jueves, 3 de abril de 2014

Biografía e historia de San Vicente Ferrer



San Vicente Ferrer es el patrón de la Comunidad Valenciana (España). Pero la devoción al mismo se halla extendida por la mayor parte de los lugares que recorrió a lo largo de su peregrinación. Su elevación a los altares a mediados del siglo XV infundió gran vitalidad a la rememoración de sus hechos y fama. La encuesta realizada por Roma en distintos lugares de Europa para desarrollar el proceso de canonización hizo florecer innumerables referencias, convertidas después en tradiciones, que junto a los documentos históricos sobre las contingencias de su biografía, conservados en los archivos locales, sembraron los reinos medievales de una profunda devoción.
Numerosas capillas, ermitas y altares recuerdan por todos los rincones de Occidente anécdotas apócrifas o históricas con fiestas populares, debido en gran parte al reguero de milagros y de objetos vinculados a su persona, avalados con reliquias, que dejó tras de sí en su periplo de apostolado y predicación.
RASGOS BIOGRÁFICOS

Cuando Vicente Ferrer vio la luz en Valencia en enero de 1350, acababa de sufrir junto con el resto de Europa- una espantosa epidemia que conocemos como la "Peste Negra". La situación en la ciudad es fácil de imaginar gracias al relato de los cronistas de la época quienes señalan que más de 300 personas morían cada día. En la denominada aquel entonces Corona de Aragón    de convivían cristianos, judíos y musulmanes, con la riqueza de sus credos, y las luchas por los protagonismos sociales, marginadores de los sectores populares depauperados.

PRIMEROS AÑOS

Pedro Ranzano, el primer biógrafo de San Vicente, intentará mostrar que su protagonista y héroe fue un auténtico fraile dominico y por ello el modelo prototípico del fundador de éstos el español santo Domingo de Guzmán (h. 1173 1221) estará ya presente tanto en el relato de su nacimiento como de su niñez.

Lo cierto es que pertenecía a una familia acomodada pues su padre era notario, lo que además de brindarle unos prestigiosos padrinos de Bautismo escogidos entre la nobleza y ciudadanos de renombre- posibilitó que a partir de 1357 gozase del beneficio de Santa Ana en la Parroquia de Santo Tomás. Ello también hizo que iniciase estudios de latinidad en alguna de las Escuelas existentes entonces en la ciudad. Si bien, según la tradición popular se entretenía también con los juegos de niños y jóvenes pero sin olvidar sus actos de piedad. Un día llamó a las puertas del vecino Real Convento de Predicadores, los dominicos. A principios de febrero de 1367 tomó su hábito, renunciando para ello al señalado beneficio eclesiástico de Santa Ana.

Sus cualidades intelectuales sobresalían, y a partir de 1368 hasta 1375 observamos cómo sus Superiores lo mandan en calidad de estudiante a Barcelona, o como profesor de Lógica en Lérida en dicha ciudad estaba el Estudio General de la Corona y de Ciencias de la Naturaleza en Barcelona, prolongando sus estudios de especialización en Toulouse (actual Francia).

De este período de estudios sobresalen su amor a la Biblia y sus conocimientos de hebreo, la impronta de la doctrina de su hermano de Orden santo Tomás de Aquino (h. 1224 1274) y la fuerza de su formación filosófica reflejada en sus dos Tratados filosóficos escritos a los 22 años y en los que desde los postulados de la filosofía aristotélico tomista responde a algunas afirmaciones del imperante nominalismo bajomedieval.

Hoy conocemos en parte a sus profesores, pero mucho menos qué huella dejaron en él. Hay que señalar el encuentro providencial con el también dominico Tomás Carnicer en Lérida que le aficionó más a las cosas espirituales. Vicente Ferrer era ya una fuerte personalidad que irradiaba simpatía y atracción, aunque su posterior vida de estudiante en Barcelona esté revestida de tintes milagrosos como cuando profetizó la inminente llegada de unas naves cargadas de trigo en unos momentos de extrema necesidad para la ciudad.

EN EL CISMA DE OCCIDENTE

Vicente Ferrer vivió este Cisma con intensidad, le supuso los mayores sacrificios de su vida y aun la misma enfermedad. Pero vayamos a los hechos. En enero de 1377 se cumplía uno de los mayores anhelos de muchos sectores de aquella Cristiandad: el retorno de los Papas a Roma. A simple vista parecía que la estancia en Avignon, iniciada en 1309, se cerraba. Pero no iba a ser del todo así. En marzo de 1378 al morir Gregorio XI y en el cónclave del siguiente 8 de abril se eligió al italiano Arzobispo de Bari, que tomó el nombre de Urbano VI. Tumultos, presiones..., llevaron a hablar de falta de libertad en la elección. La huida de los cardenales franceses, unida a la ausencia de uno de los electores, y el adherirse a la causa el cardenal español Pedro de Luna, llevó consigo que el 9 de agosto un grupo de electores proclamase nula la elección realizada y que el 20 de septiembre del mismo año se eligiera a Clemente VII. La Cristiandad quedaba divida en dos sectores, más o menos amplios, según sus reyes, canonistas y universidades: el de la obediencia aviñonense y el de la romana.

¿Qué partido iba a tomar la Corona de Aragón con Pedro IV el Ceremonioso a la cabeza? Se habla de la "indiferencia" del rey, pero su hijo el Príncipe Juan se adhirió desde el principio a Clemente VII. Vicente Ferrer se había entrevistado en Barcelona con Pedro de Luna y éste le delegó para que interviniera en Valencia, donde se encontraba ya Perfecto Malatesta, Legado de Urbano VI. Vicente Ferrer ya en su ciudad natal fue elegido Prior de su Convento. Sus actividades a favor de la obediencia aviñonense fueron tales, que las autoridades ciudadanas escribieron a Pedro IV denunciándolas. No conocemos la respuesta del monarca. Sí, en cambio, la carta que el Príncipe Juan escribió a Olfo de Proxita rogando que interviniese para que no se molestase a Vicente Ferrer en su empresa clementista. La carta está fechada en enero de 1380.

Son los primeros sinsabores en el Cisma. Sinsabores que lo llevarán a renunciar al único cargo que tuvo a lo largo del resto de su vida en su Orden de Frailes Predicadores. Romper la actitud que muchos mantenían de indiferencia, o de adhesión al sector urbanista era tarea ardua. Y Vicente Ferrer acometió la empresa dejándonos un Tratado, sobre el Cisma Moderno, que hay que fechar en 1380, con el que con razones teológicas y del Derecho Canónico vigente pretende convencer de que el Papa legítimo era el de la línea aviñonense.
SAN VICENTE FERRER.

En la vida de san Vicente existen ciertas lagunas que no nos permiten conocerla con exactitud, por ejemplo sus intervenciones en la posterior legación de Pedro de Luna en las diversas Coronas de la Península Ibérica. También le encontramos en Valencia: interviniendo como árbitro en una sentencia entre los religiosos y el resto del clero, transcrita por su mismo padre; predicando una de las Cuaresmas en la ciudad y otra en Segorbe; o dedicado también a la enseñanza, pues fue nombrado profesor de Teología en la Seu valenciana (1385 1390).

Elegido Papa Pedro de Luna, que tomó el nombre de Benedicto XIII, en 1394, le llamó a su lado y le nombró su confesor y teólogo. Pero al Maestro Vicente no le gustaba el clima que se respiraba en la Curia pontificia de Avignon. Se le ofrecen dignidades cardenalicias y obispados que rechaza; sufre interiormente la división de la Iglesia; finalmente, se ausenta del palacio papal y se hospeda en el Convento de Dominicos de la ciudad. Al sufrimiento interior se añade la enfermedad y la muerte que parecía avecinarse. En esta grave enfermedad, concretamente el 3 de octubre de 1398, es de capital importancia, una visión sobrenatural, pues cambiará el rumbo de su vida: se dedicará desde entonces a la predicación itinerante. Con frecuencia aludirá a ese día y a ese cambio.

A partir de este momento se consagra de lleno a la predicación como legado a Latere Christi, como Apóstol de Cristo, recorriendo siempre a pie, hasta que lo permitió su salud buena parte de la Europa occidental.

Vicente como predicador insistirá en la renovación y conversión interior, en la reforma de las instituciones y en la unidad de la Iglesia, manteniéndose partidario de los Papas aviñonenses. Glosando las bíblicas plagas de Egipto (Éxodo 7,14 12,34), dirá: "La novena son las tinieblas: durante tres días estuvieron los hombres y las mujeres que no se veían el uno al otro; y significaba el tiempo del cisma. ¡Oh, qué tinieblas tan fuertes! Los tres días significan los tres Papas que ahora son: el Papa Juan, el Papa Gregorio y el Papa Benedicto; y cada uno tiene grandes doctores y personas santas que tienen a cada uno como realmente Papa y no conocen cual es el verdadero". A partir de su intervención en el Compromiso de Caspe en 1412, los frecuentes encuentros con el Rey Fernando, el Papa Benedicto XIII y, posteriormente, con el Emperador Segismundo, hablan de esta preocupación por la unión de la Iglesia. El 6 de enero de 1416, Vicente Ferrer en Perpignan leerá el documento de la sustracción de la obediencia al Papa de Avignon de la Corona de Aragón. El año siguiente se elegirá a Martín V y será reconocido como único Papa por toda la Cristiandad.

Vicente nunca quiso revelar el secreto de su cambio personal ante el Cisma, la clave de su evolución que generó su distanciamiento de Benedicto XIII. Su gesto fue reconocido por muchos. Supo cumplir heroicamente con su deber de conciencia y su serenidad y actitud tranquilizaron a muchos.

El escrito vicentino que más ediciones e influencia ha tenido a lo largo de los siglos es su Tratado de la vida espiritual, posiblemente redactado hacia 1407 como respuesta a las preguntas formuladas por un novicio que quería caminar y progresar en la espiritualidad encarnando el ideal de la predicación vivido según el estilo y en la escuela de santo Domingo de Guzmán. En él, Vicente no sólo muestra el conocimiento de los autores espirituales más prestigiosos en aquel momento, sino que además deja entrever su vivencia de dominico observante. Está vertebrado por ideas tales como una referencia permanente a Santo Domingo, la imitación de los mayores en la Orden para conformar con ellos su Vida, la valoración de la pobreza y de la austeridad, destacando la obediencia y el amor al estudio conjugado con la oración. Todo ello al servicio de una única misión: la de ser útil al prójimo.

EN EL COMPROMISO DE CASPE

Este es un hecho de capital importancia para la sociedad hispana del momento. Podemos seguir de cerca los acontecimientos gracias a un diario de los hechos relatados minuciosamente en un códice del archivo de la catedral de Segorbe que perteneció a Bonifacio Ferrer, su hermano, también compromisario como él por la ciudad de Valencia.

El 31 de mayo de 1410 había muerto sin sucesión Martín el Humano, hasta entonces Rey de la Corona de Aragón. Después de multitud de encuentros por parte de las legaciones catalanas, valencianas y aragonesas (representantes de los tres Reinos de la Corona) se negó a principios de 1412 a la elección de los nueve compromisarios para la designación del nuevo Rey. El peso moral y la trayectoria de nuestro fraile no ofrecía duda.

Las aspiraciones del duque de Calabria y de don Fabrique quedaron descartadas por la lejanía de parentesco de uno y por ser bastardo el otro, por ello los compromisarios elegidos se centraron principalmente en Fernando de Antequera y Jaime de Urgell.

Vicente Ferrer que había llegado a la aragonesa Caspe a principios de abril de aquel 1412 y que era el octavo de los compromisarios según el orden jerárquico, fue invitado el 24 de junio a pronunciar en primer lugar su voto. Y lo hizo en favor de Fernando de Antequera. Su hermano Bonifacio, así como otros cinco, siguieron este mismo parecer. Dos se inclinaron por el conde de Urgell, aunque secundarían la votación de la mayoría. Uno se abstuvo y otro no había tenido tiempo de formar su parecer.

En la mañana del 29 de junio se celebró un solemne pontifical presidido por el Obispo de Huesca. Nuevamente Vicente fue elegido para comunicar la noticia. En su sermón explicó la justicia que había inspirado la decisión e insistió en la importancia de la fe en las gestiones temporales y en el gobierno de los pueblos. Al leerlo ahora, se recuerdan las palabras que en 1396 el mismo santo dirigió en un momento parecido, cuando el Rey Martín había sucedido a su hermano Juan al frente de la Corona. En aquella ocasión apeló a la conciencia del Rey para reparar la injusticia cometida por el Rey Pedro con los canónigos de Tarragona. El siempre insistió sin temor y ante quien fuera en los deberes y obligaciones de todo buen gobernante.

Vicente Ferrer no cedió ante presiones. Pero es evidente que la sentencia de Caspe no podía agradar a todos. Y menos al conde de Urgell. Sus biografías contarán, aunque quizá no sea del todo verídico, el encuentro de Vicente Ferrer y Jaime de Urgell y cómo éste le tildó de "hipócrita maldito" y cómo Vicente le puso de manifiesto los secretos de su poco ejemplar vida, o el intento fallido de asesinarle por parte de sus partidarios en los caminos de Lérida.

Torre del Miguelete, ValenciaSU ACTITUD ANTE LAS MINORÍAS RELIGIOSAS

Es evidente que sus veintiún últimos años dedicados a la itinerancia apostólica, y los anteriores de plena actividad, le continuaron ofreciendo continuos contactos con el mundo judío y musulmán. Vicente Ferrer quería la salvación de los hombres y que su mensaje llegase a toda clase de gentes. Algunos hechos van a ser motivo, aunque él fuera ajeno a los acontecimientos, a que se ponga en entredicho su figura al presentársele o bien como causante de algo que nunca realizó, o bien como promotor de un ambiente hostil a las minorías religiosas. Así, por ejemplo, unos lo han querido ver como impulsor de la revuelta de Valencia de 1391 que generó la matanza de los judíos y la conversión precipitada de muchos; mientras que otros autores, por el contrario, le presentan como el gran pacificador de la misma. Lo cierto es que se encontraba ausente de la ciudad y que siempre rechazó enérgicamente todo atropello o lucha sangrienta con las minorías no cristianas.
Pero ello no debe hacer olvidar la actuación de Vicente a través de las conversiones realizadas gracias a su predicación. Sin entrar en su número, pues fluctúa bastante según las fuentes, sí hay que destacar que por los menos fueron convertidos importantes rabinos.


Tampoco puede negarse que, siguiendo el parecer del santo, algunas poblaciones tomaron acuerdos muy habituales en aquel tiempo, como por ejemplo ofrecer a los judíos en las ciudades un lugar separado de los cristianos y otras medidas segregacionistas. Ni debe silenciarse el acuerdo tomado en Valencia ante los acontecimientos de 1391 de separar a los judíos conversos del resto de judíos. Se buscaba salvaguardar la fe de aquéllos. Su conciudadano, el franciscano Francesc Eiximenis, también era partidario de ello.

La actitud de san Vicente al respecto es muy similar a la de otros muchos de sus contemporáneos partidarios, por ejemplo de la predicación persuasiva a los judíos y sarracenos, con asistencia obligatoria por su parte. En esta predicación se

hará patente su manejo del hebreo y sobre todo el conocimiento de la Escritura junto con la Tradición. Su técnica oratoria, llevado siempre por el lenguaje directo y la expresión más familiar y popular, conllevó expresiones duras. Expresiones no tanto de rechazo de los judíos como para la prevención de los cristianos, quienes a su vez también causaron atropellos que él condenó y que exigieron medidas enérgicas por parte de las autoridades.

Finalmente está su vinculación con la Disputa de Tortosa de 1413, promovida por Pedro de Luna en un afán por atraer a los judíos. No intervino directamente en su desarrollo, cuya representación por el campo cristiano la llevó principalmente el converso Jerónimo de santa Fe, discípulo suyo. Sí intervino en la predicación popular que se hacía paralelamente así como en la posterior redacción de la obra titulada Tratado contra los judíos. "Fue editado y compuesto por mandato de Benedicto Papa por cuatro famosos maestros en Teología, uno de los cuales fue fray Vicente Ferrer dice en su comienzo Obra que está en la línea de controversia diálogo, según la mentalidad cristiana hebraísta y arabista del siglo XIII. La fe no se impone. Debe darse persuasión, pero a través del estudio directo de las fuentes empleadas y por tanto del conocimiento de la doctrina de aquellos con quienes se dialoga. Así es como puede hablarse de persuasión eficaz. Sólo así puede darse un clima de acogida favorable al mensaje que se predica.

Además Vicente desarrolló un trato peculiar con los convertidos, encomendando su formación y educación cristiana a personas seleccionadas, o preocupándose, como en el caso del converso musulmán Atmez Hannexa, que tomó el nombre de Vicente cuando se bautizó, de que él y su familia tuvieran una pensión para su socorro y sustento y pudiera prepararse adecuadamente para poder predicar la fe cristiana entre musulmanes y cristianos.
San Vicente Ferrer, predicador
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Las multitudes que venían a escuchar sus sermones no lo hacían simplemente por oír al predicador de moda, de entre múltiples que había en aquella época, sino que eran atraídas por la autenticidad de una vida entregada de lleno al Señor.
En su ya mencionado Tratado de la vida espiritual ha dejado reflejada su autenticidad de apóstol y apóstol dominico. Autenticidad que fue madurando y fraguando a través de una rigurosa ascesis y una experiencia personal de Dios. Algunos testigos de sus Procesos de Canonización han señalado estos aspectos de su integridad de vida. Ello hizo que su palabra cobrase fuerza y fuera foco de atracción permanente, convirtiéndole en el deseado de las ciudades, que a través de sus enviados gestionaban su presencia. Predicó "la verdad evangélica" y de su predicación se seguía una reforma bienhechora de la "cosa pública", de la ciudad o pueblo.

Predicase donde predicase acudían multitud de personas a escuchar su mensaje, dispuestas a comenzar una vida nueva. Le seguían clérigos, religiosos y laicos, que formaban una Compañía, o familia espiritual; algo parecido ocurría con otros predicadores populares de la época. Sobre su modo de predicar escribía el Rector de la Universidad de París, Nicolás de Clemanges, desde la ciudad de Génova en 1405: "Nadie mejor que él sabe la Biblia de memoria, ni la entiende mejor, ni la cita más a propósito. Su palabra es tan viva y tan penetrante, que inflama, como una tea encendida, los corazones más fríos [ ... ]. Para hacerse comprender mejor se sirve de metáforas numerosas y admirables, que ponen las cosas a la vista [ ... ] i Oh si todos los que ejercen el oficio de predicador, a imitación de este santo hombre, siguieran la institución apostólica dada por Cristo a sus Apóstoles y a los sucesores! Pero, fuera de éste, no he encontrado uno sólo". Con frecuencia sus sermones eran tomados por escrito y después se hacían copias, de las que se conservan numerosas muestras en archivos y bibliotecas de Europa.

Por otra parte, conocía y utilizaba técnicas de predicación de su época, tales como por ejemplo el destacar el estribillo que frecuentemente repetían los oyentes como compendiando la enseñanza que recibían. Además, poseía una sólida formación intelectual, teológica y litúrgica, así como profundos conocimientos de la interpretación bíblica y de las vidas de los santos. Y, sobre todo, sabía llegar a la vida cotidiana del hombre. Ese hombre de finales del siglo XIV y principios del XV que estaba envuelto en la ignorancia, en el juego, en el abuso de autoridad, en infidelidades y veleidades, en atropellos de la justicia y en bandos enfrentados.

Vicente, hombre de su tiempo
No es extraño, por tanto, que en los Manuals de Consells de la ciudad de Valencia vayan apareciendo los acuerdos tomados por dicho Consell siguiendo sus indicaciones y las consultas que le dirigieron, siendo paradigma de lo que ocurrió también en otros lugares. Así, en 1390, a instancias de Vicente, se determinó una cantidad de dinero para las prostitutas que iban a casarse con el fin de que no recayesen en el pecado
Una serie de leyes se tomaron en 1410 sobre los juegos y otros aspectos de la vida social; o en enero de 1413, estando en Alzira, le pidieron que predicase contra aquellos que almacenaban el grano de trigo u otros cereales, que escaseaban en la ciudad; o las peticiones reiteradas para que acudiese a Valencia a poner paz entre los Centelles y Vilaraguts, dos bandos enfrentados y que llevaban años ocasionando muertes. También en 1410 fue el promotor de los acuerdos entre el Obispo y la ciudad para la creación de un Estudio General, que si bien tuvo corta vida, es uno de los precedentes de la posterior Universidad. Así como apoyó la urgente creación de unas instituciones que aliviaran marginaciones ciudadanas, tal es el caso del Colegio de Niños Huérfanos. Son meros brochazos de su acción al respecto que, por otra parte, responden a una mentalidad y actitudes vitales que no son exclusivas suyas, sino comunes a otros contemporáneos suyos.

Esta encarnación y transmisión de la Palabra de Dios exigía urgente cambio radical de costumbres en el clero, religiosos y demás cristianos. Por eso se ha dicho que el Maestro Vicente era "predicador de penitencia y reforma". El Pare Vicent fue un fustigador de los vicios e injusticias sociales existentes, en ocasiones con características de verdadero profeta apocalíptico, tremendista y catastrofista respecto al inminente fin del mundo.

Habría sido el "Ángel del Apocalipsis", siendo su predicación una permanente mención del Juicio Final. Efectivamente predicó de este Juicio, aunque es pequeño el porcentaje de sus sermones recogidos por los copistas y conocidos hoy que hablan de este Juicio sin más. Sin olvidar que lo hizo en muchas ocasiones, como él mismo lo manifiesta, a petición del auditorio. Además, ¿no forma parte de los contenidos de la fe cristiana ortodoxa, siendo una costumbre en boga ya en el siglo XIII y que después Arnaldo de Vilanova, la "Peste Negra", la ausencia del Papado de Roma y el mismo Cisma, había actualizado?

Hemos aludido a sus sermones. Dichas piezas escritas en su lengua vernácula, en latín y en castellano, quedando todavía algunas inéditas nos muestran otro aspecto de su magisterio. Fue un predicador fundamentado en las Sagradas Escrituras y la Tradición; predicación abundante y rica sobre todo en contenidos dogmáticos fundamentales (sobre Jesucristo, la Virgen María, la unidad de la Iglesia, etc.) y morales (reforma de costumbres y otros aspectos sociales). Pero también un hombre de Iglesia abierto al mundo intelectual. Su mente imaginativa y viva, amó la lógica y buscó siempre el razonamiento y la síntesis. Su espíritu fue siempre libre, con la libertad de aquellos que a ningún poderoso de la tierra se esclavizan y hablan como hijos de Dios. Buscó e invitó a buscar la santidad por los caminos del equilibrio humano y cristiano, huyendo de estridencias que sólo llevan al cansancio y al desaliento.
Con un lenguaje vivo, popular, rico en ejemplos, dichos y parábolas, de intensidad persuasiva y plasticidad y habilidad oratoria, obtuvo un extraordinario éxito entre sus coetáneos. A sus predicaciones asistían multitudes, además de su abigarrada Compañía. Contrario a algunos postulados de los incipientes humanistas, el austero asceta se dirigía al pueblo llano e insistía en la reforma de las costumbres, la práctica sacramental, la austeridad, la oración y la pacificación entre las personas, familias y naciones como preparación ante la imprevisible muerte de cada uno o del fin del mundo, en el que el Señor emitirá un juicio favorable para quienes hayan colaborado en la gestación de un mundo diferente, donde las espadas se hayan convertido en arados.



Escuchemos lo que dice el dominico valenciano Vicente J. Antist, biógrafo suyo ya en el siglo XVI: "acerca de los sermones del Santo que andan impresos, es de saber que no los juntó él con intento de imprimirlos porque entonces aún no existía la imprenta.
Tampoco los juntó él para publicarlos, pues vemos que en algunos de ellos se nombra el Maestro Vicente en tercera persona; sino que sus discípulos los escribieron predicando él y después los tradujeron en lengua latina, nada elegantemente, pero no sin harta devoción. Y con todo, dice muy bien Flaminio [otro de los pri
meros biógrafos] que estos sermones son como una sombra o cifra de los que san Vicente predicó. Y dice muy bien, porque en ellos se hallan sus palabras muertas y no el espíritu con que las dijo. Y con todo, las mismas palabras muertas mueven extrañamente".
Una tradición recogida en las actas de su Proceso de Canonización, divulgada por sus primeros grandes biógrafos y magnificada por las apologías de algunos de sus conciudadanos, ha sostenido que siempre empleó su lengua materna, aun cuando estuviera en países de lengua no románica. Este hecho le añadió la aureola de símbolo del idioma del pueblo valenciano.
Para una más exacta valoración del hecho, hay que tener en cuenta su formación clerical en latín y que como ya se ha indicado estudió en Barcelona, Lérida y Toulouse, así como que a lo largo de su vida entró en contacto con personas de otras lenguas. Años y años de contactos y experiencias lingüísticas que no debieron pasar en vano. Parecería ser que el Maestro Vicente dominaba con más o menos facilidad las lenguas románicas de los países donde predicó (es decir: el valenciano, el catalán, el castellano, el aragonés, el occitano, el francés y el italiano) y que se adaptó lingüísticamente a sus auditorios. No es descartable que, fuera de estos ámbitos, supliese sus posibles déficits lingüísticos con recursos de su lengua propia o de otras.

También es bien probable que, en determinados contextos lingüísticos, usase esporádicamente la lengua de los miembros que integraban su Compañía en cuanto eran sus oyentes en ese momento.
Respecto a la atribución del don de lenguas que constatan numerosas declaraciones de su Proceso pero contradecida en otras e ignorada por la documentación coetánea del santo puede explicarse desde la sociolingüística diacrónica, o sea de sus cambios a través del tiempo.
Por otro lado, la sugestión colectiva, la inducción institucional y la ausencia de nacionalismo lingüístico son algunas de las claves básicas para entenderla. Sin dejar de lado, el que siempre disertó en países de habla románica, la similitud de las lenguas romances, no tan diferenciadas como ahora, y la enorme cantidad de gestos que empleaba.
Últimos años de San Vicente Ferrer
Relicario con el dedo de San Vicente FerrerLe pidieron con insistencia que asistiera al Concilio de Constanza, pero él siempre señaló que se sentía urgido de manera irresistible a la evangelización, gracias a la palabra, de los hombres de su tiempo. Continuó predicando por tierras francesas, evitando las zonas afectadas por la Guerra de los Cien Años que se había iniciado en 1339 y recorriendo las que eran más directamente controladas por París.

Un testigo de aquellas predicaciones dirá: "El Santo era viejo, débil y pálido; pero después de decir la Misa y cuando predicaba parecía joven, en buen estado de salud, ágil y lleno de vida".
Después de estar por el Mediodía francés, se internó en la Auvernia, pasando luego a la Bretaña, donde transcurrirán los últimos meses de su vida. Falleció en Vannes el 5 de abril de 1419. Su sepulcro se halla en la catedral de dicha ciudad.
Diversas autoridades eclesiásticas y civiles pidieron a la Curia Romana que se iniciase su Proceso de Canonización. Pero el Papa Martín V no lo llevó adelante porque estaba preocupado por otras cuestiones, entre ellas la ocupación de Nápoles y de Sicilia por Alfonso de Aragón, si bien no deben desdeñarse los recelos que podían todavía levantar su identificación con la "obediencia" de Avignon en el pasado Cisma o su Compañía de seguidores.

En 1431, el Papa Eugenio IV ordenó estudiar el asunto, pero ahora se interpuso el nuevo cisma de Amadeo de Saboya. Ello no fue obstáculo para que Pedro de Bretaña, Juan de España y Alfonso de Aragón dejaran de pedir a los dominicos que solicitasen la canonización. Nicolás V aconsejó a los frailes celebrar el Capítulo general de 1453 en Nantes y así poder planificar mejor las etapas para ello. Además encargó que tres cardenales investigasen la vida y los milagros del predicador; entre ellos estaba Alfonso de Borja, el futuro Calixto III y que será el primer Papa valenciano de dicha familia. Éstos durante dos años mantuvieron entrevistas con obispos, abades, frailes y gente común en Nápoles, Avignon, Toulouse y en la región de Nantes, interrogando a 28, 18, 48 y 310 testigos respectivamente. Corresponderá al sucesor de Nicolás, el señalado Calixto III, recibir las actas de estas investigaciones.

Cerámica


V. J. Antist que se basa en sus predecesores Flaminio, Illescas, Bautista Platina señala que Calixto III solía muchas veces "decir a los cardenales y al Maestro de toda la Orden fr. Marcial que siempre había tenido por cierto su pontificado desde que San Vicente se lo prometió".

Puede pensarse que ello responde a una artimaña de los biógrafos antiguos, tanto del dominico como del Borja, de poner en la mente de este último una conciencia tal de la profecía vicentina no sólo en relación con su pontificado sino sobre todo con la Canonización del valenciano por parte de éste. Actualmente se han realizado fundamentales aportaciones documentales, que nos muestran que ello no es fruto de los biógrafos, sino convencimiento del propio Calixto III que lo afirmó en numerosas ocasiones y recogieron autores muy cercanos a los hechos

Así pues, después de un voto en el consejo de cardenales, Calixto III anunció la canonización de Vicente Ferrer para el día 29 de Junio de 1455. Mandará conservar los cuatro volúmenes de actas en el romano Convento dominicano de Santa María de la Minerva, donde desaparecieron en 1527 en circunstancias desconocidas, si bien después de haber servido como fuente a los primeros biógrafos del nuevo santo.

El correspondiente documento lo despachó Pío II el 1 de octubre de 1458. El historiador dominico valenciano José Teixidor hacia 1775 afirma que "no pudo Calixto III por sus muchas ocupaciones expedir la Bula de la Canonización siguiendo entre otros al dominico Francisco Diago que alude a la guerra contra los turcos.
San Vicente Ferrer dio un mensaje para que lo llevaran a todos los valencianos, que podemos considerar como su testamento. El mensaje dice así:
"¡Pobre patria mía! No puedo tener el placer de que mis huesos descansen en su regazo; pero decid a aquellos ciudadanos que muero dedicándoles mis recuerdos, prometiéndoles una constante asistencia. y que mis continuas oraciones allí en el cielo serán para ellos, a los que nunca olvidaré.

"En todas sus tribulaciones, en todas sus desgracias, en todos sus pesares, yo les consolaré, yo intercederé por ellos. Que conserven y practiquen las enseñanzas que les di, que guarden siempre incólume la fe que les prediqué, y que no desmientan nunca la religiosidad de que siempre han dado pruebas.

"Aunque no viva en este mundo, yo siempre seré hijo de Valencia. Que vivan tranquilos, que mi protección no les faltará jamás. Decid a mis queridos hermanos que muero bendiciéndoles y dedicándoles mi último suspiro".

Vicente Ferrer un Dominico "milagrero" y con el "Don de lenguas":

En el Proceso de su Canonización se recogen 860 prodigios o milagros, obrados por el Predicador Dominico en vida y después de morir, que escrupulosamente comprobaron los Jueces del Proceso.
San Vicente Ferrer, predicando siempre en lengua Valenciana, le entendían los castellanos, los de¡ norte de Francia, los vascos, los italianos del Piamonte y Lombardía... Muchos testigos declararon en el Proceso que, hablando Vicente Ferrer en Valenciano, ellos le entendían perfectamente en su lengua nativa. Por lo mismo, hay que admitir que, a San Vicente Ferrer, se le concedió el "don de lenguas".

San Vicente de LiriaCon el ánimo de favorecer algunas poblaciones del Reino de Valencia, se dirigió a muchas de ellas. el día 26 de Agosto de 1410 se dirigió a Líria, ya que sus vecinos estaban sumamente afligidos por habérseles secado su caudalosa fuente, que era toda su fuente de riqueza. Compadecido el Santo, celebró misa en el lugar donde solía manar el agua y bendiciéndolo, volvió a salir agua en abundancia, prometiendo el santo que jamás faltaría allí el agua, como así sigue siendo en la actualidad. En dicho lugar, conocido como San Vicente de Líria, se levantó una ermita en honor al Santo y se habilitó posteriormente como zona de recreo.
A continuación, comento otros milagros:
Milagro del pañuelo (Milacre del mocadoret):
En 1385 predicando el santo en Valencia, en la Plaza del Mercado, se detuvo y muy conmovido dijo a los oyentes: "Hermanos, ahora mismo estoy viendo que unos hermanos nuestros piden un socorro inmediato, que si no se les da morirán". Le preguntaron dónde estaban esas personas. El santo contestó: "Seguid a mi pañuelo, y donde él entre, entrad. Y lanzó al aire su pañuelo, el cual entró por la ventana de una buhardilla. En ella, en efecto, se estaba muriendo de hambre una familia, que fue socorrida. Según la tradición la casa estaba ubicada en la actual plaza del "Milacre del Mocadoret nº 5 (junto a la plaza de la Reina), donde hay una placa que lo recuerda.

Milagro del tendero (Milacre del salser) En 1359, el comerciante en especies Miguel Garrigues, que vivía en la misma calle que los Ferrer, tenía un hijo que sufría unas úlceras malignas en el cuello y de las que le curó el también niño Vicente. En la fachada del nº 37 de la actual calle del Mar, muy cerca del lugar en el que según la tradición ocurrió este hecho, hay un retablo en cerámica valenciana que lo recuerda. Este hecho es uno de los orígenes de la devoción popular valenciana de las representaciones de diversos milagros (milacres) suyos en los Altares de las calles el día de su fiesta.


Influencia
Dejando de lado contemporáneos que con mucha probabilidad tuvieron su influencia, como Inés Pedrosa o de Moncada (1388 - 1428), la Beata Margarita de Saboya Acaya (1382 - 1464) o el Beato Pedro Geremía (1399 - 1452), mencionemos únicamente su Compañía de penitentes y otros discípulos.

Con exactitud esta Compañía era de penitencia, si bien los penitentes constituían a veces una verdadera cofradía de flagelantes. Estaba integrada por oyentes de su predicación, que manifestaban su conversión a través de estas prácticas, permaneciendo en su seno más o menos tiempo. Precedían la entrada solemne del predicador en la población entregándose a sus piadosas prácticas, lo que atraía la curiosidad y la piedad de las multitudes, preparando así espiritualmente al auditorio para la predicación. Pero malos tiempos corrían para los flagelantes, si bien lo dice él mismo siempre enseñó y continuará enseñando que todos sometan enteramente sus obras, palabras y escritos a las determinaciones de la Iglesia como hace él.

Por otra parte, parecería que después de su muerte se dio un distanciamiento todavía mayor del que ya había entre esta Compañía de importante función en la conservación y transmisión de algunos de sus sermones y precisamente las instancias francesas de la Orden dominicana, llegando a "condenarla" al silencio.
Los biógrafos antiguos hablan también de aquellos que estuvieron cerca de él durante más o menos tiempo atraídos por su personalidad y doctrina. Y así señalan entre los dominicos a: Jofré de Blanes, Pedro de Queralt, Pedro Cerdán y Pedro Martínez, etc. Pero no debe dejar de mencionarse al mercedario Juan Gilabert Jofré y a otros como: Juan de Aloy, Pedro de Moya, Juan García, el francés Blas de Alvernia y el italiano Antonio de Auria. Además, otros que integrarán un movimiento de restauración de la observancia de la vida dominicana, que culminó pocos años después de su muerte en su misma Provincia (Raimundo Pulgar; Nicolás Carbonell; Martín Trilles; León Beneyto; Rafael García).

Antes de pasar a la presencia posterior del Santo, deben tenerse en cuenta sus diversas tradiciones hagiográficas pues son el pertinente caldo de cultivo donde surgieron tales influencias y pervivencias.


Al ser canonizado en 1455, no estaba escrita aún su legenda y tuvo que redactarse con sensible retraso, con todas sus consecuencias. Su primera biografía es más la obra de un humanista cristiano que un texto medieval, algo nuevo en la literatura hagiográfica. Fue este primer biógrafo el ya citado Pietro Ranzano en torno a 1456, dominico del Convento de San Domenico de Palermo, años después Obispo de Lucera. Su obra está en la base de la tradición hagiográfica vicentina, aunque continúa siendo olvidada en nuestros días. Siguiendo sus huellas, tenemos una tradición italiana con autores tan valiosos como san Antonino de Florencia, Leandro Alberto, Juan Antonio Flaminio y otros nombres de la hagiografía doméstica dominicana.

Pero la tradición vicentina tiene su pleno desarrollo literario, y también artístico, en Valencia. La obra de Ranzano fue utilizada para la Vida escrita en prosa valenciana por Miquel Pérez, traductor notable; su obra fue impresa en la misma Valencia en 1510, pero con escasa difusión. A lado de ella tenemos un texto que no se llegó a publicar hasta el siglo xx, pero de gran importancia en la tradición dominicana. Me refiero al opúsculo de Baltasar Sorió op, titulado De Viris illustribus Provinciae Aragoniae Ordinis Praedícatorum, escrito entre 1516 1522. En él ofrece un compendio biográfico del santo, sin fechas y temas cronológicos, pero que añade algunos milagros locales.
Sin olvidar la Crónica de Viciana que ofrece en 1563 una breve síntesis de la vida del santo brindando ya datos fehacientes, será al comienzo del último cuarto de este mismo siglo XVI y en el ambiente de los frailes dominicos reformados, cuando nazca como verdadera exigencia espiritual la preocupación por el conocimiento sólido del santo, con una preocupación hagiográfica ya muy diferenciada de la de Ranzano y de los otros autores. Se recibe la tradición amorosamente, pero se pretende aquilatar los hechos históricos y se busca para ello un apoyo en los documentos. Es la corriente iniciada por los ya mencionados Vicente Justiniano Antist y Francisco Diago.

Pasemos ahora ya a señalar algunos significativos casos de influencia vicentina hasta el siglo XVII.

En el ámbito dominicano debe señalarse el italiano Manfredo de Vercelli op (+h. 1432) que, influido por el ejemplo de san Vicente, lo imitó como predicador apocalíptico a partir de 1417 en la Liguria y el Piamonte, suscitando y guiando un movimiento penitencial, que fue condenado y reprobado. También debe indicarse a Jerónimo Savonarola op (1452 1498). Para él, san Vicente poseía cinco condi ciones necesarias, que debía tener todo predicador: "un ángel, desasido de los intereses mundanos pero en medio de la Iglesia, anunciador del Evangelio y no de mentiras, volcado a todos sin acepción de personas, apasionado. Todas estas condiciones se verificaron en Vicente, sobre todo la quinta: efectivamente su apasionamiento aterrorizaba y provocaba la inmediata conversión de multitud de personas, comprendidos judíos y moros".

Además, el valenciano Juan Gavastón op (+ 1623), autor de una biografía del santo y, sobre todo, primer comentarista y traductor al castellano si bien no es demasiado literal del Tratado de la vida espiritual. Así como su pariente por línea materna san Luis Bertrán op (1526 1581) y lo que se ha denominado su Escuela de Espiritualidad. Influencia vicentina que alcanzará una gran difusión gracias a la edición de los cuatro volúmenes de sus Sermones por sus contenidos y por considerarlo "modelo" de predicador fruto del encargo a sus hermanos de Orden en la década de 1690 del Arzobispo de Valencia Juan Tomás de Rocabertí.

En los ámbitos no pertenecientes a la Orden Dominicana, podría citarse cronológicamente en primer lugar a la monja valenciana sor Isabel de Villena (1430 1490), pero posiblemente las coincidencias se deben a que ambos utilizan los mismos materiales que adaptan o copian (p.e. Dionisio el Cartujano, Santiago de Vorágime, etc.), si bien hay por lo menos una presencia expresa, como es el caso del sermón de santa María Magdalena.

También está el abad García Ximénez de Cisneros (c.1456 1510), benedictino del catalán monasterio Montserrat, cuyo Exercitatorio de la vida espiritual impreso en 1500, evocaría por luz y por estilo el Tratado de la vida espiritual vicentino, pero también a otras obras similares (Francisco Eximenis, etc.) . Por otra parte, en 1510 aparecerá la versión castellana de esta última obra, mandada hacer por el reformador cardenal franciscano Francisco Ximénez de Cisneros (1436 1517), aunque "mutilada" por razones doctrinales favorables a las visiones y arrobamientos. A ella seguirán otras ediciones ya íntegras en León (1528) y Barcelona (1585).

De esta misma época es san Ignacio de Loyola (1491 1556) y su Libro de los Ejercicios Espirituales, empezado a redactar hacia 1522 y en el cual algunos autores han detectado una clara influencia vicentina, si bien ha sido ardorosamente discutida por otros. Y en Valencia deben señalarse al franciscano beato Nicolás Factor (1520 1583) y al Arzobispo san Juan de Ribera (1532 161 l), según constata la tradición hagiográfica valenciana.

Y así, podría continuarse rastreando su influencia a través de sus múltiples biografías y la lectura de sus sermones y de su Tratado de vida espiritual.


Oraciones a San Vicente Ferrer.
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ORACIÓN PARA SUPLICAR LA INTERCESIÓN DE SAN VICENTE FERRER
Gloriosísimo padre mío San Vicente, bienhechor mío amabilísimo, convencido de la gloria y poderío de que gozas ante Dios, y que ejerces en favor de todos los verdaderos devotos tuyos, y animado también de grandísima confianza en tu poderoso patrocinio, vengo a ti en visita humilde, me postro delante de tu santa imagen, como un hijo ante su amoroso padre, como un pobre vasallo ante su generoso rey, como un afligido enfermo ante su compasivo médico. Veme aquí arrodillado a tus benditos pies, lleno de pesares y tristezas, de enfermedades y miserias, lleno, en fin, de toda clase de necesidades en el alma y en el cuerpo. A ti he acudido con toda mi fe y toda mi confianza para que te dignes remediarme, sacándome de angustias y concediéndome los favores que te pido.
Ayúdame, pues, Santo mío, poderosísimo y clemente; sáname de las dolencias que me afligen; alcánzame de Dios la gracia de convertirme de todo corazón a El y de servirle hasta la muerte; consuélame y aliéntame en todos mis trabajos con tu asistencia santa; líbrame de todos los peligros que por todas partes me rodean y consérvame siempre la salud que necesito en alma y cuerpo para que de esta manera pueda cumplir los divinos mandamientos y las obligaciones de mi propio estado, y pueda también seguir honrándote a ti mismo con devoción ferviente y con toda mi tierna gratitud por tus bondades de verdadero padre para conmigo.
Escúchame, Santo mío, acogiendo benignamente mis clamores; y al concederme los favores que a ti pido y espero, concédeme también la gran dicha de imitarte en tus preciosas virtudes, especialmente en el amor a Jesucristo, Redentor Divino nuestro, en la caridad para con mis prójimos, en la mortificación de mis sentidos, en la devoción tierna y constante a nuestra amantísima Madre, la Santísima Virgen del Rosario, y, en fin, en la meditación continua de mi muerte y del tremendo día del juicio. Así sea.
Tres padrenuestros, avemarías y gloria.

ORACIÓN PARA PEDIR LA SALUD DEL ALMA Y DEL CUERPO
¡Amantísimo Padre y Protector mío, San Vicente Ferrer! Alcánzame una fe viva y sincera para valorar debidamente las cosas divinas, rectitud y pureza de costumbres como la que tú predicabas, y caridad ardiente para amar a Dios y al prójimo. Tú, que nunca dejaste sin consuelo a los que confían en ti, no me olvides en mis tribulaciones. Dame la salud del alma y la salud del cuerpo. Remedia todos mis males. Y dame la perseverancia en el bien para que pueda acompañarte en la gloria por toda la eternidad. Amén.
(Tres Padrenuestros)



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