miércoles, 28 de mayo de 2014

Una peregrinación en estado de gracia en pro de la paz, la unidad y el diálogo

Junto a la visita al pequeño y preterido rebaño católico, tres han sido los grandes objetivos de la memorable visita apostólica del Papa Francisco a Tierra Santa: servir a la causa de la paz, reafirmar y potenciar el inexcusable compromiso ecuménico y fortalecer el diálogo interreligioso. Las cuatro finalidades han quedado espléndidamente desarrolladas y visibilizadas.
Ha sido, sin duda, una peregrinación en estado de gracia, plena de contenidos verbales y simbólicos, cuajada de semillas de esperanza para un futuro mejor. No nos gusta del todo la expresión, pero sí es gráfica y fácilmente comprensible: el viaje papal al País de Jesús, al corazón de Oriente Medio, ha sido un extraordinario éxito. Ha sido un “xairós” del Espíritu, que no se ha de quedar solo en los anales de la historia, aun cuando Francisco, como hace medio siglo Pablo VI, ha hecho historia en Tierra Santa, sino que  también está repleta de proyección y expectativas. Si nada fue igual en la vida de la Iglesia tras aquella peregrinación de enero de 1964, creemos que tras esta de Francisco, de mayo de 2014, tampoco lo será ni en la Iglesia y muy probablemente en la misma situación siempre conflictiva y lacerante entre israelíes y palestinos.

Francisco ha servido a la paz, como también lo hicieron en marzo de 2000 Juan Pablo II y en mayo de 2009 Benedicto XVI, midiendo cabalmente los tiempos y los espacios, las palabras y los gestos. Francisco ha denunciado las injusticias que generan la casi permanente situación de alerta y hasta de violencia en Tierra Santa. Ha puesto en evidencia la vergüenza del comercio de armas y del drama de los miles y miles de refugiados. Ha clamado por una solución justa al conflicto mediante la implementación práctica, real “del derecho a existir de los dos Estados –Israel y Palestina- y a disfrutar de paz y seguridad dentro de unos confines reconocidos internacionalmente”. Y, en un providencial gesto de profecía y valentía, ha invitado a los presidentes de Israel y de Palestina a rezar juntos y con él, con el Papa y en el Vaticano, por la paz, una paz que ni se compra ni vende, sino que solo es posible mediante un trabajo artesanal, la humildad, la paciencia, la capacidad de perdonar, la búsqueda de la reconciliación, la mansedumbre y la ferviente oración. El que los presidentes israelí y palestino hayan aceptado la invitación papal y el encuentro pueda tener lugar muy próximamente –se habla del 6 de junio- es toda una alegría y una inmensa esperanza.

La dimensión ecuménica de la peregrinación ha sido de extraordinaria importancia. Era su objetivo principal, su ocasión central en el cincuentenario del histórico encuentro I en Jerusalén entre Pablo VI y Atenágoras. Su reedición de ahora ha sido un espaldarazo a este medio siglo último de ecumenismo. Ha sido todo un “decreto” de validez y de reconocimiento al camino emprendido en enero de 1964, continuando en el Concilio Vaticano II y después mediante notables y constantes pasos –diálogo teológico, conocimiento y aprecio mutuos, oración compartida y encuentros constantes- en la misma dirección. Y, además, ha sido un renovado compromiso por proseguir, sin desfallecer, en el empeño, conscientes de que la unidad, que ni puede ni debe esperar, es hoy más necesaria que nunca ante los desafíos de nuestra humanidad y ante la permanente y apremiante llamada del Señor a que todos sean uno, en la verdad y en el amor. Francisco, como ya hicieron Juan Pablo II y Benedicto XVI, ha propuesto seguir dialogando, repensando y orando acerca de la forma concreta del ejercicio del ministerio apostólico petrino.

Y en relación con el encuentro ecuménico del 25 de mayo, no querríamos pasar por alto el hecho de que tuviera lugar en la tarde de un domingo de Pascua y en el Santo Sepulcro de Jerusalén. El simbolismo y la interpelación están servidos: el sepulcro está vacío, Jesucristo ha resucitado y vive, la piedra fue removida y debe seguir siendo removida…

Por último, y como, por otra parte, la ciudad santa de las tres religiones así lo requería, Francisco ha servido espléndidamente al diálogo interreligioso. Y como muestra, una nueva imagen: la del abrazo de Francisco, en el Muro de las Lamentaciones, con un rabino y un imán, ambos, como ya ha venido contando ecclesia, argentinos e íntimos amigos del Papa.

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