Lo que gusta de una homilía, por Francisco Cerro, obispo de Coria-Cáceres
En el cursillo de los sacerdotes y diáconos permanentes que celebramos en los Carnavales, nos reunimos para hablar de Pastoral, de “los alejados” de la Iglesia y por otra parte, de la importancia de saber comunicarnos con ellos.
Unos laicos preparados y con mucho gancho nos dieron unas pautas para la homilía, como un decálogo del buen comunicador:
1. Que esté preparada. Se nota mucho cuando dejamos a la improvisación y no la preparamos con respeto. Ponerse delante de la gente exige el respeto de prepararnos para poder anunciar bien.
2. Que sea corta. La mejor homilía, si es larga, acaba por cansar y perder el fruto que se había sembrado. La brevedad, que no significa no decir nada, sino sencillamente lo que se puede decir, nunca más de diez minutos.
3. Que sea sintética. No muchas ideas, sino tres puntos desarrollados con precisión y sencillez. No es una clase de teología ni un discurso exegético para dar a conocer su sabiduría ni sus opiniones personales. Hay que saber sintetizar para comunicar.
4. Que explique la Palabra de Dios. No se puede dejar de explicar, si alguna de las lecturas son difíciles de entender o no tienen la explicación suficiente. El obispo, el sacerdote o el diácono deben, en la homilía, explicar con sencillez lo que no es fácil de entender.
5. Aplicación a la vida. Es necesario que, a partir de la Palabra de Dios, apliquemos a la vida lo que a la gente le interesa de las dificultades que está viviendo. Iluminar lo que están viviendo con el aliento de Dios. No se pueden disociar Fe y vida.
6. Que ayude a conectar con Dios. La homilía debe ser “sabrosa’; que transmita la sabiduría del Evangelio, que cuando escuchemos las homilías veamos que nos “ha llegado” la paz, la alegría del Evangelio. No es buena una homilía que no conecta con el Misterio de Dios, con su bondad.
7. Que el sacerdote muestre su rostro, su propia experiencia de Dios, su rostro humilde. Tenemos que provocar la empatía. Es decir, ponernos en su lugar, no disimular nuestros sentimientos. El hacer viva nuestra transmisión de fe con sencillez y humildad. Homilía vivencial y práctica.
8. Que no haga política. Es muy importante que no nos metamos en política. Mucho menos partidista. Desde luego que se nos vea que somos del Evangelio de la Iglesia y no defensores de ideologías. Para hablar de política ya hay otros ámbitos.
9. Un tono cercano y positivo. Que se palpe el tono cercano y positivo del que predica la homilía. No estar por encima del bien. A él mismo también le interroga la Palabra de Dios. Siempre positivo, no transformar la homilía en una riña a los presentes.
10. Mirar al Papa Francisco. Una propuesta que se ve en el papa Francisco, que denota una gran sabiduría y cercanía, con mensajes que llegan a todos. iCuántas frases del papa hoy se han convertido, en nuestro corazón, en sabiduría que continuamente repetimos porque han calado! Por ejemplo, “oler a oveja”.
Ahora bien, todo lo que hemos comentado no llega, si no cuidamos muchísimo los micrófonos. Yo pondría el máximo interés y daría mucha importancia a la parte técnica, o sea, que se escuche bien todo cuanto vamos a decir. Para que se capte bien el mensaje que queremos hacer llegar. Saber utilizarlos. La peor homilía es la que no se oye. Cuidar mucho que el contenido se pueda escuchar y que todo lo externo para la celebración ayude mucho a tener una cierta actitud de escucha, que hoy no es fácil captar y que se necesita para que la homilía siempre cumpla con su objetivo: Evangelizar a la luz de la Palabra de Dios.
Conclusión
Es necesario que descubramos que la homilía tiene que tener parte de preparación remota e inmediata. La preparación remota es que siempre nos estamos preparando para dar testimonio de nuestra fe: La lectio divina, la oración diaria, la lectura de un buen libro y de la vida, nos ayuda a prepararnos internamente para estar motivados en cualquier momento para predicar, para expresar lo que llevamos como vivencia en el corazón. Sin esta preparación remota, que siempre nos estamos preparando, no tendría calado profundo nuestra comunicación.
La preparación inmediata es la lectura orada de los textos, profundizar con los textos litúrgicos del día y sobre todo con la oración. Esta combinación puede ser de gran provecho para llegar al corazón de los que nos escuchan.
También los que escuchan nuestras homilías pueden ayudar al sacerdote para que sea un buen comunicador de la Palabra de Dios, siendo sinceros con ellos y diciéndoles en un clima de confianza en lo que ha acertado y lo que debería cuidar más.
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