de lujurias y de placeres temporales en la Tierra a expensas de un Reino divino es un acto de locura. Esaú vendió su herencia por un plato de lentejas. ¿Piensas que hizo un buen negocio? ¿Tus labios pueden decir ' no ' ; pero qué dice tu vida?
¿Has meditado realmente sobre la brevedad de la vida?
Verdaderamente, hoy estamos aquí y mañana ya nos hemos ido. El apóstol Santiago lo expresó de esta manera: "vosotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana... ¡Sois vapor que aparece un momento y después desaparece!" (Santiago 4, 14). La vida del hombre se describe variadamente en la Palabra de Dios como "un mero aliento" (Salmo 39, 5); "una flor del campo" (Salmo 103, 15); "una hierba que se seca" (Santiago 1, 11); "una sombra" (Job 14, 2); y "un fantasma" (Salmo 39, 6). Todo en esta vida es incierto. Los ricos se pueden perder en un día (Eclesiastés 5, 14). Un hombre que un día parece ser robusto y sano puede perder el pulso con la enfermedad al día siguiente (Job 2, 7). Los amigos o los parientes cercanos pueden morir (II Samuel 19, 4). ¿Por qué debes invertir tu vida en algo que no trasciende y pasa? La mayoría de la gente vive como si la Tierra fuese el único cielo que existe. "Su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas." (Salmo 49, 11). Pero oye la palabra de Dios: "Mas el hombre no permanecerá en honra; Es semejante a las bestias que perecen. Porque cuando muera no llevará nada, Ni descenderá tras él su gloria. Aunque mientras viva, llame dichosa a su alma, Y sea loado cuando prospere" (Salmo 49, 12 y 17-18). ¿Es coherente jugar con la pérdida de la eternidad por algo que es temporal, incierto, y que pasa para no volver? El Cielo es un reino que dura por siempre; lo mismo que el infierno.
Finalmente, quiero que consideres tu cuerpo y tu alma. La gente pasa horas incontables adornando sus caras, limpiando y perfumando sus cuerpos. Las personas inútiles gastan enormes fortunas en sus caras con la cirugía plástica en un esfuerzo por parecer más hermosas ante sí mismas y ante otras personas igualmente inútiles. Jesucristo llama a Sus seguidores a un diverso conjunto de valores: "Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?" (Mateo 6, 25). Tu alma es infinitamente más valiosa que tu cuerpo. Tu cuerpo morirá y se pudrirá en el sepulcro. Tu alma vivirá por siempre. "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mateo 16, 26).
¿Cuántas horas pasas cuidando tu cuerpo? ¿Cuántas horas inviertes en buscar la vida eterna para tu alma? ¿Qué es lo más importante? Los hombres arriesgan la destrucción de sus cuerpos y de sus vidas luchando por obtener un reino terrenal. ¿No es el reino divino digno de mucho más?
La existencia de diversos grados de gloria en el Cielo debe estimular en el santo el deseo de esforzarse más diligentemente para traer la mayor gloria posible a Dios en la Tierra. Cuanto más santo empeño pongamos en el ejercicio del deber aquí, mayor será nuestra gloria allí. San Pablo utiliza este mismo ejemplo en I Corintios 9, 24: "¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis".
Los ministros de la Iglesia no necesitan disculparse por apelar a las buenas obras en base a las recompensas indicadas. ¿Por qué fijar límites a tus apetitos espirituales y misericordiosos? Es positivo para uno mismo y para los demás buscar los más altos grados de gloria en el Cielo.
Debes entonces tener seriamente en cuenta, que cuanto más agresivo seas para el Cielo y más obras hagas para Dios, mayor será tu recompensa. Cuanto más ardiente tu celo, más brillante tu corona. Si pudiésemos oír a las celestiales almas benditas hablándonos desde el Cielo, seguramente dirían: 'Si pudiésemos salir del Cielo un rato para morar en la Tierra otra vez, nosotros haríamos a Dios mil veces más servicio del que Le hemos hecho nunca; rogaríamos con más vitalidad y actuaríamos con más celo; porque ahora nosotros vemos que cuanto más hemos trabajado, más asombrosa es nuestra alegría y más próspera nuestra corona.'
Moisés es mencionado por el escritor de Hebreos por haber "estimando como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de Cristo, porque tenía los ojos puestos en la recompensa". (Hebreos 11, 26). Salomón suplica al pueblo que "Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás" (Eclesiastés 11, 1). Y San Pablo nos recuerda: "el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia." (II Corintios 9, 6).
Por consiguiente, intenta acumular mayores tesoros en el Cielo por medio de tu celo por la gloria de Dios en la Tierra.
Para la aplicación general mencionaré varias cosas abreviadamente. Es de importancia extrema que los que se creen hijos de Dios trabajen para asegurarse verdaderamente, con base a la buena nueva de Jesucristo, de que son, en efecto, herederos del Cielo. No esperes estar entre los glorificados en el Cielo si no has traído ninguna gloria a Jesucristo aquí en la tierra. "Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego" (Mateo 7, 19). San Pedro amonesta a los hombres para que "tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás." (II Pedro 1, 10).
Recuerda que Jesucristo ha dicho que "pocos" son los que entran en el reino del Cielo. ¿Estás seguro de que te encuentras entre esos "pocos" que irán al Cielo? La salvación es un trabajo más arduo de lo que se imagina generalmente.
Los que han perdido a amigos o parientes que eran santos, que no se aflijan excesivamente por ellos. San Pablo escribió este mensaje de estímulo a los Tesalonicenses referido al estado de aquellos difuntos por ellos amados: "Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús.
Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras." (I Tesalonicenses (4, 13-14 y 18).
La doctrina del Cielo debe también ayudar a los santos a encarar la muerte. Este mundo es el peor lugar en el que nunca vivirás, si es que eres de Cristo. Para el creyente, la muerte es un sendero hacia la gloria. La muerte es el final de todo el sufrimiento, del mal, el pecado, y el dolor. La muerte significa que "Lo veremos como Él es" (I Juan 3, 2).
La doctrina del Cielo debe ser para los creyentes un estímulo para abstenerse del pecado. Lejos de animar la vida relajada entre los creyentes, una comprensión apropiada de la doctrina del Cielo, con sus recompensas y los grados de gloria, debe motivarlos para dejar de pecar en la Tierra. "No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias" (Romanos 6, 12).
No dejéis que vuestros cuerpos sean instrumentos de la deshonra de Dios. Si, querido hermano, tú verás a Dios con estos mismos ojos que ahora tienes en tu cabeza. Tú, que eres el elegido de Dios, cantarás aleluyas en el Cielo con esta misma lengua con la que conversas entre los hombres. Alzarás tus manos en alabanzas a Dios: ahora no las utilices, en la frase del apóstol, como armas de la injusticia en la guerra contra el Cielo. No utilices tus ojos para ser ventanas a la lujuria, y tu lengua para ser envenenada con palabras soeces, tus manos para engañar, y tus rápidos pies para verter sangre. ¡Oh no utilices los miembros de tu cuerpo, que han sido creados para ser glorificados con Jesucristo, en ninguna de estas pecaminosas prácticas!
La doctrina del cielo puede ser de gran alivio para los que están desanimados, sufriendo o soportando persecución en esta vida. Cristiano, ahora tu estás más cerca del final de tu viaje que cuando empezaste por primera vez. El tiempo que has pasado en la tierra es minúsculo cuando lo comparamos con la eternidad infinita. Los cristianos hebreos fueron recordados por sus antiguas victorias en el tiempo del juicio y el valor; y no por despreciar su fe en medio de los sufrimientos presentes "Pues compartisteis los sufrimientos de los encarcelados; y os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera." (Hebreos 10, 34).
San Pedro escribió a los creyentes perseguidos: "Dichosos de vosotros, si sois injuriados por el nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros." (I Pedro 4, 14). En el tiempo en el que vivimos, los que permanecen fieles a la Verdad son ridiculizados y difamados incluso por aquellos que profesan ser santos. Jesucristo tuvo palabras especiales para ellos: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros." (Mateo 5, 11-12). Aquel que injustamente desprecia tu nombre sobre la tierra, involuntariamente añade una porción más a tu recompensa en el Cielo.
Finalmente, la gloria del cielo debe hacerte extremadamente celoso hacia la conversión de las almas mientras estás aquí. ¿Deseas estar con tus aún inconversos amigos, familiares, y conocidos en la gloria? Entonces, trabaja con toda tu energía en su conversión. No te obsesiones con tu tiempo, buscando tu propia felicidad, estás llamado a las armas, a la batalla contra el diablo y todas sus fuerzas, llevando el Evangelio hasta los confines de la tierra.
¡Busca enérgicamente la eterna salvación de los demás!
"Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?" (Romanos 10, 14). Recuerda las palabras dichas a Daniel: "Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad." (Daniel 12, 3).
Los santos refulgirán esplendorosamente como las estrellas, por los siglos de los siglos.Amén
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